Capítulo
9
LA
EVOLUCIÓN DE LAS IDEAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: EL SINCRETISMO
MUSULMÁN
La
propagación del Islam en la Península Ibérica se ha realizado muy
lentamente. Los testimonios de la Escuela de Córdoba. Ignoran los
escritores cristianos de Córdoba en toda la primera parte del siglo IX
la existencia de Mahoma.
El
viaje de San Eulogio
a Navarra y su descubrimiento de la existencia de un profeta llamado
Mahoma.
La
política de arabización emprendida por Abd al Ramán II.
Las primeras
manifestaciones externas
del Islam en Andalucía
occidental, descritas por los autores cristianos. El lento proceso
de islamización.
En
el curso del siglo VIII se convierte España en un crisol de
ideas y de convulsiones religiosas que van a acelerar su
transformación. Para comprender la naturaleza y el alcance
posterior de estos acontecimientos, hay que compararlos con
las guerras de religión del siglo XVI en Occidente. Se
sienten, por otra parte, los efectos de un empuje
revolucionario que estudiaremos en el próximo capítulo.
Desde el punto de vista de la evolución de las ideas, después
de un largo desasosiego, se establece poco a poco un
equilibrio. En razón de las fuerzas que lo han creado, se
constituye un sincretismo cuya ideología preponderante es
arriana. Se mantendrá esta situación por varios siglos, en
los cuales a pesar de la evolución de los conceptos hacia un
sincretismo musulmán, tal como hoy día lo concebimos, se
destaca con extraordinaria nitidez un estilo propio. Como lo
hemos apreciado ya, la esencia de estas energías tenía larga
ascendencia, pero brotaron en tallos ya crecientes en la
crisis que fue debilitando la monarquía visigótica, cuyo
proceso ignoramos por falta de rastros. Con el VIII desarrolláronse,
para empezar a florecer en el siglo IX. Lograron en el X y en
el XI su mayor exuberancia, alcanzando sus manifestaciones las
altas cimas que en el curso de la historia ha podido dominar
el genio humano.
En
contraste con el Occidente cristiano era debida esta situación
privilegiada al equilibrio que caracteriza al sincretismo
arriano. Brevemente se podría enunciar que se distingue por
la creencia en un Dios único, que puede revestir para ciertos
espíritus distinguidos los atributos de un ser metafísico, y
para el común de los mortales el paternalismo de un
patriarca ultraterrestre, atento a las acciones de
los hombres que recompensa o castiga. Ningún dogma abstracto
o extravagante. Nada de reglas sociales rigurosas que
desbordan los principios naturales o biológicos que
estructuran una sociedad sana. En razón de la importancia de
su herencia cultural posee una plasticidad, en una palabra,
una sensibilidad que le mantiene abierto a todas las
impresiones sensitivas o intelectuales, las cuales pueden
llegar de tierras lejanas, renombradas por sus riquezas y por
la potencia creadora de su civilización. Gozaba así el
sincretismo arriano de una independencia que no solamente
permitía la florescencia de un criterio propio, el cual, de
acuerdo con sus convicciones, apunta hacia el libre examen y
facilita el armonioso desarrollo del juicio crítico que
favorece el brote y lozanía de las ciencias, sino también la
madurez de nuevas concepciones filosóficas. Para encontrar en
la historia esta libertad de juicio, limitada, sin embargo,
por una creencia razonada en la divinidad, hay que comparar
estos tiempos con los del siglo XVIII, esclarecidos por el deísmo
de Newton y de su escuela.
Desde
el principio del siglo VIII hasta el fin del siglo XI, nuevas
concepciones religiosas desde Oriente siguen rompiendo sobre
España en oleadas sucesivas. Debieron probablemente de
aparecer entonces los primeros propagandistas de Mahoma.
Empezarían su labor de proselitismo. A grandes rasgos nada en
cuanto a sus creencias les separa de los hispanos unitarios.
«Aquel
que cree, escribe en el principio del siglo
siguiente El Xahid, y
confiesa
que Dios es incorporal, invisible físicamente e incapaz de cometer
una injusticia y de
amar los pecados
de los hombres, es ya un musulmán»222.
El solo punto litigioso es mínimo, casi subalterno. Trata
simplemente de la existencia de un Profeta y de ciertas normas
de conducta religiosa que ha establecido. Inspirado por la
divinidad, las ha reunido en un libro. De manera imperceptible
desde nuestra actual atalaya, se desliza el sincretismo
arriano hacia el musulmán. Mas esta acción se ha realizado
muy lentamente223.
Poseemos
una escasa, mas precisa documentación que nos permite seguir
la lenta infiltración de los principios coránicos en la
sociedad hispana. Jamás hubieran sido asimiladas estas
prescripciones si hubieran formado una doctrina rígida, como
ocurrió más tarde, sobre todo aquellas que eran contrarias a
las costumbres de las poblaciones como la de beber vino, si
una acción política no hubiera acelerado su imposición; lo
que Marçais ha llamado en estas latitudes la contrarreforma
musulmana, traída a Andalucía desde Mauritania por los almorávides.
Mas entonces la anterior plasticidad ha desaparecido. Han
cristalizado los conceptos en un dogma. Por imperativo de su
evolución tendrían que ser rígidos y formalistas, como le
ocurre en la historia a toda contrarreforma. No podemos
describir la evolución de las ideas en la época del
Califato. Es tema demasiado alejado de nuestros propósitos.
Nos basta con demostrar la lenta propagación de los
principios coránicos en el curso de los siglos anteriores,
sobre todo en el IX, del que tenemos noticias fidedignas. Esto
constituye un argumento decisivo para las tesis que
defendemos. Pues, si en 711 hubiera sido España invadida por
ejércitos árabes y musulmanes, si por otra parte se hubieran
hecho sus jefes con el poder, hubieran sido inmediatamente
impuestos los principios coránicos sobre las poblaciones,
como anteriormente los reyes godos y los obispos habían
sujeto la nación al cristianismo trinitario. A defecto de
textos arábigos —que no los tenernos— tendríamos
noticias de estas leyes y demás servidumbres por los textos
cristianos que se conservan. Su reacción hubiera sido
fulminante y tajante. No ha sido así.
Se
custodian en las bibliotecas textos teológicos que pertenecen
a finales del siglo VIII y a la primera parte del siglo IX. No
hacen mención alguna ni de Mahoma, ni de su doctrina. Son lo
bastante numerosos para formar una pequeña colección. Si se
apartan algunos que tienen por objeto la propagación de
ciertas doctrinas heréticas, como los escritos de Migecio, de
Félix y de Elipando, son la mayoría ortodoxos y han sido
publicados para rechazar las herejías que estaban de moda.
Mas ¡o maravilla! no se descubre en sus páginas nada que
recuerde a las doctrinas de Mahoma, que hubieran debido ser,
en Occidente por lo menos, la herejía por antonomasia.
Parecería
en el orden natural de las actividades humanas que si amplias
regiones de esta parte de la cuenca mediterránea hubieran
sido invadidas a principios del siglo VIII por el mahometismo,
en lugar de acalorarse por asuntos secundarios, hubieran
debido estos teólogos aunar sus esfuerzos para combatir la
nueva doctrina que se anunciaba ya de importancia principal.
No lo han hecho. De una parte, porque jamás existió en
aquellas fechas la tal invasión; de otra, porque la herejía
tradicional que había evolucionado hacia el sincretismo
arriano no era ninguna novedad. Lo nuevo era el adopcionismo,
que había trastornado el mundo religioso de Occidente en la
segunda parte del siglo VIII. La concepción según la cual
había sido adoptado Cristo por Dios Padre, tesis
recientemente expuesta por Félix, obispo de Urgel, y por
Elipando, arzobispo de Toledo, genéticamente hablando tenía
sus raíces en el nestorianismo; mas, en razón del amplio
movimiento de ideas que hemos descrito, se reducía a una
variante sutil del sincretismo arriano con sus deducciones
antitrinitarias y su racionalismo.
En
realidad, no se necesitaban en aquellos días
ultra-sensibilizados por las contiendas y las discusiones
religiosas ideas geniales para conmover a los espíritus. De
774 a 785
se propone demostrar un extraño personaje, llamado
Migecio, con el apoyo de textos bíblicos, que la Santa
Trinidad está compuesta por los tres personajes siguientes:
David, Jesús y San Pablo. Resulta tan magna sugestión
interesante para muchos. Se alarma el papa Adriano I. Manda un
legado a España, Egila, para enderezar la situación y para
encarrilar a los descarriados. Poseemos dos cartas que le
dirige dándole instrucciones. Precisa con claridad sus ideas
para combatir el desorden que existe en las filas trinitarias
de la península. Así, hace referencia al peligro que amenaza
a los trinitarios por causa de la frecuentación de los judíos
y de los paganos:
Multi
dicentes catholicos se communem vitcmr gerentes
con
Judaeis et non baptizatis paganis224.
No menciona a los musulmanes y un hombre avisado como el Papa
no podía en aquellas fechas confundirlos con los paganos no
bautizados. ¡Todo fue en balde! No abjuró Migecio. Al
contrario, se pasó el Legado con sus bulas y sus cartas al
campo de los partidarios de esta nueva trinidad.
Hacia
el final de su vida, cuando tenía 82 años, dirige Elipando
una carta a los obispos de las Galias para convencerles de la
verdad de su doctrina. En las últimas líneas de su larga
exposición anatematiza a todos aquellos que para él son
herejes notorios: naturalmente los adversarios de su doctrina,
luego los sabelianos, los partidarios de Arrio, los maniqueos
y sus enemigos personales, Beato de Liébana y su acólito, el
asno de Eterio, obispo de Osma. No son objeto de sus anatemas
los musulmanes. Era Elipando arzobispo de Toledo desde 784.
Estaba entonces gobernada España o parte de ella por Abd al
Ramán I y sus sucesores. Toledo se hallaba balo su jurisdicción.
Según la historia clásica el Islam y el árabe habían sido
impuestos a las poblaciones por el hierro y el fuego. Nuestro
eclesiástico por su edad ha conocido en su juventud las
secuelas de la invasión y los disturbios que la han seguido.
Cohabita con los musulmanes. Por su cargo no puede ignorar la
doctrina de Mahoma, mantendrá relaciones frecuentes con sus
partidarios. Y, sin embargo, no suelta la menor alusión
referente a estas gentes y a sus ideas. Por otra parte el
texto que comentamos está dirigido a personalidades
extranjeras, lo que le daba una completa independencia con
respecto al Emir y a sus auxiliares. Es probable que ignoraran
el gesto y el alcance del escrito mandado por el jefe
religioso cristiano... y acaso ¡el idioma en que estaba
escrito! ¿No es esto extraordinario?225.
