Segunda
Parte
LA
REVOLUCIÓN ISLÁMICA
Capítulo
5
EL
MARCO GEOGRÁFICO: LA
CRISIS CLIMÁTICA
La
evolución del marco geográfico en razón de las variaciones del
clima que tuvieron lugar en el curso de la historia.
Su
papel en la historia de España.
La
desecación del Sahara. Fecha aproximada de la evolución de la facies
árida hacia la desértica.
I.
Testimonios geográficos
a)
Los bosques antiguos.
b)
La hidrografía.
c)
La toponimia.
II.
Testimonios arqueológicos e históricos
a)
Evolución del clima en
las regiones centrales del Sahara.
1)
La
situación climática al comienzo del primer milenio.
2)
La
situación climática en el siglo V antes de J. C.
3) La última
mutación de los testigos biológicos.
b)
El clima en el África
del Norte al principio de la era cristiana.
III.
Conclusión
|
Posee
el hombre sentidos apropiados a la escala de su estructura
particular y así, en razón de su constitución fisiológica,
está indinado a creer en la inmutabilidad de lo que le
rodea. Por feliz ventura le han enseñado en épocas
primitivas los riachuelos y más tarde los espejos en las
ciudades, que no siempre conservaba los rasgos de la
juventud, aunque todavía le alentara la sangre impetuosa.
Le demostraba la más sencilla de las observaciones la
ilusión de sus impresiones. Las estrellas, el sol, la
tierra, nada es estable en el universo. Son el movimiento
y el cambio la gran ley de la naturaleza.
Fontenelles
en el exquisito lenguaje empleado por los franceses del
siglo XVIII había explicado a su amiga, la marquesa, que
se trataba de una relación de proporciones. Si las rosas,
decía, cuya vida es tan breve, tuvieran una conciencia,
hubieran supuesto que era eterno el jardinero pues jamás
le habían visto envejecer. No hizo esta lección impacto
alguno en los historiadores que por mucho tiempo todavía
concibieron los acontecimientos del pasado con un
criterio inmovilista. Cierto, se sucedían las
generaciones las unas tras las otras; pero los hombres de
la antigüedad o que pertenecían a civilizaciones
alejadas en el espacio y en el tiempo, poseían todos un
similar espíritu, idénticas reacciones. Tenían la misma
idiosincrasia que los actuales. En estos últimos años,
sin embargo, demostraba un mejor conocimiento de la
evolución de las ideas que no era así. Podía a veces un
abismo separar generaciones que no estaban alejadas entre
sí por un número importante de fechas. Había cambiado
en corto plazo la manera de pensar y vivir de la población
de un territorio. De esta suerte existían en el mundo de
los conceptos verdaderos seísmos que habían echado por
tierra imponentes edificios construidos con laboriosidad
en el curso de los siglos. Habían podido por esta causa
otras estructuras levantarse sobre las ruinas de las
anteriores.
En
próximos capítulos tendremos la oportunidad de apreciar
una de estas gigantescas mutaciones, espirituales e
intelectuales. Conviene advertir sin embargo que no eran
estos cataclismos el fruto de una acción estrictamente
intelectiva. Muchas veces se había adelantado el seísmo
de la naturaleza al del espíritu; no seísmo que hace
temblar la tierra, fenómeno local y de limitadas
repercusiones. Mucho más grave era la catástrofe que había
destruido las más importantes civilizaciones de la antigüedad,
sus efectos mucho más terribles, pues se trataba de una
intensa transformación del paisaje que les había servido
de marco natural. Podía en nuestros días su mecanismo
ser comprendido y medidas las repercusiones producidas.
Estudios recientes demostraban la importancia de los lazos
que unen el hombre al suelo sobre el cual vive.
A
finales del siglo pasado, siguiendo las enseñanzas de
Ratzel, construyeron los geógrafos una nueva disciplina
científica: la geografía humana. En parte, era el hombre
producto del marco natural que le cercaba. Existía por lo
tanto un determinismo geográfico que el historiador no
podía ignorar. Se mostraba tanto más dominante a medida
que se remontaba en el pasado, en donde técnicas
rudimentarias exponían cada vez más el hombre sin
recursos a las cóleras de la naturaleza. Era tan fuerte
su imposición que el hombre quedaba señalado como con un
cuño. Gozaba el montero que perseguía el venado en las
tierras norteñas de otra idiosincrasia que la del nómada
que vivía en un desierto tórrido. El esquimal y el
tuareg poseían la misma constitución fisiológica; el
medio les había modelado de tal suerte que eran
diferentes. Ocurría lo mismo con las civilizaciones que
son el fruto de una sociedad, es decir, de un número
finito de individuos. Empezaron pues los geógrafos .a
analizar las relaciones que se establecen entre el cuadro
natural y la actividad social. Consiguieron destacar en el
anonimato de las masas esparcidas por el globo, sociedades
que se distinguen por un paisaje propio en donde domina un
rasgo sobresaliente: una especie biológica, una facies
botánica o morfológica. Han aislado de este modo los
investigadores las civilizaciones del reno, del camello,
de la miel. Han observado el hombre de los bosques, de las
montañas, de las islas, de las ciudades. Lentamente
esclarecía el destino humano una nueva comprensión de la
vida social.
Entonces
se dieron cuenta los historiadores de que no podían
ignorar estas nuevas enseñanzas. Para alcanzar el
verdadero espíritu que se desprende de las grandes
civilizaciones del pasado, de la civilización griega por
ejemplo, era necesario situar el idioma, la literatura, el
arte, la economía, la política, en suma los
acontecimientos históricos en el marco natural que les
correspondía. La exposición de los diversos
compartimientos de una cultura, estudiada aisladamente
como lo había hecho la historia clásica estaba
enranciada. Antes de emprender el enfoque de los hechos
era necesario establecer las relaciones que habían
existido entre el hombre y el paisaje en donde había
vivido. Siendo el medio totalmente diferente, su papel en
la historia, el caudal de conocimientos que había
transmitido a las civilizaciones que le habían sucedido a
orillas del Mediterráneo, la civilización helénica no
podía en nada asimilarse a la civilización maya que se
había desarrollado en un marco distinto.
Cuando
empezaban los historiadores a adaptarse a esta nueva
concepción de la vida humana, descubrieron los geógrafos
la existencia de otros fenómenos aún mucho más
complejos: las modificaciones constantes del contorno físico
y biológico en el que está inserto el hombre. Inmediata
era la deducción: No era igual el marco geográfico en
que habían florecido las civilizaciones históricas del
que se mantiene hoy día en los mismos lugares. Ciertos
caracteres de orden físico como el nivel del mar en el
Mediterráneo, el espesor de las capas de humus, el perfil
de los ríos, etc., habían cambiado de modo notable. Era
sobre todo el clima el que se había modificado. El
paisaje de Grecia en los tiempos de Pendes pocas
relaciones mantenía con el de nuestros días. Si por la
gracia divina recibiera ahora el gran legislador el
permiso de volver a la tierra, muchas dificultades padecería
para reconocer los contornos que le habían sido
familiares.
En
la segunda parte del siglo XIX, desenterraron los arqueólogos
de la arena del desierto ruinas a veces muy importantes:
los testigos de grandes ciudades que aparecían ante sus
ojos deslumbrados. Era evidente que ciertas civilizaciones
de la antigüedad habían existido en regiones que poseían
hoy día una facies árida, subárida o desértica.
Razonable era de ello deducir que el medio actual no había
podido sustentar las necesidades de estas antiguas
sociedades. Atravesando estos lugares, observando estas
ruinas y discurriendo sobre sus enormes dimensiones,
viajeros adiestrados en otros métodos de trabajo que los
empleados por los historiadores, concluyeron que las
tierras circundantes a las ruinas, hoy en día degradadas,
habían sido antaño fértiles. Para explicar esta situación,
recordando las enseñanzas de las ciencias geológicas de
las que dominaban la técnica, determinaron dichos
exploradores geográficos que había cambiado el clima en
los tiempos históricos.
De
acuerdo con múltiples e increíbles descubrimientos últimamente
realizados por las ciencias paleontológicas, acababan
nuevas perspectivas de trastornar los conocimientos acerca
del origen del hombre, la historia de la tierra y de su
vida. Remontándose desde nuestros días hacia el pasado,
el antropomorfo se había convertido en homo
faber hacia unas fechas que se podían situar en los
alrededores del millón de años. En tan larga existencia
modificaciones fundamentales del clima habían
transformado nuestro hemisferio, evolucionando varias
veces desde una situación atmosférica calidísima a una
polar y viceversa. Había sufrido el hombre en este lapso
de tiempo, el cuaternario, cuatro importantes
glaciaciones. Durante la regresión de la última, hace
unos ocho mil años, había descendido la banca polar
hasta la desembocadura del Támesis. Poseía el Sahara en
esta época un clima templado y los pueblos que lo
habitaban crearon una civilización adecuada. Desde
entonces la retirada de los hielos hacia el norte se hizo
lentamente con una serie
de movimientos oscilantes.
A
finales del siglo XIX, cuando empezaban estas ideas a
perfilarse con precisión en la mente de los sabios, el príncipe
Kropotkine, amigo del geógrafo francés Elysée Reclus,
descubrió en las estepas del Turkestán bosques de árboles
desecados, a veces solidificados, que se extendían sobre
centenares de kilómetros cuadrados. Célebre por sus
trabajos de geografía y sus ilusiones anarquistas, no
solamente comprendió el ruso que se trataba de un cambio
brusco del duna que apuntaba hacia una repentina aparición
de la sequía; fue el primero en deducir del fenómeno
consecuencias de orden histórico. Habían comenzado a
padecer los efectos de una crisis climática las altas
planicies de Asia Central hacia el tercer milenio antes de
la era cristiana. La degradación de las tierras había
provocado la emigración de los nómadas hacia el Oeste en
donde se hallaban mejores pastos. Así se explicaba la
llegada de los alpinos a Occidente y, mucho más tarde, el
trasiego por estas regiones de hordas bárbaras; en una
palabra, el desplazamiento de una gran masa de gente hacia
las llanuras verdes y fértiles de nuestro continente.
Para
confirmar estas observaciones subvencionó en 1903 el
Instituto Camnegie de Washington un largo viaje de
exploración por el Turkestán. Estaba dirigida la
expedición por el geógrafo americano Rafael Pimpelly.
Reconocieron los excursionistas la importancia del área
de los árboles desecados; los más frecuentes eran chopos
o álamos. Estaban acompañados los sabios yanquis por un
joven estudiante que llegaría pronto a ser célebre:
Ellsword Huntington. Se hizo cargo inmediatamente de la
importancia de los cambios de clima que habían tenido
lugar en la historia. Dedicó La primera parte de su vida
a su estudio. Por de pronto confirmó en sus trabajos las
hipótesis de Kropotkine, para lo cual emprendió largos
estudios para poner a punto métodos diversos de
investigación. Estas búsquedas le ocuparon desde el año
1905,
en que publicó sus notas sobre el Turkestán, hasta 1924,
fecha de la tercera y definitiva edición de su obra: Civilization
and clirnate, síntesis de sus esfuerzos
54.
Huntington
y otros especialistas convencidos por sus enseñanzas,
acometieron indagaciones numerosas para averiguar las
variaciones del nivel de las aguas en ciertos lagos asiáticos,
en relación con la situación de algunas ruinas
conocidas. Se desprendía de estas encuestas, sirviendo
los monumentos de punto de referencia, el hecho de grandes
oscilaciones en el régimen de las aguas cuya superficie
subía o bajaba según las épocas y su pluviosidad. El
Caspio, mar cerrado, testigo de un océano terciario
desaparecido, era particularmente favorable a estas
pesquisas, pues en sus orillas se habían desarrollado en
el curso del tiempo importantes civilizaciones. También
estudiaron otros investigadores las modificaciones de las
facies, fueran botánicas o zoológicas, en regiones que
hoy día son desérticas. Penck, uno de los fundadores de
la morfología glacial, observó los movimientos de la
vegetación y de las dunas en el Sahara del Sur.
Confirmaron sus trabajos los de Huntington: Se
manifestaban las oscilaciones de la naturaleza hacia una
climatología polar o tórrida de acuerdo con una sucesión
de marcos geográficos, siguiéndose con un orden
determinado, caracterizados por asociaciones geobotánicas
precisas. No podía desaparecer bruscamente el manto
vegetal subpolar para dejar el sitio a especies subáridas.
Una serie de cuadros intermedios debían de haber existido
encadenados a ambos extremos; lo que era de importancia
capital para reconstruir el paisaje en un momento dado del
pasado.
Grant
ajustó otro método de investigación muy curioso.
Dedicado al estudio del desierto de Siria, consiguió con
la ayuda de testimonios históricos establecer estadísticas
con las cuales podía apuntar las variaciones del número
de las caravanas que lo atravesaban para ir de Damasco a
Caldea. Asimismo pudo determinar las fechas de los cambios
de los trayectos, el momento en que las rutas convertidas
ya en peligrosas por la ausencia de agua fueron
abandonadas. Demostraban estos hechos las oscilaciones de
la pluviosidad y la actividad de la sequía en estas
regiones, antaño ricas y fértiles como lo atestiguaban
los textos y la arqueología.
Con
estos métodos semigeográficos, semihistóricos, que podían
sacar de apuro al historiador en un caso muy particular,
se lograba solamente enunciar proposiciones generales: Había
cambiado el clima desde la antigüedad. Se adquiría la
certeza de que un proceso de aridez se había manifestado
desde el siglo II después de J. C. y habla adquirido
sucesivamente un carácter agudo. Imposible era determinar
una situación climática precisa con referencia a una
región en un momento del pasado; lo único permitido al
sabio era inducir relaciones entre la crisis climática y
los acontecimientos que estudiaba.
