Nota de Tartessos.info Apertura, amigos, apertura ... Agradecemos la valentía y la gran animosidad del Sr. Ribero que "encañona" con la mejor pólvora dialéctica a los apoltronados de la Historia Ibérica, paladines de la falsedad y del ocultamiento de las raíces de Todos (digo Todos) los pueblos de nuestra gran Intzula (que no PaníntzuIa) Ibérica. Nuestro agradecimiento al maestro Ribero_Meneses. El Corazón tiene dones que la Razón no comprende. Adonai Hermanos ...
Una bomba ha estallado en Vitoria...
Mes de Junio del año 2006: mi lector, amigo y copatrono de la Fundación de Occidente, Francisco Ortuño, me escribe un SMS para anunciarme que las páginas de Internet crepitan, literalmente, ante la noticia del descubrimiento en una vieja urbe celtibérica próxima a la ciudad de Biztoria > Vitoria, de una representación del CALVARIO datada en el año ¡200 y pocos! de nuestra era. Datada, añado yo, en el cálculo más pesimista y procurando hacer ese impresionante grabado lo más moderno posible, con el fin de evitar que dos mil años de Cristianismo Apostólico-Romano se vengan estrepitosamente abajo, de un plumazo. Y nunca mejor dicho, porque los monumentales descubrimientos que se han realizado en la antigua Belleia = Beleia = Bellia de la Llanada Alabesa, intervención mediante de los cepillos, rascadores, paletas y piquetas de los arqueólogos baskos, han puesto escandalosamente en entredicho todo cuanto respecto al nacimiento del Cristianismo se ha venido repitiendo desde hace dos mil años.
Les invito a ustedes a que buceen en las obras de todos los historiadores y sabios españoles sin excepción y a que se carcajeen, como yo vengo haciéndolo desde hace exactamente veintidós años, ante la cantidad de mentecateces que todos aquellos que han escrito sobre el pueblo basko, han vertido en sus libros al referirse a la ...extraordinariamente tardía y superficial cristianización de los Baskos, refractarios siempre no sólo a la "romanización" sino también al "nuevo credo" religioso impuesto a los Hispanos por Roma y sus legiones...
Sí, les animo a que se desternillen de risa viendo desbarrar a sus anchas a todos los sabios y santones de la cosa histórica... Lo que incluye a todos los Menéndez Pidal, Caro Baroja, Barandiarán, García Cortázar, Menéndez Pelayo, Antonio Tovar y un larguísimo etcétera de eruditos y de especialistas de menos ringorrango que, incapaces como sus maestros de pensar por sí mismos y de ver más allá de sus narices, han venido pontificando desde hace mucho más de un siglo respecto al leve y modernísimo sustrato cristiano de los pueblos del Norte de España y, muy en particular, de los menos romanizados: los Baskos. Verdadero bochorno produce leer a esos supuestos sabios y constatar, a partir del descubrimiento que acaba de realizarse, hasta qué punto eran (o son, aquellos que aún viven) unos ignorantes de tomo y lomo, tan inútiles para adivinar que el sustrato cristiano del Litoral Cantábrico es, a abismal distancia, el más profundo de todo el planeta, como para intuir la monumental trascendencia de la lengua baska.
Si en lugar de pontificar sobre lo que no tenían ni idea (fieles a esa costumbre tan española de sentar cátedra sobre cualquier asunto, sin otra base que la de la ignorancia), los intelectuales españoles se hubieran dedicado a estudiar a conciencia tan compleja y delicada materia, habrían llegado a conocer, como yo le he hecho, toda la multitud de datos hoy olvidados o enterrados que están pregonando a gritos que la religión Karistiana > Kristiana está presente en el Litoral Cantábrico desde la Prehistoria. Aunque bien es verdad que no hacía falta acometer prolijas y procelosas investigaciones para llegar a ver algo que hasta el más cegato de los mortales sería capaz de adivinar... Porque el hecho de que los Baskos han rebosado y siguen rebosando religiosidad y catolicidad por todos los poros de su identidad y de su historia, es algo tan obvio como pueda serlo la extraordinaria antigüedad de toda su cultura.
