Autor:
Guillermo Piquero
I parte
La Europa aborigen
(Vida y muerte del viejo
mundo)
Anexo a la I PARTE
EL MATRIARCALISMO CANTÁBRICO
Un superviviente de las
culturas del neolítico.
“La
vivencia de lo femenino en diversas comunidades arcaicas del Norte de la
Península Ibérica y que muestra quizq la presencia antigua de constelaciones
maternas ginecocráticas matrilineales hasta ya bien entradas las épocas
históricas implica que estamos en situación de afirmar que en el norte de España
los cultos lunares gozaron de cierto raigambre, que dura incluso hasta tiempos
históricos”
Gomez-Tabanera.
“Las raíces de España”
1) EL
MATRIARCALISMO “VASCO”
Extracto del prologo de “El
matriarcalismo vasco” Andrés Ortiz-Oses.
“El
euskera es una reliquia de las antiguas lenguas de Europa occidental, no sólo
prerrománica, sino pre-indoeuropea. Es la única lengua autóctona que ha podido
superar las invasiones e influjos culturales de los últimos 3000 años. Los
vascos han demostrado una gran capacidad para integrar esos influjos sin perder
su personalidad cultural. Constituyen, de hecho, la gran excepción de las leyes
de la historia política y cultural de Europa (...) La religión de la Diosa
(Mari), la utilización del calendario lunar, el parentesco matrilineal y la
responsabilidad de la mujer en la agricultura perduraron hasta principios del
siglo XX (...) En el sistema legal autóctono no se le daba preferencia al hombre
sobre la mujer”.
Marija
Gimbutas,
“Civilization of the Goddess”.
“Intentamos en la presente obrita ofrecer
una aproximación antropológico-hermenéutica al sugestivo tema del «matriarcalismo
vasco», realizando por primera vez una interpretación propiamente tal del
arquetipo de la Gran Madre Vasca Mari. Al conceptuar unitariamente la
cultura vasca bajo el horizonte hermenéutico del matriarcalismo, llevamos a
cabo, según creemos, una auténtica reinterpretación de la propia cultura vasca,
la cual queda aquí definida como matriarcal-naturalista y comunalista frente a
la cultura indoeuropea patriarcal-racionalista e individualista. Pensamos, en
efecto, que la cultura vasca anida un cierto resto latente matriarcal que, al
tiempo que la define genéticamente, la coloca en correlación con la prodigiosa
cultura aborigen mediterránea matriarcal, derruida sin embargo por las famosas
invasiones indoeuropeas sobre el
2.000 a. C.
La cultura vasca ancestral, aún hoy latente, significa pues un cierto reducto en
el interior de las «conquistas» indoeuropeas, reducto posibilitado
fundamentalmente, sin duda, por la situación pirenaica del propio País Vasco.
(...)Ahora bien, ¿cuáles son los anclajes
concretos de la experiencia matriarcal, tanto en genere como en el caso vasco?
Estructura de subestructuras, la tipología matriarcal ofrecería en síntesis las
siguientes subestructuras profundas que se complican:
1) Subestructura psicomítica:
la sociedad en cuestión, en nuestro caso la vasca, gira en torno al arquetipo de
la Gran Madre (Mari) en cuanto representación de las fuerzas naturales (de la
madre-tierra-mar-naturaleza), al tiempo que la figura mítica de la diosa Madre
Mari encuentra en la madre-mujer real (Etxekoandre) su encarnación concreta.
Matricentrismo o matrifocalismo de una sociedad en la que los cultos a la
fecundidad, simbolizados en luna como originadora femenina & la fertilidad,
ocupan lugar relevante (cfr. la diosa Luna aquitana, la Venus pirenaica de Oars
o la Salus Umeritana ) ; cfr. J. Thalamas.
2) Subestructura social:
la herencia
y el parentesco se transmiten por línea femenina. Ello parece deberse
al papel decisivo de la mujer, sea como recolectora de los alimentos funda
mentales en el Paleolítico sea como agricultora de azada en el Neolítico (cfr.
