Capítulo 12. La formación de la leyenda
«LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA EN OCCIDENTE»
Ignacio Olagüe
Por su enorme confusión componen los recuerdos revolucionarios del siglo VIII un enorme complejo que las nuevas generaciones tratan de comprender; de aquí el nacimiento del mito.
- El mito en los musulmanes hispanos
Para llenar el vacío existente prenden en España los relatos egipcios divulgados en el siglo IX. Se trata de superar la ignorancia de lo que ha sucedido en el siglo anterior.
- El mito en los cristianos
Son interpretados los acontecimientos del siglo VIII con el apoyo de textos proféticos bíblicos. La biografía de Mahoma hallada por Eulogio en la librería del Monasterio de Leyre. La cita de Habacuc. Álvaro de Córdoba transpone los acontecimientos a una atmósfera apocalíptica. Su Indiculus luminosus. La visión de Daniel y la herejía mahometana. Da Álvaro una nueva interpretación al Apocalipsis. El recuerdo de las gentes despicadas por la pulsación se transforma en un movimiento subversivo, luego en una invasión. Los tiempos de desgracias, es decir la invasión, han durado una semischemita, tres años y medio.
Estamos ahora en condiciones para reconstituir el proceso que ha permitido la formación de la leyenda, según la cual había sido invadida España por los árabes. Nos es posible esbozar un esquema establecido sobre textos seguros y precisos, los mas antiguos que se conocen. Es este cuento fantástico el simple corolario de un principio con mayores alcances que se esforzaba por explicar con invasiones militares el hecho revolucionario, demasiado sutil para ser comprendido en aquellos años. Las raíces del mito, principio y corolario, han aparecido y han tomado consistencia en Egipto. Trasplantados a España, se han desarrollado en esta nación porque el ambiente social aquí y en Oriente eran similares en sus mayores rasgos. Por esta razón, la puesta en marcha del proceso se manifiesta aquí con más de un siglo de retraso, el tiempo que separa en estos dos países la fecha de la crisis revolucionaria del resurgir posterior.
Se han condensado estos dos estados de opinión en Oriente y en Occidente por la acción de un mismo mecanismo, por la presión que ejercía sobre las nuevas generaciones el recuerdo de las guerras civiles anteriores, incomprensibles para dichas generaciones, pero que mortificaba el subconsciente colectivo. Impotentes para enfrentarse con el complejo, que rondaba como un fantasma, de una manera objetiva por ausencia de una metodología histórica que sólo será concebible en los días actuales, no poseyendo ningún instrumental para esclarecer las ideas, padecían para interpretar los acontecimientos del pasado los caprichos del momento, es decir de la moda que iluminaba a las clases intelectuales.
En Oriente, adiestrados los hombres cultos en la práctica de la lengua árabe, educados en los principios del Islam, conquistados por el dinamismo de estas ideas, faltos de juicio crítico, simplificaron la historia de los hechos pasados de modo harto simplista. Existía un complejo colectivo por ignorancia de lo anteriormente ocurrido. Era menester superarlo. Como era Mahoma árabe y como en su refundición creadora se propagaba por todas partes su idioma como el instrumento literario que venia a sustituir al griego y al latín trasnochados, interpretaron el cambio cultural, para ellos inexplicable, como si hubiese sido el resultado de una conquista militar realizada por los discípulos de Mahoma. ¿No tenían el ejemplo de lo sucedido en sus propios lugares con lo que sabían de la vida del Profeta?
Así, la acción emprendida en contra de los politeístas de la Meca fue proyectada a escala mundial. Las antiguas provincias bizantinas, la Mesopotamia, la Persia, la India habían sido objeto de conquistas sucesivas. Como eran incapaces estos intelectuales de comprender el mecanismo del proceso revolucionario y por consiguiente de fijar en el pergamino las bases verdaderas del problema: las opiniones religiosas entonces existentes. la crisis climática, los movimientos demográficos subsiguientes, los nombres y el papel desempeñado por fugaces dirigentes, las rebeliones del «proletariado interior», etc., se dejaron llevar por su temperamento de tal suerte que los cuentos de las Mil y una noches substituyeron a los relatos que en otras naciones hubieran gozado de mayor verosimilitud. En una palabra, el mito de las invasiones árabes que habían sojuzgado la mitad del globo se hallaba en Oriente a principios del siglo IX en un estado avanzado de gestación.
En aquellos años nada similar existía en España. El proceso de arabización empezaba a iniciarse. Los males y los desastres de la revolución y de la guerra civil estaban presentes en todas las mentes. No podían ser olvidados. Como la masa en su defensa autopsicológica rellena siempre con simplicidad el vacío que se presenta en sus recuerdos inmediatos, en el desamparo existente en el siglo IX acerca de lo que había ocurrido en el precedente, sensibilizada estaba la opinión y en un estado de maleabilidad extraordinaria, hasta tal punto que le era posible asimilar cualquier concepto que le resolviera el complejo de que sufría.
Presentaba, por otra parte, el problema en España otras dimensiones que el de Egipto, porque en dos. estaba dividida su opinión, cuando en Oriente estaban implicados en el embrollo muchos mis elementos. En Occidente, no tenía en Islam el campo libre para extenderse indefinidamente y sin oposición. El partido trinitario no había sido completamente aniquilado por el unitario, ni en la península, ni en el sur de las Galias. No había sido reducido a una ínfima minoría. No había desaparecido el latín de Córdoba, pongamos por caso, como el griego lo había hecho de Alejandría. Por consiguiente, en los primeros tiempos fue distinta la reacción ante el complejo y por lo mismo distinto también el análisis del historiador según que enfocara el campo de los musulmanes o el de los trinitarios. Fue mucho tiempo después cuando se fundieron en un todo estas diversas concepciones: el mito que desde el siglo XIII en adelante se aceptó unánimemente como un axioma de resonancia universal.
El mito en los musulmanes españoles
En todo tiempo para defender su fe recientemente adquirida han solido gastar los neófitos mayores energías, a veces con exageración extrema, que los viejos adheridos, los cuales saben compaginar sus creencias con una mayor serenidad. No podían faltar a esta norma los nuevos musulmanes hispanos. En los comienzos del siglo IX, en su entusiasmo por la doctrina recién adquirida en contraste con la frialdad y la indiferencia de la gran mayoría que contemplaría con prevención la difusión de estas nuevas ideas, jóvenes estudiantes emprendieron un largo viaje para tomar lecciones en El Cairo de los maestros renombrados. Uno de ellos, Ibn Habib (¡vaya usted a saber cuál era el apellido de su padre!) estudió allí las doctrinas del derecho nialequita que luego dio a conocer en España. En su obra Tarikh enseña al lector estos conocimientos recién asimilados; y, entre otras cosas nos explica lo ocurrido en su tierra en el siglo anterior. Eran los árabes los que la habían invadido! Cuando Dozy hace más de un siglo estudió este manuscrito, al contacto con la mitología oriental sintió grandísima extrañeza:
«Me pareció como si leyera unos fragmentos de las “Mil y una noches”, escribe en la segunda edición de sus Recherches (1860). Y en sus comentarios establece las bases del origen de la leyenda en términos de gran claridad. ¿Débese concluir que en el curso de un siglo había olvidado ¡a población árabe de España sus tradiciones nacionales y las había trocado por fábulas absurdas? En modo alguno. Los cuentos traídos por Ibn Habib nada tenían en común con las tradiciones populares de España. No es aquí, sino en Oriente y en titular en Egipto en donde los ha recogido. Nombra los personajes de quienes los ha oído: Son sabios extranjeros entre los cuales destaca Abad Alá ibn Wab, un célebre profesor de El Cairo, quien entre otras cosas le ha hecho el relato del desembarco de Taric. Muchas de las aventuras de Muza en el país de Tamid (España era para estos orientales un lugar de maravillas) le han sido contadas por otro sabio egipcio que no nombra. Así, en lugar de interrogar a sus compatriotas acerca de la historia de Muza y de ¡a conquista de la península, ha preferido Jbn Habib preguntar a los doctores egipcios. cuyas lecciones tomaba.
No ha sido el único en actuar de este modo; casi todos los taliba hispanos que iban a Oriente hacían lo mismo. Desdeñando a sus compatriotas que los sabios orientales menospreciaban, considerándolos como ignorantes y rústicos, hinchados de veneración por estos maestros que les adiestraban en las sutilezas de la escolástica, pensaban que estos grandes doctores, sabedores de tantas cosas, debían de conocer la historia de España mejor que sus habitantes. Les atosigaban pues con preguntas sobre el tema. Era para estos profesores la situación embarazosa. No sabían nada o casi riada acerca de la conquista de la península; pero tenían la reputación de saberlo todo y tenían interés en no perderla. ¿Qué hicieron? A falta de algo mejor regalaron a sus discípulos con historietas egipcias»339.
