TARTESSOS: CONOCIMIENTO Y SABIDURÍA |
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ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE EL NOMBRE DE ADAN
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RENE GUENON | |||||
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Artículo III de Formes traditionnelles et cycles cosmiques, Gallimard, París 1970
En nuestro estudio sobre el "Lugar de la tradición atlante en el Manvántara", hemos dicho que el significado literal del nombre de Adam es "rojo", y que puede verse en ello uno de los indicios de la vinculación de la tradición hebrea con la tradición atlante, que fue la de la raza roja. Por otra parte, nuestro colega Argos, en su interesante crónica sobre "La sangre y algunos de sus misterios", considera para el nombre Adam una derivación que puede parecer diferente: después de recordar la interpretación acostumbrada según la cual significaría "sacado de la tierra" (adamah), se pregunta si no vendrá más bien de la palabra dam "sangre"; pero la diferencia apenas es más que aparente, no teniendo en realidad todas estas palabras sino una sola e idéntica raíz.
Conviene observar en primer lugar que, desde el punto de vista lingüístico, la etimología vulgar, que consiste en hacer derivar Adam de adamah –que se traduce por "tierra"– es imposible; la derivación inversa sería más probable; pero, de hecho, ambos sustantivos provienen de una misma raíz verbal, adam, que significa "ser rojo". Adamah, no es, originalmente al menos, la tierra en general (erets), ni el elemento tierra (iabashah, palabra cuyo sentido primitivo indica la "sequedad" como cualidad característica de este elemento); es propiamente la arcilla roja, que, por sus propiedades plásticas, es particularmente apta para representar una cierta potencialidad, una capacidad de recibir formas; y con frecuencia, el trabajo de alfarero se ha tomado como símbolo de la producción de los seres manifestados a partir de la substancia primordial indiferenciada. Es por la misma razón que la "tierra roja" parece tener una importancia particular en el simbolismo hermético, en el que puede tomarse como una de las figuras de la "materia prima", aunque si se entendiera esto en sentido literal, sólo podría desempeñar ese papel de un modo muy relativo, pues ya está dotada de propiedades definidas. Añadamos que el parentesco entre una designación de la tierra y el nombre de Adam, tomado como tipo de la humanidad, vuelve a encontrarse bajo otra forma en la lengua latina, en la cual la palabra humus, "tierra", está también singularmente próxima a homo y a humanus. Por otro lado, si se relaciona más en particular al nombre de Adam con la tradición de la raza roja, ésta está en correspondencia con la tierra entre los elementos, así como con el occidente entre los puntos cardinales, y esta última concordancia viene a justificar también lo que anteriormente habíamos dicho.
En cuanto a la palabra dam, "sangre" (que es común al hebreo y al árabe), se deriva también de la misma raíz adam1: la sangre es propiamente el líquido rojo, cosa que en efecto es su característica inmediatamente más evidente. El parentesco entre esa designación de la sangre y el nombre de Adam es pues indiscutible y se explica solo, por derivación de una raíz común; pero esta derivación, aparece como directa tanto para la una como para el otro, y no se puede, a partir de la raíz verbal adam, pasar por el intermedio de dam para llegar al nombre de Adam. Es verdad que podrían considerarse las cosas de otra manera menos estrictamente lingüística, y decir que al hombre se le llama "rojo" a causa de su sangre; pero semejante explicación es poco satisfactoria, porque el hecho de tener sangre no es distintivo del hombre, sino algo que tiene en común con las especies animales, de manera que no puede servir para caracterizarle verdaderamente. De hecho, en el simbolismo hermético, el color rojo es el del reino animal, así como el verde es el del vegetal, y el blanco el del mineral;2 y, en lo que se refiere al color rojo, esto puede relacionarse precisamente con la sangre considerada como el asiento o más bien el soporte de la vitalidad animal propiamente dicha. Por otro lado, si volvemos a la relación más particular del nombre de Adam con la raza roja, no parece que a ésta, a pesar de su color, se la pueda asociar con un predominio de la sangre en la constitución orgánica, porque el temperamento sanguíneo no corresponde a la tierra entre los elementos, sino al fuego; y es la raza negra la que se halla en correspondencia con este último, igual que con el Sur entre los puntos cardinales.
