Apéndice
4
La arqueta de Pamplona es un trabajo en marfil de importancia
extraordinaria por los dibujos cincelados que la adornan. Caracteriza
el arte andaluz en la época del califato (siglo X). Siempre ha
cansado la admiración de los que la han contemplado la riqueza de su
ornamentación y su valor artístico. La finura del trabajo ha extrañado
a muchos historiadores que estaban predispuestos a creer que la labor
del cincel, escultura aunque fuera en obras con carácter de
miniatura, estaba por estas fechas en España poco más o menos que en
pañales. Constituye para nuestros estudios un testigo excepcional,
pues testimonia sin lugar a dudas el momento en que la escuela
ibero-andaluza se transforma insensiblemente en arábigo-andaluza.
Sin
embargo, han creído muchos autores, carentes de nuestra información,
poder apreciar en esta obra una influencia asiática lejana. ¿No
estaban representados elefantes armados y dispuestos para el combate?
El hecho era indudable: el origen de estas imágenes era indostánico,
retransmitidas hasta la lejana Andalucía por mediación del Irán.
Nos convenceremos más adelante de lo erróneo de este juicio. Por el
momento basta dejar constancia de que esta joya magnífica representa
la fusión de elementos autóctonos con otros helenísticos, llegados
probablemente a través del arte bizantino, cuyo origen remontaba nada
menos que a la época visigoda. Tan sólo un hecho apunta la llegada
de tiempos nuevos: Rodea a la arqueta una cenefa ornamental compuesta
por una inscripción en espléndidas letras cuficas: señalan la
expansión del árabe y del Islam por la Península Ibérica.
Era
frecuente en la Grecia antigua y en el mundo helenístico el uso de
arquetas de tamaño más o menos reducido que estaban revestidas con láminas
de marfil cincelado. Desarrollaron esta técnica los bizantinos y se
conservan en los museos maravillosos trabajos de los siglos V y VI.
Sin acudir al extranjero y sin salir de España se guarda en la
catedral de Oviedo, con los tesoros de su Cámara Santa, un importante
dístico bizantino del siglo V; lo que demuestra que estas labores
eran conocidas en la península en los tiempos visigodos.
Cuando
construyó Abd al Ramiin III el palacio de Medina Azahara, se
organizaron en sus dependencias talleres de toda clase: de
encuadernación que completaba un importantísimo scriptorium,
de joyería, de platería, etc. Con el impulso dado por un gran
maestro llamado Halaf416, pronto fueron apreciados por la alta
sociedad los objetos de marfil cincelado que producía. El éxito fue
muy grande. Cuando se encontraba esta técnica en completa decadencia
en Oriente, en donde no se conocen de esta época más que productos
atípicos, los cordobeses se distinguen por su originalidad y la
perfección de su ejecución. Consiguió así la escuela de Azahara
continuar con prestigio la tradición bizantina creando un estilo
personal417. Nuestro amigo Ferrandis los ha estudiado en un texto
importante. En su inventario ha enumerado unos treinta y cuatro
objetos que han llegado hasta nuestros días; las arquetas merecen una
atención particular en razón del trabajo realizado. Singulares por
su belleza, eran ofrecidas por los califas a los personajes de la
corte, como regalo de boda o como simple obsequio del amante a la
mujer querida, como lo testimonian las inscripciones en ellas
grabadas. Servían en general para guardar las joyas. Con el curso del
tiempo y con la llegada de los cristianos estos objetos deseados y por
fin robados por los vencedores acabaron, sin duda para hacerse
perdonar los pecados cometidos, por ser donados a iglesias u oratorios
renombrados para que en ellas se conservaran reliquias. Con la
misericordia divina, sin duda habrán sido atendidos estos deseos,
porque gracias a estas donaciones piadosas, pero no desinteresadas,
han podido ser conocidas estas maravillosas muestras del arte andaluz.
