Apéndice
2
Se
han apoyado los historiadores que han estudiado la invasión de España
en un texto por todos juzgado fundamental: había sido escrito por un
testigo que había asistido a los acontecimientos: Isidoro Pacense,
obispo de Pax Julia, hoy día: Beja, pueblo que se halla en la
provincia de Badajoz, de aquí el título de la obra que antiguamente
se ha llamado Crónica de Isidoro Pacense. Era su autor un
intelectual renombrado, especializado en la historia de su tiempo.
Cita los títulos de varios 4bros que había redactado sobre asuntos
diferentes. Se han perdido (393). Por todo lo cual, los
acontecimientos que conciernen a los últimos reyes visigodos, los
episodios de la invasión y los primeros años de dominación de los
extranjeros están descritos en un texto contemporáneo, ya que el
relato acaba en el año 754. Desgraciadamente no existe otro texto de
aquel tiempo para confrontar los datos expuestos. Reza su título
original: Epitoma (o epitome) imperatorum vel arabum
epbemerides atque hispaniae chronographiae sub uno volumine collecta.
Existen
varios manuscritos, todos pertenecientes a fechas más recientes que
el siglo VIII. Cinco posee nada menos la Nacional de Madrid. Se hallan
algunos insertos en otras crónicas más modernas, como el Chronicon
ab initio mundi usque aera 1170, el Chronicon iriense
y el Chronicon liber. Gozan dos copias de mayor autoridad: la más
antigua, a juicio del paleógrafo Tailhand, está escrita con “una
magnífica letra visigótica y probablemente debe ser fechada hacia
mediados del siglo X” (394). Estuvo el manuscrito en un
establecimiento religioso de Zaragoza, luego en la Inquisición de
Madrid y actualmente se halla en la Academia de la Historia. Sólo se
conservan cuatro folios en su estado actual, pues anteriormente se
componía de ocho y medio. Estaba precedido por otro texto y lo mismo
ocurre al otro manuscrito que se encuentra en la Biblioteca del
Arsenal de París. Adornado con letra francesa del siglo XIV, es copia
de un texto anterior escrito con letra visigótica española. Como el
escribano o amanuense encargado de componer el códice ignoraba las
artimañas de esta antigua letra, aparecen en el texto errores y
oscuridades, pero según criterio de Tailhand que los ha estudiado se
trata del texto más completo.
Ha
sido por vez primera publicada esta crónica por Sandoval en su
Historia de los cinco obispos, Pamplona, 1615. El padre Flórez la ha
incluido en el tomo VIII de su España sagrada. El jesuita
francés Tailhand ha reproducido en facsímil hecho en heliograbado
los dos manuscritos anteriormente citados, el de la Academia de la
Historia y el del Arsenal, en una edición crítica con largos y
numerosos comentarios. Teófilo Martínez Escobar ha publicado en el
siglo pasado una traducción española en la “Revista de Filosofía,
Literatura y Ciencias de Sevilla”.
Estos
dos manuscritos más antiguos no llevan el nombre de su autor. Hacia
fines del siglo XII Pelagio, obispo de Oviedo, incluyó el texto en
una crónica con carácter universal que acaba en el año 1170. (Su título
es el del primer códice que hemos mencionado anteriormente que guarda
la Nacional de Madrid.) Conocida también con el título de Códice
ovetense contiene el Anónimo en lugar preeminente y
nuestro Pelagio le puso una pequeña introducción que empieza en
estos términos:
“Incipit
liber cronicorum ab exordio mundi usque era MCLXX. Carisimi frates, si
cronicam hanc quam aspicitis, bono animo eam legatis, invententi
quomodo junior Isidorus Pacensis ecclesie eps. sicut in Veteri
Testamento et Novo, et per Spiritum Santum intellexit.
(395)
Desde
entonces han creído los historiadores en el testimonio de Pelagio: no
sólo había existido un obispo Isidoro Pacense, llamado junior
para distinguirlo del mayor: Isidoro de Sevilla; era también este
personaje el autor de la crónica que había servido de base al
Ovetense para escribir su historia universal.
Hace
más de un siglo se dio cuenta Dozy del error de Pelagio. En 1860, en
la segunda edición de sus estudios sobre la historia y la literatura
española en la Edad Media, advirtió que el amanuense que había
copiado por cuenta de Pelagio la Historia de los reyes godos de
Isidoro de Sevilla había leído mal el nombre de Isidorus hispalensis
epis. “Está claro, escribía, que ha saltado la sílaba His y
que ha escrito Pacensis en lugar de Palensis” (396). En 1883,
Fernández Guerra confirmó la hipótesis de Dozy y acusó de ligero
al obispo de Oviedo (397).
