La escritura nació en España

Las manos pintadas en nuestras cuevas, por encima de pintura, son escritura químicamente pura. Son palabras henchidas de significado, por cuanto no sólo expresan el sentido de libertad sino que nos transmiten toda la honda filosofía de la que este concepto estaba acompañado para aquellos cantábricos Eskalantes en los que tiene también su origen el término esqueleto

 

 

 

Jorge Mª Ribero Meneses

El hallazgo en la India de unos grabados geométricos con trazas de haber servido para transmitir algún tipo de mensaje, ha vuelto a reabrir el viejísimo debate respecto a los orígenes de la escritura. Debate enconado donde los haya, cuanto cae por su propio peso que el país que inventase la escritura -léase la transmisión de ideas y de conceptos a través de símbolos convencionales- hubo de ser al propio tiempo el que alumbrase In civilización. O, lo que viene a ser lo mismo, el que viera nacer a la primera Humanidad merecedora de tal nombre: a las primeras sociedades humanas inteligentes. Para empezar, la primera dificultad con la que nos enfrentamos a la hora de identificar la cuna de la escritura, es la de la escasa nubilidad de las dataciones efectuadas por los arqueólogos. Y ello por el doble motivo de que á la dudosa exactitud de la datación de las piedras o arcillas sobre las que se grabaron los más viejos símbolos, se suma la de que la ancianidad de esos suportes no tiene por qué coincidir  necesariamente con la fecha en que se trabajó sobre ellos. Yo puedo coger una teja de hace tres mil años y grabar algo en ella que dentro de trescientos años parecería antiquísimo. Tan viejo como la propia teja. El dilema sobre el origen de la escritura no puede resolverse a partir de hallazgos puntuales que puedan realizarse en diferentes lugares del mundo. Por lo mismo que es absurdo deducir que la cuna de la Humanidad es aquella en la que aparecen los fósiles más antiguos.

Sobre lodo si rehíla que es ése el único lugar de todo el planeta en el que se ha excavado de manera profusa, amén del más idóneo. Mi razón a su sequedad, para la conservación de esos huesos. Que son éstos los endebles mimbres con los que se ha construido la que yo denomino la más disparatada de todas las tesis científicas concebidas por el ser humano: la de que nuestra especie procede de África. Como de costumbre, la liza por proclamarse cuna de la escritura se está dirimiendo entre los países que forman parte del selecto club de las culturas asiáticas, incluyendo en éste a Egipto y a las islas del Mediterráneo oriental. Y así, en tanto que para unos las primicias letras o pictogramas se modelaron en China, para otros -la mayoría- es incuestionable que la matriz de la escritura se encuentra en ese tópico y ya hasta odioso (por el uso y abuso que se ha hecho de él) Creciente Fértil. Léase la región que se extiende desde el Nilo hasta el Indo, teniendo como núcleo fundamental a los valles de los ríos Tigris y Éufrates.

Por supuesto, a nadie se le ha pasado por la cabeza la posibilidad de que la escritura haya podido nacer en Occidente. Bueno, a nadie dotado de verdadera inteligencia, porque hace ya tres cuartos de siglo que un arkeólogo alemán, Waldemar Fenn, realizó una investigación exhaustiva en la Península Ibérica, habiendo dejado escrita una obra colosal en la que demuestra hasta la saciedad que la escritura y con ella, la civilización, tuvieron su cuna en España. Su libro se titula Gráfica prehistórica de España y el Origen de la Cultura Europea y vio la luz en Mahón en el año 1950. Editado -asómbrense ustedes- por su propio autor. Nadie debió mostrar mucho interés por publicar el libro en el que se descifra el origen de la escritura. Y ya lo ven ustedes, ha pasado medio siglo y los arkeólogos -poco afectos a los libros- siguen buscando la cuna de la escritura en las antípodas de donde se encuentra. Porque casi nadie en el mundo sabe que ha existido Waldemar Fenn. En tanto que a Champollion, el francés de los jeroglíficos que no le llega ni a la suela del zapato, le conocen hasta los escolares y los arkeólogos. Resulta patético. W. henil, como yo antes de saber de su existencia, comprendió que todas las pinturas y grabados rupestres, paleolíticos, que ilustran las grutas y abrigos ibéricos y galos, tuvieron el carácter de escritura. Por mucho que seamos incapaces de entenderla. Y para que nadie me acuse de teorizar sin aportar ninguna prueba, voy a traer a colación todas esas manos extendidas que adornan nuestras cuevas y que son valoradas por los arkeólogos como una expresión del pueril primitivismo de sus autores. Insisto en que debido a la perniciosa costumbre de no leer a los antiguos, porque hace ya muchos siglos que nuestros viejos cronistas nos dejaron dicho que en la escritura etíope el dibujo de una mano extendida significaba libertad. Y ya tengo probado hasta la saciedad que iberia y Etiopía fueron sinónimos en la Antigüedad y que la Ethiopia a la que se refieren los historiadores antiguos fue el norte de España, el país del Ocaso. Que eso significa su nombre. Y de ahí el que los Etíopes Eskalantes = Eskeletas = Euskaros (Astures, Kántabros, Kastellanos  y Baskos) utilizasen la palabra esku -derivada de su nombre- para denominar a las manos… y a la libertad. Nada menos. Y, claro está, de esku se ha derivado el término escritura, así como el nombre de los punzones o eskilinbas que se utilizaban para escribir. Luego las manos pintadas en nuestras cuevas, por encima de pintura son escritura químicamente pura. Son palabras henchidas de significado, por cuanto no sólo expresan el sentido de libertad sino que, sobre todo, nos transmiten toda la honda filosofía de la que este concepto estaba acompañado para aquellos cantábricos Eskalantes en los que, ocioso es decirlo, tiene también su origen el término esqueleto… Otro de los nombres antiguos del litoral cantábrico que he rescatado del olvido, fue Dulikia, término que significaba la Libre y que permite vislumbrar la extraordinaria ancianidad de ese prurito de libertad que tan consustancial fuera al espíritu y a las tradiciones de las gentes de la antigua Kantabría universalmente reconocida siempre como libre e invicta. Y de ahí tantas manos en nuestras cuevas, porque esas siluetas de manos que el hombre del Paleolítico nos legó, no hacen sino manifestar el orgullo que aquellas gentes experimentaban por el hecho de saberse profundamente libres. Pero no libres como hoy nos creemos los pueblos de Occidente, sino libres en la más plena acepción de la palabra. Según el concepto que magistralmente me definía Isabel Martínez Pita, redactora de la Agencia EFE, la verdadera libertad no puede concederla ningún gobierno, ni surge tampoco de la posibilidad de ir contra los leyes, sino que está por encima de todas las cosas y está en el interior de cada persona donde debe nacer, sentirse, crecer y desarrollarse

Dejen ustedes, señores historiadores y arkeólogos, de marear la perdiz tratando de adivinar quién, dónde y cuándo se inventó la escritura. El quién y el donde ya ha quedado dicho. Y el cuándo, muy señores míos que elucubran respecto a los 5000 años de Creciente Odioso, pues hace decenas de miles de años. Muchos más que los que tienen esas manos pintadas hace 15, 25 o 30 mil años.