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Dicen las Escrituras: "Pedís y
no recibís, porque pedís mal…". En otro célebre pasaje bíblico, Jesús el
Nazareno declara de manera tajante: "Os digo que cualquiera que diga a este
monte Quítate y échate en el mar, y no dude en su corazón, lo que
diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando,
creed que lo recibiréis, y os vendrá".
Estas lapidarias sentencias nos
hacen preguntarnos: ¿por qué nuestra oración es a veces eficaz y a veces
no? Cuando elevamos nuestras plegarias al Ser Superior, ¿existe
alguna manera idónea de hacerlo? O para decirlo con palabras modernas, ¿existe
una tecnología o ciencia particular de la oración?
La oración científica: una
tecnología espiritual con milenios de antigüedad
La expresión
oración científica parecerá a algunos un sin sentido. No obstante, ha
sido utilizada por diversos autores en el curso de los últimos dos siglos.
A principios del siglo
XX, el pensador norteamericano Emmett Fox afirmaba que "la oración
científica te hará, tarde o temprano apto para salir tú mismo, o para sacar
a otros, de cualquier dificultad existente sobre la faz de la tierra. Es la
llave de oro de la armonía y de la felicidad. Todo lo que tienes que hacer
es esto: dejar de pensar en la dificultad, y en su lugar pensar en Dios. No
hay diferencia en la clase de dificultad que sea, puede ser grande o
pequeña, pero sea lo que fuere, simplemente deja de pensar en ello y en su
lugar piensa en Dios".
A mediados del siglo pasado,
para la entrañable escritora venezolana Conny Méndez, la oración científica
implicaba que "si tú logras elevar tu pensamiento suficientemente en altura,
el problema se resolverá él mismo. En realidad ése es tu único problema: el
de elevar tu pensamiento. Tanto más "difícil" sea el problema, lo cual
significa que tanto más enterrado esté en tu subconsciente ese concepto, más
elevada tendrás que llevar tu conciencia". Concuerda nuestra paisana con el
físico judeo-alemán Albert Einstein: "no podemos resolver un problema con el
mismo nivel de pensamiento que lo creó".
En la novena década del siglo
XX, el antropólogo estadounidense Greg Bradden, en su libro El Efecto
Isaías, señalaba: "hay una poderosa relación entre lo que pasa en
nuestro mundo interior de sentimientos y las condiciones del mundo que nos
rodea. Experimentos recientes en la física cuántica lo demuestran. Nuestro
mundo exterior de acción refleja nuestro mundo interior de sentimientos:
esto se materializa sintiendo nuestras plegarias como si ya hubiesen sido
respondidas. Cuando sentimos anticipada gratitud con respecto al
cumplimiento de nuestras oraciones, atraemos nuevas posibilidades en
nuestras vidas".
Prosigue Bradden: "los
resultados de nuestra vida se engranan perfectamente con los sentimientos
que experimentamos; sólo así entendemos lo que ocurre cuando nuestras
oraciones no son respondidas. Cuando oramos para sanar nuestro cuerpo o
nuestras relaciones, mientras experimentamos enojo, celos o furia, ¿nos
sorprende ver que esas nocivas emociones se reflejen en enfermedades y
perturbadas relaciones de familia, escuela y trabajo?".
Orar para desarrollar el
libre albedrío y permanecer en el presente
Si nuestras circunstancias
externas están determinadas por nuestro mundo interno, entonces la oración
puede convertirse en una potente herramienta para desarrollar el libre
albedrío. ¿Podemos afirmar que tenemos libre albedrío mientras estemos
limitados por esos condicionamientos mentales adquiridos en el pasado, por
esas emociones negativas que sabotean nuestras iniciativas y nos impiden
desarrollar una intimidad cada vez más profunda con Dios?
Dios –vale decir, la realidad
trascendente o Yo superior- es perfecto en el tiempo presente. Al
respecto, dice la ya citada Conny Méndez: "No tiene defectos. No existe en
Él la muerte, ni la enfermedad, ni la pobreza, ni la lucha, ni la guerra, ni
lo feo, ni lo malo". Sólo orando con este potente sentimiento de
certidumbre, podremos despertar a Su imagen y semejanza, y recibir los
infinitos dones que nos depara Su realidad.
En la irrealidad del miedo
–lejos, muy lejos de la confianza que nos confiere el libre albedrío-
nuestras oraciones son petardos inútiles que estallan en la hueca
estridencia de la pérdida y la derrota. En nuestro caso, se nos enseñó desde
niños a dirigir nuestras plegarias a Dios; no obstante, con el tiempo,
dejamos de sintonizarnos emocionalmente con esos inspiradores versos de
infancia para entonarlos de manera mecánica y ritualista, o peor aún,
olvidarlos. En ese momento, nuestras plegarias –si es que nos tomábamos la
molestia de proferirlas- se tornaron absolutamente ineficaces.
La oración científica que nos
armoniza con el Ser Supremo es de índole estrictamente personal. No importa
si oramos en la soledad de una ermita o en la muchedumbre de una adoración
colectiva: lo relevante es que, en nuestro fuero interno, elevemos nuestro
nivel de pensamiento y conciencia para generar una oración que esté en
armonía con esa realidad trascendente que sólo puede ser develada por el
Poder Superior en el instante santo del tiempo presente.
Desarrollando nuestra
particular manera de orar
Desarrollar nuestra manera
particular de orar –única, inimitable e irrepetible- implicará una búsqueda
que nos llevará por los más diversos caminos psicológicos. Abarca un abanico
de posibilidades tales como la voraz lectura de libros, contemplar las
maravillas de la naturaleza, encerrarse en la inefable quietud de nuestro
cuarto o asistir a las más diversas iglesias o grupos de sanación. Se trata,
en última instancia, de hallar las vías idóneas para experimentar una
profunda sensación de intimidad con Dios, ya que en
Su Divinidad radica la nuestra.
Orar nos libera de las culpas pasadas y de los miedos al porvenir,
requerimiento indispensable para experimentar esa libertad financiera,
laboral, emocional, material y espiritual que eleva exponencialmente nuestra
calidad de vida.
Nuestra voluntad como individuos o sociedades no es ser prisioneros del
miedo. Liberados de los condicionamientos de la mente, nuestra voluntad –que
se hace una con la del Ser Superior- no tiene límites.
Nuestro planeta, hermoso lucero que acuna el milagro de la existencia,
aguarda con impaciencia la libertad y la paz que le otorgaremos cuando cada
uno de nosotros reconozca que tiene el poder de transformarse a sí mismo y a
su entorno a través de la ciencia sanadora de la oración.