El retorno de la prostituta sagrada

Todo culto tradicional apunta esencialmente a la actualización de la presencia real de cierta entidad suprasensible en un medio dado, o bien a la transmisión participativa, a un individuo o a un grupo, de la influencia espiritual que corresponde a esa entidad. Los principales medios empleados a tal objeto son los ritos, los sacrificios y los sacramentos. Ahora bien, en varias culturas, también la sexualidad se empleó con tal fin.



 

Uno de los casos más típicos puede observarse en el ámbito de los Misterios de la Gran Diosa, a través de las prácticas eróticas precisamente destinadas a evocar el principio de ésta y a reavivar su presencia en cierto lugar y en una comunidad determinada. Ese, entre otros, era particularmente el verdadero objeto de la prostitución sagrada practicada en los templos de muchas divinidades femeninas de tipo afrodítico pertenecientes al Mediterráneo: Ishtar, Mylitta, Anaitis, Afrodita, Innini y Athagatia. Hay que distinguir aquí dos aspectos. Por una parte, estaba la costumbre de que toda muchacha llegada a la pubertad no podía contraer posibles nupcias antes de haber ofrecido su virginidad, y ello no en un contexto de amor profano, sino de Sacralidad: debía entregarse, en el recinto sagrado del templo, a un extranjero que hiciese una ofrenda simbólica e invocase, a través de ella, a la diosa Por otro lado, había templos con un cuerpo fijo de hierodulas, es decir, de mujeres consagradas a la diosa, sacerdotisas cuyo culto consistía en el acto que los modernos no saben designar de otro modo que con el verbo “prostituirse”. Celebraban el misterio del amor carnal, en el sentido, no de un rito formalista y simbólico, sino de un rito mágico operativo: para alimentar la corriente de psiquismo que daba cuerpo a la presencia de la diosa y, al propio tiempo, para transmitir a los que se unían a ellas, como en un sacramento eficaz, la influencia o virtud de esta diosa. Estas jóvenes llevaban también el nombre de “vírgenes” (Parthónoj hierai), se consideraba que encarnaban en cierta forma a la diosa, que eran las “portadoras” de la diosa, de la que tomaban, en su función erótica específica, su denominación genérica ishtaritu. Aquí, el acto sexual desempeñaba por una parte la función general propia de los sacrificios evocatorios o capaces de reavivar presencias divinas y por otra desempeñaba un papel estructuralmente idéntico al de la presencia eucarística era, para el hombre, el medio de participar en el sacrum, llevado y administrado por la mujer en este caso; era una técnica para obtener un contacto experimental con la divinidad, para abrirse a ella, pues el trauma del acto sexual, con la interrupción de la conciencia individual que trae consigo, constituye una condición particularmente propicia para ello. Todo esto, como principio.

Además, como ya hemos señalado, hay que considerar que, incluso cuando estaba fuera de tales marcos culturales e institucionales, el hetairismo (la actividad de hetaira) antiguo y oriental tenía aspectos no sólo profanos, pues las mujeres estaban calificadas para darle al acto del amor unas dimensiones y un desenlace que hoy en día se ignoran. Entre las hetairas de Extremo Oriente, que solían estar agrupadas en hermandades que tenían sus “armas”, sus insignias simbólicas y una antigua tradición propia, está comprobada la existencia de conocimientos de lo que podría denominarla fisiología suprabiológica y sutil. Hay razones para pensar que, en algunos casos, la ars amatoria profana nació por degradación de elementos externos de una ciencia sui generis basada en un saber sacerdotal y tradicional; no está excluido que, entre posturas indicadas en obras como las cuarenta y ocho Figurae Veneris de Forberg haya algunas que en su origen tuviesen valor de mudra, o sea de posturas mágico-rituales aplicadas al acto sexual, dado que, como señalaremos en su momento, hay significados de este tipo que han subsistido incluso en prácticas de magia sexual de algunos círculos modernos.