Dos
años más tarde Tailhand demostró documentalmente el error. En su
estudio crítico sobre el Anónimo reprodujo la página de un códice
de la Nacional de Madrid, que contenía la crónica con el corte
desdichado del nombre del ilustre sevillano: o sea, al final de una línea:
Isidori y en la siguiente Palensis, en lugar de
Hispalensis. Por lo cual concluyó Tailliand: “Acepió Pelagio
esta equivocación sin dificultad. (No cotejó la copia con el
original, diríamos nosotros.) Mas no conociendo obispado alguno
llamado Palensis en España, substituyó esta lectura por la de
Pacensis que frecuentemente encontraba repetida al pie de las actas de
los antiguos concilios hispanos visigóticos” (289). Como por lo
visto no era este despiste lo suficientemente abultado siguió erre
que erre con sus extravagancias nuestro Pelagio, atribuyendo además a
este junior una obra del auténtico Isidoro y a este último,
para sin duda desagraviarle, ¡un texto de Julián de Toledo!
Con
lo expuesto era de aquí en adelante incorrecto mencionar esta crónica
con la paternidad de Isidoro Pacense, lo que naturalmente hicieron
catedráticos, escritores y demás comentadores de la historia
patria... ¡hasta el autor de la voz: Isidoro Pacense, en la Enciclopedia
Espasa! ¿Qué título darle? Tailhand siguiendo los apuntes de
Dozy reconocía que el autor anónimo había tenido lazos muy íntimos
con la ciudad de Córdoba, en la que probablemente había vivido
durante mucho tiempo. Por consiguiente le dio por título: El anónimo
de Córdoba. Más tarde, en 1890, el historiador Hinojosa empleó
argumentos similares para apreciar que era Toledo la ciudad que había
merecido los favores del autor. Intituló el texto: El anónimo de
Toledo) Fue seguida esta denominación por Mommsen en 1894, por
Schevenkow en una tesis de doctorado del mismo año, y, por Simonet en
su Historia de los mozárabes de España (400). Sin embargo,
estimaba Saavedra, en 1892, que debía de llamarse con mayor
sencillez: Crónica latina anónima, pues a su parecer –y
creemos con razón– no existe argumento alguno válido para darle un
calificativo toledano o cordobés, aunque era indudable que había
residido el autor por mucho tiempo en dicha ciudad andaluza 401).
Ahora
bien, apuntados estos pormenores, no han estudiado estos sabios
distinguidos el verdadero problema que plantea el texto: la fecha de
su redacción. Unánime era la opinión. Como había vivido este
cronista a mediados del siglo VIII había visto con sus propios ojos
los horrores de la invasión y asistido al asalto sarraceno. Su
testimonio era tanto mas excepcional ya que era el único testigo de
estos hechos del cual conservaron memoria los historiadores. Pues,
extraviados por el mito se habían olvidado del adagio clásico: Testis
unus, testis nullus. Surge entonces una Pregunta: ¿Sobre qué
bases se apoya esta unanimidad? Poca duda ofrece la respuesta: Como
los acontecimientos descritos en la crónica acaban en el año 754, se
había supuesto sin mayores averiguaciones que en esta fecha precisa
había terminado el autor la redacción de su relato.
Posee,
en efecto, la Crónica latina anónima un epílogo en donde expone el
autor sus ideas acerca de la cronología del mundo desde sus
principios hasta su fin con el propósito de hacer coincidir las eras
diferentes, cristiana, bizantina y mahometana, que el autor ha
manipulado. Pues no encajan, sin duda porque ignora que el año
mahometano se compone de meses lunares. Planteada así la cuestión,
ocurre que el texto de este análisis empieza con las siguientes
palabras:
§
78. Fiunt igitur ab
exordio mundi usque eram coleptam septingentesi~ nonagesiman saecundam,
anuo imperii Constanfini decimo, Abdellab Alesremi amiralmuminin
IIII, Spaniae Yusif patriae VII, Arabum CXXXVI...
En
su edición crítica interrumpe en este punto su lectura Tailhand para
hacer el siguiente comentario: terminado el año 136 de la Héjira el
26 de junio del año 754, se desprende que en uno de los seis primeros
meses de este año y con certeza antes del 27 de junio, el Anónimo de
Córdoba había acabado su crónica rimada (402). Para este
especialista y para la mayoría de los autores queda determinada la
fecha de la obra por estas palabras: “ab exordio mundi usque eram
coeplam...”, “desde el origen del mundo hasta la era
empezada”. ¿Es esto legítimo?
Según
nuestro leal saber y entender, las palabras no dicen más que lo que
expresan: La era empezada es
la que en su curso acaba el relato de los acontecimientos descritos.
