TARTESSOS

 
                                                     

EL REY DEL MUNDO

 

  RENÉ GUENÓN

 

 

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CAPÍTULO XII

 
ALGUNAS CONCLUSIONES

 

 

Del testimonio concordante de todas las tradiciones, se desprende muy claramente una conclusión: es la afirmación de que existe una «Tierra Santa» por excelencia, prototipo de todas las demás «Tierras Santas», centro espiritual al que todos los demás centros están subordinados. La «Tierra Santa» es también la «Tierra de los Santos», la «Tierra de los Bienaventurados», la «Tierra de los Vivos», la «Tierra de la Inmortalidad»; todas estas expresiones son equivalentes, y es menester agregar todavía la de «Tierra Pura»[197], que Platón aplica precisamente a la «morada de los Bienaventurados»[198]. Esta morada se sitúa habitualmente en un «mundo invisible»; pero, si se quiere comprender de qué se trata, es menester no olvidar que ocurre lo mismo con las «jerarquías espirituales» de que hablan también todas las tradiciones, y que representan en realidad grados de iniciación[199].

En el periodo actual de nuestro ciclo terrestre, es decir, en el Kali-Yuga, esta «Tierra Santa» defendida por «guardianes» que la ocultan a las miradas profanas asegurando no obstante algunas relaciones exteriores, es en efecto invisible, inaccesible, pero solo para aquellos que no poseen las cualificaciones requeridas para penetrar en ella. Ahora bien, su localización en una región determinada, ¿debe considerarse, como literalmente efectiva, o solo como simbólica, o es a la vez lo uno y lo otro? A esta cuestión, responderemos simplemente que, para nos, los hechos geográficos mismos, y también los hechos históricos, tienen, como todos los demás, un valor simbólico, que por lo demás, evidentemente, no les quita nada de su realidad propia en tanto que hechos, sino que les confiere, además de esta realidad inmediata, una significación superior[200].

No pretendemos haber dicho todo lo que habría que decir sobre el tema al que se refiere el presente estudio, lejos de eso, y las aproximaciones mismas que hemos establecido podrán sugerir ciertamente muchas otras; pero, a pesar de todo, hemos dicho de él ciertamente mucho más de lo que se había hecho hasta aquí, y algunos quizás estén tentados de reprochárnoslo. No obstante, no pensamos que esto sea demasiado, y estamos persuadido incluso de que no hay nada en ello que no deba ser dicho, ello, aunque estemos menos dispuesto que nadie a contestar que haya lugar a considerar una cuestión de oportunidad cuando se trata de exponer públicamente algunas cosas de un carácter un poco desacostumbrado. Sobre esta cuestión de oportunidad, podemos limitarnos a una breve observación: es que, en las circunstancias en medio de las cuales vivimos al presente, los acontecimientos se desenvuelven con una tal rapidez que muchas cosas cuyas razones no aparecen todavía inmediatamente podrían encontrar, y más pronto de lo que nadie estaría tentado a creerlo, aplicaciones bastante imprevistas, si no enteramente imprevisibles. Queremos abstenernos de todo lo que, de cerca o de lejos, recuerde «profecías»; pero no obstante tenemos que citar aquí, para terminar, esta frase de Joseph de Maistre[201], que es todavía más verdadera hoy que hace un siglo: «Es menester estar preparados para un acontecimiento inmenso en el orden divino, hacia el que marchamos con una velocidad acelerada que debe sorprender a todos los observadores. Oráculos temibles anuncian que los tiempos ya han llegado».

 

 

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