No conocía Dozy en su época el contexto histórico de que disfrutamos para interpretar correctamente el papel desempeñado por Ibn Habib y sus compañeros de viaje y de estudio. Persuadido de que había habido una invasión de España por los árabes, cuyo cerebro director había sido Muza, le parecía en verdad extraño, si no extraordinario, que los nietos hubieran olvidado las hazañas de sus abuelos. En nuestro entender se planteaba el problema en otros términos: lo inverosímil no era sólo que las noticias recientemente difundidas tuvieran un origen egipcio, sino que no fueran estas fábulas contradichas: lo que hubiera demostrado a los árabes, si los hubiera habido en España, su absurdidad. ¿Cómo podían ignorar los hechos de sus abuelos, su desembarco y conquista del país? Mas ahora, lo que era extraordinario para Dozy, es para nosotros la cosa más natural del mundo. Como no había habido ni árabes, ni invasión, nadie reivindicaba la prioridad o la participación en acciones militares que no habían tenido lugar. No podía el historiador encontrar los rastros de una tradición referente a unos acontecimientos que no habían existido.
Supongamos cierta la invasión de 711. Los testimonios de un hecho de tal importancia hubieran debido de ser muy numerosos, en los días de la lucha como después. Admitamos que gran parte de los mismos hayan sido destruidos en los azares de las guerras civiles. Los textos del IX, tanto árabes como cristianos, hubieran constantemente hecho alusión a estos acontecimientos; lo que no ha ocurrido. En el caso de una invasión el papel de los combatientes no se presta a confusión alguna. Invasores e invadidos se distinguen con gran claridad, tanto más si es exótico el enemigo y trae en sus equipajes las costumbres y los principios culturales de una civilización antes desconocida. Nada parecido se trasluce en lo que sabemos de estos tiempos. Lo que domina al contrario en los espíritus es una gran confusión. Por esta razón han podido arraigar en la opinión hispana las noticias traídas por Iba Habib y sus amigos; pero sólo han alcanzado forma a lo largo de los siglos. Más de cien años después de la redacción de Tarikh las crónicas berebere que admiten muchas de estas noticias, acaso extraídas ellas también de la misma fuente, no siguen sin embargo los fundamentos de la doctrina. Cierto, había sido invadida España, pero por los marroquíes, no por los árabes. Hay que esperar los textos de los musulmanes posteriores al siglo XI, es decir de la contrarreforma almoravide, para que adquiriera el mito una contextura coherente. Antes de invadir la península —¿y cómo hacerlo de otra manera?—, se habían apoderado los árabes de África del Norte. Y para apartar cualquier objeción acerca de los obstáculos materiales que dificultaban la verosimilitud del concepto, insistían en que se trataba de un milagro, del respaldo que había concedido a los creyentes la divina providencia.
Resolvía así el mito con gran oportunidad el problema que se planteaban los hispanos del IX adheridos al Islam. Mas, en razón de su extravagancia tuvo que vencer la resistencia o, si se quiere, la inercia de parte de la población. Si logró al fin imponerse fue porque los hispanos con el olvido de lo ocurrido en el siglo pasado, norma constante en la sociedad humana, veían con sus propios ojos la expansión de la civilización árabe afianzarse de día en día. Estaban de moda los árabes y… ¡en fin de cuentas! si no habían venido en carne y hueso, había su genio conquistado a todos los corazones. ¿Qué ocurría en el campo adverso, en el de los cristianos? Aquí, al contrario, la aparición de la civilización arábiga en el solar hispano exacerbaba el complejo en grado virulento. No podía el mito desarrollarse en el campo de los trinitarios con la simplicidad enseñada por los sabios egipcios a sus correligionarios occidentales. Chocaba la difusión del mito con las mayores dificultades. Si finalmente fue lentamente aceptado, estuvo la causa en otro concepto llegado también de Oriente que trastornaba los elementos del problema tal como lo sentían los vencidos, para finalmente fundirse con él de modo notable. Su asimilación por la minoría cristiana era para el historiador una gran lección. Demostraba la extravagancia del papel desempeñado por el azar, la complejidad, en una palabra, la exuberancia de la vida que acompaña el juego de las ideas-fuerza en su expansión y en su regresión.
El mito en los cristianos
El cristianismo y el Islam son religiones providencialistas que tienen su origen en el judaísmo. En estas condiciones era muy cómodo para los musulmanes enunciar que Dios había guiado y ayudado con su intervención milagrosa a los ejércitos muslimes y la propagación de su fe; para los cristianos resultaba el hecho y el concepto insoportables. Pues en su fuero interno no podían menos que preguntarse cómo había permitido Dios semejantes abominaciones. ¿Cómo favorecía a los enemigos de Cristo? Indiscutible era la evidencia. En España habían sido apabullados los cristianos. Millones de fieles en Occidente, en África, en Asia, habían apostasiado. Se extendía por todo el globo el Islam a una velocidad vertiginosa y en todas partes también era el cristianismo el vencido. ¿Cómo era esto posible?
Mucho más tarde, en los tiempos modernos, después de muchos desengaños, resolvía la papeleta con su gracejo peculiar el escéptico pueblo español:
Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos.
En el siglo IX, en la efervescencia de las luchas religiosas no podía plantearse el problema en estos términos, ni resolverse con tal desfachatez. Sabemos que en aquellos tiempos la pregunta estaba en los labios cristianos. La resolvieron a su modo, de acuerdo con los gustos del tiempo, es decir, con estilo apocalíptico. Se conservan de esta tentativa testimonios seguros y auténticos. Son contemporáneos de aquellos tiempos. Para comprender su alcance conviene situar algunos datos para establecer el contexto histórico pertinente:
En 850, Eulogio de vuelta de su viaje a Navarra da a conocer a los intelectuales cristianos el texto de la biografía de Mahoma que ha hallado en la librería del Monasterio de Leyre.
En 852, muere Abd al Ramán II cuya política ha consistido en acelerar el proceso de arabización en la península.
En 853, muere Ibn Habib que divulga en Córdoba y en Andalucía las primicias de las noticias que ha aprendido en El Cairo.
En 856, sabemos por Eulogio y por Álvaro la aparición de las primeras manifestaciones externas del Islam, por lo menos en Córdoba.
Por su importancia y por el impacto que ha causado en la sociedad cristiana andaluza, damos a continuación la traducción del texto de Leyre hallado por San Eulogio.
Nació el heresiarca Mahoma en vida del emperador Heraclio, el año séptimo de su reinado, en el curso de la era DCLVI. En esta época, Isidoro, obispo de Sevilla brilla en el dogma católico y Sisebuto ocupa el trono real de Toledo. Sobre su tumba en la villa de Iliturgis fue construida la iglesia del Bienaventurado Eufrasio y también en Toledo, por orden del príncipe mencionado, una capilla de una disposición maravillosa fue edificada en honor de la Bienaventurada Leocadia. El nefasto profeta citado, Mahoma, consiguió el poder durante diez años después de los cuales murió y fue enterrado en el infierno.
Así fueron sus primeros pasos en verdad: Cuando era un niño entró al servicio de una cierta viuda. Habiéndose convertido en el gerente ambicioso de sus negocios, comenzó a frecuentar con asiduidad las reuniones de los Cristianos e, hijo astuto de las tinieblas, de memoria aprendió algunos de los principios del cristianismo y se convirtió en el más sabio de todos sus árabes ignorantes.
