Apéndice
1
-
LAS
FUENTES
Y SU CRITICA
-
TEXTOS
ANTERIORES
AL SIGLO VIII
-
DOCUMENTOS
Y TEXTOS POSTERIORES AL SIGLO VIII
-
DOCUMENTOS
Y TEXTOS POSTERIORES AL SIGLO IX
-
CRÓNICAS
LATINAS
-
FINES
DEL X Y PRINCIPIOS DEL XI
Las
obras de Prisciliano
Descontando
algunos escritos de importancia escasa se habían perdido las obras
principales de Prisciliano. En 1885, descubrió Jorge Schepps en la
biblioteca de la Universidad de Wurzburgo once opúsculos de este
autor en un manuscrito anónimo del siglo V o de principios del VI,
escrito con letra visigótica española. En 1889, emprende la Academia
Imperial de Viena su publicación en el Tomo XIII del Corpus
Exlesiasticorum Latinorum, siendo atendida la impresión por este
mismo erudito. Bonilla San Martín los incluyó en su edición
revisada de la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez y
Pelayo, en apéndice de su tomo II (Victoriano Suárez, Madrid, 1917)
por cuyo texto citamos.
Los
concilios hispánicos
Se
conservan las actas de los concilios celebrados en la Península Ibérica
durante la Alta Edad Media en varios y excelentes códices: unos
quince aproximadamente. Los más importantes, el Codex Vigilanus y el
Codex Emilianense se encuentran en la Biblioteca del Escorial. Por vez
primera han sido publicados estos textos en colección por el padre
benedictino Saenz de Aguirre, el cual vivió en el siglo XVII. Han
pretendido algunos eruditos que era este apellido un pseudónimo.
Tiene por fecha la edición príncipe: 1639. Su título: Collectio
máxima conciliorum omnium Hispaniae..., etc. Romae, Jacobi
Komarek (4 volúmenes). Ha sido reproducida en 1753‑55 también
en Roma por Antonio Fulgoni en seis volúmenes in folio. En su España
Sagrada ha publicado el padre Flórez numerosos extractos en latín
y en castellano, referentes a ciertos cánones de estos concilios.
Puede encontrar el lector curioso la lista de los celebrados en
Toledo, con un resumen de sus acuerdos en la Enciclopedia
Espasa (tomo 62, pp. 479‑82). Se incluye también una
discusión acerca del último, el XVIII, cuyas actas han desaparecido.
En 1963, en edición preparada por José Vives, con la colaboración
de Tomás Marín Martínez y de Gonzalo Martínez Díaz, ha publicado
el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid el texto
latino con una traducción española de los Concilios visigóticos e
hispano‑romanos; es decir, de los treinta y siete concilios
celebrados en la península desde el año 300 al 694. Desgraciadamente
la edición no es crítica y no suelta prenda alguna acerca del último
toledano. Sigue el texto del Codex
Vigilanus.
Las obras de Isidoro de Sevilla
Se
guardan todavía cerca de dos mil manuscritos de las obras de San
Isidoro, escritos en la Edad Media. Posee la Biblioteca del Escorial
numerosos códices pertenecientes a los siglos IX y X; el más antiguo
de ellos data del siglo VII. Se debe a Somnius la primera edición de
las obras completas (París, 1580). La reproduce o en ella se apoya la
de Juan Grial, Madrid, 1599, reproducida por Bartolomé Ulloa: Divi
Isidori hispalensis opera..., etc., Madrid, 1778. Según Brunet
esta última edición es más exacta y completa que las anteriores. El
jesuita Arévalo ha dado otra versión que se ha considerado por mucho
tiempo como un modelo del género: San
Isidori hispalensis opera omnia..., etc., Roma, Antonio Fulgoni,
1797‑1803 (siete volúmenes). Es el texto seguido por Migne en
su Patrología latina.
Lindsay en 1911 ha publicado en Oxford una edición crítica de las
Etimologías, de las cuales ha dado una versión española Cortés y Góngora
en la Biblioteca de Autores Cristianos (Madrid, 1951).
Por
su carácter enciclopédico conserva aún la obra de Isidoro de
Sevilla un interés enorme. Pero con respecto a nuestros estudios y a
las tesis que defendemos tiene unas limitaciones que nos sorprendieron
cuando la estudiamos. Por de pronto no es su autor un historiador... o
no quiso serlo. Su Historia de los godos nos defraudó, cuando
pacientemente la leímos con la esperanza de encontrar en ella datos
que nos pudieran ser de alguna utilidad. Posteriormente encontramos un
juicio parecido al nuestro en la obra de Thompson: The
Goths in Spain (0xford Press, 1969) de la cual se ha hecho una
edición en español: Los godos
en España (Alianza Editorial, Madrid, 1971). “Como
panegírico de los godos puede haber tenido algún propósito
concreto; como historia es indigna de haber sido escrita por el famoso
sabio. Apenas hubiera podido decir menos, si no hubiera escrito
nada” (p. 19).
Hemos
apuntado en el texto que San Isidoro debía de tener algún complejo o
estar sujeto a presiones que le han impedido hablar con libertad
acerca de la herejía arriana en España. Es sencillo: la ignora. Se
explica su postura —y en esto coincidimos con el criterio del señor
Thompson— en cuanto se asimila con el enfoque seguido por todos los
intelectuales hispanos católicos de la época al tratar de las
relaciones de Hermenegildo con su padre, Leovigildo, del cual están
todos de acuerdo en que había sido un gran rey. Pero, en el siglo
VII, cuando el catolicismo se había convertido ya en la religión
oficial de los gobernantes ¿cómo interpretar este silencio? ¿Debe
culparse a la labor de los copistas que pudieran haber suprimido párrafos
o juicios incompatibles con la posterior evolución de las ideas o,
sencillamente, a voluntad determinada del autor?
Cabría
preguntarse en este caso si no habrá adoptado esta postura para no
embarullar más una cuestión ya suficientemente espinosa de por sí,
de la cual era mejor no hablar; lo que se traduciría por un hecho que
inducimos, pero que resulta difícil confirmar con textos, a saber: El
contraste manifiesto entre la política religiosa oficial del Estado y
el ambiente realmente existente en las poblaciones. Lo único por
ahora que nos importa dejar en claro es el siguiente dato
incontrovertible: La obra del enciclopedista sevillano en poco o en
nada sirve para analizar la evolución de las ideas religiosas en su
tiempo y en la España que conoció.
