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LOS ÁRABES NO INVADIERON JAMÁS LA PENÍNSULA IBÉRICA

«LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA EN OCCIDENTE»

IGNACIO OLAGÜE  

LOS ÁRABES NO INVADIERON JAMÁS ESPAÑA

«LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA EN OCCIDENTE»

IGNACIO OLAGÜE

Capítulo 11

SEGUNDO TIEMPO DE LA CRISIS REVOLUCIONARIA HISPANA

Era imposible que los antiguos cronistas latinos y árabes pudieran comprender la naturaleza de los acontecimientos ocurridos en el siglo VIIi. Los desplazamientos de poblaciones según la situación geográfica de los diversos cuadros naturales. El texto de Pablo Diácono y sus dos interpretaciones.

  • El siglo VIII. El poder provincial se interpone en la guerra civil entre trinitarios y unitarios. Después de treinta años de luchas encarnizadas consigue Abd al Ramán establecer la autoridad del poder central. Con el curso del siglo parece la política dominar el problema religioso.

  • La decadencia del cristianismo. La libertad religiosa de los cristianos. El testimonio de Alvaro de Córdoba. El olvido de la literatura latina ha sido alentado por el clero. Los descubrimientos de Eulogio en la biblioteca de Leyre.

  • La poligamia. Los cánones del enigmático XVIII Concilio de Toledo. El estatuto jurídico de los pueblos autóctonos de la península. La poligamia en los judíos. Ha existido en la Alta Edad Media una situación de hecho que Vitiza ha debido refrendar.

  • El proceso de arabización y los cuadros naturales. La pasión genea. lógica de los españoles. Los apellidos patronímicos árabes. La aceleración del proceso de arabización según las regiones favorecidas por su situación geográfica. El papel particular desempeñado por las regiones del litoral mediterráneo. La aparición de los cultivos del algodón, de la caña de azúcar, de la morera blanca y de la industria de la seda. El desarrollo económico en estas regiones y en Andalucía.

 

En cuanto quiere el historiador establecer la relación de los acontecimientos desde el año 711, fecha de la batalla de Guadalete, en adelante, honestamente tiene que confesar su impotencia. No poseemos ninguna documentación para esclarecer lo que ha ocurrido en la península en la primera parte del siglo VIII. Sencillamente nos consta que los hispanos conmocionados por la crisis revolucionaria han acelerado con sus actos la evolución de las ideas de tal suerte que en estos años decisivos empieza el proceso de arabización ¿el país. Poco a poco quedará asimilado el sincretismo arriano por la doctrina de Mahoma. Lentamente, un nuevo idioma substituirá al latín, el arma del enemigo godo y el episcopal opresor. ¿Cómo se han condensado estos gérmenes fecundos y cómo se han desarrollado? Misterio. Sólo sabemos que el proceso se ha realizado paso a paso y ha requerido para adquirir su completo florecimiento, varios siglos.

Nos es, sin embargo, permitido inducir que el proceso de arabización se ha realizado antes en las clases cultas que la adaptación al Islam; más rápido ha cuajado el movimiento en las ciudades que en las masas rurales. Por lo cual se desprende que fue ¿ latín un obstáculo débil para la propagación de un idioma extranjero, por lo menos en los intelectuales, mientras que el bajo latín hablado por el pueblo se convertía paulatinamente en un romance del cual se desprenderían con el tiempo ramales importantes: el castellano, el gallego, el lemosín... Razones religiosas y políticas, que analizaremos más adelante, eran responsables del desprestigio del latín, mientras que el ambiente perteneciente al sincretismo arriano poseía profundas raíces en el inconsciente colectivo que le daban enorme vitalidad. Se puede afirmar sin grandes riesgos de equivocación que la evolución desde esta base heterodoxa hacia las puras fórmulas de un dogmatismo islámico, ha alcanzado su momento culminante en la segunda parte del siglo Xl con la invasión almorávide y la contrarreforma que impusieron.

Han sido escritas las crónicas latinas del siglo IX por clérigos, generalmente monjes. Vivían en el norte de la península en donde el cristianismo había logrado mantenerse. Eran en aquellos años las más pobres y atrasadas culturalmente. Los textos que escribieron adolecían de las requeridas condiciones intelectuales que deben poseer el escritor y el cronista. Como les ocurre a las beréberes, sólo les interesan las cuestiones regionales. No les cabe la información de temas de mayor envergadura. Estos invasores sarracenos ¿quiénes son? Aparecen en España como caídos del cielo. ¿De dónde han venido? ¿Quién es su rey, su emperador? ¿Cómo han atravesado el Estrecho? ¿Cómo se han apoderado de un territorio tan grande como la península? ¿Por qué no se han defendido mejor los españoles? ¿Cuál es el número de los sarracenos, su organización, su objetivo? Silencio. También alcanza la misma suerte a los españoles, a los que los han llamado, como a los que los padecen. El autor de la crónica de Alfonso III resuelve con diligencia la última papeleta. Sed i~si qui Patriae excidium intuerunt, simul con gente Sarracenorum gladio perierunt. «los mismos que fueron la causa de la ruina de la patria con otras gentes perecieron por el cuchillo de los sarracenos.» Y melancólico da en filosofar el monje con las Escrituras: In vaflum curnt quem iniquita.r precedit. «Para qué sirve correr, si la iniquidad le ha precedIdO.» Incurre el latino en el mismo anacronismo en que mucho más tarde tropezará el bereber. Juzga la época que describe de acuerdo con las circunstancias que dominan en sus valles nórdicos en en el momento en que redacta. No se le alcanza que ciento ochenta años antes estaban divididos sus compatriotas en dos bandos irreductibles. En estas condiciones, sólo el conocimiento de la evolución de las ideas y de las líneas de fuerza consecutivas podía dar un sentido a los vacíos existentes por falta de adecuada documentación. Entonces, algunos hechos espigados en los textos consiguen con esta nueva luz recuperar el sentido que antaño tuvieron.

Parece que la guerra civil de la primera hora, la que oponía los unitarios del partido de los hijos de Vitiza a los trinitarios capitaneados por Roderico, ha sido bastante breve. Esto se deduce del texto de Vigila: mier Guti el Sarraceni fortiter per septem anni.s- bellu.r inter eos discurrit. «Con rabia se ha mantenido por siete años la guerra entre los godos y los sarracenos.» Apreciaremos en el capítulo próximo, cuando estudiemos la formación de la leyenda en los dos bandos, lo que significa esta cronología de siete años. Por ahora, nos basta con indicar la extraña redacción del texto. Interpretándolo a la letra, parecería que no interesaba el conflicto a los españoles, pues no lo eran ni los godos, ni los sarracenos. Era por lo visto un asunto ¡entre extranjeros! Esto demuestra el complejo de inferioridad que corroía a nuestro buen fraile. Incapaz de alcanzar el sentido de la crisis revolucionaria que había trastornado a sus antepasados, no se atrevía a redactar en el pergamino los múltiples incidentes de la vida colectiva cotidiana que forzosamente chocarían a cualquiera que tuviera algo de juicio; pues carecían de sentido con la interpretación dada a los acontecimientos pasados. Como la mentira deliberada tenía un límite, mejor era callar.

A la desgracia de la guerra fratricida se añadieron el hambre, la desnutrición, las epidemias; en una palabra, los maleficios de la pulsación. Como hemos reconstituido la evolución histórica de los cuadros geográficos de las diferentes regiones naturales de la península, podemos ahora deducir cuáles eran las más quebrantadas. Eran las altas planicies meridionales de la Andalucía superior y de la meseta y sobre todo el valle del Ebro303. Con gran probabilidad transformó el proceso dc aridez esta región. Insisten los textos bereberes sobre el hambre que padecieron sus poblaciones. Según el autor de Ajbar Machmua, fueron los años más duros los mediados del siglo VIII: 145 gentes de España, nos dice, disminuyeron de tal suerte que hubieran sido vencidos por los cristianos, si no hubieran estado ellos ¡ambibz preocupados por el hambre304. Observará el lector la expresión empleada por el bereber: las gentes de España en oposición a los cristianos. No los llama árabes. Agotados por el hambre tuvieron que hacer las gentes grandes desplazamientos para buscar alimentos. Se halla un eco de este trasiego en la crónica del monje de Monte Cassino, Pablo Diácono. Escrita en la segunda parte del siglo VIII, según suponen autoridades reconocidas, ha debido de recoger su autor noticias de viajeros franceses probablemente benedictinos que las habrían oído de hermanos en la obediencia, residentes en esta parte del Pirineo.

Eo tempore, gens Sarracenorum iii loco qui Septem dicitut- ex Africa tran.rferentei-, ¡iniversam Hispaniam invaserunt. Deinde per docem øinos cum uxoribus e: pt~rvuIis venientes Aquitaniam .Galliae provinciam quasi babitaturi ingressi sunt.

«En esta época, gente sarracena llegada de Africa por un lugar llamado Ceuta mvadieron el mundo hispánico. Así durante diez años, acompañados por sus esposas e hijos han entrado en Aquitania, provincia de las Galias, para vivir en ella...» (Lib. VII). Reviste este texto una importancia extraordinaria, pues es el más antiguo que se conserva en que se hace referencia a la pretendida invasión.

 

Primera interpretación

Contrariamente a las crónicas posteriores, no constituye la llegada de los sarracenos a España una invasión militar. Nadie sale a campaña arrastrando tras de si a su familia. Podría asimilarse más bien el hecho a los que se desprenden de la ley de Breasted. Perseguidas en sus lugares de origen por el hambre, tribus marroquíes han podido en estos años de miseria venir a España en busca de alimentos. Vagando por los caminos, como actualmente los gitanos, rechazados de las ciudades y de las fortalezas en donde se guardaban en silos reservas de trigo, se habían introducido en el sur de Francia. Disminuidos por la pérdida de mucha gente en sus andanzas, sin esperanza de retomar a su tierra, se habían quedado en el Midi a cubierto de las grandes conmociones producidas por el clima.

 

Segunda interpretación

Por la confusión de las noticias que le han llegado a su lejano monasterio italiano, Pablo Diácono ha mezclado en un solo concepto dos acontecimientos diferentes:

Primero: El paso del Estrecho por los mercenarios de Taric. Acabadas las hostilidades o impagados por sus jefes, se habían diseminado por la península, dando motivo con su presencia abigarrada a la idea de una invasión de España por un pueblo exótico, luego sarraceno, para las gentes que más tarde habían oído campanas.

Segundo:     Un movimiento migratorio de ciertas poblaciones del valle del Ebro. Huyendo del hambre habían buscado refugio al norte de los Pirineos. Con ellos podían haberse entremezclado gentes marroquíes, soldados licenciados sin blanca y demás menesterosos. Así se explicaría el carácter algo exótico, pero familiar, de estos emigrantes probablemente de rasgos morenos.

Según nuestro leal saber y entender, con la prudencia que se impone, nos parece más verosímil esta segunda interpretación. Una emigración demográfica por mar no se explica sin grandes medios. Se concibe mal a la gente marinera embarcando tribus enteras sin una importante remuneración; lo que sería prohibitivo para gentes hambrientas que huían de sus tierras305. Nada se encuentra en las crónicas bereberes que pudiera confirmar la primera interpretación. Ajbar Macbmua nos advierte más bien de lo contrario. Eran los españoles los que habían emigrado a Marruecos en busca de alimentos. «Acentuándose el hambre las gentes de España (sic) fueron a buscar víveres a Tánger, a Asila306 y en el Rif berberisco. Se embarcaban en un río que se halla en el distrito de Sidonia, llamado río Barbate307.

Se refiere el autor bereber a la segunda crisis de mitad del siglo VIII, no a la que tuvo lugar a la muerte de Vitiza. Sea lo que fuere, no cabe duda por todas estas referencias de que hubo en aquel tiempo importantes movimientos de población. En la masa de los hambrientos destacarían marroquíes o gentes de color más acentuado que las del norte de la península o del sur de Francia. En el recuerdo de las habladurías pasarían por sarracenos. Se mantuvo la imagen exótica en la tradición, que combinada con otras circunstancias explicaría la facilidad con que los cronistas latinos y cristianos habían aceptado las «historietas» egipcias.

