DE MESOPOTAMIA A LANGUEDOC: CLAVES OCULTAS DE LOS ALBIGENSES
Antes de que, durante la Edad Media, la Inquisición reprimiese la tradición
griálica, entre los desventurados cristianos heterodoxos —los herejes—
destacaban los cátaros, término que traducido del langue d'oc, el
idioma de la homónima región francesa donde este movimiento se había
afianzado, significaba “los purísimos”.
Los cátaros tenían una estrecha conexión con la cultura de los
Señores del Anillo (que toman su nombre del rey Salomón “el Señor del
Anillo”, cuyo culto original nace en Mesopotamia) (ver abajo nota de Soliman *) y, de acuerdo con la tradición, se referían a la dinastía
mesiánica del Grial como a la «raza élfica», por ellos venerada como la de
los «Resplandecientes».
En la lengua de la antigua Provenza, un Elfo femenino era llamado albi (elbe
o ylbi), del mismo modo que Albi era el nombre del núcleo cátaro más
importante de esa región.
De ahí que, en relación a la línea de descendencia femenina de la dinastía
mesiánica del Grial, los Cátaros sostuvieran la denominada «Albi gens»
(Albigenses o pueblo Elfico): el linaje sanguíneo del que descenderían las
reinas del Grial, como Lilith, Miriam, Betsabé y María Magdalena.
Cuando en 1209 los ejércitos de Simón de Monfort y del Papa
Inocencio III se levantaron en armas contra los presuntos herejes, se llamó
a esta guerra la «Cruzada de los Albigenses».
Durante casi 35 años, decenas de millares de inocentes fueron
masacrados en una feroz campaña militar y ello, únicamente, porque los
habitantes de la región mantenían viva la tradición original de la
descendencia griálica, opuesta a la entonces preponderante, basada en la
idea de monarquía impuesta por el papado.
Los «Resplandecientes»
En contraste con la precaria actividad intelectual que predominaba en Europa
occidental. el Languedoc y sus gentes tenían fama de ser tolerantes y
cosmopolitas.
Como subraya Yuri Stoyanov en su Historia Secreta de Europa, ya en el siglo
XII el Languedoc constituía un verdadero centro de cultura «renacentista»,
cuna de la poesía lírica de los trovadores y del amor cortesano, gracias al
empuje del mecenazgo de los condes de Béziers, Foix, Tolosa y Provenza. En
más de una ocasión, el papado había amonestado severamente a los señores de
Tolosa, no tanto porque éstos abrieran las puertas de su reino a los
hebreos, sino por haberles concedido cargos públicos. El hecho de llamar a
la estirpe real de la dinastía mesiánica del Grial los «Resplandecientes»
nos remonta a un pasado lejano, a la Biblia y a las huellas que nos conducen
hasta Mesopotamia (Irak) y Canaan (Palestina).
Entre los escritores que han realizado minuciosas investigaciones
sobre las raíces etimológicas de aquellas antiguas culturas, destacan
Christian y Barbara Joy O’Brien. Christian, profesor en el Christ ‘s College
de Cambridge, pasó vanos años trabajando como geólogo en Irán, donde
contribuyó al descubrimiento del zigurat de Tchoga Zambil.
En su libro The Genius of the Few, revela que la antigua palabra
El, usada para identificar a un dios o a un ser elevado (como en los
términos El Elyon y El Shaddai), en el lenguaje de la Sumer mesopotámica
significaba «Resplandeciente». Al norte, en Babilonia, el vocablo Ella
designaba al «Resplandeciente», al igual que Ilu y Accad. Con el tiempo, el
término se adaptó en Europa, dando lugar a las palabras Ellyl en Gales,
Aillil en Irlanda, Alef en Sajonia y Elf en Inglaterra (de donde provienen
Elfi y Albi). El plural de El era Elohim, término usado en el texto bíblico
para designar a «los dioses resplandecientes» pero intencionadamente mal
traducido como «el único Dios», para no contravenir la tradición
judeocristiana.
Resulta muy interesante que en la Cornualles griálica, al suroeste
de Inglaterra, el vocablo El equivaliera al anglosajón engel y al angele del
francés antiguo, transformado éste en ángel tanto en inglés como en español.
Los «Resplandecientes» o Elohim eran identificados con «los cielos» o, al
menos, con un lugar en las alturas llamado An, palabra a menudo también
traducida como «cielo».
En este contexto, las deidades de la antigua Sumer eran denominadas
Anunnuki (de Anun-na-ki, que significa «el cielo que se une con la tierra»).
