Del Sexo a la SuperConsciencia

La religión es la más alta aspiración de la consciencia humana: es la búsqueda individual de la verdad. Osho

 

 

 

 

Osho

LIBERACION

(Extracto del libro)

Una mañana temprano, antes de la salida del sol, un pescador fue al río. Cerca de la orilla sintió algo debajo de sus pies, y descubrió que era una pequeña bolsa de piedras. Recogió la bolsa y echando la red a un lado, se acuclilló a la orilla del agua, esperando la salida del sol. Estaba esperando la luz del día para iniciar su trabajo diario. Perezosamente cogió una piedra de la bolsa y la lanzó al agua. «Plop», se oyó en el agua. Entretenido con el sonido lanzó otra piedra. A1 no tener otra cosa que hacer, siguió lanzando las piedras, una por una… Poco a poco el sol se levantó. Llegó la luz. Ya para entonces había lanzado todas las piedras, excepto una. La última piedra estaba en su palma. Su corazón casi le falló cuando, a la luz del día, vio lo que tenía en la mano. ¡Era una piedra preciosa! En la oscuridad, había arrojado muchas de ellas. ¡Cuánto había perdido sin darse cuenta! Lleno de remordimientos, se maldijo a sí mismo, sollozó, lloró y casi enloqueció de pesar. Por accidente, se había encontrado con una gran riqueza que podría haberle proporcionado un extraordinario bienestar en su vida. Pero sin darse cuenta, la había perdido en medio de la oscuridad. Y sin embargo, era afortunado, pues aún le quedaba una gema: la luz había llegado antes que arrojara la última «piedra».

En general, la mayoría no es ni siquiera tan afortunada. La oscuridad te rodea por todos lados, el tiempo se va consumiendo, el sol no se levanta y ya hemos desperdiciado todas las gemas de la vida. La vida es un gigantesco tesoro, y el hombre no hace otra cosa que desperdiciarla. Cuando llegamos a damos cuenta de la importancia de la vida, ya se nos ha escurrido entre los dedos. Los secretos, los misterios, la felicidad, la liberación, el paraíso: todo lo hemos perdido. Hemos malgastado la vida. En los próximos tres días, tengo la intención de hablar acerca de los Tesoros de la Vida. Es difícil instruir a la gente que trata la vida como a una bolsa de piedras. Esta gente se irritará si les señalas el hecho de que lo que están arrojando no son piedras, sino joyas. Se enfurecerán. No debido a que lo que se les dice sea falso, sino porque se les demuestra su insensatez. Se les recuerda lo que han perdido. El ego hace su aparición. Sin embargo, sin importar lo que se haya perdido hasta ahora, si aún queda un poco de vida, si sólo queda una «piedra», aún puede ser salvada. Nunca es demasiado tarde para aprender. Incluso uno podría beneficiarse. Y especialmente en la búsqueda de la Verdad de la Vida, nunca es tarde; no hay motivo para apocarse.

Sin embargo, debido a nuestra ignorancia, en medio de la oscuridad, hemos dado por sentado que la bolsa de la vida no es otra cosa que una colección de piedras. Los caprichosos han aceptado la derrota antes de hacer un esfuerzo en la búsqueda de la verdad. Para empezar, deseo advertirles en contra de la trampa del fatalismo, la ilusión de este falso fracaso. La vida no es un montón de arena y piedras. Si tienes la actitud correcta para verlo, encontrarás muchas cosas buenas en la vida. Encontrarás en ella una escalera para llegar a Dios. En nuestro cuerpo hecho de sangre, carne y huesos, existe algo, alguien que se halla separado de estas cosas. No guarda ninguna relación con la sangre, la carne y los huesos. Está allí, aun en el cuerpo físico, que nace hoy y muere mañana. Es inmortal. No tiene ni principio ni fin. Esto, lo que no tiene forma, se encuentra aun en la misma muerte. Desde la oscuridad de la ignorancia anhela y busca esta llama imperecedera. La llama inmortal se halla oculta tras el humo mortal. No podemos ver la luz. Vemos el humo y retrocedemos. Algunos, los valerosos, buscan sólo en medio del humo, y es así que no pueden llegar a la llama, a la fuente de la iluminación.

¿Cómo realizar el viaje hacia esta llama oculta detrás del humo? ¿Al yo dentro del cuerpo? ¿Cómo podemos comprender cabalmente al Supremo, lo Universal, que se halla camuflado – oculto – en la naturaleza? Hablaré acerca de ello en tres etapas.

En primer lugar, nos hemos cubierto con tales prejuicios, ideas infiltradas y pseudo-filosofías, que nos hemos impedido ver la verdad desnuda. Ya tenemos hipótesis de lo que la vida es, sin saber, sin buscar, sin sentir curiosidad. Se nos ha enseñado durante miles de años que la vida no tiene sentido, que la vida es inútil, que la vida es sufrimiento. Se nos ha hipnotizado para que creamos que nuestra existencia es inútil, carente de propósito, pesarosa. La vida debiera ser despreciada, debiera ser pasada por alto. Se nos ha recitado esto una y otra vez, y es así que ahora sentimos que la vida es un gran caos: sólo es fuente de sufrimiento.

Es a causa de este menosprecio por lo que el hombre ha perdido todo encanto, alegría y amor. El hombre se ha transformado en un bulto informe. El hombre se ha convertido en un turbulento mar de pesadumbre. No es de asombrarse que, debido a estas ideas erróneas, el hombre haya dejado de intentar reflexionar sobre sí mismo. ¿Por qué deberíamos buscar la belleza en un bulto? Y cuando creemos firmemente que la vida es sólo para arrojarla – es sólo una aflicción – ¿qué sentido tiene aceptarla, purificarla y hacerla más hermosa? Creemos que el esfuerzo es inútil.

Nuestra actitud hacia la vida es similar a la del hombre que se instala en la sala de espera de una estación de ferrocarril, como la de un viajero que utiliza la sala de espera. Este hombre sabe que se ha detenido aquí sólo por un rato. Deberá irse pronto. Por tanto, ¿qué importancia tiene esta sala de espera? Ninguna en absoluto. No tiene significado. Tira diversos objetos al suelo, escupe, la ensucia. Es descuidado. No se halla interesado en ningún acto de decencia, después de todo, debe irse en un rato, al oír el TAÑIDO DE LA CAMPANA.

Del mismo modo consideramos la vida como una residencia temporal. La tendencia es: ¿por qué sería necesario buscar la verdad y la belleza en ella? Quisiera enfatizar que esta vida llegará a su fin en su momento, pero que no hay forma de huir de la «verdadera» vida. Podemos cambiar esta casa, este lugar; pero la esencia de la vida permanecerá con nosotros. Y éste es nuestro Yo, con una Y mayúscula. No existe forma alguna de deshacerse de él.

