Capítulo
11
SEGUNDO
TIEMPO DE LA CRISIS REVOLUCIONARIA HISPANA
Era
imposible que los antiguos cronistas latinos y árabes pudieran
comprender la naturaleza de los
acontecimientos
ocurridos en el siglo VIIi. Los desplazamientos de poblaciones según
la situación
geográfica de los diversos
cuadros naturales. El texto de Pablo Diácono y sus dos
interpretaciones.
-
El
siglo VIII. El poder provincial se interpone en
la
guerra civil entre trinitarios y unitarios. Después de treinta años
de luchas encarnizadas
consigue Abd al Ramán establecer la autoridad del poder central.
Con el curso del siglo parece la
política dominar el problema religioso.
-
La
decadencia del cristianismo. La libertad religiosa de los
cristianos. El testimonio de Alvaro de Córdoba. El olvido de la
literatura latina ha sido alentado por el clero. Los
descubrimientos de Eulogio en la biblioteca de Leyre.
-
La
poligamia. Los cánones del enigmático XVIII Concilio de
Toledo. El estatuto jurídico de los pueblos autóctonos de la península.
La poligamia en los judíos. Ha existido en la Alta Edad Media una
situación de hecho que Vitiza ha debido refrendar.
-
El
proceso de arabización y los cuadros naturales. La pasión
genea. lógica de los españoles. Los apellidos patronímicos árabes.
La aceleración del proceso de arabización según las regiones
favorecidas por su situación geográfica. El papel particular
desempeñado por las regiones del litoral mediterráneo. La
aparición de los cultivos del algodón, de la caña de azúcar,
de la morera blanca y de la industria de la seda. El desarrollo
económico en estas regiones y en Andalucía.
En
cuanto quiere el historiador establecer la relación de
los acontecimientos desde el año 711, fecha de la batalla
de Guadalete, en adelante, honestamente tiene que confesar
su impotencia. No poseemos ninguna documentación para
esclarecer lo que ha ocurrido en la península en la
primera parte del siglo VIII. Sencillamente nos consta que
los hispanos conmocionados por la crisis revolucionaria
han acelerado con sus actos la evolución de las ideas de
tal suerte que en estos años decisivos empieza el proceso
de arabización ¿el país. Poco a poco quedará asimilado
el sincretismo arriano por la doctrina de Mahoma.
Lentamente, un nuevo idioma substituirá al latín, el
arma del enemigo godo y el episcopal opresor. ¿Cómo se
han condensado estos gérmenes fecundos y cómo se han
desarrollado? Misterio. Sólo sabemos que el proceso se ha
realizado paso a paso y ha requerido para adquirir su
completo florecimiento, varios siglos.
Nos
es, sin embargo, permitido inducir que el proceso de
arabización se ha realizado antes en las clases cultas
que la adaptación al Islam; más rápido ha cuajado el
movimiento en las ciudades que en las
masas rurales. Por lo cual se desprende que fue ¿ latín
un obstáculo débil para la propagación de un idioma
extranjero, por lo menos en los intelectuales, mientras
que el bajo latín hablado por el pueblo se convertía
paulatinamente en un romance del cual se desprenderían
con el tiempo ramales importantes: el castellano, el
gallego, el lemosín... Razones religiosas y políticas,
que analizaremos más adelante, eran responsables del
desprestigio del latín, mientras que el ambiente
perteneciente al sincretismo arriano poseía profundas raíces
en el inconsciente colectivo que le daban enorme
vitalidad. Se puede afirmar sin grandes riesgos de
equivocación que la evolución desde esta base heterodoxa
hacia las puras fórmulas de un dogmatismo islámico, ha
alcanzado su momento culminante en la segunda parte del
siglo Xl con la invasión almorávide y la contrarreforma
que impusieron.
Han
sido escritas las crónicas latinas del siglo IX por clérigos,
generalmente monjes. Vivían en el norte de la península
en donde el cristianismo había logrado mantenerse. Eran
en aquellos años las más pobres y atrasadas
culturalmente. Los textos que escribieron adolecían de
las requeridas condiciones intelectuales que deben poseer
el escritor y el cronista. Como les ocurre a las beréberes,
sólo les interesan las cuestiones regionales. No les cabe
la información de temas de mayor envergadura. Estos
invasores sarracenos ¿quiénes son? Aparecen en España
como caídos del cielo. ¿De dónde han venido? ¿Quién
es su rey, su emperador? ¿Cómo han atravesado el
Estrecho? ¿Cómo se han apoderado de un territorio tan
grande como la península? ¿Por qué no se han defendido
mejor los españoles? ¿Cuál es el número de los
sarracenos, su organización, su objetivo? Silencio. También
alcanza la misma suerte a los españoles, a los que los
han llamado, como a los que los padecen. El autor de la crónica
de Alfonso III resuelve con diligencia la última
papeleta. Sed i~si
qui Patriae excidium intuerunt, simul con gente
Sarracenorum gladio perierunt. «los mismos que fueron
la causa de la ruina de la patria con otras gentes
perecieron por el cuchillo de los sarracenos.» Y
melancólico da en filosofar el monje con las
Escrituras: In
vaflum curnt quem iniquita.r precedit. «Para qué
sirve correr, si la iniquidad le ha precedIdO.» Incurre
el latino en el mismo anacronismo en que mucho más tarde
tropezará el bereber. Juzga la época que describe de
acuerdo con las circunstancias que dominan en sus
valles nórdicos en en el momento en que redacta. No
se le alcanza que ciento ochenta años antes estaban
divididos sus compatriotas en dos bandos irreductibles. En
estas condiciones, sólo el conocimiento de la evolución
de las ideas y de las líneas de fuerza consecutivas podía
dar un sentido a los vacíos existentes por falta de
adecuada documentación. Entonces, algunos hechos
espigados en los textos consiguen con esta nueva luz
recuperar el sentido que antaño tuvieron.
Parece
que la guerra civil de la primera hora, la que oponía los
unitarios del partido de los hijos de Vitiza a los
trinitarios capitaneados por Roderico, ha sido bastante
breve. Esto se deduce del texto de Vigila: mier
Guti el Sarraceni fortiter per septem anni.s- bellu.r
inter eos discurrit. «Con rabia se ha mantenido por
siete años la guerra entre los godos y los sarracenos.»
Apreciaremos en el capítulo próximo, cuando estudiemos
la formación de la leyenda en los dos bandos, lo que
significa esta cronología de siete años. Por ahora, nos
basta con indicar la extraña redacción del texto.
Interpretándolo a la letra, parecería que no interesaba
el conflicto a los españoles, pues no lo eran ni los
godos, ni los sarracenos. Era por lo visto un asunto ¡entre
extranjeros! Esto demuestra el complejo de inferioridad
que corroía a nuestro buen fraile. Incapaz de alcanzar el
sentido de la crisis revolucionaria que había trastornado
a sus antepasados, no se atrevía a redactar en el
pergamino los múltiples incidentes de la vida colectiva
cotidiana que forzosamente chocarían a cualquiera que
tuviera algo de juicio; pues carecían de sentido con la
interpretación dada a los acontecimientos pasados. Como
la mentira deliberada tenía un límite, mejor era callar.
A
la desgracia de la guerra fratricida se añadieron el
hambre, la desnutrición, las epidemias; en una palabra,
los maleficios de la pulsación. Como hemos reconstituido
la evolución histórica de los cuadros geográficos de
las diferentes regiones naturales de la península,
podemos ahora deducir cuáles eran las más quebrantadas.
Eran las altas planicies meridionales de la Andalucía
superior y de la meseta y sobre todo el valle del Ebro303.
Con gran probabilidad transformó el proceso dc aridez
esta región. Insisten los textos bereberes sobre el
hambre que padecieron sus poblaciones. Según el autor de Ajbar
Machmua, fueron los años más duros los mediados del
siglo VIII: 145
gentes de España, nos dice,
disminuyeron
de tal suerte que hubieran sido vencidos por los
cristianos, si no hubieran estado ellos ¡ambibz
preocupados por el hambre304.
Observará el lector la expresión empleada por el
bereber: las gentes
de España en oposición a los cristianos. No los
llama árabes. Agotados por el hambre tuvieron que hacer
las gentes grandes desplazamientos para buscar alimentos.
Se halla un eco de este trasiego en la crónica del monje
de Monte Cassino, Pablo Diácono. Escrita en la segunda
parte del siglo VIII, según suponen autoridades
reconocidas, ha debido de recoger su autor noticias de
viajeros franceses probablemente benedictinos que las habrían
oído de hermanos en la obediencia, residentes en esta
parte del Pirineo.
Eo
tempore, gens Sarracenorum iii loco qui Septem dicitut- ex
Africa tran.rferentei-, ¡iniversam Hispaniam invaserunt.
Deinde per docem øinos cum uxoribus e: pt~rvuIis
venientes Aquitaniam .Galliae provinciam quasi babitaturi
ingressi sunt.
«En
esta época, gente sarracena llegada de Africa por un
lugar llamado Ceuta mvadieron el mundo hispánico. Así
durante diez años, acompañados por sus
esposas e hijos han entrado en Aquitania, provincia de
las Galias, para vivir en ella...» (Lib. VII). Reviste
este texto una importancia extraordinaria, pues es el más
antiguo que se conserva en que se hace referencia a la
pretendida invasión.
Primera
interpretación
Contrariamente
a las crónicas posteriores, no constituye la llegada de
los sarracenos a España una invasión militar. Nadie sale
a campaña arrastrando tras de si a su familia. Podría
asimilarse más bien el hecho a los que se desprenden de
la ley de Breasted. Perseguidas en sus lugares de origen
por el hambre, tribus marroquíes han podido en estos años
de miseria venir a España en busca de alimentos. Vagando
por los caminos, como actualmente los gitanos, rechazados
de las ciudades y de las fortalezas en donde se guardaban
en silos reservas de trigo, se habían introducido en el
sur de Francia. Disminuidos por la pérdida de mucha gente
en sus andanzas,
sin esperanza de retomar a su tierra, se habían quedado
en el Midi a cubierto de las
grandes conmociones producidas por el clima.
Segunda
interpretación
Por
la confusión de las noticias que le han llegado a su
lejano monasterio italiano, Pablo Diácono ha mezclado en un
solo concepto dos acontecimientos diferentes:
Primero:
El
paso del Estrecho por los mercenarios de Taric. Acabadas
las hostilidades o impagados por sus jefes, se habían
diseminado por la península, dando motivo con su
presencia abigarrada a la idea de una invasión de España
por un pueblo exótico, luego sarraceno, para las gentes
que más tarde habían oído campanas.
Segundo:
Un
movimiento migratorio de ciertas poblaciones del valle del
Ebro. Huyendo del hambre habían buscado refugio al norte
de los Pirineos. Con ellos podían haberse entremezclado
gentes marroquíes, soldados licenciados sin blanca y demás
menesterosos. Así se explicaría el carácter algo exótico,
pero familiar, de estos emigrantes probablemente de rasgos
morenos.
Según
nuestro leal saber y entender, con la prudencia que se
impone, nos parece más verosímil esta segunda
interpretación. Una emigración demográfica por mar no
se explica sin grandes medios. Se concibe mal a la gente
marinera embarcando tribus enteras sin una importante
remuneración; lo que sería prohibitivo para gentes
hambrientas que huían de sus tierras305.
Nada se encuentra en las crónicas bereberes que pudiera
confirmar la primera interpretación. Ajbar
Macbmua nos advierte más bien de lo contrario. Eran
los españoles los que habían emigrado a Marruecos en
busca de alimentos.
«Acentuándose
el hambre las gentes de España (sic) fueron a buscar víveres
a Tánger, a Asila306
y
en el Rif berberisco. Se embarcaban en un río que se
halla en el distrito de Sidonia, llamado río Barbate307.
Se
refiere el autor bereber a la segunda crisis de mitad del
siglo VIII, no a la que tuvo lugar a la muerte de Vitiza.
Sea lo que fuere, no cabe duda por todas estas referencias
de que hubo en aquel tiempo importantes movimientos de
población. En la masa de los hambrientos destacarían
marroquíes o gentes de color más acentuado que las del
norte de la península o del sur de Francia. En el
recuerdo de las habladurías pasarían por sarracenos. Se
mantuvo la imagen exótica en la tradición, que combinada
con otras circunstancias explicaría la facilidad con que
los cronistas latinos y cristianos habían aceptado las «historietas»
egipcias.