En
el curso de la Alta Edad Media hasta el siglo XV, dos fuertes
minorías religiosas han conseguido mantenerse y hasta
prosperar en una sociedad dominada en un principio por los
arrianos, luego por los musulmanes. Fueron las familias judías
y mozárabes, quienes conservaban la tradición de la Iglesia
trinitaria visigótica. No se debe concebir la existencia de
estas minorías como si vivieran a espaldas de la nación: la
una recluida en sus «ghettos», la otra enterrada en unas
catacumbas. Aprovechándose del carácter «liberal» que ha
distinguido al sincretismo arriano y a sus ciases dirigentes,
ha florecido la cultura judía de modo extraordinario y la
minoría trinitaria ha coexistido pacíficamente con los
unitarios. En los siglos IX y X, las relaciones de sus
autoridades religiosas con el poder público son constantes.
Nos enseñan los escritos que conservamos de la Escuela de Córdoba,
así como otros testimonios, el papel importante desempeñado
por la minoría cristiana que vivía bajo la autoridad de los
emires. Ha intervenido hasta en la política de la nación.
Por otra parte, algunos acontecimientos históricos, como la
existencia de un reino cristiano en Ronda a finales del IX, no
pueden tampoco menospreciarse. Son de sobra conocidos. Y, sin
embargo, sorprendido quedará el lector al saber que las obras
cristianas, escritas por personalidades de la primera parte
del siglo IX como las del abate Esperaindeo, no sueltan prenda
ni sobre Mahoma, ni sobre su doctrina.
En
una sociedad musulmana, desde lo alto de su minarete canta
varias veces al día el almuédano los loores de Alá y de su
Profeta. En estas condiciones es muy extraño que estos
intelectuales no hayan sido acuciados por la curiosidad de
saber algo de este personaje, cuya importancia para sus
adversarios era tan grande como la de Jesús para sus propias
convicciones. Mucho se extraña de ello García Villada. No
entiende la falta de celo intelectual por parte de estos
autores: Descontando algunos párrafos referentes a una
supuesta refutación del mahometismo (lo de supuesta es
nuestro), no se guarda escrito alguno dirigido en contra de la
doctrina islámica. Y estos párrafos tienden, más que al
estudio de la doctrina,
«a
desacreditar la abyecta moral de la secta...»226.
Veremos
más adelante en qué consistió esta refutación del
mahometismo. Por ahora, nos basta con apuntar la siguiente
observación:
Asfixiado
por el rígido coselete de la historia clásica, no podía el
especialista de estos tiempos difíciles encontrar explicación
alguna a los diversos hechos que se presentan en sus lecturas.
Mas, si se desprende del mito, todo se encaja y se explica.
Nadie
puede dudar del celo y del proselitismo de los autores de la
Escuela de Córdoba. Alentados por una fe, acaso ciega y
exagerada, han conmovido a sus lectores con tal pasión que
algunos de ellos han buscado el martirio en los templos de sus
adversarios, en donde penetraban para profanarlos con
insultos. De tal suerte que no se trataba de un martirio, sino
de un suicidio227.
Esta predicación peligrosa llevada a cabo por el más
importante de los intelectuales cordobeses, San Eulogio, fue
causa de una agitación popular (851-859) que se acabó con su
condena hecha por sus superiores eclesiásticos y por los
poderes públicos, le ajusticiaron en 859.
No
se puede reprochar a estos cristianos su desidia. Al
contrario, se han esforzado por todos los medios que disponían
en espolear la fe en Cristo. Testimonian sus escritos la
efervescencia de sus ideas. Pero el hecho de que esta
resurgencia haya fracasado, no implica su existencia. Entonces
surge inmediatamente la pregunta a los labios:
¿Por
qué estos escritores, cultos y enterados, no han cogido el
toro por los cuernos, corno vulgarmente se dice, y en lugar de
emprender una predicación insensata, por qué no se han
esforzado en demostrar los errores del Islam?
La
acción acertada o no, el fallo o la realización de una obra,
emprendida por un individuo aislado puede interpretarse como
un acto particular, sin alcance social. Mas, cuando se trata
de una escuela que ha producido una literatura, de un conjunto
de personalidades cuyo ideal era la defensa del cristianismo,
la extrañeza sentida por el historiador contemporáneo no es
una atenuante para su incomprensión. Desvanecida la primera
impresión debe enfrentarse con las mismísimas bases de la
cuestión. En nuestro caso, en la mano el hilo conductor para
no perderse en el laberinto, no era ya posible tropezar.
Entonces, metido en sí mismo, surge la sospecha. ¿Será legítimo
preguntarse por qué razones estos distinguidos propagandistas
no se han enzarzado en enfadosas discusiones?
Hubiera
sido correcta la pregunta si hubiera habido una brutal aparición
de ideas nuevas. Basta con leerlos para valorar su entusiasmo
y comprender que en tal caso hubieran embestido en contra del
enemigo con toda la potencia de su genio. Pero ahí está: No
existía un enemigo nuevo. Nada importante asomaba al
horizonte. Ninguna nueva doctrina revolucionaria perturbaba
los espíritus. El adversario que en el siglo pasado se había
hecho dueño del poder, no era un desconocido. El foso que
separaba a los cristianos unitarios de los trinitarios, existía
nada menos que desde el año 325, fecha del Concilio de Nicea.
Los argumentos empleados en contra de los arrianos componían
una máquina de guerra de enormes dimensiones. Era conocida
por demás. ¿Para qué escribir nuevas disertaciones? ¿Qué
se podía añadir a lo ya dicho? Existían autores, libros,
una enseñanza, una tradición. En el siglo IX discusiones
teológicas acerca de la Santa Trinidad no tenían ya objeto.
Después de las guerras civiles del VIII en las que el carácter
político a la larga se había impuesto al religioso, las
posturas en los dos bandos estaban petrificadas para siempre.
¿Por qué volver sobre problemas que no interesaban a la
opinión, como el curso de los acontecimientos lo demostraba?
Ocurría entonces como en nuestros días en que las
discusiones entre protestantes y católicos no interesan al público.
Así se explica que estos escritores de la Escuela de Córdoba
no se hayan concertado para emprender una
acción en contra del arrianismo. Era anticuado. Bastaba,
sin embargo, que surgiera una nueva concepción, aunque de
escasa envergadura, para que manifestaran inmediatamente una
reacción.
Se
conserva una carta del escritor cordobés Alvaro, dirigida a
su maestro, el teólogo de la Escuela de Córdoba Esperaindeo.
Estima el padre José Madoz que es anterior a 840228.
En estas fechas era nuestro abate un hombre maduro. San
Eulogio en un texto escrito en 851 le llama anciano:
senex
el magíster nostra229.
Se desprende de ello que la actividad del maestro se ha
desarrollado en la primera parte del siglo en que ha educado y
formado a sus discípulos. Le pide Alvaro en su carta que le
preste el concurso de su erudición para refutar las teorías «nebulosas
y nefandas» (qualiter baeresis eortim nebulosa et nefanda: a
retener la palabra «nebulosa») de ciertos heréticos que
llegan en su extravagancia a negar la divinidad de Cristo,
escudándose tras un texto de San Mateo acerca del fin del
mundo. De
díe autem illa et hora nemo scit, neque Angeli coelorum,
neque filius, nisi pater solus (XXIV, 36). «En
cuanto al día y a la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del
cielo, ni el Hijo, tan sólo el Padre»230.
Describe las proposiciones que propagan: Trinum
in unitate el Unum in Trinitate Deum non credunt; Prof etarum
dicta renuunt; Doctorum dogma reiiciunt; Evangelium se
suscipere dicunt... «No creen que una Trinidad
pueda componer una unidad, ni una unidad una Trinidad;
repudian las palabras de los profetas; rechazan los dogmas de
los doctores; aseguran que admiten el Evangelio»231.
No
puede haber duda alguna. La herejía descrita por Alvaro es el
arrianismo. lo nuevo para aquellas gentes, era la. argumentación
de un texto evangélico que ha podido ser interpolado232.
Los herejes descritos por Alvaro no eran mahometanos, pues
admiten el Evangelio. Tampoco se hacen alusiones ni en esta
carta de Alvaro ni en la contestación de Esperaindeo al
Islam. Hecho mucho más grave y significativo, escribe el teólogo
un pequeño tratado sobre la Trinidad que conocemos por haber
sido incluido en un texto de San Eulogio233.
Hace una alusión al monoteísmo judaico: sicut
judaei unam personam adorant. Silencio absoluto
sobre el monoteísmo islámico hecho extraordinario en un teólogo
que defiende en tierra mahometana (como se nos asegura) el
dogma de la Santa Trinidad. Se contenta Esperaindeo, luego de
haber expuesto la doctrina ortodoxa, con concluir: Sic
qui blasphemant Spírítum San ctum non sant christiani. «Aquellos
que blasfeman así en contra del Espíritu Santo no son
cristianos.» En una palabra, las discusiones acerca del
arrianismo, cuando surge algo que parece nuevo, continúan en
la primera parte del siglo IX, como si anteriormente nada
hubiera ocurrido.
Cuando
más tarde, hacia 860, escribe Alvaro la vida de San Eulogio,
comentará el gran saber de su amigo en los siguientes términos:
Quae enim ilil
non potuere
volumina? Quae
potuerunt eum Iittere ingenia Catholicorum, Philosaphorum,
haereticorum nas
(nec) non gentilium? «¿Qué
libros no había leído? ¿Qué ingenios entre los católicos,
entre los filósofos, entre los herejes, como entre los
paganos, cuyas
obras no hubiera saboreado?» No cita a los
mahometanos.
Si
en estos años se hubiera propagado el Islam como un cuerpo de
doctrina, con el apoyo de textos condensados en un solo libro,
el Corán, si en realidad hubieran padecido los españoles una
invasión de extranjeros que les hubieran impuesto una nueva
religión, acontecimientos que eran anteriores en siglo y
medio a las obras que comentamos, hubieran hecho sus autores
mención de los mismos. Los hubieran criticado, combatido y
refutado. Ahí están los manuscritos de la ¿poca. No lo han
hecho.
¿Débese
concluir que en la primera parte del siglo IX no se había
infiltrado la influencia mahometana en la península?
Afirmarlo sería temerario, pues sabemos por la evolución de
ideas de las que tenemos una información cierta, que el
sincretismo arriano evolucionaba hacia el sincretismo musulmán.