Historia de los francos de Gregorio de Tours
Se
puede leer en la Patrología
latina de Migne. En esta obra como en los textos siguientes, se
extrae de su lectura noticias interesantes que permiten una mayor
comprensión del ambiente religioso existente en la península.
Crónica de Juan de Bidara
Juan
era un godo católico, nacido en Portugal, en Santarem (Scallabis).
Hombre de gran cultura vivió unos doce años en Constantinopla,
dedicado al estudio de las humanidades. Dominó perfectamente el
griego; por lo cual, dicen, le tenían celos Leandro e Isidoro que lo
sabían mal (Fontaine). Fundó y fue abad del monasterio de Bidorum,
cuyo emplazamiento se ignora, pero que estaba situado en el Pirineo
catalán. Acabó su vida siendo obispo de Gerona. Relata su crónica
los acontecimientos ocurridos entre los años 567 y 590. Según
Thompson puede compararse este texto a las grandes crónicas escritas
por galos en el siglo anterior.
Vitas sanctorum patrum emeritensium
Escritas
por un autor desconocido. J. N. Garvin ha publicado edición, la más
moderna que conocemos, en Washington, en 1946. Es fuente importante
para averiguar lo poco que sabemos de las luchas religiosas entre
arrianos y católicos en los siglos VI y VII. Durante mucho tiempo se
ha atribuido esta obra al diácono Pablo de Mérida.
DOCUMENTOS
Y TEXTOS POSTERIORES AL SIGLO VIII
Las
monedas
Los
numismáticos han descrito monedas que pertenecen al principio del
siglo VIII. (Ver nuestra nota 216.) Se encuentran en las Bibliotecas
Nacionales de París y de Madrid. Se distinguen fácilmente de las
monedas visigóticas. Llevan éstas generalmente una cruz erguida
sobre varios escalones. En el siglo VII la cruz presenta la forma de
la tau griega. En Las
monedas arábigas de lbn Meruane, que serán los prototipos o modelos
de la familia de los dinares, está substituida la cruz por una
columna que lleva un pequeño disco. (Es curioso el observar en
Quintanilla de las Viñas unos dibujos grabados en las paredes
exteriores que se parecen a los de algunas monedas, sean visigóticas,
sean arrianas). Las monedas acuñadas en España, como lo afirma su
leyenda, no son arábigas, pero son distintas de las visigóticas. El
texto está grabado en latín, no en árabe. Son anónimas, pero no
mahometanas, pues no hacen referencia alguna al Profeta. Son
unitarias. Así se desprende del texto que los numismáticos han leído
en una de sus caras. En el anverso llevan una estrella, emblema de los
unitarios; el de los trinitarios está formado por el alfa y omega del
alfabeto griego.
Están
de acuerdo los numismáticos en que estas monedas anónimas han sido
acuñadas a principios del siglo VIII. Después aparecen monedas
bilingües y por fin en el siglo IX modelos similares a los dinares arábigos.
Para los fines de este estudio sólo nos interesan las fórmulas
arrianas de las monedas primitivas. Abandonamos por consiguiente a los
especialistas con sus discusiones para fechar las monedas posteriores,
en las cuales es muy difícil hacer coincidir la fecha de la indicción
con la de la Héjira. De nuestros estudios sobre los textos de la
Escuela de Córdoba se desprenden algunas enseñanzas que pueden
orientar en la solución de estos problemas: Hemos demostrado que los
cristianos de Córdoba tan sólo han sabido de la existencia de Mahoma
en el año 850. Si en verdad monedas acuñadas con la fecha de la Héjira
circulaban ya por Andalucía antes de que San Eulogio emprendiese su
viaje a Navarra, resultaría muy extraordinario que los dichos
cordobeses no se hubieran preocupado por los símbolos y las fechas de
las que empleaban en su uso diario. Por otra parte demuestra Álvaro
de Córdoba en su Indiculus
su ignorancia en el manejo de la cronología mahometana. En una obrita
publicada en 864, cuenta el Abate Sansón que los cristianos de Córdoba
se habían visto obligados a pagar últimamente un un impuesto
extraordinario de cien mil sueldos de oro. Centum
millia solidos. No emplea la palabra dinares. (Apologeticus, Lib.
U, 8. Flórez: España sagrada, t. XI, página 385.) No demuestra esto
evidentemente que no existieran en estas fechas monedas arábigas
hispanas, sino que su uso era poco frecuente en Andalucía Occidental.
Por otra parte es probable, visto el proceso diferente de arabización
sufrido Por las provincias ibéricas, que la acuñación de las
monedas o el empleo de dinares orientales fuesen más frecuentes en el
litoral mediterráneo que en el interior de la península.
El tratado de Teodomiro
Cuenta
el Moro Rasis en su crónica que Abd el Aziz, hijo de Muza ibn Nosaïr,
que había concertado con Teodomiro, gobernador de la provincia
levantina, un tratado según el cual se establecía una especie de modus
vivendi entre las dos partes. Como el godo se había rendido en un
combate, aceptaba el patronato del primero a cambio de la libertad
religiosa y del respeto de la persona y de los bienes de sus vasallos.
Se comprometía entre otras capitulaciones a pagarle un tributo anual.
Miguel Casiri (1710‑1791) ha publicado en su Biblioteca
arábigo‑hispana escurialensis (1750-70) el texto de este
tratado, extraído del Diccionario biográfico del escritor murciano,
Adh-Dhabbi, muerto en 1203. Se esfuerza este autor en corregir los
errores y rectificar las omisiones existentes en un trabajo llamado: Cenizas
ardientes, escrito por Abu Abd Allah al Momaïdi. El título del
libro de Dhabbi es por demás sugestivo: “para
satisfarer el deseo de aquel ue realiza investigaciones acerca de la
historia de los hombres del andaluz”.