El
siglo VIII
Se
impone el conocimiento de la geografía política de la
península, de la que hemos esbozado un esquema en un párrafo
anterior, para comprender el desarrollo oscuro o mejor
dicho, los probables tecimientos que tuvieron lugar. Habían
heredado los monarcas visigodos del Imperio Romano una
organización administrativa que tenía un carácter
municipal y provincial. No debe impresionarnos la
docurnentación existente, que podría encubrir, sobre
todo después de la legislación de Chindasvinto y de
Recesvinto, bajo la apariencia centralista de una monarquía
teocrática radicada en Toledo, la realidad federativa del
país, heredada de Roma. Se trataba en realidad de
unificar la nación, dividida por otra parte por la
intrusión violenta de la minoría germana en la sociedad308.
Por la orografía y por las comunicaciones siempre lentas
a pesar de las vías romanas, desempefiaban siempre un
papel preponderante las regiones naturales. Es posible que
la oposición al partido teocrático trinitario haya sido
en gran parte estimulada por el genio regional; pues las
autoridades religiosas habían hecho el gran disparate de
identificarse después de la conversión de Recaredo con
el poder central, godo y extranjero. En la tormenta cada
región natural suscitaba una personalidad política, como
si buscara su propia independencia política. Se
manifestaba el hecho en el ámbito peninsular de modo tan
unánime y general, que imposibilitaba su interpretación
como si fuera un caso particular y pasajero.
Por
tal motivo no puede reducirse la crisis revolucionaria a
una sencilla, competición entre los trinitarios y los
unitarios. Pudo tener este caracter en un principio,
cuando la guerra civil entre los hijos de Vitiza y
Roderico. Luego fueron cambiando los antagonismos, pues no
estaban entonces las ideas religiosas tan
irreductiblemente af janzadas, como lo llegarían a estar
mucho más tarde. Entre los extremos ideológicos o si se
prefiere teológicos, la confusión de las concepcio-. oes
y de las posiciones intermedias debía de ser muy grande.
Aprovechándose de esta situación indecisa, religiosa y
política, empezarian a intervenir los poderes regionales
con mayor éxito. Pues, al iniciarse la pelea desearían
conservar sus jefes la mayor independencia de movimientos.
Probablemente volverían a la superficie las pasiones y
los recuerdos milenarios, disimulados bajo el enlucido de
la civilización romana para acaso enardecerse como en los
tiempos de antaño los unos en contra de los otros.
Tuvo
Roderico que hacer frente a sus rivales que conservaban el
mando en las provincias. Los cronistas latinos nos han
transmitido el nombre de algunos de ellos. Con la
desaparición de la monarquía goda y el lío que se
organiza, los sustituyen otros personajes. Mudas entonces
están las crónicas latinas porque pertenecen al partido
unitario vencedor. Por el contrario, las escritas en árabe,
sobre todo las bereberes, hacen mención de estos políticos;
mas como escriben sus autores más importantes dos o tres
siglos después de haber ocurrido los acontecimientos,
quedan sus apellidos latinos arabizados como lo
apreciaremos en un párrafo próximo. Aparecen
transfigurados de tal manera que no hay posibilidad de
adivinar y reconstruir su verdadera personalidad.
Metamorfoseados en jeques arábigos, entroncados con los nómadas
del desierto porque las genealogías tribales están de
moda a imitación de lo que ocurre en Oriente, mientras
que se esconde una ascendencia goda y se desprecian las
del Lacio, conspiran estos seüores los unos en contra de
los otros, se asesinan, se combaten y a veces establecen
pados entre ellos, como el tratado negociado entre Téodomiro
y Abd al Azis, cuyos débiles ecos han llegado hasta
nosotros. (Ver apéndice primero.) A pesar del hambre, de
las guerras y de las matanzas, no han sucumbido todos los
trinitarios, sojuzgados por los unitarios. Compusieron una
minoría importante y a veces floreciente en Andalucía,
como nos consta por los testimonios de la Escuela de Córdoba.
En otros lugares, eran mayoría gobernada por jefes
trinitarios. En el norte de la península constituyeron el
núdeo de los futuros reinos cristianos. En una palabra,
el contraste es terrible. En los tiempos de la dominación
teocrática trinitaria eran perseguidos ferozmente los
unitarios; con una crueldad inaudita los judíos. Los
arrianos y demás acosados viven escondidos o disimulados.
Pero cuando tuvieron el poder los unitarios no sólo
floreció la minoría judía, sino también la trinitaria.
Como lo apreciaremos más adelante, fue ahogado el
cristianismo por una cultura superior, no ha sido
extinguido por la fuerza de las armas.
Hacia
755, logró apoderarse de Córdoba y dominar luego Andalucía
un guerrero enérgico. Según la tradición arábiga se
llamaba Abd al Ramán. Los historiadores posteriores,
bereberes u orientales, le han apodado el Emigrado. Pues,
para realzar su prestigio y adular a sus descendientes que
manifestaban magnánimamente su agradecimiento por
cualquier incienso que se quemara en su honor —lo
necesitaban para confirmar su autoridad— les era fácil
en estos tiempos de ignorancia histórica aderezarles un
árbol genealógico por el cual quedaban entroncados con
el mismo Mahoma. En el Siglo de Oro ocurría lo mismo con
ciertas casas ducales que se las habían ingeniado para
descender de Jesucristo por medio de nuestra madre Santa
Ana. No por vanidad como en este caso, sino acaso por
necesidad, se les emparentó pues con los Omeyas; por
esto, para sus descendientes el abuelo y fundador del
reino había tenido que emigrar de Oriente. Mas, si
volvemos a los días contemporáneos de las luchas por el
poder, no era la broma tan sencilla. A veces se padecía
equivocaciones lastimosas: El título de Omeya fue
imprudentemente atribuido a varios competidores, los
cuales naturalmente no podían descender todos a la vez
del mismo linaje, en lugares tan alejados de la Meca. Hubo
un poeta que tuvo la desgracia de equivocarse de autobús,
como dicen los ingleses, y creyendo que uno de los rivales
iba a convertirse en el amo de España cantó y llevó a
las nubes las hazañas de sus antepasados Omeyas. Era el
agraciado maestro de escuela de un pueblo cercano de
Guadalajara y en verdad estuvo a punto de quedarse con el
santo y seña, si el de Córdoba cansado después de
muchos años de lucha no se las hubiese ingeniado para
despacharlo, pagando un asesino309.
Por
otra parte, nos enseña la genética humana que Abd al
Rainán no podía ser un semita. Poseía el tipo germánico:
los ojos azules, el pelo rojizo, la tez blanca, que por más
de doscientos años transmitió a su descendencia310.
Así se explica que según la tradición bereber no fueran
deslumbrados sus compatriotas arábigos y musulmanes por
su parentesco con el Profeta. Tuvo que combatir en los
treinta últimos años de su vida en contra de sus
rivales, Omeyas o no. Si logró antes de su muerte,
ocurrida en 788, someter la mayor parte de España, lo ha
debido a su tenacidad y genio militar, no al prestigio de
su genealogía.
Unánimes
son los juicios de los historiadores: Han reconocido las
cualidades excepcionales, políticas y tácticas, del
Emir; lo que nos parece justo. Pero a nuestro entender no
basta para explicar el triunfo del seudo-Omeya. En toda la
Edad Media guerreros cuyo talento y valentía por todos
han sido reconocidos, han ejercido sus actividades por el
ámbito peninsular sin haber obtenido similares
resultados. Fueron algunos reyes poderosos, como Sancho el
Mayor (1000-1035). Otros han pertenecido a la clase
pintoresca de los condotieros, como el Cid Campeador.
Algunos, en fin, no encontrando en su tierra ambiente
propicio se fueron al extranjero a desgastar sus energías
sobrantes. Roger de Launa en el siglo XIII se hizo el amo
del Mediterráneo. Roger de Flor con sus hombres se apoderó
de Grecia, hazaña que parece inverosímil- Ninguno logró
fundar una dinastía, ni establecer una organización política
que se mantuviera de tantos siglos. Se ha repetido la
perogrullada de que habían hecho con su boda los Reyes
Católicos la unidad de España; lo que no es cierto, ni
razonable. Pues muchas parejas se habían anteriormente
acostado en un mismo lecho sin por ello unir sus pueblos
respectivos, los cuales pertenecían al mismo tronco
racial, poseían la misma cultura y empleaban la misma
lengua. Consiguieron los Reyes Católicos fundir a
castellanos y a aragoneses en una misma nación, porque
había precedido a sus nupcias la idea-fuerza, el
nacionalismo hispano envuelto en la cultura del
Renacimiento.
Ha
ocurrido lo mismo con el Emigrado. Ha sido favorecida su
acción, como la de sus inmediatos sucesores, por un
movimiento de ideas que a todos, monarca y súbditos,
alentaba. El cuadro primitivo circunscrito al sincretismo
arriano y a la cultura hispano-visigótica poco a poco fue
agrandándose en simbiosis con el Islam y la civilización
árabe. No podemos demostrar con textos el papel desempeñado
por la idea-fuerza sobre la política, porque no los
tenemos. Pero la reconstitución del desarrollo de los
conceptos que hemos descrito en un capítulo anterior, nos
permite precisar el sentido que han revestido los
acontecimientos. Salvo en ciertas regiones nórdicas cuyas
comunicaciones eran malísimas, como Asturias o las
Vascongadas, fueron subyugando a los hispanos nuevas
concepciones. Favorecidas por un nuevo auge económico,
fundían a todos en un aliento creador.
Es
ahora posible concebir el segundo tiempo de la revolución
islámica en España bajo dos aspectos, cuyos caracteres
se suceden en el curso de los siglos VIII y IX en un orden
cronológico preciso:
1.
Analizado desde un punto de vista político o religioso es
un fenómeno estrictamente circunscrito a España y acaso
al Magreb. El Oriente mediterráneo que se transforma rápidamente
en un centro
energético de gran importancia no interviene en los
acontecimientos. Tan sólo se podría asegurar que manda
al oeste semillas prometedoras.
2.
Con el principio del siglo IX las relaciones comerciales
entre el Oriente y el Occidente mediterráneo se vuelven
frecuentes y más importantes. Ignoramos cómo se llevó a
cabo el proceso de arabización, si fue propagado por la
acción de los mercaderes o por la predicación de «profetas».
Sólo sabemos que fue en estos años cuando abandonaron
paulatinamente los unitarios el empleo del latín por el
arabe en sus necesidades intelectuales y religiosas,
aunque conservaran el romance para sus relaciones
familiares o rústicas con la gente del campo. Lo poco que
sabemos indica que cuajó antes el proceso cultural que el
religioso. Puede reconocerse este orden cronológico en
los textos latinos de la Escuela de Córdoba.
a)
Antes de 850, es decir, antes del viaje de Eulogio a
Navarra, no poseemos otros textos latinos que los del
abate Esperaindeo. Las crónicas de Pablo Diácono y del
monje de Moissac son anteriores, pero las noticias dadas
están escritas en estilo telegráfico y en nada reflejan
el ambiente existente en la península. En los textos teológicos
que se conservan del abate cordobés llama a sus
adversarios heréticos: pertenecen todavía al
sincretismo arriano. Por su lado, los autores musulmanes
cuando se refieren a sus adversarios trinitarios les
llaman politeístas. Así, el autor de Ajbar
Machmua escribe hablando de Taric y
de los suyos que asirnila a los mahometanos:
Dios
en fin ¡es concedto su protección y los politeístas
fueron vencidos311.
b)
Después
de 850, los escritores latinos andaluces emplean siempre
la palabra «heréticos» para denominar a sus
compatriotas partidarios del unitarismo; pero a medida que
pasan los años empiezan a nombrarles con el término de
«mahometanos», que poco a poco suplantará al de «heréticos».
Algunas veces las crónicas latinas de fines del IX les
llaman también «caldeos».
De
modo paulatino, pero constante, empieza a dominar el término:
«árabe». Naturalmente no se trata de la gente de
Arabia, como lo han confundido eruditos y gentes del
pueblo que llaman aún, sobre todo en los medios
franceses, árabes a los mahometanos que viven en el norte
de Africa, sino de los que hablan árabe. En su carta a
Vilesinde se manifiesta Eulogio con las palabras
siguientes: Ego
Cordoba positus sub impio Araburn gemens imperio.. «Yo,
nativo de Córdoba, gimiendo bajo el gobierno impío de
los árabes...» Fuera por demás extraño, si la palabra Arabum
ha sido la empleada por Eulogio, que señalase con
este término a los habitantes de Arabia, pues nos ha
demostrado en sus textos su ignorancia acerca de estos
extranjeros, y de sus costumbres y religión;
circunstancia en verdad muy extraordinaria si los árabes
de Arabia gobernaran Córdoba y la España del sur. Del
mismo modo llaman los escritores mahometanos «romies»,
es decir, romanos, a las gentes que hablan latín y no a
los habitantes de Roma o del Lacio. Un célebre botánico
andaluz del siglo XIII ha sido llamado Iba Arromia: el
hijo de la Romana.
c)
Con
las primeras crónicas latinas y la Alberdense, suplanta
el carácter político al religioso. Los adversarios ya no
son «heréticos», sino sarracenos. Salvo error, no hemos
leído esta palabra en nuestras lecturas de los textos de
la Escuela de Córdobá. En todo caso, vista su tardía
aparición o si se prefiere su tardío empleo por el común
de los escritores, es de suponer que se trata de una
influencia extranjera312.