En otras ocasiones se las llamaba Anannage (de An-anan-na-ge), o sea, “los
llameantes hijos del cielo” y fue precisamente de este antiquísimo linaje de
los Anunnaki del cual arrancó la dinastía de reyes mesiánicos, más tarde
convertida en Dinastía del Grial, según la concepción cristiana. Es por esto
que la tradición se trasmite desde la línea dinástica élfica o más
concretamente, desde la dinastía de los «Resplandecientes» (..)
A propósito de los Annunaki los antiguos textos sumerios que hablan
de su “descenso” o de «la llegada desde los cielos», dan pie a múltiples
interpretaciones (…) sin excluir aquella según la cual se trata de una raza
de alienígenas provenientes de otro planeta. Si bien existe otra línea de
pensamiento que reconoce en los Anunnaki a los supervivientes de una antigua
raza humana de tiempos muy remotos (...).
Dragones y Pendragones
Entre los cátaros jugaba un papel fundamental la figura del dragón, también
relacionada con el concepto de «Resplandeciente». En la tradición
legendaria, los dragones eran símbolos de sabiduría. Según los griegos se
trataba de seres de luz benévolos, mientras los irlandeses los consideraban
signo de soberanía y los chinos, portadores de fortuna. Fue con el
advenimiento de la tradición judeocristiana cuando el dragón se convirtió en
una criatura siniestra, lo que obedece a que dicha cultura ha tenido siempre
la vocación de reprimir el conocimiento.
Sobre esta base, el dragón —símbolo de aquellos que poseen
sabiduría— se convirtió en una imagen superflua e inútil, destinada muy
pronto a ser relegada al oscuro reino de lo herético. La palabra inglesa
dragon procede de la latina draco y, por ende, de la griega drakon, que
significa serpiente. El vocablo es afín a edrakon —una forma del pasado del
verbo derkeshtai, «ver con claridad»— y resulta equivalente a nahash,
término bíblico con el que los hebreos denominaban a la serpiente. Esta
palabra semítica (que, privada de vocales, se escribe nhsn) está relacionada
con uno de los grados del conocimiento y significa “descifrar” o
«descubrir».
En definitiva, a la serpiente se la asociaba con un ser que «veía
las cosas con claridad» por extensión del concepto, con un ser dotado de la
capacidad de ver de forma cristalina, o sea rico en sabiduría. Y es
precisamente el término nahash el que aparece en la historia del Génesis
cuando, a propósito del pecado de Eva, la serpiente le tienta revelándole
que, al contrario de lo que le han hecho creer, no moriría en caso de comer
el fruto del Arbol del Conocimiento.
El poder del dragón o de la serpiente estaba al alcance de los
videntes en la cultura céltica irlandesa, los «Merlines» de las cortes
reales. Se trataba de una categoría especial de sacerdotes druidas cuya
estirpe hundía las raíces en una antiquísima tribu de sacerdotes, conocida
en la cultura indoeuropea como la de los Sabios. En latín eran llamados
Noblis, del griego gnoblis, de la raíz del verbo gno, que
significa «conocer»: el cual, con el tiempo, se convirtió en nobile
(noble) y gnosis (conocimiento). Al consolidarse la tradición, el símbolo de
la sabiduría (en griego Sophia) y de la curación fueron el mismo, o sea, la
serpiente; tanto es así que ese emblema está aún vivo en cada esquina,
simbolizando a la medicina y a la farmacia.
En Mesopotamia, el dragón, llamado Máshús, era un ser de cuatro
patas con competencias de guardián, parecido a un cocodrilo sagrado; aunque,
con el transcurso del tiempo, su imagen vendría a transformarse en la de una
gran serpiente dotada de alas o en un murciélago.
También los reyes y reinas mesiánicos eran llamados Dragones y
Pendragones, porque se les atribuían todas las virtudes de estos animales:
coraje frente a los enemigos, extrema sabiduría y vigor sexual. A menudo
eran representados con armaduras dotadas de escamas y lucían emblemas en
forma de serpiente, mientras que la gnóstica trascendencia de su
conocimiento era simbolizada con mantos chamánicos adornados con plumas de
cisne (...).
El lirio y el fuego
estelar
En Irán (la antigua Persia) y en las islas Canarias crece una planta llamada
«El árbol del dragón». Pertenece al género de las liláceas, el lirio, y su
resma es conocida como «sangre de dragón». La sustancia roja que destilaba
era utilizada como colorante ceremonial en Oriente, donde la llamaban lac
(cuyo pigmento o laca es designado por los artistas como «rojo escarlata»).
Por lo que acabamos de decir, es fácil comprender por qué la sangre del
dragón estaba asociada a la esencia del lirio.
