TERCERA
PARTE
Capítulo
13
EL
ARTE ANDALUZ
LA
EVOLUCIÓN DEL ARTE ANDALUZ
El arte andaluz: sus dos escuelas: ibero-andaluza y arábigo-andaluza.
Su
carácter principal: el arco de herradura. Historia del mismo: ha sido
muchas veces decorado con un marco: el alfiz.
Escuela
ibero-andaluza (500-855)
Los monumentos religiosos: los suntuosos y los rústicos.
La pintura.
La escultura (las especies zoológicas).
El movimiento iconoclasta.
Escuela
arábigo-andaluza (855-1400)
Su historia. Sus caracteres principales.
La iconoclastia.
La arquitectura.
La decoración.
La continuidad del arte andaluz.
La
incomprensión de los acontecimientos ocurridos en España en el siglo
VIII había forzosamente desfigurado la correcta interpretación de
las obras de arte de la Alta Edad Media, cuya importancia y
originalidad a todos impresionaban, fueran entendidos o profanos;
tanto más cuanto que, salvo en Italia, en Ravena particularmente, no
existían en Occidente obras arquitectónicas semejantes. Por otra
parte eran escasos los autores familiarizados con los grandes
monumentos construidos en tiempos de los reyes godos y en los reinados
cristianos del IX y del X. Habían sido así reducidas en gran medida
las perspectivas requeridas para la comprensión de lii evolución del
arte en la Edad Media; lo que ha sido causa de errores flagrantes.
Daremos un ejemplo: Solamente en este siglo han sabido los
especialistas que no era el arco de herradura un producto importado de
Oriente, sino que poseía una lejanísima ascendencia en el país349.
Eran responsables los viajeros románticos del error, que alcanzó
gran difusión, según el cual habían traído los árabes en sus
equipajes, cuando la invasión, un arte oriental que había
surgido de repente, como un espectáculo deslumbrante creado por una
varita mágica. Parecía confirmar la historia este criterio. ¿No había
sido construida la Mezquita de Córdoba en algunos meses? Sabemos hoy
día que no ha sido así.
Las
grandes obras maestras de Andalucía eran el producto de una larga
evolución de conceptos autóctonos. Cierto, habían recibido en el
curso de los siglos la influencia de oleadas diversas de inspiración
oriental, en un principio bizantino, más tarde iraniano; mas esta última
reducida a motivos ornamentales había aparecido muchos siglos después
de la pretendida invasión. En una palabra, había seguido la evolución
del arte en España —no podía ser de otra manera—, el mismo
proceso que el de las ideas.
Se
había producido una enorme confusión en la terminología empleada
para señalar las diferentes manifestaciones artísticas de la Edad
Media. Así, ciertos autores distinguen un arte «visigótico», sin
darse cuenta de que las obras de esta época no poseen ningún
elemento característico que pueda ser atribuido a esta familia de
germanos. Pues el hallazgo de toscas fíbulas en las tumbas de estos
guerreros no era suficiente para envolver con este calificativo a las
obras maestras de la época, fueran en la arquitectura, en la pintura,
la escultura, las artes industriales... Ocurre lo mismo con el término
desacreditado de «arte mozárabe» el cual además de haber sido
empleado sin ton ni son, nada quiere decir sino que significa a veces
desde el punto de vista histórico un enorme disparate. Como se ha
logrado la unanimidad sobre este asunto entre autores importantes, no
creemos necesario insistir350.
También
han sido empleadas ciertas expresiones de modo disparatado en el
espacio y en el tiempo. Así la de arte «hispano-moro» que ha
logrado gran aceptación en el extranjero (en particular en textos
franceses de aquí el vocablo: hispano-mauresque)
y que de usarse debería quedar reducida al imperio de los
saharianos. Sin entrar en el fondo de la cuestión, ni discutir acerca
de las verdaderas aportaciones de los almoravides y almohades en los
dominios del arte, no se puede concebir un arte «moro» antes de
fines del XI, pues anteriormente no han desempeñado estos señores
ningún papel en la historia. De emplear este término, habría que
reducirlo al periodo muy corto en que estos reformadores de la fe
musulmana han gobernado; pues su estructura política se disuelve en
el XIII. Y en este caso, nos parece el calificativo desmedido, pues se
quiere abarcar con él a la mayor parte de la península, cuando estos
saharianos la han dominado sólo en parte. Por esta razón si se da
alguna beligerancia artística a estas gentes, nos parece la expresión
«mora-andaluza» más acertada. Con ello llegamos a las entrañas de
la cuestión.
Desde
el magdaleniense hasta los tiempos modernos, no ha conseguido ningún
movimiento artístico dominar el conjunto de la península ibérica.
En el paleolítico son diferentes las pinturas rupestres de Altamira y
de la costa cantábrica, de las andaluzas más antiguas o de las
levantinas más recientes. La civilización romana con su enorme
expansión en Hispania —en nuestros días tan mal estudiada— no ha
favorecido por su superioridad un arte hispánico local. Ha ocultado más
bien con sus grandiosas manifestaciones las populares más modestas y
recoletas. Es tan sólo en el siglo V cuando apunta un brote original
ya importante: Lo denominamos arte andaluz. Pero desde el siglo VIII
se divide en dos ramas muy divergentes. Hay que esperar hasta el siglo
XV para que el arte del Renacimiento uniformara el gusto de los
hispanos y produjera obras de arte originales que ya pueden concebirse
como españolas.
Nos
parece pues incorrecto desde un punto de vista histórico generalizar
con la palabra: hispánicas, las diversas manifestaciones artísticas
que son anteriores a esta fecha. Por el contrario, existe en la península
una región que por la riqueza y el genio de sus habitantes ha sabido
crear un estilo particular que le fuera propio. Se puede seguir su
evolución desde finales de la civilización ibérica hasta el siglo
XV. Es Andalucía. Sin embargo nunca ha florecido este arte andaluz a
lo largo de su extensa vida de modo rígidamente autóctono. Ha sido
objeto de simbiosis con otras concepciones que pertenecían en un
principio a las regiones vecinas, como la Meseta, y más tarde a las más
alejadas como Berbería, Bizancio y Oriente. Por esto distinguimos en
el arte andaluz dos escuelas que se suceden en el curso de la Edad
Media.
Se
enraíza la primera en las tradiciones populares romanas y autóctonas
que existían en la península al fin de la era antigua. Alcanza su
mayor florecimiento en el curso de los siglos VII y VIII y en la parte
cristiana situada al norte del Duero. Se distinguen los monumentos que
pertenecen a esta época por un estilo propio que denominamos
ibero-andaluz. La segunda se distingue con gran claridad ya en 833.
fecha en que se empieza la transformación del templo de Córdoba en
mezquita, y desaparece en el siglo XV. Llamamos a esta segunda escuela
arábigo-andaluza, pues las dos componen un solo cuerpo: el arte
andaluz. Tienen por común denominador un solo principio arquitectónico:
el arco de herradura.
Así,
como el arco de medio punto caracteriza el arte románico y el ojival
el gótico, lo mismo constituye el arco de herradura el elemento
ornamental que determina el arte andaluz. Se puede seguir la evolución
de sus líneas a lo largo de la Edad Media.
Se
plantea previamente una cuestión: ¿Cuál es su origen? Con
probabilidad es popular, luego anónimo y oscuro; lo que hace difícil
su localización geográfica. Ha sido empleado por lo menos en España
como elemento de decoración en cerámicas de la ¿poca romana. Se
guarda en el Museo de Soria un vaso
de tierra roja, adornado con un friso sigilado compuesto por arcos de
herradura. Ha sido hallado en Numancia en un nivel romano de finales
del siglo II antes de Cristo. ¿Trátase de un producto perteneciente
a una tradición local o ha sido importado de Sicilia como lo han
sugerido algunos...? ¿Pertenece este adorno a un principio general
común a las regiones mediterráneas? No se puede contestar a estas
preguntas dada la escasísimna documentación hoy día existente. Su
empleo en la Península Ibérica se vuelve frecuente desde el
fin del Imperio, cuando la quiebra de la cultura romana permitió
el resurgimiento de las tradiciones populares.
Se
le encuentra abundante decorando las estelas funerarias del norte de
la Meseta y del valle del Ebro351.
Se le halla por vez primera componiendo un conjunto arquitectónico en
una ninfea situada en Galicia, en Santa Eulalia de Bóveda (siglo IV)
- También se le encuentra empleado en algunas iglesias primitivas de
Armenia, en Mesopotamia y en la misma Roma352;
lo que demuestra las amplias dimensiones de su área de expansión.