Así se explica cómo estos crcinistas la emplean sin
discernimiento. Escribe el de la crónica de Alfonso III: Ilius
nam que ¡empare ducentas septuaginta naves Sarracenorum
Hispaniae littus sunt adgressae: ibi que omnia eorum agmína
ferro sunt delata et clases eorum ignibus concrematae. «En
su tiempo, (el reinado de Vamba) doscientos setenta navíos
de los sarracenos asaltaron el litoral de España y allí
mismo todo su ejército fue acuchillado y sus navíos
incendiados.»
Ha
reinado Vatnba de 672 a 680. En esta época, según la
historia clásica, no habían llegado los árabes a Africa
del norte. Por otra parte, se nos asegura que jamás
tuvieron flotas importantes, mucho menos para aventurarse
en aquella época tan lejos de sus bases. ¿Quiénes eran
estos sarracenos? ¿De dónde venia esta escuadra? ¿Se
trata acaso de una fábula? ¿Eran bizantinos? Sea lo que
fuere, la confusión en las ideas de nuestro cronista es
patente. En su opinión el enemigo sea el que sea, hispano
o extranjero, es un
sarraceno. Más aún, jamás hablan estos monjes de «las
gentes de España» como hace el autor de Ajbar
Machmua al referirse a los españoles unitarios o
musulmanes, para oponerlos a los cristianos. Los que
combaten a los árabes y quedan vencidos no son los españoles,
sino los godos, es decir, una aristocracia extranjera que
ha dominado el país. En una palabra, la crítica de los
textos latinos del IX y del X nos demuestra la distancia
que media entre lo que dicen y lo que nos ha enseñado la
historia clásica.
Resumiendo,
de acuerdo con nuestras actuales observaciones, la
simbiosis entre la cultura arábiga y la evolución de las
concepciones religiosas de los españoles, se ha
desarrollado de la manera siguiente:
a.
En un principio, con la caída de la monarquía goda se
convierte la idea religiosa en el motor de la revolución.
Predomina el carácter de guerra civil religiosa; mas no
se trata del Islam, sino del sincretismo arriano.
b.
Con
la lenta evolución del sincretismo arriano hacia el
musulmán, labor que se realiza en la sociedad sin alardes
exteriores, domina la política las planchas del tablado.
Pasados los primeros años, las guerras que se emprenden
para la conquista del poder son ya particulares a los
distintos competidores que luchan por su hegemonía.
c.
Empiezan
los españoles a aprender el árabe y el proceso de
asimilación de la cultura arábiga se acelera con la política
realizada por Abd al Ramán II.
d.
Hacia
el siglo X ha cuajado la cultura arábigo-andaluza y
empieza a dar sus primeros frutos. El sincretismo arriano
y el musulmán se funden en lo que se podría llamar un
mahometismo liberal.
e.
Alcanza la cultura arábigo-andaluza la cúspide en
los siglos Xl y XII. Con la invasión almoravide, es
decir, de los moros (de Mauritania) se quiebra el
equilibrio entre los dos conceptos, el arriano
y el musulmán. Borra el dogmatismo mahometano la
independencia de juicio que correspondía a la tradición
arriana. En Oriente está ya en decadencia la civilización
árabe. Empieza la de la cultura arabigoandaluza.
La
decadencia del cristianismo
A
medida que la divergencia entre las dos concepciones que
dividia a los monoteístas se acentuaba, lentamente
seisolvía el proceso religioso en un enorme magma creador
que iba a permitir la aparición de una nueva cultura. Por
esta razón alcanzaron los acontecimientos para los
cristianos un carácter eminentemente político, pues a
finales del IX se volvió para ellos desesperada la
situación. los que viven en tierra musulmana poco a poco
son asimilados por la cultura arábigo-andaluza, dominante
e irresistible para. las nuevas generaciones. A la larga
están condenados. los que vegetan en el norte viven con
la obsesión de las gentes del sur. Comprenden
perfectamente su impotencia en el orden militar, cultural
y religioso. Se ahogan en un complejo terrible. A la
defensiva, la supervivencia de sus personas y de su fe
depende de sus armas. Por esto se atrincheran tras la
fragosidad del terreno y ciegamente se aferran a sus
creencias como a una tabla de salvación. Así se explica
la pobreza de su cultura: no discurren, ni quieren
discurrir. Por consiguiente, para comprender la
extraordinaria metamorfosis que transformaba a la mayor
parte de la peninsula, en la imposibilidad de analizar con
textos inexistentes el arraigo y la evolución del Islam,
se requiere observar la agonía del cristianismo en los
fieles de Córdoba, de la que tenemos una documentación
fidedigna. Se puede de este modo comprender la amplitud
del movimiento opuesto que en tiempos de Abd al Raniíin
II inició un proceso de aceleración cada vez mis rápido.
En
la primera parte del siglo IX existe en Córdoba una minoría
cristiana importante. Practicaba su culto con toda
libertad. mier
ipsOS sine molestia fidaei degimus. escribe Eulogio en
su Apolo geticus. «Vivimos
entre estos mismos sin molestia en cuanto a nuestra fe.»
Tienen sus iglesias torres y campanas313.
Siete existen en la capital de España y una docena de
monasterios en sus alrededores314.
Cristianos, judíos y musulmanes llevan todos el mismo
traje. No se les distingue en la calle. Ocurría lo mismo
con las mujeres. Si hubiera sido invadida España por un
pueblo extranjero, hubieran llevado los vencedores sus
trajes y armas de origen oriental. Se destacarían de la
masa de los naturales, como anteriormente ocurría con los
godos portadores de largas melenas. Ha debido de
prolongarse esta situación por mucho tiempo, pues en 1215
el IV Concilio de Letrán hace referencia a ello a propósito
de los judíos315.
Tenían
los cristianos el privilegio de ser mandados por un
gobernador cristiano autónomo, que era un conde o un juez
especial. Estaba reclutada la guardia personal de los
emires entre sus filas y algunas veces, como hemos visto,
ha desempeñado un papel decisivo en los acontecimientos.
latinos que se distinguían por una ortodoxia trinitaria
suficiente para ser llamados cristianos han ocupado cargos
políticos importantes. Se reunían concilios. Sabemos que
en 839 Vistremiro, metropolitano de Toledo, preside un
concilio celebrado en Córdoba316.
Siguiendo la tradición visigótica, los convocaba el
poder público o intervenía indirectamente cuando lo
requerían las circunstancias para que se reunieran los
obispos. Así ocurrió con el III Concilio cordobés,
celebrado en 852 y presidido por Recafredo. Condenó la
predicación del suicidio emprendida por San Eulogio317.
Nada de extraordinario había en ello. En la primera
parte del siglo IX se mantenían aún con vigor las
antiguas costumbres visigóticas según las cuales eran
convocadas o autorizadas estas asambleas, fueran arrianas
o trinitarias, y demasiadas veces por las necesidades políticas
o personales del príncipe. Si entonces los emires
hubieran sido auténticos musulmanes como lo fueron más
tarde, hubieran mostrado más bien indiferencia por estas
discusiones entre politeístas. Mas era el ambiente
premusulmán. Hasta entonces la tradición seguía
imperando en el país.
Desde
mediados del siglo IX empieza a decrecer el celo de la
minoría cristiana. Una atmósfera antitrinitaria que
desembocará en una cultura importantísima, por su propia
expansión, sin coerción alguna, asfixiaba el espíritu
de los fieles. Desertaban de las iglesias y se olvidaban
de la religión de sus antepasados. Ha escrito Alvaro de Córdoba
unas páginas conmovedoras en las que describe la agonía
de una cultura, así una flor cualquiera de la naturaleza:
«Repletas
es! ¿ti las cárceles de eclesiásticos. Privadas están
las iglesias de los servicios de los prelados y de !us
sacerdotes. Sometidos a soledad horrorosa se hallan los
tabernáculos divinos. Extienden las arañas sus telas por
el templo. Se encalma el aire en un silencio total. No se
entonan ya en público los Cánticos divinos y no resuena
ya ¡a voz del p.ralmista en el coro, ni la del lector en
la cátedra. No evangeliza el levita al pueblo. No
inciensa más los altares el sacerdote,porque habiendo
sido herido el Pastor, re ha desmandado el rebaño. Porque
están dispersas las piedras del santuario, ha faltado la
armonía en los ministerios y en el Santo Lugar. En tal
confusión sólo suenan los salmos en lo hondo de los
calabozos.»
Se
esfuerza mucho el colaborador y amigo de Eulogio por echar
la culpa de esta situación al gobierno que ha encarcelado
a su compañero. Era mucho mayor el mal de lo que daba a
entender. No era la deserción de los templos debida tan sólo
a la detención de ciertos eclesiásticos que habían
predicado la busca del suicidio. No había intervenido la
gran mayoría de los cristianos en esta insensata
propaganda. Seguían normalmente sus costumbres. Desde la
ejecución de San Eulogio, tuvieron aún lugar dos sínodos
en Córdoba, en 860 y en 862. Nombraban sus obispos y tenían
el sosiego suficiente para discurrir nuevas herejías,
como la de Hostegesis, y agallas para combatirlas. Mas el
mal había podrido el corazón del fruto. Como lo
apreciaremos más adelante, había empañado el descrédito
el mismo prestigio de la lengua latina.
Creemos
enunciar un juicio reconocido de modo unánime: Jamás ha
alcanzado el genio latino ni la potencia de las ideas, ni
la hondura en proporción a la cultura de la masa, que fue
el galardón de la civilización griega. En el principio
de la era cristiana no se puede comparar la energía
creadora del mundo helénico con la de los días de
Pendes, ni los trabajos de la segunda época de la Escuela
de Alejandría con los de la primera, pero la cultura
general había alcanzado una tal sedimentación que
numerosos arbustos pudieron gozar de savia abundante.
Floreció entonces una cosecha de frutos variados; nada
similar existía en Occidente. El genio de los poetas
contemporáneos de Augusto, el talento de los
historiadores de Roma, la moral viril de los estoicos, la
clarividencia de un Lucrecio o el saber de un Plinio,
tuvieron corto alcance en la proyección de su
personalidad sobre la sociedad comparados con la
efervescencia que agitaba al Imperio Helenístico y
Bizantino.
Ha
logrado crear el genio latino una estructura política y
una organización administrativa que causan admiración,
en razón de ciertos principios jurídicos que sostienen aún
eficazmente nuestro mundo actual. Ha sabido construir
obras públicas notables en las regiones más apartadas,
uniéndolas en un todo que ha aguantado el desafío de los
siglos. Sin embargo,
la mente de los hijos de la loba estaba más predispuesta
para los problemas sociales que para los del intelecto y
de la especulación. Se mantienen siempre en pie los
acueductos romanos, pero desde la desaparición de las
legiones ya no llevan aguas Se han vuelto elementos
decorativos en el paisaje. Las ideas elaboradas por el
mundo griego nutren constantemente hoy día la
inteligencia de los mejores y han intervenido de manera
decisiva en las posteriores civilizaciones del hombre
blanco. Han pasado los siglos implacables como el destino
humano: Su recuerdo sigue siendo fértil para las nuevas
generaciones.
Da
el mundo romano la misma impresión que se experimenta hoy
día cuando se observan ciertas naciones que viven a
espalda de sus minorías intelectuales. Aisladas de la
masa de sus conciudadanos tienden entonces éstas a
elaborar productos desarraigados de la evolución de la
vida, o abstractos en sus elucubraciones o irreales en sus
propósitos; lo que aumenta aún más el foso que les
separa de la mayoría. En el sentido restringido de su
intelectualidad, parece la cultura romana estar
circunscrita a una minoría. Son sus grandes genios
literarios figuras aisladas y escriben para un número muy
limitado de lectores. Así se explica cómo a la primera
conmoción, a la primera quiebra de su estructura política,
quedó el Imperio Romano acéfalo.