En realidad, quemado por el fuego de su temperamento, encolerizado según sus costumbres bárbaras, se enfadó con su patrona. Entonces se le apareció el genio del error bajo la forma de un gavilán, el cual enseñándole. Su pico de oro le aseguró que era el Ángel Gabriel y le ordenó que desempeñara el papel de un profeta. Hinchado de orgullo empezó a predicar a estas bestias embrutecidas cosas que jamás habían oído. Con cierto cálculo razonable les indujo a abandonar el culto de los ídolos y a adorar un dios incorporal en el cielo. Mandó a sus fieles que tomasen las armas y como una nueva demostración de su fe con la espada matasen a sus adversarios. Entonces, en su secreto designio permitió Dios que fueran destruidos. Pues El dijo antaño por la voz del profeta:
«He aquí que levantaré contra vosotros a los caldeos, pueblo duro y rápido, que recorren la superficie de la tierra para apropiarse de campamentos que no les pertenecen. Sus caballos son más veloces que los lobos al atardecer, su aspecto parecido al viento ardiente destruye los fieles y reduce la tierra a la soledad…»
Así pues, asesinaron por de pronto al hermano del Emperador que tenía este país bajo su jurisdicción. Triunfantes, cargados de gloria por la victoria alcanzada, fundaron los principios de su reino en la ciudad de Damasco, en Siria. En fin el pseudoprofeta también escribió himnos para la boca de estos animales insensibles, es decir, que recuerdan a novillos bermejizos. Escribió la historia de la araña que caza las moscas como con una trampa. Compuso también algunos cantos acerca de ¡a abubilla y de la rana para que el mal olor de la una se exhalase por su propia boca y el croar de la otra en verdad no abandonase sus propios labios. Para afianzarse aún más en su error personal redactó también otros en honor de José Zacarías y asimismo de María, madre de Dios, de acuerdo con su fantasía. Como persistía en el error de su iluminación deseó a la mujer de su vecino, llamado Zeid, y la sometió a su lujuria. Resentido por esta infamia, quedó el marido horrorizado y la remitió a su profeta contra el cual no podía oponerse. Mas éste, como si se tratara de una inspiración divina hizo referencia de ello en su ley diciendo: «Como se ha vuelto desagradable esta mujer a los ojos de Zeid y que éste la repudia, la unimos en matrimonio a nuestro profeta para que no sea un pecado para los fieles que deseasen en el porvenir hacer lo mismo». Después de la ejecución de tan gran ignominia, la muerte del alma simultánea con la del cuerpo se aproximó. Presintiendo la inminencia de su fallecimiento, como sabía que de ninguna manera resucitaría por su propia voluntad, hizo la profecía que por mediación del ángel Gabriel que tenía la costumbre de aparecerle según su testimonio bajo la forma de un gavilán, resucitaría el tercer día. Cuando remitió el alma a los infiernos, impresionados por el milagro que les había prometido, ordenaron sus discípulos fuese vigilado su cadáver por una guardia importante. Como observaron que despedía el tercer día mal olor y comprendieron que no resucitaría, afirmaron que los ángeles asustados precisamente por su presencia no se habían acercado. Por esta razón, de conformidad con una resolución que les pareció excelente, abandonaron el cadáver privándole de toda vigilancia. Poco después, atraídos por el mal olor, vinieron perros en lugar de ángeles y en parte lo devoraron. Apercibidos, enterraron sus discípulos lo que quedaba de su cadáver. Como expiación por este ultraje ordenaron que cada año fuesen sacrificados perros a fin de que merecidamente tuvieran en el mismo lugar la misma fortuna que aquel, por quien debido a la cólera merecían un justo castigo. Con toda equidad así ocurrió que un tal y tan gran profeta, quien no sólo había entregado su alma a los infiernos sino también la de muchísimos más, acabó por rellenar el vientre de los perros. Hizo actos infamantes, numerosos y diversos, que no están descritos en este libro. Esto ha sido escrito para que supieran los lectores la clase de hombre que ha sido340.
¡Después de siglo y medio de dominación árabe en España es todo lo que sabía sobre Mahoma y el Islam un especialista en la cuestión…! Ignora nuestro autor anónimo hasta la existencia del Corán. Esto sería explicable si hubiera sido escrita la biografía en la primera parte del siglo VII, a raíz de la muerte del Profeta; lo que dado el contexto histórico parece del todo improbable. Sea lo que fuere, se puede deducir de esta lectura algunos conceptos que no encuadran con las enseñanzas de la historia clásica.
1) Ha adquirido el autor sus conocimientos fuera de España, pues los intelectuales andaluces que gemían, según se nos asegura, bajo el yugo de los mahometanos ignoran hasta la existencia del Profeta.
2) Es probable que el autor del texto sea un monje hispano que vivía en la región por nosotros denominada «entidad pirenaica». Se basa nuestra convicción en los siguientes datos:
a. Ha buscado sus fuentes en textos bizantinos. Así se explicaría la antigüedad de sus informaciones que pertenecen a la segunda parte del siglo VII, pues se desprende de las mismas la supremacía del poder de Damasco. Redactadas por cristianos asiáticos se comprende su mala fe y extravagancia: Van dirigidos los tiros contra un enemigo.
b. Pertenece el manuscrito a un monasterio que se encuentra precisamente en la «entidad pirenaica», región que sirve de lazo de unión entre la Andalucía herética y el Occidente ortodoxo. En esta época, los manuscritos que no gozaban de nombradía no circulaban; por su coste no eran copiados. El radio de acción del texto legerense debió de ser local.
c. Posee el autor ideas precisas sobre España. Podía un extranjero saber la fecha en que había vivido Isidoro de Sevilla y gobernado Sisebuto. Las alusiones a las iglesias consagradas a Eufrasio y a Leocadia demostraban un íntimo conocimiento de la vida religiosa del país.
d. El texto ha sido redactado antes de 848. Es el más antiguo que se conserva en España sobre el Islam. Por los términos empleados, in hoc tempore, debía de escribir el autor bastante tiempo después de los acontecimientos que cometa.
3) Según su propia confesión escribe el autor la biografía de Mahoma para ilustrar a sus lectores acerca de la maldad del «nefasto» profeta. No se trata de un texto polémico en contra de sus doctrinas, que por otra parte ignora. Hace referencia al «reino» de sus discípulos en términos muy imprecisos, ocurridos en la lejana Asia, lo que en realidad poco interesa. Redacta un texto documental, como un peno-dista que bien o mal hace un reportaje sobre una nación remota. Mas entonces lo que dice y la opinión que se trasluce en su escrito contradicen las enseñanzas de la historia clásica, la que nos asegura que desde principios del siglo VII ocupaban los árabes, los turbulentos discípulos de Mahoma, nada menos que los alrededores del Monasterio de Leyre, pues para invadir Francia tenían que haber franqueado el puerto de Ibañeta y dominado la región. Como el autor del texto había vivido en este o en otro cenobio cercano, no podía ignorar la clase de vecindad que le rodeaba, tanto mis que habían sido desbaratados los discípulos de su biografiado por Carlos Martel en 733 y éstos a su vez, habían últimamente apabullado a Rolando en Roncesvalles. Nada de todos estos graves incidentes aparece en el texto. Más aún. Al situar la acción de Mahoma en lugares tan alejados de España, cuando según la historia clásica se desarrollaba también en los mismos lugares en que vivía nuestro autor, al ignorar su presencia en su propio solar, confirmaba indirectamente la extravagancia del mito. Su silencio respaldado por el de Eulogio que no había tropezado con árabes mahometanos en su viaje por Navarra se compaginaba con la extrañeza de Juan Hispalense y Álvaro de Córdoba que nada sabían de estas gentes. Si Tudela y Zaragoza hubieran estado entonces gobernadas por árabes, como nos lo dice la historia clásica, no hubiera aportado Eulogio el texto legerense a sus amigos andaluces como una noticia extraordinaria, no hubieran esos amigos intercambiado comentarios sobre el tema y el autor de la biografía hubiera hecho mención de la invasión de España por los árabes. Pues ¿no era para un cristiano hispano la conquista de su tierra la más importante de todas las hazañas atribuidas a los discípulos de este profeta «nefasto»?
4. Los textos del Anónimo, de Eulogio, del Hispalense y de Alvaro, los más antiguos que se conservan, se complementan no sólo en lo que dicen, sino también en lo que ignoran. Bastaban estos documentos para arruinar definitivamente la leyenda. Mas, como en el tema que estudiamos todo es desconcertante para el no iniciado, ocurre algo aún más extraordinario. Es precisamente en el texto anónimo donde se hallan las raíces que han permitido la formación del mito en el campo cristiano.
5. A propósito de la acción militar de los discípulos de Mahoma hace el autor una cita importante de la Biblia. La voz del Profeta, que ha leído el lector, es la de Habacuc y las frases insertadas los versículos 6, 8 y 9 del capítulo primero.
6. Porque levantaré a los caldeos,
gente feroz e impetuosa
que anda sobre la anchura de la tierra
para apoderarse de posesiones ajenas.
7. Son más ligeros sus caballos que los leopardos
y más corredores que los lobos al atardecer.
Se esparcirán sus jinetes con sana,
pues sus jinetes vendrán de lejos,
volarán como águilas al echarse sobre la presa.
8. Viene para saquear todo este pueblo.
Sus miradas ávidas se adelantan como el viento
[quemador,
Amontonan cautivos como arena…
…Avanzan como el huracán.