Somos moldeados por lo que hacemos. En último término, nuestros actos nos moldean, para bien o para mal. Modifican y dan forma a la vida y moldean el alma. Lo que hagamos con nuestra vida y cómo lo hagamos indicará nuestro desarrollo futuro. Nuestra actitud hacia la vida guiará el camino de nuestra alma: cómo evolucionará, qué misterios hasta ahora inexplorados – descifrará. Si somos conscientes de que nuestra actitud hacia la vida nos moldeará en el futuro, podremos descartar de inmediato el pesimista punto de vista según el cual la vida es discordante, inútil, carente de significado. Entonces, puede que nos demos cuenta de la falsedad de la creencia de que la vida es pesarosa. Entonces no hay un esquema para las cosas. Entonces, puede que descubramos que todo lo que se opone a la vida es irreligioso.

Sin embargo, en nombre de la religión se nos ha enseñado la negación de la vida. La filosofía de la religión ha estado orientada hacia la muerte, no hacia la vida. Predica que aquello que se halla después de la vida es importante, mientras que aquello que se halla antes de la muerte no tiene significado. Hasta ahora, la religión ha adorado a la muerte, pero no ha mostrado respeto alguno por la vida. En ninguna parte de ella encontraremos la aceptación jubilosa de las flores y frutos de la vida, pero sí la hallaremos impregnada de una fe regida en las flores muertas. ¡Eso es cantar loas en la tumba de flores muertas! La especulación religiosa siempre se ha concentrado al otro lado de la muerte: en el paraíso, en la liberación (cielo-moksha-nirvana), como si no le interesara lo que ocurre antes de la muerte. Les quiero decir que si son incapaces de probar lo que hay antes de la muerte, ¿cómo podríamos arreglárnoslas con lo que hay después de la vida? ¡Casi imposible! Si no podemos beneficiamos con lo que hay antes de la muerte, no podremos preparamos o capacitamos para lo que vendrá después de ella. La preparación para la muerte también debe hacerse, en torno a la vida y durante ella. Si existe otro mundo después de la muerte, también allí nos veremos enfrentados a aquello que hemos experimentado en esta vida.

No existe forma de sustraerse a estos efectos, a pesar de lo que se proclama para descalificar esta existencia y renunciar a esta vida.

Yo afirmo que no hay ni podrá haber ningún Supremo ni Dios ajeno a esta vida. También afirmo que adorar la vida es sadhana (práctica espiritual). La verdadera religión consiste en aprovechar la vida misma. Comprender la verdad suprema de la vida es el primer paso prometedor para lograr la liberación. Aquel que se pierda la vida se perderá todo lo demás. Pero la tendencia ha sido exactamente la opuesta: abandonar la vida, renunciar al mundo. La religión no aconseja la contemplación de la vida, no prepara para dirigir la propia vida. No declara que lo único que determina tu vida es la forma en que la vivas. Si la vida parece desalentadora, es debido a que la percibes en forma errónea. La vida puede llenarte de felicidad si conoces la forma apropiada de vivir.

Yo llamo a la religión, EL ARTE DE VIVIR. La religión no es la disolución de la vida, sino un medio para explorar profundamente los misterios de la Existencia. La religión no consiste en volverle la espalda a la vida, sino en enfrentarla directamente. La religión no es escapismo, es abrazar la vida en forma total. Es una comprensión cabal de la vida. Como consecuencia directa del concepto erróneo fundamental de la religión, sólo los ancianos se interesan en ella. Sólo verás ancianos en los lugares de Dios: los templos, las iglesias, las gurudwaras, las mezquitas, etc. ¡No verás jóvenes en su mayoría allí! No verás niños allí. ¿Por qué?… Sólo existe una explicación. Nuestra religión ha sido la religión de las personas de edad avanzada. Teñida del miedo a la muerte, es para aquellos que se hallan al final de sus vidas. Están llenos de ansiedad: ¿Qué habrá después de la muerte? ¿Cómo puede iluminar la vida una religión que se basa en la filosofía de la muerte?

Aun con las enseñanzas religiosas de cinco mil años, esta tierra va de mal en peor. Aun cuando a este planeta no le faltan templos, mezquitas, iglesias, sacerdotes, maestros, ascetas, etc., la gente aún no se vuelve religiosa. Esto se debe a que la religión tiene una base falsa. La vida no se halla en los cimientos de la religión. La religión está concebida en torno a la muerte. No es un símbolo metafórico, sino la lápida de un cementerio. Esta religión torcida no puede vitalizar la vida… ¿Cuál es el motivo de todo esto?

En estos tres días hablaré acerca de la religión de la vida – la realidad viva – y de un principio elemental que de allí se desprende. Al hombre común no se le inspira para descubrir o conocer este principio. En el pasado se ha hecho todo lo posible para ahogar esta ley básica de la vida, para acallar esta verdad. Y el efecto de este grave error se ha convertido en una enfermedad universal.

¿Cuál es el elemento central en la vida común del hombre? ¿Dios? no. ¿El alma? no ¿La verdad? no. ¿Qué hay en el núcleo del hombre? ¿Qué es lo que más estimula al hombre común, desde su «psicología profunda», un hombre promedio que nunca medita, nunca busca el alma, nunca realiza un peregrinaje? ¿La devoción?…no. ¿La oración?…no. ¿La liberación?…no. ¿El nirvana?…no, en absoluto. Si intentamos descubrir el impulso más fuerte del hombre común, si buscamos la fuente de la fuerza vital en el hombre, no encontraremos ni a la devoción ni a Dios: ni la oración ni la sed por conocer. Encontraremos allí algo diferente, algo que está siendo olvidado, que no es enfrentado conscientemente, que nunca es evaluado. ¿Qué es ese algo? ¿Qué encontrarás si dìsectas, analizas el fundamento del hombre, ese «algo» que resplandece en el interior del hombre?

Dejando de lado al hombre y concentrándonos en el reino animal o en el reino vegetal, ¿qué encontraríamos en el núcleo de todo? Observando las actividades de una planta, ¿qué encontramos allí? ¿a dónde conduce su crecimiento? Toda su energía se dirige a producir una nueva semilla. ¡Todo su ser está ocupado en producir una nueva semilla! ¿Qué está haciendo un pájaro? ¿Qué está haciendo un animal? Si observamos en profundidad las actividades de la Naturaleza entera, encontraremos un solo proceso ocurriendo en forma entusiasta, y éste es, una «creación continua» – el proceso de procrear, de crear nuevamente diferentes formas de ser. Las flores tienen polen – semillas -; los frutos tienen semillas. ¿Cuál es el propósito de la semilla? La semilla crecerá y se volverá una planta, una flor, fruto, semilla y así sucesivamente, y el ciclo se repetirá…. El proceso de procreación en el «mundo vivo» es eterno. La vida es una fuerza que está ocupada continuamente en regenerarse a sí misma. La vida es creatividad, es un proceso de autocreación.