Esta
disposición anti-intelectual de la sociedad romana ha
sido alentada por el cristianismo primitivo. En su primera
explosión ha estado dirigido por hombres incultos, los
cuales en su simplicidad concibieron una nueva sociedad,
adiestrada en tal forma por sus concepciones religiosas
que se convertía en totalitaria. No comprendían que por
el gran número de sus componentes no podían ser
conducidas las masas como se rige cualquier secta gnóstica
o un conventículo asenio. Para alcanzar sus fines
creyeron que tenían que desterrar las obras de la
intelectualidad pagana porque a sus ojos representaban un
pasado odioso, sin entender, impulsados por la ambición
de acaparar todas las actividades sociales, que era mas
sabio deslindar la parte del fuego. Tan rígido y seguido
fue este criterio en Oriente como en Occidente. Mas en el
mundo helenístico chocaron los dirigentes cristianos con
una civilización superior enraizada en la masa. Fueron
obligados a transigir y en esta simbiosis lograron los
padres griegos crear una literatura particular y
transformar en parte el cristianismo.
Nada
parecido ocurrió en Occidente. Como era superficial —en
cuanto a su arraigo en las masas— fue destruida la
intelectualidad romana heredera de la gran época sin
ofrecer verdadera resistencia. El parnaso romano fue
olvidado. Nada vino a substituirle. Fue tan considerable
la represión y tan refinada la anarquía que fueron los
gendarmes los que impulsados por la necesidad realizaron
una serie de pronunciamientos para que se mantuvieran el
orden y el poder. Y asimismo con la leyenda arábiga en
España, se levantó también en este caso un muro de
pergamino. ¡Eran los germanos los que habían abatido el
Imperio! En una palabra, en la indiferencia general por
las cosas del intelecto, no podía el genio de San Agustín
cambiar el sentido de la marcha de la historia; pues
escribía no para las generaciones contemporáneas suyas,
sino para las por venir.
Han
estudiado los historiadores del siglo pasado la labor y
han cantado loores por los esfuerzos que hicieron los
monjes para salvar los textos de la antigüedad,
conservando de este modo el fuego sagrado. Sabemos hoy día
que este salvamento, sin menospreciarlo, al contrario,
fue, sin embargo, irrisorio, limitado al mundo romano y en
verdad realizado en fechas muy posteriores a la época que
nos interesa. La evolución de las ideas que más tarde
enardecieron a Occidente en el Renacimiento, se proseguía
en sus centros energéticos respectivos, o sea en la
cuenca del Mediterráneo oriental y luego en Andalucía.
En el siglo VIII se hallaba el latín en todas partes en
regresión; de aquí la gran cantidad de textos perdidos.
En las naciones en donde no se enfrentaba con un
competidor que le ahogara, degeneraba. General era el
movimiento. En Italia las gentes cultas hablaban el griego
y no el latín. En Oriente, estaba completamente olvidado,
hasta el punto de que Gregorio el Grande (579-585),
apocrisario en Constantinopla, en una carta a Narcés se
queja de hallar con dificultad intérpretes capaces de
traducir al griego documentos latinos318.
Están
generalmente de acuerdo los filólogos en el hecho
siguiente: Por haber sido hablado el latín en España por
un mayor número de ciudadanos que en otras provincias del
Imperio en donde predominaban los rurales, se ha
conservado con mayor pureza; lo que tuvo una influencia
considerable en la evolución del idioma español. No podía,
sin embargo, esta nación aislarse del resto dc Occidente.
Aquí como en otras partes, si no más, se han empeñado
los clericales en borrar de la memoria de las gentes el
recuerdo de las grandes obras maestras de los clásicos.
En la lucha encarnizada entablada por el clero contra el
paganismo rural y el ambiente arriano, se esforzaba en no
dar armas al enemigo y creía que un Horacio o un Virgilio
eran autores sospechosos, en todo caso peligrosos. Fuera
entonces posible que hablaran los hispanos un mejor latín
que las gentes de las Galias, pongamos por caso, mas habían
olvidado completamente su literatura. Desde un punto de
vista intelectual era más grave la situación aquí que
del otro lado de los Pirineos. Entrañaba esto un peligro.
Habían creado los clérigos un vacío. Tarde o temprano
algo lo rellenaría.
Se
conserva un testimonio notable que nos demuestra las
dimensiones de esta situación. Cuando en 848. emprende
Eulogio su viaje a Navarra, descubre en los monasterios
pirenaicos obras que causan su admiración. No las
desconocía, mas no las había leído, pues eran entonces
inaccesibles para los hombres cultos. ¡ Gran sensación
produjo la noticia de su llegada a Córdoba con un paquete
de las mismas! Fue tan grande el júbilo que el eco ha
llegado hasta nosotros. Asi se expresa Alvaro en la
biografía de su amigo.
«Habiendo
encontrado en aquellos lugares una gran cantidad de
libros, trajo a su vuelta hacia nosotros los que eran
desconocidos e imposibles de ser hallados por la mayoría...
La
ciudad de Dios de
San Agustín, la Eneida de
Virgilio, las composiciones métricas de Juvenal, los
poemas satíricos de Flaccus, los opúsculos floridos de
Porfino, las colecciones epigramáticas de Adbelebmur, lar
fábulas versi ficadas de Avieno y una brillante antología
poética de himnos católicos, con un gran número de
obras tratando de materias doctrinales, escritas por los
grandes espíritus de la tradición; todo ello no sólo
destinado a su uso particular, sino
también para su empleo en común por ¡os estudiantes en
sus búsquedas.»
Bien
poca cosa era para detener la ola oriental que empezaba a
romper sobre la población andaluza. Hacía el árabe
enormes progresos, aprendía la mayoría este idioma que
era el de sus correligionarios en las tierras en donde había
predicado Mahoma. Se enredó también la pasión: Para los
españoles unitarios no era el latín el idioma de los
Horacio o de los Ovidio cuyas obras ignoraban, sino el de
los aborrecidos obispos. Así se explica la facilidad
del contagio; pero asimismo el vacío cultural
existente. Por otra parte, la idea-fuerza poseía una
energía propia, con alientos poco frecuentes. No eran sólo
las nuevas generaciones unitarias las conquistadas a los
nuevos encantos; lo fueron también las cristianas. ¡ Cómo
se quejaba Álvaro del espectáculo que presenciaba!
Derraman sus palabras la amargura del intelectual para
quien son incomprensibles los acontecimientos. Obseso por
su mundo particular era incapaz de abrir los ojos y de
percibir la realidad.
«Mientras
que investigamos los secretos de su sabiduría y
trabajamos para conocer las sectas y las doctrinas de su:
filósofos, ...
no para refutar sus
errores, sino rara aprender las elegancias y primores de
su lenguaje y estilo, desdeøando las santas lecciones de
nuestra religión, no hacemos otra cosa que colocar en
nuestras moradas como un ídolo el número y el nombre del
Anticristo. ¿Quién se hallará
hoy entre nuestros fieles del estado seglar, tan entendido
y diligente, dándose
al estudio de las Santas Escrituras, que consulte los
libros de cualesquiera doctores escritos en latín? ¿Quién
cultiva con ardor la lección de los Evangelistas, de los
Profetas o de los Apóstoles? Por ventura ¿no vemos que jóvenes
cristianos, llenos de vida, de gallardía y de elocuencia,
versados ya en ¡a erudición gentílica y muy peritos en
la lengua árabe, corren desatinados en pos de los libros
de los caldeos; los buscan, revuelven y estudian con gran
atención, deleitándose con ellos; los colman de e/o
gios, mientras que desconocen ¡as bellezas de la
literatura eclesiástica y menosprecian los ríos
caudalosos que manan del paraíso de la Iglesia; y, ¡oh
dolor! cristianos, ignoran su ley, y latinos olvidan su
propio idioma? De tal suerte, que apenas entre todos los
cristianos re ball~rd
uno entre mil que pueda razonablemente escribir a su
hermano una carta familiar, y, por el contrario, hallaréis
muchedumbre sin número que eruditamente declare ¡a pompa
de ¡os vocablos caldeos, basta el punto de cc~m poner
versos arábigos más pulidos que los de ,ñiestros
opresores, y adornando con más primor que ellos las cláusulas
postreras, ligadas todas a idéntica consonante.»
Mucho
dan que pensar estas condolencias del íntegro Alvaro.
Doblan las campanas por el fin de una cultura. Condenada
estaba la minoría cristiana de Córdoba. Ha debido de ser
la historia de su agonía poco más o menos similar a la
de las otras familias cristianas que vivían en
territorios convertidos al Islam. Algunas, como las que
existían aún en Berbería en el siglo XII, llevaron una
vida tenaz319.
En el cielo estaba escrito su destino. Después de una
generación más o menos larga acabaron por desaparecer.
En las regiones del centro de la península, los llamados
erróneamente mozárabes consiguieron guardar su fe por
razón de su vecindad con los cristianos del norte, con
quienes mantenían relaciones frecuentes. Así, los
toledanos cristianos conservaban aún en 1085, fecha de la
toma de la ciudad por el rey castellano, la antigua
liturgia visigótica. Pero los nórdicos habían podido
recuperar-se en su «entidad pirenaica», porque una nueva
cultura, torpe y tímida, empezaba a brotar en Occidente.
Las semillas intelectuales antaño sembradas por San
Benito empezaban por fin a dar sus frutos. Fueron los
monjes de su obediencia, sobre todo después de la reforma
de Cluny, los que salvaron el cristianismo hispano.
La
poligamia
En
la situación actual de los conocimientos resulta difícil
disociar en el curso de su expansión por la península la
enseñanza de la doctrina de Mahoma de la del idioma árabe.
Es posible que estos dos movimientos de ideas hayan sido
propagados simultáneamente, aunque mas tarde, como parece
advertirse por lo poco que sabemos, haya perdido el
proceso religioso parte de su fuerza de aceleración en
provecho de la acción cultural. Se trata de una presunción
algo precaria que trabajos futuros podrán dilucidar
mejor. Sin embargo estamos en condiciones de vislumbrar
algo del mecanismo de esta difusión. Se pueden observar
hoy día los medios que permiten al Islam captar nuevos
adeptos. Hemos dedicado parte del capítulo IV a este análisis.
El caminar de las ideas por vías mercantiles no excluye
la acción de ciertos «profetas» o santones. Tenemos
constancia de cómo doctrinas más o menos marginales como
los principios malequitas o las enseñanzas esotéricas de
la secta fatimí, han sido difundidos por personalidades
llegadas de Oriente con este objeto; y a veces, como en
este último caso, de modo secreto320.
En estas condiciones no tiene sentido querer hacer
coincidir el comienzo de esta propaganda con la fecha de
711 en que se dispara la guerra civil, pues la idea-
fuerza llegada de Oriente era independiente de los
episodios de la guerra fratricida. Ha podido arraigar la
civilización árabe en esta nación porque existía desde
tiempos muy anteriores un amiente propicio. De tal suerte
que los prolegómenos de la doctrina de Mahoma y los
primeros balbuceos del idioma árabe han podido
desembarcar, por así decir, en los mismos años del siglo
VII de modo anónimo y sin resonancia alguna. Ahora bien,
podían estas semillas germinar en el suelo hispano porque
estaba dispuesto para su recepción. Ejemplo evidente de
esta norma lo constituye la poligamia.
Difícil
es concebir la predicación de la poligamia en una nación
de tradición monógama. Un cambio de política o de régimen
no gozan de suficiente envergadura para poder cambiar las
costumbres de una sociedad y mucho menos en poco tiempo,
como parece deducirse de las enseñanzas de la historia clásica.
Aceptaron los españoles... y las españolas la poligamia
mahometana y arábiga porque de hecho existía esta
costumbre en gran parte de la población, costumbre que no
alcanzaba un refrendo legal y que los anatemas de los
obispos en Toledo no habían podido desarraigar. Por esto
acabó por reconocerlo con su nueva política Vitiza por
ser un hecho real en numerosos súbditos suyos. Pues al
modificar las normas establecidas por el Estado desde la
conversión de Recaredo, pretendía probablemente encauzar
el movimiento revolucionario que de día en día tomaba
mayor amplitud.
Se
impone una cuestión preliminar: Se conservan los
testimonios requeridos para afirmar la existencia de una
ley reconociendo la poligamia, aunque ignoramos el texto.