Ya hemos hablado de los filtros de amor, de los que también se ha perdido el sentido completo, puesto que ya sólo se conocen sus usos degradados, en la forma de mistificaciones supersticiosas populares propias de brujas. Aquí, en realidad, lo que podría entrar en juego, más que el arte de hacer nacer anormalmente una pasión común es el arte de dar a la experiencia sexual unas dimensiones distintas de las eros corriente. Se sabe que Demóstenes hizo condenar a una amante de Sófocles que tenía fama de confeccionar filtros de amor; pero en el proceso resultó que había recibido una iniciación y que frecuentaba ambientes cercanos a los Misterios. Por lo general, a muchas hetairas, o figuras de tipo hetérico, incluso en las sagas y las leyendas, se las describe como magas; a causa de la fascinación que ejercían, por supuesto pero también a causa de sus conocimientos específicos en el ámbito de la magia. Por lo que se refiere al Kâma Sutra (1, l), la lista de las habilidades que debía poseer una ganika, o hetaira de clase alta, resulta bastante prolija y barroca, pero es significativo que entre ellas figuren las artes mágicas, el arte de trazar diagramas místico-evocatorios (mandala) y la de preparar ensalmos De la famosa Frine se cuenta que se mostró desnuda no sólo en el contexto del conocido episodio de su proceso (donde por demás sus valedores destacan, más que el aspecto estético de su belleza profana. El aspecto sacral-afrodítico; por eso refiere Ateneo: “Los jueces quedaron embargados del sagrado temor de la divinidad: no osaron condenar a la profetisa y sacerdotisa de Afrodita”), sino también a los iniciados de Eleusis y luego en la gran fiesta de Poseidón, o sea en relación con las “Aguas”, de las que Poseidón es dios: ahí probablemente estaba en primer plano el lado profundo, mágico-abismal, de la desnudez femenina, de la que ya hemos hablado. En conjunto, debemos retener que, en el origen a la mujer-hetaira no le era ajena la función de administradora del Misterio femenino, según posibilidades que podían ser naturales o tradicionalmente cultivadas, abiertas a la mujer en la misma medida en que en ella se active un lado fundamental del principio del que ella, como ser humano, es encarnación, individuación, símbolo vivo.

Precisamente es esta posibilidad la que hay que considerar a la hora de examinar otros complejos rituales antiguos: una posible sexuación trascendente, o sea la incorporación efectiva, o momentánea o casi duradera, en determinados seres humanos femeninos, de las divinidades o arquetipos de su sexo: en los mismos términos con los que en el catolicismo se habla de la presencia real de la divinidad en las hostias, establecida por el rito. En muchos monumentos egeos, a menudo las representaciones de las sacerdotisas se confunden prácticamente con las de la Gran Diosa y permite suponer que las primeras eran el objeto concreto del culto rendido a la segunda, mientras que son bien conocidas las figuras, incluso históricas, de soberanas del Mediterráneo oriental en las que se veía la imagen viva de Ishtar. Isis y otras divinidades del mismo tipo. Pero además hay que considerar el caso de encarnaciones momentáneas de estas divinidades en un ser dado, determinadas por un clima mágico-ritual del mismo tipo del que en principio debería efectuarse el misterio “el mvsterium transformationis” de la propia misa cristiana.

Un orden de ideas análogo entra en cuestión en el caso del hieros gamos en sentido estricto, o sea de teogamias, de uniones rituales y culturales de un hombre con una mujer, destinadas entonces a celebrar y renovar el Misterio del Ternario, esa unión del eterno masculino con el eterno femenino, del Cielo con la Tierra, de donde procede la corriente central de la creación. En las personas de los que cumplían estos ritos era, pues, como si se encarnasen y actuasen los correspondientes principios, y su unión momentánea física se convertía en una reproducción evocativa de la unión divina más allá del tiempo y del espacio. El fin de tales ritos, pues, era distinto del de los otros que ya hemos recordado y explicado como ritos de participación en la sustancia o influencia de una u otra divinidad. Era el Tres, el Ternario más allá del estado dual, el que era evocado a través de la acción nupcial de los dos, para activar periódicamente en una comunidad determinada una influencia correspondiente, pero en el mareo del ritualismo, y no de las experiencias individuales iniciáticas de las que hablaremos más adelante.