En
aquella época no existía ni telón de acero, ni tan siquiera de bambú,
entre las comunidades unitarias y trinitarias. Como los intercambios
culturales se realizaban normalmente por toda la península, la técnica
de la escuela de Azahara, iniciada hacia 964, fecha del objeto más
antiguo conocido de esta procedencia418, fue imitada con inusitada
rapidez por los cristianos. Se sabe de un taller existente a fines del
siglc X en el monasterio de San Millan de la Cogolla, ya célebre por
su scriptorium.
Se conservan dos fragmentos de cruz y un altar portátil pequeño
de dicha procedencia. En otros dos fragmentos de cruz que se guardan
en el Arqueológico de Madrid, destaca una cenefa vertical en donde
están dibujados los mismos temas zoológicos que en los de Córdoba:
leones, águilas, grifos, corzos, con la misma ornamentación vegetal;
aunque estima Ferrandis que su ejecución es algo inferior a los
originales.
Fue
regalada la arqueta de Pamplona al monasterio de Leyre, cuyos monjes
no tuvieron repugnancia en convertir este objeto frívolo y pagano en
relicario. Se conservaron en ella durante mucho tiempo los restos de
dos santas desconocidas, Munilona y Alodia. Más tarde pasó a la
iglesia de Santa María la Real de Sangüesa, de donde fue a parar a
la catedral de Pamplona. Después de algunos incidentes la hizo suya
la Diputación de Navarra que la tiene expuesta al público en el
museo de la ciudad.
De
acuerdo con su estilo ibero-andaluz está recubierta la arqueta por
abundante follaje esculpido, cuyo origen es helenístico (ataurique),
en donde se distinguen piñas, cepas de vid, árboles simbólicos de
la vida (hom),
acantos en forma de volutas, entre los cuales se hallan
diseminados pájaros, animales y algunos hombrecitos que cabalgan las
ramas o se asoman entre las hojas como si estuvieran en una ventana.
Se trata de la misma técnica de ejecución y del mismo estilo según
los cuales han sido esculpidas las magníficas láminas de mármol de
la segunda y tercera ampliación de la Mezquita de Córdoba y sobre
todo del mismo palacio de Azahara. Frisos lobulados delimitan en el
ataurique escenas determinadas: En lugar preeminente a la derecha del
cofre destaca un personaje majestuosamente sentado. Debe de
representar a Abd el Malik, el hijo de Almanzor, que ha encargado la
obra al artista, o acaso al mismo califa. A su costado se apresuran
dos cortesanos con las insignias de su cargo (?). El uno lleva un
banderín y le ofrece un vaso para que se refresque; tiene el otro en
la mano un instrumento con largo mango que pudiera ser un
espantamoscas. En el lado opuesto otros dos individuos, cortesanos o
familiares, están sentados: el uno al modo oriental, el otro al
occidental, lo que no deja de tener su miga como testimonio del
proceso de la evolución de las costumbres. Entre las dos escenas,
bajo la cerradura tosca (probablemente colocada por los frailes, la
original sin duda habiendo sido rota en el saqueo) tres músicos, dos
flautas y un laúd, tocan una serenata.
Los
paneles formando medallones en las partes laterales de la arqueta
representan escenas de guerra: jinetes montando caballos se amenazan.
Hecho notable: llevan estribos, cuyo origen es chino; sin duda se
trata de una de las primeras representaciones de este nuevo modo más
cómodo de cabalgar. Otros montan a horcajadas en elefantes.
Medallones sugieren los placeres de la caza. Un escudero lleva en el
puño un halcón; cazadores persiguen la caza a punta de lanza, otro
empinado sobre el lomo de un elefante tensa su arco hacia el objetivo.
Existen
luchas entre animales. Los medallones laterales están ocupados por
paneles representando grifos, ciervos o corzos devorados por leones.