¿Estaría incluida en las actas del enigmático XVIII
Concilio de Toledo, por lo cual habían sido
posteriormente destruidas? Esto se ha pretendido por
algunos autores. Tenemos conocimiento de ella por las crónicas
concordantes de Moissac y de Alfonso III, aunque en
realidad la primera no sea afirmativa. En su juventud ha
escrito lo contrario Menéndez Pelayo amparándose en el
texto galo. Por nuestra parte sólo nos ha sido accesible
por muchos esfuerzos que hemos hecho, el texto de la edición
de Pertz. No autoriza éste las conclusiones que enuncia
el maestro santanderino aunque es posible que haya
manejado otra edición321.
Advierte simplemente el monje de Moissac en la edición
alemana que «exemplo
suo sacerdotes ac populam ¡uxuriose se vivere docuih>:
Vitiza «con su ejemplo a los sacerdotes y al pueblo
ha enseñado a vivir de modo lujurioso»322.
No
obstante, el texto hispano de Alfonso III es afirmativo:
«Iste
quidem probosus el moribus fíagitiosus fuit, et sicut
equus el mulus, quibus non est intellectus, cum uxori bus
el concubinis plurimis se inquinavit; el ¡re adversus eum
censt.era ecclesiastica consurgeret, Concilia disiolvit,
Canones obseravit, (omneln que Religionis or~ dinem
depravavit) Episcopis, Presbiteris et Diaconibus, uxores
habere ptaecepit. Istud
quidem scelus. Hispaniae causa pereundt fuzt; et quia Re
ges el Sacerdotes legem Do mini dereli~uerunt omnia
agrnina Gothorurn Sarracenürum gladio perierunt.»
«Ha
sido éste ignominioso y de malas costumbres, y como el
caballo y el mulo que no tienen entendimiento se ha
deshonrado con muchas esposas y concubinas. Para que la
censura eclesiástica no se alzan en contra de él,
concilios disolvió, cánones adulteró (ha corrompido
todo el orden religioso). Ha ordenado a los obispos, a los
sacerdotes y a los diáconos tener esposas. Ciertamente ha
sido esta ignominia la causa de la pérdida de España:
porque los Reyes y los Sacerdotes han abandonado la ley
del Señor, fueron destruidos por la espada de los
sarracenos todos los ejércitos de los godos»323.
Nos
perdonará el lector la repetición de alguna frase ya
mencionada anteriormente que incluimos ahora en su
contexto para mayor claridad. Por otra parte, notará por
la misma razón la reiteración del autor, emocionado sin
duda por las dimensiones de los acontecimientos que
relata. Ahora bien, para nuestro actual criterio
occidental nos parece esta legislación extraordinaria; lo
que acaso induzca al escepticismo. Mas, si se penetra en
el ambiente de la época, sobre todo si se conocen los
antecedentes de esta costumbre e institución social en
España, pierde el acto del monarca su inverosimilitud. La
poligamia como hecho social ha sido una costumbre que ha
sido observada por los hispanos durante varios siglos.
Para
situar la poligamia en su marco histórico no se debe
simplificar la cuestión confundiéndola con un problema
de orden sexual como suele ocurrir en los días actuales.
Se trata tan sólo de la organización de la vida
familiar, la que se debe adaptar a las circunstancias de
su marco geográfico. En la antigüedad han sido polígamas
las sociedades que vivían de la transhumancia o
nomadismo, mientras que las ciudadanas eran más bien monógamas.
Después se mantuvo una tradición ancestral en las
costumbres. Por consiguiente en las civilizaciones más
desarrolladas regía el matrimonio un principio de derecho
que podía ser diferente. En Grecia y en Roma tenía el
varón relaciones con las mujeres que vivían en su casa,
fueran esdavas o no. La ley latina reconocía el
concubinato. Mas, lo que interesa no son las facilidades
dadas por el legislador o por la costumbre para el
reconocimiento de relaciones sexuales ajenas al estatuto
familiar monogámico, sino el principio jurídico en su
proyección sobre la sociedad. Pues, según la existencia
de la monogamia, de la poligamia o de la poliandria en las
cumbres, era diferente la constitución de la sociedad y
distintas por consiguiente las consecuencias políticas
que pueden interesar al historiador. Daremos un ejemplo:
En una sociedad monógama como la romana, era el primogénito
el heredero de los bienes paternales. En una sociedad polígama
podía el padre elegir entre sus hijos habidos de mujeres
distintas el heredero. De tal suerte que el rey monógamo
no tenía elección alguna cuando su hijo mayor demostraba
una incapacidad congénita o temporal para gobernar. El
rey polígamo elegía entre sus hijos el más capaz y podía
de esta suerte dar una mayor estabilidad y firmeza a la
dinastía.
En
otras palabras, los caracteres particulares de una
sociedad serán diferentes según su estatuto familiar;
pues es el derecho el resultado de una costumbre social.
Por esto puede concebirse la historia del hombre blanco
como una competición entre semitas e indoeuropeos, pero
en la cual cada parte poseía un genio propio, una aptitud
para comprender la existencia de un modo privativo; lo que
se traduce por un estilo, por una manera de vivir.
¿Cuál
ha sido el estatuto jurídico o mejor dicho las costumbres
existentes en los pueblos primitivos de la península? Es
difícil determinarlo. Mas existen fuertes razones para
suponer que el derecho de familia de los iberos ha sido
polígamo, en razón de los lazos que unían esta sociedad
con las de África del Norte, las cuales tanto. las
europeas como las africanas vivían de la ganadería
extensiva.
Oscuro
es el problema pues falta una adecuada documentación324.
Es
posible que con la influencia semita, tan importante en el
último milenio cuando los cartagineses dominaban una gran
parte de la península, haya arraigado o se haya
desarrollado por contagio e imitación la costumbre polígama.
Poco se han interesado los griegos y los romanos en estos
problemas que les eran ajenos; por donde las escasas
noticias que nos han transmitido. Más tarde, cuando la
cultura del Lacio alcanzó su mayor encumbramiento, pudo
haber competición entre el fuero local y la legislación
latina; aunque haya podido también mantenerse la
costumbre local como derecho consuetudinario. Con el arte
y la cultura autóctona volvería a resurgir con fuerza en
los tiempos de la decadencia imperial; de aquí su expansión
en los siglos IV y V,
lo que suscita ira y anatema por parte de los obispos.
Tampoco se debe olvidar que la poligamia pertenecía al
derecho judío; pudieron éstos propagar su estatuto
familiar en los días de su activo proselitismo durante la
diáspora325.
Se ha mantenido la poligamia entre los judíos hasta el
siglo XV. Es un hecho reconocido entre los historiadores
del pueblo israelita, como últimamente por Baer y por
Poliakof:
«No
había sido prohibida ¡a poligamia a los judíos de España
y estaba extendida»,
escribe
este último en su
Historia
del antisemitismo326.
Los
primeros concilios, el de Elvira y el segundo de Braga,
hacen referencia a la poligamia como si fuera un hecho
frecuente en la sociedad española. Así reza el canon 38
del concilio de Elvira: «Navegando
por país lejano o también si no hubiera una iglesia próxima,
puede cualquier fiel que no ha mancillado el bautismo, ni
es bígamo (nec sit bigamus) bautizar al catecúmeno que
se baila enfermo.» En aquellos tiempos el poseer
varias esposas a las que había que mantener era un lujo
que no estaba al alcance de cualquiera. Por esta razón el
tener dos esposas era lo más frecuente, lo que explica el
término de bígamo que emplean los autores antiguos y por
consiguiente los obispos en las actas de los concilios. El
segundo de Braga muestra una indulgencia que es reveladora
de una situación de hecho: «Si
un lector recibiere en matrimonio a la viuda de otro,
permanecerá en electorado, y si acaso hubiere necesidad
será hecho subdiácono, pero nada más. Del mismo modo si
fuera bígamo (similiter et si bigamus fuerit)» (canon
XLIII).
La
tolerancia es menor si el bígamo no es un eclesiástico: «Si
alguna mujer se casara con dos hermanos o algún hombre
con dos hermanas, se abstendrá de la comunión basta la
hora de la muerte, pero al morir désele la comunión
usando de misericordia» (canon LXXXIX) -No recordamos
haber leído en los concilios posteriores referencia
alguna a la bigamia. ¿Envolvían el concepto los obispos
en el tópico de la degeneración de las costumbres contra
la cual anatematizaban con celo y
exuberancia? En el siglo IX hubo un teólogo
cristiano, llamado Quiniericus, que predicaba la poligamia
tomando por ejemplo a Lamec. Fue condenado por el II
Concilio de Córdoba327.
La
legislación de los concilios aludía naturalmente a los
cristianos. ¿Cuál era la situación en el resto de la
sociedad que componía la mayoría de la población? Es
difícil demostrarlo con documentos. Mas sabemos por el
contexto y la evolución histórica que tanto la legislación
goda como las actas de ‘os concilios no reflejaban la
realidad social de la nación. Eran un parche que trataba
de ocultarla. Por esta razón al anienguarse con los últimos
reyes godos la imposición toledana, se hinchaba la marea
popular con tono amenazador. Así se explica la política
seguida por los últimos reyes, Egica y Vitiza, y la
descomposición de la Iglesia que manifiestan las actas de
los últimos concilios. Se comprende ahora mejor el papel
desempeñado por Vitiza, los oprobios que suscitó y
las alabanzas que le dirigen los autores andaluces y
bereberes. Para atajar la marea que rompía
peligrosamente, había tomado el rey medidas que si bien
no favorecían acaso la poligamia como le han acusado sus
adversarios, por lo menos la reconocían como una realidad
existente en la nación. Sea lo que fuere, un hecho
destaca con evidencia: La poligamia musulmana no ha
surgido en España por arte de magia; era la consecuencia
de una larga tradición anterior. Si no sabemos a ciencia
cierta los tenores de la legislación de Vitiza, se puede
afirmar sin grandes temores de equivocación que no estaba
en contradicción ni con las costumbres populares, ni con
el contexto histórico.
¿Ha
favorecido el arrianismo la poligamia? ¿La ha predicado o
simplemente la ha aceptado por ser una costumbre
tradicional? Esto es muy importante porque de saberlo podríamos
comprender mejor las relaciones que se establecieron entre
parte de la sociedad y
unos conceptos religiosos que se expandían en
aquellos años como en una explosión. Mas no podemos
contestar a la pregunta, porque ignoramos todo acerca del
arrianismo y por consiguiente de su evolución a lo largo
de los siglos. Hay que advertir, sin embargo, la gravedad
de las acusaciones hechas por los cronistas latinos: No sólo
había reconocido Vitiza la poligamia en la sociedad
hispana, había involucrado en su legislación a la gens
eclesiástica. Así lograba su propósito mayor
alcance. Lo confesaba el propio autor de la crónica de
Alfonso III. Una parte del clero se había sometido al
ejercicio poligámico. Esto había sido causa de la
perdición de España; y no estaba equivocado el cronista
pues demostraba que una parte del clero ortodoxo había
sido atraído por las ideas revolucionarias en gestación328.
Los
acontecimientos posteriores, la súbita mutación de la
sociedad hispana de monógama en polígama, incomprensible
para la historia clásica, se volvía inteligible. No había
tenido la población hispana en un lento proceso de
arabización que realizar un esfuerzo descomunal como un
salto en el vacío; lo que en el caso contrario lo hubiera
sido la aparición de un nuevo estatuto familiar. No
experimentaba por consiguiente repugnancia alguna en
admitir la poligamia, propagada por el Islam. No implicaba
el Corán ninguna innovación fundamental, siempre
peligrosa cuando viene a modificar las costumbres de una
sociedad. Confirmaba el derecho musulmán una tradición.
El
proceso de arabización y los marcos naturales
Según
la historia clásica tan rápidamente había sido
arabizada la Península Ibérica como en el teatro un
cambio de decoración. Sabemos ahora que no ha sido así.
Han necesitado mucho tiempo el idioma árabe y
el Corán para arraigar en las poblaciones. Podemos
apreciar con testimonios contemporáneos la situación
lingüística existente en Andalucía a mediados del siglo
IX. En líneas generales, los mayores hablaban mal el árabe,
como Nazar, el primer ministro de Abd al Ramán II; así
nos lo afirman San Eulogio y otros autores. En contraste,
las nuevas~ generaciones ciudadanas, según Alvaro, lo
manejan a la perfección y se entusiasman con su
literatura. Se expresaba el pueblo, sobre todo la gente
del campo, en un bajo latín, el romance, que constituye
la base del futuro español.. Pruebas suficientes nos enseñan
que los musulmanes del X y del XI lo practicaban aún. Abd
al Ramán III, el mis poderoso de los emires y de los
califas, lo empleaba corrientemente como lo ha demostrado
LeviProvençal en su Historía
de los musulmanes de España. En el XI lo hablaba gran
parte de la población cordobesa329.