Aun, ante el hecho de una
gravísima dificultad, como lo es la ausencia de
documentación en el siglo VIII, correcta sería la deducción,
pues tenemos dos puntos que están situados en la misma curva
de evolución y sabemos sin duda alguna que desciende el
Islam, genéticamente hablando, del cristianismo unitario. Por
consiguiente se debe suponer que la penetración de los
principios coránicos se realizaba desde hacía tiempo; pero
no de modo uniforme en todas las regiones peninsulares, pues
las favorecidas por la geografía serían privilegiadas.
Tampoco es temerario suponer que los primeros contactos se
realizarían a orillas del Mediterráneo antes del mismo siglo
VIII. Pues la expansión del Islam no se ha impuesto por obra
de ejércitos extranjeros, sino por la acción de
ideas-fuerza. Se ha deslizado y luego ha prosperado en virtud
de la misma dinámica que ha regido y rige hoy día la
propagación de movimientos similares. En un
medio favorable se ha difundido la idea por actos anónimos
y muchas veces oscuros.
Nada
sabemos acerca de la propagación del cristianismo en la Península
Ibérica durante los primeros siglos. Surge de repente en el
IV, como por obra de una explosión. Ocurrió lo mismo con la
difusión del Islam. Ante la ausencia de textos, latinos y árabes,
en siglo y medio, lo menos que se puede enunciar es que ha
sido predicado en un ambiente propicio por oscuros
propagandistas; por lo cual no han dejado de esta acción
rastro alguno. Por otra parte, nos consta por la observación
de fenómenos análogos ocurridos en el curso de la historia,
que se disimula este proselitismo anónimo a los ojos de los
contemporáneos bajo la cubierta de una densa confusión. Aun
hoy día, en que la instrucción y la facilidad de las
comunicaciones, por consiguiente el intercambio de las ideas,
han predispuesto el espíritu de a distinguir en la acción
social los adheridos a las diversas teorías. Hemos conocido
en nuestra juventud a personas selectas por su instrucción y
hasta por sus cargos que confundían a los anarquistas con los
partidarios de la segunda o de la tercera Internacional. ¿Qué
sería en el siglo IX en que las gentes, hasta las más
cultas, disponían de escasos medios informativos...? Se
requería una linterna muy bien encendida y un ojo avizor
excelente para discernir en aquellos tiempos un arriano, un
premusulmán y un auténtico creyente. Tanto mas que en muchos
años compondrían éstos una pequeña minoría.
Así
se explica el silencio de nuestros escritores cristianos. No
tenían que refutar el Islam por la sencilla razón de que no
se traslucía aún a los ojos de la masa como la doctrina
sobre la cual se asentaba una nueva religión. Sólo se
levantaba terrible y temible, según sus manifestaciones, la
contaminación de las costumbres. Pero tampoco se trataba de
ninguna novedad ya que se uncían con sus sabias y pintorescas
declamaciones a una retórica de saber gnóstico que estaba en
el candelero desde los primeros concilios visigóticos. No se
enzarzaban en una polémica acerca del derecho de familia, monógamo
o polígamo, como lo estudiaremos en próximo capítulo.
Peroraban acerca de un ambiente social referente al sexo que
en el idioma actual se traduciría... «por una mayor libertad
de las costumbres». Lo que llama el padre García Villada la
abyecta moral de
la secta, era sencillamente una distinta concepción
de la vida. Ahora bien, es acaso en esta centenaria polémica
cuando puede surgir la primera alusión, velada y oscura,
acerca de la enseñanza de un Profeta que se puede hallar en
estos textos de la primera parte del siglo IX.
En
su Memorialis sanctorum,
cuyas dos primeras partes han sido escritas en 851 y la
tercera en 856, introduce Eulogio en el primer libro algunos párrafos
del abate Esperaindeo que estaban encaminados en contra de la
herejía. Se esfuerza en refutar la proposición arriana que
negaba la Inmaculada Concepción; luego dirigía sus tiros en
contra de la imagen corriente en aquel tiempo, según la cual
para hacerse entender de las gentes sencillas acorazadas
contra cualquier misticismo, se comparaban los placeres de la
otra vida en el Paraíso con las voluptuosidades sexuales en
esta tierra. Contra lo cual, el ceño fruncido, dictaminaba
nuestro teólogo: Hoc
non erit paradisus, sed
lupanar. Pertenece esta concepción lujuriosa del
Paraíso al mundo sugerido por el Profeta. Mas, ¿es la idea
original suya o se trata de un lugar común como ya lo han
sugerido varios eruditos? Es probable que haya sido utilizado
el concepto por sectas religiosas orientales muy antiguas.
Acaso lo empleasen ciertos partidarios del arrianismo. Mahoma
como en tantos otros casos hubiera asimilado la idea y la
hubiera incluido en las descripciones del Paraíso que inserta
en el Corán. Para ello se adiestraba en un procedimiento de
escuela propio de las civilizaciones semitas que se puede
estudiar desde el Cantar de los Cantares hasta las Mil y Una
Noches. Sea lo que fuere, en el mejor de los casos Esperaindeo
ha oído campanas, pues ignora el Islam. Indicaría su alusión
que las ideas pertenecientes al mundo islámico estaban en el
aire, como vulgarmente se dice. Para estos intelectuales
cristianos no están aún estructuradas en una doctrina
precisa
234.
Han
ignorado los autores cristianos de la Escuela de Córdoba la
existencia de Mahoma en la primera parte del siglo IX. Es en
el año 849, es decir, cuando la obra de Esperaindeo había
sido copiada y difundida, cuando uno de ellos adquiere algunos
datos acerca del Profeta. Mas ¡o maravilla! no los ha
recogido en su tierra natal. ¡Ha adquirido este conocimiento
en el extranjero!
Se
conserva acerca de este hecho una documentación segura y
precisa. Nos permite fijar con certeza el año en que
obtuvieron los cristianos de Córdoba algunas nociones sobre
la vida de Mahoma y algunas ideas acerca de su doctrina.
Consta así con absoluta certeza que los intelectuales de la
minoría cristiana que vivía en Córdoba, la capital de los
emires, jamás habían oído hablar anteriormente del Profeta,
ni de su predicación. Más aún, las noticias que entonces
alcanzaron eran incompletas, legendarias y envueltas en
mentiras traídas con mala fe por un adversario que ignoraba
los escrúpulos.
Hacia
la mitad del siglo, por el año 848, cuando Eulogio se
encontraba en Córdoba, conmovieron a su familia grandes
inquietudes. Por motivos comerciales dos de sus hermanos habían
ido a las Galias y a Germania. En mucho tiempo no habían
mandado noticia alguna. Para tranquilizar a su madre sale
Eulogio en su busca, acompañado por el diácono Teudemundo.
Llegados a Cataluña, no pudieron nuestros viajeros proseguir
el viaje. Guerreaba entonces el conde de Barcelona, aliado de
Abd al Ramán II, contra los ejércitos de Carlos el Calvo.
Era imposible cruzar los Pirineos. Se dirigieron entonces a
Navarra para penetrar en Francia por los puertos de aquella
región. Pero también allí combatían los vascos contra sus
vecinos del norte. La frontera estaba cerrada. Se vieron pues
obligados nuestros amigos a renunciar a sus propósitos. En el
tiempo de su estancia en Pamplona hizo conocimiento Eulogio
con el obispo de la ciudad, Vilesinde, con quien estrechó la
amistad. Con su ayuda aprovechó la oportunidad que se le
presentaba para visitar los monasterios de la provincia y para
instruir-se en sus bibliotecas. De regreso, se pararon
nuestros viajeros cii Zaragoza
y tuvieron allí la suerte de saber por unos mercaderes
franceses que los dos hermanos se hallaban en Maguncia, con
buena salud. Volvieron a Córdoba en donde pronto les
alcanzaron los que habían ido a buscar235.
Como
tiene este viaje una importancia grandísima para las tesis
que defendemos, conviene determinar su fecha exacta. No
presenta mayores dificultades el averiguarla, porque en los
documentos que se conservan se hace referencia a
acontecimientos políticos conocidos. Por esto, desde el padre
Flórez han datado la mayoría de los autores la fecha de
salida de Córdoba de los viajeros en el curso del año
848236.
De vuelta a su casa escribió Eulogio una larga carta a
Vilensunde, obispo de Pamplona, texto que se conserva y es
tanto más precioso cuanto que nos da los pormenores del viaje
que acabamos de describir237.
No
se puede dudar de su autenticidad. Ha sido escrita después de
su estancia en Navarra, pues hace referencia el autor a la
acogida que le hizo el prelado. Por otra parte, como nos lo
confirma Alvaro en la biografía de su amigo, no ha emprendido
en los pocos años que le quedaban de vida otra excursión por
los Pirineos. Nos reseña Eulogio que confía su mensaje a
Galindo Enniconis, amigo suyo, que se vuelve a su tierra
vasca. La fecha es el 15
de noviembre de 851.
Sánchez Albornoz ha confirmado estos datos y su fecha con
el testimonio del gran escritor Ibn Hayán que vivía en Córdoba
en el siglo XI. En su obra Muqtabis,
nos dice que el amigo de Eulogio era hijo del rey de
Navarra. Vencido en un combate por Abd al Ramán II estaba en
la capital del reino, no atreviéndose a presentarse en su
casa. Mas, en el año 851 su padre Iñigo muere y Galindo se
apresura a regresar a su tierra, llevando la carta de Eulogio
y muchas reliquias, sin duda para hacerse perdonar más fácilmente
por su derrota238
.
Con
estos datos se puede concluir que se hallaba Eulogio en
Navarra entre los años 849 y 851, en donde gozaba de la
hospitalidad de los monjes. Como alojábase en el monasterio
de Leyre, uno de los más célebres de la región, hizo en su
librería un hallazgo extraordinario. Lo relata él mismo en
su Apolo geticum
martyrum que escribió algún tiempo después de este
viaje, en 857.
§
15..
Cum
esse olim in Pampilonensi oppido positus et apud legerense
coenobium demorarer, cunctaque volumina, quae ibi erant,
gratia dignoscendi incam perla revolverem; subito in quadam
parte cuyusdam opuscuhi banc de nefando vate historiolam abs
que auctoris nomtne tefterz.
«Cuando
últimamente me hallaba en la ciudad de Pamplona y moraba en
el monasterio de Leyre, hojeé todos los libros que estaban
allí reunidos, leyendo los para mí desconocidos. De repente,
descubrí en una parte cualquiera de un opúsculo anónimo la
historieta de un profeta nefando.»