 

El siglo VIII

Se impone el conocimiento de la geografía política de la península, de la que hemos esbozado un esquema en un párrafo anterior, para comprender el desarrollo oscuro o mejor dicho, los probables tecimientos que tuvieron lugar. Habían heredado los monarcas visigodos del Imperio Romano una organización administrativa que tenía un carácter municipal y provincial. No debe impresionarnos la docurnentación existente, que podría encubrir, sobre todo después de la legislación de Chindasvinto y de Recesvinto, bajo la apariencia centralista de una monarquía teocrática radicada en Toledo, la realidad federativa del país, heredada de Roma. Se trataba en realidad de unificar la nación, dividida por otra parte por la intrusión violenta de la minoría germana en la sociedad308. Por la orografía y por las comunicaciones siempre lentas a pesar de las vías romanas, desempefiaban siempre un papel preponderante las regiones naturales. Es posible que la oposición al partido teocrático trinitario haya sido en gran parte estimulada por el genio regional; pues las autoridades religiosas habían hecho el gran disparate de identificarse después de la conversión de Recaredo con el poder central, godo y extranjero. En la tormenta cada región natural suscitaba una personalidad política, como si buscara su propia independencia política. Se manifestaba el hecho en el ámbito peninsular de modo tan unánime y general, que imposibilitaba su interpretación como si fuera un caso particular y pasajero.

Por tal motivo no puede reducirse la crisis revolucionaria a una sencilla, competición entre los trinitarios y los unitarios. Pudo tener este caracter en un principio, cuando la guerra civil entre los hijos de Vitiza y Roderico. Luego fueron cambiando los antagonismos, pues no estaban entonces las ideas religiosas tan irreductiblemente af janzadas, como lo llegarían a estar mucho más tarde. Entre los extremos ideológicos o si se prefiere teológicos, la confusión de las concepcio-. oes y de las posiciones intermedias debía de ser muy grande. Aprovechándose de esta situación indecisa, religiosa y política, empezarian a intervenir los poderes regionales con mayor éxito. Pues, al iniciarse la pelea desearían conservar sus jefes la mayor independencia de movimientos. Probablemente volverían a la superficie las pasiones y los recuerdos milenarios, disimulados bajo el enlucido de la civilización romana para acaso enardecerse como en los tiempos de antaño los unos en contra de los otros.

Tuvo Roderico que hacer frente a sus rivales que conservaban el mando en las provincias. Los cronistas latinos nos han transmitido el nombre de algunos de ellos. Con la desaparición de la monarquía goda y el lío que se organiza, los sustituyen otros personajes. Mudas entonces están las crónicas latinas porque pertenecen al partido unitario vencedor. Por el contrario, las escritas en árabe, sobre todo las bereberes, hacen mención de estos políticos; mas como escriben sus autores más importantes dos o tres siglos después de haber ocurrido los acontecimientos, quedan sus apellidos latinos arabizados como lo apreciaremos en un párrafo próximo. Aparecen transfigurados de tal manera que no hay posibilidad de adivinar y reconstruir su verdadera personalidad. Metamorfoseados en jeques arábigos, entroncados con los nómadas del desierto porque las genealogías tribales están de moda a imitación de lo que ocurre en Oriente, mientras que se esconde una ascendencia goda y se desprecian las del Lacio, conspiran estos seüores los unos en contra de los otros, se asesinan, se combaten y a veces establecen pados entre ellos, como el tratado negociado entre Téodomiro y Abd al Azis, cuyos débiles ecos han llegado hasta nosotros. (Ver apéndice primero.) A pesar del hambre, de las guerras y de las matanzas, no han sucumbido todos los trinitarios, sojuzgados por los unitarios. Compusieron una minoría importante y a veces floreciente en Andalucía, como nos consta por los testimonios de la Escuela de Córdoba. En otros lugares, eran mayoría gobernada por jefes trinitarios. En el norte de la península constituyeron el núdeo de los futuros reinos cristianos. En una palabra, el contraste es terrible. En los tiempos de la dominación teocrática trinitaria eran perseguidos ferozmente los unitarios; con una crueldad inaudita los judíos. Los arrianos y demás acosados viven escondidos o disimulados. Pero cuando tuvieron el poder los unitarios no sólo floreció la minoría judía, sino también la trinitaria. Como lo apreciaremos más adelante, fue ahogado el cristianismo por una cultura superior, no ha sido extinguido por la fuerza de las armas.

Hacia 755, logró apoderarse de Córdoba y dominar luego Andalucía un guerrero enérgico. Según la tradición arábiga se llamaba Abd al Ramán. Los historiadores posteriores, bereberes u orientales, le han apodado el Emigrado. Pues, para realzar su prestigio y adular a sus descendientes que manifestaban magnánimamente su agradecimiento por cualquier incienso que se quemara en su honor —lo necesitaban para confirmar su autoridad— les era fácil en estos tiempos de ignorancia histórica aderezarles un árbol genealógico por el cual quedaban entroncados con el mismo Mahoma. En el Siglo de Oro ocurría lo mismo con ciertas casas ducales que se las habían ingeniado para descender de Jesucristo por medio de nuestra madre Santa Ana. No por vanidad como en este caso, sino acaso por necesidad, se les emparentó pues con los Omeyas; por esto, para sus descendientes el abuelo y fundador del reino había tenido que emigrar de Oriente. Mas, si volvemos a los días contemporáneos de las luchas por el poder, no era la broma tan sencilla. A veces se padecía equivocaciones lastimosas: El título de Omeya fue imprudentemente atribuido a varios competidores, los cuales naturalmente no podían descender todos a la vez del mismo linaje, en lugares tan alejados de la Meca. Hubo un poeta que tuvo la desgracia de equivocarse de autobús, como dicen los ingleses, y creyendo que uno de los rivales iba a convertirse en el amo de España cantó y llevó a las nubes las hazañas de sus antepasados Omeyas. Era el agraciado maestro de escuela de un pueblo cercano de Guadalajara y en verdad estuvo a punto de quedarse con el santo y seña, si el de Córdoba cansado después de muchos años de lucha no se las hubiese ingeniado para despacharlo, pagando un asesino309.

Por otra parte, nos enseña la genética humana que Abd al Rainán no podía ser un semita. Poseía el tipo germánico: los ojos azules, el pelo rojizo, la tez blanca, que por más de doscientos años transmitió a su descendencia310. Así se explica que según la tradición bereber no fueran deslumbrados sus compatriotas arábigos y musulmanes por su parentesco con el Profeta. Tuvo que combatir en los treinta últimos años de su vida en contra de sus rivales, Omeyas o no. Si logró antes de su muerte, ocurrida en 788, someter la mayor parte de España, lo ha debido a su tenacidad y genio militar, no al prestigio de su genealogía.

Unánimes son los juicios de los historiadores: Han reconocido las cualidades excepcionales, políticas y tácticas, del Emir; lo que nos parece justo. Pero a nuestro entender no basta para explicar el triunfo del seudo-Omeya. En toda la Edad Media guerreros cuyo talento y valentía por todos han sido reconocidos, han ejercido sus actividades por el ámbito peninsular sin haber obtenido similares resultados. Fueron algunos reyes poderosos, como Sancho el Mayor (1000-1035). Otros han pertenecido a la clase pintoresca de los condotieros, como el Cid Campeador. Algunos, en fin, no encontrando en su tierra ambiente propicio se fueron al extranjero a desgastar sus energías sobrantes. Roger de Launa en el siglo XIII se hizo el amo del Mediterráneo. Roger de Flor con sus hombres se apoderó de Grecia, hazaña que parece inverosímil- Ninguno logró fundar una dinastía, ni establecer una organización política que se mantuviera de tantos siglos. Se ha repetido la perogrullada de que habían hecho con su boda los Reyes Católicos la unidad de España; lo que no es cierto, ni razonable. Pues muchas parejas se habían anteriormente acostado en un mismo lecho sin por ello unir sus pueblos respectivos, los cuales pertenecían al mismo tronco racial, poseían la misma cultura y empleaban la misma lengua. Consiguieron los Reyes Católicos fundir a castellanos y a aragoneses en una misma nación, porque había precedido a sus nupcias la idea-fuerza, el nacionalismo hispano envuelto en la cultura del Renacimiento.

Ha ocurrido lo mismo con el Emigrado. Ha sido favorecida su acción, como la de sus inmediatos sucesores, por un movimiento de ideas que a todos, monarca y súbditos, alentaba. El cuadro primitivo circunscrito al sincretismo arriano y a la cultura hispano-visigótica poco a poco fue agrandándose en simbiosis con el Islam y la civilización árabe. No podemos demostrar con textos el papel desempeñado por la idea-fuerza sobre la política, porque no los tenemos. Pero la reconstitución del desarrollo de los conceptos que hemos descrito en un capítulo anterior, nos permite precisar el sentido que han revestido los acontecimientos. Salvo en ciertas regiones nórdicas cuyas comunicaciones eran malísimas, como Asturias o las Vascongadas, fueron subyugando a los hispanos nuevas concepciones. Favorecidas por un nuevo auge económico, fundían a todos en un aliento creador.

Es ahora posible concebir el segundo tiempo de la revolución islámica en España bajo dos aspectos, cuyos caracteres se suceden en el curso de los siglos VIII y IX en un orden cronológico preciso:

1. Analizado desde un punto de vista político o religioso es un fenómeno estrictamente circunscrito a España y acaso al Magreb. El Oriente mediterráneo que se transforma rápidamente en un centro energético de gran importancia no interviene en los acontecimientos. Tan sólo se podría asegurar que manda al oeste semillas prometedoras.

2. Con el principio del siglo IX las relaciones comerciales entre el Oriente y el Occidente mediterráneo se vuelven frecuentes y más importantes. Ignoramos cómo se llevó a cabo el proceso de arabización, si fue propagado por la acción de los mercaderes o por la predicación de «profetas». Sólo sabemos que fue en estos años cuando abandonaron paulatinamente los unitarios el empleo del latín por el arabe en sus necesidades intelectuales y religiosas, aunque conservaran el romance para sus relaciones familiares o rústicas con la gente del campo. Lo poco que sabemos indica que cuajó antes el proceso cultural que el religioso. Puede reconocerse este orden cronológico en los textos latinos de la Escuela de Córdoba.

a) Antes de 850, es decir, antes del viaje de Eulogio a Navarra, no poseemos otros textos latinos que los del abate Esperaindeo. Las crónicas de Pablo Diácono y del monje de Moissac son anteriores, pero las noticias dadas están escritas en estilo telegráfico y en nada reflejan el ambiente existente en la península. En los textos teológicos que se conservan del abate cordobés llama a sus adversarios heréticos: pertenecen todavía al sincretismo arriano. Por su lado, los autores musulmanes cuando se refieren a sus adversarios trinitarios les llaman politeístas. Así, el autor de Ajbar Machmua escribe hablando de Taric y de los suyos que asirnila a los mahometanos: Dios en fin ¡es concedto su protección y los politeístas fueron vencidos311.

b) Después de 850, los escritores latinos andaluces emplean siempre la palabra «heréticos» para denominar a sus compatriotas partidarios del unitarismo; pero a medida que pasan los años empiezan a nombrarles con el término de «mahometanos», que poco a poco suplantará al de «heréticos». Algunas veces las crónicas latinas de fines del IX les llaman también «caldeos».