Nada más dice el texto y nos parece absurdo y fantástico empeñarse
en querer fijar la fecha de un texto con una interpretación
abusiva de sus términos. Del mismo modo pudiera decirse de un
historiador contemporáneo, autor de una historia de los tiempos de
Felipe II, que había vivido en el siglo XVI porque acababa su relato
con la muerte del monarca.
Si
el Anónimo hubiera querido fechar su trabajo, lo hubiera consignado
en términos precisos al principio o al final de su crónica, como era
costumbre en la Alta Edad Media. Así lo han hecho constar en algunas
de sus obras los compatriotas del autor, Eulogio y Álvaro de Córdoba,
los cuales lo han a veces mencionado también en el del texto. Hemos
dado varios ejemplos de esta costumbre a lo largo de este estudio.
Pero aún hay más. Cabe una pregunta: ¿No ha sido truncado el texto
en su parte final? ¿Acaba el que conocemos tal cual lo escribió el
autor? Existen razones para dudarlo.
Muchos
recelos suscita el epílogo de la Crónica latina anónima.
Acaba de modo muy extraño, por no decir anormal, con una frase de San
Julián que no viene a cuento. Lo menos que se puede decir es que
aparece a contrapelo, dejando en suspenso el discurso del autor... y
la atención del lector. Se ha producido probablemente un corte y una
interpolación. Tanto más que el texto de la edición paleográfica y
crítica de Tailhand posee una particularidad singularísima: rimada
está la crónica en su totalidad, salvo precisamente el epílogo
cronológico. ¿No es esto sospechoso?
Son
verosímiles todas las suposiciones. La más razonable consiste en
pensar que ha sido obra el epílogo de mano ajena al autor anónimo.
En vista de las discordancias existentes acerca de las fechas de los
acontecimientos, un monje más ducho en cronología se habrá
esforzado con un texto en prosa para mayor claridad en poner las
fechas en consonancia. El sería el autor de la “era coeptam”
y de la frase de San Julián, si además no hubiera quizá intervenido
para todo complicarlo la torpeza de un amanuense que hubiera dejado
las frases sin concordancia. Que todo el pastel acabara en cola de
pescado, como dice Horacio, no debe de extrañar. La sorprendente
invención de un obispo Pacense enseña la falta de formalidad de
estos frailes más duchos en caligrafía que en precisiones históricas.
Aparece
entonces manifiesta la evidencia: si se admite que la crónica ha sido
escrita a mediados del siglo VIII, surgen tan numerosos los
contrasentidos históricos, que ha podido afirmar en su tiempo Dozy en
sus Recherches que había sido esta crónica la más maleada,
truncada e interpolada de todas las de la Edad Media. Por el
contrario, decimos nosotros, si pertenece a una fecha posterior, sea a
fines del siglo IX, sea a principios del siglo X, por lo menos
desaparecen los anacronismos. En este caso su valor como documento
histórico se compagina con el de los otros textos que han sido
redactados cuando el mito de la invasión estaba consolidado y por
consiguiente reflejan un ambiente que era el adecuado en su tiempo,
pero no el que había existido en fechas anteriores.
Para
admitir que esta crónica pertenece al siglo VIII se requieren dos
circunstancias: o bien consta la fecha de la obra en el texto de una
manera terminante; o bien, existen manuscritos fechados en este siglo
o cuyo análisis paleográfico permite suponer que han sido escritos
en esta fecha. Como ninguno de estos requisitos se cumple –el texto
no está fechado y el códice más antiguo que conocemos se atribuye a
mediados del siglo X–, se impone incontrovertible la siguiente
conclusión: sólo el contexto histórico puede precisar la época de
su redacción.
Pues
bien, el análisis comparativo de esta crónica con los textos de los
siglos IX y X, nos demuestra que la interpretación tradicional
resulta inadmisible. El texto anónimo no ha sido compuesto en el
VIII, sino en fecha muy posterior. El testigo excepcional que había
visto con sus propios ojos la conquista de España por los árabes se
desvanece, como antes se había disuelto en la nada la persona del
obispo Isidoro Pacense. Para asentar esta afirmación nos apoyamos en
los argumentos siguientes:
1.
Basta la lectura de la Crónica latina anónima para comprender
que la leyenda de la invasión de España por los árabes estaba ya
asentada cuando su autor redactaba el texto. Pertenece sin embargo al
primer equipo que propaga la noticia. De acuerdo con nuestros trabajos
sabemos que ha empezado a cuajar el mito en el ambiente hispano
cristiano después de las obras de la Escuela de Córdoba. Por
consiguiente, si se sitúa la crónica en la evolución de las ideas
en España, como un punto en una curva, se deduce que debe de
pertenecer a una fecha posterior a la mitad del siglo IX. Por esta razón,
de fecharla con anterioridad, surgen numerosos los anacronismos. Por
ahora nos basta con señalar la diferencia de estilo que aleja esta crónica
rimada de los relatos escritos por los cronistas del siglo IX.