El
pacto concluido entre las dos partes ha sido reproducido por Codera en
su Biblioteca arábiga hispana
(t. III, p. 259) y por Simonet en su Historia
de los mozárabes, en el apéndice n.º 1. Mariano Gaspar Remiro
en su obra Historia de Murcia
musulmana, Zaragoza, 1905, da una traducción del texto algo
diferente de la de Simonet.
Ha
sido redactado este documento el 5 de abril del año 713. Si es así,
puede admitirse como el único testimonio político escrito que
poseemos acerca de los acontecimientos ocurridos en el curso de la
guerra civil. Sin embargo, cabe preguntar: ¿Qué valor merece un
documento redactado en el principio del siglo VIII, del cual no queda
sino una copia inserta en una obra del siglo XII? Según nuestro real
saber y entender, punto de vista forzosamente sugestivo, creemos que
pueden ser auténticos los términos generales del acuerdo; es decir,
las condiciones de la capitulación del gobernador de Levante. Si han
existido modificaciones del texto, interpolaciones u omisiones, es
probable que hayan más perturbado la forma de su redacción que el
fondo de la materia tratada.
En
aquellos tiempos no existía rigor alguno científico en la copia de
textos más antiguos. Dados los años transcurridos seguía el copista
los caprichos de su pluma en la presentación de un texto, sin
preocuparle la transformación del ambiente religioso o cultural. En
una palabra, respetaría el sentido histórico de lo pactado, pero
modernizando el estilo, como diríamos hoy día. Hemos ya mencionado
en nuestro estudio actos similares, ocurridos en fechas muy
anteriores, cuyas alteraciones nos constan. Así, por ejemplo, es
seguro que las firmas de los contratantes han sido arabizadas, pues
sabemos de hechos similares realizados en fechas mucho más tempranas.
Sea lo que sea, se desprenden de la lectura del texto, tal cual ha
llegado hasta nosotros, algunas observaciones importantes:
I.
Así reza el preámbulo según la traducción de Simonet: “En
el nombre de Dios clemente y misericordioso. Escritura [otorgada]
por Abdelaziz ben Muza ben Nosaïr a Theodomiro ben Agobdux, Que se
aviene o se somete a capitular, aceptando el patronato y clientela de
Dios y la clientela de su Profeta (con quien Alah sea fausto y
propicio) con la condición de que no se impondrá dominio sobre él,
ni sobre ninguno de los suyos...”, etc.
II.
Se desprende de la redacción de este preámbulo una concepción
estrictamente unitaria de acuerdo con los términos de la contienda.
Ahora bien, existe una repetición de conceptos que induce a la
sospecha de una interpolación. Habiéndose invocado el nombre de Dios
en las primeras palabras del texto, parece una redundancia una segunda
advocación, tanto más que la idea de clientela de Dios va seguida de
la de clientela del Profeta; pero, si se advierte que la segunda frase
constituye una locución ritual de uso corriente en la sociedad islámica,
cabe la sugerencia de una interpolación tardía debida a la fuerza de
la costumbre en el copista que escribe en el siglo XII. Así aparece
una advocación a la persona del Profeta en un texto redactado a
principios del VIII, cuando era desconocida su existencia por aquellas
fechas en Andalucía.
III.
En la redacción de este protocolo no representa Abd el Aziz
ningún poder extranjero, como debiera de aparecer en un documento tan
importante si se sigue la historia clásica. Estipula y firma el
vencedor en nombre propio. No se hace referencia ni al califa de
Damasco, ni al responsable y jefe de la conquista: Muza ibn Nosaïr.
Se dice sencillamente que es hijo de un tal Nosaïr, sin estipular su
rango como lo hubiera exigido la circunstancia de haber guerreado en
su nombre y con sus tropas.
Esto,
sea dicho, sin considerar la autenticidad del episodio del que depende
el tratado. Ver: Capítulo III y nota 36.
IV.
Confirma este documento el contexto que hemos establecido de
acuerdo con otros testimonios: Con la muerte de Vitiza, las diversas
provincias del reino visigodo, mejor dicho sus gobernadores, se hacen
independientes. ¿Era Teodomiro la autoridad suprema de Levante
nombrado por el rey difunto? ¿Era partidario de Roderico? ¿Se había
pasado de un bando a otro? No lo sabemos. En el documento habla y
firma en nombre propio.
Textos que se refieren al adopcionismo
En
el curso del siglo VIII han envenenado las pasiones varias herejías.
La más importante ha sido el adopcionismo, difundido por las más
altas autoridades religiosas hispanas, sin duda para luchar contra la
expansión del unitarismo. Pues el adopcionismo es una concesión
hecha al movimiento de ideas unitarias que dominaban entonces en la
Península Ibérica. El momento de su mayor alcance se sitúa entre
los años 780 y 808. Según la historia clásica ha tenido lugar esta
efervescencia heterodoxa en un tiempo en que estaban dominados y
subyugados los cristianos por los árabes mahometanos. En lugar de
unirse para luchar en contra del enemigo común, se dividen. Encabeza
el movimiento herético el arzobispo de Toledo. Adquiere entonces el
adopcionismo una tal fuerza expansiva que se cuela la idea más allá
del Pirineo. Se reúne en Francfort un concilio formado por obispos
galos y germanos para condenarlo y como consecuencia de estas
discusiones aparece una literatura importante en España y en el resto
de Occidente. En lo que concierne a España son los únicos textos
teológicos que sabemos con certeza pertenecen al siglo VIII. Ahora
bien, en ninguno, tanto en los hispanos como en los extranjeros, se
hace referencia al Islam dominando la península, herejía que era más
importante y universal que el adopcionismo. He aquí los títulos de
los textos que se conservan en nuestros días:
I.
Dos
cartas del Papa Adriano I,
que ha ocupado la silla de San Pedro desde 772 a 795. Fueron dirigidas
a su legado en España, Agila, enviado precisamente para combatir la
herejía. Han sido publicadas por el padre Flórez en el tomo V de su
España sagrada.
II.
Los
escritos de Elipando,
arzobispo de Toledo (783‑808), el gran animador del movimiento.