Sí, el acendrado catolicismo del pueblo basko demuestra hasta qué punto resultaban sencillamente estúpidas todas esas enseñanzas que los sabios españoles (y de allende...) han vertido en centenares de libros que versan sobre el fuerte sustrato pagano de los Baskos. Una hipótesis aberrante que se da de tortas con la evidencia que supone el hecho de que existan dos Santos de la magnitud de Ignacio de Loyola y de Francisco Javier, creadores y promotores de la que ha sido la Orden Religiosa más poderosa y de mayor categoría de toda la historia de la Iglesia de Roma...
(Si se me permite el comentario personal, a pesar de haber nacido en ese impresionante semillero de vocaciones religiosas que siempre ha sido Castilla, lo cierto es que la mayor parte de los jesuitas que me formaron a lo largo de mis ocho años de permanencia en el Colegio San José de Valladolid..., eran baskos...)
O sea que el Cristianismo llega muy tarde y mal al País Baskongado, allá por los inicios del Medievo, y resulta que en el año ¡200 y pocos!, cuando la supuesta nueva religión se ve duramente perseguida en Roma y, por consiguiente, brilla por su ausencia en el resto del Imperio Romano (al ser escasísimos los efectivos humanos de que dispone para propagarse), vamos a encontrarnos con un montón de dibujos alusivos a la vida de Cristo, conservados entre los cascotes de lo que tiene todo el aspecto de haber sido una vieja escuela en la que se instruía a los niños de las familias más acomodadas en el conocimiento de la Historia Sagrada y en el aprendizaje de la escritura.
¿Los Cristianos eran duramente perseguidos por aquellas calendas y resulta que en una ciudad baska sometida al poder de Roma se les instruía a los mozalbetes en todos y cada uno de los pormenores de la vida de Jesús? ¿Y quién les instruía? ¿Y de dónde había salido ese preceptor cristiano, en unos años en que la expansión del Cristianismo estaba en pañales y en los que, teóricamente y por consiguiente, una Provincia del Imperio tan alejada y marginada como Hispania se hallaba abocada a verse privada de esa benéfica y enriquecedora doctrina? Máxime cuando estamos hablando de un territorio como Álaba, tan extraordinariamente alejado de todos los principales focos de romanización del Sur de España...
En el supuesto, absolutamente descabellado, de que el Cristianismo hubiera nacido hace dos mil años, ¿en qué cabeza humana cabe que iba a conseguir propagarse por todo el Mundo Antiguo en el meteórico lapso de dos siglos, partiendo de la base de que se trataba de una doctrina prohibida y que, por ende, era objeto de una enconada persecución político-eclesiástico-militar? Y todo ello sin perder de vista que los neófitos de la nueva religión eran cuatro y que, de esos cuatro, por lo menos la mitad sucumbían en los espectáculos de masas que con tanto afán montaban los empresarios del Imperio a costa de ellos...
Y añádase a todo ello que estamos hablando de una época en la que las dificultades de desplazamiento eran infinitas, convirtiendo en una odisea no ya el hecho de viajar de un país a otro sino, simplemente, el de trasladarse de una región a otra de un mismo país. Porque los caminos eran escasos e infectos y, además, estaban plagados de salteadores dispuestos a lucrarse a costa de los infelices que osaban realizar largas andaduras sin contar con una protección lo bastante sólida y disuasoria.
A todo ello se añade -no nos engañemos- un hecho que nadie ha tenido en cuenta a la hora de analizar la forma como se produjo la meteórica expansión del Cristianismo: el altruismo humano, en nuestro siglo como en todos los siglos, ha sido un hecho absolutamente excepcional. Como regla general, nadie trabaja a cambio de nada y, muchísimo menos, expone su vida gratis et amore. Así sucede hoy, así ocurrió ayer y así ha pasado siempre. Para que una doctrina religiosa, una ideología determinada, un movimiento revolucionario o cualquier otro empeño similar logre expandirse y arraigar por doquier, es conditio sine qua non que exista un capital que lo haga posible, destinado a remunerar a aquellos que asumen el compromiso de llevar a cabo esa labor proselitista. Que asumen ese compromiso a cambio de un sueldo o, como mínimo, de que se les mantenga.