Una
cenefa con una inscripción en árabe da la vuelta a la arqueta. La
elegancia de las letras cúficas se une con extraordinaria armonía
con la decoración en ataurique para fundirlas con las escenas en un
conjunto de gran belleza. Ferrandis la ha traducido en estos términos:
En
el nombre de Alá, bendición de Alá, prosperidad, alegría
y esperanza de buenas obras
para Hacbib Se*Jo-Daulah (la espada del Estado) Abd
el Malik, hijo de Almanzor. Que Dios le asista. Esto es lo que ha sido
mandado hacer por su orden balo la dirección del jefe de los eunucos
Nomein ibn Mohamed el Almiri, su esclavo, en el año cinco y noventa y
trescientos. (395 dc la Héjira, o sea, 1005 de la era cristiana.)
Han
participado varios artistas en el cincelado de los paneles de marfil.
Lo sabemos por sus firmas. Halir ha hecho la escena del hombre que se
defiende y se ampara con un escudo en su lucha contra un león. En la
pierna de un cono atacado por unas fieras, se lee ejecutado
por Suhadah o Saadat; en otro panel bajo la figura del personaje
importante, se descifra: Hecho
por MilkfaJ,; a la izquierda, en la pierna de otro corzo se
certifica que ha sido Raxad, el
que ha realizado el trabajo.
La
composición del conjunto es notable. El cincel alcanza una gran
finura en el atauriqu~ y ciertos animales están diseñados del
natural, así las liebres apuntadas en varias posturas que enseñan el
sentido de observación que tenían estos artistas. Guardan los grifos
el hieratismo propio de su condición, mientras que demuestran los
leones el esfuerzo realizado para copiarlos de modelos bizantinos419.
Esto contrasta con la gallardía de los jinetes, sobre todo de aquel
que lleva en su puño un halcón. El hecho es indudable: Ha visto al
natural estas escenas el artista; mas es torpe en cuanto tiene que
dibujar los personajes. le falta oficio para expresar los rasgos del
semblante humano. No en vano pesan los siglos de iconoclastia, pues es
demasiado grande el contraste entre la gracia con que modela los temas
vegetales y zoológicos, y la torpeza que demuestra al tratar la
figura del hombre.
Han
querido ver algunos autores en estas escenas de guerra o de caza
alegorías orientales. Así, la escena del corzo o del ciervo atacados
por fieras representaría la fábula iraniana de la lucha del bien
contra el mal. Nos parece esto excesivo, pues en este caso habría que
dar un carácter simbólico a todas las escenas reproducidas. ¿Qué
significado habría que dar a la que nos muestra al califa o su
ministro bebiendo con sus cortesanos? ¿Qué significarían los leones
deshaciéndose a dentelladas o los músicos tocando?420
Creemos que no debe uno perderse en esta clase de conjeturas sin
testimonios seguros que acrediten la existencia de un simbolismo. Nos
parece más prudente atenernos, contentarnos con lo que los artistas
han querido expresar, es decir, escenas de corte: cuando el amado que
ha regalado la arqueta con el propósito de que la amada no le olvide,
sale para la guerra o de caza, cuando contempla los animales de su
jardín zoológico, etc. Pues no hay que olvidar el destino de tal
joya: fomentar el recuerdo del ausente. Dos temas sólo nos merecen un
comentario aparte por su origen oriental: el grifo y el árbol de la
vida.
Tiene
el grifo en España larga tradición que se remonta con otros hechos
parecidos a la influencia cartaginesa. Los numantinos gustaban de
reproducir dragones o animales imaginarios en sus cerámicas. Pero en
época más moderna estos animales fantásticos habían perdido su
abolengo extraordinario. Plinio y su seguidor, nuestro Isidoro de
Sevilla, creían como los demás sabios de la antigüedad en la
existencia de estos seres que nadie había visto. Los miniaturistas
del IX los han pintado con frecuencia para ornar los textos apocalípticos
de los Beati. Tan antigua
tradición que era floreciente en la época visigoda seguía manteniéndose
en el ambiente artístico de la época del califato. Y del arte
ibero-andaluz pasaría a enriquecer el románico con otros elementos
del antiguo folklore hispano. Lo mismo sucede con el árbol de la vida
que ya aparece en lugar preferente en Quintanilla de las Viñas. Se
hace corriente su representación en el arte ibero-andaluz y en virtud
de la misma evolución ya apuntada, ha sido esculpido con otros temas
zoológicos y vegetales en los capiteles románicos de Silos, de Elne,
de Moissac, etc.