Por
la política de Abd al Ramán II y por la intensificación
de las relaciones con el Oriente musulmán, se acentuó el
proceso de arabización y
los esplendores de la civilización árabe llegaron a
ser deslumbrantes. Se volvió la idea irresistible. Los
hispanos, cristianos y musulmanes, llevan nombres patronímicos
árabes y para realzar el prestigio de sus familias se
forjan los poderosos genealogías que les entroncan ¡con
las tribus de Arabia! Es una manía que ha padecido España
—acaso también otras naciones— según las seducciones
de la moda. Existía ya en la época romana en que los
hijos de los nuevos ricos buscaban combinaciones para
emparentar con las grandes familias del Lado. En tiempos
de los godos y más tarde llevan las gentes llamadas bien
apellidos germánicos. Lo mismo ocurría en las Galias en
los días de Carlomagno. En el siglo XVII son expuestas
las fábulas heráldicas por gente sesuda y tragadas sin
rubor. Han dado muestras increíbles de su ingenio los
reyes de armas para fabricar en honor de sus clientes árboles
de sus antepasados que les hacían descender de los
personajes más fantásticos, a gusto del consumidor. Los
desheredados de la fortuna, incapaces de vincularse con
Pelayo, Cristo o Nabucodonosor, tenían el recurso de
engancharse con algún hijo de Túbal, el cual en tiempos
remotísimos, no se sabe cómo ni por qué, había
conquistado y poblado la Montaña de la que descendía
cualquier hidalgo por modesto que fuera.
La
presión de la moda era tan poderosa que no poseía una
ascendencia judía un carácter peyorativo. Clarísimo era
el caso. Había que rechazar el entronque con los
israelitas que eran culpables de deicidio; pero no con los
anteriores a los tiempos de Jesús. Peñalosa, un fraile
erudito del siglo XVII, asegura que semejante parentesco
era una dicha pues no eran idólatras estos antepasados,
como los romanos y otras gentes menudas, sino monoteístas.
De ahí venía una superioridad heráldica330.
En una palabra, en los siglos IX y X cualquier personaje
importante puede demostrar una ascendencia árabe
entroncando con cualquier tribu hambrienta del desierto.
Tan sólo se impone un requlsito. No empeñarse en querer
emparentar con el Profeta, pues no es prudente competir
con los Omeyas cordobeses, quienes madrugaron y se
hicieron con las mejores localidades. ¿Para qué
entristecerse? Siempre es posible reivindicar un lazo
familiar con Adán o con su nieto el padre Abraham331.
Así
se explica cómo los jefes unitarios en las guerras del
VIII llevan apellidos árabes. Interviene de una parte la
imposición heráldica en todo su apogeo cuando escriben
los cronistas árabes y también su ignorancia del latín.
Convierten con mayor o menor acierto sus apellidos latinos
en arábigos. Se descubre la transposición cuando
conocemos ambos apellidos gracias a los cronistas de ambos
bandos. Así, don Opas es llamado Ebba en Ajbar
Machmua; Ona en Pato
al Andaluci. Julián se transforma en Yulian, Bailan,
Iliam, liban, en las crónicas escritas en árabe332.
Pero, como después de 711 son mudas las cristianas
acaecidas de lo ocurrido en fechas posteriores, la
reconstitución de los nombres latinos de los unitarios
que se han distinguido en los acontecimientos se convierte
en una enigma. ¿Cuál es la verdadera personalidad que se
esconde tras el apellido altisonante de Abd al Ramán ibn
Alá el Gafeki, el vencido por Carlos Martel?
Más
tarde,
cuando aumentan las noticias gradas a una mayor abundancia
de textos, descubrimos que los mayores escritores
andaluces musulmanes llevan nombres árabes, como en el
siglo XI Ibn Hayán, Ibn Haz, lbn Pascual. El apellido de
este último a nadie engaña. Pero sabemos también que
los cristianos que viven en tierra del Islam llevan
apellidos arábigos. Juan Hispalense, el obispo, se llama
Said Almatran. Recemonde se convierte en Rabi ibn Said. ¿Quién
sin ser avisado sospecharía que Rabi ibn Sahib esconde la
personalidad de un obispo que en el siglo X desempeñaba
misiones diplomáticas al servicio de Abd al Ramán III?
Más
aún. Hay cristianos que viven en el norte, en el reino de
León, independiente de los emires y de los califas, que
llevan apellidos árabes. Gómez Moreno ha coleccionado
centenares en los cartularios de los siglos IX y X,
redactados en latín. No son burgueses, ni gentes del
pueblo, los alcanzados por la moda. Pertenecen a la
aristocracia palatina y eclesiástica. Ha contado este
autor más de cien llevados por personas que tienen una
autoridad religiosa, entre los cuales se distinguen
dieciocho abates y dos abadesas. Entre los cortesanos
apunta diez jueces, cinco alguaciles, dos o tres
mensajeros reales, un tesorero, un conde, dos apoderados
del monarca, un jefe militar, etc. Varios centenares de
apellidos corresponden a propietarios o a testigos que
firman actas. Un sacerdote de León, llamado Froila,
escribe el suyo con caracteres arábigos333.
Por todo lo cual se deduce una conclusión: Como el número
de los verdaderos árabes que han llegado a España ha
sido muy corto, probablemente menor que el de los monjes
franceses de Cluny, se puede advertir que salvo
excepciones contadas y determinadas por el contexto, los
apellidos árabes que se hallan en los manuscritos de esta
época se refieren a gentes de estirpe hispana. La expansión
de la civilización árabe era pues función de los
instrumentos de su propagación. El proselitismo animado
por los mercaderes, el establecimiento de relaciones
intelectuales, la difusión de libros, su lectura y
asimilación, la predicación de los «profetas», el
reconocimiento del prestigio de los nuevos conceptos, podían
solamente con el paso de los años alcanzar su objetivo.
Así se explica la lentitud del proceso de arabización,
como también su expansión geográfica. Si hubiera sido
invadida la península por ejércitos que hubieran
atravesado el Estrecho, hubieran conquistado el valle del
Guadalquivir, Extremadura, el sur de la Meseta. Por ser
las más antiguas arabizadas hubieran mantenido estas
regiones una mayor sedimentación de conceptos arábigos.
Se reconocerían sus testimonios en nuestros días.
No
es así. Por una parte, la guerra civil se ha prolongado
mucho más tiempo en Africa del Norte que en la península,
pues los efectos de la pulsación han sido allí mucho más
largos y agudos. Y por otra parte, están de acuerdo los
autores en que los conceptos orientales han desempeñado
en España el papel de un fermento que ha removido un
fondo autóctono profundamente romanizado. Es la
civilización del Lacio en estrecha simbiosis con el genio
local la que se descubre en los grandes monumentos arqueológicos
de la España del sur, en el arco de herradura, en los
patios recuerdos del atrium,
en el genio de sus escritores, en la fachada de sus
ciudades y en la fisionomía y estilo de sus habitantes;
idiosincrasia que se ha mantenido hasta nuestros días.
Por razón de su lejanía la influencia del medio mediterráneo
es escasa. Cuando analiza el historiador los diferentes
estratos de sus niveles arqueológicos, recibe una fuerte
impresión, pues el fenómeno de pseudomosfosis descrito
por Spengler se distingue con claridad suma334.
Al contrario, el litoral mediterráneo sobre todo
desde el cabo de la Nao hasta el Estrecho, posee un carácter
particular que destaca sobre las otras regiones
peninsulares. En un marco natural propio del Mare Nostrum
que ha modelado su paisaje y los rasgos somáticos de sus
habitantes, se discierne un mayor impacto de la tradición
semita y musulmana. Cierto, ha sido atenuado en el curso
de los tiempos por otras aportaciones culturales, pero es
posible aún reconocer en algunos lugares una mayor acción
de fermentos orientales. Tanto más que las ideas se
imbricaban con la geografía de una manera espontánea, de
acuerdo con los mismos principios según los cuales las
relaciones entre el marco natural y ciertos elementos
culturales se habían fundido en sus tierras de origen,
permitiendo de este modo la génesis y desarrollo de la
civilización árabe. Mas no habían llegado del sur, del
Estrecho de Gibraltar, los nuevos conceptos; habían
arribado del mar impulsados por el Levante.
Habían
aportado los barcos lentamente, pero de modo Continuo, los
elementos energéticos de una nueva cultura. La semilla
diseminada un poco al azar, como si hubiera sido llevada
por el viento, había acabado por germinar en esta región
en que el marco geográfico y el ambiente religioso le
eran favorables. De aquí se había difundido por el sur y
por el nordeste de la península. No podemos contar la
historia de su expansión; nos basta con mencionar el
papel desempeñado por el puerto de Almería que llegó a
ser el más importante en la Alta Edad Media del Mediterráneo
occidental. No eran solas las ideas en franquear el mar.
Transportaban los barcos en sus bodegas unas mercaderías
muy especiales. Con los viajeros llegaban también
elementos botánicos y zoológicos que iban a transformar
el paisaje de toda esta región y por su impacto modificar
profundamente su economía. Desde fines del siglo VIII se
habían encalmado los efectos de la pulsación. En la
Meseta, el marco natural existente sobre el basamento ibérico
no había sufrido grandes modificaciones. No ocurría lo
mismo en la Andalucía meridional y en el valle del Ebro.
Se podía apreciar en estos lugares la acentuación del
clima mediterráneo caracterizado por la falta de lluvias
estivales. Parte de la Tarraconense empezaba a adquirir
una facies árida. No había sufrido graves alteraciones
el litoral, salvo la región de Almería en donde se
notaba el proceso de aridez al escasear más y más el
paso de las depresiones por el Estrecho de Gibraltar.
Apunta entonces un fenómeno, natural y humano. Pronto
adquirió una importancia extraordinaria para el porvenir.
Se trata de la readaptación de los cultivos en razón de
las nuevas circunstancias climáticas.
Con
mayor calor y una mayor escasez de pluviosidad, plantas de
origen indostánico se habían poco a poco aclimatado en
lugares privilegiados de Asia occidental. Después de
haber franqueado el valle del Indo, había progresado su
cultivo hasta alcanzar las partes balas del Irán y las
regiones del Creciente Fértil. Pronto dieron un salto y
aparecieron a orillas del Mediterráneo. Árboles, como la
morera blanca, el naranjo, el limonero, el granado, etc.,
plantas como la caña de azúcar y el algodonero, también
fueron introducidos en lugares apropiados de la cuenca
occidental. Trajeron semillas los viajeros a España ¿desde
Sicilia o desde Berbería? Es difícil afirmarlo, porque
dadas las relaciones constantes de Levante con Bizancio
pudieron también llegar del Bósforo. Sea lo que fuere,
estaban perfectamente aclimatadas en el siglo IX y tan
arraigada su producción en la sociedad que era de suponer
su anterior llegada a las costas españolas. La mayoría
de estos cultivos poseían un carácter lujoso o de
agrado. En los tiempos modernos se han convertido los
agrios en objeto de exportación. Antaño dado el estado
de las comunicaciones se consumían en los mismos lugares
en que se cultivaban. No obstante, existían otras
especies que permitían el desarrollo de una nueva
industria y el auge de un comercio de exportación. Los
productos obtenidos más importantes eran el algodón, el
azúcar y la seda.
Estos
dos últimos eran ignorados de los romanos en los días de
la República. Empezaron en los del Imperio a importar
tejidos de seda de China, vía el Irán. En aquel entonces
se empleaba tan sólo el azúcar como producto farmacéutico.
Para suavizar el gusto de los alimentos se mezclaba miel
con agua, costumbre que se ha mantenido en Occidente hasta
el siglo XVIII en que empezaron a llegar dc las Antillas
cargamentos que hicieron popular el azúcar de caña.
Desde la aparición de esta planta en España y en
Marruecos perdió el azúcar su carácter exótico. mas
por su producción reducida y la carestía de los
transportes se vendía en Europa a alto precio. Ocurría
lo mismo con la seda. Hasta el siglo VI han ignorado los
hispanos su industria. Como se sabe, depende tal industria
del cultivo de la morera blanca que produce las hojas
aptas para alimentar los gusanos. Según relaciones
antiguas, habían traído monjes nestorianos de China al Bósforo
gusanos de seda escondidos en las cañas de bambú que les
servían de cayado en su largo viaje. Pues estaba
prohibida la exportación del Celeste Imperio de estos
diminutos artífices. Ahora bien, si de antemano no
hubiera elevado la pulsación la temperatura de estos
lugares y permitido el cultivo de la morera blanca,
hubieran muerto los gusanos a su llegada a Occidente. No
hubiera podido prosperar la industria sedera como sucedió
en los tiempos de Justiniano. Hombres industriosos
introdujeron acaso durante su dominio por los bizantinos
la industria sedera en Andalucía, con capitales y con técnicos.