La mayor parte de los mismos se hallan en un manuscrito del XI que se
guarda en la Biblioteca de la Catedral de Toledo. Son:
a)
La carta de Elipando a los
obispos de las Galias reunidos en Francfort, publicada por primera
vez por Menéndez y Pelayo en el apéndice XI del tomo II de su Historia
de los heterodoxas.
b)
Carta de Elipando a Carlomagno.
Flórez. Ibid., t. V.
c)
Carta de Elipando a Migecio.
Flórez. Ibid., t. V.
d)
Cartas a Alcuino y a Félix
que se hallan en las obras de Alcuino: Contra
Felicem libri septem, epistola ad Elipandum, libelli
contra efipandum. La carta de Félix ha sido publicada por Meniéndez
y Pelayo en el apéndice n.9 XII del tomo II de sus Heterodoxos.
Las demás están reproducidas por Migne en su Patrología
latina.
e)
Carta al abate Fidel, de la
cual extractos han sido citados por Beato de Liébana en su Apologeticus
en contra de Elipando. Han sido publicados por el padre Flórez (Ibid.,
t. V) y por Menéndez y Pelayo que los tradujo al español en sus Heterodoxos
(edición de Bonilla, t. 11, pp. 284‑5).
III.
Beato
de Liébana y Etherius: Liber Etherii adversus Elipandum sive de
adoptione Christi Filii Deí.
Existen de este tratado dos manuscritos en la Biblioteca de la
catedral de Toledo, de los cuales el más antiguo debe fecharse a
fines del siglo X o a principios del XI. Se guarda otro de la misma época
en la Nacional de Madrid. Ha sido publicado por Migne (G. L, t. XCVI).
DOCUMENTOS
Y TEXTOS POSTERIORES AL SIGLO IX
Texto
anónimo
En
un viaje emprendido por Navarra en los años 850‑851, encontró
San Eulogio en la librería del monasterio de Leyre un opúsculo anónimo
que relataba la vida de Mahoma. Extrañado de las hazañas de este
profeta que desconocía a pesar de ser natural y de vivir en Córdoba,
la capital de los musulmanes hispanos, se apresuró a darlo a conocer
a sus amigos; por lo cual se incluyó en sus obras. Francisco de
Lorenzana lo ha publicado al final del tomo II de su Collectio
S. S. Adrum ecciesiae
toletanae, Madrid, Ibarra, 1785, pp. 550‑552. Incluimos su
traducción en el capítulo duodécimo.
La Escuela de Córdoba
Agrupamos
en una escuela que llamamos de Córdoba a unos escritores latinos que
escribieron a mediados del siglo IX. Forman un conjunto notable, pues
no existen textos que nos hayan alcanzado pertenecientes a años
anteriores o posteriores. Como los textos árabes de esta época son
escasísimos y más en manuscritos contemporáneos, constituyen una
fuente de información directa de aquellos tiempos; como un oasis en
mitad de la soledad de un desierto histórico. Por estas razones su
importancia es capital. Desgraciadamente son tendenciosos en su gran
mayoría, no solamente porque sus autores se caracterizan por una fe
cristiana extremada, la que llevará a San Eulogio a un martirio
suicida, sino porque dentro del campo trinitario en oposición al
unitario premusulmán, representan una opinión que hoy día se
calificaría de integrista. Sus primeros escritos publicados desde el
año 40 en adelante —para el 60 se habrá agotado ya la savia
creadora— fueron dirigidos en contra de los unitarios, como los arríanos
o los acéfalos, y luego en contra de los musulmanes. Ahora bien, no sólo
representan sus ideas lo que se podría llamar la extrema derecha del
partido católico; no debe olvidar el lector, como lo advertimos a lo
largo de nuestro estudio, que representan una situación ideológica
existente en Andalucía occidental. Sería temerario querer extender a
la península un estado de opinión que era propio de la capital
musulmana: Debía estar, por ejemplo, el Islam mucho más desarrollado
en Almería y en el litoral mediterráneo cuyas poblaciones estaban más
cercanas de Oriente y por consiguiente más influidas por las ondas
invasoras, que en Galicia, en donde el mahometismo por estas fechas
era con toda probabilidad una entelequia.
La obra de Esperaindeo La obra de San Eulogio
Con
fundamento se puede dar al teólogo abate Esperaindeo el título de
fundador de la Escuela. Sus más ilustres representantes, como Eulogio
y Álvaro, lo han venerado como a un maestro. Nació con toda
probabilidad a fines del siglo VIII, pues en 851, según testimonio
del Santo, era ya un anciano (ver nota 229). No se sabe de dónde era
oriundo, pero pasó casi toda su vida en Córdoba; pues formó en esta
ciudad a sus discípulos más esclarecidos. Por esta razón llamamos
Escuela de Córdoba a este conjunto de escritores andaluces que eran
nativos de la misma o que mantenían con sus intelectuales relaciones
cuyos frutos han llegado hasta nosotros. He aquí la lista de sus
obras:
I.
Apologeticus
en contra de los unitarios, principalmente arrianos. De esta obra se
posee sólo el capítulo sexto que San Eulogio, incluyó en su Memoriale
Sanctorum (1,7).
II.
Las actas de los mártires de Sevilla, Adulfo y Juan, citadas
por Eulogio en su Memoriale,
las que también se han perdido (Lib.
II,
cap. VIII,
9).
III.
Un tratado pequeño acerca de la Trinidad. En una de sus
cartas, la VII de su Epistolario,
le había pedido Álvaro que refutase a unos herejes unitarios que
recientemente hacían proselitismo. Se guardaba este opúsculo en el
manuscrito de la catedral de Córdoba que contiene sus cartas; pero
por razones que se desconocen se le separó del códice, de tal suerte
que se ha dado durante mucho tiempo por perdido. Desconocieron su
existencia Masdeu, Vicente de la Fuente, Amador de los Ríos y Menéndez
y Pelayo cuando en su juventud escribió los Heterodoxos. Sin embargo,
se conservaba una copia del texto en un manuscrito de procedencia
cordobesa, el Códice Samuélico,
que se halla en el archivo capitular de la catedral de León (n.º 22,
fol. 5‑8). El canónigo archivero, Carlos Espinos
(1741‑1777), hizo del mismo una copia que vino a parar a manos
del hermano o padre Pablo Rodríguez del monasterio de Sahagún. Tuvo
de ello conocimiento el cardenal Lorenzana que lo editó por vez
primera en su Collectio
(Madrid, 1785, pp. 639‑42). José Madoz en su edición crítica
de las cartas de Álvaro la ha publicado en contestación a la de su
discípulo (cartas VII Y VIII). Las fecha con anterioridad al año
840. José Madoz: Epistolario
de Álvaro de Córdoba. C. S. I. C., Madrid, 1947.