De modo paulatino, pero constante, empieza a dominar el término: «árabe». Naturalmente no se trata de la gente de Arabia, como lo han confundido eruditos y gentes del pueblo que llaman aún, sobre todo en los medios franceses, árabes a los mahometanos que viven en el norte de Africa, sino de los que hablan árabe. En su carta a Vilesinde se manifiesta Eulogio con las palabras siguientes: Ego Cordoba positus sub impio Araburn gemens imperio.. «Yo, nativo de Córdoba, gimiendo bajo el gobierno impío de los árabes...» Fuera por demás extraño, si la palabra Arabum ha sido la empleada por Eulogio, que señalase con este término a los habitantes de Arabia, pues nos ha demostrado en sus textos su ignorancia acerca de estos extranjeros, y de sus costumbres y religión; circunstancia en verdad muy extraordinaria si los árabes de Arabia gobernaran Córdoba y la España del sur. Del mismo modo llaman los escritores mahometanos «romies», es decir, romanos, a las gentes que hablan latín y no a los habitantes de Roma o del Lacio. Un célebre botánico andaluz del siglo XIII ha sido llamado Iba Arromia: el hijo de la Romana.

c) Con las primeras crónicas latinas y la Alberdense, suplanta el carácter político al religioso. Los adversarios ya no son «heréticos», sino sarracenos. Salvo error, no hemos leído esta palabra en nuestras lecturas de los textos de la Escuela de Córdobá. En todo caso, vista su tardía aparición o si se prefiere su tardío empleo por el común de los escritores, es de suponer que se trata de una influencia extranjera312. Así se explica cómo estos crcinistas la emplean sin discernimiento. Escribe el de la crónica de Alfonso III: Ilius nam que ¡empare ducentas septuaginta naves Sarracenorum Hispaniae littus sunt adgressae: ibi que omnia eorum agmína ferro sunt delata et clases eorum ignibus concrematae. «En su tiempo, (el reinado de Vamba) doscientos setenta navíos de los sarracenos asaltaron el litoral de España y allí mismo todo su ejército fue acuchillado y sus navíos incendiados.»

Ha reinado Vatnba de 672 a 680. En esta época, según la historia clásica, no habían llegado los árabes a Africa del norte. Por otra parte, se nos asegura que jamás tuvieron flotas importantes, mucho menos para aventurarse en aquella época tan lejos de sus bases. ¿Quiénes eran estos sarracenos? ¿De dónde venia esta escuadra? ¿Se trata acaso de una fábula? ¿Eran bizantinos? Sea lo que fuere, la confusión en las ideas de nuestro cronista es patente. En su opinión el enemigo sea el que sea, hispano o extranjero, es un sarraceno. Más aún, jamás hablan estos monjes de «las gentes de España» como hace el autor de Ajbar Machmua al referirse a los españoles unitarios o musulmanes, para oponerlos a los cristianos. Los que combaten a los árabes y quedan vencidos no son los españoles, sino los godos, es decir, una aristocracia extranjera que ha dominado el país. En una palabra, la crítica de los textos latinos del IX y del X nos demuestra la distancia que media entre lo que dicen y lo que nos ha enseñado la historia clásica.

Resumiendo, de acuerdo con nuestras actuales observaciones, la simbiosis entre la cultura arábiga y la evolución de las concepciones religiosas de los españoles, se ha desarrollado de la manera siguiente:

a. En un principio, con la caída de la monarquía goda se convierte la idea religiosa en el motor de la revolución. Predomina el carácter de guerra civil religiosa; mas no se trata del Islam, sino del sincretismo arriano.

b. Con la lenta evolución del sincretismo arriano hacia el musulmán, labor que se realiza en la sociedad sin alardes exteriores, domina la política las planchas del tablado. Pasados los primeros años, las guerras que se emprenden para la conquista del poder son ya particulares a los distintos competidores que luchan por su hegemonía.

c. Empiezan los españoles a aprender el árabe y el proceso de asimilación de la cultura arábiga se acelera con la política realizada por Abd al Ramán II.

 

d. Hacia el siglo X ha cuajado la cultura arábigo-andaluza y empieza a dar sus primeros frutos. El sincretismo arriano y el musulmán se funden en lo que se podría llamar un mahometismo liberal.

e.   Alcanza la cultura arábigo-andaluza la cúspide en los siglos Xl y XII. Con la invasión almoravide, es decir, de los moros (de Mauritania) se quiebra el equilibrio entre los dos conceptos, el arriano y el musulmán. Borra el dogmatismo mahometano la independencia de juicio que correspondía a la tradición arriana. En Oriente está ya en decadencia la civilización árabe. Empieza la de la cultura arabigoandaluza. 

La decadencia del cristianismo

A medida que la divergencia entre las dos concepciones que dividia a los monoteístas se acentuaba, lentamente seisolvía el proceso religioso en un enorme magma creador que iba a permitir la aparición de una nueva cultura. Por esta razón alcanzaron los acontecimientos para los cristianos un carácter eminentemente político, pues a finales del IX se volvió para ellos desesperada la situación. los que viven en tierra musulmana poco a poco son asimilados por la cultura arábigo-andaluza, dominante e irresistible para. las nuevas generaciones. A la larga están condenados. los que vegetan en el norte viven con la obsesión de las gentes del sur. Comprenden perfectamente su impotencia en el orden militar, cultural y religioso. Se ahogan en un complejo terrible. A la defensiva, la supervivencia de sus personas y de su fe depende de sus armas. Por esto se atrincheran tras la fragosidad del terreno y ciegamente se aferran a sus creencias como a una tabla de salvación. Así se explica la pobreza de su cultura: no discurren, ni quieren discurrir. Por consiguiente, para comprender la extraordinaria metamorfosis que transformaba a la mayor parte de la peninsula, en la imposibilidad de analizar con textos inexistentes el arraigo y la evolución del Islam, se requiere observar la agonía del cristianismo en los fieles de Córdoba, de la que tenemos una documentación fidedigna. Se puede de este modo comprender la amplitud del movimiento opuesto que en tiempos de Abd al Raniíin II inició un proceso de aceleración cada vez mis rápido.

En la primera parte del siglo IX existe en Córdoba una minoría cristiana importante. Practicaba su culto con toda libertad. mier ipsOS sine molestia fidaei degimus. escribe Eulogio en su Apolo geticus. «Vivimos entre estos mismos sin molestia en cuanto a nuestra fe.» Tienen sus iglesias torres y campanas313. Siete existen en la capital de España y una docena de monasterios en sus alrededores314. Cristianos, judíos y musulmanes llevan todos el mismo traje. No se les distingue en la calle. Ocurría lo mismo con las mujeres. Si hubiera sido invadida España por un pueblo extranjero, hubieran llevado los vencedores sus trajes y armas de origen oriental. Se destacarían de la masa de los naturales, como anteriormente ocurría con los godos portadores de largas melenas. Ha debido de prolongarse esta situación por mucho tiempo, pues en 1215 el IV Concilio de Letrán hace referencia a ello a propósito de los judíos315.

Tenían los cristianos el privilegio de ser mandados por un gobernador cristiano autónomo, que era un conde o un juez especial. Estaba reclutada la guardia personal de los emires entre sus filas y algunas veces, como hemos visto, ha desempeñado un papel decisivo en los acontecimientos. latinos que se distinguían por una ortodoxia trinitaria suficiente para ser llamados cristianos han ocupado cargos políticos importantes. Se reunían concilios. Sabemos que en 839 Vistremiro, metropolitano de Toledo, preside un concilio celebrado en Córdoba316. Siguiendo la tradición visigótica, los convocaba el poder público o intervenía indirectamente cuando lo requerían las circunstancias para que se reunieran los obispos. Así ocurrió con el III Concilio cordobés, celebrado en 852 y presidido por Recafredo. Condenó la predicación del suicidio emprendida por San Eulogio317. Nada de extraordinario había en ello. En la primera parte del siglo IX se mantenían aún con vigor las antiguas costumbres visigóticas según las cuales eran convocadas o autorizadas estas asambleas, fueran arrianas o trinitarias, y demasiadas veces por las necesidades políticas o personales del príncipe. Si entonces los emires hubieran sido auténticos musulmanes como lo fueron más tarde, hubieran mostrado más bien indiferencia por estas discusiones entre politeístas. Mas era el ambiente premusulmán. Hasta entonces la tradición seguía imperando en el país.

Desde mediados del siglo IX empieza a decrecer el celo de la minoría cristiana. Una atmósfera antitrinitaria que desembocará en una cultura importantísima, por su propia expansión, sin coerción alguna, asfixiaba el espíritu de los fieles. Desertaban de las iglesias y se olvidaban de la religión de sus antepasados. Ha escrito Alvaro de Córdoba unas páginas conmovedoras en las que describe la agonía de una cultura, así una flor cualquiera de la naturaleza:

«Repletas es! ¿ti las cárceles de eclesiásticos. Privadas están las iglesias de los servicios de los prelados y de !us sacerdotes. Sometidos a soledad horrorosa se hallan los tabernáculos divinos. Extienden las arañas sus telas por el templo. Se encalma el aire en un silencio total. No se entonan ya en público los Cánticos divinos y no resuena ya ¡a voz del p.ralmista en el coro, ni la del lector en la cátedra. No evangeliza el levita al pueblo. No inciensa más los altares el sacerdote,porque habiendo sido herido el Pastor, re ha desmandado el rebaño. Porque están dispersas las piedras del santuario, ha faltado la armonía en los ministerios y en el Santo Lugar. En tal confusión sólo suenan los salmos en lo hondo de los calabozos.»

Se esfuerza mucho el colaborador y amigo de Eulogio por echar la culpa de esta situación al gobierno que ha encarcelado a su compañero. Era mucho mayor el mal de lo que daba a entender. No era la deserción de los templos debida tan sólo a la detención de ciertos eclesiásticos que habían predicado la busca del suicidio. No había intervenido la gran mayoría de los cristianos en esta insensata propaganda. Seguían normalmente sus costumbres. Desde la ejecución de San Eulogio, tuvieron aún lugar dos sínodos en Córdoba, en 860 y en 862. Nombraban sus obispos y tenían el sosiego suficiente para discurrir nuevas herejías, como la de Hostegesis, y agallas para combatirlas. Mas el mal había podrido el corazón del fruto. Como lo apreciaremos más adelante, había empañado el descrédito el mismo prestigio de la lengua latina.

Creemos enunciar un juicio reconocido de modo unánime: Jamás ha alcanzado el genio latino ni la potencia de las ideas, ni la hondura en proporción a la cultura de la masa, que fue el galardón de la civilización griega. En el principio de la era cristiana no se puede comparar la energía creadora del mundo helénico con la de los días de Pendes, ni los trabajos de la segunda época de la Escuela de Alejandría con los de la primera, pero la cultura general había alcanzado una tal sedimentación que numerosos arbustos pudieron gozar de savia abundante. Floreció entonces una cosecha de frutos variados; nada similar existía en Occidente. El genio de los poetas contemporáneos de Augusto, el talento de los historiadores de Roma, la moral viril de los estoicos, la clarividencia de un Lucrecio o el saber de un Plinio, tuvieron corto alcance en la proyección de su personalidad sobre la sociedad comparados con la efervescencia que agitaba al Imperio Helenístico y Bizantino.

Ha logrado crear el genio latino una estructura política y una organización administrativa que causan admiración, en razón de ciertos principios jurídicos que sostienen aún eficazmente nuestro mundo actual. Ha sabido construir obras públicas notables en las regiones más apartadas, uniéndolas en un todo que ha aguantado el desafío de los siglos. Sin embargo, la mente de los hijos de la loba estaba más predispuesta para los problemas sociales que para los del intelecto y de la especulación. Se mantienen siempre en pie los acueductos romanos, pero desde la desaparición de las legiones ya no llevan aguas Se han vuelto elementos decorativos en el paisaje. Las ideas elaboradas por el mundo griego nutren constantemente hoy día la inteligencia de los mejores y han intervenido de manera decisiva en las posteriores civilizaciones del hombre blanco. Han pasado los siglos implacables como el destino humano: Su recuerdo sigue siendo fértil para las nuevas generaciones.

Da el mundo romano la misma impresión que se experimenta hoy día cuando se observan ciertas naciones que viven a espalda de sus minorías intelectuales. Aisladas de la masa de sus conciudadanos tienden entonces éstas a elaborar productos desarraigados de la evolución de la vida, o abstractos en sus elucubraciones o irreales en sus propósitos; lo que aumenta aún más el foso que les separa de la mayoría. En el sentido restringido de su intelectualidad, parece la cultura romana estar circunscrita a una minoría. Son sus grandes genios literarios figuras aisladas y escriben para un número muy limitado de lectores. Así se explica cómo a la primera conmoción, a la primera quiebra de su estructura política, quedó el Imperio Romano acéfalo.