Lo mismo es válido en el caso del hombre. A esta pasión, a este proceso, lo hemos bautizado con el nombre de «sexo». También se le llama lujuria. De allí han surgido otros nombres. Se ha transformado en un insulto. Y el acto mismo de desacreditarlo ha contaminado el ambiente.

Y entonces, ¿qué es esta lujuria, pasión? ¿Cuál es el poder del sexo? Desde tiempos inmemoriales, las olas del mar vienen, una tras otra, y se estrellan contra la playa. Las olas vienen, se rompen y regresan. Nuevamente vienen, empujan, luchan, se dispersan y regresan. La vida tiene una necesidad interna de progresar, de ir hacia adelante. Estas olas del mar, estas olas de la vida, tienen en sí una inquietud: existe un esfuerzo continuo por lograr algo. ¿Cuál es este propósito? Es un deseo intenso por lograr una mejor posición. Es una pasión por lograr alturas más elevadas. Detrás de esta energía interminable, la vida lucha por alcanzar una vida grandiosa, una vida mejor.

No hace mucho – sólo unos pocos miles de años – que el hombre apareció en la tierra. Antes de eso, sólo había animales en ella. No hace tanto tiempo que los animales comenzaron a existir. Antes de eso, hubo un tiempo en el cual no había animales – sólo plantas. Y tampoco las plantas han estado en este planeta desde hace mucho. Antes que ellas aparecieran, sólo había rocas, montañas, ríos y océanos.

¿Y con qué motivo se hallaba inquieto este mundo de rocas, montañas, ríos y océanos? Estaba luchando por producir plantas. Poco a poco, las plantas aparecieron en la existencia. La fuerza vital se manifestó en una nueva forma. La tierra se cubrió de vegetación. Siguió produciendo vida, procreó. Surgieron las flores, las frutas. Pero las plantas se sentían intranquilas. No se hallaban satisfechas consigo mismas. El impulso interno las llevaba a algo más elevado. Estaban ansiosas de producir al animal… y al ave. Entonces comenzaron a existir los animales y las aves. Ellos ocuparon este planeta por muchísimo tiempo, pero no había ningún hombre a la vista. El hombre estuvo siempre allí, inherente en los animales, esforzándose por romper la barrera para nacer… Y entonces, en su momento, el hombre apareció.

Y ahora, ¿en qué situación se encuentra el hombre? El hombre está esforzándose incesantemente para crear nueva vida. A esta tendencia la hemos llamado sexo; la llamamos «la pasión de la lujuria.» ¿Cuál es la dimensión, el significado de esta «lujuria»? Este impulso básico se dirige a crear, a producir nueva vida. No desea terminar consigo misma… Pero, ¿para qué? ¿Es acaso cierto que desde adentro el hombre está intentando crear un hombre mejor? ¿Una forma de vida más elevada que él mismo? ¿Es acaso cierto que la fuerza de la vida se halla a la expectativa de un ser que es mucho mejor que el hombre mismo? Sabios, desde Nietzche hasta Aurobindo, de Patanjali a Bertrand Russell, han alimentado un sueño en lo más profundo de sus corazones, un sueño en el cual aparece un hombre superior a sí mismo. ¡Un superhombre! ¿Cómo puede surgir un hombre mejor que el Hombre?

Sin embargo, desde hace miles de años hemos condenado deliberadamente a este impulso de procrear. En vez de aceptarle, le hemos maltratado. Le hemos desacreditado hasta hacerle caer al punto más bajo. Le hemos ocultado y hemos simulado que no está allí, como si no hubiera espacio para él en la vida, en la disposición de las cosas. Siendo que la verdad del asunto es que no existe nada tan vital como este impulso, al que debiera adjudicársele el lugar que legítimamente le corresponde. Con ocultarle y pisotearle, el hombre no se ha liberado. Al contrario: el hombre se halla ahora en una situación más enredada y peor que antes. La represión ha producido el resultado opuesto.

Alguien está aprendiendo a andar en bicicleta. El camino es grande y ancho. Hay una pequeña roca a un costado del camino. El hombre teme, estrellarse contra la roca. Existe una posibilidad en cien de que choque contra esa piedra. Aun un ciego tiene las probabilidades totalmente a su favor en cuanto a pasar sano y salvo. Sin embargo, debido al temor a la roca, el hombre se concentra solamente en ella. La roca cobra demasiada importancia en su conciencia. El camino se desvanece de su visión. Se halla hipnotizado, y es atraído por esa roca; y finalmente se estrella contra ella. Un novato choca contra aquello -una roca o un poste de energía eléctrica- de lo cual intenta, por todos los medios, salvarse. Y sin embargo, el camino era grande y amplio, ¿cómo se las arregló este hombre para accidentarse?

Según el psicólogo Kouye, una mente promedio se halla gobernada por la «ley del Efecto Contrario». Nos estrellamos contra aquello que deseamos evitar, pues el objeto del miedo se transforma en el centro de la conciencia: una precaución. Del mismo modo, el hombre ha estado intentando, durante los últimos cinco mil años, salvarse del sexo, y la consecuencia de ello es que se enfrenta con el sexo, en todas sus formas, en todos los rincones de su vida. La ley del efecto contrario ha capturado el alma del hombre.

¿No te has dado cuenta de que la mente es atraída, es hipnotizada por aquello que intenta eludir? La gente que enseñó al hombre a estar en contra del sexo es totalmente responsable del hecho de que la mente humana esté llena de sexo. La sexualidad exacerbada del hombre se debe a enseñanzas pervertidas. Hoy en día, nos sentimos temerosos de hablar acerca del sexo. ¿Por qué sentimos un «temor moral» frente a este tema? Eso se debe a la suposición de que el hombre se volverá más sexual si habla de sexo. Esta idea es totalmente errónea; después de todo, existe una amplia diferencia entre «sexo» y «sexualidad». Nuestra sociedad sólo se verá liberada del fantasma del sexo si desarrollamos el valor necesario para hablar acerca del sexo en forma racional y sana. No podremos trascender el sexo si no lo comprendemos en todos sus aspectos.

No podrás liberarte si cierras los ojos frente a un problema. Aquel que cree que el enemigo desaparecerá si cierra los ojos, está loco. En el desierto, el avestruz piensa de la misma manera. Entierra su cabeza en la arena y cree que, puesto que no puede ver al enemigo, el enemigo no está allí. Este tipo de lógica es perdonable en el caso de un avestruz, pero en el caso del hombre, resulta imperdonable. El hombre no se ha comportado mejor que un avestruz en el caso del sexo. Cree que el sexo se desvanecerá si lo ignora, si cierra sus ojos. Si milagros como ésos ocurrieran, la vida sería fácil, sería muy fácil vivir en el mundo. Sin embargo, desgraciadamente, nada desaparece con sólo cerrar los postigos. AI contrario: ésta es una prueba de que le tememos, de que su atracción es más poderosa de lo que podemos resistir. Cerramos nuestros ojos porque nos damos cuenta de que no podemos reprimirlo. Cerrar los ojos es señal de debilidad, y la humanidad entera es la culpable.