¡Era
nada menos que una corta biografía de Mahoma! La impresión
sentida por Eulogio con su lectura fue tan grande que se
apresuró a copiar el texto y remitirlo a sus amigos
andaluces. Durante la redacción de su libro, le añadió este
recuerdo autobiográfico para edificación de sus lectores; lo
que demuestra la magnitud del impacto experimentado y la
importancia que daba a que se conocieran los datos que tanto
le habían conmovido. Incluimos la traducción en un capítulo
próximo.
Sensación
produjo la noticia entre los intelectuales andaluces. Juan
Hispalense que vivía en Sevilla, en una de sus cartas a
Alvaro de Córdoba, la sexta de su Epistolario,
le remite un extracto de esta biografía como si se
tratara de una noticia importante que por lo visto ignoraba su
corresponsal. Era amigo personal del viajero, pero sin duda le
remitió Eulogio la historia a Juan antes que a Alvaro
pensando proporcionársela directamente a su regreso. Como se
entretuvo en Navarra más de lo propuesto, dio Juan parte de
la noticia a su corresponsal cordobés, antes de la llegada
del amigo común. Esto se deduce del contexto de la carta de
Juan que insinúa un intercambio anterior de noticias: Dixerimus
vobis illam annotationem... No hay duda de que estas
cartas han sido intercambiadas entre 849 y
851 y en esto concuerda José Madoz que ha hecho una
edición crítica del Epistolario.
Ahora bien, los comentarios de estos intelectuales
andaluces enseñan que era la noticia para ellos importantísima:
lo que demuestra que por estas fechas tan poco conocido era
Mahoma en los medios cristianos sevillanos como en los
cordobeses239.
En
estas condiciones, la ignorancia de Eulogio no puede
atribuirse al carácter de un hombre huraño que mantenía
escasas relaciones con la sociedad en que vivía; en una
palabra que moraba en la luna más de lo debido. Por
circunstancias en verdad extraordinarias, se conservan de
estos textos un manuscrito de la segunda parte del siglo IX,
casi contemporáneo, y dos manuscritos del X. Por extraños
que parezcan al lector los datos que hemos referido, están
respaldados por una genuina documentación, como lo son muy
pocas noticias de los tiempos remotos.
¿Qué
concluir? Creemos razonables las siguientes deducciones:
La
islamización, acción religiosa posterior a la cultural como
se desprende de lo que expondremos en los capítulos
siguientes, no estaba por aquellas fechas tan avanzada en la
Andalucía occidental, como debía de ocurrir en la oriental,
cuyos puertos eran la base del proceso. Esto explica, acaso,
los esfuerzos del Abd al Ramán II por acelerarlo con una política
cultural de cuya importancia no puede dudarse. Por estas
circunstancias, la acción según la cual el sincretismo
arriano se deslizaba hacia el musulmán, ha debido de
realizarse de modo tan velado que pasó inadvertido para los
intelectuales andaluces. Fue después del viaje de Eulogio a
Navarra, coincidiendo con otras manifestaciones sociales y
religiosas, cuando se dieron cuenta de que tras la fachada de
la herejía se escondía algo más.
Es
el año 850 una fecha importante en la historia de las ideas
en España, no solamente porque los intelectuales cristianos
andaluces toman contacto con el Islam, sino también porque en
razón de circunstancias políticas y comerciales comienza a
dar sus frutos la política emprendida por Abd al Ramán II a
lo largo de un reinado anterior de treinta años. Como lo
apreciaremos en el capítulo siguiente la fisonomía de la
nación empieza a cambiar. Adquiere grandes riquezas. Flotas
Importantes llevan sus mercaderías al Sind, al delta del
Indo, y alcanzan hasta la China lejana. Las relaciones con el
Próximo Oriente se hacen más y más frecuentes, animadas por
el celo del Emir quien mantiene relaciones intelectuales con
las personalidades importantes de aquella región. Poetas,
escritores, sabios son invitados a venir a España; algunos
con subvenciones reales. Envía Bagdad a Córdoba sus
bailarinas, sus canciones y sus artistas. Dan a conocer el
estilo de canto y danza que está de moda. Llegan también
libros de matemáticas y de astronomía. Está dominada España
por los encantos orientales, entonces en el apogeo de su
expansión, como jamás volvió a suceder en las centurias
posteriores. Lo apreciaremos más adelante. El proceso de
arabización alcanza a los reinos cristianos del norte. En
estas fechas empieza esa revolución en las disciplinas
intelectuales que Vossler ha llamado el Primer Renacimiento240.
En
estos años, cuando la atracción del Oriente logra su mayor
fuerza, comienza el Islam a difundirse por la península. No
han analizado los historiadores las verdaderas dimensiones de
esta conversión. Por nuestra parte estamos en condiciones de
apreciar el impacto de este proselitismo religioso en los
textos de los escritores cordobeses. Pues esta acción no se
ha realizado sin choques y reacciones, políticas y
religiosas. Nos constan los acontecimientos en el ambiente
local de la capital de los emires. Es probable que una
islamización acelerada haya provocado una oposición
cristiana o arriana que explicaría los incidentes que
ocurrieron en España y sobre todo en Andalucía en la segunda
parte del siglo IX.
Nadie
ignora la importancia de la casualidad en la vida del
individuo, pero está siempre en función de los actos
particulares. Por imposición de la ley de los grandes números
no existe la suerte en los acontecimientos colectivos. Se ha
diluido el azar en la masa de los hechos que forman grandes
bloques. Cuando supo Eulogio en la biblioteca de Leyre el
papel desempeñado por Mahoma en Oriente, se apresuró a
comunicar la noticia a sus amigos andaluces. Reaccionaron
inmediatamente. Cabe entonces preguntar por las causas de tal
emoción. Supongamos que la persona del fundador del Islam no
estuviera relacionada con el hallazgo del librito, que se
hubiera hecho referencia en el mismo a un profeta cualquiera,
de los tantos que pulularon por Oriente, ¿se hubieran
conmovido hasta tal punto estos cristianos? Hay que suponer lo
contrario. Existía por consiguiente en el caso de nuestro
viajero por Navarra circunstancias particulares, pero también
colectivas. Desde nuestra lejana perspectiva, sin un exacto y
completo conocimiento del ambiente religioso e intelectual
existente en la nación, parecería como si la lectura del opúsculo
hubiera sido para Eulogio como un relámpago en la noche
oscura. Había surgido una tremenda sospecha en su mente: Tras
la tradicional herejía, a cubierto del habla y de las
costumbres orientales asimiladas por los arrianos, algo ocurría
en su tierra bética.
De
regreso a su hogar percibe Eulogio que nuevos peligros
amenazan al cristianismo. El nombre de Mahoma y sus extrañas
fantasías se propagan a orillas del Guadalquivir con gran
publicidad. ¿Cómo oponerse? No disfruta de los elementos
requeridos para apreciar lo que separa la doctrina islámica
de la herejía tradicional. Se encuentra pues en la
imposibilidad de redactar el tratado que le piden los
historiadores, como García Villada, que no han entendido el
problema planteado. Tanto más que nuestro hombre no goza de
las condiciones que debe poseer un teólogo de altura que
pudiera con eficacia oponerse a la oleada imperante. Es un
puro místico, obseso por una sola idea; lo que le convierte
como a tantos otros en un ser atolondrado, algo esquizofrénico;
es decir, alejado de la realidad exterior. Se le ocurre pues
que el martirio puede ser una barrera capaz de contrarrestar
la marejada creciente. ¿No han afirmado las mayores
autoridades que ha sido por la gracia de la sangre vertida por
los mártires por lo que ha podido la palabra de Cristo vencer
al poder imperial y al paganismo? Si antaño así ha ocurrido,
¿por qué no emplear ahora la misma táctica? Se convence
Eulogio de que debe divulgar esta enseñanza. Se pone
inmediatamente al trabajo. Entre 851 y 857 redacta
sucesivamente el Memonale
sanctorum, en donde expone el fruto de sus pensamientos,
luego el Documentum
rnartyriale y finalmente el
Apologeticum
martirium241.
Logró
Eulogio crear la efervescencia que se había propuesto. Almas
exaltadas, sobre todo tiernas muchachas, penetran en los
templos de los herejes (la palabra mezquita aún no es
empleada) para provocar a los fieles allí congregados con
insultos y palabras inoportunas. No eran despedazadas en el
acto por la ira de la muchedumbre, como fue norma en otras
circunstancias de tiempo y de lugar. Eran conducidas al juez
que las condenaba a muerte. Produjo la predicación de Eulogio
una verdadera epidemia. Mas este heroísmo suicida que sin
duda pertenece a los fenómenos de psicosis colectiva no logró
parar ni tan siquiera aminorar la propagación del Islam; pero
la literatura que ha sido escrita en tales circunstancias nos
permite hoy día conocer el cambio de situación que tuvo
lugar en Andalucía occidental desde el año 850.
Ahora
nos es posible comprender la crisis que ha trastornado la vida
de las comunidades cristianas en Andalucía occidental. En el
curso de su viaje a Navarra había dado Eulogio a conocer la
existencia de Mahoma a sus correligionarios en el preciso
momento en que iban a aparecer en Córdoba las primeras
manifestaciones externas y públicas del Islam. Los
testimonios de ello son suficientemente precisos, numerosos y
concordantes. Antes del hallazgo de Eulogio ignoran los textos
cristianos el nombre de Mahoma. Después de la difusión de su
biografía, tampoco sugieren alguna referencia a su doctrina,
ajena a lo que han leído en el texto de Leyre sus autores,
pero mencionan la persona del Profeta. La noticia dada por
Eulogio no es suficiente para explicar tan repentino cambio de
postura: Ha ocurrido algo más. Si antes de 850
hubieran existido en Córdoba en donde residían
nuestros escritores cristianos pero también el emir y su
corte, manifestaciones públicas del Islam, como la llamada de
los almuédanos a la oración, el hecho hubiera sido un
impacto a su curiosidad y a su fe. Esperaindeo, Juan de
Sevilla, Alvaro de Córdoba, el mismo Eulogio antes de su
viaje, hubieran hecho referencia a un acto para ellos tan insólito.
No hubiera necesitado Eulogio emprender tan largo viaje para
informarse acerca de la existencia del Profeta. Pero algunos años
más tarde, en 854, nos avisa Alvaro que hay gentes que desde
altas torres hablan de Dios y de Maozim.
«...
Porque
éstos desde sus altar torres, diariamente, con un ruido
enorme y monstruoso, con gesto de bestias feroces, los labios
desunidos, la boca grande abierta, como cardiacos vociferan y
gritando como locos chillan...»,
un
galimatías que ahorramos al lector242.