Esta disposición anti-intelectual de la sociedad romana ha sido alentada por el cristianismo primitivo. En su primera explosión ha estado dirigido por hombres incultos, los cuales en su simplicidad concibieron una nueva sociedad, adiestrada en tal forma por sus concepciones religiosas que se convertía en totalitaria. No comprendían que por el gran número de sus componentes no podían ser conducidas las masas como se rige cualquier secta gnóstica o un conventículo asenio. Para alcanzar sus fines creyeron que tenían que desterrar las obras de la intelectualidad pagana porque a sus ojos representaban un pasado odioso, sin entender, impulsados por la ambición de acaparar todas las actividades sociales, que era mas sabio deslindar la parte del fuego. Tan rígido y seguido fue este criterio en Oriente como en Occidente. Mas en el mundo helenístico chocaron los dirigentes cristianos con una civilización superior enraizada en la masa. Fueron obligados a transigir y en esta simbiosis lograron los padres griegos crear una literatura particular y transformar en parte el cristianismo.

Nada parecido ocurrió en Occidente. Como era superficial —en cuanto a su arraigo en las masas— fue destruida la intelectualidad romana heredera de la gran época sin ofrecer verdadera resistencia. El parnaso romano fue olvidado. Nada vino a substituirle. Fue tan considerable la represión y tan refinada la anarquía que fueron los gendarmes los que impulsados por la necesidad realizaron una serie de pronunciamientos para que se mantuvieran el orden y el poder. Y asimismo con la leyenda arábiga en España, se levantó también en este caso un muro de pergamino. ¡Eran los germanos los que habían abatido el Imperio! En una palabra, en la indiferencia general por las cosas del intelecto, no podía el genio de San Agustín cambiar el sentido de la marcha de la historia; pues escribía no para las generaciones contemporáneas suyas, sino para las por venir.

Han estudiado los historiadores del siglo pasado la labor y han cantado loores por los esfuerzos que hicieron los monjes para salvar los textos de la antigüedad, conservando de este modo el fuego sagrado. Sabemos hoy día que este salvamento, sin menospreciarlo, al contrario, fue, sin embargo, irrisorio, limitado al mundo romano y en verdad realizado en fechas muy posteriores a la época que nos interesa. La evolución de las ideas que más tarde enardecieron a Occidente en el Renacimiento, se proseguía en sus centros energéticos respectivos, o sea en la cuenca del Mediterráneo oriental y luego en Andalucía. En el siglo VIII se hallaba el latín en todas partes en regresión; de aquí la gran cantidad de textos perdidos. En las naciones en donde no se enfrentaba con un competidor que le ahogara, degeneraba. General era el movimiento. En Italia las gentes cultas hablaban el griego y no el latín. En Oriente, estaba completamente olvidado, hasta el punto de que Gregorio el Grande (579-585), apocrisario en Constantinopla, en una carta a Narcés se queja de hallar con dificultad intérpretes capaces de traducir al griego documentos latinos318.

Están generalmente de acuerdo los filólogos en el hecho siguiente: Por haber sido hablado el latín en España por un mayor número de ciudadanos que en otras provincias del Imperio en donde predominaban los rurales, se ha conservado con mayor pureza; lo que tuvo una influencia considerable en la evolución del idioma español. No podía, sin embargo, esta nación aislarse del resto dc Occidente. Aquí como en otras partes, si no más, se han empeñado los clericales en borrar de la memoria de las gentes el recuerdo de las grandes obras maestras de los clásicos. En la lucha encarnizada entablada por el clero contra el paganismo rural y el ambiente arriano, se esforzaba en no dar armas al enemigo y creía que un Horacio o un Virgilio eran autores sospechosos, en todo caso peligrosos. Fuera entonces posible que hablaran los hispanos un mejor latín que las gentes de las Galias, pongamos por caso, mas habían olvidado completamente su literatura. Desde un punto de vista intelectual era más grave la situación aquí que del otro lado de los Pirineos. Entrañaba esto un peligro. Habían creado los clérigos un vacío. Tarde o temprano algo lo rellenaría.

Se conserva un testimonio notable que nos demuestra las dimensiones de esta situación. Cuando en 848. emprende Eulogio su viaje a Navarra, descubre en los monasterios pirenaicos obras que causan su admiración. No las desconocía, mas no las había leído, pues eran entonces inaccesibles para los hombres cultos. ¡ Gran sensación produjo la noticia de su llegada a Córdoba con un paquete de las mismas! Fue tan grande el júbilo que el eco ha llegado hasta nosotros. Asi se expresa Alvaro en la biografía de su amigo.

«Habiendo encontrado en aquellos lugares una gran cantidad de libros, trajo a su vuelta hacia nosotros los que eran desconocidos e imposibles de ser hallados por la mayoría... La ciudad de Dios de San Agustín, la Eneida de Virgilio, las composiciones métricas de Juvenal, los poemas satíricos de Flaccus, los opúsculos floridos de Porfino, las colecciones epigramáticas de Adbelebmur, lar fábulas versi ficadas de Avieno y una brillante antología poética de himnos católicos, con un gran número de obras tratando de materias doctrinales, escritas por los grandes espíritus de la tradición; todo ello no sólo destinado a su uso particular, sino también para su empleo en común por ¡os estudiantes en sus búsquedas.»

Bien poca cosa era para detener la ola oriental que empezaba a romper sobre la población andaluza. Hacía el árabe enormes progresos, aprendía la mayoría este idioma que era el de sus correligionarios en las tierras en donde había predicado Mahoma. Se enredó también la pasión: Para los españoles unitarios no era el latín el idioma de los Horacio o de los Ovidio cuyas obras ignoraban, sino el de los aborrecidos obispos. Así se explica la facilidad del contagio; pero asimismo el vacío cultural existente. Por otra parte, la idea-fuerza poseía una energía propia, con alientos poco frecuentes. No eran sólo las nuevas generaciones unitarias las conquistadas a los nuevos encantos; lo fueron también las cristianas. ¡ Cómo se quejaba Álvaro del espectáculo que presenciaba! Derraman sus palabras la amargura del intelectual para quien son incomprensibles los acontecimientos. Obseso por su mundo particular era incapaz de abrir los ojos y de percibir la realidad.

«Mientras que investigamos los secretos de su sabiduría y trabajamos para conocer las sectas y las doctrinas de su: filósofos, ... no para refutar sus errores, sino rara aprender las elegancias y primores de su lenguaje y estilo, desdeøando las santas lecciones de nuestra religión, no hacemos otra cosa que colocar en nuestras moradas como un ídolo el número y el nombre del Anticristo. ¿Quién se hallará hoy entre nuestros fieles del estado seglar, tan entendido y diligente, dándose al estudio de las Santas Escrituras, que consulte los libros de cualesquiera doctores escritos en latín? ¿Quién cultiva con ardor la lección de los Evangelistas, de los Profetas o de los Apóstoles? Por ventura ¿no vemos que jóvenes cristianos, llenos de vida, de gallardía y de elocuencia, versados ya en ¡a erudición gentílica y muy peritos en la lengua árabe, corren desatinados en pos de los libros de los caldeos; los buscan, revuelven y estudian con gran atención, deleitándose con ellos; los colman de e/o gios, mientras que desconocen ¡as bellezas de la literatura eclesiástica y menosprecian los ríos caudalosos que manan del paraíso de la Iglesia; y, ¡oh dolor! cristianos, ignoran su ley, y latinos olvidan su propio idioma? De tal suerte, que apenas entre todos los cristianos re ball~rd uno entre mil que pueda razonablemente escribir a su hermano una carta familiar, y, por el contrario, hallaréis muchedumbre sin número que eruditamente declare ¡a pompa de ¡os vocablos caldeos, basta el punto de cc~m poner versos arábigos más pulidos que los de ,ñiestros opresores, y adornando con más primor que ellos las cláusulas postreras, ligadas todas a idéntica consonante.»

Mucho dan que pensar estas condolencias del íntegro Alvaro. Doblan las campanas por el fin de una cultura. Condenada estaba la minoría cristiana de Córdoba. Ha debido de ser la historia de su agonía poco más o menos similar a la de las otras familias cristianas que vivían en territorios convertidos al Islam. Algunas, como las que existían aún en Berbería en el siglo XII, llevaron una vida tenaz319. En el cielo estaba escrito su destino. Después de una generación más o menos larga acabaron por desaparecer. En las regiones del centro de la península, los llamados erróneamente mozárabes consiguieron guardar su fe por razón de su vecindad con los cristianos del norte, con quienes mantenían relaciones frecuentes. Así, los toledanos cristianos conservaban aún en 1085, fecha de la toma de la ciudad por el rey castellano, la antigua liturgia visigótica. Pero los nórdicos habían podido recuperar-se en su «entidad pirenaica», porque una nueva cultura, torpe y tímida, empezaba a brotar en Occidente. Las semillas intelectuales antaño sembradas por San Benito empezaban por fin a dar sus frutos. Fueron los monjes de su obediencia, sobre todo después de la reforma de Cluny, los que salvaron el cristianismo hispano.

 

La poligamia

En la situación actual de los conocimientos resulta difícil disociar en el curso de su expansión por la península la enseñanza de la doctrina de Mahoma de la del idioma árabe. Es posible que estos dos movimientos de ideas hayan sido propagados simultáneamente, aunque mas tarde, como parece advertirse por lo poco que sabemos, haya perdido el proceso religioso parte de su fuerza de aceleración en provecho de la acción cultural. Se trata de una presunción algo precaria que trabajos futuros podrán dilucidar mejor. Sin embargo estamos en condiciones de vislumbrar algo del mecanismo de esta difusión. Se pueden observar hoy día los medios que permiten al Islam captar nuevos adeptos. Hemos dedicado parte del capítulo IV a este análisis. El caminar de las ideas por vías mercantiles no excluye la acción de ciertos «profetas» o santones. Tenemos constancia de cómo doctrinas más o menos marginales como los principios malequitas o las enseñanzas esotéricas de la secta fatimí, han sido difundidos por personalidades llegadas de Oriente con este objeto; y a veces, como en este último caso, de modo secreto320. En estas condiciones no tiene sentido querer hacer coincidir el comienzo de esta propaganda con la fecha de 711 en que se dispara la guerra civil, pues la idea- fuerza llegada de Oriente era independiente de los episodios de la guerra fratricida. Ha podido arraigar la civilización árabe en esta nación porque existía desde tiempos muy anteriores un amiente propicio. De tal suerte que los prolegómenos de la doctrina de Mahoma y los primeros balbuceos del idioma árabe han podido desembarcar, por así decir, en los mismos años del siglo VII de modo anónimo y sin resonancia alguna. Ahora bien, podían estas semillas germinar en el suelo hispano porque estaba dispuesto para su recepción. Ejemplo evidente de esta norma lo constituye la poligamia.

Difícil es concebir la predicación de la poligamia en una nación de tradición monógama. Un cambio de política o de régimen no gozan de suficiente envergadura para poder cambiar las costumbres de una sociedad y mucho menos en poco tiempo, como parece deducirse de las enseñanzas de la historia clásica. Aceptaron los españoles... y las españolas la poligamia mahometana y arábiga porque de hecho existía esta costumbre en gran parte de la población, costumbre que no alcanzaba un refrendo legal y que los anatemas de los obispos en Toledo no habían podido desarraigar. Por esto acabó por reconocerlo con su nueva política Vitiza por ser un hecho real en numerosos súbditos suyos. Pues al modificar las normas establecidas por el Estado desde la conversión de Recaredo, pretendía probablemente encauzar el movimiento revolucionario que de día en día tomaba mayor amplitud.