El hombre no sólo ha cerrado abiertamente los ojos frente al sexo, sino que además, con ello se ha involucrado en una cantidad de conflictos internos. Las devastadoras consecuencias de esto son demasiado bien conocidas como para enumerarlas. El noventa y ocho por ciento de los enfermos mentales -los neuróticos- lo están debido a la represión del sexo. La causa del noventa y nueve por ciento de las histerias y enfermedades similares que sufre la mujer, son desórdenes sexuales. La causa principal del miedo, la duda y la ansiedad -la tensión del hombre contemporáneo- es la presión de la pasión, la lujuria. El hombre le ha dado la espalda a una marejada intrínsecamente poderosa. Sin intentar comprenderla, nuestros ojos están cerrados debido al miedo, y las consecuencias de esto han sido demoledoras.

Para comprender esto, el hombre debiera revisar su literatura, el espejo de su mente. Si un hombre de la Luna o Marte viniera aquí y revisara nuestra literatura, leyera nuestros libros y poesía, viera nuestras pinturas… se sorprendería. Se preguntaría por qué todas nuestras artes y literatura giran sólo en torno al sexo. ¿Por qué todas las poesías, novelas, revistas e historias del hombre se hallan saturadas de sexo? ¿Por qué hay una fotografía de una mujer semidesnuda en todas las revistas? ¿Cómo es que todas las películas hechas por el hombre están hiladas en tomo a la lujuria y la pasión? Estaría perplejo. ¡Este visitante extraterrestre se preguntaría por qué el hombre sólo piensa en sexo! Se vería doblemente confundido si se encuentra con un hombre y habla con él, pues éste se esforzará mucho por darle la impresión de que no tiene nada que ver con la existencia del sexo.

Y viceversa: el hombre hablará acerca de Dios, el paraíso, la liberación, etc. No dirá una palabra acerca del sexo, aun cuando todo su ser se haya infectado de ideas respecto al sexo. El extraterrestre quedaría estupefacto al darse cuenta de que el hombre inventa innumerables artificios para satisfacer ese deseo del cual no articula una palabra.

La religión orientada hacia la muerte ha llenado de sexo la mente del hombre.

También hemos pervertido al hombre desde otro ángulo. ¡Y eso en nombre de elevados ideales! Le mostramos el pináculo dorado del celibato – brahmacharya – pero no se entrega ninguna indicación para colocar el pie en el primer peldaño, para comprender la base. En primer lugar, debiéramos aceptar y comprender al sexo, el impulso fundamental, y sólo entonces podríamos esforzarnos por trascenderlo, por sublimarlo, que es el modo para alcanzar la etapa del celibato. Sin comprender esta fuerza de vida fundamental en todas sus formas y facetas, todos los esfuerzos por restringirla o suprimirla tomarán al hombre en un loco enfermo e incoherente. No nos concentramos en esta enfermedad principal y hablamos de los altos ideales del celibato. El hombre nunca ha estado tan enfermo, tan neurótico, tan infeliz, tan desgraciado. El hombre está pervertido. Está envenenado desde sus mismas raíces…

El amor… ¿qué es el amor? Sentirlo es fácil, pero definirlo es en verdad difícil. Si le preguntas a un pez qué es el mar, el pez dirá: «Esto es el mar, mira a tu alrededor… y esto es lo que es». Pero si insistes: «Por favor defínelo», entonces el problema resultará muy difícil.

Las cosas mejores y más bellas de la vida pueden ser vividas, pueden ser conocidas, pero son difíciles de definir, son difíciles de describir.

Esta es la desgracia del hombre: durante los últimos cuatro o cinco mil años el hombre se ha limitado a hablar y hablar del amor, de eso que debiera haber vivido intensamente, de eso que ha de ser vivido desde el interior. Ha habido grandes conferencias sobre el amor; se han cantado canciones de amor, se han entonado himnos devocionales en los templos e iglesias. ¿Qué es lo que no se hace para alabar el amor? Y aun así no hay lugar para el amor en la vida del hombre. Si examinamos detenidamente el lenguaje del hombre, veremos que no existe palabra más falsa que «amor».

Todas las religiones predican el amor, pero la clase de amor que predomina, la clase de amor que ha envuelto a la Humanidad como una desgracia hereditaria, sólo ha conseguido cerrar todas las entradas al amor en la vida del hombre. Y las masas idolatran como creadores del amor a los líderes de las religiones. Estos han sido los que han falsificado al amor, los que han secado todas las corrientes del amor. Respecto a esto, no existe diferencia básica en cuanto a actitud entre Oriente y Occidente, entre la India y América.

El manantial del amor aún no emerge en la vida del hombre. Esta situación la atribuimos al hombre mismo. Decimos que el amor no ha surgido, que no hay una corriente de amor en nuestras vidas debido a que el hombre se halla viciado. Culpamos a nuestra mente; decimos que la mente es venenosa. La mente no es veneno. Aquellos que están corrompiendo a la mente han envenenado al amor, no han permitido que el amor florezca. Nada es venenoso en este mundo. No existe nada que sea malo en toda la creación de Dios; todo es néctar. Es el hombre quien ha convertido todo el néctar en veneno. Y los mayores culpables de esto son los llamados profesores, los denominados santones y santos, los políticos.

Reflexiona detenidamente sobre esto. Si esta enfermedad no es comprendida, si no es corregida ahora mismo, ni ahora ni en el futuro habrá posibilidades para el amor en la vida humana.

La ironía es que hemos aceptado ciegamente las justificaciones de este hecho, las cuales provienen de las mismas fuentes que son las culpables de que el amor aún no brille en el horizonte humano. Si se repiten, se reiteran, siglo tras siglo, los principios que nos hacen errar el camino, no lograremos ver la falsedad fundamental oculta tras los principios originales. Y entonces surge el caos, porque el hombre es intrínsecamente incapaz de convertirse en aquello que esas reglas antinaturales dicen que debería convertirse. Simplemente aceptamos que el hombre está errado.

He oído que en tiempos remotos, un buhonero de abanicos de mano solía pasar a diario frente al palacio de un rey, vociferando acerca de lo excepcionales y estupendos que eran los abanicos que tenía a la venta. Proclamaba que nunca nadie había fabricado ni visto abanicos como estos.

El rey tenía una colección de todo tipo de abanicos provenientes de todos los rincones del planeta. Sintió curiosidad y salió al balcón para ver al vendedor de tan extraordinarios y estupendos abanicos. Sin embargo, le pareció que los abanicos eran corrientes, a lo más, que valdrían una rupia cada uno, pero hizo llamar al hombre.