Sea lo que fuere, ha sido en España durante la Edad Media cuando se
convirtió el arco de herradura en el rasgo estructural determinante
de un arte noble, cuando ya
estaba en Oriente completamente olvidado. Basta para convencerse de
ello con hojear los maravillosos, pero escasísimos, códices minados
que se guardan del VII en adelante. Surgen multicolores las ciudades
de la época en el pergamino, hirviendo de vida pintoresca. Destacan
sus arcos de herradura de gran excentricidad en las puertas de las
murallas, en las calles en donde encuadran las ventanas de las casas,
formando columnatas o nartex ante las iglesias o pórticos en las
plazas públicas353.
De
acuerdo con nuestros actuales conocimientos aparece el arco de
herradura en la arquitectura cristiana a principios del siglo V. Según
se nos asegura, ponían en comunicación varias salas en la cripta de
la basílica de Cabeza del Griego, construida antes de
550354.
Se encuentran también otros monumentos de la misma ¿poca en donde
los ábsides tienen la forma de un arco de herradura. Así han sido
diseñados los de la basílica de Alcaracejos que son los más
antiguos que conocemos. Con el tiempo tomarán dos suertes de
configuración: podrán ser construidos sobre un plano de arco de
herradura en el exterior y en el interior de la basílica, como en San
Cugat del Vallés, cerca de Barcelona, en donde según los datos
actuales se manifiesta por vez primera en Cataluña; o bien presenta
el ábside una forma rectangular en el exterior y un arco de herradura
en el interior, como en San Cebrián de Mazote.
En
el siglo VII adquiere el arco de herradura un gran desarrollo como
elemento
arquitectónico. La basílicas de San Juan de Baños de Cerrato,
fechada en la lápida de su fundación por Recesvinto en 661, está
construida con grandes arcos de herradura. La pureza y la sobriedad de
las líneas de sus naves son notables. Se distingue su portada por la
amplitud de su arco que da entrada al templo. En la modestia de sus
formas y en la simplicidad de su ornamentación, es la primera obra
maestra del arte andaluz que ha llegado hasta nosotros en su característica
de la escuela ibero-andaluza. Se ha convertido esta basílica en el
prototipo de las numerosas iglesias que posteriormente fueron
edificadas en el norte de la península, hasta finales del siglo X.
Franqueó por aquel entonces el arco de herradura el Pirineo y se
construyeron con frecuencia no sólo como adorno, sino formando la
base de las naves, como aparece en los escasísimos monumentos que
quedan de esta fecha en la nación vecina. Ligeramente acentuado en
Germiny des Prés (s. IX), a orillas del Loire, a cinco kilómetros de
San Benito, se agudiza en forma ya muy excéntrica en la nave
principal de la abadía de San Miguel de Cuxá, en el Rosellón355.
Por el sur irradiará por todo el Magreb.
Desde
el siglo XI se funde el arco de herradura con el románico. Hemos
visto algunos colocados de modo abusivo en la pequeña capilla románica
de San Miguel de la Escalada, construida en fecha posterior a la basílica
andaluza. A veces surgen fantasías. En el claustro románico de Silos
un arco de medio punto envuelve otro de herradura, mientras que en
Santa María la Nueva, en Zamora, y en San Isidoro de León son los
arcos de herradura los que encuadran los de medio punto. Se encuentran
escasas veces en el arte gótico. Recordamos haber visto uno diminuto
en el nicho de una estatua de la Virgen en el claustro de la Catedral
de León.
En
los siglos VI y VII, con el espléndido florecimiento del arte
ibero-andaluz, aparecen los arcos de herradura más bellos y clásicos.
Se los decora con un friso helenístico adornado con follaje y
animales esculpidos con escaso relieve, como en Quintanilla de las Viñas.
Se los construye con dovelas compuestas por ladrillos rojos alternando
con bloques de piedra blanca, procedimiento ya empleado por los
romanos, cuyo efecto de coloración agrada a la vista como ocurre en
el templo primitivo de Córdoba.
Por
estos tiempos se empieza a ornar los que abren un lienzo con un marco
rectangular: un alfiz. En un principio se trataba de una sencilla
moldura en forma de baquetilla que más tarde se ha cincelado con
simples motivos. Luego se complicará la ornamentación. Quedará
formando el friso con una larga epigrafía compuesta en la Andalucía
musulmana con letras cúficas bellísimas. Su primitiva pureza lineal
se transformará en arabescos y en atauriques. Sabemos hoy día que el
uso de este adorno es autóctono y que era empleado también en la
España cristiana. Aparece ya fechado en 855 en la transformación de
la puerta principal de la Mezquita de Córdoba, llamada hoy día
Postigo de San Esteban. Camón Aznar ha supuesto que había sido
empleado en construcciones anteriores, hechas en tiempos de los reyes
godos356.
Se encuentra según este autor en San Tirso de Oviedo, obra de Carlos
el Casto, edificada en 812, es decir antes de la primera ampliación
hecha por Abd al Ramán II de la Mezquita de Córdoba. Se le puede ver
en la basílica compostelana erigida por Alfonso III (866-910). Se
encuentra en la iglesia de Valdediós, consagrada en 893. (Ver apéndice
III). Se hace frecuente su uso en las iglesias cristianas del X en el
norte de la península. Demuestra esta profusión un origen autóctono,
pues su empleo en el siglo IX en las regiones más apartadas apunta
con verosimilitud a una tradición anterior. De todos modos no ha
llegado de Oriente este principio de ornamentación arquitectónica y
así se desploma otra leyenda que se había incrustado ella también
en el mito de la invasión de España por los árabes.
En
la tercera ampliación de la Mezquita de Córdoba, a finales del siglo
X, se engrandece el arco de herradura al lograr una expresión
monumental. Se cincelan sus dovelas o se decoran con cerámicas.
Forzudo se alza desde casi el suelo en impresionante salto. Luego,
siguiendo la constante histórica descrita por Eugenio d’Ors se
vuelve barroco, tan rebuscado y extravagante como el estilo jesuita.
Al principio se le quiebra en lo más alto dándole una forma
lanceolada, que prefigura el gótico, pues desde el siglo X sirve de
apoyo para sostener las cúpulas nervadas357.
Frecuentemente se deforma con el tiempo como se puede apreciarlo en
Granada. Es despedazada su curvatura en lóbulos múltiples o bien se
le decora con una crestería. Por fin, desplaza el arco de medio punto
al de herradura en los cristianos monumentos del XI y en los
musulmanes ocurre lo mismo, pues Oriente impone su gran arco
tradicional que adquiere aquí formas lobuladas358.
Se mantendrá aún el arco de herradura en el estilo llamando mudéjar
(el Alcázar de Sevilla, que es del siglo XIII), mas ocupa desde
entonces un lugar subalterno, como se puede apreciar visitando los
palacios de la Alhambra.
ESCUELA
IBERO-ANDALUZA
Desde
el siglo V hasta la mitad del IX se extiende el estilo ibero-andaluz
por gran parte de la península, salvo en Asturias en donde algunos
monumentos edificados en el reinado de Ramiro 1 (842-850), por otra
parte notables, no le pertenecen. Se distingue esta escuela por la
simplicidad en el uso y adorno de los arcos de herradura, empleados
con fines de edificación, no de ornamentación, y cuya excentricidad
es poco acentuada, sin deformaciones de ninguna
clase; por principios arquitectónicos y artísticos autóctonos;
por cierta influencia helenística y bizantina en los adornos,
existente desde antigua tradición; y por una abundante iconografía
pintada o esculpida, a veces antropomorfa y religiosa que desaparecerá
en la escuela arábigo-andaluza, sobre todo después de la invasión
mora de Andalucía, en donde se acentuará la tendencia iconoclasta.
Los
monumentos religiosos
Desde
el siglo VII los monumentos religiosos que han llegado hasta nuestros
días en un estado suficiente de conservación para poder ser
estudiados, han adquirido ya los caracteres particulares de la escuela
ibero-andaluza. Se mantendrán en el norte de España hasta finales
del siglo X. Se pueden enumerar unos treinta aproximadamente; damos la
reseña de los principales en el apéndice III. Están representados
todos los modelos de la época. Poseen los unos como las basílicas
latinas un techo plano, reforzado con robustas vigas de aire, otros
están abovedados. Dos tipos, sin embargo, darán vida a un desarrollo
posterior: la basílica latino-africana que se convertirá en el
modelo de las mezquitas españolas y magrebinas; la basílica
cruciforme que se impondrá con el románico en el mundo occidental.