Nadie se entrega a una causa a cambio de nada y en el caso de que lo haga, como sucedía antaño entre los más jóvenes y por ello más idealistas, se desinfla a los cuatro días. Sobre todo si la labor a realizar es tan ímproba y tan ingrata como la que se les atribuye a aquellos primeros Cristianos que, enfrentándose al Imperio más poderoso de su época (al tiempo que el más traidor y más vil que ha existido en la Historia), habrían asumido la insoportable carga de llevar la doctrina de Cristo a todos los rincones de la Tierra...
Vamos a suponer que hubiera sido así..., y en ese caso, ¿quién les pagaba? ¿Se ha formulado alguien, alguna vez, esta pregunta? ¿Quién costeaba el gasto inconmensurable que supone difundir una doctrina por todo el mundo de la época, en tiempos de miseria generalizada y teniendo en cuenta que toda la riqueza estaba en manos de los funcionarios del Imperio a los que, justamente, estaba encomendada la tarea de no dar tregua a los prosélitos cristianos? Sin perder de vista que la nueva religión, de carácter marcadamente solidario e igualitario, prendía principalmente entre quienes no tenían absolutamente nada, encontrando el rechazo seguro de quienes se hallaban escasa o nulamente dispuestos a compartir sus riquezas con los más desfavorecidos... Más o menos lo que ha sucedido siempre.
A falta de capitalistas y de un Estado, como mínimo, que hubiera asumido el mecenazgo que la difusión de la supuesta nueva doctrina requería, ¿quién alimentó y remuneró durante siglos a los supuestos propagadores de las ideas de Cristo? Dicho con otras palabras, ¿quién financió la expansión del Cristianismo? ¿Los cuatro desarrapados y soñadores que comulgaban con esa, en teoría, desprendida doctrina?
¿Hay alguien que pueda decirme de un solo caso en la Historia de la Humanidad en el que la expansión de un credo religioso o de una ideología determinada no se haya materializado merced al concurso del dinero y de su tradicional aliada, la fuerza de las armas? Porque si me mencionan ustedes el caso del Comunismo, tendré que decirles que los primeros marxistas, al igual que todos los sindicalistas o que los miembros liberados de todos los partidos u organizaciones políticas, han trabajado a sueldo. Porque el idealismo dura todo lo que duran las reservas que permiten garantizarse el condumio diario. Cuando esas reservas se agotan, todos los potenciales millones de idealistas que existen en el mundo, quedan reducidos en el acto a contadas y simbólicas unidades. ¿Por qué medró el Comunismo? Porque la miseria generalizada en un país como Rusia sirvió de caldo de cultivo para que la agitación revolucionaria, perfectamente estudiada y habilísimamente orquestada, prendiera entre el proletariado de ese enorme país. Y una vez que la nueva doctrina revolucionaria se instaló en el poder, todo lo demás era ya coser y cantar. Porque a partir de ese momento fue la Unión Soviética la que costeó el gasto ingente que supone la exportación y propagación de cualquier ideología, sea del tipo que sea.
¿Qué fue lo que hizo posible la meteórica expansión del Cristianismo por América a partir de 1492? ¿Fue la bondad e idealismo de los misioneros españoles? ¡En modo alguno! Si aquellos conquistadores de almas no hubieran estado arropados por los arcabuces de los soldados españoles, los indígenas habrían dado buena cuenta de ellos en cuatro días, merendándoselos literalmente. ¿Qué hizo posible la expansión del Cristianismo por América? La respuesta es concisa y rotunda: la fuerza de las armas y del dinero. Sin la acción aunada de ambas, esa meteórica proyección habría resultado impensable. Y si esto es así y nadie osará contradecir que siempre ha sido así, ¿puede alguien explicarme cómo se explica que el Cristianismo se expanda en cuatro días por todo el Imperio Romano, sin contar con el respaldo imprescindible de las armas y del dinero y teniendo en contra, encima, al Imperio más poderoso de la Antigüedad?