El rey preguntó: «¿Por qué son tan extraordinarios estos abanicos y cuál es su precio?»

El buhonero respondió: «Su Majestad, el precio no es muy alto. En comparación con la calidad de estos abanicos el precio es muy bajo. Cien rupias cada abanico».

El rey estaba asombrado. «¿Cien rupias? Estos abanicos que valen una rupia cada uno, que no valen más de diez pesetas, pueden encontrarse en todas partes… ¿y pides cien rupias por cada uno? ¿Qué tienen de especial estos abanicos?»

El hombre dijo: «¡La calidad! Cada abanico está garantizado durante cien años. No se estropearán ni siquiera en cien años».

«Si me baso en su aspecto, parece imposible que duren ni siquiera una semana. ¿Estás tratando de engañarme? ¿Es esto un fraude total? ¿Y además al rey?»

El buhonero replicó: «¡Mi Señor! ¿Cómo me atrevería? Usted sabe muy bien, Señor, que paso diariamente bajo su balcón vendiendo abanicos… El precio es de cien rupias por abanico, y me hago responsable si no dura cien años. Me podéis encontrar todos los días en la calle. Y además, sois el soberano de estas tierras, ¿cómo podría estar a salvo si os engaño?»

El abanico fue comprado por el precio solicitado. Aún cuando el rey no confiaba, se moría de curiosidad por saber en qué se basaba el buhonero para hacer esas afirmaciones. Se le ordenó al hombre que se presentara después de siete días.

La varilla central se desprendió en tres días, y el abanico se desintegró antes de una semana.

El rey estaba seguro de que el hombre de los abanicos nunca se presentaría nuevamente. Sin embargo, para su completa sorpresa, el hombre se presentó por su propia voluntad tal como se le había requerido: a tiempo, al séptimo día.

« ¡A su servicio, su Señoría! »

El rey estaba furioso: « ¡Canalla! ¿Eres un bobo? Mira, ahí está tu abanico, todo roto. Este es el estado en que se encuentra después de una semana y tú me garantizaste que duraría cien años. ¿Estás loco o eres un gran timador? »

El hombre replicó humildemente: «Con las debidas excusas, parece ser que mi Señor no sabe utilizar un abanico. El abanico debe durar cien años. Está garantizado… ¿Cómo lo utilizó?»

«El rey le dijo: « ¡Dios mío! ¡Ahora también deberé aprender a utilizar un abanico! »

«Por favor no se enfade. ¿Cómo llegó el abanico a este estado en siete días? ¿Cómo lo utilizó?»

El rey tomó el abanico y le mostró la forma según la cual uno se abanica.

Y el hombre dijo: «Ahora comprendo el error. No ha de abanicarse de esa forma».

« ¿Qué otro método existe para abanicarse? »

El hombre le explicó: «Sostenga el abanico; manténgalo inmóvil frente a usted y luego mueva la cabeza de un lado a otro. El abanico durará cien años. Puede que usted muera, pero el abanico seguirá intacto. El abanico no tiene nada malo. Su forma de abanicarse es la que está equivocada. Mantenga la cabeza inmóvil y agite el abanico. ¡Qué culpa tiene mi abanico! La culpa es suya, no de mi abanico».

¡La Humanidad, el hombre, es acusada de un error parecido! Observa nuestra Humanidad: El hombre se halla muy enfermo, consecuencia de cinco, seis o diez mil años de acumular enfermedad. Se afirma una y otra vez que es el hombre el que está mal, y no la cultura. El hombre se está pudriendo; la cultura es ensalzada. ¡Nuestra grandiosa cultura! ¡La grandiosa religión!… ¡Todo es grandioso! ¡y observa el resultado!

Afirman que el hombre está mal, que el hombre debiera cambiar. Y sin embargo, ningún hombre se pone en pie y cuestiona si las cosas son como debieran ser debido a que nuestra cultura y nuestra religión, que no han logrado llenar de amor al hombre desde hace diez mil años, están basadas en falsos valores. Y si el amor no se ha desarrollado en los últimos diez mil años, cree mi palabra de que no existe ninguna posibilidad futura de un hombre amoroso si nos hemos de basar en esta cultura y religión. Lo que no pudo lograrse en los últimos diez mil años no puede ser alcanzado en los próximos diez mil años, porque el hombre de hoy será el mismo que el de mañana. Aun cuando las capas externas de etiqueta, civilización y tecnología cambian de una época a otra, el hombre es y será siempre el mismo.

¡No estamos dispuestos a reexaminar nuestra cultura y nuestra religión, y sin embargo las ensalzamos a voz en grito y besamos los pies de sus santos y custodios! Ni siquiera estamos dispuestos a mirar atrás, a reflexionar acerca de nuestra forma de vida y el curso de nuestro pensamiento para verificar si no nos conducen por caminos equivocados, si es que no están totalmente errados…

Quiero decir que la base es defectuosa, que los valores son falsos. Prueba de ello es el hombre actual. ¿Qué otra prueba podría haber?

Al plantar una semilla, ¿qué conclusión extraemos si los frutos son venenosos y amargos? Se deduce que la semilla debe de haber sido venenosa y amarga… Pero, por supuesto, es difícil vaticinar si una semilla determinada producirá o no frutos amargos. Puedes observarla, mirarla por todos lados, presionarla, romperla, sin embargo, no podrás predecir con seguridad si los frutos serán dulces o no lo serán. Tendrás que esperar la prueba del tiempo.

Planta una semilla. Una planta brotará. Pasarán los años y crecerá un árbol que se elevará más y más, sus ramas se extenderán hacia el cielo, dará frutos… y sólo entonces podrás saber si la semilla que plantaste era o no era amarga. El hombre moderno es el fruto de estas semillas de cultura y religión que fueron plantadas y nutridas hace diez mil años. Y este fruto es amargo, lleno de conflictos y sufrimiento.

Y sin embargo nosotros somos los que alabamos estas semillas y esperamos que el amor florezca de ellas. Eso no va a ocurrir, lo repito, porque la posibilidad misma de que el amor surja ha sido destruida por la religión. La posibilidad ha sido envenenada. Más que en el hombre, podemos ver el amor en las aves, animales y plantas; en aquellos que no tienen religión ni cultura. Podemos ver más amor en el hombre incivilizad, en un montañés subdesarrollado, que el que podemos encontrar en el mal llamado progresivo, culto y civilizado hombre actual. Y os lo recuerdo, los aborígenes no han desarrollado civilización, cultura o religión.

¿Por qué el hombre se está volviendo cada vez más estéril respecto al amor cuanto más civilizado, culto y religioso es, cuanto más acude a orar a templos e iglesias? Existen motivos, y quisiera discutirlos. El manantial perenne del amor podrá brotar si logramos comprender esto. Sin embargo, ahora está cubierto de piedras: no puede fluir. Está cerrado por todos lados, y el río Ganges no puede salir a borbotones, no puede fluir libremente.