La obra de San Eulogio
Perteneció
Eulogio a una familia acomodada que vivía en Córdoba en la primera
parte del siglo IX. Predispuesto por su temperamento místico, le
alcanzó al regreso de su viaje a Navarra (949‑950) la verdadera
importancia y difusión de las herejías unitarias que dominaban en
España, sobre todo en su tierra natal. Para combatirlas se le ocurrió
predicar el martirio a las vírgenes cristianas de Córdoba en la
descabellada creencia de que la sangre vertida podría detener el
proceso de islamización del país, que años antes había con ahínco
favorecido Abd al Ramán II. Tuvo esta predicación efectos contrarios
y nefastos para la minoría cristiana cordobesa. Ante las revueltas
populares motivadas por los actos y los martirios de las vírgenes
sacrificadas, la autoridad musulmana le hizo responsable de la
alteración del orden público y fue encarcelado. Nombrado arzobispo
de Toledo por la fama sin duda alcanzada por sus escritos, no pudo
tomar posesión de su cargo, pues acusado de alterar las relaciones
entre las dos comunidades religiosas fue condenado por un sínodo
provincial y por la justicia del sultán. (Hechos todavía no muy bien
esclarecidos dadas las pasiones existentes en aquel entonces y el
divorcio cada vez más acentuado que se estableció desde estos años
en adelante entre los españoles).
Más
tarde, aprovechando las buenas relaciones conseguidas para concertar
un tratado con el monarca cordobés, obtuvo Alfonso III el permiso
para trasladar el cuerpo del mártir a Oviedo, en donde fue recibido
con grandes manifestaciones el 9 de enero de 884. Iba acompañando el
féretro un manuscrito con las obras del escritor, copia reproducida
acaso mientras vivía o poco después de su muerte; pues sólo
transcurrieron veinticinco años entre el fallecimiento de Eulogio y
la recepción del códice, el cual ha sido piadosamente conservado
hasta nuestros días en la biblioteca de la catedral de Oviedo.
En
un viaje por Asturias el historiador Ambrosio de Morales tuvo la
suerte de conocerlo y publicó en 1574 las obras de San Eulogio con un
importante estudio: Divi
Eulogii cordubensis martiris doctoris et electi archiepiscopi toletaní
opera..., etc., Compluti
Joannes Iñigues a
Lequerika excudebat. Existen las siguientes reimpresiones: Andrea
SchotI, Hispana illustrata....
etc., Francfort... (1603‑1605),
tomo
IV; Flórez, España sagrada,
tomos X y XII; Lorenzana, Collectio...,
etc., 1785; Migne, tomo
CXV, P. L. Citamos por las ediciones de Flórez y de Lorenzana.
Epistola
ad Wilesindum Episcopun; Ponpilonense. Carta escrita por Eulogio desde
Córdoba a Vilesinde, obispo de Pamplona, para agradecerle su
hospitalidad durante su viaje a Navarra. Está fechada en 15 de
noviembre de 851. (Ver nota 235.) La publicó Lorenzana en su
Collectio, t. II, pp. 536‑7.
Documentum
martyriale, escrito en la cárcel
a fines del año 851 para alentar a las vírgenes Flora y María a
padecer el martirio.
Memoriale
Sanciorom, compuesto en tres
partes o libros. Las dos primeras han sido escritas en 851, pues lo
comunica el autor al lector al principio del segundo libro. (Ver nota
229.) Acabó la tercera parte en su segunda prisión en 856. Se
encuentran en este texto indicaciones notables acerca de la vida en Córdoba
por aquellos años.
Apologeticum
martyrum, escrito en 857.
Relata el autor el martirio de Roderico y de Salomón. Da en esta obra
los detalles de su viaje a Navarra y cuenta el hallazgo que hizo en la
librería del monasterio de Leyre de un opúsculo que reseña una
biografía de Mahoma. La importancia de este texto es en verdad
extraordinaria. Ha sido publicado por Lorenzana y damos la traducción
en castellano en el capítulo decimonono. Las noticias que nos da
Eulogio, su ignorancia acerca de la existencia de un profeta llamado
Mahoma y el revuelo que produjo en el escritor sevillano Juan
Hispalensis el anuncio del descubrimiento que le comunica su amigo el
viajero, están confirmados por el hecho de que el manuscrito en que
están reseñados estos datos es contemporáneo del autor.
La obra de Álvaro de Córdoba
Era
este intelectual un mestizo de judío y germano, según él mismo nos
lo confiesa: “Eo quod ex
Israelis stirpe descendens cuncta mihi glorier dicta...” (carta
XVIII, 5) y más lejos: “an
ego qui et fide et gente hebreus sum...” Por otra parte, al
final de la XX carta de su Epistolario se vanagloria de descender de
familia goda. Lo picante del asunto consiste en que vienen a cuento
estas confidencias a propósito de sus discusiones con Eleazar que era
un germano convertido al judaísmo. Con Eulogio representa Álvaro la
postura extrema e intransigente de la minoría cristiana cordobesa. Es
el autor de la Escuela que ha ejercido mayor influencia en sus
contemporáneos y en el siglo siguiente.
Ha
compuesto versos en latín de valor desigual y dos tratados de moral:
la Confessio Alvari y el Liber
Scintillarum, que no hemos leído por suponer que no interesan a
nuestros estudios. Han llegado hasta nosotros los siguientes textos:
Epistolarum
Alvari, epistolario en el
cual doce cartas son de su pluma y ocho de sus corresponsales. Se
encuentran en un manuscrito escrito con letra visigótica menuda del
siglo IX o del siglo X, que se guarda en la librería de la catedral
de Córdoba. Han sido objeto de intercambio de 849 a 861, año en que
probablemente murió. Flórez consiguió una copia del códice y
publicó estas cartas en su España
sagrada, tomo XI, pp. 81‑218. En estos últimos años José
Madoz ha dado a la imprenta una edición crítica de las mismas: Epistolario
de Álvaro de Córdoba. C.S.I.C., Madrid, 1947.