Ya
no fue lo mismo con otros procedimientos discurridos por
Huntington que poseían el rigor de los cálculos
matemáticos; con lo cual se les podía aplicar a todas
las circunstancias de espacio y de tiempo. Por de pronto,
entendió que las dobles impresiones radiales que aparecen
en las secciones transversales de árboles corpulentos
aserrados, si se calcula el promedio en un número
importante de individuos, determinan el año y también su
característica de sequedad o de humedad. Existe en
California un árbol gigantesco, la Sequoia
washingtoniana, cuya edad alcanza los 3.500 años.
Para el especialista constituyen verdaderos archivos
meteorológicos. Huntington estudió minuciosamente 450
y con el cálculo estableció gráficos exactos y
precisos55.
Fueron confirmados por otro método, éste de orden químico,
que también logró poner a punto de modo ingenioso. A
escasa distancia de las sequoias se encuentra un lago
salado, el lago Owens, alimentado por un río del mismo
nombre cuyas aguas son conducidas a Los Angeles. Cuando la
estancia de Huntington en California para el estudio de
sus árboles gigantescos, había llevado a cabo la
sociedad contratista de la explotación análisis
numerosos de las sales que se encuentran en el lago y en
el río. Con esta comparación es posible deducir de
acuerdo con un proceso que no podemos aquí exponer la
evolución del clima en la región. Los gráficos
establecidos de modo matemático coincidían en todos sus
puntos con los de las sequoias.
Eran
estos datos de capital importancia para el historiador
porque las sequoias y el lago se hallan en la misma
latitud que el mar Mediterráneo. Pero estos horizontes
fueron ensanchados todavía más por los trabajos de los
meteorólogos. Han logrado explicar, en parte por lo
menos, las causas de las situaciones climáticas
existentes en nuestro hemisferio. Se ha sabido así que la
pluviosidad de una región depende del paso de los
ciclones que llegan del oeste. Tienen su origen en el Pacífico,
en donde se realiza la mayor concentración de moléculas
de agua en la atmósfera, debido a la mayor cantidad de
agua marina acumulada en aquella parte del globo. Son
desplazadas estas moléculas hacia el este por la rotación
terrestre. Formando nubes en oleadas sucesivas atraviesan
el continente americano en su parte norteña y de allí se
esparcen por Eurasia de acuerdo con el juego complicado de
las presiones. Según que sea más o menos numeroso el
paso de estas depresiones por un lugar, será más o menos
constante su pluviosidad. Como había adquirido Huntington
la certeza de que las regiones en donde antaño se habían
desarrollado grandes civilizaciones, habían sido también
fértiles aunque fueran ahora áridas, lanzó la hipótesis
de que esto era debido a que en otros tiempos había sido
más numeroso que ahora el paso de las oleadas ciclónicas.
Fueron
confirmados los gráficos obtenidos con el estudio de las
sequoias y de las sales del lago Owens por los trabajos
del morfólogo sueco De Geers en 1940
sobre los depósitos que dejan los glaciares en su
retirada por el hecho de la llegada de temperaturas más
elevadas
(Varvas)56.
Consiguió establecer una cronología de la situación
climática a lo largo de los últimos milenios. Los
resultados obtenidos con este método tan diferente de los
empleados por Huntington por de pronto confirmaron los términos
del problema y eliminaron todo recelo. Se puede en
nuestros días estudiar la evolución del clima en los
tiempos históricos y fijar con datos precisos las grandes
crisis atmosféricas
57.
En
resumen, ha evolucionado Europa en estos últimos diez mil
años desde un clima polar o de glaciación hacia una
situación de temperaturas templadas o de ínter glaciación.
Con toda evidencia se manifiesta en nuestros días otra
crisis climática. Para la gran mayoría de las gentes
pasan desapercibidos los síntomas del fenómeno; lo que
se explica por la constancia de la vegetación, que se
defiende contra las oscilaciones de la naturaleza. Salvo a
una minoría de especialistas que manejan un instrumental
adecuado, induce a error en sus principios el fenómeno,
lo mismo a los contemporáneos que a los hombres cultos
del pasado que no han podido transmitirnos noticias. De
aquí la incomprensión de los historiadores que sólo se
fían en textos escritos.
Cambia
el clima en nuestros días con sus pertinentes
oscilaciones. Asciende cada vez más hacia el norte la
gran banca polar. Permite el deshielo el paso de barcos en
invierno por el Ártico, lo que era imposible hace algunos
años. Las asociaciones botánicas y zoológicas se
encuentran en movimiento. Retroceden los glaciares en
todas partes. Ha aumentado la temperatura. Así lo
atestiguan los archivos del observatorio meteorológico de
Toulouse, en Francia, el más antiguo, después de cien años
de diarias observaciones, cuyo promedio ha sido publicado
en la celebración de su centenario. Roe la sequía de
modo activo las regiones mediterráneas y extensas partes
del globo. En una palabra, se asiste hoy
día a modificaciones climáticas producidas por un
fenómeno que con más o menos agresividad se ha
manifestado varias veces en el pasado. La observación
directa confirma la existencia de crisis semejantes
ocurridas en la historia.
Consta,
e importa subrayarlo, que el paso de una situación de frío
extremo, hace diez mil años, a una situación de calor
relativo en los días actuales, no se ha realizado ni de
modo uniforme, ni en razón de un brusco desfase. Se ha
manifestado esta evolución por oscilaciones, en etapas
sucesivas. Los períodos de frío y de pluviosidad han
sido, en alternancia recíproca, seguidos por olas de
calor y de sequía. En correspondencia con este ritmo, se
mantenían durante un cierto tiempo las asociaciones
geobotánicas con su paisaje característico. Luego, se
producía bruscamente la mutación en la decoración,
debido a la aparición de otras asociaciones mejor
adaptadas a las nuevas circunstancias. Pero esta sucesión
de marcos siempre señalaba una dirección, en nuestro
hemisferio, desde hace unos ocho mil años: la ínter
glaciación. Por esto, siguiendo a Huntington y a su
escuela, llamamos a estas series de oscilaciones dirigidas
en un sentido determinado: pulsaciones.
Ya
no pueden ignorar los historiadores estas enseñanzas.
Importantes civilizaciones, como las que se habían
desarrollado en Mesopotamia, habían desaparecido corroídas
por la sequía. La erosión eólica había sepultado bajo
las arenas Sumer, Nínive, la inmensa Babilonia. Por el
contrario, han sido derruidas otras civilizaciones por el
fenómeno opuesto: Las de los mayas, de los khmers que
construyeron los templos magníficos de Angkor, y otras
menores menos conocidas, fueron enterradas bajo el bosque
tropical. Aparecido de pronto, había desfondado las
ciudades, sus construcciones civiles y religiosas, cuyas
ruinas se descubrían bajo imponentes masas de hojarasca.
En el estado actual de los conocimientos, las
modificaciones del clima en el curso de los tiempos
pasados, cambiando el ambiente y la ecología de las
sociedades antiguas, eran una de las claves para entender
la evolución de
la historia universal.
Cuando
emprendimos nuestros estudios sobre la decadencia de España,
como nuestros antecesores, nos encontramos en presencia de
una gran cantidad de documentos, redactados al final del
siglo XVI o en el comienzo del XVII,
que poseen todos un mismo carácter. Directa o
indirectamente reflejan los efectos de una crisis
econ6aiica que había entonces asolado las dos Castillas.
Ha servido de base a los historiadores el estado de opinión
producido por las calamidades para diagnosticar la
decadencia de nuestra nación. Pero, sin intervenir en una
discusión acerca de este criterio que por cierto no
estaba confirmado por los acontecimientos políticos,
contemporáneos o posteriores, ocurría que los
investigadores especializados en el análisis de esta época
no se ponían de acuerdo para averiguar de lo que se
trataba. Cierto, existía una crisis. Era la evidencia
misma. Mas, cuando estimaban algunos que era el resultado
de actos políticos, afirmaban otros que era estrictamente
económica. Los más listos, para contentar a ambos
bandos, aceptaban las dos proposiciones. Nadie, sin
embargo, había logrado averiguar las causas de esta
situación; tanto más que los esfuerzos de los
historiadores del siglo pasado para explicarla buscando
argumentos en asuntos bastante alejados del verdadero
problema, como la Inquisición, la expulsión de los
moriscos o las guerras de religión, estaban
desacreditados por los progresos realizados en la
investigación histórica.
Advertidos
por los trabajos de Huntington, hemos comprendido que los
hechos descritos y la oleada de malhumor que entonces
descargó sobre los poderes públicos, eran la
consecuencia de una crisis climática que había asolado
la alta planicie castellana. Padecía la Península Ibérica
un recrudecimiento de las oscilaciones atmosféricas que
se traducía por la extensión de la sequía. Para
demostrarlo, discurrimos varios métodos inspirados en los
empleados en paleontología.
Los hemos llamado biohistóricos y nos han permitido
descubrir una pulsación cuyas manifestaciones se
traslucen de modo positivo a partir de 1550.
Desde
entonces se imponía una enseñanza: La evolución histórica
de la península estaba en función de un fenómeno físico
de importancia decisiva. Por sus enormes dimensiones geográficas
podía servir de punto de referencia. Era la desecación
del Sahara Occidental que se ha realizado sucesivamente
desde el siglo III de nuestra era, oscilando desde una
facies árida hacia una facies desértica. Para determinar
esta acción hay que remontarse a la pre y a la
protohistoria.
Se
destaca claramente en estas épocas remotas la acción
determinante del clima por el hecho de la enorme escala de
las transformaciones. Resulta fácil la observación del
fenómeno porque sus efectos resaltan con caracteres
voluminosos. Estaba recubierto el norte de Europa por la
banca polar, la Península Ibérica dominada por la acción
de los glaciares y el Sahara convertido en una zona
templada. Para comprender esta situación no se requiere
un microanálisis. Admitido el hecho, el simple
razonamiento deduce la conclusión:
Si
la gran banca polar en vez de situarse como en nuestros días
en Groenlandia descendía hasta la desembocadura del Támesis,
y por otra parte gozaba el Sahara de humedad con las
praderas consiguientes, era evidente que para alcanzar la
Península Ibérica la facies árida que en su mayor parte
la caracteriza ahora, tuvieron que haberse sucedido dada
su posición geográfica una serie de situaciones
intermedias, propias del paisaje de las regiones
templadas. Es decir, desde los fríos de antaño hasta
nuestros días, se habían sucedido unos cuadros
naturales, con una fisionomía norteña, que explican en
parte su evolución histórica.
Se
presentaba, sin embargo, al historiador una gran
dificultad: Había que fechar cada mutación del paisaje,
cada marco natural, si no quería uno resbalar
conscientemente en anacronismos rutilantes. Había poseído
la península en la Edad Media otro clima que en los
tiempos modernos. Era responsable este desconocimiento
entre otras causas del carácter mítico de la historia de
España. Por consiguiente, para esclarecer el caso
particular que nos interesa en esta obra, los hechos
oscuros que han tenido lugar en el siglo VIII, es menester
reconstruir el marco natural entonces existente, en razón
de la evolución general del clima en nuestro hemisferio.
Como estaba en correlación con la situación atmosférica
existente en el Sahara, se reducía el problema a
determinar de una manera positiva su última transformación;
es decir, la fecha en que había pasado de la facies
esteparia a la facies desértica. De acuerdo con nuestros
actuales conocimientos, como será demostrado en las páginas
siguientes, es razonable situar esta mutación en la Alta
Edad Media. Si esto es exacto, se debe admitir la
existencia de una conexión entre la mutación del paisaje
y la crisis económica y política que había arrasado en
la misma época el Magreb y la mayor parte de la Península
Ibérica. En otros términos, la revolución islámica
estaba en función recíproca con ci proceso de desecación
del Sahara.
Concuerdan
la mayoría de los geógrafos en el principio siguiente:
Los desiertos actuales son de formación reciente. Podrá
discutirse el mecanismo climático; lo indudable es que el
proceso de aridez acentuándose hacia el desierto no ha
sido en todas las regiones simultáneo en el tiempo. Hay
desiertos antiguos, los hay más recientes. En razón de
las gigantescas dimensiones del Sahara: unos cinco mil kilómetros
desde el Mar Rojo al Atlántico, unos dos mil desde el
Atlas hasta el Sudán, cerca de diez millones de kilómetros
cuadrados, no ha podido ser igual en todos los lugares el
proceso de aridez. La facies
desértica de su parte occidental es mucho más
reciente que la oriental
58.
¿Cómo
apreciar esta diferencia? Gauthier, uno de los primeros
estudiosos del Sahara, empleaba una frase acertada: Decía
que los desiertos antiguos como el de Libia estaban en
estado «aséptico». Quería así
expresar el hecho de que en estas regiones las
condiciones geofísicas y climáticas se imponían con tal
rigor que era la vida prácticamente inexistente. La fauna
y la flora habían desaparecido. Las caravanas no las
atravesaban. Con los medios antiguos nadie se atrevía con
el intento. Por el contrario, el desierto occidental, de
formación mucho más reciente, poseía pozos importantes;
rastros de vegetación atestiguaban una situación
anterior ya desvanecida. Aún subsiste una fauna
especializada y desparramada. En ciertos sitios aparecen
pastos suficientes para alimentar en el invierno algunos
rebaños de cabras y de camellos. Nómadas y caravanas
discurren aún por estos lugares. Las rutas empleadas y
las abandonadas, así como la antigua toponimia, se
conservan en la memoria de los guías.
La
facies geofísica confirma también la existencia de una
divergencia con respecto a la época en que el suelo se ha
deteriorado. En cl Sahara Oriental la red fluvial se
encuentra colmada y taponada por la erosión eólica.
Esconden las arenas el relieve antaño esculpido por las
aguas. Adquiere así el paisaje un carácter particular,
una uniformidad grandiosa, pero lunar. En contraste, la
parte occidental del Sahara conserva una red fluvial fósil.
