TARTESSOS

 
                                                     

TARTESSOS Y EUROPA

 

  Miguel Romero Esteo

 

 

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6. Donde el gran viento de los océanos por mitad de muchos los caballos

 

Y volviendo a por aquí ya otra vez asomar los caballos, y con o sin los proto-griegos del asomando de proto-tartesios, e insospechadamente metidos por adentro mismo del nombre de España, y no menos por adentro del nombre de Hispania, que los recovecos etimológicos son así, pues que de los demasiados caballos paleolíticos ibero-peninsulares sobreviven al menos y residualmente los robustos caballos asturcones en algún recóndito valle de las tierras gallegas, que galaico-griegas fueron. O que de los tales paleolíticos y neolíticos caballos tan demasiado tótem y tabú ibero-peninsularmente, o caballos adorables y adorados, algo sobrevivió en las valencianas tierras hasta casi a mitad de la Edad Media, con una especie de romería hacia una cueva del caballo santo. Y así pues hasta que un piadoso obispo de Valencia se puso histérico con lo de la romería del ir a adorar al caballo. Y no sé si les asesinó cristianamente al caballo. Pero la romería pues se la prohibió. También está, y tirando del hilo, el que a lo del domar al caballo y convertirlo en caballo de montura, para montarlo y trotarlo y galoparlo, pues los protohistoriadores de los asuntos del Mediterráneo oriental y sus asiáticos alrededores se lo remitían inicialmente y borrosamente a las estepas del Asia Central, en las que las mongolas manadas de caballos salvajes. Pero indagado ya luego más el asunto, resultó que los tales caballos no era precisamente los esbeltos caballos de montura sino que caballones bastantes elefantones y muy llenos de largos pelos por toda partes. Con lo que pues el origen del caballo de montura se lo han remitido luego al demasiado obscuro —para remotos tiempos— ámbito más o menos centroeuropeo. Y en base a que, en algunos de sus libros de Historia, el gran historiador griego Herodoto —siglos Y y IV a.C. y que viajó por las colonias griegas en las costas del Mar Negro— recoge que en la cabecera del río Bug, en el ahora noroeste ucraniano, había esbeltos caballos blancos por mitad de los charcos. Pero lo que los protohistoriadores del asunto prefieren ignorar —y lo dice también Herodoto— es que, por los tales tiempos y viniendo de muy previos tiempos, el nombre del río Bug era por entonces río Hispanis. Con o sin el apócrifo Hispán metido en el asunto. Pero más bien, pues mejor no meterlo. O en fin, que visto ya lo de las residuales manadas salvajes de caballos tótem y tabú en los tartesios y pre-romanos tiempos, protohistoriadores españoles postularon hace años en algún académico simposium, o cosa similar, el que a la Península Ibérica se la asumiera académicamente como un posible pero secundario origen con respecto a la doma del caballo, y echándole así algo de mesura y prudencia a la feroz orientalofilia centroeuropea. Pero yo tengo la insensata idea de que en la tal postulación —que académicamente no fue asumida— lo de secundario y lo de posible parece como que están sobrando. Fuere lo que fuere del tal asunto, pues que así protohistoriadores españoles hace algunos años, y que muy jóvenes por entonces, y también pues bastante temerarios, o me lo parecen. O que más bien no protohistoriadores sino que dolorosamente prehistoriadores. Y escribo que dolorosamente porque la académica y protohistórica datación para la doma del caballo es de hacia el año 1500 a.C. aproximadamente. Con lo cual, si situándola en la ibérica península pues sería un asunto como que muy prehistórico, al menos académicamente. Porque se sigue con la académica idea de que de la mano de los fenicio-cananeos libaneses, y con de por medio —lo dicho— casi unos cuatro mil kilómetros de mar, la escritura y el alfabeto les llegaron a los ibero-peninsulares, en general, y a los tartesios, en particular y en concreto, pues hacia el siglo VIII a.C. aproximadamente. O sea, y como con la escritura comienza la Historia, que hasta el siglo Vifi a.C. fue todo pues todavía Prehistoria tanto en los tartesios como en la ibérica península. Lo cual pues que me parece como que demasiado academicismo de la demasiada academia. Y demasiada aberración. Claro que, académica o no académica, que menos da una piedra. Y que tampoco hay que olvidar que, hasta ya bien entrado el siglo