En el libro Los misteriosos orígenes de los Reyes del Grial explico
cómo los antiguos soberanos de Mesopotamia, pertenecientes a la línea de la
que derivaría el concepto del Grial, se nutrían con la esencia lunar que
manaba de las reinas Dragón: un extracto derivado de la sangre menstrual de
las mujeres Anuimaki, conocido por la tradición como el «Fuego estelar». De
él se decía que era «el néctar de la suprema excelencia», en cuanto que
contenía todos los elementos esenciales de lo que hoy podemos definir como
el ADN mitocondrial, incluidas algunas secreciones endocrinas capaces de
exaltar cualidades interiores como la videncia y el conocimiento sutil.
Además se observa cómo dichas reinas estaban ligadas a las flores
del lirio (o el loto) a través de sus nombres: Lilia, Lilith, Luluwa, Lilutu
y Lillet.
De esta remota tradición procede el linaje “du lac», tan común en la
mitología artúrica; por ejemplo, Lancelot du Lac. Y de ahí su errónea
traducción: Lanzarote del Lago, ya que tendría que haber sido Lanzarote
de
la sangre del Dragón.
A lo largo de esta descendencia, la dinastía mesiánica del Grial ha
sufrido algunas variantes. Entre ellas, por ejemplo, el linaje de Acqs, que
significa «de las aguas», del cual procede la tradición real de las Damas
del Lago (recuérdese que la Gran Madre es siempre sinónimo de «Señora de las
Aguas» y que en los tiempos más antiguos le ofrecían sangre y leche).
La Rosacruz (Copa de las Aguas o Copa del Rocío), emblema del Santo
Grial, se identificaba frecuentemente con la sangre mesiánica, recogida en
el sagrado cáliz del regazo materno. A este respecto, podríamos asegurar que
los términos «du Lac» y «del Acqs» son sinónimos, de igual manera que
parecen serlo las tradiciones históricas del Dragón y del Grial.
La superposición de estas historias resulta particularmente
significativa e importante a propósito de la sangre y del agua que brotaron
del costado del Jesús crucificado (Juan 19:34), hecho emblemático testimonia
cómo El fue verdaderamente un miembro de la dinastía de los
“Resplandecientes”.
Sangre y agua
En la tradición del Grial, las mujeres —tanto las de la estirpe
du
Lac (de la sangre del dragón) como las del Acqs (las de las aguas)— estaban
ligadas a un ritual mensual que en el pasado se celebraba en los templos
dedicados a la Diosa Madre. Se trataba de ceremonias sagradas relacionadas
con la sangre menstrual y con el agua, en honor de la antigua Señora de la
Fuente, representada de manera romántica en la figura de Nimue y Melusina.
Estas ceremonias, orgullosas de sus orígenes paganos, fueron
perseguidas con ensañamiento por la Iglesia y la doctrina cristiana, que las
definía como satánicas y
vampíricas, a modo de la herejía griálica. Para los Albi-gens, sin embargo,
se trataba de historias románticas, origen de esa tradición del amor cortés,
tan bellamente cantada por los trovadores del Languedoc. En dicho contexto,
estos ritos. que mantuvieron vivos los Cátaros, eran los únicos que
conservaron el secreto divino de las sacerdotisas del Fuego Estelar, las
vestales erróneamente tildadas de “prostitutas
sagradas”, lo que los griegos definieron como hierodulai (mujer
sagrada), cuya prestigiosa herencia histórica fue completamente devastada
por los obispos de la Iglesia de Roma, que las denigraron como meretrices.
(*) Discrepo de esta
aseveración de que el culto original a Salomón "Señor del Anillo" fue
originalmente de Mesopotamia. Una vez más la cosa fue al revés, se exportó
remotamente a Mesopotamia desde la antiquísima Sepharad Ibérica, desde las
tierras de Salam Ank, hoy Salamanca, reyes antiguos de la Iberia atlante. Me
remito a los múltiples escritos de
Jorge Mª
Ribero-Meneses
para quien quiera saber más, pero sobre todo el extracto que expongo a
continuación:
Extraído de su artículo: "Sobre
el origen de Roma, el Vaticano y
del Sagrado Cuerpo
Cardenalicio".
En
una antiquísima y bien
documentada tradición egipcia se
habla de setenta y cinco
"Príncipes"
anfibios, híbridos
de pez y de ser humano, que
poblaban originariamente la
Isla de KA...:
Según le cuenta
la serpiente, que se denomina a
sí misma Príncipe de Punt,
en la isla moraban
originariamente setenta y
cinco reptiles afines a él,
habiendo muerto todas como
consecuencia de
la caída de una
estrella que las había abrasado...