El amor se halla en el interior del hombre. No es necesario importarlo desde el exterior. No es una mercancía que debamos adquirir en algún mercado. Está allí, como la fragancia de la vida. Está en el interior de todo el mundo. La búsqueda del amor, la aspiración de alcanzarlo, no es una acción positiva o un acto abierto de acudir a un lugar determinado y extraerlo…

Un escultor se hallaba tallando una roca. Alguien que había ido a ver cómo se hacía una estatua, observó que no había indicio alguno de una estatua. Sólo había una roca que era tallada aquí y allá con cincel y martillo.

El hombre preguntó: «¿Qué estás haciendo? ¿No vas a hacer una estatua? He venido a ver cómo se hace una estatua, pero veo que estás cincelando una roca».

El artista respondió: «La estatua se halla oculta en su interior. No es necesario hacerla. Sólo hay que quitar el volumen de piedra inútil que la cubre y la estatua aparecerá. Una estatua no se fabrica: es descubierta. Es desvelada, es traída a la luz».

El amor se halla encerrado en el interior del hombre: sólo hay que liberarlo. No se trata de producirlo: hay que descubrirlo. Sin embargo, ¿con qué nos hemos cubierto, qué es lo que le impide salir?

Trata de preguntarle a un médico qué es la salud. Es algo muy extraño el hecho de que ningún médico en el mundo pueda decirte qué es la salud. Aun cuando toda la ciencia médica se basa en la salud, ¿no hay nadie que pueda decirte qué es la salud? Si le preguntas a un doctor, te contestará que él puede decirte lo que son las enfermedades, lo que son los síntomas. Puede que conozca diferentes términos técnicos para todas y cada una de las enfermedades, y también puede prescribir la cura… ¿Pero la salud? Acerca de la salud no sabe nada. Sólo puede decir que la salud es aquello que queda cuando no está presente ninguna enfermedad. Esto se debe a que la salud se halla oculta en el interior del hombre. Trasciende sus posibilidades de definición.

La enfermedad proviene de afuera, y por tanto, puede ser definida; la salud proviene de nuestro interior, por lo tanto no puede ser definida. Se resiste a la definición. Sólo podemos decir que la salud es la ausencia de enfermedad. Eso está bien, ¿pero es ésta la definición de salud? En ella, no se dice nada respecto a la salud en sí. El hablar acerca de la ausencia de enfermedad nos dice algo acerca de la enfermedad, no acerca de la salud. Y la verdad es que no es necesario crear la salud. O bien se halla oculta por la enfermedad o aparece si la enfermedad desaparece, si se retira o es expulsada. La salud se encuentra en nuestro interior; la salud es nuestra naturaleza.

El amor se halla en nuestro interior. El amor es nuestra naturaleza intrínseca. Es un completo error pedirle al hombre que dé amor. El problema no consiste en crear amor, sino en indagar y descubrir los motivos por los cuales no logra manifestarse. ¿Cuál es el obstáculo, la dificultad? ¿Dónde está el dique que lo refrena?

Si no existen barreras, el amor aparecerá. No es necesario persuadirle o guiarle. Cada hombre se hallará lleno de amor si no existen barreras de falsa cultura o de tradiciones degradantes y dañinas. Nada puede sofocar al amor. El amor es inevitable. El amor es nuestra naturaleza.

El Ganges fluye desde los Himalayas. Su corriente de agua es fuerte y fluida. No le pregunta a un sacerdote por el camino hacia el océano. ¿Has visto alguna vez a un río en un cruce de caminos, soli-citándole a un policía las indicaciones para llegar al océano? Por muy lejos que el mar se encuentre, por oculto que esté, es seguro que el río hallará el camino. Eso es inevitable. Tiene el impulso interno. No tiene ninguna guía, pero es totalmente seguro que llegará a su destino. Socavará las montañas, cruzará las llanuras y atravesará el campo en su deseo de alcanzar el océano. Un deseo insaciable, una impresionante energía se aloja en lo más profundo de su corazón.

Sin embargo, ¿qué pasará si el hombre interpone obstáculos en su camino, si los seres humanos construyen diques? Un río supera, atraviesa las barreras naturales -que en realidad no constituyen un verdadero obstáculo para él- pero si el hombre crea barreras, si ingenieros humanos construyen diques que lo obstaculicen, es posible que el río nunca llegue al océano. Uno debiera tener presente la obvia diferencia en esta situación. El hombre, la inteligencia suprema de la creación, puede impedir, si así lo decide, que el río llegue al mar.

En la naturaleza existe una unidad fundamental, una armonía. Las obstrucciones, los aparentes obstáculos que se ven en la naturaleza, son desafíos para despertar la energía: cumplen la función de toques de clarinete que despiertan aquello que se halla latente en el interior. No existe desarmonía en la naturaleza.

Cuando sembramos una semilla, parece ser que la capa de tierra que se halla sobre la semilla la está presionando, le está impidiendo crecer. Es así como parece ser; pero en realidad, esa capa de tierra no constituye una obstrucción. Sin esa capa, la semilla no puede germi-nar: la tierra presiona a la semilla a fin de ablandarla, desintegrarla y transformarla en un árbol joven. Aparentemente, la tierra está sofocando a la semilla, pero la tierra sólo está realizando la labor de un amigo. Esta es una operación clínica. Si una semilla no se transforma en una planta pensamos que la tierra puede no ser la apropiada o que la semilla no ha tenido suficiente agua o suficiente luz solar. No culpamos a la semilla. Sin embargo, si no se producen flores en la vida del hombre, afirmamos que el hombre es el responsable de ello. Nadie piensa en abonos de mala calidad, en una falta o de agua o de luz solar, y hace algo en consecuencia. En este caso, todo se limita a acusar al hombre de «maligno». Y el hecho es que la planta del hombre se ha quedado subdesarrollada, ha sido reprimida por una actitud hostil, no ha logrado alcanzar el estado de florecimiento.

La naturaleza es una armonía rítmica, pero la artificialidad que el hombre ha impuesto sobre ella, la ingeniería que ha llevado a cabo sobre ella, el conocimiento mecánico que ha arrojado a la corriente de la vida, han creado obstrucciones en muchos lugares, han detenido el flujo… Y se culpa al río. Dicen: «El hombre es malo; la semilla es venenosa»…

Quiero atraer tu atención hacia el hecho de que los principales obstáculos han sido construidos por el hombre, creados por él mismo; de otro modo, el río del amor podría correr libremente y llegar al océano de Dios. El amor es algo inherente al hombre. Si los obstáculos son eliminados con discernimiento, el amor podrá fluir. El amor podrá elevarse hasta alcanzar a Dios, al Sublime Supremo.

¿Cuáles son estas imposiciones hechas por el hombre?