Para el Profeta bíblico y sus lectores, los caldeos son los babilonios que han reducido a esclavitud al pueblo de Israel. Con el curso de los tiempos, el acontecimiento histórico, la invasión de Palestina, se convierte en metáfora y así los exegetas cristianos admiten un sentido figurativo. «Los caldeos, escribe el abate Crampon, parecen ser los impíos cuyos estragos contempla el Profeta en el corazón del país»341. Remonta por lo visto esta concepción a tiempos muy antiguos, pues hace ya referencia a ella nuestro autor anónimo. Es probable que en el curso de la revolución que tuvo lugar en el siglo VII en las antiguas provincias del Imperio Bizantino, hayan identificado los intelectuales cristianos a los árabes, discípulos de Mahoma, con los caldeos de Habacuc. Ha recogido pues nuestro autor con las fuentes que ha encontrado en estos textos la alusión al profeta judío. Fuera o no original, es indudable que ha conocido en España su metáfora un éxito enorme. Se pueden seguir sus huellas en los siglos IX y X. Los principales elementos de la leyenda se encuentran en estas líneas.
a) Para ciertos autores de la Escuela de Córdoba y para los escritores cristianos, los cronistas de la segunda parte del siglo IX, es señalado el enemigo de su religión con la palabra: caldeo. Para Alvaro de Córdoba, por ejemplo, en un extracto del Inadiculus luminosus que hemos citado en el capítulo anterior, la. lengua caldea es sencillamente la lengua árabe.
b) En los textos que hinchan el mito, posteriores al Anónimo, son fielmente reproducidas las imágenes empleadas por Habacuc: el pueblo feroz que se adelanta cual el huracán a lo largo de la tierra y que ningún obstáculo detiene, la codicia de los saqueadores, las fortalezas que caen como castillos de naipes, etc.
c) Como la de los caldeos, las conquistas árabes han sido permitidas por la oculta voluntad divina; pero ha intervenido también un instrumento táctico que explica desde un punto de vista terrenal la causa del éxito de tan rápidas invasiones. El arma de guerra privilegiada de los árabes es la misma que la de los babilonios: La. caballería sumer que antaño les ha dado la victoria se ha convertido ahora en la invencible caballería árabe. Se asiste así al nacimiento de un mito paralelo, el del caballo árabe, especie invicta en cuanto a velocidad. Entonces, este noble animal nacido por generación espontánea en los ergs y las hamadas del desierto con todas las cualidades de un pura sangre, a fin de cuentas, se transfigura en el instrumento de las conquistas, en el deus ex machina que explica el avance continuo de los ejércitos arrolladores, en una palabra, la expansión del Islam.
Para los unos, en verdad, cuyo temperamento se desliza más bien falto de interna vitalidad hacia la hipocondría, los gozos del amor transformados en horrenda depravación de las costumbres son responsables de la cólera divina que hace intervenir a los infieles para castigar a los cristianos. Y así nace la leyenda de los amores de Rodrigo. Para otros más realistas que necesitan para ser convencidos la demostración de un razonamiento, se convertía el caballo en el arma táctica por excelencia que había dado la victoria al invasor. De tal suerte que del desierto —lugar por definición inhabitado y en donde no puede vivir la especie equina— habían surgido ejércitos impresionantes que habían conquistado la mitad del globo ¡con el apoyo de una invencible caballería!
Un término concretaba el estado de espíritu que padecía el Profeta bíblico: su carácter apocalíptico. Ha sido esta mentalidad contagiosa en extremo para el aliento de los vencidos en esta tierra, ya lo sean por la superioridad de otras ideas a las que no se quiere reconocer su mayor mérito y supremacía, ya por imposición de la fuerza física. Los intelectuales andaluces que gemían ante la impotencia de su fe, no olvidarían la. lección del autor anónimo. Cuando recibió Juan de Sevilla la biografía de Mahoma que le mandó Eulogio desde Navarra, se apresuró a mandar un extracto de la misma a Álvaro, en una nota al fin de una carta que se conserva342. Quedó éste impresionado. Luego con la vuelta a Córdoba de su amigo en 851, pudo meditar largamente sobre el texto original. Mantendría largas parrafadas con el viajero, pues nos consta la emoción que produjo esta lectura en los escritores que componían la minoría rectora de los cristianos andaluces.
Tres años más tarde emprende Álvaro la publicación de una obra pequeña, su Indiculus luminosus, máquina de guerra discurrida en contra de las doctrinas de Mahoma. Precarios son sus conocimientos en la materia, pues no posee otra fuente de información que lo leído en el texto anónimo, traído por su amigo. No podía en estas condiciones transmitirnos noticias que estaba imposibilitado de dar para la ilustración de su parroquia. Sin embargo le había puesto en trance esta lectura: se extendía ante sus ojos una mina inagotable, la Apocalipsis de los tiempos pasados y presentes. Se le ocurre entonces a Álvaro una idea genial: Es nada menos Mahoma que el precursor del Anticristo. La herejía dominante en su tiempo es sencillamente la Bestia entrevista en sueños por los profetas… Manifiesta se advierte la filiación genética entre los dos textos. Mas, cuando en la pequeña biografía el sentido apocalíptico de la obra de Mahoma se reduce a la invocación del profeta Habacuc, en el libro del Cordobés compone el tema una larga demostración. No basta, en efecto, con afirmar que Mahoma es el precursor del Anticristo y su doctrina la Bestia que anuncia el fin de los tiempos, hay que demostrarlo. Para esta argumentación ya no sirve Habacuc. Necesita Alvaro de unos razonamientos mucho más convincentes que la invasión sumeria de Palestina. Tenía que encuadrar las profecías bíblicas en los acontecimientos ocurridos en los dos últimos siglos.., y hasta en los aparecidos últimamente.
Puesto en el buen camino por la inspiración que le procuró el texto de Leyre, creyó Álvaro encontrar su complemento en la visión de Daniel sobre los tiempos futuros y en particular sobre el porvenir de los reinos de la tierra. Daniel era entonces en la sociedad cristiana hispana un escritor de moda, como se diría hoy día. Se escudaba Álvaro en sus tesis con la obra de un autor de gran autoridad. Para ayudar al lector en la comprensión del esfuerzo de Álvaro, he aquí un breve resumen de la visión del Profeta de acuerdo con la Vulgata: En el sueño que tuvo extendido sobre su lecho, se presentan ante Daniel cuatro bestias horrorosas. Se fija su mirada sobre la cuarta cuyo aspecto era aún más repugnante que las otras. Entre sus ornamentos se distinguían diez cuernos.
«He aquí que otro cuerno pequeño se irguió en el medio… y este cuerno lenta ojos humanos y una boca que decía grandes cosas…» Pidió el Profeta a un anciano que estaba sentado sobre un trono la explicación de estas cuatro bestias tan grandes. Se le contestó que se trataba de cuatro reyes muy importantes. Quiso entonces tener noticias acerca de la cuarta bestia que era diferente a todas las demás. Le dio el anciano la solución al enigma:
«Se trata de un cuarto reino, diferente ¿e todos los demás, que devorará toda la tierra, pisándola y reduciéndola a polvo. En verdad, significan los diez cuernos diez reyes que se erguirán en este reino. Tras ellos aparecerá otro rey. Será más potente que los primeros y destronará tres reyes. Lanzará Palabras en contra del Altísimo, perseguirá a los Santos de lo más Alto, tendrá el designio de cambiar los tiempos y la ley. Estarán sometidos los Santos a su mandato un tiempo, dos tiempos y una mitad de tiempo.»
En la segunda parte de su discurso emprende Álvaro su extraordinaria demostración. Expone para empezar la visión de Daniel que acabamos de describir, citando el texto bíblico con variantes poco importantes con el texto de la Vulgata. Entonces, poseyendo la clave de los acontecimientos que han trastornado las regiones mediterráneas desde el siglo VI, se esfuerza en demostrar la estrecha relación que existe entre los hechos y la profecía de Daniel. No hay duda.
Mahoma es el precursor del Anticristo. «Nosotros también, escribe, afirmamos que se le puede considerar con gran probabilidad como el precursor del hombre condenado.» Es el undécimo cuerno que destrozará a los tres reyes y que se alzará en contra del Altísimo. «Pues apareciendo como el número undécimo, lo que siempre es nefasto en las Sagradas Escrituras, ha dominado tres reinos: cuando ha ocupado las provincias de los griegos, de los francos que prosperaban bajo el nombre de romanos y ha pisado con su pie victorioso y pegadizo las regiones de los godos occidentales. Se ha esforzado en destruir el decálogo, es decir, la religión universal y la cifra que de costumbre se presenta como un todo. Se ha empeñado en erguirse en contra de la Trinidad, defendida por la fe, la esperanza y la caridad»343.
Adquiere para nuestras tesis este texto grandísima importancia, pues por primera vez aparece un testimonio hispano que hace referencia a la expansión del Islam y a lo que ha sucedido en España. Tria regna perdomuit, dum Graecorum, Francorum quae sub nomine Romanorum vigebant, provincias occupavit, et Gothorum Occidentalium colla victrici planta calcavit.