Ha
incluido Alvaro esta noticia acerca de los almuédanos en su
obra Indiculus
luminosus; cuyo objeto principal consiste en refutar la
doctrina de Mahoma. Pero su argumentación es apocalíptica:
Mahoma es el precursor del Anticristo, y su doctrina, la
Bestia anunciada por los profetas. Para ello se esfuerza en
demostrarnos que los caracteres de esta doctrina, «nefasta y
nebulosa», en todo punto coinciden con las señales descritas
por Daniel en su visión243.
Mas ¡o maravilla! salvo la noticia que nos da sobre los
encargados de llamar a la oración, no sabe del Islam nuestro
polemista más que lo leído por él en la biografía hallada
por Eulogio. A pesar de su origen judío —no sabe hebreo según
Madoz—, lo que acaso le hubiera ayudado para documentarse,
ignora en realidad lo que está ocurriendo. En cuanto a su
amigo Eulogio, si no es más sabio, es más preciso. En su Memoriale
sanctorum. cuya tercera parte ha sido escrita en 857,
traduce fielmente al latín la conocida invocación musulmana:
Psallat Deus super Pro
phetam et salvet eum. «Dios bendiga el Profeta y le
salude»244.
Cuando
en 851, ya de vuelta en casa, redacta Eulogio las dos primeras
partes de esta obra, señala por vez primera en un cristiano
hispano los peligros de la secta mahometana. ¿En qué
consisten? Lo ignora el buen hombre; pues, lo sabemos hasta la
saciedad, sus disertaciones acerca de la moral no eran ninguna
novedad. Había sido el tema el caballo de batalla de todos
los concilios desde el de Elvira. Sin embargo, advertía a sus
lectores del carácter a su juicio particular del proselitismo
musulmán: Su predicación es «insidiosa», adjetivo que se
puede parangonar con el de «nebulosas» empleado por Alvaro
en su carta a Juan de Sevilla, para enjuiciar las fórmulas
arrianas de las que había tenido conocimiento. De todos los
heresiarcas que han predicado después de la ascensión del Señor,
nos dice Eulogio, sólo Mahoma ha disimulado su secta con
instinto
diabólico245.
En otros términos, los esfuerzos del proselitismo musulmán
según este testigo se habían realizado hasta ahora de modo
encubierto. La herejía tradicional componía una pantalla
tras la cual se formaban nuevas concepciones. Por esto
—somos nosotros los que emitimos la hipótesis— Eulogio y
los suyos no habían tenido de las mismas conocimiento. Sin
embargo, seis años más tarde, en 857, cuando redacta su Apologeticum,
se asiste a un cambio sorprendente de la situación. La
predicación del Islam ya no se hace en secreto, sino en la
plaza pública. Non
modo privatis, sed apertis vocibus vatis sua dogmata
praedicant. «Predican los dogmas de su Profeta no de
manera privada, sino a grandes gritos»246.
Sin duda alguna se habían precipitado los
acontecimientos.
Cuando
un movimiento de la envergadura del que estudiamos se presenta
en la historia, no reviste jamás el aspecto esquemático que
algunos espíritus dogmáticos y otras inteligencias
impresionadas por las síntesis suelen darle para simplificar
su exposición. Siempre es complicada la vida. Así,
en este cambio de la opinión pública por el cual la
concepción monoteísta de la divinidad iba a imponerse en
España por varios siglos a la trinitaria, los dos extremos,
el musulmán y el cristiano, representaban las dos minorías
energéticas que dominarían la una tras la otra a la nación,
mas entre ellas se situaba la gran masa de la sociedad cuya
presencia se manifestaba por una sucesión de fases
intermediarias. Del lado cristiano hubieran ocupado en un
hemiciclo los intelectuales de Córdoba la extrema derecha, en
razón de la intransigencia de su ideal doctrinario. Pero
existía también una parte importante de la Iglesia, la mayoría
de las autoridades religiosas, que se daban cuenta de que
estaba comprometido el porvenir de los suyos por la política
emprendida por Eulogio y de que la salvación inmediata estaba
en una coexistencia pacífica con la herejía que detentaba el
poder. Tanto más que se agitaba aún otro grupo de
cristianos, los cuales confesaban francamente o sutilmente que
había que contemporizar con ella y adaptarse al ritmo de los
tiempos.
La
plasticidad de lo que pudiéramos llamar la masa intermedia en
la ¿poca era notable. Permite comprender esta sensibilidad de
los espíritus la evolución desde las simples herejías al
sincretismo arriano y musulmán. Atraía esta efervescencia de
ideas a aquellos mismos que por su cargo tenían precisamente
que combatirlas. Cuando a fines del siglo VIII manda el Papa a
Egila para mantener a los cristianos hispanos en la ortodoxia,
se pasa al adversario
¡el legado pontifical! Es la primera autoridad de la
Iglesia Elipando, el arzobispo de Toledo, quien enseña el
adopcionismo. Si los pastores desertaban ¿cómo no iba a
desmandarse el rebaño? Sigue ejerciendo su atracción el
monoteísmo unitario en la minoría cristiana, que se mantiene
aislada en la masa hostil. A principio del siglo IX recorren
las campiñas
andaluzas los acéfalos. Y cuando los mártires iluminados
por San Eulogio vertían su sangre, el obispo de Málaga, un
intelectual que vivía en la región de España más
orientalizada, Hostegesis, enseñaba el antropomorfismo sin
duda para poner de acuerdo a arrianos y cristianos; lo cual si
se hubiera antes conseguido hubiera de seguro impedido la
propagación del Islam por la península. La situación de los
trinitarios era desesperada247.
¡Cuán
distinta la situación en el campo contrario! Aquí los
unitarios encontrábanse como peces en el agua al adherirse a
la idea-fuerza dominante. Tanto más que el sincretismo
arriano que los premusulmanes habían recibido en herencia,
favorecía un ambiente liberal, abierto a todos los
movimientos paralelos. Podían, en el mismo, Mahoma y su
doctrina beneficiarse de una acogida simpatizante, sin por su
parte esfuerzo alguno. Ya para la mitad del siglo IX estaba lo
bastante avanzada la propagación musulmana para permitirse el
lujo de aguantar a una pequeña minoría intransigente que por
sus ademanes también destacaba en la masa silenciosa de ¡os
creyentes. Pertenecía al orden de los alfaquíes, de los
doctores de la ley cuya misión consiste en interpretar el Corán,
función importante en el Islam, en donde el Libro desempeña
además de sus fines religiosos el papel de código civil. Ya
para la segunda parte del siglo se habían afiliado algunos a
la escuela de jurisprudencia del célebre Malik cuyas teorías
reaccionarias intervenían con frecuencia en las decisiones de
los que dirigían las sociedades orientales del
Próximo Oriente. En una palabra, el dogmatismo y la
intransigencia de los alfaquíes componían el contrapeso de
la Escuela de Córdoba. En torno a este núcleo se implantaría
mucho más tarde, a finales del siglo XI,
en Andalucía la contrarreforma musulmana, impuesta por los almorávides
llegados desde Mauritania. Pero en el IX eran todavía una
simiente tierna y sin fuerza.
Son
raros los escritos
hispanos en lengua árabe pertenecientes al siglo IX
cuya autenticidad y fecha no sugieran duda. Existen una gran
cantidad de noticias sobre esta época que han espigado los
arabistas en textos posteriores con los peligros que entraña
semejante método histórico.
Los eruditos que los han dado a conocer eran más lingüistas
que historiadores. No se han preocupado de confrontar los
datos que recogían en obras muy posteriores, como en la de Al
Makari, con las noticias fidedignas que nos describen el
ambiente dominante. Sin esta confirmación son sospechosos,
como si en nuestros días
se escribiera una historia de Carlomagno confrontando
las referencias ¡con
informes dados por el padre Mariana!
Por
otra parte, estos arabistas tenían una visión de la Edad
Media perturbada por el mito de la invasión y por
consiguiente no se les ocurrió analizar los orígenes y el
desarrollo, en una palabra, la evolución de la civilización
árabe en España. Para ellos había aparecido repentinamente,
como un meteoro en el cielo, con la caballería arábiga que
había atravesado la península en un abrir y cerrar de ojos.
Se encuentra así el historiador, por la ausencia de trabajos
especializados, ante graves dificultades para descubrir y
analizar en los escasos textos del siglo IX los elementos que
pudieran aportar indicaciones precisas acerca de la génesis y
evolución de las ideas en el campo mahometano, como lo hemos
hecho en el opuesto. Sin embargo, por lo poco que se desprende
de lo que sabemos, no creemos temerario aventurar el juicio
según el cual eran los auténticos mahometanos muy poco
numerosos en la masa de la población. Aunque aumentaron en
los años posteriores a los que estudiamos, no lograron atraer
a su doctrina a la mayoría de los hispanos. Por esto han sido
los musulmanes españoles para los orientales unos ciudadanos
muy especiales. Nada de extraño, pues sabemos que ha sido
España a lo largo de la Edad Media una zona de «metamorfismo»248.
Nos
apoyamos para confirmar este aserto en los argumentos
siguientes que tienen las ventajas y los inconvenientes de las
consideraciones generales.
Un
hecho ha sorprendido a los historiadores de la literatura arábigo-andaluza.
No comienza hasta el siglo X. En realidad, sintieron en el
siglo anterior las clases aburguesadas y entre ellas las
cristianas, como lo veremos en un capítulo próximo, una
poderosa atracción hacia la poesía árabe; pero ni los
textos, ni los nombres o apellidos de los poetas nos han
alcanzado249.
Según Asín Palacios, sólo han producido los musulmanes hispánicos
en el IX estudios de derecho, comentarios de filología y
hasta una personalidad literaria importante, Ibn Abd el Rahibí,
que pertenece más bien al siglo X, pues fallece en 939.