De este tipo de ritos podrían recordarse numerosos ejemplos procedentes de tradiciones culturales de civilizaciones muy diversas. De todos ellos, citaremos el ejemplo de los misterios antiguos en los cuales una vez al año la sacerdotisa principal que personificaba a la diosa se unía al hombre, que representaba el principio masculino, en el lugar sagrado. Consumado el rito, las demás sacerdotisas llevaban el nuevo fuego sagrado, que se consideraba generado por tal unión, y con su llama se encendía el fuego de los hogares de las distintas gentes. Algunos han señalado con razón la analogía de este rito con el que todavía se celebra el sábado santo en Jerusalén. Por lo demás, el propio rito pascual de consagración del agua, sobre todo tal como se celebra en la Iglesia ortodoxa, conserva huellas visibles del simbolismo sexual: el cirio, que tiene un significado fálico evidente, se sumerge por tres veces en la fuente, símbolo del principio femenino de las Aguas; se toca el agua, se sopla por tres veces sobre ella marcando la letra griega P, y la fórmula de consagración pronunciada durante este acto de unión incluye estas palabras: “Que la virtud del Espíritu Santo descienda en toda la profundidad de esta fuente.., y fecunde toda la sustancia de esta agua, para la regeneración”. En oriente, la difundidísima iconografía del lingam (el Phallus) puesto dentro del loto (padma) o dentro del triángulo invertido que es signo del yoni femenino y símbolo de la Diosa o Shakti, obedece al mismo significado; y este simbolismo como veremos más adelante, puede aludir también a Operaciones Sexuales concretas.

En efecto, a menudo el rito original de la hierogamia solo subsistió en formas en las que un rito simbólico o una unión simulada ocuparon el lugar de la unión sexual real de un hombre con una mujer. En materia de aplicaciones, esto nos permite pasar a una consideración sobre los ritos sexuales estacionales de fertilidad, que son uno de los caballos de batalla de las escuelas etnológicas actuales, que tras haberse fijado en un primer momento en el “mito solar”, tras haber pasado a continuación al “totemismo” y ver entonces totemismo por todas partes, se inclinan ahora por las interpretaciones “agrarias”, y recurren a ellas a cada instante.

En realidad, en estos ritos hay que considerar una de las posibles aplicaciones mágicas operativas del contexto que hemos examinado hace poco. Hablando de las orgías, ya hemos dicho que éstas pueden propiciar el contacto experimental con lo primigenio y lo preformal en el espíritu de quienes participan en ellas. Por su propia naturaleza, por el cambio de nivel existencial que implica, ese estado hace posible. Llegado el caso, una eficaz inserción extranormal de la fuerza del hombre en la trama cósmica, en el orden de los fenómenos naturales y en general en todo ciclo de fecundidad: como intervención, en la dirección fundamental del proceso natural, de un poder superior que intensifica y galvaniza. Así, en esencia, es exacto lo que dice Eliade a este respecto: “Generalmente, la orgía corresponde a la hierogamia. A la unión de la pareja divina ha de corresponder, en la tierra, el frenesí genesíaco ilimitado.. Los excesos cumplen una función precisa y saludable en la economía de lo sagrado Rompen las barreras entre el hombre, la sociedad, la naturaleza y los dioses; ayudan a hacer circular la fuerza, la vida, los gérmenes, de un nivel a otro, de una zona de la realidad a todas las demás”. Es, efectivamente, uno de los significados posibles de una parte del vasto acervo de ritos “agrarios” recogidos por Frazer. Sin embargo. cuando no se trata de pueblos salvajes, sino de tradiciones históricas en las que unas formas aisladas y bien circunscritas de hierogamia ritual sustituyen en principio a los fenómenos orgiásticos colectivos, es importante no generalizar, distinguir entre el contenido del rito mágico -naturalista en cierto modo- puesto unilateralmente de relieve por las escuelas etnológicas, y un contenido superior, misteriosófico, que se refiere esencialmente a la obra de regeneración interna: y ello aunque en ciertos casos un mismo complejo hierogámico, basándose en relaciones de correspondencia analógica, puede haber integrado los dos contenidos. Tal parece haber sido el caso de 1os Misterios de Eleusis, en los que el rito de arar se asoció al hieros gamos como rito iniciático. El descuidar esta bivalencia es un rasgo característico de una investigación que, sin darse cuenta, obedece a la tendencia general de las disciplinas profanas modernas, que consiste en reducir constantemente lo superior a lo inferior, o bien en poner de relieve únicamente lo inferior cada vez que es posible hacerlo.