En primer lugar, la obstrucción más obvia ha sido la oposición al sexo, a la pasión. Esta prohibición ha destruido la posibilidad de que el amor nazca en el hombre.

Y la pura verdad es que el sexo es el punto de partida del amor. El sexo es el inicio del viaje en pos del amor. El origen, el Gangotri del Gangs del amor es el sexo, la pasión, y todo el mundo se comporta como si éste fuese el enemigo. Todas las culturas, todas las religiones, todos los gurús, todos los profetas y videntes han atacado a este Gangotri, a esta fuente, y el río se ha quedado detenido allá arriba. El vocerío público siempre ha dicho que el sexo es un pecado, que es irreligioso: el sexo es veneno. Nunca nos damos cuenta de que, en último término, es la misma energía sexual la que viaja y llega al océano del amor. El amor es la transformación de la energía sexual. El amor florece de la semilla del sexo.

Osho,

¿Qué es la religión? ¿Cuál es tu opinión sobre las religiones organizadas?

La religión es la más alta aspiración de la consciencia humana: es la búsqueda individual de la verdad.

La verdad interna no puede ser un objetivo del conocimiento común. Cada uno ha de entrar en sí mismo; cada vez es un nuevo descubrimiento. No importa cuánta gente alcance su realización, su despertamiento, en cuanto se alcanza éste es absolutamente nuevo, porque no puede tomarse prestado.

La búsqueda básicamente consiste en llegar a conocer tu interioridad. Tienes una parte externa, y ninguna parte externa existe sin una interna. La propia existencia de lo externo es prueba de la existencia del mundo interior.

El mundo interior consiste de tres capas: los pensamientos es la más superficial, sentimientos es más profunda y luego el ser, que es tu divinidad. Conocer la propia divinidad—la propia eternidad—es la búsqueda básica de la religión.

Todos los sentidos te llevan hacia el exterior: los ojos se abren para mirar lo externo, los oídos oyen lo que sucede en el exterior, tus manos tocan lo que está afuera. Los sentidos son las puertas para salir. Y recuerda siempre: la puerta que te sirve para salir, también te sirve para entrar, la misma puerta por la que sales de tu casa, es por la que entres de regreso. Sólo cambia la dirección: para salir necesitas los ojos abiertos, para entrar necesitas los ojos cerrados; todos tus sentidos en silencio.

El primer encuentro es con la mente, pero esa no es tu realidad. Aunque esté en tu cerebro, no eres tú; es el reflejo del exterior.

Todos tus pensamientos son un reflejo del exterior.

Por ejemplo, un ciego no puede pensar en los colores porque no los ha visto; por lo tanto ese reflejo no es posible. El ciego ni siquiera sabe si hay luz u oscuridad, ambos términos carecen de sentido y si analizaras tus pensamientos encontrarías que todos han sido provocados dentro de ti por la realidad externa, de manera que son básicamente externos, reflejándose en el lago interior de tu consciencia.

Pero debido a estos pensamientos —que son una multitud inmensa y se siguen acumulando en ti— se crea una muralla china. Tienes que ir más allá de tus pensamientos. Y la religión conoce un solo método —con diferentes nombres, pero un solo método, que es la observación, que es el ser un testigo. Simplemente observa tus pensamientos, sin juzgarlos, sin condenarlos, sin apreciarlos; con extremo desprendimiento. Sólo miras tus pensamientos pasando por la pantalla de tu mente.

Y en cuanto tu testigo se fortalece, tus pensamientos disminuyen en la misma proporción. Si el observador toma el diez por ciento de tu energía, entonces el noventa por ciento se desperdicia en los pensamientos. Si tu observador se vuelve el noventa por ciento, entonces sólo el diez por ciento se invierte en pensamientos. En el momento en que tú eres cien por ciento un observador, la mente queda vacía.

Todo este proceso es lo que se conoce como meditación. Al atravesar los pensamientos llegas a la segunda capa, que es la de los sentimientos—tu corazón—que es más sutil. Pero ahora tu observador es ya capaz de observar tus estados de ánimo, tus sentimientos, tus sensaciones; así sean de lo más sutil. Y el mismo método funciona como con los pensamientos: pronto no habrá sentimientos, sensaciones, estados de ánimo… Has ido más allá de la mente y el corazón. Ahora queda un silencio profundo: nada se mueve. Este es tu ser. Esto eres tú.

El sabor de tu ser es la verdad.

La belleza de tu ser es la belleza de la existencia.

El silencio de tu ser es el lenguaje que la existencia entiende.

Y recogido en tu ser, has llegado a casa, tu peregrinaje se ha terminado; tu lucha ha cesado. Cómodamente te sientas en silencio dentro de tu ser.

Un gran esplendor oculto se te revela porque no estás separado de la realidad: eres uno con ella.

Los árboles, la luna, las estrellas y las montañas, todo es parte de una unidad orgánica. Tú eres también parte de esa unidad orgánica: eres parte de Dios.

La religión es el supremo logro del hombre.

Más allá de la religión no hay nada, pero tampoco hay necesidad. Tu ser es tan abundante, tan rebosante de felicidad, silencio, paz, comprensión, éxtasis, que por primera vez la vida se vuelve realmente un canto, una danza, una celebración. Pero la religión organizada es algo totalmente distinto, así que siento que debo aclararte que la religión auténtica es siempre individual. Al momento en que la verdad se organiza, muere; se vuelve una doctrina, una teología, una filosofía; pero deja de ser una experiencia. La multitud no puede tener experiencias, las experiencias suceden sólo a los individuos por separado.

Es casi como el amor. No se pueden tener organizaciones de amor, para así no tener que preocuparse, la organización se encargará de todo; el sacerdote amará en tu lugar. Y eso es lo que le ha sucedido a la religión. Cada vez que un hombre descubre la verdad, inmediatamente una parte de la Humanidad—la más astuta: los sacerdotes—la rodea. Empiezan a recopilar sus palabras; empiezan a interpretarla y empiezan a proclamar que si hay gente quiere saber la verdad, tiene que ser por su conducto; ellos son los intermediarios de Dios. Pueden llamarse a sí mismos profetas; pueden llamarse mensajeros; pueden escoger cualquier nombre; pero la realidad es que se han colocado a sí mismos como agentes de Dios. No conocen a Dios, pero en nombre de Dios explotan a la Humanidad.

La religión organizada es otra forma de la política. Así como he condenado a la política como la más baja de las actividades humanas, lo mismo hago con las religiones organizadas. Tú puedes verlo: los sacerdotes y los políticos han estado siempre en conspiración contra la Humanidad. Se han apoyado unos a los otros. Han dividido las cosas entre ellos para que lo mundano sea de los políticos—ahí gobiernan ellos—y tu vida interior pertenece al sacerdote, él es quien rige allí.