Así
pues, la ejecución de la arqueta, su estilo y los temas decorativos
que la ornamentan, pertenecen al arte bizantino en íntima simbiosis
con el viejo folklore ibérico. Pero esta fusión de elementos cuyo
origen es tan diferente aparece en el arte andaluz en fecha muy
anterior a la pretendida invasión de los árabes en España.
Testimonio inapelable lo constituye Quintanilla, cuyos temas de
decoración están reproducidos en la Mezquita de Córdoba, en la
ampliación de Abd al Ramán II, y en los objetos del taller de Medina
Azahara. Ahora bien, cuando en la ermita burgalesa el lazo de unión
de estos elementos dispares está constituido por la representación
de principios gnósticos, en la arqueta de Pamplona la cenefa con su
escritura cúfica señala el tiempo de otra simbiosis. En una palabra,
salvo la invocación en lengua árabe no existe en esta pequeña obra
maestra, como asimismo en los demás objetos del taller cordobés,
ningún testimonio que pudiera hacer sospechar que esta joya y la
escuela a que pertenece pudieran haber padecido una influencia
oriental reciente.
¿Y
los elefantes? Podrían inducir a error a un naturalista que no
estuviera avezado en materia tan singular como la que vamos a tratar.
Por esto, era normal que equivocaran a los historiadores, como a un
Marçais que los califica de «asiáticos», resumiendo una opinión
unánime dentro de esta gens distinguida. Y era que los elefantes
dibujados en los píxides y arquetas cordobeses no eran elefantes
normales. Bastaba una observación atenta de los mismos para que se
diera cuenta ei advertido de que se trataba de elefantes enanos. Y así,
de golpe y porrazo, sin más, entraban estos elefantes de Medina
Azahara en una larga discusión que hace años dividió a los paleontólogos
y a los zoólogos acerca de un problema que ha sido resuelto tan sólo
hace muy pocos años.
Se
han descubierto en grutas de Sicilia, de Malta y más tarde de Chipre
y de Creta, es decir, en las islas del Mediterráneo oriental,
osamentas de géneros diversos de elefantes enanos fósiles, los
cuales se hallan en los niveles del pleistoceno. Algunos autores, como
Vaufray que hizo de los mismos un estudio sistemático en 1929421,
propusieron que estas formas degeneradas (la especie más grande
alcanza sólo los dos metros y la más pequeña los noventa centímetros,
cuando las normales alcanzan con facilidad los cuatro metros y el
elefante africano aún más) eran los testigos de una evolución
regresiva en razón del hecho de que habían vivido aislados en unas
islas, es decir, en un ambiente hostil para su habitat. La especie había
degenerado. No cansaremos al lector con las discusiones en que se
enzarzaron los sabios acerca de esta degeneración de sabor lamarkiano,
pues un hecho acabó con todas las dudas. Eran los descubrimientos
sucesivos de otros yacimientos, mas entonces continentales, realizados
al principio en Italia, luego en España, que demostraban que la
insularidad de estos proboscidios no era la causa de su enanismo; pues
elefantes enanos en la misma época habían vivido en el continente.
En lo que concierne a la Península Ibérica, nuestro maestro, el gran
paleontólogo José Royo, ha determinado la presencia de la especie
enana Elephas iolensis, Pornel,
en una cueva próxima a Valencia con un material que pertenece al
musteriense422.