Señalemos aún, entre los derivados de la raíz adam, la palabra edom, que significa "rojo" y además sólo se diferencia del nombre de Adam por los puntos vocales; en la Biblia, Edom es un sobrenombre de Esaú, de ahí el apelativo de edomitas dado a sus descendientes, y el de Idumea al país que habitaban (y que, en hebreo, es también Edom, pero en femenino). Esto nos recuerda a los "siete reyes de Edom" de los que trata el Zohar, y la estrecha semejanza de Edom con Adam puede ser una de las razones por las que ese nombre se toma aquí para designar a las humanidades desaparecidas, es decir a las de los anteriores Manvántaras.3 Se ve también la relación que presenta este último punto con la cuestión de lo que se ha llamado los "preadamitas": si se considera a Adam como origen de la raza roja y su tradición particular, puede tratarse simplemente de las otras razas que la han precedido en el transcurso del ciclo humano actual; si se lo toma, en un sentido más amplio, como prototipo de toda la humanidad actual, se tratará de esas humanidades anteriores a las que precisamente aluden los "siete reyes de Edom". En cualquier caso, las discusiones a las que esta cuestión ha dado lugar parecen bastante vanas, pues no debería haber ahí ninguna dificultad; de hecho, no la hay al menos para la tradición islámica, en la cual existe un hadîth (palabra del Profeta) que dice que, "antes del Adán que conocemos, Dios creó cien mil Adanes" (es decir un número indeterminado), lo cual es una afirmación tan clara como es posible de la multiplicidad de los períodos cíclicos y las humanidades correspondientes.
Ya que nos hemos referido a la sangre como soporte de la vitalidad, recordemos que, como hemos tenido ocasión de explicarlo en una de nuestras obras,4 la sangre constituye efectivamente uno de los vínculos del organismo corporal con el estado sutil del ser viviente, estado que es propiamente el "alma" (nephesh haiah del Génesis), es decir, en el sentido etimológico (anima), el principio animador o vivificador del ser. Al estado sutil se le llama en la tradición hindú Taijasa, por analogía con têjas, el elemento ígneo; y, así como el fuego está, según sus cualidades propias, polarizado en luz y calor, el estado sutil está ligado con el estado corporal de dos maneras diferentes y complementarias: por medio de la sangre con respecto a la cualidad calórica, y mediante el sistema nervioso en cuanto a la luminosa. De hecho, la sangre es, incluso desde el simple punto de vista fisiológico, el vehículo del calor animador; y esto explica la correspondencia, que más arriba indicábamos, del temperamento sanguíneo con el elemento fuego. Por otra parte, puede decirse que, en el fuego, la luz representa el aspecto superior, y el calor el aspecto inferior: la tradición islámica enseña que los ángeles fueron creados del "fuego divino" (o de la "luz divina"), y que los que se rebelaron siguiendo a Iblis perdieron la luminosidad de su naturaleza para no conservar de ella más que un calor oscuro.5 Como consecuencia, puede decirse que la sangre se halla en relación directa con el aspecto inferior del estado sutil; y de ahí viene la prohibición de la sangre como alimento, entrañando su ingestión la de aquello que hay de más grosero en la vitalidad animal, y que, al asimilarse y mezclarse íntimamente con los elementos psíquicos del hombre, puede acarrear efectivamente muy graves consecuencias. De ahí también el empleo frecuente de la sangre en las prácticas de magia, incluso en las de hechicería (como atrayendo a las entidades "infernales" por conformidad de naturaleza); pero, por otra parte, esto es también susceptible, bajo ciertas condiciones, de una transposición a un orden superior, de donde los ritos, ya sean religiosos, o incluso iniciáticos (como el "tauróbolo" mitraico), que implican sacrificios animales; como con respecto a esto se ha aludido al sacrificio de Abel opuesto al de Caín, no sangriento, volveremos quizá sobre este último punto en una próxima ocasión. Traducción: J. M. R.
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