La imposibilidad material de que las cosas pudieran suceder de la forma como se nos ha tratado y sigue tratándose de hacernos creer desde hace dos mil años, nos obliga a considerar, seriamente, la posibilidad de que se haya consumado un enorme, un impresionante fraude, en relación con la forma como se produjo el nacimiento y difusión del Cristianismo. Porque lo que está rotunda y rabiosamente claro es que las cosas no pasaron como se nos ha contado hasta hoy. Y si esto ha estado claro siempre para cualquiera que se haya molestado en analizar el asunto con independencia de criterio y con una mínima profundidad, esa claridad ha pasado a ser cegadora tras los descubrimientos que acaban de realizarse en la antigua Belleia kántabro-karistia de la otrora palustre Llanada Alabesa. Porque, sin necesidad de mayores indagaciones, lo descubierto en los aledaños de Vitoria en el verano del año 2005 y que ha sido dado a conocer a la opinión pública en Junio del año 2006, demuestra categóricamente que todo cuanto se ha venido sosteniendo en relación con el nacimiento del Cristianismo en Roma y en Palestina hace dos mil años, es rotunda y rabiosamente FALSO. Porque -lo diré más claro y sin mayores rodeos ni ambages-, es sencillamente estúpido pretender que el Cristianismo pudo expandirse por todo el Mundo Antiguo en dos o tres siglos y tan idiota como esto lo es el hecho de pensar que sólo doscientos años después de su nacimiento podía haber llegado a arraigar en regiones tan alejadas de su supuesta cuna de Palestina como lo es la Península Hibérica y, en lo que ahora nos interesa, la provincia de Álaba. Una provincia baska... Una provincia en la que, teóricamente, la presencia romana fue superficial y más o menos episódica... Si Álaba estuviera en Tracia o en Bithinia, les diría a ustedes: no es imposible. ¡Pero en el Norte de Hispania y en una de las zonas del Imperio en las que las legiones romanas fueron más implacablemente castigadas y hasta masacradas...!
¿Fletaron los quiméricos y nulamente históricos Apóstoles una avioneta para, salvando el Mediterráneo, llevar la nueva doctrina a un rincón del Imperio como la Llanada Alabesa que, por aquellas calendas, a nadie le importaba un pimiento? ¡Señores, un mínimo de seriedad, de rigor... y de lucidez!
Ocioso es decir que todo este cuadro que vengo dibujando se oscurece y ennegrece infinitamente más si contemplamos la posibilidad (que yo doy por cierta) de que las dataciones de C14 y del acelerador de partículas que se han obtenido en Groninghen y en Toulouse no sean exactas y que, como es norma habitual en este tipo de precavidísimos laboratorios, se haya datado a la baja. Por razones obvias. Los especialistas holandeses y galos a cuyas manos han ido a parar las piezas descubiertas en Belleia, son perfectamente conscientes de todo lo que está en juego: nada más y nada menos que la verdad sobre el supuesto origen del Cristianismo y, por ende, la propia existencia de la Iglesia de Roma. Porque, si el CALVARIO más antiguo del mundo aparece en el Norte de España, 300 años ANTES de su inmediato seguidor en las Catacumbas de Roma, se quiera o no se quiera, toda la institución de la Iglesia Católica se tambalea... Pero si en vez de datar de los inicios del siglo III como se nos está diciendo, esa impresionante representación de la muerte de Cristo procede, pongamos por caso, del siglo I o incluso del II, entonces toda la verdad sobre la génesis del Cristianismo se desmorona en el acto, arrastrando en su desplome a la propia institución, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana que ha crecido y medrado (¡y de qué forma!) a costa y a expensas de ella.
Porque si ya resulta delirante que pueda aparecer en Álaba lo que ha aparecido, en el supuesto de que el Cristianismo naciera hace dos mil años, imagínense ustedes hasta qué punto resulta descabellado que ello pueda ser posible en el caso de que las condicionadísimas dataciones de Groninghen y Toulouse hayan hecho por lo menos un siglo más modernas las piezas descubiertas en Belleia.