Es decir, que al final del último período glaciar formas enanas de
elefantes poblaban las regiones mediterráneas. Volviéndose cada vez
más adversas sus condiciones de vida, habían acabado estas especies
por desaparecer.
Se
mantuvieron, sin embargo, en Africa del Norte hasta los tiempos históricos.
Sabemos todos desde nuestra edad escolar que los elefantes de Aníbal
eran de talla más bien pequeña, comparada con la de los demás
africanos de la zona ecuatorial. Restos numerosos de los mismos se
encuentran hoy día en el norte de Africa. En estas condiciones el
problema se concretaba del siguiente modo: ¿Estaban em parentadas las
especies continentales europeas con géneros que habían vivido en épocas
históricas recientes? En este momento de la discusión fue resuelto
el problema por la aparición en los bosques del Congo de una especie
enana viviente. Al principio fue acogida la noticia con escepticismo,
luego hubo que rendirse ante la evidencia. El testigo estaba presente
ante nuestros ojos. Fue descrito como Loxodonta
africana pumilio, por Loak. Su altura es poco más o menos similar
a la especie pleistocena: Paleoloxodon
mnaidriensis, Leith-Adanis, o sea, dos metros.
Planteada
así la cuestión, cabe preguntar: ¿Son en verdad enanos los
elefantes de la arqueta? Basta con contemplarlos para apreciar que no
son mayores que burros. Esto suscita varios comentarios:
1.
Los orientales que conocían el gran elefante de la India lo han
reproducido muchas veces. Lo mismo lo hicieron los bizantinos que han
copiado modelos persas. Tenemos un espléndido testimonio de este
hecho en el tapiz de Aquisgrán, tejido en Constantinopla en el año
1000, el cual fue posteriormente donado a la catedral de la ciudad
alemana cuando se abrió en la misma la tumba de Carlomagno. ¿Qué
hace entonces resaltar el artista que hizo el boceto? Sobresalen en el
dibujo las enormes dimensiones del animal que siempre impresionan a
las masas. Silos artistas de Azahara hubieran reproducido modelos
bizantinos o persas, hubieran insistido en este carácter deterrni.
nante que contrasta con la estatura del hombre. No lo han hecho. Por
otra parte, basta comparar el elefante bizantino de Aquisgrán con los
de Córdoba para apreciar que las guarniciones de las bestias son dif
e-rentes en ambos casos. Si jamás hubiera visto un elefante el
artista cordobés y hubiera copiado un modelo bizantino u otro
similar, no se le hubiera ocurrido inventar unos arreos especiales
para la montura de sus jinetes. Si se compara el elefante de Aquisgrán
con los de Azahara, es menester reconocer que las reproducciones
andaluzas a pesar de su infantil encanto están más cerca de la
realidad zoológica. Se trata de verdaderos elefantes, mientras que el
bizantino muestra una fantasía que indica que el artista no los ha
visto jamás y los dibuja de memoria, fundándose en reproducciones.
2.
En un intercambio de ideas que tuvimos con Elle Lambert sobre este
asunto nos hizo la sugerencia el arqueólogo francés de que la pequeñez
de los elefantes pudiera ser simbólica: el hombre dominando su
cabalgadura con la potencia de su inteligencia. Le contestamos que el
mismo simbolismo tendría que existir en este caso con el tamaño de
los caballos, que a todas luces son también pequeños, aunque no
lleguen a ser enanos. Sus dimensiones están en justa proporción con
las de los que los montan. Existen caballos pequeños y no puede
compararse el caso con el hecho de que el artista hubiera reducido el
tamaño del elefante al de un asno.
3.