Se impone una cuestión preliminar: Se conservan los testimonios requeridos para afirmar la existencia de una ley reconociendo la poligamia, aunque ignoramos el texto. ¿Estaría incluida en las actas del enigmático XVIII Concilio de Toledo, por lo cual habían sido posteriormente destruidas? Esto se ha pretendido por algunos autores. Tenemos conocimiento de ella por las crónicas concordantes de Moissac y de Alfonso III, aunque en realidad la primera no sea afirmativa. En su juventud ha escrito lo contrario Menéndez Pelayo amparándose en el texto galo. Por nuestra parte sólo nos ha sido accesible por muchos esfuerzos que hemos hecho, el texto de la edición de Pertz. No autoriza éste las conclusiones que enuncia el maestro santanderino aunque es posible que haya manejado otra edición321. Advierte simplemente el monje de Moissac en la edición alemana que «exemplo suo sacerdotes ac populam ¡uxuriose se vivere docuih>: Vitiza «con su ejemplo a los sacerdotes y al pueblo ha enseñado a vivir de modo lujurioso»322.

No obstante, el texto hispano de Alfonso III es afirmativo:

«Iste quidem probosus el moribus fíagitiosus fuit, et sicut equus el mulus, quibus non est intellectus, cum uxori bus el concubinis plurimis se inquinavit; el ¡re adversus eum censt.era ecclesiastica consurgeret, Concilia disiolvit, Canones obseravit, (omneln que Religionis or~ dinem depravavit) Episcopis, Presbiteris et Diaconibus, uxores habere ptaecepit. Istud quidem scelus. Hispaniae causa pereundt fuzt; et quia Re ges el Sacerdotes legem Do mini dereli~uerunt omnia agrnina Gothorurn Sarracenürum gladio perierunt.»

«Ha sido éste ignominioso y de malas costumbres, y como el caballo y el mulo que no tienen entendimiento se ha deshonrado con muchas esposas y concubinas. Para que la censura eclesiástica no se alzan en contra de él, concilios disolvió, cánones adulteró (ha corrompido todo el orden religioso). Ha ordenado a los obispos, a los sacerdotes y a los diáconos tener esposas. Ciertamente ha sido esta ignominia la causa de la pérdida de España: porque los Reyes y los Sacerdotes han abandonado la ley del Señor, fueron destruidos por la espada de los sarracenos todos los ejércitos de los godos»323.

Nos perdonará el lector la repetición de alguna frase ya mencionada anteriormente que incluimos ahora en su contexto para mayor claridad. Por otra parte, notará por la misma razón la reiteración del autor, emocionado sin duda por las dimensiones de los acontecimientos que relata. Ahora bien, para nuestro actual criterio occidental nos parece esta legislación extraordinaria; lo que acaso induzca al escepticismo. Mas, si se penetra en el ambiente de la época, sobre todo si se conocen los antecedentes de esta costumbre e institución social en España, pierde el acto del monarca su inverosimilitud. La poligamia como hecho social ha sido una costumbre que ha sido observada por los hispanos durante varios siglos.

Para situar la poligamia en su marco histórico no se debe simplificar la cuestión confundiéndola con un problema de orden sexual como suele ocurrir en los días actuales. Se trata tan sólo de la organización de la vida familiar, la que se debe adaptar a las circunstancias de su marco geográfico. En la antigüedad han sido polígamas las sociedades que vivían de la transhumancia o nomadismo, mientras que las ciudadanas eran más bien monógamas. Después se mantuvo una tradición ancestral en las costumbres. Por consiguiente en las civilizaciones más desarrolladas regía el matrimonio un principio de derecho que podía ser diferente. En Grecia y en Roma tenía el varón relaciones con las mujeres que vivían en su casa, fueran esdavas o no. La ley latina reconocía el concubinato. Mas, lo que interesa no son las facilidades dadas por el legislador o por la costumbre para el reconocimiento de relaciones sexuales ajenas al estatuto familiar monogámico, sino el principio jurídico en su proyección sobre la sociedad. Pues, según la existencia de la monogamia, de la poligamia o de la poliandria en las cumbres, era diferente la constitución de la sociedad y distintas por consiguiente las consecuencias políticas que pueden interesar al historiador. Daremos un ejemplo: En una sociedad monógama como la romana, era el primogénito el heredero de los bienes paternales. En una sociedad polígama podía el padre elegir entre sus hijos habidos de mujeres distintas el heredero. De tal suerte que el rey monógamo no tenía elección alguna cuando su hijo mayor demostraba una incapacidad congénita o temporal para gobernar. El rey polígamo elegía entre sus hijos el más capaz y podía de esta suerte dar una mayor estabilidad y firmeza a la dinastía.

En otras palabras, los caracteres particulares de una sociedad serán diferentes según su estatuto familiar; pues es el derecho el resultado de una costumbre social. Por esto puede concebirse la historia del hombre blanco como una competición entre semitas e indoeuropeos, pero en la cual cada parte poseía un genio propio, una aptitud para comprender la existencia de un modo privativo; lo que se traduce por un estilo, por una manera de vivir.

¿Cuál ha sido el estatuto jurídico o mejor dicho las costumbres existentes en los pueblos primitivos de la península? Es difícil determinarlo. Mas existen fuertes razones para suponer que el derecho de familia de los iberos ha sido polígamo, en razón de los lazos que unían esta sociedad con las de África del Norte, las cuales tanto. las europeas como las africanas vivían de la ganadería extensiva.

Oscuro es el problema pues falta una adecuada documentación324.

Es posible que con la influencia semita, tan importante en el último milenio cuando los cartagineses dominaban una gran parte de la península, haya arraigado o se haya desarrollado por contagio e imitación la costumbre polígama. Poco se han interesado los griegos y los romanos en estos problemas que les eran ajenos; por donde las escasas noticias que nos han transmitido. Más tarde, cuando la cultura del Lacio alcanzó su mayor encumbramiento, pudo haber competición entre el fuero local y la legislación latina; aunque haya podido también mantenerse la costumbre local como derecho consuetudinario. Con el arte y la cultura autóctona volvería a resurgir con fuerza en los tiempos de la decadencia imperial; de aquí su expansión en los siglos IV y V, lo que suscita ira y anatema por parte de los obispos. Tampoco se debe olvidar que la poligamia pertenecía al derecho judío; pudieron éstos propagar su estatuto familiar en los días de su activo proselitismo durante la diáspora325. Se ha mantenido la poligamia entre los judíos hasta el siglo XV. Es un hecho reconocido entre los historiadores del pueblo israelita, como últimamente por Baer y por Poliakof:

«No había sido prohibida ¡a poligamia a los judíos de España y estaba extendida», escribe este último en su Historia del antisemitismo326.

Los primeros concilios, el de Elvira y el segundo de Braga, hacen referencia a la poligamia como si fuera un hecho frecuente en la sociedad española. Así reza el canon 38 del concilio de Elvira: «Navegando por país lejano o también si no hubiera una iglesia próxima, puede cualquier fiel que no ha mancillado el bautismo, ni es bígamo (nec sit bigamus) bautizar al catecúmeno que se baila enfermo.» En aquellos tiempos el poseer varias esposas a las que había que mantener era un lujo que no estaba al alcance de cualquiera. Por esta razón el tener dos esposas era lo más frecuente, lo que explica el término de bígamo que emplean los autores antiguos y por consiguiente los obispos en las actas de los concilios. El segundo de Braga muestra una indulgencia que es reveladora de una situación de hecho: «Si un lector recibiere en matrimonio a la viuda de otro, permanecerá en electorado, y si acaso hubiere necesidad será hecho subdiácono, pero nada más. Del mismo modo si fuera bígamo (similiter et si bigamus fuerit)» (canon XLIII).

La tolerancia es menor si el bígamo no es un eclesiástico: «Si alguna mujer se casara con dos hermanos o algún hombre con dos hermanas, se abstendrá de la comunión basta la hora de la muerte, pero al morir désele la comunión usando de misericordia» (canon LXXXIX) -No recordamos haber leído en los concilios posteriores referencia alguna a la bigamia. ¿Envolvían el concepto los obispos en el tópico de la degeneración de las costumbres contra la cual anatematizaban con celo y exuberancia? En el siglo IX hubo un teólogo cristiano, llamado Quiniericus, que predicaba la poligamia tomando por ejemplo a Lamec. Fue condenado por el II Concilio de Córdoba327.

La legislación de los concilios aludía naturalmente a los cristianos. ¿Cuál era la situación en el resto de la sociedad que componía la mayoría de la población? Es difícil demostrarlo con documentos. Mas sabemos por el contexto y la evolución histórica que tanto la legislación goda como las actas de ‘os concilios no reflejaban la realidad social de la nación. Eran un parche que trataba de ocultarla. Por esta razón al anienguarse con los últimos reyes godos la imposición toledana, se hinchaba la marea popular con tono amenazador. Así se explica la política seguida por los últimos reyes, Egica y Vitiza, y la descomposición de la Iglesia que manifiestan las actas de los últimos concilios. Se comprende ahora mejor el papel desempeñado por Vitiza, los oprobios que suscitó y las alabanzas que le dirigen los autores andaluces y bereberes. Para atajar la marea que rompía peligrosamente, había tomado el rey medidas que si bien no favorecían acaso la poligamia como le han acusado sus adversarios, por lo menos la reconocían como una realidad existente en la nación. Sea lo que fuere, un hecho destaca con evidencia: La poligamia musulmana no ha surgido en España por arte de magia; era la consecuencia de una larga tradición anterior. Si no sabemos a ciencia cierta los tenores de la legislación de Vitiza, se puede afirmar sin grandes temores de equivocación que no estaba en contradicción ni con las costumbres populares, ni con el contexto histórico.

¿Ha favorecido el arrianismo la poligamia? ¿La ha predicado o simplemente la ha aceptado por ser una costumbre tradicional? Esto es muy importante porque de saberlo podríamos comprender mejor las relaciones que se establecieron entre parte de la sociedad y unos conceptos religiosos que se expandían en aquellos años como en una explosión. Mas no podemos contestar a la pregunta, porque ignoramos todo acerca del arrianismo y por consiguiente de su evolución a lo largo de los siglos. Hay que advertir, sin embargo, la gravedad de las acusaciones hechas por los cronistas latinos: No sólo había reconocido Vitiza la poligamia en la sociedad hispana, había involucrado en su legislación a la gens eclesiástica. Así lograba su propósito mayor alcance. Lo confesaba el propio autor de la crónica de Alfonso III. Una parte del clero se había sometido al ejercicio poligámico. Esto había sido causa de la perdición de España; y no estaba equivocado el cronista pues demostraba que una parte del clero ortodoxo había sido atraído por las ideas revolucionarias en gestación328.

Los acontecimientos posteriores, la súbita mutación de la sociedad hispana de monógama en polígama, incomprensible para la historia clásica, se volvía inteligible. No había tenido la población hispana en un lento proceso de arabización que realizar un esfuerzo descomunal como un salto en el vacío; lo que en el caso contrario lo hubiera sido la aparición de un nuevo estatuto familiar. No experimentaba por consiguiente repugnancia alguna en admitir la poligamia, propagada por el Islam. No implicaba el Corán ninguna innovación fundamental, siempre peligrosa cuando viene a modificar las costumbres de una sociedad. Confirmaba el derecho musulmán una tradición.

 

El proceso de arabización y los marcos naturales

Según la historia clásica tan rápidamente había sido arabizada la Península Ibérica como en el teatro un cambio de decoración. Sabemos ahora que no ha sido así. Han necesitado mucho tiempo el idioma árabe y el Corán para arraigar en las poblaciones. Podemos apreciar con testimonios contemporáneos la situación lingüística existente en Andalucía a mediados del siglo IX. En líneas generales, los mayores hablaban mal el árabe, como Nazar, el primer ministro de Abd al Ramán II; así nos lo afirman San Eulogio y otros autores. En contraste, las nuevas~ generaciones ciudadanas, según Alvaro, lo manejan a la perfección y se entusiasman con su literatura. Se expresaba el pueblo, sobre todo la gente del campo, en un bajo latín, el romance, que constituye la base del futuro español.. Pruebas suficientes nos enseñan que los musulmanes del X y del XI lo practicaban aún. Abd al Ramán III, el mis poderoso de los emires y de los califas, lo empleaba corrientemente como lo ha demostrado LeviProvençal en su Historía de los musulmanes de España. En el XI lo hablaba gran parte de la población cordobesa329.