Difícil es precisar con testimonios la fecha exacta de su
implantación en Levante y en la España del sur. Es muy
probable que la técnica sérica y otras artes
industriales hayan hecho su aparición en la península en
los días de esta expansión bizantina. Se cita un texto
de San Isidoro según el cual se hacían en su tiempo
casullas de seda para la celebración de la misa335.
No existe, salvo error, noticia que se refiera a la seda
en los textos escasísimos del siglo VIII. En el IX nos
habla de ella Alvaro en su Indiculus
refiriéndose a las delicias que amenazan corromper a
la minoría cristiana de Córdoba, subyugada por los
esplendores del renacimiento económico y musulmán.
«Mientras
que deleitándonos con los versos y las novelas de los árabes,
no tenemos re/raro en servirles y obedecerles por malvados
que sean, y así pasamos la vida del siglo, y hartamos
nuestros cuerpos, y amontonamos bienes con un servicio ilícito
y un ministerio execrable; y con afanosa previsión
acaparamos ,bara largo tiempo, para nosotros, para
nuestros hilos y nietos, seda, perfumes, opulencia, y
esplendor en los vestidos y demás alhajas...»
Se
desprende que en aquel tiempo era la seda un artículo de
uso frecuente336.
los
orígenes de los cultivos de la caña de azúcar y del
algodón son también muy oscuros. Su procedencia y
desarrollo debieron ser paralelos a la industria sérica
implantada en nuestras tierras por los bizantinos; su
causa similar, producida por la pulsación climática.
Desde la mitad del siglo IX renace la España del sur a
nueva vida. Una savia importante, anteriormente
desconocida, da una enorme expansión a su economía. Se
convierte Andalucía en un emporio de riquezas. acaso el más
importante en Occidente, comparable al que existía en
Constantinopla o en Bagdad. Cuaja de este modo uno de los
principales centros de la civilización árabe: la cultura
arábigo-andaluza.
En
el siglo IX aparecen los primeros signos materiales de
este esplendor. Aquí está el testimonio de un testigo
que no resulta sospechoso de ser favorable al poder
constituido: San Eulogio. Refiriéndose a Córdoba bajo el
reinado de Abd al Ramán II, escribe:
«En
verdad ha ascendido a las más altas cumbres la ciudad de
Córdoba, antaño llamada patricia, ahora real por el
hecho de su presencia. La ha enriquecido can ornamentos,
ha extendido su nombradía, ha acumulado en ella riquezas
y con tenacidad ha reunido con abundancia todas las
delicias del mundo. Más de lo que es creíble; pero esto
es exacto. De lcd suerte que en el curso del siglo ha
sobresalido, ha excedido, domina con toda clase de
magnificencia a los reyes anteriores de su familia»337.
A
pesar de las dificultades con que se tropieza cuando se
desea estudiar la economía de los tiempos antiguos,
debido a la escasez cuando no a la inexistencia de una
documentación adecuada, es posible sin embargo esbozar un
esquema, escueto por estas razones. Han admitido los
autores latinos que eran la Bética y Extremadura en la época
romana uno de los graneros del Imperio. Vendían a la Urbs
su trigo, su aceite, sus conservas de atún, sus
aceitunas, sus lanas... Mas, si se pone aparte su
metalurgia —la del cobre y del bronce con la explotación
de los metales preciosos— no poseían estas provincias
una industria de recambio para suplir a la que acabamos de
apuntar, cuando por el agotamiento de los filones o por
otras razones se paralizó su explotación. Se acentuó la
crisis cuando a fines del siglo III empezó a faltar el
carbón de leña para reducir las piritas, debido a la
tala de los bosques, proceso acelerado por la pulsación338.
Así se explica que desde el fin del Imperio y en los
tiempos godos la economía de la mayor parte de España,
como ocurría también en los demás lugares de Occidente,
fuera estrictamente agrícola.
Hemos
anteriormente conocido los efectos de la pulsación sobre
la agricultura del país. Produjo la sequía una crisis
gravísima y el hambre redujo su población. Pero en el
siglo IX la situación mejoró de manera ostensible.
Atemperadas las rivalidades provinciales, con la unión
volvieron los circuitos económicos a dar vida a las
regiones y a reanimar el bienestar de las ciudades. Mas la
economía seguía siendo agrícola. Un mayor rendimiento
de las cosechas, más importantes de lo que se pudiera
suponer por la existencia de una mayor acumulación de
humus en las tierras de pan llevar, no era, sin embargo,
suficiente para ser la base de un auge extraordinario.
Faltaba un excedente de exportación que permitiera un
intercambio comercial de importancia. Ahora bien, como
consta el hecho de modo indiscutible, se impone la
suposición de tales prácticas mercantiles- Pues el
testimonio que hemos aportado de San Eulogio no puede
menospreciarse ni por hipérbole, ni por supuestos loores
cortesanos o agradecidos. Era el cordobés un enemigo
encarnizado del poder musulmán. Si sus palabras no
reflejan la estricta verdad, no está el desfase en un
exceso, sino al contrario en un mínimo.
Puede
fácilmente explicarse esta repentina exuberancia de la
economía de la España levantina y del Sur, con los
conocimientos que acabamos de exponer. Sobre la base de
una agricultura próspera y poderosa, se desarrolla una
industria nueva con alcances internacionales: la tejeduría
de paños de seda o de algodón, que complementaba La
tradicional de tejidos de lana, la producción de azúcar
y demás artes industriales paralelas por ser oriundas de
Oriente, como las del papel, de la cerámica, del vidrio,
del cuero, de las armas damasquinadas, de los libros y de
sus encuadernaciones, del esmalte, de marfil, etc. Se
formaba así un excedente de productos que se exportaban
al mundo entonces conocido.
Es
posible y probable que estas artes industriales, como
otros conocimientos artísticos y arquitectónicos, hayan
sido introducidos en España por los bizantinos en tiempos
de Justiniano. Pero con la revolución islámica en
Oriente, que había favorecido la empresa de Sisebuto y de
Suintila, las relaciones comerciales con aquellos países
alcanzaron posteriormente otro carácter- Con la paz
impuesta por los unitarios se incrementaron las relaciones
de todo género con las antiguas provincias de Bizancio,
ahora islamizadas. Desembarcaron en la península como dos
siglos antes viajeros, mercaderes, capitales y técnicos.
Como en la época romana volvía la Península Ibérica
por sus dimensiones a constituir un mercado amplio e
importante. La llegada de estos nuevos orientales tuvo que
impresionar a los hispanos, no sólo por sus riquezas y
los alardes de su técnica industrial, sino también por
la literatura de su idioma, por la fe tan parecida a la
del unitarismo lugareño y por el auge e irradiación que
produce la supremacía de una cultura superior, la más
importante por la decadencia de Bizancio en toda la Edad
Media. Con el prestigio que les daba la superioridad de lo
que traían pero también la de los productos que salían
de los talleres por ellos construidos —recuérdese la
tosquedad y pobreza de las artes que habían aportado los
visigodos— no puede dudarse de la importancia de estas
circunstancias en la propagación en torno suyo del Islam
y de la civilización árabe. Una vez puesto en marcha el
movimiento, se prosiguió su desarrollo por obra y virtud
de la energía creadora de las nuevas ideas-fuerza.
Ignacio
Olagüe: Las pulsaciones climáticas y la sequía en
los Pirineos.Ibid.
Lafuente
Alcántara: Ibid.,
p. 67.
Existe
un antecedente: el paso del Estrecho por los vándalos
hacia Africa, operación dirigida y llevada a cabo por
la gente marinera de Cádiz, según sugestión de
Gauthier en su obra: Gensénic.
En este caso estaba dirigida y controlada por españoles.
Hoy
día Santaella, villa de la provincia de Córdoba, según
ciertos auto. res. Es posible que hubiera antaño una
ciudad de este nombre en el norte de Marruecos.
Lafuente
Alcántara: Ibid.,
p. 67.
Ha
sido Suintila, en 625, después de la expulsión de
los bizantinos, el primer monarca visigodo que haya
gobernado la totalidad de la península, salvo el País
Vasco.
Según
Ajbar Machmua, se
llamaba Shaquía iba Abd al Valid. Era maestro de
escuela en Santanver, ciudad situada al sureste de
Guadalajara, hoy día desaparecida. El también había
convencido a sus compatriotas de su ascendencia sacra.
Había guerreado en contra de Abd al Ransán durante
nueve años. Si son ciertos estos datos, no encajan
muy bien con la enseñanza de la historia oficial,
pues existían por estas fechas varios Omeyas en España;
de suerte que el éxito final del Emigrado había sido
debido más a su genio militar que a su ascendencia mágica.
La
continuidad de estos caracteres fisiológicos en los
descendientes de Abd al Ramán ha llamado la atención
de los historiadores musulmanes andaluces. Algunos
autores han querido explicar los rasgos físicos del
Emir apoyándose en una tradición según la cual su
madre era bereber. La explicación no es convincente;
en primer lugar porque no sabemos si el hecho es
cierto, y en segundo lugar porque los bereberes no
pertenecen al tipo germano. Es cierto que existen en
el desierto del Sahara tribus tuaregs que lo poseen y
que pudiera haber habido un mestizaje entre la familia
de la madre del Emigrado y una ascendencia sahariana,
pero aun en este caso el hecho es imposible. Nuestros
actuales conocimientos en genética son terminantes:
Morgan y su escuela han estudiado la herencia de los
ojos y la aplicación de las leyes de Mendel a las «poblaciones>
ha demostrado su exactitud. En nuestros días, ha
aislado la genética en la especie humana caracteres
que son dominantes y otros que son recesivos: la nariz
convexa sobre la recta, las ventanas anchas sobre las
estrechas, etc. Los ojos negros son dominantes sobre
los azules que son recesivos. De tal suerte, «que
siendo dominado el gen de los ojos azules por el gen
de los ojos negros, sabemos con certeza que un
individuo con ojos azules no puede llevar en su cuerpo
el gen de los ojos negros>. Juan Rostand: El
hombre (cap. Las
leyes de la herencia). En el tipo semita el gen de
los ojos negros es dominante; en el germano lo es el
gen de los ojos azules. Para que tuviera el Emigrado
los ojos azules siendo Omeya, su padre debía tener el
gen de los ojos azules recesivo y el de su madre
dominante; es decir, ambos hubieran de haber sido
mestizos; lo que no es imposible, pero improbable en
alto grado. Ahora bien, era ya inimaginable que además
de esta grandísima anomalía, el hijo de un semita y
de una bereber tuviera, por si fuera poco, la piel
clara y el pelo rojizo, es decir, otros caracteres
germanos. El Emigrado no descendía de los Omeyas; lo
que confirma el contexto histórico. Desterrado el
mito de la invasión arábiga en España, ¿qué
diablos venía a hacer en España? Así se explica el
enorme esfuerzo que tuvo que emprender para asentar su
autoridad. Por otra parte, consta que los caracteres
germanos del Emir han sido reforzados en su
descendencia por numerosos matrimonios con navarras.
Han sido tan numerosos en esta familia que está uno
tentado de explicarlo por una tradición que demostraría
la verdadera ascendencia del fundador de la dinastía.
No hemos sido los únicos en pensarlo. Esto dice Ibn
Hazm, escritor cordobés del siglo xi acerca de esta
familia: «Lo
que no sé, si su gusto (el de los Omeyas) por
las rubias era una preferencia connatural en todos
ellos, o una tradición que tenían de sus mayores y
que ellos siguieron>. En El
collar de la paloma, p. 130, edición y traducción
de Emilio García Gómez.
Estos
adjetivos se mantienen en los escritores posteriores
que escriben en árabe, sean andaluces o bereberes,
los cuales contrariamente a los cristianos de su
tiempo conservan la tradición de la guerra civil: así,
Ajbar Mach. mua
llama a los suyos «la
gente de España> y a los trinitarios «politeístas>.