Ya había notado Ferrandís que existe en ciertos objetos cordobeses
un fallo en la proporción entre animales y figuras humanas. La
observación es cierta. Mas esta desproporción es manifiesta en
algunos casos muy particulares. Así, la escena reproducida en el píxide
n2 368-1.880 del Museo Victoria yAlberto de Londres, en la
que un elefante enano lleva un palanquín que contiene una forma
humana más grande que el artefacto. El contraste está todavía más
acentuado por el hecho de que el animal está encuadrado por dos
personajes que son más grandes ¡que el elefante y su carga...! Basta
con ver este dibujo para convencerse de que se trata de la obra de un
principiante o de un artista incompleto que domina el ataurique, pero
que se pierde en cuanto tiene que
tratar formas corpóreas. No se puede comparar este píxide con la
arqueta de Pamplona, obra de varios autores de cierta fama, desde el
momento en que dejan constancia de su labor con su firma. La mayoría
de las obras del taller de Azahara son anónimas.
4.
Los elefantes de la arqueta han sido dibujados del natural. El de la
derecha hinca sus manos delanteras en postura corriente en todos los
burros. Como tienen poco más o menos el mismo tamaño el jinete de la
izquierda se asienta en las partes traseras del animal, como lo hacen
los expertos en la asinina caballería, para no pasar en un momento de
apuro por encima de las orejas del testarudo. Verídicos y vistos del
natural son estos detalles; no son el fruto ni de la fantasía como en
el tapiz de Aquisgrán, ni de una tradición de escuela. Los artistas
de Azahara han visto Iinetes cabalgar elefantes enanos. ¿Cómo ha
sido esto posible?
Los
enanos del pleistoceno continental han desaparecido de Occidente con
el fin del último glaciar; sus descendientes que pertenecían a la
fauna residual del norte de Africa sin duda han sido exterminados en
los primeros siglos de nuestra era. En el VI, según San Isidoro, habían
desaparecido de Marruecos. Estas especies no han servido de modelo a
los artistas de Medina Azahara.
Los
ejemplares andaluces se parecen a los elefantes de la especie
congolesa, aunque en el dibujo aparecen con alzada algo menor. Es de
suponer, por otra parte, que el área de su habitat era entonces mucho
más extenso que actualmente. Podría alcanzar el Níger y el Senegal.
Si
fuera así, aunque no hubieran vivido en estas regiones en estado
salvaje, podrían haber sido domesticados, como ocurre hoy día con la
especie viviente que los congoleses emplean en sus faenas forestales o
agrícolas423.
Como las relaciones entre los marroquíes y las tierras de los morenos
eran entonces más frecuentes que actualmente en que el desierto se
interpone como una barrera, es posible que ejemplares pudieran haber
sido llevados a este país como objeto de curiosidad por
domesticadores de animales sabios.
En
esta época Marruecos y Andalucía poseían una civilización de
primer orden que Occidente ha heredado sin
saber de fijo su procedencia. Abd al Rarnán III no era el único
prócer aficionado a los animales exóticos. Ha durado la moda de
guardarlos en los jardines de los palacios durante una gran parte de
la Edad Media. Cualquier señor importante tenía bestias salvajes o más
o menos domesticadas. Célebre es la hazaña del Cid que para domarlo
cogió por la melena a uno de sus leones que se había enfadado424.
Poseemos la documentación requerida para saber los pormenores del
fantástico palacio de Medina Azahara, construido por el califa para
una de sus esposas. Veinte mil personas en él vivían. Más de cuatro
mil columnas de mármol ornamentaban sus salas. En las principales,
fuentes de mercurio lucían con miles de reflejos. Y
sabemos también que entre tantas maravillas existía un jardín
zoológico, en donde se guardaba toda clase de animales exóticos que
admiraban cordobeses y extranjeros. Las especies más raras allí
estaban expuestas. Inmensas jaulas guarda. ban pájaros con los
plumajes más sorprendentes. No eran todas estas especies españolas.
Procuraba Africa la mayor parte de los huéspedes del califa: leones,
antílopes diversos, monos, chacales, avestruces, etc. Y
¿por qué no elefantes enanos que dejarían pasmados a los
mayores como maravillados a la chiquillería?