Caro Baroja ) .
3) Subestructura
simbólico-lingüística:
la realidad es apalabrada o articulada como flujo, devenir o energía femenina
(«adur»), frente a la consideración estática de la realidad como «ser»
aprehendido por la razón o intelecto abstracto (filosofía indoeuropea). El
propio lenguaje, además, ofrece en su interpretación primigenia de la realidad
una marcada asignación de lo matriarcal-femenino (cfr. al respecto el famoso
sufijo «ba» eúskaro como connotativo de una específica «marca» o parentesco
femenino). En la simbólica vasca, Mari personifica la energía cósmica femenina
en cuanto Mari-Sugarra.
4) Subestructura anímica:
ligazón a la madre, dependencia «oral» (cfr. los txokos), constitución de
fratrías o hermandades, sentido religioso-envolvente o totalizante del cosmos y
de la existencia, erotismo difuso (urobórico-incestuoso), prepotencia de los
artilugios femeninos (brujería), política autóctona. Con la terminología de G.
R. Taylor (Sex in History), podríamos hablar de «matrismo» frente a «patrismo»,
o sea, de comunalismo espontaneísta frente a individualismo culpabilizado. El
grupalismo se basa no en una instancia sexual propiamente tal, sino maternal (Briffault).
(...) pensamos que la
prodigiosa mitología vasca en torno a la Gran Diosa Madre Mari, hay que ponerla
en relación con dicha cultura matriarcal-agrícola vasca, pues que se
corresponde nuestra mitología con las otras mitologías matriarcales, así como
con el culto a la Gran Diosa Madre MA en el contexto eur-asiático del Neolítico;
pero, por otra parte, intentamos retrotraer la figura mítica de Mari al
propio Paleolítico estudiado por Barandiarán, situándola en el contexto de las
grandes Diosas-Venus que van de Siberia a los Pirineos, en cuyo enclave
vasco franco-cántabro se dan precisamente aquéllas pinturas rupestres que hoy
se colocan en clara referencia con una concepción mágico-mática de inequívoco
signo matriarcal-femenino (sic E. Neumann, M. Kónig, D'Eaubonne, Jonas y otros).
Se me dirá, y se me ha dicho, que qué tiene
que ver el trasfondo antropológico vasco con el vasco actual. Mi posición es
clara: pienso que ese trasfondo antropológico vasco subyace aún hoy latentemente
en la psique y experiencia profunda vasca de la vida, por lo que habrá que echar
mano de instrumentos y técnicas hermenéuticas apropiadas, como la interpretación
simbólica y el psicoanálisis, para poder dar con semejantes niveles profundos.
Los argumentos en que me baso para poder hablar de un cierto «criptomatriarcalismo»
actual vasco son, además de algunos ya aducidos, muy diferentes: el hecho de que
la recopilación de la Mitología realizada por Barandiarán haya sido llevada a
cabo en nuestro propio siglo indica que los mitos, símbolos y creencias vascas
tradicionales han arribado hasta nuestros días (y, por cierto, a través de un
método bien típico: por recepción auditiva o tradición oral que, como es
sabido, es un modo específicamente matriarcal-femenino anterior a la
racionalización escriptural, apropiada fundamentalmente por el hombre). Pero
además y como han podido mostrar Caro Baroja, Barandíarán y otros, el tipo de
vida tradicional vasco ha sobrevivido en muchos aspectos (agricultura de laya),
magias y formas de vida (así, el aún actual comunalismo vasco con sus fratrías
sean políticas o gastronómicas, el sentido religioso cuasi-panteístico, el
vitalismo o el erotismo típicos). Diferentes psicólogos, de J. J. Lasa a R.
