La dignidad del varón matriarcal
El varón que libremente decide negarse a sí mismo por amor a la Mujer, no sólo reniega de su ego, de la violencia y del autoritarismo, además demuestra un nivel de libertad interior que le dignifica al haber elegido la mejor parte. Es el paradigma de hombre libre, el que ha superado las determinaciones biológicas para someterlas a la elección del amor incondicional. Pues entregarse en actitud de servicio total y desinteresado a la mujer no significa renegar de la libertad personal. De hecho, el varón siempre tendrá la libertad de abandonar a la mujer si ésta no le respeta. Él no es esclavo de nadie.
Es el hombre que se siente libre de sus condicionamientos culturales y biológicos. Es la libertad que procede de la presencia femenina que lo habita, y nadie puede arrebatársela. Ha descubierto una llama sagrada en su interior, la misma que mora en los espíritus de sus hermanas, y por fin las mira con ojos nuevos, ojos de admiración y respeto.
El varón matriarcal se reconoce a sí mismo, por fin, en el rostro de cada mujer. Puede compartir sus penas y alegrías, puede dejar de juzgarla por su físico, puede agradecer su amistad. Contempla su belleza con encanto, sin el deseo de poseerla, pues se identifica con ella espiritualmente.
El varón matriarcal es digno ante la Madre Naturaleza, ante la humanidad y ante sí mismo. Poco le importan las descalificaciones del resto de patriarcas quienes todavía siguen esclavos de su propia ceguera, acomodados en su inseguridad disfrazada de autoritarismo.
¡Mirad al nuevo hombre, entregado a la Madre Naturaleza, de la que se reconoce Hijo, y de la que recibió la vida en el templo uterino!
El varón libre ya no vive como los hombres, ya no mira como el resto, ya no siente miedo a la muerte, sabe que la Diosa está de su parte. Se siente bendecido por haber nacido de mujer, por sentirse parte de la Vida y por haber tomado distancia de sus fantasías alienantes. Desea con todas sus fuerzas fundirse en la sabiduría femenina, guiarse por ella, dejarse contagiar por su alegría y danzar a su ritmo, sea cual fuere.
El varón matriarcal se deja sorprender por la mujer, no sabe adónde le conducirá, no sabe qué esperar de ella, y sólo por ella saborea la vida. Es el hombre que no se resiste al canto de las sirenas y se deja arrastrar por ellas, confiado, sabiendo que no hay muerte allí donde hay amor.
Es el hombre que ha descubierto que la felicidad no la dan las posesiones ni las riquezas, ni el poder, ni la fuerza. La felicidad está en servir a la Vida, en concreto a aquellas que la transmiten, abandonarse a su pasión por la vida, satisfacer sus deseos, y reverenciar el profundo amor que siente la madre por sus hijos.
Restaurar la matrilinealidad es el primer paso para socavar los fundamentos del patriarcado. Es la primera demanda que se le debe hacer a cualquier varón que anhele la auténtica libertad.