Según los casos, en el sistema de las participaciones rituales realizadas por medio de la sexualidad, la fuente de lo sagrado puede ser ya el hombre, ya la mujer. Por eso pueden encontrarse hierogamias parciales y no bilaterales, o sea uniones, en las que sólo una de las partes se transforma en su naturaleza y reviste carácter no humano sino divino, mientras que la otra conserva rasgos puramente humanos, y entonces la unión puede orientarse no a la participación mística, sino incluso a la procreación. Los relatos legendarios en los que aparece este tema “mujeres poseídas por un “dios”, hombres que poseen a una diosa” son demasiado conocidos para que haga falta recordarlos. Bastará aludir a algunos casos en los que tales conexiones se presentan dentro de marcos institucionales regulares. Así, en el antiguo Egipto, no era el soberano como hombre, sino como encarnación de Horus, quien se unía a la esposa y la fecundaba para continuar la línea de la “realeza divina”. En la fiesta helénica de las Antesterias, la acción más importante era el sacrificio privado que la mujer del arconte-rey hacía a Dioniso en su templo del Leneo, y su unión con el dios, así como en Babilonia se conocía la hierogamia de una joven escogida que, ascendidos ritualmente los siete planos de la torre sagrada aterrazada, el zikurrat, de noche, en una estancia nupcial situada por encima de estos niveles (“más allá de los siete”) esperaba la unión sexual con el dios. Igualmente se consideraba que la sacerdotisa de Apolo en Patara pasaba la noche unida con el dios en el “lecho sagrado”.

El hecho de que el dios (y por tanto también uno de sus representantes) pudiese algunas veces tener por simbolismo un animal determinado, a causa de una tosca interpretación literal, dio paso más tarde a la variante constituida por aparentes acoplamientos de seres humanos con animales sagrados. Así Herodoto (II, 46) habla del carnero sagrado de Mendes, llamado “el señor de las jóvenes”, al que se entregaban las mujeres para tener descendencia “divina”; y en las propias tradiciones romanas subsiste un eco de temas relacionados: lo que dice Ovidio (Fast., II, 438-442) de la voz divina que había mandado a las esposas sabinas de los romanos que se dejasen fecundar por el sacer hircus.

De nuevo el fundamento doctrinal de todo esto es la idea de que pueda suprimirse el límite humano e individual, que en el individuo “hombre o mujer” por transubstanciación, en determinados casos pueda encarnarse, aflorar o atisbarse la “presencia real”. Esta idea le parecía natural a la humanidad tradicional a causa de la concepción del mundo que le era inherente; no ocurre lo mismo con el hombre moderno, que tiene que considerarla pura fantasía y que puede tomársela en serio, como máximo, en la forma desrealizada y psicologizada de irrupción de los arquetipos del inconsciente. Todavía más difícil le resultará, por tanto, entender el contenido de realidad presente en las tradiciones que hablan de integraciones a través del principio femenino, en las que no figura en modo alguno ninguna mujer real, y en cambio interviene esencialmente una “mujer invisible”, una influencia que no pertenece al mundo fenoménico, sino que es una manifestación no individual, e indirecta, del poder que representan las distintas imágenes de la mitología del sexo.»
Julius Evola «Metafísica del Sexo».

SEDUCIENDO AL MUNDO DE NUEVO: EL RETORNO DE LA PROSTITUTA SAGRADA

En algunas tribus nativas americanas, existe una mujer a la que se forma en el arte de la sexualidad para iniciar a los muchachos durante su pubertad en los secretos del cuerpo femenino. Esta “Mujer de Fuego” y su contrapartida, el “Hombre de Fuego”, que inicia a las muchachas, son venerados como maestros de lo sagrado. Ambos reciben una amplia formación, y a sus iniciados e iniciadas se les permite hacer el amor con ellos todo el tiempo que deseen. En el contexto de la Quodoushka, como se llama a esta sexualidad nativa sagrada, hacer el amor constituye una práctica y una curación espiritual que, de manera ideal, tendría que estar disponible para todo el mundo.