Se
hallan situadas las iglesias cristianas actualmente conocidas y
generalmente restauradas con acierto y buen gusto, en regiones
apartadas de las grandes aglomeraciones o de las vías importantes de
comunicación. Defendidas por sierras imponentes, aisladas, poseen un
carácter rústico, habiéndose construido para las necesidades de
monasterios rupestres o para poblaciones de labradores. No ocurre lo
mismo con dos testigos de la rama iconoclasta de la escuela
ibero-andaluza: El templo primitivo de la Mezquita de Córdoba y San
Miguel de la Escalada, cerca de león, entonces la capital de la España
cristiana. Destacan sobre los otros monumentos que conocemos, no sólo
por la severidad de su decoración, sino por la riqueza de los
materiales empleados. El mármol de las columnas domina la piedra.
Rica es su ornamentación. Han sido construidas estas iglesias por
arquitectos de gran información. Las demás son pobres, de una gran
simplicidad, en donde la talla de La piedra conserva la tradición
local.
Existe
de este modo entre estas dos clases de monumentos, los ciudadanos y
los rústicos, un contraste que debe superar el historiador; pues, en
el estado actual de los conocimientos las iglesias que pertenecían
por los materiales empleados o por su ornamentación al arte noble no
se han conservado. Sabemos de su existencia por los textos antiguos.
Pero, como se hallaban en las grandes ciudades o en sus proximidades,
han sido destruidas en el curso de las guerras civiles del siglo VIII
o en los siglos posteriores. Sus ruinas fueron abandonadas o
transformadas. la incuria y la falta de respeto por los testigos de
los tiempos pasados han borrado a veces hasta su recuerdo. De suerte
que para establecer un lazo visual entre la riqueza que se manifiesta
con exuberancia en las partes más antiguas de la Mezquita de Córdoba
y las iglesias de la época goda desaparecidas, como Santa Eulalia de
Mérida, hay que ir a Ravena. Al ver las grandes obras maestras allí
por milagro conservadas, se llega a entender en nuestros días las
relaciones que anudan las diversas ampliaciones de la mezquita
cordobesa con el arte ibero-andaluz. Se puede también, por otra
parte, medir las aportaciones que ha recibido de la tradición helenística
y bizantina; en una palabra, las verdaderas proporciones de su pasada
grandeza.
La
pintura
Sabemos
por los textos antiguos que las iglesias hoy día desaparecidas,
pertenecientes al arte noble, como Santa leocadia en Toledo, poseían
ricos mosaicos. Nos ha dado Prudencio una descripción de este
monumento. Sólo nos han alcanzado los de Centcelles, los cuales a
pesar del estado deplorable en que se encuentran han sido calificados
por los especialistas de tan bellos como los de Ravena359.
¿Pertenecerían a la misma escuela o al mismo taller? Nos afirman,
por otra parte, los textos que la decoración de las iglesias no sólo
estaba hecha con mosaicos, sino también con pinturas que decoraban
sus muros. Esto no puede ponerse en duda. Prisciliano en su Liber
de fide et Apracrifis, nos advierte que en su tiempo se dedicaban
ya artistas a este oficio. Prudencio ha escrito poemas para ser
colocados en los frescos y explicar a los fieles su sentido bíblico360.
San Isidoro nos asegura que su empleo era frecuente en el siglo VII361.
El diácono Pablo en su opúsculo De
vita et miraculis Patrum Emeritensium nos dice que existían en el
baptisterio de la catedral de Mérida
«pinturas
sacras que hacían referencia al misterio de la renovación, como San
Juan Bautista bautizando al Redentor, San Pedro a Cornelio, etc.362
Se mantuvo esta pictórica tradición en los lugares- rústicos en
donde supo mejor resistir las oleadas iconoclastas. Así se explica su
tardía manifestación en la maravillosa ermita de San Baudilio (siglo
XI o XII); pues por el hecho de su aislamiento se ha conservado en sus
paredes una ornamentación zoomorfa que por su ingenuidad parece
pertenecer a la misma filogenia que las iglesias rurales del arte
ibero-andaluz. (Ver apéndice III)
Salvo
este testigo, rústico y tardío, nos es desconocida la pintura mural
del arte ibero-andaluz. Probablemente estaría emparentada con los
frescos romanos y bizantinos de la época, según se puede apreciar en
los restos conservados de la iglesia de Santullano de Oviedo (siglo
IX). Es difícil sentar una opinión dada la gran escasez de
documentación. No ocurre lo mismo con los códices. Poseen un estilo
tan particular que los distingue inmediatamente el inexperto. Se les
reconoce por su escritura visigótica, sus arcos de herradura que
encuadran el principio de los capítulos, por su decoración geométrica
en los unos, en contraste con la abundancia de personajes en los
otros, según la tendencia iconoclasta o iconófila en el momento de
su decoración. Muchos de ellos son notables por sus temas zoológicos.
La gran mayoría ilustran los Comentarios
de Beato, cuyos temas apocalípticos favorecen la reproducción de
un bestiario fantástico. En nuestro entender, entronca este arte de
la miniatura con una tradición de escuela que remonta hasta los
iberos, cuyos múltiples dibujos zoomorfos en sus cerámicas son ya
característicos. El aprecio de los hispanos por estos motivos
vivientes o imaginarios no puede ponerse en duda. Los dibujos
esquematizados, los escorzos, las pinturas rupestres, paleolíticas o
neolíticas, lo demuestran con evidencia. Alcanzó este afán en el
VII una exuberancia que se manifiesta en las esculturas que se han
conservado. Confirma también su estilo una factura que debe de
pertenecer a un fondo tradicional.
La
escultura
Se
conocen mal las esculturas que se hicieron en España antes del siglo
VII. Tan sólo permiten los bajorrelieves de Quintanilla y los
capiteles de San Pedro de la Nave establecer relaciones entre estas
manifestaciones artísticas y la escuela íbero-andaluza. Dominan en
ellos los elementos zoológicos sobre los vegetales, por lo menos en
estos monumentos. Ya no ocurrirá lo mismo más tarde cuando se
imponga la influencia musulmana. Volverá entonces la ornamentación
floral, alegrada con diminutos pajaritos, tan delicada y elegante en
los paneles de mármol de Medina Azahara como en las miniaturas persas
de la misma época (siglo X). Con la contrarreforma almoravide los
almocárabes, los arabescos más o menos enrevesados y la seca geometría
lineal substituirán a las flores y a veces a las gacelas en ellas
perdidas. En el campo opuesto Cluny en el XII modificará también la
ornamentación de los capiteles románicos demasiado influidos por las
extravagancias del IX. Ocuparán los temas bíblicos el lugar de los
monstruos apocalípticos, retornando a la tradición ya apuntada en
San Pedro de la Nave.
Posee
pues la escuela ibero-andaluza una fauna particular, empleada como
elemento de decoración que invade en el XI el dominio pirenaico para
vivir y bullir con exuberancia en los paneles, los pórticos y los
capiteles del arte románico. Si se apartan ciertas especies zoológicas
que pertenecen al arte cristiano primitivo, debe reconocerse como hispánica
esta fauna ibero-andaluza.
Es verdad que algunos de estos animales tienen un origen oriental,
como el grifo fabuloso, o africano. Componen, sin embargo, con las
especies peninsulares una de las bases de un estilo propio, cuya
tradición debe de remontarse a tiempos muy lejanos. Estimamos que es
característica de la primera época del arte andaluz. En las
circunstancias actuales, en razón de las investigaciones emprendidas,
de los descubrimientos y del escaso material conservado, es difícil
seguir en el pasado la sucesión continua de la representación de
estos elementos diversos. No obstante los datos que se pueden
establecer son suficientes para dibujar el desarrollo de una curva.
Nos encontramos indudablemente en presencia de una proceso evolutivo.
Es posible que hayan sido los cartagineses los que trajeron a España
el modelo del grifo; pues no hay que olvidar que la acción de estos
semitas ha sido muy importante y que se ha impuesto en gran parte de
la península por cinco siglos, en una época en que África del Norte
poseía con otro clima riquezas y cultura. El encalado posterior de la
civilización romana ha ciertamente encubierto las aportaciones de
todo género ofrecidas por estas gentes a las poblaciones del sur de
España. Es acaso la representación del grifo uno de los raros
testigos de esta cultura que ha llegado hasta nosotros. Es difícil
apreciar si las bestias monstruosas representadas en las cerámicas de
Numancia pertenecen a esta filogenia. No cabe duda por otra parte que
la imagen del grifo se ha mantenido incrustada en la imaginación
popular de esta región. Una estela romana de la antigua y vecina
ciudad de Lara lleva esta representación, sin duda simbólica363.
No tenían duda las gentes cultas acerca de su existencia física.
Siguiendo a los autores antiguos hace Isidoro de Sevilla una descripción
minuciosa del mismo en sus Etimologías.