Como
en su florescencia se acompaña siempre una leyenda con una gran dosis
de poesía, posee el texto anónimo un valor literario que no
transparece en las más antiguas crónicas. Contrasta la descarnada
aridez que las caracteriza con el aliento de la rimada. Su sencilla
melodía es ya sintomática. Los cronistas del IX nos transmiten las
noticias con el estilo de los telegrama de agencia; el autor
desconocido goza de un aliento que entre todos le distingue, pero
muestra también la objetividad propia del historiador.
Acudamos
a un ejemplo: está acompañada la leyenda de la invasión de España
por otro hecho maravilloso: la invasión de Francia por los árabes,
aniquilados en Poitiers por Carlos Martel. Tuvo lugar el combate en
732. Nuestro autor escribe en 754; es decir 21 años más tarde. Vive
en tierra musulmana y es conocido el hecho de que los cronistas
bereberes o andaluces de esta religión ignoran o atenúan la
pretendida derrota de sus antepasados. Por otra parte, los
occidentales que nos cuentan el acontecimiento, los monjes Teófano,
Pablo Diácono y el de Moissac, son lacónicos, inciertos y fabulosos:
lo que ha inducido a los historiadores contemporáneos franceses,
Emanuel Berl entre ellos, a sospechar de tal aventura a pesar de
desconocer el alcance de nuestras tesis. En realidad no saben muy bien
estos frailes lo que ha ocurrido. Escriben de acuerdo con ciertos
rumores, un son que no podía menos de serle agradable porque se
esforzaban con ello por anima a su fe y a la de su parroquia. Nuestro
Anónimo sabe muy bien lo ocurrido y no ignora los detalles
importantes. No cae en fábulas infantiles como Pablo Diácono. ¿No
asegura éste que 375.000 árabes, es decir la totalidad probablemente
de los habitantes de Arabia en aquel tiempo han perecido en la
batalla? Describe las operaciones preliminares de los asaltantes y los
movimientos tácticos de Carlos Martel. En una palabra, hace obra de
historiador que se esfuerza en ser objetivo contando lo que ocurre en
los dos campos enemigos. ¿Por que? No sólo porqué tiene mayor genio
que los cronistas anteriores, sino también porque goza de la
perspectiva que da el tiempo transcurrido, lo que los más ancianos no
podían alcanzar.
¿Cómo
desde su lejana Andalucía está mejor enterado que el monje de
Moissac? Sugiere Tailhand que ha podido recibir alguna información
oral o escrita de algún galo-franco, testigo ocular del
acontecimiento... y ¿por qué no de algunos de los derrotados? Nada
en su texto deja traslucir el testimonio del que ha presenciado un
hecho importante; lo que siempre desprende un tufo sugestivo.
Es
probable, si no seguro, que ha manipulado textos árabes, latinos o
bizantinos que desconocemos. Lo indudable está en la objetividad del
intelectual que desde su alta torre domina el rumor popular. Y esto...
porque el tiempo ha deshecho las fábulas inverosímiles que el
cronista más cercano de las campanadas populares, crédulo, ha creído
con toda ingenuidad.
De
haber escrito nuestro Anónimo su crónica en el año 754, no hubiera
podido sustraerse al ambiente de los vencidos con que tropezaría por
la calle. Siendo cristiano ¿cómo no desacredita a los enemigos de su
fe? Mas no lo ha hecho. ¿Cómo no indisponerse con la autoridad y los
intelectuales musulmanes, doloridos por desastre tan cercano, si
hubiera descrito la paliza sufrida por sus conciudadanos herejes? ¿Por
qué, dadas estas circunstancias, no ha reducido el episodio a algunas
palabras breves y concisas? No le vemos, al contrario, arriesgarse en
larga parrafada que no podía menos que comprometerle. Sencilla es la
respuesta a tal pregunta: escribe el Anónimo en una época en que la
batalla de Poitiers, transfigurada por el mito, ha quedado en lejano
episodio guerrero. No suscita el hecho pasión alguna.
Si
se acepta la interpretación tradicional acerca de la fecha de nuestra
crónica, hay entonces que admitir que el relato más importante y
objetivo de la batalla de Poitiers tiene su origen en el campo de los
vencidos, mientras que los vencedores no nos han transmitido más que
relatos fabulosos. ¿No es esto extraordinario? Si la crónica ha sido
escrita dos siglos más tarde, todo cambia. Ha podido el autor desempeñar
el papel de un historiador. Tan sólo por imposición del mito ya
cuajado quedaba desvirtuado el sentido de los acontecimientos. La
incursión hacia la llanura francesa emprendida por pirenaicos había
sido transfigurada en una invasión de Occidente por los árabes, como
la prolongación natural de la de España.