Deena Metger, psicoterapeuta de Los Ángeles, poetisa y escritora, nos dice que la Mujer de Fuego tenía una precursora en los tiempos antiguos, la Quedishtu, o Prostituta Sagrada. Esta facilitaba el acceso a lo sagrado, antes de que se produjera la falsa división entre lo pecaminoso y sagrado, sacerdotisa y sacerdote, cuerpo y mente, y antes de que lo Femenino cayera en desgracia y fuera abandonado y lo Masculino se convirtiera en la única esfera de poder. Como encarnación de la Diosa, conducía a los hombres a reconectar con lo sagrado en ellos y con lo sagrado en ella. Históricamente, todas las mujeres cumplían esta función en el templo, en ocasiones por un período tan largo como un año.

Hoy día, por supuesto, esta idea no sólo es chocante, sino que también constituye tal herejía que es difícil que sea comprendida. Se ha reforzado la escisión entre sexualidad y espiritualidad. Hemos sido desposeídos de nuestra sexualidad natural, nuestros instintos han sido reprimidos y nuestro sentido de lo sagrado ha sido desterrado a la otra vida. Como señala Metzger, en un universo sagrado, aquella es sagrada; en un universo profano, es una fulana.

Las consecuencias han sido devastadoras: los hombres se enfrentan a una proyección escindida del arquetipo Femenino, y buscan el alimento y el cariño en una fuente (la figura de una madre, o madona), y la excitación y el erotismo en otra (una querida, una amante o una ramera). Como mujeres que vivimos bajo el fardo de esas proyecciones, hemos perdido la conexión con nuestra sexualidad, que fuera una vez, hace mucho tiempo, una vía de alegría y autoexpresión, y un vínculo con el aspecto sagrado de nuestros cuerpos.

El ensayo provocativo y original de Metzger es, como decíamos en los años sesenta, una llamada a las armas amorosas: la autora pide que hagamos el amor como acto político… y que hagamos el amor como un acto espiritual; hace un llamamiento a la resacralización de nuestros cuerpos y de nuestras entrañas.

Deena Metger, la autora del texto que transcribimos, es poetisa, novelista, dramaturga y psicoterapeuta de Los Ángeles.

“Hace mucho tiempo, en Sumeria, en Mesopotamia, en Egipto y en Grecia, no existían burdeles ni prostíbulos. En aquellos tiempos en esos países existían en su lugar los Templos de las Prostitutas Sagradas. En dichos templos, los hombres eran purificados y no mancillados, se restauraba la moralidad en lugar de profanarla, y la sexualidad no estaba pervertida, sino que era sagrada.

La prostituta original era una sacerdotisa, el conducto a lo divino, aquella a través de cuyo cuerpo uno entraba en la plaza sagrada y era restaurado. Los guerreros y los soldados, mancillados por los combates del mundo de los hombres, acudían a la Prostituta Sagrada, la Quedishtu, que significa literalmente “la no contaminada”, para ser purificados y unidos de nuevo a los dioses. La Quedishtu o Quadesh se asocia con varias diosas, entre las que se incluyen Hathor, Ishtar, Anath, Astrté y Asherah. Es interesante señalar que, según Patricia Monaghan en The Book of Goddesses and Heroines, Astarté significaba originalmente “La del Útero”, pero aparece en el Antiguo Testamento como Astoreth, que significa “cosa vergonzosa”. 

A pesar de las Escrituras y del pensamiento ortodoxo, la guerra se veía como algo que separaba a los hombres de los dioses, y uno tenía que volverse a conectar para ser capaz de entrar de nuevo en la sociedad. El cuerpo y el acto sexual eran los medios de volver a entrar. Siendo el cuerpo el instrumento, inevitablemente el placer era algo que lo acompañaba, pero el atributo esencial de la sexualidad en este contexto era la oración.