Muy señores míos, ¿en qué cabeza humana cabe que una religión que supuestamente nace en Palestina, en la otra punta del Mediterráneo, y que tiene su metrópoli en Roma (también en el quinto pino), nos ofrezca sus primeros vestigios en un área tan absolutamente periférica y marginal del Imperio Romano como lo es el Norte de España? Amén de que, como hace ya muchos años que escribí, ¿en qué cabeza humana cabe que una religión que -se nos dice- nació en Palestina, haya llegado a arraigar en todo el mundo MENOS EN SU SUPUESTA CUNA? ¿Cabe una hipótesis más demencial? Es algo así como si pretendiéramos que una lengua nace en un territorio, para arraigar después en otros muchos mientras se pierde en aquel en el que prendió. Algo así como si la lengua castellana que hoy hablan casi todos los países de Hiberoamérica, se hubiera perdido en Castilla...
Todo ello -y lamento repetirme pero ni existe otra palabra ni tampoco otra reacción cabal posible- es rabiosamente estúpido. Y es importante subrayar el hecho de que todas estas reflexiones, así como la propia redacción de este libro, no nacen al calor de los descubrimientos realizados en Álaba el pasado año 2005, sino que -como van a poder leer mis lectores- arrancan de más de quince años atrás. Nadie podrá tildarme, pues, de oportunista, cuando lo que estoy escribiendo es lo mismo que vengo escribiendo sobre esta materia desde el año 1990 aproximadamente, ANTES de que se produjeran los hallazgos de Belleia o cualquier otro hallazgo que refrendase mis tesis. Descubrimientos que, de todos modos, yo estaba absolutamente persuadido de que iban a producirse. Como lo estoy de que lo que ahora se ha descubierto es sólo la punta de un iceberg que en el lapso máximo de una década va a echar por tierra todo cuanto desde hace dos mil años se ha venido sosteniendo en relación con el origen del Cristianismo, probando hasta el hartazgo que esta religión hunde sus raíces en tierras cantábricas y en la Prehistoria. Algo que resulta fácil deducir de todo cuanto nos han dejado escrito los más antiguos e ilustres chronistas españoles, insistentes a la hora de documentar el esclarecido y preferentísimo culto a la Cruz rendido por los pueblos cantábricos desde tiempos inmemoriales. Algo de lo que sería difícil dudar cuando tantísimas cruces -griegas, latinas, andreanas, coptas y de toda índole- inundan la iconografía del Norte de España, ya desde las más remotas pinturas y grabados rupestres forjados en las cuevas y peñas de Cantabria. El lector podrá conocer algunas de ellas en las páginas de este libro.
¿Cómo nos asombramos de que se descubra un Calvario de hace 1800 años a tiro de piedra de Vitoria, cuando hace más de 30.000 años ya se pintaban cruces en las grutas cantábricas? Y es que lo que, por encima de todo, prueba la verdad de las cosas, es su contexto. La presencia de cruces en el Norte de España, ya desde la Prehistoria, resulta abrumadora. La presencia de cruces en Palestina brilla esplendorosamente por su ausencia. A partir de esta elementalísima reflexión, el misterio respecto a la génesis del Cristianismo se resuelve por sí solo: el Cristianismo nació allí donde existía el contexto que justifica y explica su alumbramiento. Todo lo demás, todo lo que se nos ha contado y enseñado, todo lo que sigue repitiéndose en los púlpitos y hasta en las cátedras, es fruto de una monumental e interesada extrapolación. Todo lo demás constituye el FRAUDE más colosal de cuantos se han perpetrado en toda la historia de la Humanidad.
Jeroglíficos egipcios en Álaba
Fotos cortesía de Terrae Antiqvae
Para que la onda expansiva de los descubrimientos efectuados en Vitoria resulte más destructiva en relación con la lectura convencional y tradicional de la Historia, el destino ha querido que la representación del Calvario más antigua del mundo -insisto, trescientos años más antigua que la más vieja aparecida en las Catacumbas de Roma-, haya ido a aparecer acompañada de una colección de fragmentos de cerámica similares al que reproduce el Calvario, en los que nos encontramos con algo tan sorprendente y tan inexplicable como son jeroglíficos supuestamente egipcios. Jeroglíficos que un maestro supuestamente llegado de Egipto habría enseñado a los niños de la ciudad de Belleia, poniendo de manifiesto que, si se enseñaba esa modalidad de escritura a los menores de edad es porque todos los adultos pertenecientes a las clases más acomodadas la conocían también e incluso la dominaban. Porque si la escritura jeroglífica hubiese sido una rareza en el Norte de España por aquellas calendas, sería descabellado pensar que se les fuera a enseñar a los mismos pipiolos a los que, en esa misma clase, se les imponía en la Historia Sagrada adoctrinándoles sobre la vida de Cristo.