No corre el agua, mas grandes valles cuaternarios,
excavados por ríos en nuestros días desecados, pueden
reconocerse perfectamente. Contrastan con una red menos
aletargada, situada más al oeste, en la cual los uadi
despiertan algunos días en el año, cuando la riada
formada por la tormenta en ellos se precipita
violentamente para luego desaparecer tragadas mansamente
por las tierras permeables de lagunas situadas
generalmente en el fondo de cubetas morfológicas. Si se
aproxima uno más al Atlántico, conservan los uadi
su contextura geofísica como los ríos europeos. Así,
se puede percibir en el Río de Oro los meandros del
SeguiaalHamra, cuyas riberas están desprovistas de
vegetación, pero cuyo lecho mantiene aún el trazado
sinuoso de un río en vida.
Algunos
autores, como Gauthier, que ignoraban los trabajos de la
escuela de Huntington, habían sin embargo reunido pruebas
suficientes para enseñar que este proceso de aridez y
desertización era moderno. Como desconocían la
existencia de cambios climáticos en épocas recientes,
atribuían la formación del desierto a un proceso mecánico,
producido por ciertas condiciones características de
tiempo y lugar: calor tórrido en el día, frío nocturno,
acción química, erosión eólica, etc. Hemos apuntado en
otros trabajos nuestros el papel que desempeña la orografía
en la dispersión de los ciclones por la Península Ibérica.
Mas es indiscutible que las formaciones geotectónicas son
secundarias comparándolas con el fenómeno principal. Así
como en nuestra tierra, la escasez del paso de los
ciclones en nuestros días es más importante que el papel
desempeñado por la orografía, lo mismo en el Sahara la
mecánica física es mera consecuencia de la ausencia de
lluvias. De no ser así hubiera sido sincrónico el
proceso en todas las regiones de este inmenso desierto.
Como lo demuestra la observación, las condiciones físicas
mecánicas tenían más largo abolengo en la parte
oriental del Sahara. Se mostraba el fenómeno mucho más
reciente en la occidental. El criterio expuesto por los
primeros exploradores era indefendible, pues la
pluviosidad favorece la vegetación y frena ésta la erosión
de un suelo descamado e indefenso. Se podía concluir que
la acción mecánica era subsiguiente a la sequía y por
otra parte, el proceso de desertización no había sido
sincrónico en toda la inmensidad de este vastísimo
territorio. El oeste, próximo al Océano, había sido
favorecido en detrimento del este.
No
podía ser de otra manera: Nos consta que en nuestro
hemisferio vienen siempre los ciclones desde el Atlántico
impulsados por la rotación terrestre. Se trata pues de
una constante histórica que ha debido de manifestarse
desde las primeras horas de la formación del globo. En
consecuencia, las regiones que se hallaban cerca del mar
gozaban desde el final de la última glaciación de una
mayor probabilidad de recibir lluvias abundantes que las
alejadas por varios millares de kilómetros.
Quedaban
así confirmadas las tesis de Huntington. En el curso de
los tiempos históricos, el paso de las depresiones por la
zona del Estrecho de Gibraltar se hacía cada vez menos
frecuente; sus ramales meridionales perdidos hacia el sur,
aquellos que podían regar el Sahara Central y Oriental,
menguaban de más en más. A medida que las depresiones
aumentaban en el norte de Europa, parecía que las del sur
escaseaban. No poseyendo la potencia de antaño, se
desvanecían sin haber llegado a franquear distancias
importantes. Se comprende ahora cómo los efectos de la
aridez se habían manifestado en un principio en las
regiones más alejadas del mar, en las altas planicies de
Asia Central. Siguiendo los impulsos de la naturaleza, la
ola de humedad se había retirado paulatinamente del este
hacia el oeste, produciendo modificaciones climáticas que
tenían en los pueblos que las padecían repercusiones
económicas, sociales y políticas.
En
lo que concierne nuestras tesis sólo nos interesan las
regiones del Sahara Central y Occidental. En el estado
actual de los conocimientos poseemos una información
suficiente para poder establecer una cronología
aproximada de su proceso de aridez. Nos basta precisar las
fechas de las modificaciones del paisaje en el norte de África
para comprender el papel que desempeñaron en los
acontecimientos del siglo VIII.
Dadas
sus dimensiones no podían las regiones centrales y
occidentales del Sahara escapar a la regla. Tampoco eran
sus procesos de aridez sincrónicos y sus facies
uniformes. Las centrales han sufrido una acción más
pronunciada. Existe en ellas un Tanezruft o sea un
desierto de la sed, que alcanza de ciento cincuenta a
trescientos kilómetros en sus dimensiones de norte a sur.
Está rodeado el núcleo desértico por estepas xerofíticas
muy alteradas, en las que se modifica la facies hacia una
vegetación subárida y luego meramente árida, a medida
que se dirige uno’ hacia el Mediterráneo o hacia el Níger.
Como por principio sabemos además que existe en un área
de gran extensión una sucesión de marcos naturales, el
proceso de desertización del Tanezruft implicaba automáticamente
un proceso
de degradación de los marcos geobotánicos superiores,
escalonados sea hacia la facies ecuatorial de las regiones
situadas más al sur, sea hacia la facies de los climas
templados a medida que se subía hacia el norte. En otras
palabras, correlativo con el aumento de aridez, la formación
y la extensión del Tanezruft coincidía con una
modificación de las zonas periféricas envileciéndose.
Las áridas se transformaban en subáridas, las subáridas
en esteparias y así sucesivamente.
Esta
ley de correlación permite reconstituir la sucesión de
los paisajes que han existido en el pasado. Basta para
ello reunir los testimonios requeridos en número
suficiente para determinar la existencia de los marcos
naturales antiguos; y hasta en ciertos casos es posible
establecer la cronología segura de sus mutaciones.
Resulta tanto más fácil esta labor ya que este proceso
es reciente. Pueden aún reconocerse los testigos de orden
geobotánico y biológico. Como lo veremos mas adelante,
dada su cercanía en el tiempo puede también confirmarse
con testimonios históricos: empresa bien ingrata de
llevar a cabo si fuera menester estudiar un desierto en
estado de asepsia, como el del Sahara Oriental.
1.
TESTIMONIOS GEOGRAFICOS
a)
Los
bosques antiguos
Está
demostrado que en épocas recientes existían en el sur
argelino y en las regiones centrales del Sahara bosques
importantes. Según Lionel Balout el hecho es
incontestable en lo que se refiere a la prehistoria:
«En
esta época una humedad mayor del clima,
escribe,
está atestiguada
por la rubefacción de las arenas de la zona del litoral más
lejos, en el interior, una indicación análoga es dada
por el análisis de carbones, rescoldos apagados de las
hogueras prehistóricas. En el yacimiento de Uad Djouf-el-Djemel,
en el corazón de los Nemenchas, quemaba el hombre
ateriense el fresno espinoso, el cual se ha refugiado en
nuestros días en la alta montaña. El paisaje actual de
Uad Djouf consiste en algunos pistacheros en el valle y
brotes de alfa en los alrededores»59.
Esto
naturalmente es muy antiguo, pues el hombre ateniense
pertenece al VII milenio a. de C. Pero de los datos
recogidos por este autor conviene destacar dos hechos
interesantes:
1)
Las caracoleras, lugares en donde se preparaban los
caracoles para su exportación y su consumo, se hallan por
millares en el sur de Túnez. El análisis de las cenizas
de las hogueras permite localizar los antiguos bosques y
clasificar las especies más frecuentes. Pertenecen
ciertas caracoleras a edades más modernas, desde la
civilización capsiense (VI milenio) hasta las culturas
neolíticas del último milenio que se confunden con los
tiempos históricos.
2)
Ciertos yacimientos tienen grandes dimensiones: «Bajo
el grandioso paredón de Relilai, 5.000 m de cenizas
representan unos 500.000 m3 de madera
carbonizada y toda la depresión de Tlidjene, al suroeste
de Tebessa (sur de. Constantiina) posee numerosos
yacimientos análogos bajo refugios y basta en cuevas» (Lionel
Balout)60.
Como se trata de estaciones sencillas, la importancia
de los depósitos demuestra la continuidad en el tiempo de
las especies botánicas.
No
conocemos (1960) trabajos que permitan a grandes rasgos
establecer las fechas aproximativas de las modificaciones
sucesivas del manto vegetal en África del Norte. Es
probable que de acuerdo con un orden cronológico se
hallen escalonadas según las regiones de acuerdo con la
orografía. Existen testigos diversos que parecen
confirmarlo, hasta en el Tanezruft. El botánico Lavandan,
nos dice Gauthier, había encontrado en esta región
muestras evidentes de un desecamiento reciente61.
Por
nuestra parte podemos aportar el dato siguiente: El señor
Picq, meteorólogo que ha vivido en los observatorios del
Sahara, nos ha comunicado que existe un frente de
silicificación de especies vegetales que se extiende
entre Ausogo y Mieneca, en el sureste del Sahara, en las
regiones situadas al norte del Níger. Sobre las orillas
del río se desarrolla una flora característica, pero
cuando se dirige uno hacia el norte empiezan los bosques
de madera dura. Más arriba aparece entonces el proceso de
silicificación. Derechos se yerguen todavía los árboles
muertos y desecados, La sílice llevada por el viento
penetra en las fibras de la madera. Se convierte el tronco
en monolito. Más arriba aún hacia el norte, se les halla
tumbados por el viento, y por el suelo se esparcen sus
trozos rotos en piedras gruesas. Se les encuentra todavía
más arriba en pedazos más pequeños con los cuales los
indígenas hacen mangos para los cuchillos. Se trata del
mismo fenómeno que había observado Kropotkine en el
Turkestán. Este proceso de silicificación, escalonado en
una extensión tan
grande, señala de un modo preciso un desecamiento de
estos lugares en fechas no muy lejanas en el pasado, un
desecamiento que ha sido además rápido.
La
existencia de especies corpulentas en el Sahara ha sido
recientemente confirmada por la observación directa. Se
conservan aún coníferas en el centro del desierto. En el
curso de una expedición llevada a cabo en 1950 para
copiar pinturas rupestres en el Tasili, el explorador y
arqueólogo Henri Lothe ha hallado en Tamrit cipreses
(Cupressus
dupreziana) «cuyos troncos miden ¡seis metros de
circunferencia! Los cipreses que se destacaban ante
nosotros son una de las curiosidades más singulares del
desierto. Exi.rtían antaño en el Hoggar en donde un
viejo tronco fue bailado hace pocos años. Jamás había
visto esta especie en la región. El guía me explica que
existen en los montes vecinos numerosos árboles muertos
hace mucho tiempo... Proceden ellos también
de la prehistoria y son los raros testimonios de un
pasado mucho más húmedo.. Quedan aún un centenar, pero
el inventario que hicimos con minuciosidad enseña que
fueron numerosos en las cumbres del Tasili... Así, las
sierras del Hoggar y del Tasili gozaban antaño de un
clima mediterráneo y por consiguiente no debe extrañar
que estuvieran poblados estos montes»62.
El
testimonio es indiscutible. Basta con saber que estos
testigos de los tiempos pasados han podido conservarse en
esta región desértica por el hecho de la orografía. La
meseta del Tasili en donde se hallan los cipreses de
Tamrit tiene una altura de 1500 a 2000 metros.
b)
La
hidrografía
Hemos
indicado anteriormente que el Sahara Occidental se
caracteriza por una red fluvial de ríos muertos, cuya
morfología puede aún hoy día distinguirse muy bien.
Son
muy importantes algunos de estos uadi.
Han acarreado en otros tiempos grandes masas de agua.
El uad Saura
que desciende del Atlas marroquí se extiende hasta
quinientos o seiscientos kilómetros hacia el centro del
Sahara. Pero, como el agua corre tan sólo unos cuantos días
al año, resulta evidente que no es su fuerza la que ha
escarbado el lecho del río, seco en estado normal. Ocurre
lo mismo con Otro uad,
éste ya fósil,
que poseía en otros tiempos dimensiones impresionantes,
el antepasado del Igargar. «Tenía
su fuente en los trópicos y su cubeta terminal cerca de
Biskra: un millar de kilómetros a vuelo de pájaro; una
longitud intermedia entre el Danubio y el Rhin. El Igargar
corría del sur al norte, del corazón del desierto a su
periferia; al revés exactamente que el Saura. En lugar de
descender del Atlas, va este río hacia la montaña. Las
consecuencias de este hecho son considerables» (Gauthier)63.
Una
causa explica tan extraña morfología: En tiempos
antiguos existía en las regiones centrales del Sahara una
pluviosidad importante, cuyas aguas alimentaban un río de
grandes dimensiones que había esculpido los valles y
formado una inmensa red fluvial. De esta suerte el Igargar
seguía una dirección paralela a la del Nilo; pero, era
menos largo, se hallaba su fuente al norte del término
ecuatorial en una comarca cuyo dima fue convirtiéndose
paulatinamente en desértico. Por el contrario, las
fuentes del Nilo se hallan en el corazón de la zona
ecuatorial. Tiene dos ramas que le alimentan y dos
reservas naturales de enorme alcance, situadas en regiones
regadas en ciertas épocas del año por una pluviosidad
extraordinaria. Por esta razón ha podido el Nilo mantener
su corriente en su paso por el desierto, para alcanzar el
Mediterráneo; mientras que el Igargar se ha fosilizado.
Mas, el agostamiento y la muerte de estos grandes ríos
han tenido lugar en fecha reciente. Lo confirman dos
testimonios:
Como
el uad aún no ha sido tapado por la erosión eólica, hay
que reconocer que la fecha de su desecación no puede
estar muy alejada en el pasado; pues, en contraste, el
relieve de la red hidráulica del Sahara Oriental ha
desaparecido. Por tal motivo el fenómeno físico está
corroborado por testimonios biológicos. Se encuentra
actualmente en el antiguo sistema fosilizado del lgargar
una fauna acuática residual, últimos descendientes de
especies que en razón de su constitución fisiológica
habían vivido en otros tiempos con abundancia de agua.