Una noticia que
concuerda, reveladoramente, con
la de aquellos setenta y
dos "Reyes"
primigenios o
Sulimanes cuyas estatuas
se veneraban en las galerías
subterráneas de las
Montañas de KAZ. He aquí
lo que puede leerse al respecto
en los libros sagrados de los
Parsi, traducidos por
el francés Anquetil en el
siglo XIX:
Las tradiciones
persas hablan
constantemente de las
Montañas de KAZ
en donde se
encuentra una galería
construida por el gigante
Argeak, que guarda las
estatuas de los hombres antiguos
en todas sus formas. Las
denominan Sulimanes y
se
cuentan hasta setenta y dos
reyes de este nombre.
Setenta y dos
Reyes
en KAZ y
setenta y cinco Príncipes
en KA... Y encima,
de éstos se nos dice que eran
reptiles, cuando resulta que
los otros, los Reyes de
KAZ, responden a
un nombre, SULIMANES,
que recuerda enormemente al de
ciertos reptiles acuáticos
denominados salamandras...
Nombre que comparten con ellas
unos saurios
conocidos como
salamandrias o
salamanquesas... Y por
si fuera poco, el nombre de los
Sulimanes -cuyas
estatuas se custodiaban en una
cueva- es un calco del
término castellano
salamanca cuyo
significado es cueva.
Todo ello sin perder de vista
que estamos hablando de la
segunda parte del nombre de
Jeron-Salem o
Jerusalem,
cuya forma completa ha pervivido
en la denominación de una de las
más importantes ciudades
sagradas de la Península
Hibérica: Salamanca.
Y hago notar que esta ciudad
castellana debe su nombre a una
ciudad homónima que el
Ravenate documenta en
Cantabria y a la que
denomina Saramón,
por corrupción de
Salamón... Una
ciudad que sin duda estuvo
consagrada al Sol
(de ahí solemne....)
y en la que hunden sus raíces
dos ilustres apellidos de
Cantabria: Salmón
y Salmones.
O sea que los
Sulimanes eran
nuestros primeros antepasados,
cuando resulta que en esa otra
versión de la misma leyenda se
nos presenta a nuestros
ancestros como una suerte de
híbridos de ser humano y de
salamandra. Porque
recuérdese que aquellos
moradores de la Isla de Ka
vomitaban fuego
por sus fauces. Una facultad que
también se les atribuía a las
salamandras. He aquí
tres de los significados que el
Diccionario le atribuye a este
término:
1. f. Anfibio de
color negro y con manchas
amarillas. Se le conoce también
como
tritón
2. [f.]Ser
fantástico, espíritu elemental
del fuego, según los
cabalistas.
4. [f.]Calefactor
de combustión lenta.
Aunque la leyenda
egipcia de la isla de
Ka no lo dice, el
nombre de los seres que la
poblaban y que ha conservado la
lengua castellana, era
salamandras.
De ahí el que los cabalistas
otorgasen ese nombre a unos
seres fantásticos a los que
reconocían como espíritu
elemental del fuego...
De ahí, igualmente, que
conozcamos como
salamandras a esa
suerte de estufas de gran poder
calorífico cuyas bocas y patas
reproducían otrora la de las
salamandras...
Ocioso es decir
hasta qué punto es
rotundamente mítico el
nombre del Rey Salomón,
estrechamente relacionado con
aquellos antepasados anfibios
del ser humano de los que se
hacía derivar nuestra
genealogía... Tan mítico, por
supuesto, como la Reina de
Saba. Y tengo que volver
a deplorar la puerilidad
y la pavorosa ausencia de
espíritu crítico con las que
todas las generaciones
precedentes (la nuestra
incluida) han reconocido
como históricos a esos dos entes
de ficción, tan quiméricos como
puedan serlo Adán, Eva,
Abraham, Jacob, Lot y un
larguísimo etcétera.
Haría falta estar
ciego para no comprender la
relación de identidad que existe
entre la leyenda egipcia
de la Isla de Ka y
la tradición persa de las
Montañas de Kaz, así
como para no caer en la cuenta
de que esos guarismos que ambas
tradiciones aportan en relación
con el número de nuestros
primeros antepasados, concuerdan
asombrosamente con el que se
menciona en el Ramayana
hindú, referido precisamente a
un lugar denominado
PARADESA que, parece
ridículo aseverarlo, no era otro
que el PARADISO Terrenal,
situado, como vamos a ver, en
tierras de Occidente.
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Revista Año Cero.