Por la política de Abd al Ramán II y por la intensificación de las relaciones con el Oriente musulmán, se acentuó el proceso de arabización y los esplendores de la civilización árabe llegaron a ser deslumbrantes. Se volvió la idea irresistible. Los hispanos, cristianos y musulmanes, llevan nombres patronímicos árabes y para realzar el prestigio de sus familias se forjan los poderosos genealogías que les entroncan ¡con las tribus de Arabia! Es una manía que ha padecido España —acaso también otras naciones— según las seducciones de la moda. Existía ya en la época romana en que los hijos de los nuevos ricos buscaban combinaciones para emparentar con las grandes familias del Lado. En tiempos de los godos y más tarde llevan las gentes llamadas bien apellidos germánicos. Lo mismo ocurría en las Galias en los días de Carlomagno. En el siglo XVII son expuestas las fábulas heráldicas por gente sesuda y tragadas sin rubor. Han dado muestras increíbles de su ingenio los reyes de armas para fabricar en honor de sus clientes árboles de sus antepasados que les hacían descender de los personajes más fantásticos, a gusto del consumidor. Los desheredados de la fortuna, incapaces de vincularse con Pelayo, Cristo o Nabucodonosor, tenían el recurso de engancharse con algún hijo de Túbal, el cual en tiempos remotísimos, no se sabe cómo ni por qué, había conquistado y poblado la Montaña de la que descendía cualquier hidalgo por modesto que fuera.

La presión de la moda era tan poderosa que no poseía una ascendencia judía un carácter peyorativo. Clarísimo era el caso. Había que rechazar el entronque con los israelitas que eran culpables de deicidio; pero no con los anteriores a los tiempos de Jesús. Peñalosa, un fraile erudito del siglo XVII, asegura que semejante parentesco era una dicha pues no eran idólatras estos antepasados, como los romanos y otras gentes menudas, sino monoteístas. De ahí venía una superioridad heráldica330. En una palabra, en los siglos IX y X cualquier personaje importante puede demostrar una ascendencia árabe entroncando con cualquier tribu hambrienta del desierto. Tan sólo se impone un requlsito. No empeñarse en querer emparentar con el Profeta, pues no es prudente competir con los Omeyas cordobeses, quienes madrugaron y se hicieron con las mejores localidades. ¿Para qué entristecerse? Siempre es posible reivindicar un lazo familiar con Adán o con su nieto el padre Abraham331.

Así se explica cómo los jefes unitarios en las guerras del VIII llevan apellidos árabes. Interviene de una parte la imposición heráldica en todo su apogeo cuando escriben los cronistas árabes y también su ignorancia del latín. Convierten con mayor o menor acierto sus apellidos latinos en arábigos. Se descubre la transposición cuando conocemos ambos apellidos gracias a los cronistas de ambos bandos. Así, don Opas es llamado Ebba en Ajbar Machmua; Ona en Pato al Andaluci. Julián se transforma en Yulian, Bailan, Iliam, liban, en las crónicas escritas en árabe332. Pero, como después de 711 son mudas las cristianas acaecidas de lo ocurrido en fechas posteriores, la reconstitución de los nombres latinos de los unitarios que se han distinguido en los acontecimientos se convierte en una enigma. ¿Cuál es la verdadera personalidad que se esconde tras el apellido altisonante de Abd al Ramán ibn Alá el Gafeki, el vencido por Carlos Martel?

Más tarde, cuando aumentan las noticias gradas a una mayor abundancia de textos, descubrimos que los mayores escritores andaluces musulmanes llevan nombres árabes, como en el siglo XI Ibn Hayán, Ibn Haz, lbn Pascual. El apellido de este último a nadie engaña. Pero sabemos también que los cristianos que viven en tierra del Islam llevan apellidos arábigos. Juan Hispalense, el obispo, se llama Said Almatran. Recemonde se convierte en Rabi ibn Said. ¿Quién sin ser avisado sospecharía que Rabi ibn Sahib esconde la personalidad de un obispo que en el siglo X desempeñaba misiones diplomáticas al servicio de Abd al Ramán III?

Más aún. Hay cristianos que viven en el norte, en el reino de León, independiente de los emires y de los califas, que llevan apellidos árabes. Gómez Moreno ha coleccionado centenares en los cartularios de los siglos IX y X, redactados en latín. No son burgueses, ni gentes del pueblo, los alcanzados por la moda. Pertenecen a la aristocracia palatina y eclesiástica. Ha contado este autor más de cien llevados por personas que tienen una autoridad religiosa, entre los cuales se distinguen dieciocho abates y dos abadesas. Entre los cortesanos apunta diez jueces, cinco alguaciles, dos o tres mensajeros reales, un tesorero, un conde, dos apoderados del monarca, un jefe militar, etc. Varios centenares de apellidos corresponden a propietarios o a testigos que firman actas. Un sacerdote de León, llamado Froila, escribe el suyo con caracteres arábigos333. Por todo lo cual se deduce una conclusión: Como el número de los verdaderos árabes que han llegado a España ha sido muy corto, probablemente menor que el de los monjes franceses de Cluny, se puede advertir que salvo excepciones contadas y determinadas por el contexto, los apellidos árabes que se hallan en los manuscritos de esta época se refieren a gentes de estirpe hispana. La expansión de la civilización árabe era pues función de los instrumentos de su propagación. El proselitismo animado por los mercaderes, el establecimiento de relaciones intelectuales, la difusión de libros, su lectura y asimilación, la predicación de los «profetas», el reconocimiento del prestigio de los nuevos conceptos, podían solamente con el paso de los años alcanzar su objetivo. Así se explica la lentitud del proceso de arabización, como también su expansión geográfica. Si hubiera sido invadida la península por ejércitos que hubieran atravesado el Estrecho, hubieran conquistado el valle del Guadalquivir, Extremadura, el sur de la Meseta. Por ser las más antiguas arabizadas hubieran mantenido estas regiones una mayor sedimentación de conceptos arábigos. Se reconocerían sus testimonios en nuestros días.

No es así. Por una parte, la guerra civil se ha prolongado mucho más tiempo en Africa del Norte que en la península, pues los efectos de la pulsación han sido allí mucho más largos y agudos. Y por otra parte, están de acuerdo los autores en que los conceptos orientales han desempeñado en España el papel de un fermento que ha removido un fondo autóctono profundamente romanizado. Es la civilización del Lacio en estrecha simbiosis con el genio local la que se descubre en los grandes monumentos arqueológicos de la España del sur, en el arco de herradura, en los patios recuerdos del atrium, en el genio de sus escritores, en la fachada de sus ciudades y en la fisionomía y estilo de sus habitantes; idiosincrasia que se ha mantenido hasta nuestros días. Por razón de su lejanía la influencia del medio mediterráneo es escasa. Cuando analiza el historiador los diferentes estratos de sus niveles arqueológicos, recibe una fuerte impresión, pues el fenómeno de pseudomosfosis descrito por Spengler se distingue con claridad suma334. Al contrario, el litoral mediterráneo sobre todo desde el cabo de la Nao hasta el Estrecho, posee un carácter particular que destaca sobre las otras regiones peninsulares. En un marco natural propio del Mare Nostrum que ha modelado su paisaje y los rasgos somáticos de sus habitantes, se discierne un mayor impacto de la tradición semita y musulmana. Cierto, ha sido atenuado en el curso de los tiempos por otras aportaciones culturales, pero es posible aún reconocer en algunos lugares una mayor acción de fermentos orientales. Tanto más que las ideas se imbricaban con la geografía de una manera espontánea, de acuerdo con los mismos principios según los cuales las relaciones entre el marco natural y ciertos elementos culturales se habían fundido en sus tierras de origen, permitiendo de este modo la génesis y desarrollo de la civilización árabe. Mas no habían llegado del sur, del Estrecho de Gibraltar, los nuevos conceptos; habían arribado del mar impulsados por el Levante.

Habían aportado los barcos lentamente, pero de modo Continuo, los elementos energéticos de una nueva cultura. La semilla diseminada un poco al azar, como si hubiera sido llevada por el viento, había acabado por germinar en esta región en que el marco geográfico y el ambiente religioso le eran favorables. De aquí se había difundido por el sur y por el nordeste de la península. No podemos contar la historia de su expansión; nos basta con mencionar el papel desempeñado por el puerto de Almería que llegó a ser el más importante en la Alta Edad Media del Mediterráneo occidental. No eran solas las ideas en franquear el mar. Transportaban los barcos en sus bodegas unas mercaderías muy especiales. Con los viajeros llegaban también elementos botánicos y zoológicos que iban a transformar el paisaje de toda esta región y por su impacto modificar profundamente su economía. Desde fines del siglo VIII se habían encalmado los efectos de la pulsación. En la Meseta, el marco natural existente sobre el basamento ibérico no había sufrido grandes modificaciones. No ocurría lo mismo en la Andalucía meridional y en el valle del Ebro. Se podía apreciar en estos lugares la acentuación del clima mediterráneo caracterizado por la falta de lluvias estivales. Parte de la Tarraconense empezaba a adquirir una facies árida. No había sufrido graves alteraciones el litoral, salvo la región de Almería en donde se notaba el proceso de aridez al escasear más y más el paso de las depresiones por el Estrecho de Gibraltar. Apunta entonces un fenómeno, natural y humano. Pronto adquirió una importancia extraordinaria para el porvenir. Se trata de la readaptación de los cultivos en razón de las nuevas circunstancias climáticas.

Con mayor calor y una mayor escasez de pluviosidad, plantas de origen indostánico se habían poco a poco aclimatado en lugares privilegiados de Asia occidental. Después de haber franqueado el valle del Indo, había progresado su cultivo hasta alcanzar las partes balas del Irán y las regiones del Creciente Fértil. Pronto dieron un salto y aparecieron a orillas del Mediterráneo. Árboles, como la morera blanca, el naranjo, el limonero, el granado, etc., plantas como la caña de azúcar y el algodonero, también fueron introducidos en lugares apropiados de la cuenca occidental. Trajeron semillas los viajeros a España ¿desde Sicilia o desde Berbería? Es difícil afirmarlo, porque dadas las relaciones constantes de Levante con Bizancio pudieron también llegar del Bósforo. Sea lo que fuere, estaban perfectamente aclimatadas en el siglo IX y tan arraigada su producción en la sociedad que era de suponer su anterior llegada a las costas españolas. La mayoría de estos cultivos poseían un carácter lujoso o de agrado. En los tiempos modernos se han convertido los agrios en objeto de exportación. Antaño dado el estado de las comunicaciones se consumían en los mismos lugares en que se cultivaban. No obstante, existían otras especies que permitían el desarrollo de una nueva industria y el auge de un comercio de exportación. Los productos obtenidos más importantes eran el algodón, el azúcar y la seda.

Estos dos últimos eran ignorados de los romanos en los días de la República. Empezaron en los del Imperio a importar tejidos de seda de China, vía el Irán. En aquel entonces se empleaba tan sólo el azúcar como producto farmacéutico. Para suavizar el gusto de los alimentos se mezclaba miel con agua, costumbre que se ha mantenido en Occidente hasta el siglo XVIII en que empezaron a llegar dc las Antillas cargamentos que hicieron popular el azúcar de caña. Desde la aparición de esta planta en España y en Marruecos perdió el azúcar su carácter exótico. mas por su producción reducida y la carestía de los transportes se vendía en Europa a alto precio. Ocurría lo mismo con la seda. Hasta el siglo VI han ignorado los hispanos su industria. Como se sabe, depende tal industria del cultivo de la morera blanca que produce las hojas aptas para alimentar los gusanos. Según relaciones antiguas, habían traído monjes nestorianos de China al Bósforo gusanos de seda escondidos en las cañas de bambú que les servían de cayado en su largo viaje. Pues estaba prohibida la exportación del Celeste Imperio de estos diminutos artífices. Ahora bien, si de antemano no hubiera elevado la pulsación la temperatura de estos lugares y permitido el cultivo de la morera blanca, hubieran muerto los gusanos a su llegada a Occidente. No hubiera podido prosperar la industria sedera como sucedió en los tiempos de Justiniano. Hombres industriosos introdujeron acaso durante su dominio por los bizantinos la industria sedera en Andalucía, con capitales y con técnicos. Difícil es precisar con testimonios la fecha exacta de su implantación en Levante y en la España del sur. Es muy probable que la técnica sérica y otras artes industriales hayan hecho su aparición en la península en los días de esta expansión bizantina. Se cita un texto de San Isidoro según el cual se hacían en su tiempo casullas de seda para la celebración de la misa335. No existe, salvo error, noticia que se refiera a la seda en los textos escasísimos del siglo VIII. En el IX nos habla de ella Alvaro en su Indiculus refiriéndose a las delicias que amenazan corromper a la minoría cristiana de Córdoba, subyugada por los esplendores del renacimiento económico y musulmán.