Está dibujado con profusión en los manuscritos ibero-andaluces.
Ha sido esculpido muchas veces en las puertas de las iglesias románicas,
en Estella, en Sangüesa...
Se
hallan en las manifestaciones de la escuela ibero-andaluza
representaciones de especies cuyo origen es africano. Debieron llegar
a la península sea por mediación de los mismos cartagineses, sea por
intercambios que han existido en todo tiempo entre África y el sur de
España364.
Las más importantes han sido la del avestruz y la del elefante enano.
Fácil es reconocer por sus pezuñas poderosas y .su largo plumaje la
imagen de este rápido y gran volátil en los bajorrelieves de
Quintanilla. La presencia del elefante enano,
cincelado en los marfiles andaluces de Medina Azahara, sobre todo
en los de la magnífica arqueta de Pamplona, suscita un
problema de orden naturalista cuyos datos exponemos en el apéndice
IV. Ninguna relación tiene con Oriente, como lo han creído ciertos
historiadores del arte que veían en estas formas una influencia
iraniana o hindú. No puede dudarse hoy día de su origen africano.
Han conocido también los hispanos de la Alta Edad Media la imagen del
camello, del cual aparece un ejemplar de grandes proporciones en un
lienzo de San Baudilio.
Han
sido frecuentemente representados desde los tiempos numantinos temas
zoológicos autóctonos que pertenecen a la fauna hispánica. Por de
pronto pájaros que ocupan un lugar importante en la evolución del
arte ibero-andaluz. Guarda el Museo de Soria un plato en cuyo centro
aparece una perdiz magnífica y un alcaraz que tiene la forma de una
lechuza; modelos que han sido imitados por el arte llamado moderno sin
alcanzar la gracia y la ingenuidad de los originales. Toda clase de
aves están esculpidas en Quintanilla y en San Pedro de la Nave. No
debían de ser las únicas en su tiempo, pues están reproducidos los
mismos tenias en las miniaturas de los manuscritos del siglo IX y X,
como en la Biblia de San Isidoro de León. Se reconocen perdices,
faisanes, gruesas gallináceas, águilas... Decora esta ave de presa
los cofres y los píxides en marfil del taller de Azhara y los
capiteles románicos. Luce con majestad en la arqueta de Pamplona y en
la Magdalena de Zamora.
Sujeto
mimado del arte ibero-andaluz ha sido el toro. Tallado de modo tosco
con dimensiones parecidas a las naturales, ha sido repetido por
millares de ejemplares. Ocupan un lugar importante en el paisaje de
las altas planicies castellanas. Han sido conservados en gran número
hasta nuestros días. Aparece en las monedas ibéricas y romanas. Ha
sido cincelado sobre estelas rústicas y con soberbia surge en los
medallones de Quintanilla. Le acompaña a veces el verraco o jabalí.
Mas era la liebre la que reproducían con mil amores los imagineros
hispanos. De tal suerte que se puede seguir la evolución de su
representación desde Numancia y los marfiles cordobeses hasta
nuestros días en que decora fielmente y con posturas parecidas a las
antiguas la verde cerámica de Puente del Arzobispo.
Se
puede concluir con la siguiente observación: Existe una solución de
continuidad en la evolución de la primera parte del arte andaluz; es
decir, desde el siglo V en que adquiere rasgos definitivos hasta la
mitad del siglo IX en el sur de España y basta fines del X en el
norte. Logrará apreciar el historiador este proceso insensible,
cuando mentalmente haya rellenado los huecos existentes en los
testimonios arqueológicos, entre los que gozan de un carácter noble
y las pequeñas iglesias rústicas. Se encontrará entonces en
condiciones para establecer las relaciones que enlazan monumentos
desaparecidos, similares a los de Ravena, como Santa Eulalia de Mérida
y el templo primitivo de Córdoba, que poseen todos el mismo estilo y
suntuosidad, con los diversos monumentos religiosos desparramados por
las campiñas. Pues un mismo espíritu, una misma llamarada han
inspirado a los artistas que han creado estas obras a primera vista
dispares, mas unidas por los mismos principios artísticos y arquitectónicos.
Es en el siglo IX cuando por causas extrañas al ambiente peninsular
se acelera la evolución del arte andaluz, con lo cual se transforma
la escuela ibero-andaluza en arábigo-andaluza. No se ha realizado
esta modificación de un modo brusco; ha requerido la acción y el
transcurso de varios siglos. Era la consecuencia del impacto causado
en la sociedad por la crisis revolucionaria del siglo VIII. Desde este
momento el movimiento iconoclasta que abrasaba Constantinopla se
identifica más y más con la idea unitaria que se ha impuesto en los
campos de batalla. Los principios figurativos que eran empleados por
los trinitarios fueron rechazados por las doctrinas dominantes; pero
consiguieron mantenerse en el norte de España, feudo de los
cristianos, de modo más o menos inconsciente, desde donde resurgirían
con esplendor en el arte románico.
El
movimiento iconoclasta
Goza
la iconoclastia de larga tradición en España. Se emparenta con la
primitiva propagación del judaísmo. Como lo hemos expuesto
anteriormente, la influencia judía en el país ha debido de ser muy
grande en los primeros siglos de la era cristiana. Era ésta
iconoclasta.
«No
harás ninguna imagen esculpida, nada que se parezca a lo que está
arriba en ¡os cielos o en la tierra aquí abajo, o en las aguas
debajo de la tierra» (Exodo
XX, 1, 8). Explican esta influencia y esta enseñanza la iconoclastia
del Concilio de Elvira: «Decidimos
que en ¡as iglesias no debe haber pinturas, para que aquello que se
adora y reverencia no sea retratado en las paredes» (canon
XXXVI). Obsesos los obispos por la competición y
rivalidad que les enfrentaban con los judíos, han aceptado el
mandato bíblico, o bien para restar armas a la idolatría, o bien
porque impresionados por la autoridad del texto sagrado no se atrevían
a contradecirlo. En cualquier caso el impacto iconoclasta ha
intervenido en la evolución del arte andaluz, cristiano o musulmán;
lo que ha desconcertado muchas veces a los historiadores que no habían
establecido con anterioridad la divergencia de las ideas que iba a
dividir a la sociedad hispana.
Se requería poseer el hilo de Ariadna para orientarse en este
laberinto de conceptos contradictorios. Se manifestaban en los
dominios del arte con tal exuberancia de formas diferentes que han
desconcertado a todos los historiadores. «Ninguna
repetición de formas, observa Torres Balbás en un estudio sobre
la arquitectura en tiempos de los reyes godos,
sino
una gran riqueza de soluciones»365.
Pues existe un hervidero creador que precede a la aparición de
una nueva civilización. En este crisol compuso el movimiento
iconoclasta con el gnóstico un fondo sobre el cual destacarían las
acciones dominantes y recesivas, propias de las dos ideas-fuerza que
iban a dividir a los españoles en el curso de la Edad Media.
Partidarios de una iconografía sacra se manifestaron los trinitarios,
los unitarios defendían la íconoclastia. Pero esta división, tajada
en ángulos rectos y perfectamente definidos, sólo aparecerá con términos
definitivos a fines del siglo XI. De aquí en adelante emprendieron su
acción en el norte los monjes de Cluny y, en el sur, se impuso la
reacción almoravide. En los siglos anteriores no estaban determinadas
las posiciones de modo tan rígido. Se expandía una alegre confusión
en los espíritus. El hecho cuajó insensiblemente. Poco a poco, con
el curso de los, años, lograron ambos polos atraer a su campo los
conceptos secundarios y por fin resolver el problema de las
representaciones artísticas.
Hasta
el siglo ViII no parece que los principios figurativos o iconoclastas
pudieran ser identificados con una secta o una religión entonces
imperante, salvo el judaísmo. Como había el Concilio de Elvira
prohibido la representación de imágenes en las iglesias, se podría
suponer que hubiera impuesto la iconoclastia en el ambiente cristiano.
Se conserva la documentación requerida para saber que fue
desobedecida esta orden en los mismos años posteriores a la celebración
del concilio, muestra de la desorientación de las ideas en aquellos
tiempos... En numerosas iglesias —las más célebres— fueron
revestidos sus lienzos con frescos o mosaicos que representaban temas
bíblicos. La decisión de los obispos de Elvira había aumentado la
confusión ya existente en los espíritus. Por otra parte, por mucho
tiempo fueron partidarios los unitarios de la representación
figurativa en el arte. Así ocurría en Oriente en donde, según Bréhier,
<las mismas sectas heréticas,
maniqueas, arrianas, jacobitas, admitían la iconografía sacra»366.