XX, todavía se daba por irrefutable en algunos académicos recovecos el que la agricultura y el Neolítico comenzaban en la ibérica península casi en tiempos del nacimiento de Cristo, unos cuantos siglos antes si más exactamente. O sea, que casi hasta el siglo III a.C. se prolongaba la Prehistoria muy estricta y casi paleolítica, o cosa parecida, y comenzaba entonces una muy tardo-agricultura, de la mano de unos muy tardo-neolíticos tiempos. Y de la mano de la orientalofilia oronda y galopante. Y lógico que no menos una tardo-escritura, y un tardo-alfabeto, y una tardo-navegación, y unos tardo-tartesios. O no sé si que unos tardo-académicos más bien. Y que más que tardo-académicos, pues que sencillamente renqueantes. O en suma, duras molleras y tragedias de la vida. Que más bien mucho de comedia son. No sé si habría o no que incluir aquí —en fin, ya incluyéndolo estoy— que, en las legendarias historias hindúes, el gran dios Shiva en los remotísimos tiempos llegó a la India en una flotante y marinera gran plataforma de serpientes -desmitologizando un catamarán sobre guerreras naves- serpientes en plan de flotadores- y navegando oceánicamente desde el suroeste del Océano Indico, en las alas del gran viento hispalus o gran viento oceánico del suroeste. Que es por allí la extrema punta-sur de África, ya más debajo de la africana gran isla de Madagascar. Y que, desde por allí, el gran viento hispalus es el que origina sobre la India los inmensos nublados de los monzones y sus diluviantes lluvias torrenciales. Por otra parte, el gran dios Shiva es el dios de la enigmática y temprana civilización del río Indo en la que son centrales y arqueológicamente excavadas las ruinas de Mohenjo-Daro y las de Harapa, en las centrales llanuras del Pakistán —por debajo de la famosa ciudad de Lahore, en el mapa— y a casi unos doscientos kilómetros más debajo de donde, y como un gran afluente del Indo, desemboca el himalayo río antiguamente Hispanis —al llegar por allí las tropas del gran Alejandro Magno en el siglo III a.C. como sabido es— y que con nombre que fonéticamente evolucionando hacia un terminal río Beas. Con o sin largándoles hilo a las varias Beas —incluidas las Baeza, o similares— en las tartesio-kynetas tierras de Jaén y alrededores, con el río Anas incluido en el asunto —actualmente el río Guadiana Menor— y llevando acaso a que río hispo-anas en plan de significar río de caballos. O que hispo-amnis más bien, y así largándole hilo al amnis de los itálicos etruscos para significar el río, en este caso etruscos en su pre-itálica fase hispana —y nunca mejor dicho— o más bien todavía proto-hispanos tyrenos o tyrrenos, tyrios en suma. Y desde luego, largándoles hilo a los pretartesios o proto-tartesios del gran río Anas —ahora el gran Guadiana— en las oceánicas tierras de Olba, finalmente la andaluza Huelva. En concreto, la misteriosa y pulcra civilización del Indo se inicia hacia tiempos en torno al año 2500 a.C. y que sobre poco más o menos los tiempos del gran Queops construyendo su inmensa gran pirámide en Egipto, y los del proto-tartesio gran Gerión en la hispana península, o éstos más bien algo antes. Acaba la tal civilización muy proto-hindú hacia el año 1500 a.C. y que sobre poco más o menos los tiempos en los que pululan atartesiadamente los hispanos ciclópeos argáricos y precisamente por el entorno del bástulo río Anas y sus Beas, entonces no tan Beas. Y no menos los tiempos en los que en la mediterráneo- oriental gran isla de Creta, bastante pre-griega todavía, finalizaba del volcán o no del volcán —ya llegaremos a estos asuntos— la refinadísima y culturalmente proto-europea civilización minoica, legendariamente fundada por la diosa Europa. Y de la que culturalmente provenimos todos los europeos, en definitiva. En fin, las ciudades de la tal proto-india civilización eran una maravilla de geometrías urbanísticas y arquitectónicas a base de ladrillos, incluidas calles empedradas —o no sé si enladrilladas más bien, que en las tales llanuras aluviales ni hay rocas ni hay piedras— y una especie de teocracia monacal, a juicio de los especialistas. No sé sabe de dónde a las tales llanuras les llegó, y con jeroglífica escritura incluida. Y al respecto, sólo está el legendario asunto del dios Shiva llegándoles legendariamente en su nave-plataforma de serpientes con el viento hispalus y desde la extrema punta-sur del África. Algo así como que viniendo del Atlántico y con