La
vida de San Eulogio. Se
encuentra en el códice de la librería de la catedral de Oviedo que
contiene las obras de San Eulogio. Ha sido publicada esta biografía
con sus obras completas por Ambrosio de Morales, en 1574. Existen
varios manuscritos antiguos de este texto con otras obras de Álvaro
en dos códices que se guardan en la Biblioteca de Palacio. También
se conoce un manuscrito que había pertenecido a la de San Millán que
apunta Flórez y que se encuentra hoy día en la Academia de la
Historia. Ambrosio de Morales ha citado otros tres códices que se
hallaban en los monasterios de Sahagún, de la Espina y en la iglesia
de Mondoñedo. La Nacional de Madrid conserva un soberbio códice del
siglo X que contiene con otros textos la vida de San Eulogio.
Indiculus
luminosus. Anuncia el autor
que la obra se compone de dos partes, pero no se conoce más que la
primera, sea que Álvaro no ha redactado la segunda, sea que se ha
perdido. Ha sido escrita en el año 854, como lo indica el texto. Ha
tenido este libro una influencia importantísima en la formación del
mito arábigo entre la minoría cristiana española. Se halla el
texto, en los códices anteriormente mencionados. Flórez lo ha
publicado en su España sagrada,
t. XI. pp. 219‑275, gracias a la copia que consiguió del códice
de Córdoba.
La obra del abate Sansón: Apologetiras
Sansonis abatis cordubensis
Como
lo indica el autor al principio del capítulo IV, ha sido escrita esta
obra en el año 864. Debía de componerse de tres partes, pero no
escribió Sansón más que las dos primeras. Poco sabernos del autor,
sino que nos describe las desgracias que padeció con motivo de las
discusiones teológicas en que se enzarzó con el heresiarca
Hostegesis, obispo de Málaga. Interesante desde el punto de la
evolución de las ideas religiosas, es extraordinario su valor
documental para el historiador de esta época de la que tan poco
sabernos; pues levanta un poco nuestro abate el velo que nos esconde
tan extraña sociedad andaluza. Así, nos dice las íntimas relaciones
que mantenía el obispo con los hijos del gobernador de Málaga. Entre
otras menudencias le acusa de haberse con ellos solazado en fiestas
orgiásticas: lo que demuestra que los españoles y tanto más un
obispo a pesar de sus diferencias religiosas no estaban por aquel
tiempo enfrentados de modo irreductible. Salvo error, existe un solo
ejemplar de esta obra. Escrito sobre pergamino se guarda en la
Nacional de Madrid. Pertenece su letra al siglo IX o a principios del
X. Notas marginales en árabe le adornan. Las ha reproducido Simonet
en su añejo t. VIII de su Historia
de los mozárabes de España, p. 816. El padre Flórez ha
publicado el Apologeticus
en su España sagrada, t.
XI, p. 325.
Juan de Sevilla
Existen
dos escritores del mismo nombre que vivieron en Sevilla en la misma época.
El uno, más viejo, era obispo de Sevilla: “Joannes
Hispalensis sedis Episcopus et metropolitanus”. Firma las actas
del Concilio de Córdoba, que tuvo lugar en 839, para condenar las
herejías de los acéfalos. Era llamado por los musulmanes Said
Almatran y según Jiménez de Rada había escrito en árabe un
comentario a las Sagradas Escrituras. Se le ha atribuido, por lo visto
sin fundamento, una traducción de la Biblia al mismo idioma. “Sin
embargo, escribe Simonet, es
de extrañar que en los escritos de los autores mozárabes que
florecieron en Córdoba durante el resto del siglo IX, no se halle
noticia ni memoria alguna de un prelado y escritor tan insigne.”
En Historia de los mozárabes
de España, p. 325. El caso, en efecto, no puede ser más extraño.
¿Han sido dos el prelado y el arabista, que hubiera vivido en fechas
posteriores? ¿Se puede inducir de dicho silencio que el prelado
arabista representaba una opinión política que no compartían los
intransigentes mozárabes cordobeses?
Conocemos
mejor la personalidad de Juan de Sevilla, escritor laico y casado, el
cual mantuvo una correspondencia y una controversia teológica con Álvaro
de Córdoba. Dos de sus cartas dirigidas a Álvaro se han conservado
en su Epistolario. En la
sexta va añadido un breve resumen de la biografía de Mahoma,
encontrada por Eulogio en Leyre, de la que por lo visto recibió un
extracto o dicho resumen del viajero. Tanto le Úripresionó que fue
motivo de intercambio de pareceres entre los dos escritores, el
sevillano y el cordobés. Reviste el hecho para nuestras tesis una
importancia extraordinaria, porque confirma el asombro sentido por
Eulogio en Leyre. No se trataba de una opinión particular. Igual era
la ignorancia que se tenía de Mahoma, tanto en Córdoba como en
Sevilla.
CRÓNICAS
LATINAS
Sólo
nos han llegado del siglo IX dos crónicas latinas que nos cuentan los
acontecimientos políticos ocurridos en España en los siglos VIII y
IX. Son contemporáneas, a tal punto que se supone fueron escritas en
el mismo año, el 883. Sus autores fueron monjes que vivían en el
norte de la península, en la región que llamamos «entidad pirenaica»;
pues abarca desde un punto de vista geográfico, histórico y cultural
las dos vertientes de este sistema orográfico y los montes cantábricos.
Crónica albeldense.
Se
halla en un códice renombrado del Escorial: el Codex
Vigitanus, que lleva por fecha de su redacción la del año 976.
Se distinguen en esta crónica dos partes:
La
primera, la más antigua, redactada en el siglo IX, tiene por autor un
monje del monasterio de San Millán de la Cogolla, sito en la Rioja.