En Pergamon, Turquía, vi las ruinas del Templo de las Prostitutas en el Camino Sagrado, entre otros templos, palacios y edificios públicos. Cualesquiera que hayan sido los ritos imaginarios que tuvieron lugar en esos otros edificios, es corriente asociar a las Prostitutas Sagradas con orgías y libertinaje –tanto si las ensalzamos, como hacemos los neo-paganos, como si las condenan, como hacen los judeocristianos-. Pero es posible que ninguna de las dos visiones sean correctas, ya que tienden a exagerar la actividad física e ignorar o impugnar el componente espiritual. Nuestra preocupación materialista por la forma nos quita la visión del contenido.

Pero no es de extrañar, desde el principio, los primeros patriarcas, los sacerdotes de Judea e Israel, los profetas de Jehová, todos ellos condenasen a las Prostitutas Sagradas y el culto a Asherah, Astarté, Anath y a las demás diosas. Hasta la época de los sacerdotes, las mujeres eran una puerta a lo divino. Si los sacerdotes deseaban interponerse entre el pueblo y lo divino, tenían que apartar a las mujeres de aquella función. Así pues, no se trataba de que la sexualidad fuera considerada originalmente pecaminosa por sí misma, o de que la sexualidad de las mujeres amenazase la propiedad y la descendencia; se trataba de que para obtener el poder, los sacerdotes tenían que reemplazar a las mujeres como camino hacia lo divino –esa puerta tenía que ser cerrada-. Podemos elaborar la hipótesis de que la terrible misoginia que sufrimos todas las mujeres fue instituida con este objetivo.

Las mujeres han sido el vínculo esencial de los tres mundos. Vinimos al mundo a través de la madre; a través de los ritos de Deméter e Isis entrábamos en el mundo subterráneo; y a través de la Prostituta Sagrada llegábamos a lo divino. El acceso era personal e incondicional. No bastaba con que un nuevo sacerdocio suplantase a las mujeres. En la época de la Quedishtu, todas las mujeres servían a los dioses como Prostituta Sagrada, frecuentemente por un período tan largo como un año. Esto contradecía la hegemonía que el sacerdocio requería.
Para conseguir el poder, con frecuencia es necesario poner el mundo bocabajo. Por esto, los sacerdotes afirmaron que lo sagrado estaba pervertido, que el camino de lo divino era el camino de la perdición. No son infrecuentes inversiones de este tipo. Las nuevas religiones suelen apropiarse de las creencias y prácticas existentes, y después invertirlas. Así, Hades, centro espiritual del paganismo griego, se convirtió en el Infierno. El descenso al Hades, núcleo de los misterios eléusicos y de la iniciación exigida a cualquier persona que se interesase por el alma, fue equiparado con el sufrimiento y la perdición. En donde Píndaro había escrito: “Tres veces benditos son aquellos que han visto estos Misterios, porque conocen el fin de la vida y su principio”, más tarde Dante dejó escrito: “Tú que entras aquí, abandona toda la esperanza”. Igualmente Dionisos, el dios de la vida, se convirtió en Satán; Adonis, el esposo de Afrodita, se convirtió en Cristo. María Magdalena, la Prostituta Sagrada, fue convertida y transformada; Afrodita se convirtió en Eva y en la Virgen María. Las inversiones eran completas. El viaje de Psique (del alma) hacia la individuación se volvió casi imposible, al no existir ya Afrodita, la madre de Eros, para atraer al Ser.

Tres de los caminos esenciales hacia los tres mundos estaban bloqueados o habían sido desviados. Los dioses no murieron en tiempos de Nietzsche, sino muchos siglos antes con la subversión del sacerdocio femenino, y la secularización y degradación del cuerpo sagrado. 

Este artículo trata de la seducción, del coqueteo, del eros; es un intento de restaurar la tradición, de instituir de nuevo una manera de ver el mundo. No se trata solamente de restaurar las prácticas, sino sobre todo de restaurar la conciencia de la que pueden provenir estas prácticas.