Un razonamiento tan elemental como el que acabo de hacer, no se lo han planteado los descubridores del impresionante tesoro histórico exhumado en Belleia, convencidos de que algunas familias pudientes de esta ciudad contrataron a un maestro egipcio para que instruyera a sus hijos. ¿Instruirles enseñándoles una escritura como la jeroglífica que por aquellas calendas ya ni siquiera se utilizaba en Egipto? La especialista catalana que ha estudiado los hallazgos dice, incluso, que en el momento en que supuestamente se dibujaron estos jeroglíficos alabeses, hacía la friolera de cinco siglos que esta modalidad de escritura había pasado a la historia en la propia Egipto, dándose por supuesto que algunos de sus sacerdotes debían conocerla. Lo que, seamos francos, es mucho suponer. Pero aun admitiendo que fuera así y que cuatro santones de los templos egipcios perpetuaran en su país el conocimiento, ya no efectivo sino meramente arqueológico de la escritura jeroglífica, ¿en qué cabeza cabe que uno de esos cuatro sabios en la materia iba a trasladarse desde la entonces todavía opulenta Egipto a una, por aquellas épocas, oscura, insignificante y olvidada ciudad del Norte de España? Y eso, no para impartir lecciones magistrales a las personas más influyentes, sino para enseñar a cuatro mocosos que, a tenor de lo que podemos deducir por los hallazgos, hacía cuatro días que no eran capaces siquiera de hacer una O con un canuto...
Cuando veo razonar a los sabios, a los especialistas, con tan impresionante simpleza, no puedo dejar de reflexionar sobre lo baldío que ha resultado el hecho de que la Naturaleza haya dotado a los seres humanos de una tan prodigiosa como insólita capacidad intelectual. ¿Para qué nos sirve si no la utilizamos? ¿Para qué y de qué nos sirve ser seres pensantes si cada vez que nos enfrentamos a algo que se aparta un ápice del guión que se nos ha inculcado desde la infancia y que tan trabajosamente hemos aprendido, desbarramos a modo y manera refugiándonos en las explicaciones más estúpidas que quepa imaginar, en lugar de pasar por la piedra de un análisis serio, profundo y riguroso todo cuanto creemos saber, planteándonos seriamente la posibilidad de que todo el conocimiento que atesoramos sea un amasijo impresionante de errores, falsedades, simplezas y disparates?
Que a unos niños alabeses se les enseñara a escribir jeroglíficos hace 1800 años, sólo tiene una explicación, cabal, posible: que se tratase de una forma de escritura HABITUAL y TRADICIONAL en el Norte de España, siendo de esta región, MATRIZ INDISCUTIBLE DEL PUEBLO EGIPCIO según tengo abrumadoramente demostrado en multitud de libros, de donde dicho pueblo recibió esa inteligente y primitivísima manera de transmitir el conocimiento. Y no estará de más recordar en este punto que el nombre de Arabia, región vecina de Egipto, es un calco del nombre basko de Álaba: ARABA. O, para quienes no me hayan leído hasta hoy, que en el propio Norte de España y en el entorno inmediato de Álaba han existido hasta SEIS ríos denominados NILO, denominándose MONJES EGIPCIOS a aquellos que residían -y residen- en las riberas de uno de esos ríos: los monjes del Monasterio de Santa María de Balbanera, situado junto al río NEILA. Y hago notar que NEILO fue el nombre griego del Nilo y que el cenobio de Balbanera reproduce textualmente el nombre del monte BALBÉN o BELBÉN en el que las más remotas tradiciones de los ancestros de los egipcios localizaban el nacimiento de la vida sobre la Tierra... O sea que casualidad, ninguna.