Por esta razón muchas veces ha sido llamado este texto: Crónica
emilianense, de San Millán, en latín: Emilianus. (No confundir
con el Codex emilianense
que se guarda también en la Biblioteca del Escorial y es tan célebre
como el anterior.) Han afirmado numerosos historiadores que era su
autor un monje llamado Dulcidius, el cual habría escrito la historia
de los últimos reyes godos y los incidentes de la guerra civil.
Hacia
mitad del siglo décimo el benedictino Vigila que vivía en el
monasterio riojano de Albelda, sito en la orilla derecha del Iregua
que desemboca en el Ebro, cerca y después de Logroño, escribió la
segunda parte que comprende los acontecimientos ocurridos en el
reinado de Alfonso 111. Excelente calígrafo, poeta a sus horas, es
este monje el autor del texto y del manuscrito. Por tal razón lleva
su nombre: vigilanus.
De
ser así, está compuesta la Crónica
albeldonse de dos textos que han sido escritos en dos fechas
distintas. Ochenta y tres años los separan. Vigila no es un fraile
cualquiera y vulgar. Poseía conocimientos extensos y su libro
constituye una pequeña pero extraordinaria enciclopedia de los
conocimientos de la época. Hemos encontrado en sus páginas una de
las mis antiguas reproducciones de la numeración decimal, con signos
de origen arábigo. Las cifras muy enguirnaldadas están escritas como
en las grafías semitas de derecha a izquierda. Se acaba la numeración
con la cifra nueve, pues en esta época se desconocía aún el signo
cero. Hemos reproducido texto y grafía en el tomo tercero de nuestro Decadencía
española, Madrid, 1950.
El
benedictino P. Luciano Serrano en el tomo III del Homenaje
ofrecido a Meníndez y Pidal, Madrid, 1925, afirma que Vigila es
el autor principal de la Crónica
albeldense, que puso mano en, la primera parte, acaso modificándola,
y luego acabó el relato, de los acontecimientos posteriores. Ha sido
publicada esta crónica por el padre Flórez en su España
sagrada, t XIII. Citamos por esta edición. Un párrafo olvidado
se encuentra en la Colección de crónicas arábigas de la Academia de
la Historia de Madrid, tomo I de Emilio Lafuente Alcántara. Otro
texto del parágrafo 78 que tampoco había sido reproducido en la
edición de Flórez ha sido añadido en nota al discurso de recepción
a la Academia de la Historia de Madrid, pronunciado por Manuel Olíver
y Hurtado, en 1866.
Crónica de Alfonso III
Discuten
todavía los historiadores por esclarecer quién fue su autor. Opinan
algunos que es obra del mismo rey Alfonso; otros que encargó su
redacción a Sebastián de Salamanca, por lo cual ha sido llamada por
muchos autores antiguos: Chronicon
sebastiani. Empieza el relato con los acontecimientos ocurridos en
el reinado de Vamba y termina con la muerte del rey de León, Orduño
I; es decir, desde 672 hasta 866. Está fechada la crónica en 883. La
ha publicado Flórez en el tomo XIII de su España
sagrada. Pero no presenta esta crónica la enjundia intelectual,
ni el valor documental e histórico de la del monje Vigila. Es mucho más
enrevesada, escrita con un criterio infantil o primario, en una
palabra arcaica, que le resta autoridad en comparación con la
albeldense.
El
códice de Roda nos ofrece el texto más antiguo de esta crónica. Gómez
Moreno ha hecho de la misma una edición en el año 1932: Las
primeras crónicas de la Reconquista. El ciclo de Alfonso III,
Boletín de la Academia de la Historia. Las crónicas albeldense y de
Alfonso III tienen escaso interés para un estudio científico de los
acontecimientos ocurridos en España a principios del siglo VIII. Han
pasado ciento cincuenta años desde los hechos reseñados. El ambiente
ideológico ha cambiado y lo sucedido que nos pudiera interesar está
esfumado en las nieblas del pasado, si no olvidado; lo que se dice,
desvirtuado por la opinión imperante en su tiempo. Son únicamente
interesantes estos textos para el estudio de la evolución del mito.
FINES
DEL X Y PRINCIPIOS DEL XI
En
esta época tardía en comparación con la fecha de las guerras
civiles del VIII, aparecen textos arábigos, es decir, escritos en árabe.
Tres crónicas destacan, aunque sólo dos ofrecen un cierto interés.
Los hechos inverosímiles que describen son la fuente de las leyendas
que han florecido a lo largo de la Edad Media, fábulas paralelas al
mito de la invasión de España, las cuales han sido fielmente
recogidas por las crónicas cristianas del XII y del XIII, para formar
posteriormente el fondo del Romancero. Poseen un cierto denominador
común las dos más importantes, pero su fuente de información es
distinta.
Ajbar
Machmua, enraíza sus
noticias en la antigua tradición que alienta la sociedad bereber
marroquí; mientras que la Crónica
del Moro Rasis respira el ambiente andaluz más influido por los
acontecimientos, luego más veraz. Pero en ambos casos los
acontecimientos históricos han sido disfrazados por el ambiente
musulmán y árabe que imperaba en las fechas de su redacción. De aquí
la importancia dada en el texto, sobre todo en el marroquí, a
episodios fabulosos, más propios de recitadores orientales que de auténticos
historiadores; lo que apunta, si no tuvieramos otros elementos de
juicio, su origen egipcio. Como si esto fuera poco, han sido estos
textos lastimados por interpolaciones.
Crónica del Moro Rasis
Ahmed
al Rasi-Atariji, es decir, el cronista por excelencia, probablemente
era andaluz y vivió en el siglo X. La crónica que lleva su nombre
cuenta los acontecimientos en los cuales intervino Roderico, la invasión
de España por los árabes y los hechos de los sultanes y de los
califas, hasta el año 976. Se ha perdido el texto original que se
supone estaba escrito en árabe, aunque no pueda afirmarse
positivamente En el siglo XIV o en el XV según los autores, un moro
llamado Mohamed, sin letras pues él mismo lo confiesa, leyó en voz
alta y en portugués un texto de esta crónica redactada en árabe a
un sacerdote, llamado Gil Pérez, ignorante del árabe ¡pero que
traducía lo oído en portugués al castellano... !