Según José
Ferrandis cuya obra fundamental nos sirve de guión en esta
investigación (Marfiles árabes
de Occidente, 2 vols., Madrid, 1940), se conservan en la hora
presente dos arquetas firmadas por este artista. Pertenecen a la
primera época de la escuela de Azahara. Estima este especialista
que se distinguen entre las demás por una mejor ejecución. Es
verdad que no reproducen ni animales, ni figuras humanas. En
nuestro entender, gozan los artistas que han cincelado ios temas
de la arqueta de Pamplona, treinta años después de Halaf, de una
técnica excelente en el arte del ataurique. Cuando tienen que
representar figuras humanas manifiestan cierta torpeza, en razón
sin duda de los siglos iconoclastas transcurridos. Por otra parte
ignoramos si Halaf sobresalía también en esta práctica.
«En general,
el sistema ornamental de los objetos de marfil no alcanza un
elevado nivel y nos ofrece una escala indicadora del punto en que
quedó detenido el arte ornamental del Occidente islámico, al no
ser fecundado por las influencias orientales. La mayoría de los
objetos son tan vagos, que hasta la fecha resulta poco segura su
localización, si se exceptiían los productos españoles>
Historia del arte, t. VI, Labor. Las artes industriales en el
Islam, por Ernst Diez, p. 113. «Poco a poco, se libera el artista
hispanoárabe de La influencia bizantina y adquiere en las artes
decorativas una personalidad bien definida que de modo particular
se destaca en el arte del marfil.> Ferrandis: Ibid., t. 1, p.
17.
Se trata de un
píxide que se conserva en el Museo Arqueológico de Madrid. Lleva
la fecha 353 de la Héjira, o sea, el año 964 de la era
cristiana. Ha sido objeto de encargo por el califa Al Hakán II
para su esposa Aurora, según se desprende de una inscripción
grabada.
Pertenece la
liebre como elemento decorativo al folklore hispano. Desde los
tiempos ibéricos hasta los modernos la ha tomado el artista del
natural. El Museo numantino de Soria tiene varias vasijas de esta
localidad adornadas con este roedor esquematizado. No - lo ha
hecho el Cordobés con los leones, aunque ha podido observarlos en
la casa de fieras de Medina Azahara. Ha encontrado quizá más cómodo
copiarlos del modelo hierático bizantino, del cual tendría
numerosas reproducciones ante los ojos. Tenían la costumbre los
artistas de aquel imperio de representarlo con la cabeza vuelta
hacia atrás, hacia el cielo, en la misma postura que el león del
cofre que muerdo el escudo del hombre atacado. Basta compararle
con aquellos leones que lamen los frutos del árbol de la vida,
cincelados en una lámina de marfil que se halla en el Museo de
Arte Bizantino de Atenas. Tienen la misma postura. Se trata del
mismo dibujo original.
En otro píxide
del Museo del Louvre se pueden ver dos leones que se devoran
mutuamente.
Vaufrey,
Raymond: Les éléphants
najas des ¡Les meditérranéennes. Archives de l’Institut
de paléontologie humaine du Prince de Monaco. Masson, éditeurs,
1929.
Estudios
sobre las cuevas paleolíticas valencianas. Coya Negra de Bellas, Gonzalo
ViSes Masip, Francisco Jordá y José Royo Gómez. Servicio de
investigación prehistórica de la Diputación de Valencia, a.’
6, Editorial Doménecb, Valencia, 1947.
En un estudio
acerca de ciertos aspectos interesantes de la evolución de los
mamíferos, el paleontólogo italiano, Piero Leonardi, después de
haber analizado el philum de
los elefantes enanos reproduce una fotografía del Congo que
muestra el Pomilio domesticado
y empleado para derribar árboles. Estudios
geológicos, a.0 18, p. 257, Madrid, 1953.
Tan importante
ha sido esta tradición en España que existen en el idioma español
unas diez palabras por lo menos derivadas de la palabra león,
cuando en francés según el Larousse no se emplean más que dos:
lion- lionne y lionceau.
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