Contrariamente a la historia clásica no nos describe Álvaro conquistas militares, ni invasiones marítimas. Ni en esta obra, ni en su biografía de Eulogio, ni en sus cartas, hace la menor alusión a la invasión de España por una potencia extranjera. De acuerdo con los principios que defendemos, nos describe un vastísimo movimiento de ideas, en su opinión subversivas.
Maozim es en verdad el precursor del Anticristo, pues según la profecía de Daniel ha abatido tres reinos. No obstante, en la mente del autor la doctrina ha suplantado a la persona. Sabe perfectamente que ha muerto el Profeta dos siglos antes. Ha leído la fecha de su nacimiento en el texto legerense. No es él, en carne y hueso, el que ha destruido in hoc nostris temporis los tres reinos y conquistado sus provincias. Maozim no es más que el precursor. Es su doctrina la cuarta Bestia vislumbrada por Daniel en su sueño. Esto, nos dice, al alcance de todo el mundo está. Y nuestro Álvaro a lo largo de páginas numerosas se esfuerza en demostramos que la herejía que domina España es este monstruo cuyo objetivo consiste en destruir la religión universal.
Si nos apartamos por un momento de estas especulaciones apocalípticas, si se analizan los términos empleados por el autor para describimos las regiones que han sido avasalladas, es posible deducir substanciosas observaciones.
a) En primer lugar domina la herejía las regiones que han sido de los griegos. Se trata evidentemente de las antiguas provincias asiáticas de Bizancio.
b) El segundo reino está constituido por las provincias ocupadas por los francos que han prosperado bajo el nombre de romanos. Hace referencia el autor a los acontecimientos ocurridos en Sicilia que han dado el dominio del sur de Italia a los mahometanos. Según la historia clásica ha sido conquistada Sicilia por los árabes en 827, Bari en 841; es decir, algunos años antes de la fecha del Indiculus, pero en vida del autor.
c) Ha pisado con su pie victorioso y «pegadizo», es decir, que atrae neófitos, las regiones de los godos occidentales. Es España la aludida.
No nos precisa Álvaro cómo esta acción se ha realizado, sino que «se pega» la gente a la doctrina como si fuera cola: colla. En otras palabras, confiesa que goza de un enorme poder de sugestión. Si hubiera sido invadida España por ejércitos llegados de Oriente, atravesando el Estrecho de Gibraltar después de haber conquistado el Magreb, nos lo hubiera comunicado el autor en esta descripción. ¿Qué mejor demostración que la brutal aparición de la Bestia, produciendo desgracias a su paso, para establecer la relación existente entre el drama que ha ensangrentado España y la visión de Daniel? Mas ignora este andaluz que el maleficio mahometano se ha hecho dueño de lugares muy próximos a su tierra, sitos al otro lado del Estrecho. Nada hay de extraño en ello, pues consta hoy día que el norte de África ha estado sumido en la anarquía de las guerras civiles hasta pasada la mitad del siglo IX. No puede saber que la Bestia con el tiempo se hará también con aquellas regiones. Podemos concluir que el contexto histórico que se desprende de las noticias dadas por Álvaro, coincide con los conocimientos que hemos recientemente adquirido. La invasora es la idea-fuerza.
Difícil es saber en nuestros días si ha sido Álvaro el creador de un movimiento de opinión que se ha propagado en la sociedad cristiana durante la segunda parte del siglo, según la cual estaba asimilada la herejía a una concepción apocalíptica, o si ha seguido unas ideas ya divulgadas con anterioridad en el ambiente trinitario344. Habían reanimado las guerras civiles estas preocupaciones proféticas, como siempre ocurre en las épocas conmovidas por la desgracia colectiva. Por esta razón había sido fácil la transposición. Como en su fe ingenua creían los cristianos que militaba Dios en sus filas de modo exclusivo, no podían comprender ante el desastre que suponía para el cristianismo la conversión de las masas al Islam, que Dios lo tolerase y los abandonara. Para superar este complejo de inferioridad era cómodo atrincherarse a cubierto de ciertos testimonios bíblicos, según los cuales habiendo sido anunciada la calamidad por el Espíritu, no podía ser el hecho motivo de alarma o de sospecha, pues avisaba generalmente el Profeta el fin de las desgracias. Bastaba con saber interpretar la fecha encubierta que señalaba el cambio de los acontecimientos. Tan sólo el sospecharlo era un bálsamo para cicatrizar la haga producida por el roce cotidiano con la realidad. Sea lo que fuere, no hay duda de que el Indiculus ha contribuido a reanimar la llama de la esperanza en el momento en que deslumbrados veían surgir ante sus ojos los cristianos las primeras manifestaciones externas del Islam.
Estamos ahora en condiciones de establecer el esquema de la evolución de las ideas que han cuajado en el mito entre la minoría cristiana a lo largo del siglo IX.
1. El recuerdo de las desgracias de las guerras civiles del siglo precedente se mantiene vivaz en los espíritus, pero nadie sabe exactamente lo que ha pasado y por qué ha pasado así.
2. Existen en toda la península, sobre todo en las cercanías de las regiones castigadas por la pulsación, como en el valle del Ebro, gentes que son los descendientes de los emigrados que han huido del hambre en el siglo pasado.
3. Pertenecen estas poblaciones al partido unitario o han sido influidas por las primeras propagandas islámicas que han alcanzado el litoral mediterráneo.
4. Hacia la mitad del siglo IX se dan, cuenta Eulogio y Álvaro de que una parte de sus compatriotas heréticos han sido desviados hacia las doctrinas de Mahoma, las cuales se propagan en el ambiente arriano y unitario.
5. Se extienden —empiezan a percibirlo los cristianos— a otros lugares de la cristiandad.
6. Se convierte por esta razón Mahoma para Álvaro en el precursor del Anticristo.
7. Identifica Álvaro la doctrina de Mahoma con la cuarta Bestia de la visión de Daniel, concepto que en otras circunstancias de espacio y de tiempo había sido recogido por Juan de Patmos en su Apocalipsis.
8. Bajo el influjo de los relatos egipcios empieza a divulgarse la idea de que los árabes han invadido España, venciendo a los godos, que los textos primitivos cuidan muy mucho de distinguir de los españoles.
9. Los árabes, discípulos de Mahoma, son asimilados a los caldeos que antaño invadieron las tierras de Israel. El pueblo judío fue reducido a esclavitud, como ahora lo son los cristianos, pues esta minoría española empieza a sustituir a los godos en su calamidad.
10. En el curso del siglo aumenta el divorcio que separa a los unitarios premusulmanes, que hablan árabe, de los cristianos. Estos son los españoles auténticos para los textos cristianos; los otros que componen la gran mayoría de la población no son todavía invasores asiáticos, sino extranjeros anónimos, es decir, sarracenos.
11. Para explicar este divorcio y superar el complejo de inferioridad consiguiente, se acentúa la interpretación bíblica enseñada por Álvaro en su Indiculus. Se funden las noticias propagadas en el campo adverso con los conceptos anteriores y se convierten los hispanos musulmanes para la mayoría de los cristianos —de una manera vaga e imprecisa en un principio, más luego de modo terminante— en los descendientes de los que en el siglo VIII invadieron la península.
12. La conquista de España había durado tres años y medio.
Cuando Álvaro compara Mahoma al Anticristo, no se distingue por su originalidad. Con el desenfado de lenguaje que caracteriza a los escritores de la Alta Edad Media, se ha convertido el epíteto en un lugar común que se lanzan a la testa los teólogos sesudos que se insultan mutuamente como pescadoras en riña de puerto. A fines del VIII, en las discusiones que oponían a Elipando y los ortodoxos, no se había recatado el arzobispo de Toledo de llamar a su contradictor Beato de Liébana, precursor del Anticristo. A este insulto le había contestado el monje perdido en su valle santanderino, obseso en sus búsquedas para descubrir una interpretación racional de los enigmas del Apocalipsis, que los heréticos como el dicho príncipe de la Iglesia eran los testigos de este personaje funesto; es decir, ¡testiculi Antichristi! Lo apreciará él lector. No era el calificativo como para asustar. Era como una pelota que se tira de uno a otro campo. No sucedía lo mismo con la otra concepción según la cual estaba asimilada la doctrina musulmana a la Bestia soñada por Daniel y reivindicada por Juan de Patmos. Era contraria esta interpretación a las que hasta entonces habían sido estudiadas en la cristiandad.