Tampoco pueden situarse aquellos años en fecha muy
lejana. Posee la vida recursos insospechados de
resistencia y de adaptación; pero, en fin de cuentas, está
siempre condicionada por ciertos límites extremos. No
puede repetirse constantemente el milagro y es ya un
milagro la supervivencia de estos testigos.
«Que
haya fluido el agua por los valles muertos del lgargar en
fecha reciente,
escribe
Gauthier,
lo
atestiguan no sólo sus formas aún juveniles. Desde hace
tiempo se conoce en Biskra y en los oasis del “uad"
Rir, es decir en la cubeta terminal del Igargar
cuaternario, pececitos tropicales, los "chromys”.
Abundan hoy día en las charcas de agua, en las acequias
de los palmerales. Se les ha viste surgir de los pozos con
las aguas artesianas. Se refugian en donde pueden en los
veneros subterráneos. Recientemente, en esta misma región
se ha encontrado un pez mucho más grande: el «Clarias
lazera», un siluro que en inglés tiene un nombre
popular: «cat fish». En el viejo mundo se trata de un
pez tropical. Pululan en Egipto, porque han seguido el
Nilo; pero es un intruso en el mundo mediterráneo. En el
Sahara argelino se le encuentra a todo lo largo del
Igargar desde las lagunas en donde antaño desaparecía
basta sus fuentes, en charcas enlodadas donde vive de modo
precario. En esta misma región de Biskra se baila un
compañera de estos peces mucho más célebre: el áspid
de Cleopatra, la serpiente de los encantadores. Es la
cobra indostánica, también emigrada de los trópicos. Su
presencia en el sur argelino es inexplicable si no se hace
intervenir el Igargar cuaternario. El hecho se hace más
evidente todavía con el cocodrilo. Se le ha encontrado en
las charcas del «uad» Mihero, una arteria del Igargar.
Acaso sea el último superviviente. Hay que imaginarse el
milagro biológico que representa el vivir este animal en
tal ambiente. Pero es una realidad innegable. Todo esto
nos lleva a una época en la que el Igargar y el «uad»
Taj asaset se empalmaban por sus fuentes, estableciendo
una comunicación por agua entre los trópicos y el mundo
mediterráneo. No puede remontarse esta época muy lejos
en el pasado, porque si hm muerto los ríos, han
sobrevivido algunos elementos de su fauna»64.
¿En
qué fecha situarla? Conviene fijar los términos de la
pregunta. ¿Se trata del gran río sahariano cuando se
deslizaba majestuoso por su valle, como en nuestros días
el Danubio, o cuando violento esculpía su lecho en la
roca? Este último caso se remonta a edades geológicas.
Nos interesan más los rasgos finales del Igargar, cuando
se asemejaba a los ríos de la cuenca del Mediterráneo,
sin haber desmerecido tanto como para ser llamado uad.
De acuerdo con las noticias que tenemos acerca de su fauna
residual, es muy probable que su larga agonía haya
alcanzado tiempos muy cercanos, es decir históricos.
Queda
esto confirmado por otros datos que poseemos hoy día
acerca de estas regiones desérticas. Existe en el Tasili,
región montañosa situada en el Sahara Central, un pequeño
oasis, Iherir, «que
es el lugar del desierto más rico en agua. Hecho
inconcebible en otros lugares, se suceden los lagos sin
interrupción en el lecho del uad. (Acaso un afluente
del Igargar.) Alcanzan
algunos el kilómetro de longitud y diez o doce metros de
profundidad» (Lhote)65.
Durante la primera expedición francesa al Tasili, había
advertido el capitán Touchard la presencia, por sus
numerosos rastros de los últimos grandes saurios del
Sahara. Dos años más tarde fue cazado uno por un
subalterno del capitán Niegen y disecado decora el
laboratorio de zoología de la Universidad de Argel. El último
ejemplar lo sacrificó en 1924 el teniente Bauval. En el
curso de su expedición de 1950, Henri Lhote a pesar de
sus muchas búsquedas no descubrió ya ninguno. Falta de
alimentos se había acabado la especie. Con el
desecamiento del país había desaparecido poco a poco la
fauna y a su vez el cocodrilo, voraz carnívoro, había
sucumbido él también al no hallar nada con que
sustentarse. Como perfectamente lo ha entendido Lhote, «esto
es un magnífico testimonio sobre el pasado húmedo del
Sahara, en un tiempo en que una extensísima red fluvial
lo atravesaba de norte a sur, poniendo en relación la
fauna de las lagunas saldas (chotts)
de
Berbería con las del Níger y el Tchad»66.
Sin lugar a dudas la presencia de estos reptiles enseñan
que la fecha de la desecación del Sahara no se remonta
muy lejos, por la sencilla razón de que el testigo no ha
podido sobrevivir mucho tiempo a la desaparición de su
marco natural.
Los
últimos vestigios de este medio se han conservado en el
Tasili en razón de su altitud. Pero, ¿qué ocurría en
las llanuras del Sahara? Otro hecho se impone: Existen
bajo los uadi importantes
niveles freáticos. Es otra supervivencia del clima. Para
alcanzar el agua han construido los indígenas pozos y fogaras.
Son estas últimas galerías subterráneas que han
sido objeto de un trabajo considerable. Espaciosas, puede
un hombre recorrerlas. Alcanzan a veces la profundidad de
setenta metros. Poseen pozos de aireación y sus
dimensiones son considerables. Según Gauthier, en
Tamentit, miden cuarenta kilómetros67.
No han podido estas obras ser emprendidas cuando los
niveles freáticos se encontraban a gran profundidad, como
seria el caso si el régimen climático y fluvial hubiese
cambiado en tiempos lejanos, pues los indígenas no tienen
los medios técnicos requeridos para descubrirlos bajo
tierra. la construcción de los pozos y de las jogaras
ha empezado cuando las venas de agua se encontraban en
la superficie. A medida que el clima empeoraba, empezaron
a cavar el suelo de’ modo sincrónico con la baja del
nivel. Descendían a medida que aumentaba la sequía
68.
Recientes
son estas obras. Según ciertos testimonios históricos
han sido creados los oasis en el curso de la era
cristiana, entre los siglos VI y XVIII. Según Gauthier
los más antiguos son los de Gurara:
«En
el bajo Tuat, los procedimientos orientales de irrigación,
las fogaras, es decir los palmerales tal como existen hoy
día, alcanzarían el siglo III de la Héjira, nuestro
siglo X después de J.C. En el Tidikelt, los palmerales más
antiguos no datan más allá del XIIl y los más recientes
del XVJII
69.
Esto
es un testimonio de suma importancia. La fecha de
construcción de las fogaras
señala, años mis o menos, la época en que la
desecación del Sahara Central empezó a adquirir un carácter
grave; es decir el momento en que su marco natural ha
pasado de la facies subárida a la esteparia y de la
esteparia a la desértica. Se puede concluir que ha
alcanzado la crisis climática su momento decisivo entre
los siglos VI y X.
c)
La
toponimia
No
está todavía «aseptizado» el Sahara Central. No posee
la vida que tuvo antaño, pero guarda el recuerdo. Están
conformes todos los exploradores en
el hecho siguiente: En otros tiempos estaban habitadas
las regiones centrales del desierto, hasta el temido
Tanezruft. Se encuentran por todas partes esparcidos por
el suelo los testimonios de antiguas poblaciones, y aun en
ciertos lugares privilegiados los de una vida troglodita.
Es importante la abundancia de grabados y de pinturas
rupestres. Demuestran estos documentos no sólo la
densidad demográfica de estas regiones, hoy día desérticas,
sino también la existencia de tina fauna y de una flora
desaparecidas. En la mitad del Erg, en
el Tenere, es decir en la región más desdichada hoy
día del Sahara, ha encontrado Lhote los restos de
campamentos de pescadores, unos imponentes montículos de
huesos de pescado «que
podrían llenar varios carros». Se encuentran
diseminados por el suelo, en el Tanezruft como en el Río
de Oro, rollos y grandes morteros tallados en la piedra de
una sola pieza. Servían para aplastar el grano y
reducirlo a harina. Ninguna duda sobre su uso. Se asemejan
estos instrumentos a los que se emplean todavía en el Sudán.
Pero se encuentran hoy día en lugares en donde no existe
la menor señal de vegetación.
Importantes
son estos objetos
y otros diversos testimonios recogidos para que sea
posible establecer un esquema de la evolución de las
culturas en las regiones centrales del Sahara, desde el
paleolítico más antiguo, el de los pebblestools,
los instrumentos de piedra más primitivos, hasta los
tiempos históricos. Sin embargo, para las necesidades de
este análisis, sólo nos interesa la ¿poca en el curso
de la cual han conocido las poblaciones saharianas la gran
crisis climática en su carácter más agudo. las fechas
de la construcción de las fogaras
son determinantes por su modernidad. Nos lo confirma
la existencia de la toponimia actual del Sahara Central.
Nos enseña que las poblaciones han abandonado estos
lugares en fecha muy reciente.
En
un verdadero desierto «aséptico», por consiguiente
viejo, no existe toponimia alguna. Como nadie lo ha
atravesado durante centenares de años y acaso milenios,
los antiguos nombres geográficos, si existieron, han sido
desde entonces olvidados.
Por
causa de esta carencia se han visto obligados los
explorado. res a bautizar los puntos sobresalientes del
relieve según su leal saber y entender. No ocurre lo
mismo en el Sahara Central y Occidental. Se admira al
contrario el viajero de la abundancia de los nombres que
le señalan los guías. ¿Cómo explicar esta riqueza
toponímica en lugares tan alejados de cualquier
concentración urbana? Hay que admitir forzosamente que
existía en otros tiempos una importante población que
había dado un nombre a los diversos puntos del relieve.
Reciente es su desaparición porque esta toponimia nos ha
llegado por mediación de las caravanas.
Para
asegurar su orientación tenían interés los guías en
conservarla y así se ha mantenido la tradición de padres
a hijos. No podía ser muy antigua. Con el incremento de
las condiciones adversas ha ido disminuyendo el paso de
las caravanas por el desierto. Sabemos por ejemplo que
durante los tiempos modernos, en el XVI, franqueaban con
asiduidad el desierto central, del sur tunecino a Tombuctú.
A veces se componían de varios millares de camellos. Pero
no fue solamente el comercio marítimo el que redujo su número,
sino también el riesgo cada vez mayor supuesto por el
clima. De donde una aminoración progresiva de su
importancia. El hecho es indiscutible. Cuando el europeo
empezó a explorar el Sahara, se había restringido el número
de las caravanas hasta el mínimo. En otros términos, si
no hubiera intervenido el europeo con sus recursos técnicos,
la toponimia del Sahara Central también hubiera acabado
por desaparecer. Pero la existencia de esta toponimia
confirma lo reciente de la despoblación y por lo tanto de
la crisis climática.
II.
TESTIMONIOS ARQUEOLOGICOS E HISTORICOS
Los
textos de la antigüedad, los de Herodoto, de Hannón, del
PseudoScylax, los de Plinio, etc., confirman las modernas
observaciones hechas por los exploradores y los geógrafos,
sea por el estudio de la morfología del Sahara, sea por
el análisis de los testigos biológicos. Se desprende de
estas lecturas una
impresión general. Para los antiguos no era África
del Norte una tierra árida. Muy al contrario, de acuerdo
con una opinión unánime, poseía una gran riqueza agrícola
y ciertas regiones como Berbería o la Cirenaica eran, con
Iberia y Egipto, el granero del Imperio Romano. Hay que
confesarlo: una confusión más o menos grande ha
oscurecido los trabajos de los historiadores que han
traducido estos autores. Insuficientemente documentados en
ciencias geográficas, poseyendo sobre África noticias
escasas e inciertas, se han esforzado en
adaptar las frases desparramadas de los antiguos a
los datos locales actuales, generalmente incompletos, que
no lograban interpretar. Ignorando que había cambiado el
clima no podían acertar con el método requerido. Antes
de aventurarse en la exégesis de los textos, convenía
ante todo reconstituir el antiguo marco geográfico de
estas regiones con la ayuda de procedimientos científicos
que pertenecen a la técnica de las ciencias naturales.
Solamente entonces se esclarecían los textos por ellos
mismos y se ajustaban con suma sencillez al paisaje
anteriormente reconstituido. No era necesario retorcerlos
para hacerles confesar lo que no querían decir; y, en
caso contrario, atrapado en su propio dilema, no debía
para escurrirse el crítico afirmar que vivían los
antiguos en la luna o que escribían extravagancias, como
se ha dicho con demasiada frecuencia.
He
aquí un ejemplo concreto: el de Herodoto, que vivió en
el siglo V antes de J.C. Si se lee, no poseyendo la
información requerida, resulta oscuro y contradictorio.
En efecto, no parece natural la coexistencia de desiertos
con bosques, de tierras de gran riqueza agrícola con montículos
de sal o arenales, la soledad de amplios horizontes con
comarcas extremadamente pobladas. Pero, si recuerda el
lector lo que acabamos de exponer de la morfología del
Sahara, la distinción entre una parte oriental que había
adquirido desde hace mucho tiempo una facies desértica y
una parte occidental cuyo proceso de desertización es
reciente, alcanza otro sentido el texto del viejo
Herodoto. En su tiempo dos facies dividían el Sahara: «Esta
comarca (Argelia) y
el resto de Libia
en dirección
a Poniente (es decir, el Sahara Occidental) están
más pobladas de
fieras y más cubiertas de bosques que la de los nómadas.
(El Sahara Central y parte del Oriental entonces
transitables.)
Pues
la Libia
oriental en donde habitan los nómadas es
baja y arenosa hasta el río Tritón; pero la que
está al Occidente de este río y habitada por
agricultores es muy montañosa, muy arbolada y llena de
animales salvajes»70.
(CXCI).
La
parte mis oriental del Sahara se halla ya convertida en
desierto. «En el
interior de Libia el país es desértico, sin agua. sin
animales, sin lluvias, sin bosques, desprovisto de
cualquier clase de humedad» (XXXII). Pero está
habitado por nómadas, como hoy día su parte occidental.