Tenemos de este aserto la confirmación en Quintanilla que representa
el punto de vista gnóstico. Sucedía lo mismo con los arrianos. La
existencia de iglesias arrianas en España al final del siglo VI es
indiscutible. El III Concilio de Toledo las menciona en su canoa
noveno: «Se establece que las
iglesias que fueron antes arrianas y ahora son católicas pertenezcan
con sus cosas al obispo a quien corresponde el territorio diocesano en
el cual se hallan edificadas». ¿Cuáles eran sus caracteres artísticos?
No tenemos medios que nos permitan determinarlos. En Ravena los
monumentos arrianos de la misma época están adornados con figuras.
Se distinguen de los católicos por detalles insignificantes. Debía
de ocurrir lo mismo en España, en que estas construcciones,
edificadas, pagadas o subvencionadas por el monarca y la aristocracia
goda, poseían un carácter suntuario lo mismo que en la ciudad del
Adriático. En estas condiciones es de suponer que no debían de
existir grandes diferencias artísticas entre los dos tipos de
iglesias, pues la transición del culto se llevó a cabo con toda
simplicidad. Mas, con la proximidad del siglo VIII, con la subversión
de las ideas dominantes en gran parte de las naciones mediterráneas,
la discusión iconoclasta de nuevo fue planteada. Dividió el cisma a
los cristianos.
No
solamente partió en dos la crisis revolucionaria, en unitarios y en
trinitarios, a las masas de las regiones afectadas. Tan grande fue la
conmoción en los espíritus que el revuelo iconoclasta fraccionó a
los mismos trinitarios en dos bandos enfrentados, como ocurrió en
Constantinopla en donde se hicieron una guerra despiadada. No podía
sustraerse España a tan magno terremoto. Habiendo fracasado el Estado
teocrático ortodoxo, no pudo imponer Toledo un principio uniforme
para toda la nación, como al fin logró hacerlo el basileus.
Por esto se dibuja en los siglos anteriores a la guerra civil una
gran divergencia. Los partidarios del unitarismo en fechas anteriores
a la abjuración de Recaredo son ya partidarios de la iconoclastia,
cuando los trinitarios ortodoxos adornan sus iglesias con figuras
sacras. De aquí el contraste tan notable entre el templo primitivo de
Córdoba y San Pedro de la Nave.
Con
la victoria de los unitarios se debilita la savia creadora en los
cristianos, mientras que en el sur de la península empieza a
transformarse el arte íbero-andaluz.
Quedan
reducidos al silencio los partidarios de la iconografía en el norte
de España. Nada parecido a Quintanilla o a San Pedro de la Nave se
encuentra en los monumentos que se han conservado del IX o del X, en
que las esculturas componen el complemento de la misma función del
templo, fuera ortodoxo o heterodoxo. Existe una excepción, un lienzo
torpemente labrado, acaso de reempleo, con siluetas de personajes, que
se halla en San Cebrián de Mazote, basílica fechada a principios del
siglo X. En violento contraste con los monumentos cristianos
anteriores, los de este siglo son iconoclastas. Los maestros de obra y
sus artistas no han sabido oponerse a la oleada llegada del sur
unitario que arrebata a la península entera.
Con
sencillez reproduce la escuela ibero-andaluza entre los cristianos del
norte, acaso con algunas novedades de alcance menor, los modelos
anteriores a la guerra civil. Construyen modestas obras maestras de
limitadas proporciones que nos emocionan por su gusto exquisito, como
en Santiago de Peñalba que mantiene aún con pureza suma la tradición
de la piedra tallada, o como en San Miguel de la Escalada que
reproduce técnicas y concepciones cordobesas, pero que pertenecen a
las esencias del arte andaluz. Sin embargo, no debe uno ilusionarse.
Con su gracia y su encanto estas obras son meras repeticiones. La
savia creadora se ha agotado. La escuela ibero-andaluza en su ramal
perdido por las provincias norteñas no adelanta. Está condenada.
Pero conserva oculta en el inconsciente colectivo la tradición de las
técnicas anteriores: la construcción de bóvedas y de cúpulas, el
labrado de la piedra, ciertos principios de edificación, la escultura
de bajorrelieves y de capiteles, o de adornos vegetales y zoológicos,
o de temas bíblicos, las sutilezas del pintar al fresco... Nada
sabemos de estas manifestaciones en fechas tan tardías; pero, cuando
surgió un nuevo renacer en el dominio pirenaico, quedaban aún en
aquellos lugares maestros idóneos que aportaron sus conocimientos técnicos
a la formación de un nuevo estilo. La escuela ibero-andaluza renacería
en metamorfosis distinta a la del sur, en el arte románico pirenaico.
Si
se establece la curva evolutiva del arte andaluz, aparece que en el
siglo VIII se desprende un ramal
del movimiento iconoclasta que irrumpe en el norte cristiano. Acabará
en un callejón sin salida. De modo opuesto los vencedores unitarios
dirigen la acción de la escuela ibero-andaluza hacia nuevas
creaciones. Era incapaz el arte de los cristianos nórdicos de
discurrir nuevas formas. En los musulmanes del sur una gran
efervescencia iba a producir una masa de conceptos originales en todos
los órdenes del pensamiento. Una civilización desconocida estaba en
trance de florecer.
ESCUELA
ARÁBIGO-ANDALUZA
Para
comprender la evolución del arte andaluz es preciso poseer la clave
que determina la transición entre sus dos escuelas: el papel desempeñado
por la Mezquita de Córdoba cuyo templo primitivo se transforma en
casa de oración para los musulmanes. Era difícil que los eruditos
pudieran distinguir y apreciar esta transformación. Como se había
creído que este templo había sido concebido y construido de arriba
abajo por los árabes, se erguía solitario como el solo monumento
suntuoso existente en su tiempo. El hecho no era extrañó, pues era
el fruto de la invasión, su genio y estructura exóticos. En la
ignorancia de estos tiempos oscuros, en lugar de apuntar su parentesco
con las iglesias cristianas anteriores al siglo VIII, sobre todo con
San Vitale de Ravena, se le había afiliado sin saberse cómo ni por
qué con un Oriente lejano
y fabuloso. Por otra parte, no sólo desconocían los historiadores la
supuesta filogenia de este monumento en Asia en donde nada parecido
existía por aquellas fechas, sino que ignoraban también, por lo
menos de visu, las obras
maestras de la escuela ibero-andaluza. Ayunos en cuanto a su
importancia y calidad habían sido incapaces de sugerir a los
especialistas ningún horizonte nuevo. Acumulaban éstos pacientemente
materiales por ellos descubiertos sin darse cuenta de que las
deducciones que se inferían de sus trabajos no se ajustaban con las
enseñanzas de la historia clásica. Por otra parte la iconoclastia
del templo primitivo de Córdoba y la extraña disposición de sus
columnas habían acabado por desconcertarles.
En
verdad habían observado Gómez Moreno y los especialistas contemporáneos
que la gran mayoría de las basílicas cristianas de la Alta Edad
Media española pertenecían a una concepción iconoclasta del arte.
No era el único el templo de Córdoba en poseer este carácter. En
realidad, algunas de estas iglesias que nos parecen hoy día
iconoclastas en su tiempo no lo eran. Las pinturas o los mosaicos que
revestían sus paredes en algunos casos habían sido arrancados o
destruidos por la pasión, como ocurrió en tiempos de la Reforma con
muchos monumentos góticos. Sin embargo, un testigo importante
confirmaba la importancia de la oleada iconoclasta entre los
cristianos: San Miguel de la Escalada. No solamente destacaba este
aliento de modo impresionante, con la desnudez de sus columnas y la
decoración geométrica de sus lienzos esculpidos, sino también por sus
orígenes cordobeses. Construido a principios del siglo X, antes
de la tercera ampliación de la Mezquita de Córdoba que sitúa la
escuela arábigo-andaluza en sus líneas ya clásicas, constituía en
el norte de España un modelo que permitiría nuevas concepciones. Se
desenvolvieron éstas en otros lugares, porque desde entonces en
adelante fue atraído el norte de la península al radio de acción de
la nueva cultura cristiana. Mas esta acción posterior no implica la
existencia indubitable del testigo y el hecho de su representación.
No se trata de un puesto de
vanguardia situado en la frontera, casi en tierras del enemigo. Ha
sido edificado San Miguel en la capital de un reino cristiano y en
condiciones que demuestran la existencia de un criterio artístico
imperante en la mayor parte del territorio hispánico. Nos parece
también único este monumento en nuestros días, así como el templo
cordobés. Mas en su tiempo era similar a numerosos monasterios y
mezquitas diseminados por todo el país. Su soledad y la extrañeza
que producen al visitante sólo se deben a la desaparición de sus
hermanos, fueran trinitarios o unitarios; y al posterior
desenvolvimiento del arte cristiano por otros derroteros367.