2.
Cuando describe el Anónimo la invasión de España por los árabes,
un soplo patético conmueve el relato y al lector transmite una
intensa emoción. Las grandes ciudades, ricas y pobladas, de repente
son destruidas y quedan desiertas. Arden como antorchas los monumentos
más suntuosos. Aterrorizados sus habitantes son reducidos a
esclavitud, los hombres encadenados y marcados con hierros candentes,
los potentados crucificados, los niños y los críos apuñalados.
Paraliza el terror a aquellos que todavía pudieran luchar. Atraídos
con bellas promesas se esfuerzan los timoratos en negociar. Fatalmente
son engañados de modo alevoso. Rotos los acuerdos, extiende por
doquier el enemigo su poder, cual una epidemia que se expande. Se
multiplican los males como en el Apocalipsis y no tiene nuestro
cronista la suerte del Evangelista. No puede enumerarlos todos.
Hubiera necesitado, asegura, ¡que se hubieran transformado sus
miembros en otras tantas lenguas! Con la descripción de estas
desgracias ha cambiado el tono. Patético al principio, se ha
convertido en apocalíptico.
890
Quis enim narrare queat tantapericula?
Quis
dinumerare tan importuna naufragia?
Nam
si omnia membra
Verterentur
in linguas,
Omnino
nequaquara Spaniae ruinas,
Vel
ejus tot, tantaque mala
Dicere
poterit humana natura.
Sed
ut in brevi cuncta
Legendi
renotem pagella,
Relictis
soeculi innumerabilibus,
Ab
Adam usque nunc, cladibus
Quas
infinitis regionibus
Et
civitatibus Crudelis intulit
Mundus
iste immundus,
Quidquid
historialiter capta Troia pertulit;
Quidquid
Hierosolima,
Praedicta
per prophetaram eloquia,
Baiulavit;
Quidquid
Babylonia
Per
scripturaram eloquia
Sustulit;
Quiquid
postremo Roma
Apostolonim
nobilitate decorata,
Martyrialiter
confecit,
Omnia
et tot Spania, quondam deliciosa,
Et
nunc misera effecta,
Tam
in honore quara in de decore experivit.
“¿Quién
sería capaz de referir tantos peligros? ¿Quién de enumerar tan
terribles desastres? Pues si todos los miembros se convirtiesen en
lenguas, aún así, jamás pudiera hombre
alguno publicar la ruina y los males tan grandes y sin cuenta que
afligieron a España. Mas para hacer notar al lector en pocas palabras
todas estas desgracias, omitiendo las innumerables que el
enemigo cruel suscitó en el mando por los infinitos países y
ciudades, desde Adán hasta el presente, cuanto la historia nos
refiere de la destrucción de Troya, cuanto sufrió Jerusalén
conforme al vaticinio de los profetas, cuanto Babilonia padeció según
el testimonio de las Escrituras, cuanto finalmente el martirio trajo
sobre Roma ennoblecida por los Apóstoles, otro tanto y mucho más,
España, en algún tiempo venturosa y ahora sumida en la desgracia,
experimentó así en su honra como en su infamia.”
(Reproducimos
el texto latino sin las variantes recogidas por Tailhard, para que
advierta el lector el impacto de la rima sobre el discurso. Pertenece
la traducción a Teófilo Martínez Escobar.)
Cuando
se explaya nuestro Anónimo en términos tan dolorosos, se deja
enardecer por el ambiente creado por el mito y no por la objetividad
del historiador, como resplandece
en otros lugares. Pues nos dicen las crónicas bereberes que los
invasores eran demasiado pocos para realizar devastaciones tantas en
territorio tan extenso. Mas el recuerdo tenaz de las guerras civiles
entonces
ocurridas se mantenía aún en la memoria de las gentes y la fábula
con el curso del tiempo había transformado las verdaderas causas de
la tragedia. No era el invasor el responsable, ni la causa de tanto
mal; en la mente del autor era universal en razón de la evolución
histórica. Mas ahora, suena al oído del lector advertido otro son ya
conocido.
¿Por
qué las desgracias padecidas por España eran más grandes que
aquellas aguantadas por el mundo desde Adán hasta la fecha en que
escribe el Anónimo? ¿Por qué dejaban atrás las que Troya, Jerusalén,
Babilonia y Roma habían padecido? Quedaba ahora la causa esclarecida:
tan extraordinario enemigo de todos había sido el más imponente...
Entonces, ilumina el texto una nueva luz. Este adversario; tan
cruel... ¿no era la Bestia profetizada por Daniel? ¿No había
calculado su ruina y desaparición Álvaro de Córdoba en su Indiculus?