En una palabra, en la época de Herodoto el Sahara
Oriental no está aún «aseptizado». No poseía el carácter
extremado que ahora le caracteriza. El proceso de
desertización era reciente. Por esto, la zona costera,
actualmente un desierto, entonces poseía una riqueza agrícola
importante. «A mi
entender,
no se puede comparar la fertilidad de Libia con la
de Asia o de Europa, con
excepción de la Cirenaica. Se la puede comparar
con ¡as mejores tierras de pan llevar y no se
parece en nada al resto de Libia. Su suelo es negro
y bien regado por fuentes. No hay que temer ni
la sequía, ni los destrozos que
causa el exceso
de lluvias, pues llueve
en esta parte de Libia.
El producto de la cosecha está en la
misma proporción con la simiente
que en Babilonia. El territorio que los Eves perites (la
gente de Bengasi) cultivan,
es también muy fértil. Rinde,
en efecto, el ciento por uno en los años mejores; pero el
de Cirenaica produce basta el
trescientos por uno»
(CXCVIII).
Podrían
repetirse citas similares. Confirman los testimonios geográficos
expuestos anteriormente; pero son incapaces en general de
fechar con precisión la evolución del clima en los
tiempos históricos; mejor dicho la mutación del paisaje.
Sin embargo, se puede con ellos esbozar un largo esquema,
si se apoya uno en la documentación biológica que
poseemos actualmente, sea en razón de los descubrimientos
arqueológicos realizados recientemente en el Sahara, sea
por la interpretación de ciertos datos que nos entregan
estos mismos textos. Mas, para emplear este material de
modo científico se requiere conocer el método adecuado
para no tropezar con errores de bulto.
Para
situar en el tiempo la pulsación que ha tenido lugar en
España en el curso del siglo XVI, hemos establecido métodos
biohistóricos que se asemejan a los empleados por las técnicas
paleontológicas en estratigrafía71.
Se trata en realidad de un problema similar, aunque en
nuestro caso se requiere una precisión mucho mayor en
relación con la cronología geológica que reviste una
gran amplitud. De esta suerte deben determinar los sabios
especializados en estas ciencias la edad de unos estratos
fosilíferos con la ayuda de la fauna que encierran, en
general invertebrados. Enseña la experiencia que ciertas
especies indican su edad con bastante exactitud; otras al
contrario no la señalan. Existen pues desde un punto de
vista estratigráfico especies que son «buenas», otras
«malas». Las amonitas, los belemnites, los
espirobranquios, son especies «buenas», porque en razón
de su fisiología han necesitado en el curso de su
existencia de tan marco natural y de un hábitat muy
particular, de tal manera que en comparación con su
filogenia la duración de estos grupos ha sido muy corta.
Por ello, su hallazgo permite fechar de una manera precisa
los horizontes en que se han fosilizado. Por el contrario,
las especies que llamamos «malas», más abundantes en la
naturaleza, no sirven para una determinación estratigráfica.
Las ostras y los lamelibranquios, por ejemplo, han
evolucionado muy poco desde los tiempos primarios. Para el
stratígrafo, el verdadero historiador de la tierra, son
de muy escasa utilidad.
Si
empleamos este método para estudiar las faunas saharianas
que nos señalan los textos y la arqueología, debemos
rechazar para fijar el clima las especies «malas», que
han vivido en un hábitat demasiado espacioso y por
consiguiente se han desarrollado en facies muy distintas.
Este desconocimiento ha inducido a error a ciertos
autores.
Por
ejemplo, el olivo. Algunos, recordando sus años
escolares, han querido apreciar un clima mediterráneo en
razón de esta especie, sin saber que el clima mediterráneo
oscila desde una pluviosidad de mil mili, de agua al año,
el índice de Marsella, hasta los sesenta, cantidad que se
recoge actualmente en Almería, en donde a veces no llueve
en todo el año. En estas condiciones la presencia del
olivo en ambientes tan diferentes no significa gran cosa.
Se le cultiva en nuestros días en la meseta castellana y
sería temerario deducir de ello que goza Castilla la
Nueva de clima mediterráneo, pues sus inviernos son fríos
y rigurosos. Podríamos repetir la misma observación con
respecto a la palmera que vive en el oasis del desierto,
pero resiste sin ser fecunda la intensa humedad de la
costa atlántica. Se cultiva el trigo en
las tierras subáridas del Mediterráneo y de
otros lugares y germina también bajo las nieves de
Ucrania y del Canadá. En una palabra, estas
especies «malas» no pueden servir de testigos
para señalar un marco natural preciso.
Es
posible destacar en los textos —y afianzarse con la
interpretación de otros documentos que nos han llegado
de la antigüedad—, referencias biológicas
concernientes a
especies valiosas; pues permiten determinar la fecha de la
mutación del paisaje. Poseemos así una base
suficiente para fijar los
límites del lapso de tiempo en el curso del cual el aspecto
del Sahara Central
y
Occidental se
ha transformado con mutaciones sucesivas72.
Para los fines
de este estudio podemos
situar sus términos
entre el principio del primer milenio y
el siglo XI después
de J.C. De una parte conocemos los testimonios
irrecusables acerca de la facies de esta región en fecha
tan lejana, y por otra parte, los documentos existentes
sobre la construcción de las fogaras
nos indican el momento preciso de la transición de la
facies sahariana subárida a esteparia o subdesértica,
oscilando hacia la desértica. El esquema de esta evolución
climática alcanza así un interés excepcional, pues
explica y apunta el sentido de la pulsación, confirmada
por la historia de los oasis. Aunque fuera dudosa la
interpretación de estos datos más modernos, el
testimonio naturalista consolida su certeza. La evolución
del clima en estas regiones, reconstituida con pruebas
biológicas, confirma el testimonio histórico situándolo
en un contexto en que
el rigor científico es indiscutible.
a)
Evolución
del clima en ¡as regiones centrales del Sahara Occidental
I)
A principios del primer milenio poseían las
regiones centrales del Sahara Occidental un aspecto
verdoso propio del manto vegetal de las praderas. Si en
efecto era así, recibirían una
pluviosidad que oscilaba en torno a los 800 mil l. de
agua al año.
II) En la época de Herodoto (siglo V antes de
J.C.), aún conservaban ciertas regiones del Sahara
Central sus caracteres anteriores, pero otras empezaba
degradarse. El agua caía, acaso unos 600 mil l. al año,
se repartía ya desigualmente
en el curso del verano.
III)
En los días de Estrabón, que vivió al comienzo
de la era cristiana, se halla mucho más avanzado el
proceso de sequedad.
Han
alcanzado la facies árida, y acaso la subárida, las
regiones centrales
del
Sahara. Para atravesarlas a caballo es menester tomar
precauciones.
IV)
En el siglo III después de J.C. se advierte una rápida
mutación de la fauna norteafricana. La mayor parte del
centro del Sahara ha adquirido una facies subárida,
oscilando en torno a los 250
mil l. de agua al año.
V)
Del siglo VI al VIII, la estepa xerofítica
antesala del desierto
ha
aparecido en todo el Sahara Central.
VI) A fines del siglo XI, la facies subárida ha
alcanzado los confines atlánticos de Mauritania.
1.
La situación climática al empezar el primer milenio
Conservaban
aún en estos tiempos las regiones centrales del Sahara
Central y Occidental el paisaje verdoso que habían gozado
con exuberancia durante la prehistoria. En estos tiempos
lejanos era suficientemente abundante la pluviosidad para
que fueran capaces los ríos, los caudalosos y los
medianos, de mantener una fauna de grandes mamíferos, los
cuales necesitan mucha agua para vivir, así el hipopótamo.
Aparece esta especie en las pinturas rupestres del Tasili.
Lhote ha descubierto en el macizo de Auanret, a dos mil
metros de altitud, unos frescos representando una cacería
de hipopótamos, hecha por indígenas embarcados en tres
piraguas de juncos73.
En el curso de los siglos anteriores al primer milenio, se
hallaban las llanuras tan bien regadas por el cielo que
podían mantener especies que requieren para vivir enormes
cantidades de forraje, como el elefante, del cual se han
encontrado reproducciones. Existían marismas. Lo confirma
la presencia del rinoceronte en las pinturas del TasiIi.
Ha
debido de mantenerse esta facies húmeda desde muchísimo
tiempo antes, ya que según Lhote estas especies características
se encuentran en las pinturas más antiguas. Sin embargo,
sería temerario concluir de ello que una lenta
transformación del paisaje se realizaba ya en aquellas
fechas, pues río lo sabemos. Hemos demostrado en otra
obra74
que sólo determinan los vegetales y los animales su
propio marco natural. Señala el testigo una modificación
del paisaje, cuando oscila el clima en los límites de su
hábitat. Por ejemplo, se sitúa el óptimo del haya entre
los 1.800 mil l. de agua al año y los 800/700 como mínimo.
Puede por consiguiente disminuir la pluviosidad de mil
mili, de agua al año, sin que esta especie forestal
apunte la recesión de las precipitaciones atmosféricas.
Tan sólo en el caso particular de que oscilara la media
por debajo del límite mínimo de su óptimo, señalaría
su agostamiento, su desaparición o su substitución por
otra especie; luego la mutación del paisaje. En
consecuencia, el hecho de que los tres testigos, el
elefante, el hipopótamo y el rinoceronte aparezcan en las
pinturas en tiempos anteriores al primer milenio, no
implica que el clima haya evolucionado, sino que la
modificación de la pluviosidad no había sido lo
suficientemente importante para producir una grave
perturbación de su hábitat.
Como
lo apreciaremos más adelante, es probable que estas tres
especies hubiesen ya desaparecido de las regiones
centrales del Sahara al comienzo del primer milenio. Las
praderas que entonces existían eran incapaces de
mantenerlas. Como esta facies ha durado grosso
modo a lo largo de estos siglos, se desprenden
dos proposiciones: Primero:
Dado el sentido de la pulsación, debía de ser
más abundante la pluviosidad y sobre todo más regular en
el principio que al final del milenio. Segundo:
Situando el mínimo de la facies de las praderas en
torno a los 600 mil l. de agua al año, era superior el
promedio de las precipitaciones en un principio; por lo
cual oscilaría la pluviosidad al comienzo del siglo X
antes de J.C. en los alrededores de los 800 mil l., óptimos
del paisaje de praderas.
Un
testigo excepcional lo confirma: los bóvidos. Cuando
viven estas especies en estado natural son características
de un clima más bien húmedo, pues requieren pastos
suficientes para alimentarse; no tanto como los grandes
herbívoros, pero deben distribuirse las precipitaciones
de modo uniforme a lo largo del año, sobre todo en los
meses del verano. En caso contrario degenerarían.
Son
los bóvidos unos testigos de primer orden. En razón de
su corpulencia no pueden desplazarse con rapidez para
franquear grandes distancias en busca de agua o de pastos,
como lo hacen los équidos o los antilopinos. Ciertamente
poseen los bóvidos en estado salvaje mayor musculatura y
son más ágiles que las razas especializadas y engordadas
en nuestros días para la producción de leche o de carne.
Sin embargo, a pesar de la finura de sus líneas que se
pueden admirar en las pinturas del Tasili, estaban siempre
aminoradas sus actividades por su constitución fisiológica.
En el caso de la desecación progresiva de una comarca son
los bóvidos las primeras especies que desaparecen,
mientras que otras más veloces, como la jirafa, el
caballo, el antílope o el avestruz se mantienen por largo
tiempo, sobre todo las últimas gracias a su ligereza y a
la potencia de su esfuerzo respiratorio. En nuestros días,
según Gauthier,
«atraviesan
el Tanezruft de modo excepcional algunos animales transeúntes
gracias a sus admirables patas o a sus alas
potentes»75.
Es
atestiguada la presencia de los bóvidos por las pinturas
rupestres que se encuentran con abundancia en casi todas
las regiones del Sahara. Millares de ejemplares han sido
localizados. Vivían los rebaños en libertad, en su
estado natural, como antaño los de la Pampa argentina.
Algunos estaban domesticados ya. Se han descubierto en
Djorf Torba, en el Kenadsa, al suroeste de Colomb Béchar,
grabados representando hombres ordeñando vacas. Han sido
señalados sobre todo en los refugios rupestres del Tasili
y del Hoggar. Lhote los ha hallado por centenares. En
Jabarám, describe, y ha publicado, un conjunto de bueyes
policromados compuesto por unas sesenta bestias. Ha podido
así distinguir este arqueólogo dibujos numerosos con un
estilo propio que ha llamado «bovino». Se posee el
material requerido para intentar una síntesis de
caracteres biogeográficos, correspondientes a actividades
humanas concordantes. Si fueran reconocidas en otros
lugares del globo, se podría determinar una civilización
de los bóvidos, lo mismo que Leroi-Gourhan ha logrado
aislar una civilización del reno.
Ha
señalado Henri Lhote en las pinturas del Tasili doce
estilos principales. Helos aquí según su orden cronológico:
A.
Estilo de personajes diminutos, carnudos, con la
cabeza redonda.
B.
Estilo de los diablillos.
C.
Estilo de los hombres de cabeza redonda
pertenecientes al período medio.
D.
Estilo de los hombres de cabeza redonda
evolucionada.
E.
Estilo de los hombres de cabeza redonda decadente.
F.
Estilo de los hombres con la cabeza redonda e
influencia egipcia.
G.
Estilo de los cazadores con pinturas corporales del
período bovino antiguo.
H.
Estilo bovino.
I.
Estilo de los «jueces» del período post-bovino.
J.
Estilo de los hombres blancos, larguiruchos, del
período post-bovino.
K.
Estilo del período de los carros.
L.
Estilo de los hombres bitriangulares. Período del
caballo montado.
La
superposición de las pinturas y de los grabados ha
permitido al autor establecer, por lo menos de modo
provisional, un orden de sucesión, luego de antigüedad.