Redondo pasando por I. Uría y otros, han hecho referencia implícita o explícita
al «complejo matriarcal» del vasco. Por lo demás, es patente aún hoy la ausencia
de la estructura patriarcal-racionalista e individualista, lo que es causa, sin
duda, de claros conflictos entre la política «tribal» vasca y la «estatal». A
este respecto, es muy interesante la opinión del liberal decimonónico F.
Sagarmínaga, según el cual el espíritu tradicional vasco, y muy en particular el
carlismo comunal-religioso, se debe a los curas (clericalismo) y a las mujeres:
y, en efecto, nosotros pensamos también que ello es así, aunque los
determinantes en última instancia del tradicionalismo vasco no son, como suele
ingenuamente creerse y piensa nuestro autor, los curas sino sus madres, o sea,
las mujeres, las cuales son, obviamente, no sólo la causa biológica de aquéllos
sino sus «ánimas» protectoras. Esto está de acuerdo no sólo con la realidad de
que las mujeres, como quería Bachofen v otros, representan el espíritu religioso
propiamente tal y llenan las iglesias, sino con la más profunda consideración
psicoanalítica que pone en relación originaria matriarcado y clericato, ya que
los clérigos no son sino los hijos de la Gran Madre, a ella y a su culto
consagrados (de aquí su «autocastración» o celibato, así como su rasuración
simbólica o tonsura y sus sotanas como reliquia de vestimenta femenina en cuanto
apropiación de la potencialidad femenina arcaica) . Todo ello concuerda
perfectamente con la prepotente figura simbólico-real de la Etxekoandre en la
sociedad vasca tradicional, así como con la famosa virilidad de la mujer vasca,
el matricen trismo religioso clásico (las seroras) y el matrifocalismo de la
familia vasca, tal y como ha sido investigado recientemente en Bermeo (Ch.
Crawford). Lo que hay detrás de toda esta «urdimbre» ha sido bien divisado por
psicoanalistas tan perspicaces como J. Tomás, que fuera presidente de la
prestigiosa Sociedad psicoanalítica argentina, concordando con nosotros en la
calificación del psiquismo vasco, tal y como se refleja en leyendas y relatos
míticos que, como el de «Las tres olas», han llegado hasta nuestros días, como
pre-patriarcal.
No quiere decirse con ésto que la cultura
vasca ancestral no haya sido influenciada por culturas ya patriarcales: lo ha
sido, en efecto, por invasiones indoeuropeas (celtas), por la romanización
(aunque el catolicismo sea, frente al protestantismo, una religión más
matriarcal, como estudió E. Fromm), la cultura española y la industrialización.
Hay, pues, un «recubrimiento» de la cultura aborigen vasca, así como una interna
evolución racionalizadora obvia. Pero se trata de un recubrimiento o evolución
a cuyo través cabe entrever aún netos caracteres «matriarcales» que en muchas
ocasiones, como en lo referente a la religión y al clericato vascos, aparecen
«metamorfoseados» y, así, disimulados: tal es aún el caso de los juegos vascos
en los que compiten txikarrones que, mirados más de cerca por el perspicaz
Castilla del Pino, reaparecen como niños grandes en alardes infantiles, o sea,
como «ingenuos» juegos bajo el arquetipo de la Gran Madre.
Esta pervivencia de la cultura aborigen
vasca y de su «conservación» o permanencia no es, a su vez, de hoy sino que
parece un rasgo típico de toda nuestra cultura. En efecto, uno de los caracteres
de la cultura agraria-matriarcal en el Neolítico es precisamente su situación
tardía (Caro y Leo Abensour sitúan la agricultura femenina en la E. Bronce, a
partir del 2.000 a. C., mientras que actualmente se descubre también la
simbología matriarcal-femenina de las vulvas en ciertas cuevas de ese mismo
período). A esta misma retardación cultural vasca pertenecen las aludidas diosa
Luna aquitana, la Venus de Oars o la Salus Umeritana; pero mucho más
paradigmáticamente, la compresencia latente en la Virgen María cristiana de la
vieja diosa Madre autóctona Mari.” Andrés Ortiz-Oses
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