El apogeo de la literatura y de la civilización árabe en
Oriente, según la mayoría de los historiadores, se
manifiesta con su gran esplendor en el siglo IX. Si España
hubiera sido arabizada en el VIII por auténticos árabes,
existirían por tierras hispanas los testimonios de esta
oriental exuberancia. Hubieran demostrado los invasores para
deslumbrar a los indígenas vencidos, con las obras de arte y
los frutos de su literatura, la superioridad de su cultura. Así
lo han hecho los españoles en Méjico al llevar a esta nación
las letras y las artes del Renacimiento. Se observa una
empresa similar en Bizancio con los turcos o con los
musulmanes iraneses en la India. Nada parecido ocurre en la
Península Ibérica. Como el proceso de orientalización se ha
realizado de modo evolutivo, ha requerido tiempo para producir
sus primeras manifestaciones; tanto más que los focos de esta
expansión no se hallaban en las proximidades del país. Los
viajeros y los emigrantes no han sido numerosos. Descartada la
vía terrestre, la marítima requería barcos, vientos
favorables y tiempo. Un viaje tan largo no estaba al alcance
de todo el mundo. No sólo se requerían voluntad y medios
económicos, una salud de hierro era necesaria. Han tenido que
aprender los españoles la lengua árabe y asimilar su genio
antes de crear el ambiente favorable en el que pudieran
arraigar las bases requeridas para la creación de obras
originales. Lo que explica el paso de los años, pues la
cultura arábigo-andaluza ha logrado su plena florescencia en
el XI y en el XII. Por esto se explica la rareza de textos arábigo-españoles
en el siglo IX. Si se toma el conjunto de la península y su
población hay que convenir que sólo pocas personas alcanzarían
un dominio perfecto del idioma extranjero, sobre todo en la
primera parte del IX. De tal suerte que se podía ser primer
ministro de un príncipe tan poderoso como lo era Abd al Ramán
II, como Nazar, el enemigo personal de San Eulogio. siendo
hilo de cristianos y sin tener un gran conocimiento del árabe,
como consta por diversos testimonios250.
II.
Contrariamente a lo que ocurría en el resto del mundo islámico,
no ha conocido herejías la España musulmana, por lo menos en
los tres primeros siglos de la Hégira. Ya Ibn Abd al Rahibí,
en un largo estudio que empezó a comienzos del siglo X acerca
de las sectas del Islam, no menciona ninguna herodoxia española.
Ibn Hazán en una obra que es la más importante en la materia
no dice tampoco gran cosa. Y, sin embargo, según los autores
clásicos y últimamente según Levi-Provençal, las diversas
tribus árabes invasoras de España que se despedazaban
ferozmente para alcanzar el dominio de la península —por la
cual han guerreado por sesenta años— habían cuidadosamente
conservado en su largo viaje sus odios ancestrales, pero ¡o
milagro! habían abandonado en las zarzas del camino los
cismas que les dividían cruelmente en Oriente. Sea lo que
fuere, ha escrito Asín Palacios:
«Ha
sido la España musulmana en su larga historia la tierra más
ortodoxa de todas las del Islam, sin duda porque era la más
aleada del centro de la fe»251.
Con
toda la admiración que nos merece la obra y el criterio de
este eminente arabista, no podemos admitir esta interpretación.
El Irán, el Afganistán, las altas planicies de Asia, se
hallan tan alejadas del centro de la fe islámica, y, sin
embargo, han aceptado sus poblaciones la herejía chiíta que
se ha mantenido hasta nuestros días. Creemos más bien que se
debe el hecho a que el Islam estaba representado en estas
tierras lejanas de Occidente por una minoría importante; pero
minoría que vivía en una población en que imperaba el
laxismo arriano. Más aislada que las demás comunidades islámicas,
supo mantener una mayor homogeneidad, como ocurre siempre en
estos casos. Además la masa monoteísta hispánica adherida u
sincretismo arriano estaba más adiestrada que otros pueblos
por razones diversas —entre ellas por su largo sometimiento
al Estado teocrático visigodo— a un mayor estilo de vida «liberal».
Le bastaba con creer en un dios unipersonal y ejercer con
tolerancia ciertas prácticas externas, mientras que los
orientales habían recibido una herencia dogmática mucho más
importante. Por este motivo, por esta independencia, ha sido
el Islam hispano piedra de escándalo para los ortodoxos
intransigentes. Así, en parte se explican las reacciones
almorávides y almohades, que en su corta hegemonía sólo
pudieron mantenerse con el concurso del hierro y del fuego; lo
que fue causa de su ruina. Lo mismo ocurría en el opuesto
bando: la tradición doctrinal y la liturgia de la Iglesia
visigoda eran otro escándalo para los monjes de Cluny, los
propagandistas en España de un nuevo estilo cristiano.
III.
Asín Palacios y otros autores han insistido sobre la
intransigencia de los alfaquíes, en la que destacaban los
partidarios de la escuela de Malik. Por la naturaleza de su
oficio han compuesto siempre estos hombres de leyes, en
comparación con la totalidad de la población, una escasa
minoría de personalidades como ocurre hoy día con el orden
de los letrados. Reaccionarios muchos de ellos, quizá
pudieran ejercer una influencia personal sobre algunos emires.
Hasta la invasión almorávide no han logrado transformar la
población española.
a)
El
papel que han desempeñado en política lo enseña. Acaso
tuvieron con ciertos emires del siglo IX alguna ascendencia,
como en el caso de Abd al Ramán II, que se aprovecharía de
ellos para acelerar el proceso de arabización de la sociedad.
Mas conservó la suficiente independencia para fomentar las
ciencias arábigas en España. Bajo los califas y
posteriormente, su preponderancia ha sido más bien borrosa.
b)
La
intransigencia de la escuela de Malik no puede discutirse.
Conducía a un agnosticismo brutal: El
Corán, la palabra del Profeta... y no
se sabe nada más. Como todos los dogmáticos tenían sus
partidarios de todo razonamiento que no fuera el suyo propio.
Puede volverse contagioso y fomentar herejías. Las ciencias,
las matemáticas en particular, estaban por estos doctores
condenadas. Algunos alfaquíes españoles han aceptado estas
ideas ya en el siglo IX. Se sabe el encono que les producía
en el XI las obras de lógica escritas por Ibn Hazm252.
Asín Palacios ha recogido ejemplos numerosos que
demuestran la ferocidad de su intransigencia. Para nosotros se
plantea el problema en los términos siguientes: ¿Ha
modificado la acción de estos reaccionarios la evolución de
la civilización árabe en España? Es posible que su
influencia haya sido causa, con otras razones, de la
decadencia de las matemáticas en Oriente desde el X en
adelante. No poseemos los medios suficientes para confirmarlo.
De lo que no cabe duda es de que los estudios matemáticos han
sido alentados en España por Abd al Ramán II en un momento
en que parecía que los alfaquíes gozaban de los mayores
favores por parte del Emir, según se deduce de los trabajos
de Asín Palacios. Mas, la acción de este déspota dispuso el
porvenir de las matemáticas hispanas que en los siglos
posteriores iban a establecer las bases de las matemáticas
modernas253.
Más aún, la escuela de Malik no ha podido frenar el
extraordinario florecimiento de la filosofía en España, en
particular la panteísta y la racionalista. Si se desciende de
las altas cimas de la abstracción a los incidentes menores de
la vida cotidiana, débese también reconocer que los
ortodoxos a ultranza no han logrado imponer las reglas coránicas
que eran contrarias a las costumbres del pueblo. Un hombre tan
poderoso cómo Al Hakán II no se ha atrevido, a pesar de las
insistencias de los alfaquíes, a mandar arrancar los viñedos
del país. Los poetas arábigos hispanos que han cantado las
excelencias del vino, al igual que Anacreonte, son legión.
Demuestra este ejemplo y otros que podríamos citar la
originalidad del Islam hispano; de donde su fuerza creadora...
y la lentitud de su crecimiento. Así se explica la confusión
y desconcierto de los cristianos que vivían en Córdoba. ¿Qué
seria en otros lugares en donde no lucían las luces y el
prestigio de la capital? Por otra parte, es probable que la
acción de los ortodoxos para acelerar el proceso de
islamización haya sido contraproducente. Los acontecimientos
políticos de la segunda parte del siglo IX, la creación de
un reino cristiano en Ronda, inconcebibles para la historia clásica
como ha tenido el valor Levi-Provençal de confesarlo, hasta
ahora no podían comprenderse sin nuestra interpretación.
Después
de un siglo de guerras civiles y de competiciones entre las
diversas regiones naturales de la península, pudo gozar España
de una paz que se mantuvo toda la primera parte del siglo IX.
Fue impuesta por un «déspota ilustrado», AlHakán I, que
intervino en los asuntos internos de la nación con mano dura,
más por motivos de política provincial que religiosos. Habiéndose
sublevado la ciudad de Córdoba por ciertos abusos fiscales,
fue asaltado su palacio por la muchedumbre y salvó la vida
gracias a la intervención de su guardia cristiana254.
(Hecho también inexplicable para la historia clásica.) Nos
han dado de este príncipe los historiadores posteriores la
imagen de un hombre enérgico pero incrédulo. Estaba siempre
rodeado de cristianos tan incrédulos como él. Para demostrar
su impiedad refieren estos autores que bebía vino... ¡sin
esconderse! Nos inducen estos rasgos a suponer que se
inclinaba más bien hacia unas ideas influidas por el
sincretismo arriano que por el musulmán. Su hijo, Abd al Ramán
II, gobernó la nación por treinta años, de 822 a 852,
cuando la civilización árabe alcanzaba en Bagdad la cumbre
de la gloria; de donde su política de aproximación a las
naciones islámicas de Oriente. Gracias al impulso que supo
dar al proceso de arabización del país, lo que en aquella época
representaba el progreso y el enriquecimiento del espíritu,
pudo el proselitismo musulmán desarrollarse con más ímpetu.
En la atmósfera arriana dominante adquiría la nueva religión
cada vez más una mayor Consistencia.
La
reacción de los intelectuales cristianos de la Escuela de Córdoba
acabó en fracaso rotundo. Pero los datos que nos han
proporcionado no deben desorbitar una visión de conjunto. Se
trata de un problema local que reviste para nosotros gran
importancia por el conocimiento directo de unos textos que se
han conservado por tantos siglos y porque era Córdoba la
capital del reino. Mas, ¿cuál era la verdadera situación en
el resto de la nación? Escasos son nuestros conocimientos,
por no decir nulos. Como la península está dividida en
compartimientos estancos, formados por la orografía, las
comunicaciones lentas en todas las épocas hacían en aquélla
difíciles los intercambios de ideas. Es pues legítimo
suponer que la evolución religiosa hacia el sincretismo
musulmán estaría más adelantada en ciertas regiones que en
otras. las del litoral mediterráneo por sus contactos marítimos
con Oriente estaban favorecidas en relación con las del
interior. Los emires posteriores Mohamed I (852.886) y sobre
todo Abd Allah (888-912) tuvieron que enfrentarse con grandes
dificultades que no habían conocido sus directos
predecesores, pero que se parecían notablemente a los
acontecimientos ocurridos en el siglo VIII. Empieza la situación
a estropearse bajo el reinado del primero. Aparecen rebeliones
por todas partes. Pronto alcanzan un carácter crónico. A
finales del siglo es elocuente el desorden. En realidad, sólo
gobierna el Emir una parte reducida de su territorio,
circunscrita al valle del Guadalquivir.