«Después de la reconciliación del Imperio y de la Iglesia, se dice en L’Antechrist de Renan la fortuna del libro del Apocalipsis se encontró en gran parte comprometida. Los doctores, griegos y latinos, que no separaban ya el porvenir del cristianismo del porvenir del Imperio no podían aceptar como inspirada un libro sedicioso, cuyo fundamento estaba en el odio a Rama y en la predicación del fin de su rezno. Casi toda la parte esclarecida de la Iglesia de Oriente, la que había recibido una educación helenística, opuesta siempre con repugnancia a los escritos milenarios y judeo-cristianos, declaró apócrifo el Apocalipsis. Pero había alcanzado el libro tan fuerte posición en el Nuevo Testamento griego y latino que era ya imposible expulsarlo. Se recurrió entonces para quitarse de encima las objeciones que planteaba a malabarismos exegéticos. Sin embargo, era aplastante la evidencia. Menos opuestos que los griegos al milenarismo, continuaron los latinos identificando el Anticristo con Nerón. Hasta los tiempos de Carlomagno hubo una especie de tradición a este tenor. Beato de Liébana, que comentó el Apocalipsis en 786, afirma, mezclando en verdad alguna inconsecuencia, que la Bestia de los capítulos XIII y XVII, la que debe de reaparecer a la cabeza de los diez reyes para derruir la ciudad de Roma, es Nerón, el Anticristo. En un momento está a dos dedos del principio que en el XIX conducirá a los críticos a la verdadera suputación de los emperadores y a la determinación de la fecha del libro»345.
Conocía perfectamente Álvaro los libros de Beato. Lo cita varias veces. Le era pues familiar la interpretación tradicional de las visiones del Apocalipsis. Si en verdad ha impuesto una interpretación original según la cual Mahoma y el Islam substituyen a Nerón y al Imperio Romano, es responsable de un cambio en el curso de las ideas en la Edad Media, cuya importancia es mayor de lo que parecería a primera vista. En estos tiempos inquietaban los espíritus las ilusiones proféticas con todas sus complicaciones en un grado que nos es difícil hoy día concebir. Así la fórmula de Álvaro se mantuvo por mucho tiempo. Como lo apreciaremos mis adelante, se mantenía aún con exuberancia en la segunda parte del siglo X; pues permitía suavizar el terrible complejo de inferioridad sentido por los cristianos. Solamente en el siglo XIII, cuando se dieron cuenta las gentes de que pasaban los siglos, que imperturbable proseguía el globo su viaje por el espacio y que los musulmanes seguían ocupándose de sus asuntos sin más perturbaciones, el sentido de las ideas apocalípticas de nuevo fue cambiado. «Con valentía Joaquín de Flores llevó el Apocalipsis al campo de la imaginación sin límites» (Renan) – Se convirtieron las visiones de Juan de Patmos en una ruina inagotable para los espíritus excéntricos que en lugar de adiestrarse en el razonamiento científico buscan en lo irreal una explicación vana a los misterios del hombre. Las locuras de una imaginación sin freno prosiguieron hasta el siglo XIX, en que el método histórico impuso sus razones. Volvieron los críticos a las fuentes primitivas y empezaron de nuevo con éxito las investigaciones iniciadas por Beato. Mas, en lo que nos concierne, es en este ambiente apocalíptico, concebido o propagado por Álvaro, en el que la leyenda de la invasión de España empezó a formarse en el campo cristiano y, poco a poco, con el paso de los años se convirtió en el mito por todos aceptado.
Conservamos los documentos requeridos para apreciar que este ambiente apocalíptico había alcanzado en el IX a las más diversas clases de la sociedad cristiana que vivía en la península. Antes de que Beato con sus comentarios hubiese dado un nuevo interés al texto del Apocalipsis, los profetas bíblicos eran conocidos por el pueblo. Así se explica el maravilloso capitel de San Pedro de la Nave que representa a Daniel en la fosa con los leones. Por esto saquean los imagineros de la época el viejo folklore hispano para recoger temas fantásticos de animales que reproducirán, sea para ilustrar con sus miniaturas los notables manuscritos de los Comentarios de Beato (se conservan de ellos unos veinte ejemplares del IX al XI) sea para la ornamentación didáctica de las iglesias. Se comprende ahora la explosión Zoológica de los claustros románicos del siglo XI, al estilo aún visigótico, muchas veces apocalíptico, que fue substituida en el XII por temas evangélicos o bíblicos.
En este ambiente difuso, las desgracias del siglo VIII han sido encuadradas en un contexto apocalíptico que el autor anónimo de Leyre ha recogido y que Álvaro ha ordenado en un artilugio retórico. El recuerdo de ciertos acontecimientos anormales, luego extraños, entonces ocurridos, se conservan en la memoria de las gentes: los desplazamientos de las poblaciones causados por la sequía y el hambre, pero que no se sabe a quién ni a qué atribuir por haberse olvidado las causas, la aparición de los «profetas», las depredaciones de los mercenarios y de los demás aventureros que han venido a España a buscar fortuna, las competiciones entre los diversos poderes provinciales que se han mutuamente combatido por sesenta años, el asalto a las fortalezas y a las ciudades, los incendios, las matanzas, las violaciones, las abominaciones de todo género que la anarquía favorece y que ya no se atreve uno a recordar… En una palabra, todos estos recuerdos confusos y desgraciados con el tiempo habían adquirido formas fantásticas, las que llevadas de boca en boca habían mantenido un complejo de inferioridad que se había enraizado en el inconsciente colectivo. Poseen las crónicas latinas del IX un carácter demasiado local y un estilo telegráfico en demasía para ofrecer una perspectiva nacional susceptible de ser encuadrada en un marco apocalíptico. Pero no ocurre lo mismo con las del X, como en la del Moro Rasis o en la Crónica latina anónima.
Así se explican las contradicciones, los errores, los anacronismos, las lagunas de los textos primitivos. Pues no había salido el mito, moldeado y forjado en el bronce, de la cabeza de Minerva. Era el fruto de un larguísimo proceso que había durado varios siglos. Era esta lenta elaboración el más seguro testimonio de la formación de la leyenda. Pero en esta labor inconsciente de la colectividad, el papel desempeñado por el Indiculus ha sido decisivo. Al asimilar la doctrina musulmana a la Bestia del Apocalipsis, preparaba Álvaro los espíritus a la recepción de la leyenda inverosímil. Es también responsable de ciertas concepciones que más tarde se convertirán en hechos precisos, los cuales se vuelven a encontrar en nuestros días en los manuales escolares.
En su fantástico razonamiento para demostrar la identidad de la doctrina de Mahoma con la Bestia, se había extraviado nuestro hombre en una extraña matemática. Se trataba del famoso cálculo establecido por Daniel para medir el tiempo en el curso del cual estarían los Santos, es decir, la Iglesia, sometidos a la tiranía de este personaje pernicioso. El porvenir de todos dependía de la precisión de esta extraña cronología ya fijada en el cielo. Et tradentur in manu ejus usque ad tempus et tempora et dimitium temporis. «Y quedarán los Santos sometidos a su poder hasta un tiempo, dos tiempos y una mitad de tiempo» (Vulgata, Daniel, cap. VII, 25).
Están hoy día de acuerdo los exegetas en que un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo son tres años y medio; la mitad de siete que representa para los hebreos una totalidad, una schemita. En el pensamiento de Juan que sigue el texto de Daniel, el fin del Imperio Romano o más bien «el secreto del porvenir de la humanidad» (Renan), se limitaba así a tres años y medio. En el curso de la historia aplicaron otros exegetas a otros acontecimientos estas cifras: Así fue apreciada la persecución de Antioquia que duró también tres años y medio346. Mas, para Álvaro se trata de otra cronología.
Al emprender su exposición pretende nuestro Cordobés convencer al lector de que el número establecido por Daniel coincide con el lapso de tiempo transcurrido desde Mahoma hasta el año en que acaba su Indiculus, que fecha con gran cuidado. No es otro el Profeta nefasto que ¿ personaje señalado por Dios. ¿Quién puede ponerlo en duda?
«Está demostrado más por la visión de los ojos que por nuestro discurso», asegura. Luego se enreda en un confuso razonamiento para demostrar que los tres tiempos del texto bíblico corresponden a un cálculo de lunas establecido de acuerdo con el calendario de los ismaelitas, el cual coincidiría con el de los hebreos. Según su estimación se ajustaría el cómputo establecido por Daniel al número de años transcurridos desde Mahoma hasta 854, año en que termina su obra, o sea doscientos cuarenta y cinco años. Ignora naturalmente el momento en que empieza la cronología de la Hégira y como se embarulla con los años solares y lunares, se acaba su cómputo en churro. Mas, no tiene otro objeto su recuento y esto sólo nos interesa, que demostrar al lector la proximidad del fin de la herejía. Pues, se puede confiar con «una pretensión audaz» en que el reino de los ismaelitas llega a su término. No pueden estar abandonados los Santos más que el tiempo señalado en el texto sagrado.