«Mientras que deleitándonos con los versos y las novelas de los árabes, no tenemos re/raro en servirles y obedecerles por malvados que sean, y así pasamos la vida del siglo, y hartamos nuestros cuerpos, y amontonamos bienes con un servicio ilícito y un ministerio execrable; y con afanosa previsión acaparamos ,bara largo tiempo, para nosotros, para nuestros hilos y nietos, seda, perfumes, opulencia, y esplendor en los vestidos y demás alhajas...» Se desprende que en aquel tiempo era la seda un artículo de uso frecuente336.

los orígenes de los cultivos de la caña de azúcar y del algodón son también muy oscuros. Su procedencia y desarrollo debieron ser paralelos a la industria sérica implantada en nuestras tierras por los bizantinos; su causa similar, producida por la pulsación climática. Desde la mitad del siglo IX renace la España del sur a nueva vida. Una savia importante, anteriormente desconocida, da una enorme expansión a su economía. Se convierte Andalucía en un emporio de riquezas. acaso el más importante en Occidente, comparable al que existía en Constantinopla o en Bagdad. Cuaja de este modo uno de los principales centros de la civilización árabe: la cultura arábigo-andaluza.

En el siglo IX aparecen los primeros signos materiales de este esplendor. Aquí está el testimonio de un testigo que no resulta sospechoso de ser favorable al poder constituido: San Eulogio. Refiriéndose a Córdoba bajo el reinado de Abd al Ramán II, escribe:

«En verdad ha ascendido a las más altas cumbres la ciudad de Córdoba, antaño llamada patricia, ahora real por el hecho de su presencia. La ha enriquecido can ornamentos, ha extendido su nombradía, ha acumulado en ella riquezas y con tenacidad ha reunido con abundancia todas las delicias del mundo. Más de lo que es creíble; pero esto es exacto. De lcd suerte que en el curso del siglo ha sobresalido, ha excedido, domina con toda clase de magnificencia a los reyes anteriores de su familia»337.

A pesar de las dificultades con que se tropieza cuando se desea estudiar la economía de los tiempos antiguos, debido a la escasez cuando no a la inexistencia de una documentación adecuada, es posible sin embargo esbozar un esquema, escueto por estas razones. Han admitido los autores latinos que eran la Bética y Extremadura en la época romana uno de los graneros del Imperio. Vendían a la Urbs su trigo, su aceite, sus conservas de atún, sus aceitunas, sus lanas... Mas, si se pone aparte su metalurgia —la del cobre y del bronce con la explotación de los metales preciosos— no poseían estas provincias una industria de recambio para suplir a la que acabamos de apuntar, cuando por el agotamiento de los filones o por otras razones se paralizó su explotación. Se acentuó la crisis cuando a fines del siglo III empezó a faltar el carbón de leña para reducir las piritas, debido a la tala de los bosques, proceso acelerado por la pulsación338. Así se explica que desde el fin del Imperio y en los tiempos godos la economía de la mayor parte de España, como ocurría también en los demás lugares de Occidente, fuera estrictamente agrícola.

Hemos anteriormente conocido los efectos de la pulsación sobre la agricultura del país. Produjo la sequía una crisis gravísima y el hambre redujo su población. Pero en el siglo IX la situación mejoró de manera ostensible. Atemperadas las rivalidades provinciales, con la unión volvieron los circuitos económicos a dar vida a las regiones y a reanimar el bienestar de las ciudades. Mas la economía seguía siendo agrícola. Un mayor rendimiento de las cosechas, más importantes de lo que se pudiera suponer por la existencia de una mayor acumulación de humus en las tierras de pan llevar, no era, sin embargo, suficiente para ser la base de un auge extraordinario. Faltaba un excedente de exportación que permitiera un intercambio comercial de importancia. Ahora bien, como consta el hecho de modo indiscutible, se impone la suposición de tales prácticas mercantiles- Pues el testimonio que hemos aportado de San Eulogio no puede menospreciarse ni por hipérbole, ni por supuestos loores cortesanos o agradecidos. Era el cordobés un enemigo encarnizado del poder musulmán. Si sus palabras no reflejan la estricta verdad, no está el desfase en un exceso, sino al contrario en un mínimo.

Puede fácilmente explicarse esta repentina exuberancia de la economía de la España levantina y del Sur, con los conocimientos que acabamos de exponer. Sobre la base de una agricultura próspera y poderosa, se desarrolla una industria nueva con alcances internacionales: la tejeduría de paños de seda o de algodón, que complementaba La tradicional de tejidos de lana, la producción de azúcar y demás artes industriales paralelas por ser oriundas de Oriente, como las del papel, de la cerámica, del vidrio, del cuero, de las armas damasquinadas, de los libros y de sus encuadernaciones, del esmalte, de marfil, etc. Se formaba así un excedente de productos que se exportaban al mundo entonces conocido.

Es posible y probable que estas artes industriales, como otros conocimientos artísticos y arquitectónicos, hayan sido introducidos en España por los bizantinos en tiempos de Justiniano. Pero con la revolución islámica en Oriente, que había favorecido la empresa de Sisebuto y de Suintila, las relaciones comerciales con aquellos países alcanzaron posteriormente otro carácter- Con la paz impuesta por los unitarios se incrementaron las relaciones de todo género con las antiguas provincias de Bizancio, ahora islamizadas. Desembarcaron en la península como dos siglos antes viajeros, mercaderes, capitales y técnicos. Como en la época romana volvía la Península Ibérica por sus dimensiones a constituir un mercado amplio e importante. La llegada de estos nuevos orientales tuvo que impresionar a los hispanos, no sólo por sus riquezas y los alardes de su técnica industrial, sino también por la literatura de su idioma, por la fe tan parecida a la del unitarismo lugareño y por el auge e irradiación que produce la supremacía de una cultura superior, la más importante por la decadencia de Bizancio en toda la Edad Media. Con el prestigio que les daba la superioridad de lo que traían pero también la de los productos que salían de los talleres por ellos construidos —recuérdese la tosquedad y pobreza de las artes que habían aportado los visigodos— no puede dudarse de la importancia de estas circunstancias en la propagación en torno suyo del Islam y de la civilización árabe. Una vez puesto en marcha el movimiento, se prosiguió su desarrollo por obra y virtud de la energía creadora de las nuevas ideas-fuerza.


303 Ignacio Olagüe: Las pulsaciones climáticas y la sequía en los Pirineos.Ibid.

   304 Lafuente Alcántara: Ibid., p. 67.

   305  Existe un antecedente: el paso del Estrecho por los vándalos hacia Africa, operación dirigida y llevada a cabo por la gente marinera de Cádiz, según sugestión de Gauthier en su obra: Gensénic. En este caso estaba dirigida y controlada por españoles.

306 Hoy día Santaella, villa de la provincia de Córdoba, según ciertos auto. res. Es posible que hubiera antaño una ciudad de este nombre en el norte de Marruecos.

307 Lafuente Alcántara: Ibid., p. 67.

308 Ha sido Suintila, en 625, después de la expulsión de los bizantinos, el primer monarca visigodo que haya gobernado la totalidad de la península, salvo el País Vasco.

309 Según Ajbar Machmua, se llamaba Shaquía iba Abd al Valid. Era maestro de escuela en Santanver, ciudad situada al sureste de Guadalajara, hoy día desaparecida. El también había convencido a sus compatriotas de su ascendencia sacra. Había guerreado en contra de Abd al Ransán durante nueve años. Si son ciertos estos datos, no encajan muy bien con la enseñanza de la historia oficial, pues existían por estas fechas varios Omeyas en España; de suerte que el éxito final del Emigrado había sido debido más a su genio militar que a su ascendencia mágica.

310 La continuidad de estos caracteres fisiológicos en los descendientes de Abd al Ramán ha llamado la atención de los historiadores musulmanes andaluces. Algunos autores han querido explicar los rasgos físicos del Emir apoyándose en una tradición según la cual su madre era bereber. La explicación no es convincente; en primer lugar porque no sabemos si el hecho es cierto, y en segundo lugar porque los bereberes no pertenecen al tipo germano. Es cierto que existen en el desierto del Sahara tribus tuaregs que lo poseen y que pudiera haber habido un mestizaje entre la familia de la madre del Emigrado y una ascendencia sahariana, pero aun en este caso el hecho es imposible. Nuestros actuales conocimientos en genética son terminantes: Morgan y su escuela han estudiado la herencia de los ojos y la aplicación de las leyes de Mendel a las «poblaciones> ha demostrado su exactitud. En nuestros días, ha aislado la genética en la especie humana caracteres que son dominantes y otros que son recesivos: la nariz convexa sobre la recta, las ventanas anchas sobre las estrechas, etc. Los ojos negros son dominantes sobre los azules que son recesivos. De tal suerte, «que siendo dominado el gen de los ojos azules por el gen de los ojos negros, sabemos con certeza que un individuo con ojos azules no puede llevar en su cuerpo el gen de los ojos negros>. Juan Rostand: El hombre (cap. Las leyes de la herencia). En el tipo semita el gen de los ojos negros es dominante; en el germano lo es el gen de los ojos azules. Para que tuviera el Emigrado los ojos azules siendo Omeya, su padre debía tener el gen de los ojos azules recesivo y el de su madre dominante; es decir, ambos hubieran de haber sido mestizos; lo que no es imposible, pero improbable en alto grado. Ahora bien, era ya inimaginable que además de esta grandísima anomalía, el hijo de un semita y de una bereber tuviera, por si fuera poco, la piel clara y el pelo rojizo, es decir, otros caracteres germanos. El Emigrado no descendía de los Omeyas; lo que confirma el contexto histórico. Desterrado el mito de la invasión arábiga en España, ¿qué diablos venía a hacer en España? Así se explica el enorme esfuerzo que tuvo que emprender para asentar su autoridad. Por otra parte, consta que los caracteres germanos del Emir han sido reforzados en su descendencia por numerosos matrimonios con navarras. Han sido tan numerosos en esta familia que está uno tentado de explicarlo por una tradición que demostraría la verdadera ascendencia del fundador de la dinastía. No hemos sido los únicos en pensarlo. Esto dice Ibn Hazm, escritor cordobés del siglo xi acerca de esta familia: «Lo que no sé, si su gusto (el de los Omeyas) por las rubias era una preferencia connatural en todos ellos, o una tradición que tenían de sus mayores y que ellos siguieron>. En El collar de la paloma, p. 130, edición y traducción de Emilio García Gómez.