En
la confusión de ideas que acompaña siempre a los años
revolucionarios, se dividía efectivamente la escuela ibero-andaluza
en dos ramas, según que aceptasen o no los creadores de sus obras de
arte la representación de seres vivientes en lo sacro o en lo
profano; pero estas divergencias eran secundarias, no implicaban
escisión alguna en la evolución de un estilo que para todos era el
mismo. Seguiría su proceso el arte andaluz con la escuela arábigo-andaluza,
la misma ejecución se impondría en las tres sociedades religiosas
que entonces vivían en España, sometidas a su radio de acción. Por
esta razón, Santa María, la blanca sinagoga del Toledo del siglo
XIII, lo mismo hubiera podido ser concebida y construida en sus líneas
generales para iglesia cristiana como para mezquita, como lo ha
observado Elie Lambert. Eran empleados para construir estas tres
clases de monumentos religiosos los mismos arquitectos, artistas y
obreros. Las poblaciones de creencias distintas estaban sometidas a
las mismas líneas de fuerza; diríamos hoy día a la misma moda. En
resumidas cuentas, San Miguel de la Escalada pertenecía a la misma
filogenia que San Juan de Baños; lo que les diferenciaba era el paso
de tres siglos, en los cuales habían sucedido muchas cosas y habían
insensiblemente evolucionado las ideas estéticas y el gusto de las
gentes. Desde nuestra actual perspectiva, es decir, por el hecho de
nuestro conocimiento de la historia —escollo que puede entorpecer
grandemente la comprensión de una época es el saber de un futuro que
ignoraban los actores del drama— se advierte la existencia de dos
criterios en la mente de los constructores de San Pedro de la Nave
(siglo VII) y de San Miguel de la Escalada (siglo X). Coinciden con
dos concepciones del arte que determinarán la estética de dos
civilizaciones opuestas. Pero, si nos metemos en el espíritu y en la
carne de estos arquitectos, maestros de obra, tallistas y artistas que
los han edificado, se aprecia inmediatamente el impacto de la crisis
revolucionaria. En el hervor
del trabajo aportaba cada cual su concurso según su leal saber y
entender, sin preocuparse ni del vecino, ni del porvenir. Mas
apreciaba el historiador su acción en el devenir de la vida. Entonces
asomaba maliciosamente la sonrisa a sus labios; pues por ironía del
complejo de la existencia San Pedro de la Nave, la fuente acaso la más
importante del futuro arte románico, había sido levantado en un
lugar que por mucho tiempo estaría dominado por el Islam, mientras
que San Miguel de la Escalada, que apunta ya la escuela arábigo-andaluza,
ha sido construido en la vecindad de la capital de la España
cristiana.
En
su ingenuidad sublime nos maravilla San Pedro de la Nave con sus
capiteles, tanto más que descubre en ellos el visitante las
perspectivas futuras del arte románico. San Miguel para el no
advertido es motivo de extrañeza. Si no se sitúa esta basílica en
un punto de transición entre las dos escuelas del arte andaluz,
condure su presencia en la historia del arte a un callejón sin
salida; asimismo la capilla de San Fernando, joya del estilo llamado
mudéjar en la Mezquita de Córdoba. Mas resulta algo deficiente esta
comparación. Pues en el XIV se encontraba del todo agotada la escuela
arábigo-andaluza, mientras que en el X gozaba con la juventud de su
mayor vitalidad. Se desprende una enseñanza de este nuestro paralelo:
Contrariamente a los manuales de historia, no se hallaba en el siglo X
España dividida desde un punto de vista intelectual, y por tanto artístico,
en dos campos irreductibles. La frontera física que separaba a los árabes,
léase los musulmanes, de los cristianos era una abstracción
concebida en los tiempos modernos. los trinitarios y los partidarios
del unitarismo, los iconoclastas y los imagineros no han podido en su
tiempo identificarse con un estilo particular que les hubiera
permitido edificar los templos de su fe. Confirmaba así la historia
del arte —y no podía ser de otra manera— la evolución de las
ideas que hemos anteriormente analizado.
Desde
el siglo X prosigue su evolución el arte andaluz por obra de la
escuela arábigo-andaluza que se afianza con la tercera ampliación de
la Mezquita de Córdoba (961.966). Conserva los caracteres artísticos
y arquitectónicos anteriormente adquiridos, aunque son abandonados
algunos elementos en provecho de otros que se ponen de moda. Así, el
arco de medio punto y lobulado rivaliza con el de herradura. Algunas
reminiscencias de la tradición que pertenecen a la cultura romana,
reaparecen para gran admiración del arqueólogo. Se manifiesta así,
tras una influencia oriental en ciertos motivos decorativos, la
estructura de obras similares construidas, por ejemplo, por los
emperadores romanos en los palacios de la Alhambra (Gómez Moreno).
Ocurre lo mismo con el patio andaluz, el atrium
adaptado a nuevas necesidades. En realidad, se renueva el arte
andaluz más por el contacto con ideas intelectuales y religiosas
extrañas a la península, que por conceptos propiamente artísticos.
Se reducen éstos a la edificación de cúpulas nervadas —si en
verdad son oriundas de Oriente—, a las decoraciones en forma de
estalactitas y a ciertas artes industriales. Mas estas aportaciones
diversas no han sumergido la península en brutal alud. Se escalonan a
lo largo de numerosos siglos. Con facilidad puede reconocer el
historiador las fechas de sus apariciones
sucesivas.
En
855, con la segunda ampliación de la Mezquita de Córdoba, empieza la
escuela arábigo-andaluza a adquirir formas definidas. Se transforma
el templo en mezquita, como lo estudiaremos en el capítulo próximo.
Es esta obra el fruto de recientes emociones religiosas alentadas por
nuevos conceptos llegados de Oriente. Se establece así un clima que
facilitará la creación de líneas artísticas y arquitectónicas
particulares. Ahora bien, a principios del siglo IX no aporta el
Oriente asiático nada de original. No puede ser de otra manera ya
que por estas fechas «el
arte musulmán no ha completamente alcanzado su personalidad. Puede
simular una florescencia tardía del genio de los pueblos vencidos...
Crecido al contacto con dos mundos, el mediterráneo y el asiático,
le ha revelado el primero el arte helenístico y el segundo el arte
iraniano» (Georges Marçais) -
La
cabalgada de Alejandro por Asia Occidental había permitido la lenta
fusión de elementos pertenecientes a estos dos mundos de formas y de
concepciones artísticas; mas necesitarán un tiempo considerable para
florecer en una unidad creadora: el arte musulmán. Influirá
ciertamente en el arte hispánico por imposición de rígidos
conceptos religiosos, pero se aprecia su impacto a partir del XII con
el Imperio Almohade. En el tiempo objeto de este estudio no había
logrado esta personalidad rasgos definitivos. Por el contrario, había
acabado el arte bizantino el ciclo de su evolución empezado con la
tradición helenística. Los grandes monumentos del siglo de
Justiniano habían perfeccionado este proceso; Santa Sofía,
convertida en el modelo por todos imitados. Por esto no era en España
el arte bizantino ninguna novedad
en estos años de transición que ahora nos interesan. No puede la política
desviar el curso de las ideas. Abd al Ramán III había modificado la
política de su antecesor del mismo apellido, acercándose a
Constantinopla en detrimento de Bagdad; lo que le permitió el
concurso de artistas bizantinos en la decoración de las obras de la
Mezquita de Córdoba que se emprendieron en el siglo. Nada más. No
significaba esto ninguna revolución en los dominios del arte. Los
mismos principios, extranjeros y autóctonos, cuya simbiosis remontaba
por lo menos al siglo IV, proseguían su desarrollo y evolución en un
ambiente tradicional.
Observemos,
por ejemplo, la decoración de los objetos de marfil. Se conservan en
los museos unos treinta ejemplares que pertenecen al siglo X. Todos
los motivos cincelados están constituidos por animales autóctonos o
africanos, salvo acaso las gacelas. Eran conocidos ya de la escuela
ibero-andaluza. Se puede decir otro tanto de los mosaicos. Los del
mirhab de la mezquita cordobesa, que han sido construidos por artífices
bizantinos, extrañan al visitante mal informado equivocado por el
prejuicio. Si se aparta su fondo áureo, fruto acaso de una nueva técnica,
no eran para los hispanos nada sorprendentes. Los mosaicos romanos,
muchos de ellos notables, están diseminados por toda la península.