¿No existe un estrecho parentesco entre ambos textos, el de Álvaro y
el del Anónimo? ¿No están alcanzados ambos por el mismo soplo
apocalíptico? Está uno dispuesto a creerlo: ¿No había leído el Anónimo
la obra del Cordobés?
4.
Confiese Tailhand en su estudio que la Crónica latina anónima
ha tenido el destino de tantas obras notables que han logrado
resonancia muchos años después de la muerte de sus autores. Esto es
muy cómodo para proponer concordancias de fechas inverosímiles.
Seamos, sin embargo, condescendientes. Aceptemos el hecho tradicional.
Acabado ha sido el libro en 754 y ha dormido varios siglos en un cajón.
El problema que plantea el texto no queda con ello resuelto, ni muchísimo
menos. No es el Anónimo un testigo ocular que cuenta lo que ha visto,
como lo han dicho los que no han leído su obra, es un historiador que
emplea fuentes diversas y múltiples. Es un sabio. Mas, ¡oh
maravilla!, su saber sobrepasa y con creces los conocimientos de los
autores de la Escuela de Córdoba. Sabe, por ejemplo, el año en que
Mahoma y sus discípulos se han apoderado de Arabia, de Siria, de
Mesopotamia. (Hemos reproducido el texto a ello referente en el párrafo
II del capítulo octavo.) Sus noticias acerca de la historia de los
emperadores bizantinos, sobre las guerras que los opusieron a los
persas con motivo de la política interna de los califas, acerca de
los hechos que tuvieron lugar en el norte de África, de la batalla de
Poitiers y de otros pormenores, grandísimas son. El hecho es
evidente: muestra una erudición que no poseían ni muchísimo menos
los autores del siglo IX en general.
Conoce
los últimos acontecimientos que ocurrieron en el Punjab lejano que
acababan de conquistar las tropas de Walid I. “Ulit... vir totius
prudentiae... Indiae fines vastando edomuit". De acuerdo con
la historia clásica le llega esta noticia a Córdoba unos treinta años
más tarde, pues han ocurrido estos hechos de 705 a 715. Está muy
bien informado. Mas su saber no es obra de una inspiración divina. Ha
leído libros, viajeros han traído noticias a la ciudad en donde
reside. En una palabra, ha existido en Córdoba una opinión que el Anónimo
refleja. Pero los intelectuales del IX que residen en la misma ciudad
de Córdoba ignoran por lo visto lo que sabían los cristianos cultos,
sus conciudadanos del siglo anterior. No es solamente la Crónica
anónima la olvidada, sino ¡toda la bibliografía de que se ha
servido nuestro historiador! Tan es así que Eulogio tuvo que ir a
Navarra para enterarse de la existencia de un Profeta llamado Mahoma.
5.
Son el Anónimo y Álvaro de Córdoba los autores latinos hispanos que
para fines distintos han empleado la cronología de la Héjira.
Cierto, se equivocan los dos en su empleo. Ignora el primero que se
cuenta el año mahometano por meses lunares, de donde un desfase con
la cronología bizantina e hispánica. Mas ¿puede compararse su
erudición en la materia para establecer una concordancia entre ellas
y la era mahometana con los balbuceos de Álvaro? Si hubiese realizado
sus trabajos el Anónimo en el siglo VIII era lógico suponer que Álvaro
tuviera mayores conocimientos que él pues vivía un siglo más tarde
que su supuesto antepasado y en una ciudad que llevaba siglo y medio
de arabización. Sin embargo no ocurre así. Resulta más ducho el Anónimo
en cronologías de tal manera que se atreve a establecer paralelismos
internacionales, tema vedado a Álvaro.
No
se trata de un problema subalterno de erudición. El empleo de la
cronología es de uso diario en la sociedad. Si hubieran invadido España
los árabes en el año 711, el cálculo de la Héjira con la era
cristiana hubiera sido aprendido... ¡qué otro remedio! por los
intelectuales cristianos después de unos meses de aprendizaje. No
ocurre así. Siglo y medio después de la supuesta invasión de España
no poseen de este cómputo los autores de la Escuela de Córdoba más
que una idea bastante lejana de la realidad: lo que demuestra que la
adaptación de los hispanos a esta cronología distinta a la
tradicional, como todos el resto del proceso de arabización, se ha
realizado a pasos contados y con no pocos tropiezos. Si nuestro Anónimo
hubiera vivido en Córdoba en el siglo VIII, demostraba su obra que
sus conciudadanos hispanos eran más duchos en el cálculo de la era
mahometana que sus descendientes que poseían en su haber más de un
siglo de arabización. Lo que es absurdo.
6.
Inexorablemente se impone un hecho indiscutible. Ignoran los autores
de la Escuela de Córdoba la existencia de nuestro Anónimo y de su crónica.