311 Estos adjetivos se mantienen en los escritores posteriores que escriben en árabe, sean andaluces o bereberes, los cuales contrariamente a los cristianos de su tiempo conservan la tradición de la guerra civil: así, Ajbar Mach. mua llama a los suyos «la gente de España> y a los trinitarios «politeístas>. Esto aún en el siglo xi. En los Anales Palatinos del Califa de Córdoba Al Hakam II, escritas por Isa iba Alunad al Razi CH.: 370.364, J.C.: 971-975), que ha insertado Iba Hayán en su Muqtabi.s, se describe el ataque realizado contra la línea del Duero por los cristianos mandados por el rey de León y por el de Navarra. Pusieron cerco a la fortaleza de Gomaz. Esto ocurrió en abril de 975. Es el Moro Rasis contemporáneo de los acontecimientos y en la guerra que se emprende distingue bien el historiador los dos bandos: No los califica de cristianos y de árabes, ni tampoco llama a los cristianos: hispanos o españoles, como lo hace con la gente de más allá de los Pirineos que deno. mina: francos. Divide a los combatientes en politeístas y en musulmanes. Nosotros afinando llamamos a los politeístas: trinitarios. «El ejército de los enemigos politeístas (iDios los haga perecer!) compuesto por gran número de gallegos, vascones y gentes de Castilla y de Pamplona habla acampado junto al castillo de Gomaz en la frontera de Medinaceli... El 17 de abril de 975 presentaron combate a la guarnición musulmana del castillo (Dios los asísta), la cual salió al campo, riñó con ellos encarnizadamente, mató a buen número de infieles... A la mañana siguiente volvieron a la carga con mayor ardor y derrotaron a los politeístas> (Traducción de Emilio García Gómez. Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1967.) La designación de los dos bandos en politeístas y en musulmanes se repite a lo largo de las noticias que nos transmite el texto.

312 La palabra «sarraceno> es de origen griego. Se la encuentra por vez primera, según se nos asegura, en un tratado de Dioscórides de Anazarbe (siglo i de la era cristiana). Se menciona la resma de un árbol sarrakenicu de Sarrakané. Según Ptolomeo, este territorio se encontraba al sur de Judea y autores más modernos lo sitúan en la península del Sinaí. En los autores más diversos del iv al vi siglo, Sozimo, Rufo, Festus, Julián, Amiano, Priscus, Menandro, Procopio, la palabra sarraceno designa los pueblos los más diferentes. Con el Islam llaman los bizantinos sarracenos a los musulmanes y llega a Occidente esta denominación, en donde adquiere o acentúa un sentido impreciso y anónimo. Su aparición tardía en los textos hispanos del fin del ix demuestra su origen extranjero. Los heréticos españoles se han convertido en sarracenos, es decir, en musulmanes vagamente asimilados por la religión a pueblos orientales.

313 Bauilicarum turrea averteret, templarum arcem dirueret et exceLsa pmnaculorum prostei-neret, quae sigrtorum gestamina erant ad conventum canonicum quotidie christicolis innuendum. <Echó abajo las torres de las basílicas, derribó las fortificaciones de los templos, abatió las partes más elevadas de los pináculos, los cuales sostenían las campanas para llamar todos los días a los cristianos a la regla canónica.> Eulogio: Apologeticus. Existe en el Museo Arqueológico de Córdoba una campana de esta época, con una inscripción indicando que ha sido construida en la era de 913; 875 de la nuestra, dedicada ¿al escritor abate Sansón? San Isidro de León conserva otra con fecha de 1086. Gómez Moreno ha estudiado estos objetos de bronce en su obra Iglesias mozárabes, t. 1, pp. 384 y as., Madrid, 1919. En la lámina LXXVIII del tomo segundo, reproduce un dibujo de la torre del Monasterio de San Salvador de Távara, extraída del códex del Beatus Tavarense (970), en donde un campanero pone en movimiento una campana con cuerdas. (Archivo Histórico Nacional. V. 35, a.’ 257.)

314 Eran estas iglesias San Acisclo, San Zoilo, de los Tres Mártires, San Cipriano, San Gules, Santa Eulalia y de la Virgen Maria. Enumera también Eulogio los siguientes monasterios: San Cristóbal, San Cosme y Damián, San Félix, San Martín, San Justo y San Pastor, San Salvador y Peáamelaria, Cuterclarense, Tabanenses, Aranelos y Ausinianos, que se hallaban en los alrededores de Córdoba.

315 Se deduce esta situación de una frase de Alvaro Cordobés en el párrafo 5 de su biografía del confesor Juan, texto que ya había llamado la atención del padre Flórez. Su héroe es un mercader acusado por el juez de emplear de modo indebido el nombre de Mahoma. En realidad, lo hacía por burla: Perviderts nostrum pro phetam semper ejus nomen in deri.sionem frequentase; en apariencia para que le escuchasen los que ignoraban que era cristiano: auribus te ignoran.tibus cri.stianum esse. De donde concluye Flórez que los cristianos y los musulmanes llevaban todos el mismo traje, pues en el caso contrario nadie hubiera ignorado que Juan era cristiano. Llevaban también los judíos el mismo traje que los cristianos y los musulmanes. Hacia el fin de su reinado, en 1198, es decir, cuando arreciaba la contrarreforma musulmana, Abu Yusuf ordenó a los judíos del Magreb que llevaran una distinta indumentaria (Georges Marçais: Ibid., p. 269). Ocurría lo mismo con las mujeres. Las cristianas cuya religión no era conocida, iban a la iglesia con la cara recubierta de un velo; las demás con la cara descubierta. Esta situación se prolongó mucho tiempo, pues en 1215 el IV Concilio de Letrán hace a ello referencia en sus cánones 67-70: «En los países en donde los cristianos no se distinguen de los judíos y de los sarracenos se han establecido relaciones entre cristianos y judíos y viceversa...> Esta uniformidad en el vestir de la población que ha durado varios siglos por lo menos en España demuestra que no se había dado la invasión de un pueblo extraño y exótico, pues en este caso se hubieran distinguido los árabes por su vestimenta.

316 Las actas de este concilio han sido publicadas por el padre FIórez en el tomo XV de su España sagrada.

317 Ya el Canon LX del Concilio de Elvira había condenado estas violencias. Ver el texto en la nota 227.

   318  Bréhier: Ibid., t. III, p. 462.

   319 Marçais: Ibid., pp. 70.72.

320 Asín Palacios: Aben Masara y su escuela, p. 21.

321 Texto de Menéndez y Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, t. II, p. 208: «Según el extranjero autor de esta crónica, Vitiza (y esto es creíble) mantuvo un verdadero serrallo de concubinas, y pasando de la práctica a la teoría, sancionó con una ley la poligamia, extendiéndola a todos sus vasallos, legos y eclesiásticos>.

322 He aquí el texto de la crónica de Moissac según la edición de Pertz: His temporibus in Spania super Gothos regnabat JVitiza, qui regnavit annis VII es menses III. Iste ¿editas ín Jemini.s, exernplo suo sacerdotes ac populum (uxuriose se vivere docuit, irritans furorem Domini. Sarraceni tunc in Spania ingrediuntur. Gothi super se Rudericum regem constituunt. Rudericu.s rex cum magno exerdtu Gothorum Sarraceni.s obviam it in proelio; sed initio proelio, Gothi debellati sunt a Sarracenis, sicque regnum Gothorum in Spania finitur, eS mira duos annos Sarraceni pene totarn Spaniam subjiciunt.

323 Edición de Flórez: España sagrada, t. XIII. p. 478.

324 Esta constitución de la familia ha debido de presentar caracteres diferentes según las regiones y los cultivos del campo. Se ha dicho que la poliandria se había impuesto en los tiempos primitivos en los lugares norteños. Se ha mencionado el papel que desempeña en la familia vasca el ama de casa, la echecoandre, habiéndose extendido este pueblo y sus instituciones largamente por una gran parte de la península. Pero también dicen los conocedores de la familia polígama que la primera mujer del marido y por consiguiente la mayor, es la que en realidad gobierna la familia, si no el lecho del varón. Sea lo que sea, en un caso como en el otro, es indudable que el papel desempeñado por la mujer en la sociedad española ha sido siempre muy importante y en cualquier tiempo de su historia.

325 Como todos los semitas eran los judíos polígamos. Basta con leer la Biblia para convencerse de ello. El primer cristiano que se ha opuesto contra estas costumbres ha sido Justino (siglo u). «Si pues os halldi.s perturbados por las enseñanzas de los profetas y por las de Jesús mismo, vale má.s que sigáis a Dios que a vuestros doctores ininteligentes y ciegos; ellos son los que os permiten tener cada uno cuatro y cinco mujeres.> En Diálogo de San Ju.sti. no, filósofo y mártir con el judío Triphon, 134. Seguimos la edición del padre Harninan. Este especialista comenta: Dieciocho mujeres le está permitido tener al rey por la Misma (el código civil judío~ de la época de Cristo), cuatro o cinco al simple particular. Durante mucho tiempo se mantuvo en aso la poligamia entre el pueblo judío>, p. 339, Editions de Paris, 1958.

326 L. Poliakof: Histoire de l’antisemitisme, t. II. p. 133, Calman Levy, París. Después de haber dado el ejemplo del más ilustre talmudista hispano, Hasdai Crescas que tenía dos mujeres, prosigue Poliakof: «Estaba autorizado el concubinato y distinguieron los rabinos dos clases de concubinato: la «hachukan>, la deseada, concubina libre, y la «pilgechet>, la «amante> a la que el novio está ligado por una promesa de esponsales>. Por miedo al proselitismo judío demuestran los obispos en las actas conciliares un recelo morboso ante todo aquello que de lejos o de cerca recuerde las tradiciones del pueblo judío. El de Elvira da la pauta de esta desconfianza casi enfermiza: canon LXI: Si alguien después de la muerte de su mujer se casare con la hermana de aquélla y ésta fuera cristiana, tenemos por bien que se abstenga de la comunión durante cinco años. A no ser que una grave enfermedad obligase a administrársela antes. Este recelo que se puede comprobar en las actas de los concilios visigóticos muestra la existencia de una competencia en estos tiempos entre los dos cultos.

327 Menéndez y Pelayo: Heterodoxos, t. III, p. 15.

328 Cita anterior de la crónica de Alfonso III y nota 323.

329 «En lo que concierne a los analistas de Córdoba, no debe olvidarse que la gran mayoría no eran de origen árabe, sino hispano. Era el árabe su lengua materna, pero sus abuelos habían hablado el romance y sus amigos y parientes seguían aún hablándolo. Ibn Haydn era también de origen español y me parece seguro que lo hablaba. Dozy: Recherchers, t. 1, p. 67. En Córdoba, en el siglo x, «el uso de ia lengua romance era corriente en todas las clases sociales. Levi-Provençal: L’Espagne musulmane au X sii~cle, p. 236, Larose, Paris, 1932. Acerca de la ignorancia del árabe por parte de Nazar, ver la nota 250 y sus referencias.

330 Ver en particular Peñalosa: Libro de las cinco excelencias, Pamplona, 1629.

331 Es posible que Abd al Raxnán, el Emigrado, o uno de sus descendientes, haya discurrido buscar un parentesco con Mahoma para realzar el prestigio de su familia cerca de los musulmanes que eran en su campo los más dinámicos y acaso revoltosos. El acto político se hubiera entonces convertido en una moda imitada por los palaciegos y grandes del país.

332 Saavedra: Ibid., p. 48. Ver también nota 300.

333 Gómez Moreno: Iglesias mozárabes, pp. 105-140 del primer tomo, Madrid, 1919. Este da en este estudio la lista de las palabras árabes que entonces se han incrustado en el romance hispánico y más tarde se han convertido en palabras españolas.

334 Ver la manifestación de este fenómeno descubierto por Spengler, en la sociedad medieval hispana, en nuestra obra La decadencia española, t. U capítulo La revolución islámica.

335 Así lo asegura el autor del artículo seda en la Enciclopedia Esposa, tomo 54, p. 1.368. No hemos podido encontrar el texto genuino, cuya obra original no está indicada, en los múltiples trabajos de Isidoro cuyo acceso es difícil. En sus Etimologías describe los gusanos que producen la seda y los diferentes tejidos que se hacían en su tiempo (lib. 19, cap. XXII, 13 y 14).

336 Flórez: España sagrada, t. XI, p. 273.

337 Eulogio: Memoria.le sanctorum, t. U, p. 457, edición Lorenzana.

338 Ignacio Olagiie: La decadencia española, t. IV, pp. 249 y ss. Hístoire d’Espagne, pp. 66.69.

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