Se
divide el texto recogido de modo tan singular en tres partes: la
primera se ocupa de geografía y las siguientes de historia. En un
principio se describe la situación existente en España antes de la
invasión, luego los acontecimientos posteriores.
Dadas
estas circunstancias han tenido que admitir todos los autores que el
texto traducido del portugués suscita grandísimos recelos. Ignoramos
si se trata del texto original de Rasis o de otro cualquiera que
hubiera leído Mohamed. Y aún de ser original resulta indudable que
ha sido mutilado, interpolado, confitado según los gustos de las épocas
posteriores. Mas entonces, siendo esto incontrovertible, ¿cómo
extraer del fondo antiguo, si lo conserva, las noticias que pudieran
revestir un valor histórico?
Pascual
Gayangos ha advertido en su tiempo que a juicio suyo la última parte
pertenece a un autor arábigo, pero no la segunda en la que se cuentan
los hechos y aventuras de Roderico. Opina que han sido inspirados por
una novela célebre: La crónica
del rey don Rodrigo con la destrucción de España, escrita en
1443 por Pedro del Corral. (Pascual Gayangos: Memoria
sobre la autenticidad de la crónica denominada del Moro Rasis,
Madrid, 1850, Memorias de la Real Academia de la Historia, t. VIII.)
Saavedra cree en la autenticidad del texto en lo concerniente a los
acontecimientos desde la muerte de Roderico hasta la llegada de Alher
y que la novela ha sido compuesta con las noticias dadas por el texto
de Rasis. (Eduardo Saavedra: Estudio
sobre la invasión de los árabes en España, Madrid, 1892.) Menéndez
y Pelayo en su gran obra acerca de los orígenes de la novela se
contenta con destacar las afinidades que existen entre la obra histórica
y la imaginaria. Según nuestro leal saber y entender, el fondo histórico
que debe de pertenecer al Moro Rasis se enlaza con la tradición
andaluza, existente en el siglo X; exactamente lo mismo ocurre con el
Anónimo latino en otros tiempos atribuido a un fabuloso obispo,
Isidoro Pascense, a cuya crónica dedicamos el apéndice n.º II. En
estas condiciones tan sólo muy escasos hechos descritos deben ser
admitidos y aún con gran cautela: aquellos que pueden ser confirmados
por otros testimonios, siempre y cuando no estén desmentidos por el
contexto histórico. Así, por ejemplo, hemos recogido de esta obra
los datos que se refieren a las hambres que asolaron a España en los
siglos VII y VIII (capítulo octavo) porque de antemano hemos
reconstruido la historia del proceso de desecación del Sahara (capítulo
V). Pascual Gayangos ha publicado el texto de esta crónica en el
trabajo anteriormente citado. Saavedra ha añadido en apéndice a su
estudio fragmentos inéditos que tratan de la historia de los últimos
reyes godos. Citamos por esta traducción.
Ajbar Machmua
No
se trata de la obra de un historiador, ni aun de la de un cronista de
talla menor. Recoge el texto unos cuantos relatos tradicionales en él
Rif, cuyo valor es desigual. Dozy, entusiasmado por el hallazgo
entonces reciente de este manuscrito, encontraba en estas fábulas el
testimonio sincero de los incidentes de la conquista. Le han seguido
los historiadores posteriores. En nuestros días Levi-Provençal le
imita para describimos e ilustramos acerca de los conflictos que dividían
a las tribus árabes recientemente asentadas en España y los hechos
victoriosos de Abd al-Ramán, el Emigrado. Para nosotros reúne este
libro de aventuras una colección de relatos tradicionales,
eminentemente bereberes y rifeños, los cuales deben conservar algo
del recuerdo de las acciones emprendidas por los antepasados en la
guerra civil hispana, tradición que se habrá mantenido con mayores o
menores ocurrencias en las familias y en las tribus del país. Hacia
1007 tuvo la idea un intelectual mahometano de habla arábiga de
recoger esta tradición oral en un texto que nos ha alcanzado. En
estas condiciones, transcurridos trescientos años en que la faz de
esta parte de la tierra se había transformado fundamentalmente,
hechos que pudieran haber poseído un cierto valor histórico han sido
envueltos en clima de tal contextura que resulta dificilísimo, si no
imposible, distinguir el oro del barro que lo envuelve. Esto lo
confirma el ambiente imaginativo en que está escrito; pues no sólo
es fácil reconocer fábulas egipcias que han servido para describir
otros acontecimientos ocurridos en aquella nación, sino relatos que
pertenecen al folklore del Mediterráneo oriental, cuyos orígenes
remontan a veces hasta los tiempos bíblicos. En 1867 publicó Emilio
Lafuente Alcántara el texto de esta obra y su traducción en el tomo
primero de la Colección de crónicas
arábigas, editada por la Real Academia de la Historia.
Crónica de lbn Alcotiya
En
árabe quiere decir Ibn Alcotiya: el hijo de la Goda. Descendía el
autor de esta crónica de Sara, nieta de Vitiza; de aquí el apodo. En
vano busca en ella el lector recuerdos de los últimos reyes visigodos
que se hubieran mantenido en la tradición familiar. El proceso de
arabización dominante en los tiempos de su redacción, finales del X
o principios del XI en que generalmente se fecha, ha borrado en la
mente del autor todo indicio que pudiera referirse a otro ambiente
anteriormente existente. Es este carácter el que da a la crónica
todo su interés. Pues si el recuerdo de una tradición real – y ¡de
tal abolengo!– no ha podido mantenerse en un descendiente en tan
pocas generaciones, ¡qué se va a pedir a los demás! El texto íntegro
de esta crónica ha sido publicado con una traducción española por
Pascual Gayangos en el tomo II de la Colección
de crónicas árabes, citada por la Academia de la Historia.
Los
numerosos textos posteriores dada su fecha reciente no poseen valor
alguno documental más o menos aprovechable. Son trabajos pseudohistóricos,
escritos además con los prejuicios ya iniciados en el norte de África
en el siglo XI y que posteriormente fueron hinchados por la
contrarreforma musulmana llevada a cabo por almoravides y almohades.
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