¿Cuál fue el impacto en el mundo de la supresión de la Prostituta Sagrada? No nos preocupa aquí la supresión de ciertos ritos, sino más bien la privación de la conciencia implícita en esta supresión. Cesaron todas las prácticas que veneraban la vía femenina. Fueron suprimidos los Misterios eléusicos, que habían proporcionado la inmortalidad; fueron suprimidos los misterios de Cabeiri, creados concretamente para redimir a las personas que tenían sangre en sus manos; se infundió un sentido de culpabilidad a la protección; fueron condenados los festivales de fertilidad, que habían proporcionado el vínculo entre la tierra y el espíritu. Cuando los sacerdotes separaron el cuerpo de los dioses, separaron al mismo tiempo lo divino de la naturaleza, creando así la escisión mente-cuerpo. El mundo se secularizó. Sólo podemos especular sobre sus consecuencias, aunque debemos admitir que se produjeron consecuencias cuando los hombres volvieron de la guerra sin la posibilidad de limpiar la sangre de sus manos, cuando no se reconstituía la comunidad física y cotidiana entre los dioses y la gente. No era la mujer en sí misma la que era atacada, sino que eran los dioses mismos a los que se exiliaba. Tal vez al mundo tal como hemos llegado a conocerlo –impersonal, abstracto, frío y embrutecido- fue engendrado en esta división.

En un universo sagrado, la prostituta es una mujer santa, una sacerdotisa. En un universo secular, la prostituta es una ramera. En esta distinción se encuentra la agonía de nuestras vidas.

La cuestión es: ¿cómo nos relacionamos hoy día con este hecho, como mujeres, como feministas? ¿Existe una vía para volver a santificar la sociedad, para volver a ser de nuevo sacerdotisas, para ponernos al servicio de los dioses y de eros? ¿Podemos mientras “re-visionamos” volver a coquetear?

Vampiresa: Una mujer que hace lo que puede para encantar o cautivar utilizando sus atractivos sexuales.

Neo-vampiresa: remediar, reparar, renovar, restaurar o restablecer.

En 1978, escribí una novela, The Woman Who Slept with Men to Take the War Out of Them, sobre las Prostitutas Sagradas. En la novela, una mujer llamada Ada anda por la calle de una ciudad ocupada, de vuelta del cementerio, y pasa de largo por delante de su casa hacia la casa del general; entra en ella sin decir palabra y se introduce en su cama sin vergüenza. Lo hace en pleno conocimiento de que está llevando a cabo un acto político. Más adelante, Grace, una vieja prostituta, rememora:

“Eran dulces los hombres que venían. No permitíamos látigos ni material duro. Y cuando se iban… ¡pobres corderillos! ¿Crees que las viudas nos enviaban una cesta en Navidad con un pequeño jamón casero para darnos las gracias?
Siempre solían decir que esos hombres hubieran destrozado la ciudad entera el sábado por la noche, sin no hubiera sido por nosotras. Pensé que debíamos haber recibido una condecoración del Ayuntamiento. Tal como lo pensaba se lo dije al jefe de policía. Éramos la mejor inversión en la ley y el orden que jamás se hubiera hecho.”

¿Qué significa volver a coquetear con una sociedad? Significa que debemos volvernos vampiresas de nuevo, seres sexuales/espirituales, que debemos manifestar el eros. Esto significa que debemos cambiarnos a nosotras mismas desde nuestros propios cimientos. No podemos convertirnos en los instrumentos capaces de volver a santificar la sociedad, a menos que estemos dispuestas a convertirnos una vez más en sacerdotisas que sirven a los dioses, no en teoría o con prácticas vacías, sino a partir de nuestra misma naturaleza. Significa que debemos identificarnos con eros, sin importarnos las consecuencias aparentes para nosotras mismas. Incluso si parece extravagante e inoportuno, incluso si nos hace vulnerables. Significa que no podemos ser distraídas de esta tarea, por el placer, el poder, la lujuria o la cólera. Exige una sincera dedicación otra vez.