En tiempos de los reyes godos se empleaban para la decoración
suntuosa de las iglesias y de los palacios. Como ignoramos por
ausencia de una adecuada documentación la de los monumentos
cristianos en Andalucía nos enseñan los de Córdoba con qué
simplicidad se combinaba su factura en perfecta unidad con las obras
maestras de aquel tiempo, cualquiera que fuera su ideología.
La
contrarreforma del siglo XI se distingue cierto por concepciones
propias, pero sus raíces remontaban a tiempos muy anteriores. Se
acentuaba la iconoclastia, pero las formas que substituían a los
modelos figurativos habían sido ya empleadas en los años de la
revolución del VIII. Los almocárabes y los dibujos geométricos
ocupan el lugar de las flores y de los pajaritos. Se emplea menos el mármol.
El yeso cincelado o modelado resulta más ventajoso por la mayor
facilidad de su laboreo y por su menor coste. Los dueños de los
palacios de la Alhambra no tenían ni el poder, ni la riqueza del
constructor de Medina Azahara. Por la misma razón se emplea el
ladrillo en lugar de la piedra tallada. Están ornamentados los
minaretes con adornos en barro cocido formando atauriques en relieve.
Se empieza a construir cúpulas nervadas. Les dan ciertos autores un
origen iraniano; pero las de Córdoba y de Toledo cuya fecha del X es
indiscutible, son más antiguas que las orientales que hoy día se
conocen. Es posible que tengan las hispanas y las iranianas un
antepasado común bizantino, cuyos testimonios hubieran desaparecido.
Con el siglo XIII aparecen las estalactitas, directamente emparentadas
con el Irán. Ocupan un lugar importante en los palacios granadinos
que pertenecen al siglo XIV. De todo ello se desprende una conclusión:
Como ya había ocurrido con la escuela ibero-andaluza, la arábigo-andaluza
se ha desarrollado del IX al XV siguiendo un
mismo proceso de evolución; es decir, con un mismo desarrollo de
continuidad, sin hiatus, ni ruptura alguna. Los rasgos principales que
la caracterizan son:
La
iconoclastia
No
se conocen pinturas. Con la segunda ampliación de la Mezquita de Córdoba
se inicia una reacción en contra de la feroz intransigencia que
impuso la revolución del VIII. Puede comparar el visitante su
ornamentación floral con la estricta sobriedad del templo primitivo.
Se acentuará este liberalismo en las formas a lo largo del siglo X.
Los bajorrelieves y el marfil reproducirán los motivos de la escuela
ibero-andaluza. Basta con cotejar los temas de la arqueta de Pamplona
con sus modelos vegetales y zoológicos de Quintanilla. Aparecerán el
califa y sus íntimos
cortesanos descansando en el jardín, oyendo a sus músicos y
bebiendo, cazando con el halcón en el puño o montados en pie de
guerra para el combate. Con la contrarreforma se vuelve intransigente
la imposición iconoclasta. No se conocen desde entonces
representaciones sacras. De aquí en adelante se prohibirán las
representaciones humanas y de animales. Se substituirán los temas
vegetales por almocárabes abstractos. Se prolongará esta prohibición
hasta el siglo XIV en que los reyes de Granada en algo se emanciparán
de esta tutela reaccionaria. Se acordarán los artistas de las glorias
del califato. Los toscos leones de la Alhambra en su reempleo muestran
que a pesar de todo se mantenía velada una tradición368.
La
arquitectura
Se
distingue la escuela arábigo-andaluza por ciertos principios en la
construcción que no se encuentran en los monumentos anteriores. Se
trata de la cúpula nervada y del empleo del arco lobulado. No
des-plaza en un principio al arco de herradura, como lo hace el de
medio punto por los mismos años en el románico pirenaico. Le hace
competencia sin otras pretensiones. Puede observarlo el visitante en
la tercera ampliación de la Mezquita de Córdoba. Alcanza entonces el
arco de herradura su mayor exuberancia. Se vuelve barroco. Se le
tuerce en curva exageradamente acentuada; se le adorna con festones;
se le despedaza en lóbulos varios; se le quiebra en lo más
alto; se le reviste con cerámicas de vivos colores. Lo mismo se
modula el arco lobulado que adquiere entonces formas inverosímiles:
arco festonado, arco polilobulado, arco estalactítico. Para fines del
XII ya casi no se emplea el arco de herradura. Ha pasado de moda.
La
decoración
Posee
la escuela arábigo-andaluza una decoración propia compuesta en
particular por una epigrafía, una flora y unos almocárabes genuinos.
En las primeras ampliaciones de la Mezquita de Córdoba, inscripciones
en escritura cúfica, compuestas por letras majestuosas y bellísimas,
aparecen en las paredes reproduciendo versos del Coran. Se han fundido
de tal suerte en el ambiente general que sobrias o floridas,
constituyen uno de los principios ornamentales de la segunda época
del arte andaluz. Se deslizará en el gótico y de la piedra tallada
pasará a los tapices hispanos y del Renacimiento en que el latín o
el castellano suplantarán al árabe. Lo mismo ocurre con el alfiz,
encuadrando arcos que sufrirán su propio proceso de evolución.
Simple en un principio se complicará más tarde con formas barrocas
para luego ser también imitado por el arte cristiano. Se encuentran
en Córdoba, en la Mezquita y en Medina Azahara, lienzos de mármol
deliciosamente esculpidos con una flora delicada por donde trepan
pajarillos, temas directamente inspirados en miniaturas persas. Mas
con la Contrarreforma zahariana desaparece esta decoración
encantadora. La seca geometría de los almocárabes adquirirá con el
tiempo formas más enrevesadas sin por ello ser más bellas.
Permite
este breve bosquejo de las manifestaciones artísticas de la Edad
Media en la mayor parte de la península una deducción de capital
importancia: Poseen los monumentos que no pertenecen al románico un
conjunto de caracteres, artísticos y arquitectónicos, que componen
un estilo propio determinado por el arco de herradura. Lo hemos
llamado arte andaluz. Se puede seguir su evolución desde el siglo IV
al XIV, fecha de los palacios de la Alhambra. Se ha realizado este
proceso por obra de un solo principio de continuidad cuyas bases son
elementos populares que se transparentaban ya en los iberos de
Numancia, los cuales fueron afinados por la cultura romana.
Ha
absorbido el arte andaluz influencias extranjeras. Las más
importantes han sido los modelos helenísticos y bizantinos. En ellos
está la verdadera aportación del Oriente mediterráneo a las
actividades artísticas de los pueblos hispanos. En ningún momento
conseguirán estas diversas oleadas de la moda desvirtuar la propia
evolución del arte andaluz. Ejemplos patentes lo son los palacios
granadinos que cierran este ciclo de tan sorprendentes creaciones.
Podrá maravillarse el turista paseando por sus salas y jardines,
admirando las decoraciones de estuco policromado. Si abre bien los
ojos, si no se deja fascinar por los detalles, percibirá que la
estructura fundamental de estos edificios pertenece a la tradición
romana: el plan general, las torres cuadradas y macizas de las
murallas, los salones añadidos los unos a los otros, los patios
rectangulares (el atrium) con
la disposición de las habitaciones en su derredor, los grandes
maceteros, las fuentes, los juegos de agua, los canalones que cantan,
los cipreses que por encima de los muros atalayan los alrededores...
Nada de árabe, pues el nómada en el desierto vive bajo tiendas. La
Alhambra es la obra final del arte andaluz, pertenece a la última
civilización mediterránea y por consiguiente refleja el esfuerzo mAs
refinado de su genio. Pues los elementos de su arte y de sus
principios arquitectónicos están enraizados en las civilizaciones
del Nilo, del Tíber y del Eufrates. Sus enseñanzas nos fueron
transmitidas por Grecia, por Roma y por Bizancio. Fueron asimiladas y
desarrolladas por las poblaciones locales que supieron crear un arte
propio.
Se
ha realizado la evolución de las escuelas andaluzas de modo casi
insensible. Puede el visitante atravesar las distintas ampliaciones de
la mezquita cordobesa, escalonadas en varios siglos, sin darse cuenta
de que a medida que se dirige hacia el mirhab desde la entrada
principal del Patio de los Naranjos, pasa de una a otra. Ninguna señal
que le apunte el curso del tiempo. Sólo percibirá el entendido que a
medida que adelanta en el sentido de la quibla se complican más y más
las formas, se enriquece la decoración de modo deslumbrante. En
cuanto a nosotros, en posesión de la clave escondida en las piedras
del templo primitivo, nos será posible descifrar su enigma y
comprender el sentido de los acontecimientos que tuvieron lugar en
España a principios del siglo VIII. El único testigo de estos
tiempos oscurísimos nos habrá entregado su secreto.