Citan a menudo textos del siglo VIII, no dicen palabra alguna sobre
una obra escrita en su ciudad, por un paisano y correligionario, ni
tampoco acerca de las demás obras de este historiador. Sin
‑embargo había vivido largo tiempo en Córdoba. Nos consta la
curiosidad intelectual de un Eulogio que trae de Navarra, cuando su
viaje, libros para los amigos y los estudiosos. En esta época no se
amontonaban en los desvanes los códices como hoy día los libros
baratos. El analfabeto y el inculto sabían su alto valor, como hoy día
lo intuye el vulgo de los brillantes sin ser capaz de estipular su
verdadero precio. Se puede dar por seguro que no hubieran desconocido
los autores de la Escuela de Córdoba la existencia de un libro
escrito un siglo antes, texto que les hubiera podido enseñar muchas
cosas que ignoraban. Ocurre lo mismo con los autores posteriores que
tampoco lo mencionan: el monje del primer texto de la albeldense,
Sebastián de Salamanca, Vigila, el benedictino de Silos, Lucas de
Tuy. Hay que esperar la fecha de 1243 para que Rodrigo Jiménez de
Rada hiciera uso del mismo en su Historia de Rebus Hispaniae,
pues Pelagio había sido simplemente un mal editor de esta crónica
que le venía al dedo para componer una historia universal.
¿Qué
concluir? Si ha sido compuesto este libro en el siglo VIII resulta
inverosímil su olvido a lo largo de cinco siglos. Si ha sido escrito
en el X, el hecho ya se explica: en esta época estaba dominada la
España cristiana por los ejércitos de Abd al-Ramán III y de
Almanzor. Reducida está al mínimo la vida intelectual en el norte de
España. Sólo en el siglo XI empiezan los cristianos alentados por
Cluny a levantar cabeza. Se comprende entonces su olvido en estos años
oscuros.
7.
En su estudio crítico Tailhand apunta dos dificultades que se
presentan en el texto que poseemos de la Crónica anónima. En modo
alguno duda de que se trata de interpolaciones. Cierto, en los textos
que no son seguros, puede el más listo quedar sorprendido por una
interpolación. Pero enseña la experiencia que las interpolaciones en
los textos latinos se intercalan generalmente con alguna razón
importante. No se suele modificar un texto para enunciar simplezas.
Suelen ser la consecuencia de discusiones teológicas que envenenan
los espíritus hasta la mala fe, las que inspiran estas supercherías.
Las interpolaciones con las que tropieza el paleógrafo francés no
pertenecen a este orden de ideas. Ninguna razón mayor, por lo menos
aparente, ha podido inducirlas. En el primer caso se trata de un
eclipse de sol, en el segundo del elogio fúnebre de un prelado.
Estamos convencidos de que se trata de anacronismos, si naturalmente
se admite que el texto pertenece a mediados del siglo VIII.
He
aquí la primera dificultad:
1081
Per idem, tempus, incipiente era
Septingentesima
quinquagesima septima,
Anno
arabum centesimo, in Spania,
Deliqium,
solis, ab hora
Diei
septima,
Usque
in horam nonam, factum, stellis visentibus, a nonnullis esse
Dignoscitur.
A
plurisque on nisi tempore Zamae successoris hoc apparuisse
Convincitur
(403)
En
estos términos comenta Tailhand esta noticia: “Tengo dudas muy
serias sobre la autenticidad de este pasaje. Sería, en efecto,
sorprendente que en la época en que escribía su crónica el autor,
es decir en 754, treinta y cinco años después de este eclipse, no
haya podido, ni con el testimonio de sus contemporáneos ni con los
recuerdos personales determinar de un modo preciso en qué emirato había
ocurrido el fenómeno” (404).
Si
ha sido redactado el texto en 754 la observación de Tailhand es
justa, pero desaparece la dificultad si ha sido escrita la crónica
mucho mis tarde. Más lejos, en el verso 1727, se presenta otra
dificultad todavía mucho mayor. En los mejores textos que nos han
llegado, es decir en el códice de Alcalá que ha utilizado el padre
Flórez y en el del Arsenal del que da Tailhand una copia en facsímil,
se lee el párrafo siguiente:
69
Huitis tempore, vir sanctisimus et ab ipsis
Cunabulis
in Dei persistens servitio,
Cixila
in sede manet Toletana...
Et
quia ab ingressione Arabum
In
suprafata ecclesiam esset
Metropolitanus
est ordonatus.
Apostolicatus
peragrens in ca charitate
Quam
nonabat vitae
Huius
terminum dedit (405).
En
su tiempo Flórez había percibido ya el anacronismo, pues sabía que
Cixila había fallecido en la segunda parte del siglo VIII (406).