Mas, ¿qué fecha debe darse a estos diferentes estilos?
Los problemas concernientes a la prehistoria no interesan
a nuestro problema; no nos detendremos en su estudio. Ha
encontrado Lhote en el enorme material recogido un estilo
prebovino, señalado por la letra F, que demuestra una
influencia egipcia indiscutible. Las cofias de algunos de
los personajes dibujados se asemejan a modelos que los
egiptólogos conocen muy bien. Pertenecen a la XVIII
dinastía, es decir, a una época comprendida entre 1567 y
1085 antes de J.C.
La
gran expansión de los bóvidos y la cultura a ellos
adscrita pertenecen pues al primer milenio; lo que
constituye otro testimonio irrecusable de la modernidad
del desecamiento del Sahara Central. Pero el autor, sin
duda asustado por las consecuencias revolucionarias que se
desprenden de su cronología, no se ha atrevido a deducir
las que se inducen de los hechos por él descubiertos. Con
prudencia sitúa la llegada de los pastores bovinos hacia
3500 antes de J.C.; pero, añade a renglón seguido:
«Han
debido de morar largo tiempo en
el Sahara, acaso por varios milenios»76.
Se ha mantenido la cultura bovina con exuberancia a lo
largo de los primeros años del siglo X; lo confirma también
otro testimonio histórico.
Como
consecuencia de los descubrimientos del Tasili poseemos
ahora pruebas suficientes para afirmar que la influencia
egipcia se ha mantenido constante sobre las poblaciones
del Sahara desde el IV milenio hasta el primero; es decir
en el tiempo de su mayor preponderancia. Lhote ha
descubierto en el Tasili pinturas que representan
embarcaciones muy similares a las egipcias. Los ríos del
Sahara eran entonces navegables y los recorrían barcos
parecidos a los que surcaban el Nilo. Según dicho arqueólogo,
este testimonio de la influencia egipcia debe situarse en
la época de las primeras dinastías; pero los estilos señalados
por el autor con las letras K y L, pertenecientes al
primer milenio con gran probabilidad, están ellos también
directamente emparentados con la civilización egipcia.
Tienen por base un
testigo biológico, una especie «buena»: el caballo,
que ha penetrado desde este país en las regiones
centrales del Sahara.
Como
los bóvidos, caracteriza el caballo salvaje la facies de
praderas, cuya humedad debe de estimarse por lo menos en
los 600 mill., pluviosidad esparcida de modo regular a lo
largo del estío. Pero debajo de esta media o si el verano
resulta demasiado seco, emigra o desaparece la especie.
Domesticada, debe el hombre cuidar de ella. Por esta razón,
en las regiones áridas se convierte el caballo en objeto
de lujo. En consecuencia, como testigo de un marco natural
propio, su empleo en los transportes o en el arado de las
tierras señala un paisaje determinado. Su substitución
por otra especie más apropiada a las nuevas condiciones
del clima apunta la existencia de una mutación. En otra
obra, hemos estudiado la sustitución de los caballos y de
los bueyes en los transportes por el mulo en la meseta ibérica
a lo largo del siglo XVI77.
Por
razones aún oscuras, el caballo, cuya filogenia, en parte
americana, en parte asiática, es completa, había
desaparecido del norte de África y de Asia Occidental en
los primeros milenios de los tiempos históricos. (Por lo
menos esta es la creencia aceptada por la mayoría de los
autores.) Desconocido en Sumer y en las civilizaciones
posteriores de Mesopotamia y en Egipto, ha sido
introducido en el Creciente Fértil en época mucho más
moderna, acaso por los hititas, y en el valle del Nilo por
los hicsos78.
En las pinturas rupestres saharianas aparece en fecha
mucho más tardía, pero está abundantemente representado
en los refugios mesolíticos de la Península Ibérica, no
solamente en estado salvaje, sino también domesticado79.
No puede dudarse de la introducción del caballo en las
regiones centrales del Sahara desde el valle del Nilo,
porque aparece en las pinturas rupestres enganchado al
carro egipcio80.
Se sabe que los hicsos han traído carro y caballería
a estas regiones durante su conquista y dominación, desde
1780 a 1577 antes de J.C. Por consiguiente es probable que
su llegada al Sahara Central deba situarse hacia los últimos
siglos del primer milenio. La expansión de los caballos
por las praderas ha coincidido sin duda con el apogeo de
la cultura bovina; pues no sólo no se excluyen las dos
especies, sino que se complementan. Posteriormente con la
generalización de su empleo al servicio del hombre,
aparece el estilo de los carros. Como lo veremos más
adelante, esta situación cronológica, fijada por Lhote,
está corroborada por testimonios literarios de la antigüedad.
Se
puede concluir que en esta época el paisaje dominante en
las regiones centrales del Sahara pertenece a asociaciones
vegetales, relacionadas con los géneros bos
y equus. «Es
solamente en el período del caballo, escribe Henri
Lhote,
cuando se
observa un cambio manifiesto: Las especies corpulentas
como el hipopótamo, el rinoceronte, el elefante
desaparecen entonces de las pinturas; la jirafa, el antílope
y el avestruz se mantienen. Es pues entre el IV y el II
milenio antes de J.C. cuando ha empezado la desecación
del Sahara»81.
2.
La situación climática en el siglo V antes de J.C.
Herodoto
da en su Historia indicaciones
precisas acerca de las regiones que se hallan al sur del
golfo de la Gran Syrte, es decir, de las regiones que
ahora nos interesan. «En
el interior de las tierras, por encima de la Libia de las
bestias salvajes (el
Sahara Central) existe
una elevación arenosa que se extiende desde Tebas hasta
las Columnas de Heracles. Sobre esta elevación se
encuentra a distancia de diez días de marcha aproximadamente,
montañas de sal, compuestas de
gruesos trozos, sobre montículos. En la cúspide de cada
montículo mana en mitad de la sal agua fresca y dulce en
derredor de la cual habitan hombres» (CLXXXI).
Herodoto
y los griegos en general conocían bien las tierras
africanas que se hallan al sur de la Península Helénica
y sus regiones inmediatas; pues, siendo fáciles las
comunicaciones, las relaciones entre las poblaciones de
ambos territorios debían de ser frecuentes. Es posible
que los depósitos de sal mencionados por el historiador
sean las capas de fosfatos características del sur
tunecino. Sus noticias acerca de los terrenos situados al
occidente son escasas. Tebas, que se halla un poco al sur
del grado 26, se encuentra a la misma latitud que el país
de los garamantes, del cual hace Herodoto una bastante
fiel descripción. Era lógico vista la dificultad de
emprender largos viajes que sus ideas acerca del oeste
sahariano fuesen confusas. El circulo de latitud de Tebas
pasa al sur del Atlas, que se halla situado en el grado
30. El error acerca del Estrecho de Gibraltar es mucho
mayor: Se halla en el grado 36.
No
coincide la descripción que hace Herodoto de la región
del Atlas con un clima seco: «La
montaña llamada Atlas es redonda y estrecha por todos los
lados; tan alta que es imposible ver la cumbre según se
dice, pues jamás se apartan las nubes de ella ni en el
verano, ni en el invierno» (CLXXXIV). El desierto, «zona
de arenas terriblemente seca y deshabitada (XXXII), en
la época debía de corroer el Sahara Oriental, en donde
todavía existirían algunos palmerales. Todavía lo
atravesarían los nómadas, pero cambia la situación
hacia el oeste. «Desde
Auguila, a una distancia de diez jornadas de marcha se
encuentra otra eminencia de sal, agua y un gran número de
palmeras que dan frutos como en otros lugares. Hombres
viven en esta comarca y san muy numerosos. Se llaman
garamantes... Poseen bueyes.. Dan caza estos garamantes a
los etíopes trogloditas con carros arrastrados por cuatro
caballos» (CLXXXIII).
De
acuerdo con su ecología las palmeras pertenecen a otro
marco geográfico que el de los bueyes y de los caballos.
Los oasis de palmerales se encontrarían al este, en las
estribaciones del Sahara Oriental, en donde sin duda
alguna harían incursiones los garamantes. Su lugar de
habitación se encontraba más al oeste. Se mantenían
todavía en estas regiones saharianas unas praderas
escasas, en vía de degradación, pero aún suficientes
para alimentar un cierto número de bueyes y de caballos
domesticados.
Esta
interpretación del texto se halla confirmada por la
arqueología, pues se encuentran en todo el Sahara Central
pinturas con representaciones de carros. Ha descubierto
Lhote un
grabado cerca del pozo de Arli, en la pista que va
desde el Hoggar a EsSuk, la antigua Tadameka de los
bereberes sudaneses, por debajo del grado 20 de latitud; y
por otra parte, ciento diez grabados en el sur de Orán,
muy por encima del grado 30. El gran número y la dispersión
de estos dibujos por lugares tan distantes los unos de los
otros constituyen un testimonio irrefutable. Poseían aún
en el siglo V antes de J.C. las regiones del Sahara
Central un marco natural suficientemente húmedo, aunque
ya degradándose, para que las pudieran atravesar
normalmente carros arrastrados por cuatro caballos.
3.
La última mutación de los testigos biológicos
Permite
el estudio de las pinturas del Tasili y de otros lugares
una enseñanza que confirma la evolución del clima en el
Sahara Central, establecida por la observación de su
morfología. Son las representaciones de testigos biológicos.
Se posee de este modo la certeza de que el elefante y su
marco natural habían desaparecido de las regiones del
Sahara Central desde el final del segundo milenio y que su
desaparición coincidía con la llegada del caballo. Pero,
desde entonces había huido la especie de estos lugares
buscando refugio contra las condiciones adversas del
clima, sea hacia el sur, sea hacia el norte. En nuestros días
vive el elefante en el África ecuatorial y ha
desaparecido, con la acentuación de la sequía, del norte
del continente. Mas la existencia del elefante en Argelia
y en Marruecos en el principio de la era cristiana no
puede ser objeto de duda alguna. Los testimonios históricos
son múltiples y concordantes.
Sabemos
todos desde la escuela que Aníbal invadió Italia desde
sus bases en España con un escuadrón de elefantes.
Plantea este proboscidio un problema de orden filogenético
aún no del todo aclarado. Parece que han existido en los
tiempos antiguos dos especies de elefantes en África del
Norte: El elefante que los cartagineses habían adiestrado
para la guerra, pequeño comparado con el africano, el más
grande y bravo de los que existen hoy día; y el elefante
enano que ha vivido en Europa en el pleistoceno inferior.
Se han encontrado del mismo restos en Sicilia y en España.
Según Raymond Vaufrey que los ha estudiado, sería el
descendiente degenerado del gigantesco elephas
antiquus, especie característica del
cuaternario europeo. Su reproducción en documentos históricos
plantea el problema de su posible supervivencia o de su
recuerdo. Por su importancia en la historia del arte
expondremos esta cuestión en el apéndice IV.
Sea
lo que fuere, es evidente que el elefante es un testigo
excepcional para determinar la facies de las regiones en
donde su presencia era frecuente. Pues, aunque pequeño de
acuerdo con las noticias que tenemos de él en estado de
domesticación, requiere para vivir en el salvaje de
enorme cantidad de pastos. Como los
datos sobre su caza son numerosos, se deduce que el
Magreb poseía en aquella época un régimen de lluvias
abundantes y regulares que ya no existe.
A
medida que el clima empeoraba, el elefante —y lo mismo
lo hicieron las especies forestales— fue a buscar su
sustento y la supervivencia de sus descendientes refugiándose
en la alta montaña, en particular en el Atlas marroquí.
Poseemos de estas regiones las últimas referencias que le
conciernen. En los tiempos de Plinio, en el siglo I de
nuestra era, existía aún en el Gran Atlas, de acuerdo
con las noticias que le manda en una carta Suetonio
Paulunus, legado en Mauritania, que acababa de
atravesarlo. Según Thernistios, filósofo y retórico del
siglo IV después de J.C., los elefantes han desaparecido
de África del Norte. Trescientos años más tarde,
Isidoro de Sevilla invoca su recuerdo con melancolía.
Hablando de la Mauritania Tingitana, luego de haber
advertido que posee monos, dragones, animales feroces y
avestruces, añade:
«Antaño
había muchos elefantes, ahora sólo la India los produce»82.
Sin embargo, declara en su
crónica (572)
el culto abate de Biclara, que se cazaba aún en
Mauritania Cesares83.
Se trata, es lo más probable, de una reminiscencia
literaria.
De
acuerdo con estos testimonios se puede concluir que se
encontraba la especie al principio de la era cristiana en
regresión. Se mantenía lozana en la parte oeste debido
sobre todo a la altitud de sus zonas montañosas.
Atestigua pues el hecho la modificación climática; pero
en este caso, como en tantos otros, el hombre ha acelerado
la sentencia dada por la naturaleza. A medida que estas
regiones se civilizaban por obra de la administración
romana, huían los animales salvajes perseguidos para los
placeres de la caza o para las necesidades del circo. Un
ejemplo reciente nos enseña la desaparición de una
especie zoológica diezmada por el hombre blanco a pesar
de sus pretensiones.
En el comienzo del siglo XX existían en el Sahara
avestruces y el hermosísimo antílope Adax.
Estos animales han sido aniquilados por la estulticia
humana y su rabia destructora.
La
desaparición del elefante coincidía con la aparición de
especies hasta entonces desconocidas en estos lugares; lo
que confirma la modificación de la facies. Se impone, sin
embargo, una observación. La substitución de las
especies en función de las variaciones del clima se
realiza generalmente de un modo desordenado. Puede
necesitar un tiempo considerable, pues oscilando la
naturaleza, los años lluviosos sucediendo a los secos, se
defienden los individuos Contra el rigor atmosférico en
los tiempos malos y se recuperan en los buenos. La mutación
se manifiesta a gran escala. Puede durar esta situación
mucho tiempo, pues han demostrado ciertas especies una
resistencia extraordinaria. El cocodrilo perdido en el
pequeño lago del Tasili es un ejemplo notorio. Mas, la
transformación del paisaje lleva a otras consideraciones
que interesan directamente al historiador. Ante las
situaciones adversas se defiende el hombre con una
ingeniosidad y una rapidez que no poseen las especies zoológicas,
ni las asociaciones geobotánicas. El ‘conocimiento de
la fecha del esfuerzo humano señala la crisis climática
de manera mucho más precisa que los testigos naturales.