¿Cuáles
eran las verdaderas causas de esta anomalía? Documentalmente,
lo ignoramos. Como ocurre con tantas vicisitudes de la
historia, nos tenemos que contentar con meras sugestiones. En
el esquema por nosotros esbozado de este trozo del pasado
hispano, nuestra interpretación parece adaptarse más
correctamente a los pocos datos ciertos que poseemos. El
proceso cultural de captación de las poblaciones había sido
más rápido que el religioso, más avanzado. Gran parte de
las gentes del interior conservaban aún un ideal místico que
era una mezcla de paganismo y de cristianismo adaptado al
unitarismo arriano; es decir, dominaba un ambiente de gran
mezcolanza, y por tanto de gran laxitud. Así se explica la
‘rebelión de Ibn Hafsún. Estaba arabizado, no era musulmán,
ni tampoco cristiano, pues se hizo bautizar en 899.
Anteriormente, en 880, había derrotado al ejército de
Mohamed. Fundó
un reino cristiano en la serranía de Ronda que se mantuvo
independiente durante unos cincuenta años. En otras palabras,
en el corazón de El Alandalus, árabe y musulmán,
conquistado según la historia clásica doscientos años
antes, se yergue a principios del siglo X, cuando la
civilización árabe va a alcanzar un enorme dinamismo, un
hecho histórico a contrapelo de todo lo que se ha escrito.
El
reino de Ibn Hafsún era una reminiscencia de la España visigótica
de Vitiza. En aquellos años como ahora, suponía el
sincretismo arriano un estado de espíritu receptivo, más que
una religión. Por esto aceptaban más fácilmente las
poblaciones la asimilación de nuevas costumbres que se ponían
de moda, que la adhesión a un credo. La arabización de la
nación se llevó a cabo con gran celeridad porque
representaba un valor intelectual sin parangón con lo que se
había conocido en Occidente desde el Imperio Romano. El
hispano culto realizaba un esfuerzo de voluntad para
adaptarse; mientras que los conceptos religiosos se deslizaban
hacia el Islam por su propio peso, como una superación del
arrianismo. De ahí, lentitud y de vez en cuando reacciones,
cuando «los integristas» se esforzaban en acelerar el
proceso o en desbaratar las costumbres ancestrales. El reino
de Ibn Hafsún, producto de estas circunstancias, no pudo
prosperar. Estaba el Islam demasiado entramado con la
civilización arábiga para que pudieran existir
independientemente un concepto sin el otro. Nada existía en
Occidente, ni tan siquiera un freno a su expansión como lo
era la civilización bizantina, que pudiera sustituir el
arabismo de los rondeños. Tarde o temprano tenían que
sucumbir. Como se mantuvo el estilo propio del arrianismo, se
convirtieron los hispanos cultos en musulmanes «liberales».
Acaso caracteriza este criterio la personalidad de Abd al Ramán
III. Consiguió establecer un equilibrio en la nación que
permitió el gran florecimiento cultural de los siglos
posteriores. Pudo el caos ser dominado en el principio del
siglo X por dos razones:
Por
el genio personal del Califa y porque puso en práctica desde
el poder este estilo «liberal» que hemos mencionado.
Consiguió así una hazaña rara vez alcanzada en la historia
universal. No sólo convivieron bajo su tutela sus súbditos
que pertenecían a tres religiones diferentes, como lo han
subrayado todos los autores, sino que vivieron formando un
bloque tres sociedades pertenecientes a dos civilizaciones255.
Esta
conquista del espíritu no debe enmascarar la existencia de
dos minorías que luchaban ya para destruir con la punta de la
lanza este equilibrio tan penosamente conseguido. Darían en
los siglos posteriores sus adeptos muchos disgustos. En
realidad, no fue roto por su directa acción, sino por
acontecimientos políticos que ocurrían fuera del ámbito
nacional. Desunidas por la acción religiosa de estas minorías
sufrieron las poblaciones el impacto causado por el
extranjero. Tomaron su revancha los alfaquíes y los suyos,
llamando a los almorávides que acababan de conquistar
Marruecos. Con el cuchillo se impuso en la España del sur la
contrarreforma musulmana. En el norte, la minoría cristiana
«integrista» preparaba el terreno en donde se iba a lucir
Santo Domingo y sus frailes obcecados, respaldados por la
Inquisición romana. Por la existencia de estos dos extremos,
la competición entre los monoteístas, unitarios y
trinitarios, alcanzó en tierras hispanas los tiempos
modernos.
El
Xahid (781-869), filósofo. Seguía las teorías
racionalistas de los motaziles, es decir, de los
representantes en el mundo oriental del sincretismo
arriano. Ver Asín Palacios: A
ben Massara y su escuela, p. 137, Madrid,
1914.
Lo
mismo ocurrió en todas partes. Sabemos por los trabajos
de Marçais el lento proceso de islamización en Berbería.
Se había manifestado anteriormente el mismo fenómeno con
el cristianismo. A veces, por la actitud triunfante de
ciertas minorías daban la impresión falsa de dominar de
arriba abajo la sociedad. Lo que no era exacto, al menos
en las horas primeras lo que demostraban análisis
modernos más precisos. Deslumbrados por algunos textos
daban la impresión los historiadores de que el
cristianismo y el Islam se habían implantado en sus
territorios respectivos de repente y para siempre, como
por arte de encantamiento.
Edición
de Flórez: Espaiia
sagrada, t- Y, p. 535.
Son
los anatemas de Elipando de importancia extraordinaria
para el historiador porque indican la situación religiosa
existente en Espaiia en sus días. No iba a condenar herejías
que no habían tenido repercusiones en la península. Nos
vero anathematizamus bonosum qui fihium Dei sine tempore
genitum adobtivum fuisse blasphemat. Anathematizamus
sabelliunr qui ipsum esse patrem quem fllium quem es
spiritus sanctum et non ipsud dei erat. Anathematizamus
Arium qui filium et spiritum saJsctum creaturam esse ex.~t
maS.Anathematizamus maniceum qui christum solum deum eS
non hominem fuisse predicat. Anathematizamus antifrasium
beatum carnis lascivia deditum es onagrum Eterium doctorem
bustualium qui dei fiLium secundum humane servituti.s
formanr adobtionem carni.s nc quaquam 1w2>ui.sse
predicant. En
Menéndez y Pelayo:
Heterodoxos, t.
II, edición Bonilla San Martín. Apéndices, páginas
CXLIII y CXLIV. <Nos anatematizamos a los bonosianos
que dicen con blasfemia que el Hijo de Dios engendrado
fuera del tiempo fue adoptivo. Anatematizamos a los
sabelianos que dicen que el Hijo, el Padre y el Espíritu
Santo son una misma persona y que esto no es Dios.
Anatematizamos a Arrio que piensa que el Hijo y el Espíritu
Santo son criaturas. Anatematizamos a los maniqueos que
afirman que Cristo fue únicamente Dios y no hombre.
Anatematizamos al Beato autifrástíco, entregado al goce
de la carne, y al borrico de Eterio, doctor en funerarias,
los cuales afirman que el Hilo de Dios en modo alguno tuvo
Li adopción de la carne según la forma de la naturaleza
humana.>
García
Villada: Organización
y fisorsomfa de La Iglesia de España~. etc. Discurso
leído ante la Academia de la Historia... 17 de marzo de
1935, página 29.
El
canon LX del Concilio de Elvira había ya condenado estas
prácticas: <Si alguien destruye los ídolos y fuere
asesinado en el mismo lugar, porque en el evangelio no está
escrito, ni hallamos que así se hiciere durante los
tiempos apostólicos, tenemos por bien que los toles izo
sean contados entre los mártires>.
Madoz,
José: Epistolario
de Alvaro de Córdoba, edición crítica, C.S.LC., página
29, Madrid, 1947.
Eulogio:
Memoriale sanctoru.m. Lib. II, 8. En el principio de este
segundo libro, sefiala la fecha de su obra: Ars.ni.s
incarnationis ejus octingentesimo quinquagesimo, era
octingentesimo quirtquagesimo, consulati autem
Habdarrahgman vicesimono nono. Como ha reinado Abd al Ramán
II de 822 a 852, ha sido escrito el texto en 851.
El
contexto de la cita es muy preciso: Chri.stum
deum ac Dominum nostrum hominem tantum asserunt, propter
illud quod de eo in Evangelio legunt: «Afirman que
Cristo es tanto más un hombre cuanto de acuerdo con su
condición se lee en el Evangelio..>. En verdad, la
dificultad era muy grande y según opiniones autorizadas
no ha sabido Esperaindeo resolverla. El nudo de la cuestión
está en que las palabras neque
Filias no se encuentran en la Vulgata, ni por lo visto
en los textos griegos que tradujo San Jerónimo.
Esperaindeo no lo sabe. Nos encontramos con la misma
dificultad que hemos mencionado anteriormente. Como no
conocemos los manuscritos griegos primitivos —los más
antiguos que se conservan, el Vaticanas
y el Sinaiticus,
con el mayor optimismo no alcanzan ni la mitad del
siglo iv— es imposible saber si se trata de una
interpolación arriana o de una versión más antigua y
diferente de los textos conocidos por San Jerornmo.
El III
Concilio de Toledo babia rechazado esta proposición en su
condenación del arrianismo: Cualquiera
que dijese que el Hijo de Dios no sabe lo que sabe su
Padre, sea anatema (VII). Esto demuestra que la ínter.
polación o la supresión de aquellas palabras tan
discutidas databa de las primeras discusiones acerca de la
Trinidad, en que uno de los dos bandos en competición o
había hecho la interpolación, o había suprimido el
texto molesto.
La
discusión del texto de San Mateo enseña, si no lo supiéramos,
que el arrianismo se mantenía lozano y con vigor en pleno
siglo ix, cuando los historiadores lo creían desaparecido
con la abjuración de Recaredo.
Ver apéndice
primero: La Escuela
de Córdoba.
Tiene
este lupanar celeste antiquísima tradición que debe
enraizarse en las primitivas civilizaciones semitas. Se
encuentra parte de su descripción en el Antiguo
Testamento: El Edén, los ríos, el jardín maravilloso
adornado con flores, pájaros y animales bellísimos, los
trajes, los banquetes, los cánticos, la música. Ciertos
autores, Tor Andrae en: Mahoma
su vida y su
doctrina y Gaston Wiet en su Hfstoire
génórale des religions, han estimado que la
inspiración de Mahoma en sus descripciones del Paraíso
se hallan en las visiones de San Efrén, muerto en 373.