Tuvo la matemática de Álvaro una gran resonancia. El monje Vigila que redada su crónica en el monasterio riojano de Albelda en 976, reemprende el cálculo por su cuenta; pues estas profecías logarítmicas se habían convertido en una obsesión para los cristianos. Sin embargo, se esfuerza en resolver el problema con mayor elegancia que su antepasado. Para ello se apoya en las predicciones y en las imprecaciones de Ezequiel cuyos textos manipula con fantasía. El principio del cálculo es siempre el mismo, pero escamotea las palabras del Profeta con el mayor desenfado. Así, transforma a los caldeos en ismaelitas siguiendo, es verdad, la tradición; pero pone en la boca del hebreo profecías que jamás ha pronunciado o que no están por lo menos en la Vulgata. Lo hace además con un virtuosismo que impresionaría a sus lectores. Mas, como ocurre con su predecesor, le ciega a tal punto la pasión que no se da cuenta de que el curso de la historia había demostrado la falsedad del cómputo hecho por Álvaro. No se percata de que tan vano será el suyo.
Tenemos la confirmación de que los sarracenos tenían que dominar la tierra de los godos, escribe al final de su Crónica, en el párrafo 85, en el texto siguiente del profeta Ezequiel:
«Hijo del hombre, vuelve la cara hacia Ismael y háblale en estos términos: Te he hecho la más poderosa de todas las naciones; te he multiplicado; te be fortalecido; be puesto en tu diestra una espada y en la siniestra flechas para que subyugues a los pueblos para que se prosternen ante ti, como la maleza ante el fuego. Y penetrarás en la tierra de Gog con pie firme y herirás a Gog con tu espada y harás de sus hijos siervos tributarios.»
Hemos aprendido cómo ha ocurrido esto, prosigue Vigila, pues hay que entender que la tierra de Gog es España bajo el régimen de los godos, que los ismaelitas han invadido a causa de los crímenes de este pueblo. Lo han herido con su espada, lo han hecho tributario como se ve hoy día. Pero el mismo Profeta de nuevo ha dicho a Ismael:
«Porque has abandonado al Señor, yo también te abandonaré y te entregaré en las manos de Gog. Emplearé contra ti represalias, luego que le hayas tú afligido. Doscientos setenta tiempos durará su poder, como el tuyo sobre el suyo.» Tenemos la esperanza en Cristo, vuelve a decir el monje. Cuando doscientos setenta años hayan transcurrido desde su entrada en España, serán destruidos los enemigos y será devuelta la paz a la Santa Iglesia de Cristo, pues se ha puesto tiempos en lugar de años.
Sigue correctamente el monje Vigila la tradición hebraica según la cual un tiempo corresponde a un año. Álvaro se había embarullado sobre el tema en extravagante discusión. Para este autor un tiempo eran un número importante de años. Si no fuera así, era imposible identificar la profecía de Daniel con los años transcurridos, los cuales tenían la virtud de señalar el fin de la dominación de la Bestia. Para esto, ¡qué remedio!, era menester establecer un cierto cómputo que encajara el texto profético con los hechos históricos. En consecuencia, una dificultad etimológica envolvía en las tinieblas el discurso de Álvaro. Para Vigila, al contrario, texto, hechos e interpretación resplandecían con gran claridad. Quedaban borradas las dificultades al redactar nuestro buen riojano el mismo texto presumido profético de Ezequiel. ¡En vano buscaría el lector tales parrafadas en sus escritos!
Ahora bien, similar era el fin perseguido. Con honradez en el caso de Álvaro que se embarulla con las profecías, con picardía en el de Vigila que las amaña a su conveniencia, había que aprovecharse del ambiente apocalíptico imperante para levantar los ánimos de los cristianos. Mas, en el lío dos conceptos sobrevivieron al olvido de las generaciones. Se convirtieron en hechos considerados hasta ahora como históricos.
1) Por su debilidad en la exposición y por su oscuridad el discurso de Álvaro, aunque impresionó por su carácter apocalíptico, tuvo que dejar insatisfecha la opinión de los más esclarecidos. Entonces por una transposición notable de la que tantos ejemplos nos da la historia, fue acomodado el texto de Daniel a otra interpretación. De acuerdo con la cronología hebraica fue simplemente aplicado el cómputo a la duración del drama hispano. Un tiempo, dos tiempos y una mitad de tiempo. Obsesos por el ambiente apocalíptico que dominaba en la segunda parte del siglo IX a los espíritus, discutirían y comentarían los cristianos la cifra fatídica lanzada por Álvaro como pasto de las gentes. Insensiblemente se convirtió en un símbolo pronto asimilado por el inconsciente colectivo. Cuando el mito de la invasión y conquista empezó a destacarse de los primeros balbuceos y empezó con los años a adquirir contornos más precisos, el recuerdo de los números sacros volvió a la mente de las gentes. La conquista, es decir, los días de la desgracia habían durado tres años y medio, la mitad de una schemita.
¿Tratase de una simple coincidencia? No lo creemos, pues existe otra tradición, tan antigua como la anterior pero que no se ha conservado en los libros de texto, según la cual los combates ocurridos con motivo de la invasión, habían durado siete años; es decir, una schemita. En una copia del cronicón Albeldense, encontrada en el siglo pasado en la iglesia de Roda, existe una lección que no ha sido recogida por los editores modernos que han seguido el texto que hemos copiado en el capítulo anterior. Después de haber contado los acontecimientos que precedieron a la invasión añade el cronista en esta nueva versión:
Armis itaque instructi, preparati sunt ad bellum et inter Guti el Sarraceni fortiter per septern annis bellus (sic) inter illos discurrit ubilibet continenter (o continentes). Post vero, idem septem tempora inter eos discurrunt. «Habiendo así levantado ejércitos, están dispuestos para los combates y de modo continuo por siete años la guerra entre los godos y los sarracenos se propaga con rabia por todas partes… Luego, después de estos mismos siete años cambiaron parlamentarios»347.
Existen por consiguiente dos tradiciones inspiradas en el cómputo hecho por Daniel y que Álvaro ha señalado a los intelectuales cristianos. No puede haber coincidencia, porque las dos tienen por fundamento una interpretación distinta del mismo texto y cálculo. Para los unos se trata de una schemita, para los otros de una semi-schemita. Mas el tiempo ha hecho sus estragos. Dos siglos han transcurrido desde aquellos acontecimientos. Se ha transformado la sociedad. Las cifras de la cronología sacra hundidas en el inconsciente colectivo han vuelto a surgir al correr de la pluma de ciertos monjes que escriben de memoria el relato de aquellos acontecimientos fabulosos. Acaso los han oído recitados de boca en boca por las gentes del pueblo, o a un anciano que recuerda la memoria de un abuelo suyo, o en el canto de un rapsoda, y por qué no ¡en los labios de su nodriza…! Mas la misma cronología se repite en los textos más varios. Por uno de estos misterios de la vida social, consciente o inconsciente, había sido olvidada la fórmula más larga, tanto más que no coincidía con el texto bíblico. No se trataba de exactitud crítica, sino de un estado pasional. Había que extremar la paradójica situación: España invadida, sumergida, conquistada, avasallada. Para realzar el carácter apocalíptico de la catástrofe, había sido realizada la invasión en el término más corto, el que tenía el mérito de haber sido apuntado de modo preciso por la profecía. Así se explicaba la fatalidad del cataclismo. La brutalidad del alud había alcanzado tal furia que no habían podido defenderse los cristianos. Por esto la semi-schemita había sido mantenida por las posteriores generaciones y más tarde había sido repetida la cifra fabulosa en los textos más sesudos hasta la era atómica.
2) No fue olvidada la interpretación profética del texto de Daniel, pues tenemos la confirmación de su supervivencia un siglo más tarde, cuando Vigila en 976 redacta la segunda parte de su cronicón. En aquella fecha el mito producto de la imaginación egipcia y del complejo apocalíptico ha recorrido largo camino. Con pocas palabras establece nuestro monje un punto en su evolución esbozando una síntesis que tiene el mérito de satisfacer los dos criterios entonces dominantes: el cristiano y el nacional. Pues no es Vigila un escritorzuelo cualquiera. Enciclopedista, es el autor más importante de su cristiana generación. Y sin embargo, en el texto que hemos citado parece adherirse a la opinión de los cronistas anteriores, rudos y de cortos alcances. Cierto, España ha sido invadida y como en toda invasión debe de haber un vencido. Mas, no son los españoles los apabullados, son los godos por sus crímenes castigados.