Tailhand resuelve la dificultad en un santiamén.
“Ni
Sandoval, ni Berganza, ni Mariana han leído esta noticia en sus
manuscritos del Anónimo de Córdoba. Si fuese de este escritor, se
halla aquí fuera de lugar, en medio de un relato que interrumpe
bruscamente. En realidad se trata de una interpolación del final del
siglo VIII, cuyo autor habría que buscarlo entre los clérigos de la
Iglesia de Toledo. Pues es evidente que el Anónimo no ha podido hacer
en su crónica acabada en 754 el elogio fúnebre de un prelado muerto
en 783”
(407).
Importa
señalar que según el propio Tailhand el Manuscrito del Arsenal es el
mejor que conocemos. Así se explica que este párrafo y otros más
falten. en los que son incompletos. ¿Por qué no son estos otros
textos ellos también interpolaciones? Si hubiera que emplear con ello
el mismo criterio de selección la crónica quedaría mutilada en su
mayor parte. Con un similar método de investigación habría que
mandar al cesto el texto entero inservible. Pero Tailhand obseso por
la fecha de 754 no se ha dado cuenta de esta parcialidad, pues la
misma norma debe aplicarse en todos los casos sin hacer distinciones.
Ha sido redactada la Crónica latina anónima en fecha
posterior a la época en que escribían los autores de la Escuela de Córdoba.
Como el códice más antiguo conocido pertenece a la mitad del siglo
X, ha debido de ser escrita en este lapso de tiempo: es decir, o al
final del siglo IX o a principios del X. En estas condiciones no ha
podido asistir el autor ni a la invasión de España ni a las guerras
civiles que se prolongaron gran parte del siglo, como se había creído
hasta ahora.
Para
su época posee la obra del Anónimo un gran valor. Representa un
esfuerzo científico notable. Lo mismo sucede con el trabajo del monje
Vigila, el enciclopedista del monasterio de Albelda; por lo cual ambas
crónicas han sido distinguidas por todos los historiadores. Han sido
escritas por intelectuales de gran inteligencia; mas es menester
reconocer que el andaluz ha sido favorecido por la alta cultura que
existía por todo el ámbito de su tierra. Escritor profesional, con
certeza sabía el árabe que se hablaba ya corrientemente en la España
del sur. Acaso poseía conocimientos suficientes de griego para
establecer la cronología y la historia de los emperadores bizantinos.
Sin duda alguna había leído libros latinos que pertenecían al
partido arriano; por esto discierne el lector un respeto indudable
para los partidarios de la unicidad que huelga en los otros textos
latinos que conocemos. Mientras que la gran generalidad de los frailes
nórdicos lanzan injurias en contra de Vitiza o de Opas, el Anónimo
adopta una postura que parece más objetiva. Los cronistas bereberes
coincidirán con él en estos pormenores, sin duda porque han bebido
ellos también en la misma fuente, sea oral, sea escrita.
En
el siglo X se había formado ya la leyenda. No podía por
consiguiente, ignorando la evolución de las ideas que había tenido
lugar por todo el área mediterránea, rectificar los hechos fabulosos
que iban cuajando en un mito. A pesar de ello se puede extraer de este
texto el eco del ambiente revolucionario de los siglos anteriores. En
el curso de nuestro estudio hemos ya mencionado cómo distinguimos los
dos tiempos de la crisis que tuvieron lugar en Oriente, fundándonos
en su opinión: se habían apoderado los sarracenos de Siria y de
Mesopotamia más por la subversión que por actos de guerra. Asimismo
había ocurrido en España cuando la invasión: más había sido
destrozado el país por el furor intestino que por la acción del
enemigo:
849
Dun por supranomatos missos Spania vastaretur,
et
niMium, no solum hostilí, verum etiam intestino furore,
confligeretur.
Por
otra parte vivía el autor cristiano en un ambiente hostil que se
propagaba con fuerza extraordinaria. En el siglo X la divergencia que
separa a los españoles ha alcanzado formas irreductibles e
irreversibles. Dos religiones, dos civilizaciones se enfrentan.
Entonces impresionado por la riqueza material e intelectual de los
musulmanes, no puede
menos que reconocer con respeto la importancia del campo enemigo. No
gesticula cual monigote como tantos cronistas norteños sumidos en la
barbarie, ni pierde el tiempo en cálculos proféticos para averiguar
la fecha de su destrucción. Un espíritu de tolerancia se trasluce
bajo su pluma. El genio del “primer renacirniento” empieza a
cuajar. Por esta razón la Crónica latina anónima es un signo
precursor de tiempos nuevos. Pero no se alcanza su testimonio, si no
se la sitúa en su siglo y en su contexto histórico.
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