Uno a veces se asombra, parece increíble que en pleno siglo veinte el Papa pueda declarar—como lo hizo hace unos meses—que el comunicarse directamente con Dios es un pecado. Debes hacerlo por el conducto adecuado: el sacerdote, pues si la gente comenzara a dirigirse directamente a Dios—confesarse a Dios, rezarle a Dios—millones de sacerdotes quedarán desempleados. Ellos no hacen nada, su función es engañarte, puesto que tú no conoces el lenguaje de Dios ni eres tan evolucionado, por sólo una donación a su iglesia o templo, ellos hacen el trabajo por ti.

Todas esas donaciones van a la bolsa de los sacerdotes. No saben nada de Dios, pero son muy conocedores, pueden repetir las escrituras como loros. Pero su íntimo deseo no es de Dios ni de la verdad. No son buscadores, son explotadores.

Supe que un cura compró dos loros a los que enseñó, con mucho trabajo, hermosos pasajes relativos a Jesucristo. Y todos estaban asombrados, pues hablaban con tanta precisión. Les hizo unos pequeños rosarios para que estuviesen constantemente rezando y también les compró unas pequeñas Biblias… Así que tenían siempre sus Biblias abiertas mientras repasaban las cuentas, aunque no podían leer, pero ya sabían todo de memoria. El cura abría la página decía: “Página doce”. Y ellos empezaban a leer. No que leyeran, repetían de memoria.

El cura estaba muy satisfecho y pensó que sería bueno tener otro loro para enseñarle a decir sermones completos en vez de recitar la Biblia y pasar las cuentas. Encontró un loro cuyo dueño le aseguró: “Su deseo será satisfecho; este loro es el más inteligente que yo he visto”.

Pero no se dio cuenta que era un loro hembra, en cuanto fue puesto en la jaula con los otros dos loros que estaban repasando sus cuentas y leyendo la Biblia, ambos miraron a la hembra y uno de ellos dijo: “¡Jorge, suelta el rosario, nuestras plegarias han sido escuchadas!”

Tus sacerdotes no son más que loros y sus plegarias son para tener poder, prestigio, dinero. Son políticos disfrazados; hacen política en el nombre de Dios, la política de los números. Hay ahora setecientos millones de católicos. Naturalmente el Papa es el hombre religioso más poderoso del mundo.

Cada religión ha estado incrementando su población por diferentes métodos. A los mahometanos se les permite tener cuatro esposas para así producir cuatro niños al año. Han tenido buen éxito, son la segunda gran religión después del cristianismo.

La religión organizada es sólo una palabra sin contenido, sin significado; en ella se esconde la política de los números. Y lo sabes perfectamente, cuando las elecciones se acercan, tus políticos van a ver al shankaracharya. Por cinco años nadie va a visitarlo, pero cuando las elecciones vienen, entonces el primer ministro visita al shankaracharya, va en peregrinación hacia los templos arriba y debajo de las montañas Himalayas. ¿Para qué? Repentinamente una gran devoción religiosa surge, la cual declina en cuanto las elecciones terminan.

Esta gente necesita de los votos, tienen que mostrar respeto a los dirigentes de las religiones. Y un shankaracharya se siente halagado cuando un primer ministro le toca los pies y los hindúes, los seguidores del shankaracharya, piensan que su primer ministro es muy religioso.

Cuando el Papa viene a la India, incluso el presidente y el primer ministro con todo su gabinete se forman en fila para recibirle en el aeropuerto. ¿Para qué? La tercera gran religión en la India es ahora el cristianismo y mostrar respeto por el Papa significa que todos los votos de los cristianos van a ser para él.

Religiones organizadas—ya sea el cristianismo o el hinduismo o el islamismo—no son de buscadores de la verdad. En dos mil años, ¿qué verdad ha organizado el cristianismo además de lo ya dicho por Jesús? ¿Así que cuál es la necesidad de esta organización? Esta no ha incrementado la religiosidad en el mundo, simplemente ha repetido lo que dijo Jesús, lo que está a disposición de todos en los libros. En veinticinco siglos, ¿cuántos budistas han ido en busca de la verdad o la han hallado? Son sólo una larga fila de loros repitiendo lo que Gautama Buda encontró.

Y debes recordar que Buda no fue parte de ninguna religión organizada. Ni tampoco lo fue Mahavira, ni Jesús fue parte de ninguna religión organizada; ellos eran buscadores individuales: ése es el privilegio y la dignidad del individuo.

Las religiones organizadas han hecho guerras, tal como los políticos lo hacen. Los nombres pueden cambiar: los políticos luchan por el socialismo, el comunismo, el fascismo, el nazismo… y las religiones organizadas han estado luchando por Dios, por el amor, por su propio concepto de lo que es la verdad. Y millones de personas se han matado en encuentros entre cristianos y mahometanos, entre cristianos y judíos, entre mahometanos e hindúes, entre hindúes y budistas. La religión no tiene nada que ver con la guerra, es la búsqueda de la paz. Pero las religiones organizadas no están interesadas en la paz, están interesadas en volverse más y más poderosas y dominantes.

Condeno a los políticos y de la misma manera condeno a las religiones organizadas, pues éstas no son otra cosa que política. Así que cuando digo que los religiosos deben ser respetados, honrados y que los políticos deben acudir a ellos en demanda de consejo, no estaba hablando de las religiones organizadas: hablaba sólo de individuos religiosos. Y un individuo religioso no es ni hindú, ni cristiano, ni mahometano. ¿Cómo podría serlo? Dios mismo no es ni hindú ni mahometano ni cristiano y el hombre que conoce algo de lo divino se tiñe de los colores de su divinidad, se compenetra de la fragancia divina.

En el antiguo Oriente, esta gente religiosa fue la más elevada floración, incluso reyes y emperadores acudían a ellos para postrarse a sus pies y recibir su bendición; para pedir consejo sobre los problemas difíciles de resolver.

Si queremos que el mundo siga viviendo, tenemos que retornar a nuestros antiguos días de infancia, cuando la persona religiosa no tenía intereses privados. Por eso sus ojos estaban limpios, su corazón era puro amor, su ser era en sí una bendición. Quienquiera que llegaba a él, era sanado; sus problemas, resueltos; su visión de los viejos problemas, adquiría una nueva claridad.

Las religiones organizadas deben desaparecer del mundo; deben dejar caer la máscara de religiosidad. Son simplemente políticos, lobos con piel de oveja; deben descubrirse en sus verdaderos colores; son políticos, no hay nada malo en ello. Siempre han sido políticos, pero han estado jugando en el nombre de la religión.

Las religiones organizadas no tienen futuro alguno.

Deben abandonar su disfraz y salir al frente como políticos y ser parte del mundo político, para que así nos dejen encontrar al individuo auténticamente religioso, que es muy raro de encontrar. Pero unos cuantos individuos auténticamente religiosos bastan para conducir al mundo entero hacia la luz, hacia la vida inmortal, hacia la verdad última.