Para muestra … un botón
El verdadero origen de la lengua castellana se remonta a una antigüedad infinitamente mayor que la de la lengua latina, tradicionalmente materna
Cuando defiendo el origen autóctono de la lengua castellana, como idioma que se fragua en el ámbito del Alto Ebro hace decenas de miles de años y que está, estrechísimamente emparentado con las lenguas vasca y griega, siendo estas tres lenguas notablemente más antiguas que la latina, no estoy hablando gratuitamente. Cuento con todos los elementos de juicio necesarios para efectuar esta afirmación y, por supuesto, para probarla. Como quiera que la lengua castellana nace en el territorio que antaño compartieron Cantabria y Castilla, podríamos referirnos a ella como la lengua cántabra y no nos apartaríamos un ápice de la verdad. Por eso y porque esta serie que tengo el privilegio de escribir para el dominical de ALERTA responde al título genérico de ‘De los nombres de Cantabria’, ningún espacio más…
A propósito que este para afrontar la labor de rehabilitación de la ancianidad de nuestra lengua. Labor que entraña, al propio tiempo, el esclarecimiento del verdadero significado de nuestra remotísima toponimia.
Vamos a centrar hoy nuestra atención en una palabra cualquiera de nuestra lengua, demostrando a través de ella hasta qué punto resulta aberrante esa pretendida paternidad del latín sobre el castellano (y demás lenguas románicas) que constituye la última servidumbre que el extinto Imperio Romano ha impuesto, hasta hoy, a todos los países que en otro tiempo se mantuvieron bajo su dominio militar. Vamos a hablar, por ejemplo, del verbo alumbrar.
Si consultamos el diccionario que todos poseemos (o deberíamos poseer) en nuestro domicilio, veremos cómo se dice en él que alumbrar es hijo del verbo latino illuminare. Sublime dislate, porque es al revés…Para empezar, la a es la más antigua de las vocales; el alu- castellano es infinitamente más antiguo que el illu- latino. Por otra parte, el núcleo central del término al-umbra-r nos conduce hasta una de las radicales más antiguas e importantes del habla humana.
Creo haber escrito ya en estas mismas páginas que Menéndez Pidal observó, certeramente, cómo la radical ambra- era la que se reproducía en un mayor número de nombres geográficos de la Península Ibérica.
Y no cayó en la cuenta este filólogo de que ello se debía a haber sido Ambra = Lambra dos viejísimas denominaciones de Iberia y del río Ebro. Lo que se comprueba en el hecho de que nuestro río materno tenga sus fuentes en Peña Labra, cordillera que retiene su verdadero nombre en los pueblos aledaños de Lomba y Lombraña.
El castellano alumbrar, deformación de allambrar es muchos miles de años más antiguo que el latín ¡Iluminare y nos remite a uno de los epítetos ibéricos de la diosa solar Allambra, la misma que ha dado nombre a la Alhambra granadina, al pueblo castellano de Olombrada y a toda la legión de montes, ríos y sierras de alhambra = alhama = alfambra, que existen en España.
La diosa solar Allambra daría vida a la mítica Doña Lambra, madre de los no menos fabulosos Siete Infantes de Laru, léase de Labra o Lambra. Por otra parte, su identificación con el sol y con el primer rio sagrado de la Tierra, el Ebo = Ambra = Lambra, va a determinar la formación de una extensa familia de términos que en diferentes lenguas, contienen alusiones inequívocas al fuego y al agua. Por lo que se refiere al fuego, nuestra lengua ha conservado en este caso las palabras más antiguas de la Tierra relacionadas don esa raíz; la ya citada alumbrar y sus derivados lumbre, lumbrera y lámbara = lámpara. O alambre, por su brillo metálico. Más modernas que las castellanas, el griego contempla también algunas voces afines: lampa, lampas, lampros, lampo (luz, antorcha, radiante, brillar). Y digo más modernas porque la letra b es la más antigua de todas las consonantes. En tanto que la p es harto moderna. Por eso nos encontramos con las palabras baskas labe y labetz, que significan horno y llar. Seguimos en tomo al fuego. El latín lampas y el indonesio lampu, lámpara, se muestran también más modernos que los términos castellanos y vascos.
Y en cuanto al agua, la mayor ancianidad es compartida en este caso por el castellano y el euskera. En nuestra lengua, alambicar, destilar (término que nos plagiaron los árabes), lamber, forma antigua de lamer, de donde lambruce ar, o chupar. O lambistón, nombre cántabro de quien gusta lamer y chupar. O lengua, por lembra.
O las lamedoras lombrices.
O el nombre de la lluvia, deformación de Mambla.
Y de ahí el euskera lanbo, niebla.O0 lambro, llovizna, término al que remeda el griego ambos, lluvia. O lobel, líquido, palabra vasca cuyo paralelo griego es libas.
Y en la misma familia se inscribe el indonesio lampung, flotar, o asombremosnos, el kechua llampay, de nuevo lamer…
A partir de cuanto antecede, ¿se atreverá alguien a defender que el castellano es hijo del latín?
¿Se cuestionaran los vínculos estrechísimos que unen al griego y al euskera?