Es notable el observar que no sueltan palabra estos cronistas cristianos sobre sus correligionarios que por lo visto han asistido impasibles a los acontecimientos que azotaban a su patria. Extienden un tupido velo sobre sus abuelos. Nada sabemos, de lo que hicieron, pues, no distinguen como los bereberes a las «gentes de España», es decir, los hispanos musulmanes, de los trinitarios o politeístas.
Sabía perfectamente el riojano de Albelda por conocer muy bien la obra de Alvaro que la invasión de España no se había realizado manu militan, con la repentina aparición de ejércitos extranjeros que pueden ser vencidos, sino por la Bestia, la figura apocalíptica que representa la herejía y que posee una fuerza espiritual, que no se quiebra con la fuerza de las armas, sino con el concurso del Todopoderoso. Le constaba también, por haberlo vivido, hasta qué punto era voluble la fe, cómo los españoles se hacían musulmanes y los musulmanes cristianos. Habían prendido las «historietas» egipcias en el campo adverso y por osmosis se propagaban en su partido. ¡ Grande era el barullo para poder explicar con claras palabras lo que había acontecido antaño en España…! Para salir del apuro adoptó el fraile la táctica del silencio o mejor dicho, con ducho escamoteo desaparecían en su texto los hispanos como por escotillón. Con la invasión eran los godos los vencidos en la contienda… y lo habían sido con el agrado de todos, dada su impopularidad.
Aquí se trasluce de modo por así decir indirecto el carácter nacionalista engastado en la fe cristiana de la obra de Vigila. Se acentuará con energía al redactar el monje sus últimas páginas, al pedir a Ezequiel el concurso de sus profecías. «De acuerdo, nos quiere decir el hispano y el cristiano, ha sido invadida España por culpa de los godos y la Bestia se ha extendido por doquier. Pero el Profeta bíblico ya lo ha predicho: el fin de los ismaelitas está cercano. Serán los hispanos cristianos quienes los destruirán.» En nuestro entender, se esboza con estas palabras finales de su crónica una concepción cuyas consecuencias en el futuro serán extraordinarias; aparecen las raíces de un mito complementario del arábigo: ¡ el desquite de los españoles! Si había sido invadida España por los sarracenos los habían expulsado los hispanos cristianos en el curso de una reconquista que había salvado a Occidente; criterio, en verdad, ingenuo, pues el asalto había requerido tres años y medio y la contraofensiva nada menos que ocho siglos. La candidez es el soporte de cualquier mitología.
Vivía nuestro monje riojano en un tiempo en que la Bestia, es decir la civilización arábiga se encontraba en la península y en el valle del Ebro en el máximo de su expansión. No había por ello olvidado la lección de Álvaro. Cierto, desde que había publicado el Cordobés su Indículus se había extendido más y más la doctrina de Maozim, pero al igual que su antepasado no por esto se encontraba el monje desamparado. Su fe era inquebrantable. Más aún, trataba con sus últimas palabras de convencer al lector: infaliblemente tenían que cumplirse las profecías bíblicas. El fin de la dominación ismaelita estaba próximo. Según el cómputo que había establecido tan sólo faltaban pocos anos… Mas ¡oh milagro! ya no será Gog quien tomará su desquite para cumplir el signo fijado por la providencia. Substituirán los españoles a las gentes de Gog para arruinar de una vez para siempre a los enemigos de su religión. Así ocurrió, en efecto…, cinco siglos más tarde y no inmediatamente como había creído nuestro buen monje. Por tanto se puede concluir que no habían sido los verdaderos profetas ni Daniel, ni Ezequiel, sino el riojano de Albelda.
Ha sido en España la revolución islámica el producto de una larguísima evolución, iniciada en el siglo IV con las primeras predicaciones arrianas acerca del unitarismo. Luego, poco a poco, empiezan a llegar desde Oriente fermentos que alcanzarán en el siglo IX una gran importancia. Darán nueva vida a energías intelectuales y espirituales, las que asentadas en amplias bases estaban dispuestas a recibirlos. Se vuelven entonces más íntimas las relaciones con Oriente. Asimilada del IX al XI la tradición bizantina, se enardece de nuevo el genio hispano con las ideas que le aporta la civilización árabe. Con la contrarreforma almoravide síntomas numerosos anuncian que la savia creadora empieza a agotarse. Se había ya secado en tierras asiáticas cuando las obras maestras de la cultura arábigo-andaluza alcanzaban su mayor florescencia.
Se desprende de este escorzo una lección. Desde el siglo IV se ha realizado en España la evolución de la vida intelectual de una manera continua, sin fallo alguno. Ninguna quiebra en el siglo VIII. Hemos seguido en capítulos anteriores este proceso en el orden de las ideas religiosas. En otra obra hemos esbozado la misma proyección en las ciencias matemáticas demostrando que los descubrimientos realizados en España sobre la base de enseñanzas orientales, tenían sin embargo como fundamento y sustento el método racional de los grandes maestros de la antigüedad que había transmitido Isidoro de Sevilla348. Existe sin embargo un campo de observación más accesible al público para apreciar este proceso. No se requiere para entenderlo una determinada especialización. Es la historia del arte; pues más abundantes, objetivos y expresivos que los textos, se han conservado monumentos de estos tiempos antiguos en ciertas regiones naturales de la península, defendidas por su aislamiento orográfico. La continuidad de su evolución artística se percibe con el simple contacto visual. En la cumbre de esta progresión insensible se sitúa radiante en su esplendor extraño la Mezquita de Córdoba.
339 Dozy: Recherches, pp. 36.38.
340 Obras de San Eulogio, t. II, pp. 550-552, edición Lorenzana. Nos disculpará el lector la inelegancia de la traducción. Como se trata de un documento de importancia extraordinaria, lo hemos traducido lo más literalmente posible. Nos ha ayudado el profesor Eugenio Hernández-Vista, a quien damos las gracias.
341 Crampon: La Sainte Bible, p. 1.227, 1904. Texto y nota.
342 «Dixerimus vobis illam adnotationem Mammetis haeretici ¿a finem Epistole hujusce adscripti.> Aquí está la nota: «Adnotatio Mammetis Arabum Principis: Ortu.s est Mammet hereticus Arabum pseudo prophetarum sigillus, Antichristi precessor, tempore Imperatoris Eraclii anno septimo; currente aera sexcentesima quinquagesima VI. In hoc tempore Isidorus Hispalensi.s in nostro dogmata claruit et Si.sebutus Toleto regule calmen obtinuit. Quem predictum nefandum Pro phetam tantis miraculis eum sequaces tui coruscaste narrantur; ul etiam ardore sae libidini.s uxorem alterius auferens, in con jugio sibimet copularit: et ut isullum Prophetam fecisse legi mus, in camelum, cuyas intellectum gerebat, presíderet. Marte vero interzieniente cum se die tertia resurrecturum polliceretur, custodientium negligentia a canibus repper. tus est devoratus. Obdnuit Principatum annis decem, quibus expletis sepultas est in infernum>. En Epístola Joannis Spalensis Alvaro Directa, publicada por el padre Flórez: España sagrada, t. XI, pp. 145-146. Existe una edición moderna hecha por el padre Madoz en su Epistolario de Alvaro de Córdoba. En ella se añade una nota acerca de la entrada de los árabes en España que lleva la fecha de 1075, que ha sido en su tiempo añadido al texto del manuscrito.
343 Flórez: España sagrada, t. XI, pp. 219.275.
344 Se podría acaso encontrar textos referentes a Daniel y a sus profecías que fueran anteriores al Indiculus. Lo que no cabe duda es que después de su publicación se convirtieron en un lugar común que se aderezaba con todas las salsas. Ejemplo: «Idcirco, autem individua Trinitas nec in medio leonorum Danielem deservit>. «Por esta razón se aplicó al servicio de la misma persona de la Trinidad, ni que estuviera como Daniel en medio de los leones.> Sansonis Abhatis Cordubensis: Apolo geticus, lib. II cap. XXV, 3. Flórez: España sagrada, t. XI, p. 498.
345 Renan, Ernest: Histoire des origines du christianisme, t. IV: L’Antéchrist, páginas 460-461 (ed. 23).
346 Crampon: ibid., p. L161.
347 Oliver y Hurtado: Discurso de recepción a La Academia de la Historia, Madrid, 1866. Según esta lección la guerra se hubiera acabado con negociaciones. Un statu quo con toda certeza ha debido de establecerse en muchos lugares de la península, como por otra parte nos lo enseña el Tratado de Teodomiro. ¡ Cuán lejos estamos de la tradición clásica y escolar…!
348 Ignacio Olagüe: La decadencia española, t. UI, pp. 51-147.