La de la construcción de las fogaras,
por ejemplo, determina casi inmediatamente los años
del empeoramiento del clima.
Cuando
en el siglo XVI una parte de la meseta ibérica fue
asolada por la llegada de la sequía, la reacción del
hombre para atenuar la catástrofe económica señalaba
automáticamente la obra del clima. Ante la escasez de las
lluvias, se apresuraron los agricultores a desarrollar
plantas que se adaptaban mejor a la aridez. El
desplazamiento hacia el norte de los cultivos de la vid y
del olivo correspondía a la progresión del secano. Hay
que calcular solamente un cierto tiempo entre el fenómeno
y la intervención humana. Existe una actividad social que
por su
carácter permite afinar este desfase: eran los
medios de transporte, que antaño se realizaban en tierra
por tracción animal. En Castilla, se hacían los
transportes en la Edad Media con bueyes. Crecían pastos
por doquier y al fin de cada jornada hallaban fácilmente
las bestias su alimento. Con la crisis fueron substituidos
por mulos, más sobrios. No necesitan forraje verde, les
sobra la paja en casos de apuro. De tal suerte que basta
una sencilla documentación histórica que señale su
substitución para que la mutación de la facies quede
determinada de modo preciso. El mismo problema se ha
presentado en el Sahara y en África del Norte. Ante las múltiples
repercusiones de la modificación lenta pero fatal del
clima, se esforzaron los antiguos por remediar lo más
urgente, las comunicaciones.
Hemos
expuesto anteriormente cómo el caballo, prosiguiendo su
emigración del este hacia el oeste por Asia y por África,
había sido artificialmente introducido en las regiones
centrales del Sahara hacia fines del primer milenio. En la
época clásica se había aclimatado tan bien que eran
famosos por su rapidez los caballos libios y númidas84.
Según San Isidoro se mantenía esta fama en su tiempo85.
Las condiciones climáticas en
Sahara Central y Occidental oscilaban pues en los límites
de una pluviosidad adecuada para que pudiera desarrollarse
esta especie con vigor en su marco natural. No se trataba
de un hecho aislado y extraordinario, sino extendido en un
área de dimensiones considerables, como nos lo confirman
la historia y la arqueología.
Nos
consta que empleaban los romanos su caballería en el
norte de África y que atravesaban el Sahara a caballo.
Aconseja Estrabón que para esta expedición se deben
tomar ciertas precauciones: atar a la montura odres de
agua para beber en el curso del camino. No nos indica el
geógrafo griego los lugares en que este uso era
imprescindible; mas podemos remediar esta imprecisión con
el hallazgo de pinturas y grabados. Lhote ha podido con su
emplazamiento reconstruir la ruta empleada por los
antiguos para ir del Mediterráneo al Níger86.
Partía la vía de Oea (Trípoli), pasaba por Cidamus
(Gadamés), len (Port Polignac), al pie del Tasili, que
atravesaba, así como el Hoggar, por desfiladeros
conocidos para alcanzar TiMUlisaón y Tadameka (EsSuk) y,
por fin, el Níger en Gao. Plinio nos da noticia de que
esta fue la ruta seguida por Septimus Flaccus en el año
70 después de J.C. y por Julius Mantinus en el 86, los
cuales con toda probabilidad alcanzaron el gran río
africano. Desde su conquista en el 19
antes de J.C. por el legado Cornelius Balbus habían
sometido a su dominio los romanos la Cirenaica, el Fezzam
y el sur argelino. La III legión ocupaba Gadamés
(Cidamus) y Rat (Rapsa), aglomeraciones situadas a escasa
distancia del macizo del Tasili.
Como
el deterioro de las praderas y de los pastos aumentaba y
resultaba cada vez más difícil viajar a caballo, le
encontraron los romanos un substituto: el camello. La
llegada de esta especie a África del Norte permite fechar
el momento crítico de la crisis climática. No se halla
pintado, ni grabado en los refugios conocidos: era
inhabitual en estas regiones cuando los indígenas
ornamentaban los paños rocosos. Gsell asegura, siguiendo
a Basset, que no existe palabra bereber para designarlo87.
Lo que es normal, pues en el paisaje verdoso anterior
hubiera sido un intruso o una curiosidad. No lo describe
Plinio en estos lugares. Sin embargo, no era un
desconocido. Las primeras noticias de su presencia en el
norte de África datan del De
bello Africae de Julio César (XVIII, 4).
Asegura este autor que Juba los empleaba ya aunque en
escaso número. Veintidós tenía en su ejército. Sin
embargo, el silencio de Plinio, naturalista tan preciso y
concienzudo, que tenía los medios requeridos para
documentarse, nos indica que en su tiempo el empleo del
camello no se había aún generalizado.
Los
autores, desde Gsell hasta Carcopino, se muestran unánimes:
Fue introducido el camello en el norte de África por Séptimo
Severo; es decir, a fines del siglo II88.
Ahora bien, ¿qué representa la aparición de este
testigo en la crisis climática? No debe engañarse el
lector con una imagen de almanaque e imaginarse ya el
camello atravesando las hamadas
y los ergs
del desierto africano89.
Es muy probable que aún no existiese esta facies en las
regiones del Sahara Central y Occidental. El empeoramiento
progresivo del clima entrañaba una lenta transformación
del paisaje. Las facies árida y subárida según los
lugares más o menos favorecidos por la orografía, la
hidrografía y la pluviosidad llegada del Océano,
evolucionaban hacia la estepa xerofítica. Entonces se
ingenió el hombre por buscar fuentes de agua para
subsistir. Empezó a profundizar los pozos ya existentes
para no perder las capas freáticas, y hacia el siglo X se
construyeron las primeras fogaras
que son la base de los actuales oasis. La fecha de las
obras de captación de las aguas subterráneas marca la
progresión de la sequía. En razón de la disminución
del paso de los ciclones atlánticos se manifestaba un
movimiento aparente, como si el fenómeno se realizara
lentamente pero de modo irreversible desde el este hacia
el oeste.
Parecía
pues que el camello, como tantos otros, hubiera seguido
esta carrera hacia Poniente al paso del desierto. Y no ha
sido así, pues no pertenece a la fauna de estas regiones
desheredadas. En su estricta acepción filológica y
naturalista el desierto es un lugar vacío, abandonado por
el hombre y los vertebrados superiores. El hábitat de
nuestro camélido pertenece a las facies árida y subárida
de Asia. Se contenta con pastos escasos que no alimentarían
a los caballos. Sus compañeros son los rebaños de cabras
y los asnos. Pero, así como el hombre ha discurrido el
modo de emplear el caballo en lugares inhóspitos procurándole
agua y forraje, ha logrado asimismo mantener
artificialmente la especie camélida en un
marco geográfico que no es el suyo, sino a título de
excepción. Ha conseguido aprovechándose de sus
cualidades de sobriedad emplearlo como medio de transporte
en lugares que de otro modo le hubieran sido inaccesibles.
Estas reacciones humanas a la imposición de la
naturaleza, la busca de las aguas subterráneas y la
adaptación de una especie extranjera para asegurar los
transportes, son los testigos de la mutación del clima y
del paisaje.
En
el siglo XI, Mauritania estaba aún suficientemente regada
para que se mantuvieran en su suelo pastos, rebaños y una
población importante. Por esto ha podido iniciarse en
estos lugares el movimiento almorávide. En el caso
contrario, si hubieran poseído ya la facies desértica
que hoy día allí impera, jamás hubieran podido sus
jefes religiosos alistar las masas de guerreros
requeridas para emprender con éxito la conquista no sólo
del Senegal, sino también de Marruecos y de Andalucía.
Como lo apreciaremos en un capítulo próximo, la crisis
revolucionaria del siglo VIII en la cuenca mediterránea y
más tarde el movimiento almorávide tenían por eje y
motor la última mutación del clima cuyas consecuencias
habían asolado el Sahara Central y Occidental.
b)
El
clima en el África del Norte al comienzo de la era
cristiana
Ha
evolucionado la facies del Magreb desde la antigüedad
hacia los tipos áridos y subáridos que le son propios en
nuestros días, en movimiento sincrónico con el
desecamiento progresivo del Sahara, pero con un desfase
importante en su gradación debido a una humedad superior,
el paso más frecuente de los ciclones procedentes del Atlántico.
En el comienzo de la era cristiana, conservaba el norte de
África el paisaje verdoso y de gran lozanía de que había
gozado en tiempos anteriores. Los testimonios literarios
que lo corroboran son numerosos y conciernen a los más
diversos caracteres morfológicos o biológicos. Daremos
algunos ejemplos:
La
recolección de los caracoles que sé
había realizado en la parte oriental del Magreb a
lo largo de la prehistoria, se había transformado en la
época romana en una industria y un comercio
considerables. Se exportaban a todo el imperio90.
Necesitan estos gasterópodos terrestres, sobre todo
las especies comestibles, de un marco natural húmedo sin
el cual no pueden subsistir.
Según
el testimonio de los autores clásicos eran abundantes los
bosques. Con el curso de los tiempos el papel desempeñado
por la orografía ha sido decisivo en la dispersión de
las especies forestales.
EL
SAHARA CENTRAL
Uad
o
lecho de río desecado
Antiguo
camino empleado por los carros para ir de Trípoli a Gao
Caminos
actuales para ir de Orán a Gao y de Argel a Agadez
Perseguidas
por el hacha del leñador o agostadas por la sequía, se
refugiaron hacia las alturas de los grandes sistemas montañosos.
Así ocurre en nuestros días en que importantes masas
forestales aún se conservan en Marruecos. Son testigos de
tiempos pasados. Ocupaban antaño un área mucho mayor.
Los técnicos han calculado en dos millones de hectáreas
los bosques que han desaparecido en esta sola región91.
Las
noticias que nos dan los antiguos acerca de los ríos son
también cuantiosas; breves, pero precisas. Los uadi
actuales eran ríos auténticos, muchas veces
navegables. El Sebú marroquí, de trescientos kilómetros
de longitud y que desemboca en el Océano, era una vía de
agua magnífica. «Annis
magnificus et navigabilis>, escribe Plinio. Basta
comparar estos adjetivos con los peyorativos, morfológicos
y climáticos, adscritos a la palabra uad,
para que se comprendan los cambios ocurridos en esta
parte del litoral atlántico.
Si
con un esfuerzo de imaginación se restituye al suelo el
mantillo que en capas potentes antaño lo recubría y que
ha desaparecido, se comprendería que los elogios hechos
por los antiguos acerca de la riqueza agrícola de estas
regiones no eran ni un mito, ni el fruto de la hipérbole.
Más aún: Se ha mantenido esta facies con evidente aunque
suave degradación a lo largo de la Edad Media. El
testimonio de los geógrafos árabes es concordante e
indiscutible.
«Lo
que sobre todo extrañaba a los emigrados llegados de
Egipto y de Trípoli, escribe
Georges Marçais, era la abundancia de árboles. Se
dice que el país presentaba antaño una serie continua de
espesuras desde Trípoli basta Tánger, asegura Ibn
Adhari. Nos sentiríamos tentoJos a echar al cesto de las
fábulas esta tradición de una edad de oro, si el
reciente descubrimiento de obras de irrigación y de
explotaciones agrícolas en regiones ahora desérticas no
le restituyese algún valor»92.
Ignoraba naturalmente este distinguido historiador de
Berbería que el clima había cambiado a lo largo de los
siglos; lo que da mayor valor a su perspicaz observación.
Prosigue más adelante: «Quedó sorprendido el geógrafo
Elya-Kubi, autor oriental del siglo IX, por el aspecto
verdoso, la abundancia de las aguas en la región que se
extiende entre Qamzsda (Sidi bu Zid) y la orilla del mar;
o sea, una distancia de 150 kilómetros por
un país que se encuentra en nuestras días, a
pesar del espléndido desarrollo de la arboricultura
sfaxiana, en parte desértico»93.
Citas similares podrían extraerse de textos de El Bekri,
de Ibn Kaldún y de otros autores.
CONCLUSION
En
su obra Mainsprings
of civilisahion, publicada en 1945, presenta
Huntington diversos gráficos que describen las
oscilaciones del clima en los tiempos históricos. Fueron
construidas las curvas con los métodos que hemos expuesto
al principio de este capítulo. Las reproducimos para el
conocimiento del lector. La curva de las sequoias es la más
precisa; pero coinciden las tres en señalar las grandes
crisis climáticas que interesan a los acontecimientos
objeto de este estudio. La numerosísima bibliografía
aparecida desde entonces en los idiomas más diversos ha
afinado, con sus mis y sus menos, las oscilaciones reseñadas;
pero confirman las líneas generales de la evolución
climatológica en los tiempos históricos.
1.
Después
de un periodo de estabilidad aparente que parece dominar
la era antigua, apunta a partir del siglo II después de
J.C. una grave mutación del paisaje en las latitudes del
Mediterráneo. Lo confirman los gráficos de una manera
general y la coincidencia de los tres métodos, los
testimonios geográficos, biológicos e históricos que
hemos descrito, no puede ser fortuita.
2.
Aparece en los siglos VI y VII otra crisis que acentúa la
pulsación.
3.
Con
el IX y el X la situación mejora o se estabiliza, pero a
fines del XI y en el XII surge otra crisis temible.
Coincide con la decadencia general de la civilización árabe
en Oriente y con la contrarreforma almoravide y almohade.