Este tipo de evidencias son los que dejan al descubierto la inconsistencia de la lectura tradicional de la Historia que hemos heredado (¡malhadada herencia!) de las generaciones que nos han precedido. Porque cuando por primera vez en la Historia los Españoles empezamos a estudiar seriamente nuestro pasado -en lugar de destruir o de enviar al Vaticano todo lo que se encuentra-, descubrimos que hasta hace solamente 1800 años se les enseñaba a los niños a escribir jeroglíficos... O caemos en la cuenta de que los pueblos de Celtiberia utilizaban el alfabeto griego, en una extensa zona del interior de la Península Hibérica que jamás fue hollada por los mercaderes y colonos griegos... ¿Qué otra explicación cabal y plausible cabe atribuir a todo esto, que no sea la de que esas dos formas de escritura utilizadas por Griegos y por Egipcios formaban parte del acervo cultural, autóctono, de los pueblos del Norte de España, proyectado por éstos a todas las riberas del Mediterráneo, una vez que se produjo la primera colonización de éste desde las comarcas catalanas de la Desembocadura del río Hebro? Sobre este fascinante asunto versa el volumen V de mi Diccionario Histórico-Etimológico-Geográfico-Iconográfico Universal que ha precedido a éste: Tarragona, cuna del Mediterráneo.
En otro tomo, en este caso el IV, de este mismo Diccionario, he estudiado en profundidad otro interesantísimo episodio arqueológico reciente que ha permanecido indescifrado por mor de la simpleza de sus protagonistas: en este caso unos papirólogos germanos e italianos a cuyas manos fuera a caer el torpemente denominado Papiro Artemidoro, descubierto entre las entretelas de una momia egipcia. ¿Saben ustedes lo que aparece reproducido en ese papiro? Pues nada más y nada menos que el más antiguo mapa conocido. Y ¿qué es lo que aparece reproducido en esa remota carta geográfica que a modo de guía para su viaje al Más Allá llevaba consigo una momia egipcia? Efectivamente, lo han adivinado ustedes: ¡un mapa de la PENÍNSULA HIBÉRICA! Como lo oyen, un difunto egipcio que, como todos sus coterráneos, sabía que en cuanto se produjera su óbito su alma iba a transformarse en ánade e iba a volar y a navegar hasta alcanzar la Tierra de sus Antepasados en el por ellos denominado PAÍS DEL OCASO..., se hace acompañar de un mapa de España. Que, ocioso es decirlo y hasta el año 1492, fue universalmente identificada como el País de Occidente o Región del Ocaso...
Las almas de los Egipcios regresaban a su tierra originaria de lo que ellos denominaban el Occidente o el Amenti... Nombre, este último, que lleva también su sorpresita incorporada. Porque Amenti es una leve corrupción de ARMENTI y este nombre al que los filólogos baskos atribuyen una etimología que produce vergüenza ajena oírla (granja de vacas), no es otra cosa que una variante de uno de los más antiguos nombres de Hiberia, documentado en un mapa italiano del siglo XIV: ARMENIA. Por eso todas las más viejas fuentes históricas se muestran coincidentes a la hora de situar en Armenia la cuna de la Humanidad, habiéndose supuesto que ese país es el asiático que hasta hace cuatro días ha ostentado este nombre. Del mismo modo que tres de sus vecinos calcaron otros tantos antiguos nombres de Hiberia: IBERIA..., GALACIA y ALBANIA... Sin comentarios.