el viento hispalus en las lonas de las velas. Al respecto, pues acaso pudiera resultar interesante que, al llegar por allí los más o menos griegos ejércitos del gran Alejandro Magno, las tales llanuras del río Indo —ahora finalmente pakistaníes— llevaban el nombre de Iberia, y precisamente y sobre poco más o menos desde donde las muy urbanísticas ruinas de Harapa o Harappa —con tartesoide sufijo, o cosa de mera homofonía— en el curso medio del Indo hasta las no menos muy urbanísticas de Mohenjo-Daro en el curso bajo del famoso gran río. En fin, borrosos asuntos. Pero a lo que voy. Lo cierto es que, en el compendio que de la Historia Universal del Imperio Romano del romano-imperial Trogo Pompeyo nos ha llegado, se recoge que lo del nombre de Hispania para la ibérica península se originaba de un gran Hispalus que en remotos tiempos un gran caudillo o rey. Lo de Trogo Pompeyo —un más bien ibero-romano, nacido y criado en los transpirenaicos iberos ya más o menos romanizados, en tiempos previos al nacimiento de Cristo— impone un más o menos respeto. Que sus informaciones de la ibérica península muy bien pudieran venir de bastante iberear de mozo, antes de romanear de adulto. Pese a lo cual, el asunto ha venido siendo rechazado por los especialistas en ibero-peninsular Historia Antigua. Y así al respecto, el historiador García Bellido en su libro Veinticinco estampas de la España antigua y con toda tranquilidad. En realidad no se rechaza lo de Hispalus sino lo de que el nombre de Hispania —finalmente España— pudiera venir del nombre del tal caudillo. Y que es nombre que resulta demasiado homófono —prácticamente idéntico— con el del viento hispalus llegando desde remotos tiempos a la India desde la extrema punta-sur de las tierras africanas. Y con un no menos remoto río Hispanis en la India para etimológicamente redondear un poco al asunto. Y al respecto del río Hispanis, valga la idea de que a un previo nombre de río Hispanis remite o parece remitir el nombre del río Bainis, el antiguo y pre-romano nombre del galaico río Miño, en el oceánico noroeste ibero-peninsular, y del que en evolución fonética, y previo un mecánico Mainis, resulta lo de Miño. Aplíquesele el asunto a lo de las portuarias y malagueñas —y perdidas o desaparecidas ciudades— de Mainake y Mainoba, en la costa remotamente kyneto-tartesia según Trogo Pompeyo precisamente, y nos resultará un Painake y un Painoba. Y en plan de acortamiento fonético de unas más previas Hispanaike e Hispainoba. Y con también una Hispanóbora incluida en el asunto, y que luego ya meramente una Mainóbora fonéticamente deshispanizada. En fin, que no sé si son o no son las peras del olmo, pero algo son. Ni que decir tiene que al ibero-peninsular gran caudillo-rey Hispalus hay que suponerlo muy proto-tartesio. Que para los tales remotos o remotísimos tiempos incluidos en el tal asunto los grandes caudillos-reyes o son de bulto protohistórico en el sur peninsular —el tartesio gran Gerión, los tartesio-kynetes gran Gárgoris y gran Habis o Habidis, etcétera— o son tranquilamente fantasmales, o dulces fantasmadas. Ni que decir tiene tampoco que, del sagrado e hindú nombre de Shiva, la mecánica variante fonética es un Shiba o Shipa. Y que muy demasiado homófona con respecto a un shipanos ya en camino hacia un tenebroso hispanos, incluido el bíblico Yaván —el bíblico origen de los tartesios— por sus mecánicas variantes en un Yapán con o sin sus yapanos. Que al fin y al cabo lo de yavanos fue en los antiguos hindúes el nombre de las gentes del extremo Occidente. O sea, los europeos, sobre poco más o menos. Y como que si llamándolos tranquilamente tartesios, si desde el bíblico y yavonio asunto. Con lo del río Miño o Minio llevándonos a un previo Mainis y un más previo Bainis, y un Hispainis en suma, pues aplicándole el tal rebobinado fonético al nombre del europo y muy proto-europeo gran rey Minos, el legendario hijo de la diosa-princesa Europa, pues nos resulta un Mainos más o menos un Painos, y etcétera. Y del mismo hilo, el que las proto-malagueñas gentes que en el massaliota periplo y pre-romanos tiempos asoman de libio-phoinikes pues que se nos queden de phainikes muy tranquilamente mainikes pues a la menor oportunidad. Ignoro si del rebobinar etimológicamente el nombre del inicial gran faraón Menes también asoma algo similar, y pues que no me extrañaría nada.
 

 

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