Mas aquí se manifiesta el prejuicio occidental. Para los
autores cristianos el erotismo de los textos biblicos,
como el Cantar de
los Cantares, debe interpretarse a lo divino; las
suratas de Mahoma no. Son materialistas. Y esto se escribe
sin que sus autores se hayan percatado de que el erotismo
pertenece a un estilo propio de toda la literatura semítica
desde Salomón hasta las obras poéticas de la gran ¿poca
de la literatura árabe. Ahora bien, los mismos autores
que se burlan del lupanar celeste por ser vil
materialismo, encuentran racionales las descripciones
materialistas hechas por autores cristianos para describir
los tormentos del infierno. ¿En qué quedamos? Hay que
descender d~ las altas cumbres a la realidad. Para el común
de los mortales las delicias o los tormentos místicos no
tienen sentido. Sabiéndolo, los autores que han escrito
del más allá han empleado siempre imágenes accesibles a
la mentalidad de sus lectores. Por otra parte, no se daban
cuenta los comentadores cristianos de que el erotismo de
las suratas les choca por su carácter pecaminoso en la
sociedad cristiana, cuando no existe tal carácter en las
civilizaciones no cristianas, como ocurrza en Roma y en
Grecia, por lo cual su erotismo será crudo y natural,
pero no morboso. Por todas estas razones, hasta demostración
de lo contrario nos parece que la idea del lupanar celeste
era en Oriente un lugar común. Vino la imagen con otras
muchas cosas a Andalucía; por esto da la impresión
Esperaindeo en su texto de haber oído campanas.
Los
pormenores de este viaje nos son conocidos por los datos
incluidos por Alvaro en su biografía de San Eulogio y por
la carta que a su regreso a Córdoba escribió al obispo
de Pamplona, Viesinde. <No
le bastó con visitar los monasterios de su patria, más
asín, aprovechándose de la oportunidad de que viajaban
sus hermanos por Francia, desviándose de su camino, entró
en el territorio de Pamplona pasando por el monasterio de
San Zacarías. Con interés creciente visitó los
monasterios de esta misma región consagrados a otros
santos. Gozó de la amistad de muchos padres. Describió
con sus nombres y sus
lugares los coloquios que mantuvo con ellos en una carta
que envió desde la cárcel al obispo de Pamplona. Encontró
en estos sitios numerosos libros, profundos y para muchos
inaccesibles. De regreso los trajo consigo.> Alvarus
Cordubensis. ¡rita
vel paulo beatissimi martyri.s Eulogii, presbytera et
doctoris, qui passus est era DCCXCVII, anno incarnationis
Domznt DCCCLIX, sub rege Mahomad, dic quinto Idus Martii. Edición
Lorenzana, tomo II. Ha identificado Elle Lambert el
monasterio de San Zacarías con el de San Pedro de Siresa,
en el valle de Hecho, entre Jaca y Navarra. E. Larabert: Le
voyage de Saint Euloge dans les Pyrónées, en 848.
Estudios dedicados a Menéndez y Pidal, CS.I.C., t.
IV, p. 557, Madrid, 1953.
Adelanta
en tres años el padre Pérez de Urbel la fecha del viaje (San
Eulogio de Córdoba, Madrid, 1928). Más
recientemente, el padre Madoz recoge la fecha propuesta
por el padre Flórez que había sido aceptada por los
historiadores. En efecto, según la carta que escribió
Eulogio a Vileainde, en donde se cuentan varios episodios
del viaje, se sabe que el conde de Barcelona, Guillermo,
estaba en guerra contra Carlos el Calvo al llegar nuestros
viajeros a Cataluña. Se sabe por los Anales
Bertirsiani que el catalán había emprendido las
hostilidades contra el rey de Francia para vengar la
muerte de su padre, ocurrida en 844. Por otra parte, también
se había rebelado Sancho de Navarra contra el monarca
francés. Madoz: El
viaje de Santo Eulogio a Navarra y la cronología en el
epistolario de Córdoba. <Príncipe de Viana>,
u.0 XX, Pamplona, 1945. Ver también la discusión
orn. prendida por Flórez sobre el tema. España
sagrada, t. X, pp. 444 y 445.
<Como el camino estaba infectado por los
bandidos y como en este mismo momento todo el reino de los
godos estaba trastornado por la mordiera incursión de
Guillermo, el cual confiando en aquella época en la ayuda
de Abd al Ramán, rey de los árabes, guerreaba contra
Carlos, rey de los francos, por un acto tiránico había
convertido todas las vías en impracticables e
inaccesibles. Como por estas razones me había yo mismo
desviado hacia las regiones de Pamplona, me marché de allí
inmediatamente. Mas, a su vez, las mismas Galias
cabelludas que Limitan Pamplona y los Seburicos
(~Sebusianos?) con gran testarudez se habían sublevado
para la ruina del mencionado Carlos, par obra de las
facciones del conde Sancho, hijo de Sancho, el cual se había
levantado contra los derechos de este mencionado prtnape.
Habiendo bloqueado el camino por entero, hacia correr
grandes peligros a los viajeros, Epístola al obispo
Vilesinde. Citamos por la edición de Lorenzana, t, II, p.
537.
Sánchez
Albornoz, Claudio: La
epístola de San Eulogio y el Muqtabis de Ibn Hayyan. <Príncipe
de Viana>, n.> 72.73, Pamplona, 1958. En su carta a
Vilesinde no nos dice Eulogio que Galindo Enniconis es el
hijo del rey de Navarra, sin duda para no comprometerle.
Le da el título de Donnus y le llama virum
illustrem, hombre ilustre. Al fin de la carta la
fecha: Dato decimo
septimo Ka! endas Decembris per Galindum Enniconis, virum
illustrem, era octingerttesinuz octogesimonona.
Reproducimos
el extracto del opúsculo hallado por Eulogio en Leyre en
la nota n.0 342. Madoz comenta este episodio en
su artículo anteriormente mencionado.
Olagüe,
Ignacio: Hi.stoire
d’Espagne, cap. VIII, Editions de Paris, 1958. La
premiare Renaissance.
25.
Quod isti in sumosi.s turribus quotidie bartitu inormi et
monstruoso, ac ferarum ncta, dissoluti.s labii.s et
faucium latu aperto itt cardiaci vociferant, oc
vociferandi velut funiosi proecortant itt muniant Maozim
cum deo alieno quem cognovit, id est, itt Maozim quem
Cobam vocant, Iwc est majorem, cum Deo alieno, íd est,
Demone iLlo qui ej sub persona Gabnielis apparuit uno
venerationis nomine muniat... En Irsdiczdus luminosus.
Edición de Flórez: España sagrada, t. XI.
Sin
duda por la ansiedad que experimentaban los pueblos
hispanos ante las calamidades de tiempos tan aciagos, se
puso de moda desde el siglo vn la apocalipsis de Daniel.
Causaron sus imágenes y predicciones impacto en los
artistas, como lo apreciaremos en la tercera parte
dedicada al arte. Le su. gestionó el texto a Alvaro de
tal manera que lo empleó como ariete en contra del Islam.
Lo analizaremos en un capitulo próximo. Fue en el campo
de los cristianos uno de los elementos en la formación
del mito invasor.
Hoc
autem genere benedictionis semper honorem olas utentur:
Aquí unas palabras árabes latinizadas: Zalla, Alá,
Halo, Anabi. V. A. Zallen. Quod latine dicitur: Psallat
Deus supon prophetam et salvet cum En Memoniale
sanctoru,n, t. II, p. 455, edición Lorenzana. Dejando
aparte lo sabido por el texto de Leyre, las solas noticias
sobre el Islam que nos dan Alvaro y Eulogio entre los años
854 y 857, son: la célebre invocación musulmana y la
llamada de los almuédanos a la oración. Bien poca cosa
era.
§
193. Este mismo autor de perversa creencia, pernicioso
destructor de muchas almas, entre todos los demás
heresiarcas posteriores a la Ascensión del Señor, es el
ánico que ocultando con inspiración diabólica la secta
de la nueva superstición, se ha distanciado mucho de la
unidad de la Iglesia Católica. Despreciando los
vaticinios de los profetas, conculcando además la verdad
del Santo Evangelio y negando los dogmas de los anteriores
doctores, y, algo más ridículo que en realidad
necesario, insinuando motivos para su secta, er&seTu.
que Cristo es el Verbo de Dios e induro un gran profeta,
pero en modo alguno partícipe del poder de la divinidad,
semejante a los demás hombres, pero no igual a Dios
Padre. Prometió banquetes en el paraíso y los placeres
de la cwize. Memoniale sanctorum (edición Lorenzana.)
Eulogio:
Apolageticum martynium, p. 20.
Así
se explica que las minorías cristianas hayan desaparecido
del Magreb y de los otros reinos musulmanes. Algunos
autores se han preguntado qué fuerza alentaba a los judíos
que supieron preservarse de esta suerte, sin darse cuenta
de que en la milenaria competición entre unitarios y
trinitarios pertenecían los judíos al campo de los
vencedores.
Olagiie,
Ignacio: La
decadencia española, t. II, pp. 173 y ss.
Según
Emilio García Gómez <rio lírica arábiga andaluza no
logra su sazón, su mediodía estético, hasta el siglo X
coincidiendo con la proclamación del Califato. En Poemas
arábigo-andaluces, p. 12, Editorial Plutarco, Madrid,
1930.
Eulogio:
Memoniale
sanctorum, lib. II,
cap. 1. Dozy: Histoire
des musulmans d’Espagne, t. II, p. 96. Simonet:
Ibid., pp. 298
y 387. Al Husani: Kitab
Al.Kudat Bi-Kuntuba, texto: p. m, Tr. 136. Apud
Dozy: Ibid., p.
313, edición Levi.Provençal, Leyde.Brill, 1932.
Asín
Palacios: Aben
Massara y su
escuela, p. 18, Madrid, 1914.
Asín
Palacios: Aben
Massara y su escuela, p. 18.
Olagüe,
Ignacio: La
decadencia española, t. m. Ver nuestro estudio acerca
de la matemática española en la Edad Media, pp. 79 a
127.
Han
querido esquivar la dificultad algunos autores diciendo
que se trataba de francos mercenarios y no de españoles,
lo que es lo mismo pues eran cristianos estos soldados y
el problema religioso se planteaba tanto para los que les
pagaban, como para aquellos que servían por dinero en
contra a veces de sus correligionarios.
Ninguna
comparación con los tiempos modernos, por lo menos en las
naciones de Occidente. Existirán algunas, como los
Estados Unidos de América del Norte, que sean
multirraciales; no integran civilizaciones diferentes. Un
musulmán no podrá gozar allí de su estatuto matrimonial
polígamo de acuerdo con su credo religioso.
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