Había ya
reconocido Pedro de Madrazo en 1856 que existían en España arcos
de herradura cuya fecha de construcción era muy anterior a la de
la pretendida llegada de los árabes a la península. Mas, no daba
ninguna importancia a su descubrimiento que consignaba en una nota
del tomo consagrado a Sevilla, de la obra: Recuerdos
y bellezas de España, dirigida por Piferrer y el dibujante
Parcerisa que reproduce los antiguos monumentos de la nación.
(Doce volúmenes impresos de 1839 a 1865 en Madrid. Tomo Sevilla
y Cádiz por Madrazo, p 277, nota 3.) Juan de Dios de la Rada
y Delgado comprendió la importancia de esta observación, cuando
estudió la basilica de San Juan de Baños de Cerrato, fechada en
661. Reproducía la puerta principal de este monumento,
ornamentada con un magnifico arco de herradura en la obra: Historia
de España desde la invasión de los pueblos germánicos hasta la
ruina de la monarquía visigoda (El Progreso Editorial,
1896.1897). Redactada por varios colaboradores, tuvo Rada que
acabarla solo, en especial el segundo tomo (ver la p. 62).
Apuntaba otros de menor importancia plástica en San Ginés y en
Santo Tomé de Toledo. Pero tuvieron que transcurrir larguísimos
años para que el público culto supiera en los textos que el arco
de herradura no había sido introducido en España por los árabes.
Se da, por
ejemplo, el adjetivo de morárábe al canto eugeniano y a una
liturgia que son anteriores a la fecha de la pretendida invasión
de España por los árabes. El lector interesado podrá encontrar
en la obra de Elie Lambert: Art
musulmaii et art chrétien darss la Péninsule Jbérique (Privat.
Didier, pp. 7 y 8, París.Toulouse, 1958) una de las mejores
criticas del concepto <mozárabe>.
El modelo de
un arco de herradura de fines del Imperio más notable es el que
decora la piedra de Gatiain. Se encuentra en el Museo de Navarra,
en Pamplona.
El más
notable de estos manuscritos es el Pentateuco
Ashburnham fechado en 926. Está en la Biblioteca Margan de
Nueva York. Déhese a un artista llamado Malo o Magia y
se minió probablemente en el monasterio de San Miguel de la
Escalada. Contrastan estos códices ilustrados con otros del viii
al x siglo en los que se aprecia el impacto iconoclasta. 5u
escasa ornaruentación, reducida a adornos geométricos, puede
compararse con el mismo proceso que estudiamos más adelante en la
arquitectura.
Cabeza del
Griego es un cerro de la provincia de Cuenca en donde existió en
la antigüedad una ciudad celtíbera y luego una importante
aglomeración romana. Ultiznamente se han excavado un precioso
teatro y el anfiteatro. Fue renombrada en tiempos de los
visigodos, los que la llamaron Arcahnca. En el siglo xviii se
conservaban las ruinas de su basílica de tal suerte que se pudo
levantar su plano. Se ha discutido para aclarar si esta ciudad y
la de Segóbriga son dos o una misma. Se encuentra Cabeza del
Griego a un kilómetro y pico de la carretera general de Madrid a
Valencia, en el partido municipal de Saelices.
He aquí la
lista de los monumentos situados en Francia que paseen arcos de
herradura, que hemos visto o cuya presencia nos ha sido señalada:
En el Rosellón: La basílica de San Miguel de Cuxá que se
encuentra a dos kilómetros de Prades; Saint Génis des Fontaines,
cuyo dintel visigótico es magnífico, decorado con arcos
dispuestos en forma similar a los que adornan los manuscritos de
esta época; una ermita cerca de Surnia. La iglesia de la frente
de San Jorge, en Nissan, cerca de Béziers, que no hemos visitado.
El monasterio abandonado de San Miguel, cerca de Rodés (id.). La
iglesia de la Roque des Arcs, cerca de Cahors (id.). Notre Dame de
Valls, entre Pamiers y Mirepoix, en el Ariége, cuyos arcos de la
iglesia rupestre son motivo de discusión. Notre Dame du Puy en
donde Male ha señalado dos arcos de herradura sobre los lados de
la basílica. La torré de Saint André de Cubzac, descrita por el
mismo autor. La abadía de Garagobie, en el valle de la Durance,
después de Manosque, cerca de Lure, que nos ha sido indicada por
el escritor francés Henri Basca. La célebre iglesia de Germiny
des Prés, cercana a Saint Benoit, a orillas del Loire. No creemos
que esta lista sea completa. Existen también en Francia arcos
encuadrados con alfices, señalados por Male y otros autores.
Camón Aznar,
José: Arquitectura española
del siglo X: <Goya>, revista de arte u.0 52,
p. 211, Madrid, 1963.
Lambert, Elie: Ibid. Incluye
en esta obra varios estudios dedicados a las cúpulas nervadas.
Según
Terrasse, el arco lobulado tendría por origen el Oriente abasida (Islam
y España, p. 83). Si esto ~e confirmara, sería la primera
manifestación, salvo error por nuestra parte, de la arquitectura
oriental musulmana. Mas en razón de la pretendida invasión
aparece en una época muy tardía, a finales del siglo x.
El arte de la Alta Edad Media y del período románico en
España, por Leopoldo Torres Balbás, en Historia del arte, t. VI,
p. 151. Labor.
Se encuentran
en su Dittocheon.
Etimologlas
(L. 19, XVI, 2>. Explica Isidoro la técnica empleada por los
artistas en su tiempo: <Primero dibujaban los pintores las
lineas de las figuras, luego aplicaban los colores>.
Flórez: España
sagrada, t. XIII, p. 233. El padre Carlos Smedt en 1884, ha
pretendido que esta obra era anónima.
Museo de Burgos. mv. n.0 412. Es notable apreciar la
supervivencia en nuestros días y en los mismos lugares de los
mismos temas zoológicos: en Numancia, en el siglo iii antes de J.
C., en Lara de los Infantes, en las estelas romanas que se
conservan en el museo de Burgos (desde el año 70 antes de J. C.
hasta el siglo iii después de J. C.); en los bajorrelieves de
Quintanilla (siglo vii). Las representaciones romanas y gnósticas
tienen un sentido religioso que conocemos. Así el grifo
representaría la lucha del hombre contra la muerte. Asimismo de
los símbolos solares, probablemente de origen celta, los cuales
por la tradición popular romana llegarán al simbolismo ibero.
andaluz. Ver: Simbolismo en
la ornamentación de las estelas ldspano.romanas drl Museo
Nacional de Burgos, por Basilio Osaba, Burgos, 1958.
Basta para
convencerse de la existencia de estas relaciones comparar el
bailaría grabado en una cerámica de Numancia (Museo de Soria, n.0
2.000) con la diosa cornuda de Auarchet, uno de los frescos
del Tasili. (Lothe: Ibid., páginas
80, 92.93.)
Torres Balbás,
Leopoldo: Ibid., p.
159.
Los primeros
historiadores españoles del arte (Lampérez, 1908) han agrupado
todas las iglesias cristianas construidas del siglo ix al x bajo
una misma denominación: son mozárabes, porque han sido
construidas por cristianos balo la dominación de los árabes.
Desde el importante trabajo de Gómez Moreno (Las
iglesias r,wzárabes) han seguido los autores con la
costumbre. Mas hoy día, con una mayor independencia de juicio y
un mejor conocimiento visual de los monumentos, se aprecia por
ejemplo en San Miguel de la Escalada una fisionomía, un gusto, un
estilo, en una palabra, diferente en sus manifestaciones arquitectónicas
que lo traslucido por más antiguas iglesias, las cuales conservan
con pureza la tradición de los tiempos visigóticos.
Según
Gómez Moreno los leones de la Alhambra han sido esculpidos en los
siglos x u xi. Son de reempleo. En esta época anterior a la
llegada de los almorávides a Andalucía, adornaban los jardines y
las frentes. Sentados sobre sus partes traseras, como en Granada,
o levantados sobre sus cuatro patas, lanzaban agua por la boca. Se
han encontrado estos últimos en Medina Azahara. La ciudad de
Elvira estaba especializada en estos adornos de bronce. Varios
ejemplares de esta época se guardan en los museos (Gómez Moreno:
Ars Hispaniae, t. III,
p. 271, 1951). Un gran vaso también de esta materia se ha
descubierto en Játiva. Sobre sus bordes aparece un friso
compuesto por escenas de caza y de guerra, similares a las que
conocemos por las arquetas de la misma época.
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