Esto aún en el siglo xi. En los Anales
Palatinos del Califa de Córdoba Al Hakam II,
escritas por Isa iba Alunad al Razi CH.: 370.364,
J.C.: 971-975), que ha insertado Iba Hayán en su Muqtabi.s,
se describe el ataque realizado contra la línea
del Duero por los cristianos mandados por el rey de León
y por el de Navarra. Pusieron cerco a la fortaleza de
Gomaz. Esto ocurrió en abril de 975. Es el Moro Rasis
contemporáneo de los acontecimientos y en la guerra
que se emprende distingue bien el historiador los dos
bandos: No los califica de cristianos y de árabes, ni
tampoco llama a los cristianos: hispanos o españoles,
como lo hace con la gente de más allá de los
Pirineos que deno. mina: francos. Divide a los
combatientes en politeístas y en musulmanes. Nosotros
afinando llamamos a los politeístas: trinitarios. «El
ejército de los enemigos politeístas (iDios los haga
perecer!) compuesto por gran número de gallegos,
vascones y gentes de Castilla y de
Pamplona habla acampado junto al castillo de Gomaz en
la frontera de Medinaceli... El 17 de abril de 975
presentaron combate a la guarnición musulmana del
castillo (Dios los asísta), la cual salió al campo,
riñó con ellos encarnizadamente, mató a buen número
de infieles... A la mañana siguiente volvieron a la
carga con mayor ardor y derrotaron a los politeístas>
(Traducción de Emilio García Gómez. Sociedad de
Estudios y Publicaciones, Madrid, 1967.) La designación
de los dos bandos en politeístas y en musulmanes se
repite a lo largo de las noticias que nos transmite el
texto.
La
palabra «sarraceno> es de origen griego. Se la
encuentra por vez primera, según se nos asegura, en
un tratado de Dioscórides de Anazarbe (siglo i de la
era cristiana). Se menciona la resma de un árbol sarrakenicu
de Sarrakané. Según Ptolomeo, este territorio se
encontraba al sur de Judea y autores más modernos lo
sitúan en la península del Sinaí. En los autores más
diversos del iv al vi siglo,
Sozimo, Rufo, Festus, Julián, Amiano, Priscus,
Menandro, Procopio, la palabra sarraceno designa los
pueblos los más diferentes. Con el Islam llaman los
bizantinos sarracenos a los musulmanes y llega a
Occidente esta denominación, en donde adquiere o
acentúa un sentido impreciso y anónimo. Su aparición
tardía en los textos hispanos del fin del ix
demuestra su origen extranjero. Los heréticos españoles
se han convertido en sarracenos, es decir, en
musulmanes vagamente asimilados por la religión a
pueblos orientales.
Bauilicarum
turrea averteret, templarum arcem dirueret et exceLsa
pmnaculorum prostei-neret, quae sigrtorum gestamina
erant ad conventum canonicum quotidie christicolis
innuendum. <Echó abajo las torres de las basílicas,
derribó las fortificaciones de los templos, abatió
las partes más elevadas de los pináculos, los cuales
sostenían las campanas para llamar todos los días a
los cristianos a la regla canónica.> Eulogio:
Apologeticus. Existe en el Museo Arqueológico de Córdoba
una campana de esta época, con una inscripción
indicando que ha sido construida en la era de 913; 875
de la nuestra, dedicada ¿al escritor abate Sansón?
San Isidro de León conserva otra con fecha de 1086. Gómez
Moreno ha estudiado estos objetos de bronce en su obra
Iglesias mozárabes, t. 1, pp. 384 y as., Madrid,
1919. En la lámina LXXVIII del tomo segundo,
reproduce un dibujo de la torre del Monasterio de San
Salvador de Távara, extraída del códex del Beatus
Tavarense (970), en donde un campanero pone en
movimiento una campana con cuerdas. (Archivo Histórico
Nacional. V. 35, a.’ 257.)
Eran
estas iglesias San Acisclo, San Zoilo, de los Tres Mártires,
San Cipriano, San Gules, Santa Eulalia y de la Virgen
Maria. Enumera también Eulogio los siguientes
monasterios: San Cristóbal, San Cosme y Damián, San
Félix, San Martín, San Justo y San Pastor, San
Salvador y Peáamelaria, Cuterclarense, Tabanenses,
Aranelos y Ausinianos, que se hallaban en los
alrededores de Córdoba.
Se
deduce esta situación de una frase de Alvaro Cordobés
en el párrafo 5 de su biografía del confesor Juan,
texto que ya había llamado la atención del padre Flórez.
Su héroe es un mercader acusado por el juez de
emplear de modo indebido el nombre de Mahoma. En
realidad, lo hacía por burla: Perviderts
nostrum pro phetam semper ejus nomen in deri.sionem
frequentase; en apariencia para que le escuchasen
los que ignoraban que era cristiano: auribus
te ignoran.tibus cri.stianum esse. De donde
concluye Flórez que los cristianos y los musulmanes
llevaban todos el mismo traje, pues en el caso
contrario nadie hubiera ignorado que Juan era
cristiano. Llevaban también los judíos el mismo
traje que los cristianos y los musulmanes. Hacia el
fin de su reinado, en 1198, es decir, cuando arreciaba
la contrarreforma musulmana, Abu Yusuf ordenó a los
judíos del Magreb que llevaran una distinta
indumentaria (Georges Marçais: Ibid.,
p. 269). Ocurría lo mismo con las mujeres. Las
cristianas cuya religión no era conocida, iban a la
iglesia con la cara recubierta de un velo; las demás
con la cara descubierta. Esta situación se prolongó
mucho tiempo, pues en 1215 el IV Concilio de Letrán
hace a ello referencia en sus cánones 67-70: «En
los países en donde los cristianos no se distinguen
de los judíos y de los sarracenos se han establecido
relaciones entre cristianos y judíos y
viceversa...> Esta uniformidad en el vestir de
la población que ha durado varios siglos por lo menos
en España demuestra que no se había dado la invasión
de un pueblo extraño y exótico, pues en este caso se
hubieran distinguido los árabes por su vestimenta.
Las
actas de este concilio han sido publicadas por el
padre FIórez en el tomo XV de su España
sagrada.
Ya
el Canon LX del Concilio de Elvira había condenado
estas violencias. Ver el texto en la nota 227.
Bréhier:
Ibid., t. III, p. 462.
Marçais: Ibid.,
pp. 70.72.
Asín
Palacios: Aben
Masara y su escuela, p. 21.
Texto
de Menéndez y Pelayo en su Historia de los
heterodoxos españoles, t. II, p. 208: «Según el
extranjero autor de esta crónica, Vitiza (y esto es
creíble) mantuvo un verdadero serrallo de concubinas,
y pasando de la práctica a la teoría, sancionó con
una ley la poligamia, extendiéndola a todos sus
vasallos, legos y eclesiásticos>.
He
aquí el texto de la crónica de Moissac según la
edición de Pertz: His temporibus in Spania super
Gothos regnabat JVitiza, qui regnavit annis VII es
menses III. Iste ¿editas ín Jemini.s, exernplo suo
sacerdotes ac populum (uxuriose se vivere docuit,
irritans furorem Domini. Sarraceni
tunc in Spania ingrediuntur. Gothi super se Rudericum
regem constituunt. Rudericu.s rex cum magno exerdtu
Gothorum Sarraceni.s obviam it in proelio; sed initio
proelio, Gothi debellati sunt a Sarracenis, sicque
regnum Gothorum in Spania finitur, eS mira duos annos
Sarraceni pene totarn Spaniam subjiciunt.
Edición
de Flórez: España
sagrada, t. XIII. p. 478.
Esta
constitución de la familia ha debido de presentar
caracteres diferentes según las regiones y los
cultivos del campo. Se ha dicho que la poliandria se
había impuesto en los tiempos primitivos en los
lugares norteños. Se ha mencionado el papel que
desempeña en la familia vasca el ama de casa, la echecoandre,
habiéndose extendido este pueblo y sus
instituciones largamente por una gran parte de la península.
Pero también dicen los conocedores de la familia polígama
que la primera mujer del marido y por consiguiente la
mayor, es la que en realidad gobierna la familia, si
no el lecho del varón. Sea lo que sea, en un caso
como en el otro, es indudable que el papel desempeñado
por la mujer en la sociedad española ha sido siempre
muy importante y en cualquier tiempo de su historia.
Como
todos los semitas eran los judíos polígamos. Basta
con leer la Biblia para convencerse de ello. El primer
cristiano que se ha opuesto contra estas costumbres ha
sido Justino (siglo u).
«Si pues os halldi.s perturbados por las enseñanzas
de los profetas y por las de Jesús mismo, vale má.s
que sigáis a Dios que a vuestros doctores
ininteligentes y ciegos; ellos son los que os permiten
tener cada uno cuatro y cinco
mujeres.> En Diálogo
de San Ju.sti. no, filósofo y mártir con el judío
Triphon, 134. Seguimos la edición del padre
Harninan. Este especialista comenta: Dieciocho
mujeres le está permitido tener al rey por la Misma (el
código civil judío~ de la época de Cristo), cuatro
o cinco al simple particular. Durante mucho tiempo se
mantuvo en aso la poligamia entre el pueblo judío>,
p. 339, Editions de Paris, 1958.
L.
Poliakof: Histoire
de l’antisemitisme, t. II. p. 133, Calman Levy,
París. Después de haber dado el ejemplo del más
ilustre talmudista hispano, Hasdai Crescas que tenía
dos mujeres, prosigue Poliakof: «Estaba autorizado el
concubinato y distinguieron los rabinos dos clases de
concubinato: la «hachukan>,
la deseada, concubina libre, y la «pilgechet>,
la «amante> a la que el novio está ligado por
una promesa de esponsales>. Por miedo al
proselitismo judío demuestran los obispos en las
actas conciliares un recelo morboso ante todo aquello
que de lejos o de cerca recuerde las tradiciones del
pueblo judío. El de Elvira da la pauta de esta
desconfianza casi enfermiza: canon LXI: Si
alguien después de la muerte de su mujer se casare
con la hermana de aquélla y ésta fuera cristiana,
tenemos por bien que se abstenga de la comunión
durante cinco años. A no ser que una grave enfermedad
obligase a administrársela antes. Este recelo que
se puede comprobar en las actas de los concilios visigóticos
muestra la existencia de una competencia en estos
tiempos entre los dos cultos.
Menéndez
y Pelayo: Heterodoxos,
t. III, p. 15.
Cita
anterior de la crónica de Alfonso III y nota 323.
«En
lo que concierne a los analistas de Córdoba, no debe
olvidarse que la gran mayoría no eran de origen árabe,
sino hispano. Era el árabe su lengua materna, pero
sus abuelos habían hablado el romance y sus amigos y
parientes seguían aún hablándolo. Ibn Haydn era
también de origen español y me parece seguro que lo
hablaba. Dozy:
Recherchers, t. 1, p. 67. En
Córdoba, en el siglo x, «el uso de ia lengua romance
era corriente en todas las clases sociales.
Levi-Provençal: L’Espagne musulmane au X sii~cle,
p. 236, Larose, Paris, 1932. Acerca de la ignorancia
del árabe por parte de Nazar, ver la nota 250 y sus
referencias.
Ver
en particular Peñalosa: Libro
de las cinco excelencias, Pamplona, 1629.
Es
posible que Abd al Raxnán, el Emigrado, o uno de sus
descendientes, haya discurrido buscar un parentesco
con Mahoma para realzar el prestigio de su familia
cerca de los musulmanes que eran en su campo los más
dinámicos y acaso revoltosos. El acto político se
hubiera entonces convertido en una moda imitada por
los palaciegos y grandes del país.
Saavedra:
Ibid., p.
48. Ver también nota 300.
Gómez
Moreno: Iglesias
mozárabes, pp. 105-140 del primer tomo, Madrid,
1919. Este da en este estudio la lista de las palabras
árabes que entonces se han incrustado en el romance
hispánico y más tarde se han convertido en palabras
españolas.
Ver
la manifestación de este fenómeno descubierto por
Spengler, en la sociedad medieval hispana, en nuestra
obra La
decadencia española, t. U capítulo La
revolución islámica.
Así
lo asegura el autor del artículo seda
en la Enciclopedia
Esposa, tomo 54, p. 1.368. No hemos podido
encontrar el texto genuino, cuya obra original no está
indicada, en los múltiples trabajos de Isidoro cuyo
acceso es difícil. En sus Etimologías
describe los gusanos que producen la seda y los
diferentes tejidos que se hacían en su tiempo (lib.
19, cap. XXII, 13 y 14).
Flórez:
España
sagrada, t. XI, p. 273.
Eulogio:
Memoria.le
sanctorum, t. U, p. 457, edición Lorenzana.
Ignacio
Olagiie: La
decadencia española, t. IV, pp. 249 y ss. Hístoire
d’Espagne,
pp.
66.69.
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