A la Península Hibérica se la conoció en una Antigüedad nada remota como ARMENIA Mayor [denominación que reproduce Opicinius de Canistris en un mapa del siglo XIV; ver fig.], por la sencilla razón de que Armenia fue uno de los antiguos nombres del río Hebro, plasmado en numerosos lugares de su curso entre los que destacan los Montes de Armenia que acompañan a dicho río a su paso por el burgalés Valle de Val-d´Ibielzo. Por eso nos encontramos allí con la delicia románica del antiguo conventuelo de El Almiñé. O, algo más al norte y en los montes en los que se gesta el Hebro, con el bucólico Valle de Mena, conocido antiguamente como Amania y, más atrás en el tiempo, como Armania. Todo ello por mor del mismo fenómeno de síncopa que convirtió en Amenti al ARMENTIA hacia el que en realidad volaban las almas de los antiguos Egipcios, metamorfoseadas en ocas. Sí, en esas mismas ocas que dieron nombre a la antigua Cabeza de Castilla de Burgos u OCA, así como a los Montes de OCA que recorren buena parte de la provincia de Burgos, vinculados al río Hebro... La monumental trascendencia de la oca no es, pues, extraña en absoluto a estas tierras a las que me vengo refiriendo, en el entorno de los antiguos Montes de Armenia. De Armenia, insisto, o de Armentia, que tanto monta. Por eso, cuando las aguas del Hebro abandonan la provincia de Burgos y se adentran en tierras alabesas, dan nombre a sendas poblaciones denominadas Armiñón y... ¡ARMENTIA! ¡Sí!, a esa granja de vacas de los paleolíticos filólogos baskos...
¡Vive Dios!, ¿en qué cabeza mínimamente bien acondicionada puede caber el dislate de que el nombre de Armentia signifique granja de vacas, cuando por una parte y como hemos visto reproduce un antiquísimo nombre de España y, por otra y con absoluta coherencia, designa a la que fuera antigua Sede Episcopal de la región alabesa? ¿No es del más elemental sentido común que Armentia era un nombre sagrado y que, debido a ello, se impuso esa denominación al que en su época fuera el enclave más sagrado de Álaba?
Si sería sacrosanta y reverenciada la sede de Armentia, que su nombre reproducía literalmente el del Paraíso o Tierra Originaria de los Egipcios mediterráneos: ARMENTI. El mismo término, por cierto, que mínimamente deformado denominara -¡mucha atención!- a las pirámides egipcias. Una vez más con la más rotunda y admirable coherencia, por cuanto ¿no eran las pirámides los vehículos a través de los cuales los faraones y altos dignatarios egipcios soñaban viajar hasta su fertilísima patria originaria de la...
Aramantia = Armentia = Armenti = Amenti
del País del Ocaso?
Por cierto, he omitido decir que la antigua Sede Episcopal alabesa de ARMENTIA se encuentra en la propia Llanada Alabesa y a tiro de piedra de la antigua ciudad de Belleia en la que han ido a aparecer esos sorprendentes e inesperadísimos jeroglíficos similares a los egipcios...
Una vez conocidos todos estos datos, que son una milésima parte de los que podría proporcionarles, ¿puede extrañarnos un ápice el hecho de que unos niños alabeses estudiasen y practicasen la escritura jeroglífica? ¿No es más bien la posibilidad contraria, la de que no aparecieran, la que debería sorprendernos? Y en este sentido debo añadir que personalmente no he abrigado jamás la menor duda de que la escritura jeroglífica se había practicado en el Norte de España y de que el descubrimiento de vestigios de ella en esta región era solamente una cuestión de tiempo. Pues bien, parece que no ha habido que esperar demasiado...
Recurriendo, como siempre, al sentido común, uno de los argumentos a los que he recurrido en el pasado para fundamentar mi tesis sobre el origen hibérico de la escritura jeroglífica, es el hecho de que sea la lengua castellana la única del planeta que ha conservado no ya una sino dos palabras emparentadas con ese término y cuya antigüedad es tal que permiten explicarlo. Esas palabras son jerga y jerigonza, referidas a un lenguaje primitivo y hermético de muy ardua comprensión. Exactamente lo que son los jeroglíficos. Y la conclusión es inevitable: no habiendo existido relación alguna entre España y Egipto, por lo menos hasta donde alcanzan nuestros conocimientos históricos, y no pudiendo achacarse a esa intensa relación el hecho de que llegaran a nacer esas dos palabras castellanas, referidas a esa escritura egipcia que aquí nos era completamente desconocida, la única explicación cabal que podemos dar a ese hecho es el de que existía efectivamente en la Península Hibérica ese tipo de lenguaje escrito, siendo su nombre entre nosotros el de jerigonza. Y existía desde épocas muy remotas por cuanto este término no sólo describe la dificultad de ese lenguaje sino también su gran antigüedad.
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