Destruyen los mauritanos (es decir, lds moros de la
tradición popular) la cultura andaluza de Marruecos y
atravesando el Estrecho, invaden el sur de España. Es la
verdadera invasión de la península. Provocó la reacción
de los hispanos, de la mayor parte de la población
musulmana, de la cristiana y las hazañas del Cid. Es el
fin de la civilización arábiga en Occidente.
Tras
esta larga exposición, nos es posible ahora deducir un
principio indispensable para comprender los
acontecimientos ocurridos en los siglos VII y VIII en gran
parte de las regiones mediterráneas. Como consecuencia de
una larga evolución del clima, debido a oscilaciones cuyo
sentido apunta hacia una misma dirección, de donde el
neologismo: pulsación, ciertos marcos geográficos
caracterizados por asociaciones geobotánicas determinadas
desaparecen bruscamente. Otras asociaciones mejor
adaptadas a la nueva situación climática aparecen. Se
produce una profunda mutación del paisaje. Esto no se
realiza impunemente. Causa el fenómeno gravísimos
trastornos en la vida biológica (la agricultura), económica
y política de las poblaciones que habitan las regiones
alcanzadas por la mutación del marco anteriormente
existente. Enturbia entonces las páginas de la historia
una agitación política confusa: guerras internacionales,
revoluciones interiores, desplazamientos dexnogrificos,
los cuales podrán ser de corto alcance (ley de Breasted)
o de efectos prolongados e irreversibles como los
movimientos demográficos hilalianos.
El
desecamiento del Sahara por sus enormes dimensiones y el
carácter descomedido de su irradiación por obra de las
leyes de correlación que unen los marcos geográficos más
diversos, ha coincidido con grandes trastornos climáticos
en el marco natural de la Península Ibérica. De aquí
las perturbaciones que la han conmovido ea el siglo VIII,
con los síntomas precursores anteriores.
Permite
esta nueva luz entender e interpretar correctamente los
textos rarísimos y lacónicos que han llegado hasta
nosotros. Si, como lo apreciaremos en un capítulo próximo,
cuando analicemos la crisis revolucionaria que tuvo lugar
en España a principio del siglo VIII, nos advierte un
autor que el hambre ha diezmado la mitad de la población,
no estaremos ya dispuestos a considerar las dimensiones de
la catástrofe como el fruto del genio hiperbólico de los
antiguos. Nos será posible encuadrar la noticia en un fenómeno
de mayor alcance: la mutación del paisaje que había
arruinado la tradicional agricultura del país.
Por
otra parte, se impone otra observación. Por una
convergencia notable entre el desarrollo de las
ideas-fuerza y la modificación del marco geográfico, la
que probablemente no ha sido única en la historia, la
acentuación de la sequía desde Asia hacia África en el
curso de la Alta Edad Media ha sido un fenómeno paralelo
con una divergencia de las ideas monoteístas que simultáneamente
se ha manifestado en estas regiones. Se forrnó enkonces
en las poblaciones un
enorme complejo: lo que se ha traducido en una
oleada de fondo cuyo carácter era religioso. Era el fruto
de una larga evolución anterior. Pronto creció la planta
y alcanzó dimensiones considerables: eran el Islam y la
civilización árabe.
Huntington, Ellsword: Civiliatíon
arad cimate, Yale University, New Haven. Existe
una edición española traducida por la Revista
de Occidente, Civilización y clima, Madrid, 1942.
Huntington, Ells word: Tree
growth arid dimatic interpretations, Caz. negie
Inst. Pub. u.0 352, Washington, 1925. Desde
esta fecha se han convertido estos estudios en una
disciplina científica dc gran alcance, con una
biblio. grafía importante: la dendrocronologia. Puede
el lector interesado conocer la situación actual de
esta ciencia en un estudio acerca de los trabajos
realizados recientemente, publicado en <La
Recherche>, Le
message des arbres por Hubert Polge, u.O II, p.
331, abril de 1971.
De
Geer: Geochror~ologia
suecias principies, Estocolmo, 1940. De acuerdo
con los estudios realizados por este sabio y su
escuela durante cerca de cincuenta años por todas las
regiones del globo, ha empezado la retirada de los
hielos en el escudo escandinavo en el año 6800, antes
de J.C.
Hemos
expuesto para el uso de los historiadores los métodos
diversos que permiten reconstituir el clima en un
momento dado del pasado, en un trabajo publicado
por los <Calilers d’Histoire Mondiale,, Edition
de la Bacoui~re Neuchatel, vol. VII. N.’ 3. 1963,
con el título: Les
changements de clima et l.’hi.stoire. Varios de
estos métodos han sido descubiertos por el autor para
explicar la gran crisis que a fines del siglo xvi asoló
la meseta ibérica. Ver el cuarto tomo de La
decadencia española.
Desde
el punto de vista de su reciente historia morfológica,
descartando su actual ecología, dividimos el Sahara
en dos regiones: el Sahara Oriental y el Sahara
Occidental. Sensu
lato, el circulo de longitud que los separaría
tendría que pasar por Trípoli para alcanzar el lago
Tchad. La parte oriental de esta línea hasta el Nilo
y el Mar Rojo, abarcaría el desierto aseptizado,, sea
el de Libia, el Feman, el Tibesti, etc. Fuera correcto
dividir en dos la parte occidental: las regiones
centrales que se encuentran al norte de la curva del Níger:
el Tanezruft, el Hoggar, el Tasili; y, en fin, las
regiones típicamente occidentales, entre las cuales
se hallan Mauritania y el Río de Oro.
Lionel
Ba.Iout: Algerie
préhi.storique, p. 76.
E.
F. Gauthier: Le
Sahara, Payot, p. 103.
Lhote,
Henri: A la decouverte des fresques da Tassili,
Arthaud, p. 55-58.
E.
F. Gauthier: Le
Sahara, p. 97.
E.
F. Gauthier: Le
Sahara, p. 63.
Lhote,
Henri: Ibid., p.
202.
Lhote,
Henri: ibid., p.
202.
E.
F. Gauthier: Le
Sahara, p. 199.
Hernández Pacheco, Francisco: Los
pozos del Sahara español e hipótesis de su
construcción. <Investigación y Progreso>,
enero, febrero, 1945.
E.
F. Gauthier: Le
Sahara, pp. 138 y 204. Ver también Gsell: Histoire
antique de ¡‘A frique da nord, Hachette, París,
t. 1, 1913.
Citamos
por la traducción de Stephan Gsell: H&odote.
Textes relatifs ñ l’histoire de ¡‘A frique du
Nord, fascículo 1, Argel-París, 1916.
Olagüe,
Ignacio: La
decadencia española, Mayfe, t. IV, pp. 275 y
siguientes.
Son
debidas a la resistencia de las estructuras biológicas,
sean vegetales, sean animales, que se defienden un
cierto tiempo en la frontera de su óptimo, contra la
presión continua del fenómeno físico. Su repentina
desaparición impone una modificación del paisaje que
reviste idéntica rapidez; por lo cual el empleo del término:
mutación.
Poseen
estas pinturas las dimensiones siguientes: 95 X 105.
<Comprende el conjunto tres hipopótamos y tres
piraguas. Parecen hechas estas últimas con materia
vegetal (junco) y se relacionan con un modelo
existente en ciertos monumentos egipcios. ¿Llevaban
acaso una vela?... Está entortado el todo con ocre
rolo (Lhote, Ibid., p. 225). Es probable que el hipopótamo
no viviese en el macizo del Tasili, sino en la
llanura. No puede dudarse, sin embargo, de que para
esbozar su dibujo ha visto la escena el artista.
Quedaron en su memoria sus rasgos principales.
Olagüe,
Ignacio: La
decadencia española, Madrid, t. IV, pp. 275 y SS.
E.
F. Gauthier: Le
Sahara, p. 32.
Lhote,
Henri: Ibid., p.
238.
Olagüe,
Ignacio: La
decadencia española, t. IV, pp. 296.303.
Según
Breasted, el gran historiador de Egipto, habían
introducido los hititas el caballo y el carro en el
Creciente Fértil hacia el 2500 a. de J.C. (The
conquest of civilization). Ver nota 80.
Se
hallan en España con abundancia los antepasados del
caballo, sobre todo en el mioceno con la especie Hipparion
gracile. En 1928, hemos encontrado en un
yacimiento de mamíferos, cerca de Villaroya, en la
Rioja, el cráneo casi completo (los dos maxilares y
su completa dentición) de un Hipparion
craasum, de acuerdo con la determinación hecha
por el especialista en mamíferos F. Roman. (Lo hemos
donado para las colecciones del Museo de Ciencias
Naturales de Madrid.) Mucho más tarde, han creído
algunos situar este yacimiento en el piso
villafranquiense, es decir en una fecha mucho más
reciente. Sea lo que sea, como también se han
descubierto en las cuevas de la península dientes de Equus
stennonis y los caballos están abundantemente
representados en las pinturas rupestres, se puede
concluir que la última evolución de esta serie ortogénica
hacia la especie caballo se ha realizado completamente
en España. Evoluciona el phyllura
en África hacia el tipo del caballo cebrado. En
el neolítico no había franqueado el Estrecho de
Gibraltar el caballo europeo, o sea, el Equus
caballus, pues su reproducción en las pinturas
africanas aparece tan sólo al principio del primer
milenio. En España ha debido de estar domesticado el
caballo desde tiempo muy antiguo. Eduardo Hernández
Pacheco ha descubierto en Boniches (Cuenca) la pintura
rupestre de un caballo mantenido por un hombre con una
corren. Parece pertenecer la pintura al fin del mesolítico.
Importa
el esclarecer las ideas. El descubrimiento en los
refugios del Sahara de la representación de carros
produjo en su tiempo gran sensación que conmovió a
los arqueólogos. Sabios, como Salomón Reinach y
Dussaud, notaron que el estilo muy particular «de
los carros cuyos caballos iban a galope largo
mostraban uit neto parentesco con el galope salteado
que había dado a conocer el arte micénico cretense»
(Lhote). Si se comparan las pinturas saharianas
con las escenas de combate o las de caza que están
grabadas en los vestíbulos de los grandes templos
egipcios, en Karnak por ejemplo, resulta fácil
apreciar la diferencia entre los dos estilos. En éstos,
se levantan los caballos sobre sus piernas como si
fueran a dar un salto adelante. EL parentesco con el
arte cretense parece manifiesto. Mas no hay que
hacerse ilusiones. El estilo sólo demostraría una
influencia cretense. Caballos y carros han penetrado
en el valle del Nilo en los años 1780, con la invasión
de los hicsos. (Wilson: Egypto,
vida y muerte
de una civilización. Citamos por la traducción
francesa del editor Arthaud.) De acuerdo con la mayoría
de los autores, el desembarco de <pueblos del
mar> en Cirenaica data de 1200 antes de J.C. Entre
estas dos fechas carros y caballos tuvieron tiempo de
desparramarse por el Sahara Occidental, a pesar de los
dos mil kilómetros que separan ambas regiones. El
testimonio biológico es más preciso y seguro que el
artístico. La llegada del caballo a las regiones del
Sahara Occidental es el resultado de una emigración
empezada en Asia Central hacia el tercer milenio. Se
ha desplazado la especie del Este hacia el Oeste en
busca de pastos; no ha sido dirigida por el hombre,
por lo menos en sus principios. En razón de nuestros
conocimientos mucho más escasos, el problema de la
influencia de un estilo sobre poblaciones extranjeras
induce siempre a la desconfianza. ¿Por qué no serían
los cretenses los que hubieran aprendido de los libios
el estilo del "galope a saltos"? ¿No
asegura Herodoto "que
han aprendido los griegos de los libios a enganchar a
cuatro caballos,?"
(CLXXXIX). No lo afirmamos. Hacemos la pregunta.
Lhote,
Henri: Ibid.,
p. 174.
Etimologías,
L,
14, V, 12.
Mon.
Germ. Auct. Ant. XI, 2, p. 213.
Etimologías, L.
12, 1, 44.
Leer
la discusión del tema en Lhote: Ibid.,
pp. 141-171.
Gsell,
Stephan: Histojre ancierrne de I’Afrique du Nord,
1914, t. 1.
Carcopino:
Le Mwoc
antique, p. 138. Gsell, ibid.,
t. 1, pp. 59/61. Julien Guey:
Milar&ges
d’archéologie e: d’hi.stoire, 1939, p. 233 y
Ss. Louis Lerché: P’
Fasdcule des Travaux de l’lnstitut d’ótudes
sahariennes, Argel, 1942, páginas 48 y ss.
Lesquier: Arrnée
romalne d’Egypte, pp. 92-113. Gauthier: Le
Sahara, pp. 129/141.
Hamada:
palabra
árabe que designa en el Sahara las mesetas
recubiertas con grandes losas de roca calcárea. Ergs:
en árabe, grandes extensiones de dunas.
Plinio:
Historia
Natural, XXX, 74.
Célerier: Initiation au Maroc, p. 37.
Marçais, Georges: Ibid.,
p. 23.
Marçais, Georges: Ibid.,
p. 77.
Para
el lector interesado en la moderna ecología del Norte
de África y del Sahara, recomendamos el estudio hecho
por el profesor Louis Emberger: Alnque
¿u Nord Ouest, publicado por la UNESCO en sus
investigaciones sobre las zonas áridas: Ecologie
Végétale, 1955, t. VI, p. 219. La ecología
contemporánea es el producto de la evolución del
clima en la historia. Permite por lo tanto esclarecer
algunos problemas retrospectivos. Señalamos el
siguiente dato que permite al autor una comparación
entre la meseta ibérica y el Norte de África. cOn
a beaucoup discuté pour savoir si l’Espagne
centrale (Madrid) ese originellement asylvatique ou
non. Or, ji existe en Alrique da Nord des régions
boi,sées ayant le mame quotient (relación algo
compleja que establece el autor entre las temperaturas
mínima y máxima con el grado de humedad y sus
variaciones correlativas) que
Madrid. Donc, les asteppes» es pa gnoles reprásentent
un tat de dégradation lores. ttere, como le pensait
Huguet de Villar
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