Sin embargo, es exactamente esta dedicación de nuevo a los principios de lo Femenino la que es tan problemática. Lo femenino ha sido tan desvalorizado y degradado que tiene muy poco poder en el mundo; hemos sufrido tantas pérdidas de oportunidades, hemos sido tan oprimidas, que es difícil, cuando no aparentemente imposible, continuar representando lo Femenino en el mundo sin sentirnos como si nos estuviéramos abriendo a nosotras mismas a una violación ulterior. Así pues, estamos atrapadas en una terrible paradoja. Para sentirnos poderosas, para adquirir alguna ventaja, debemos aprender las mismas maneras masculinas que nos oprimen y que están a punto de destruir el mundo. En cualquier caso, parece que participamos en nuestra propia destrucción. Pero si utilizamos lo Femenino, es posible que el planeta sobreviva, y también la especie, y que más adelante prosperemos. Sin lo Femenino y eros todo está irremediablemente perdido.

Así pues, permitámonos considerar el volvernos Prostitutas Sagradas de nuevo. Cuando se estableció el feminismo contemporáneo suficientemente como para ofrecer esperanzas y posibilidades reales, mujeres que se consideraban a sí mismas ateas volvieron a la espiritualidad. La Diosa y las diosas fueron invocadas de nuevo. Surgió un interés extraordinario en la espiritualidad, el mito, el rito, la ceremonia. De repente irrumpió el instinto espiritual enterrado en un universo secular. 

Como parte de este nuevo orden espiritual, tenemos que abordar dos herejías. La segunda es volver a santificar el cuerpo; la primera –una tarea aún más difícil- es volver a la percepción neolítica, pagana y matriarcal del universo sagrado en sí mismo. Pero echar por la borda el pensamiento secular puede ser el acto herético del siglo. Es por eso por lo que nos encontramos en medio de tanto dolor psíquico.

Susan Griffin escribe lo que sigue en el último capítulo, titulado “Eros”, de Pornography and Silence:
Lo psíquico es simplemente mudo. Y si me dejo amar, entrar en mi propio placer y añoranza, entrar en el cuerpo de otra persona, en la oscuridad, si dejo hablar a las partes oscuras de mi cuerpo, con la lengua callada, con el lenguaje del cuerpo, cuando entro en una parte de mí que creía que estaba realmente empezando a morir, y desciendo al interior de la materia, sé que estoy en el corazón de mí misma, y lloro de éxtasis. Porque en el amor nos rendimos a nuestra singularidad única y nos convertimos en mundo.

Si nos volvemos al mundo a través del amor, entonces el amor es esencialmente un acto político. Si nos volvemos mundo alcanzando los dioses, entonces el amor es en esencia un acto espiritual que redime al mundo.

¿Cómo podemos volvernos Prostitutas Sagradas? ¿Cómo las materializamos sin hacerlo literalmente? ¿Cómo hacemos nacer su esencia? ¿Cómo restauramos el templo? ¿Cómo cambiamos no sólo el comportamiento sino también nuestra conciencia?

Llegar a ser la Prostituta Sagrada es estar dispuesta a sufrir la agonía de la conciencia que exige lo herético. Significa la voluntad y la capacidad de mantener una visión del mundo cuando la mayoría sostiene otra. Es comprometerse con eros, el vínculo, la conexión, cuando el mundo valora thanatos, la separación y la indiferencia. La Prostituta Sagrada fue cada Mujer, y se puso disponible al servicio de los dioses, especialmente de aquellos que moraban fuera de su territorio. La Prostituta Sagrada contemporánea tiene que estar dispuesta a aportar lo sagrado a quien se ha hecho profano; debe ser la que acoge “al otro”, la que hace el amor con “el otro” para volverle a conectar con la comunidad. Es portadora de la creencia de que “el otro” no quiere seguir siendo un marginal.

Estas ideas son viejas y conocidas, fáciles de decir, pero muy difíciles de poner en práctica. Aunque es cierto que cuando las ideas se convierten en creencia dentro de nosotras mismas, sucede la transformación fuera de nosotras.

Yo he hecho un trabajo llamado desarme personal. Pido a cada persona que se considere a sí misma como una nación-estado y que se imponga a sí misma las condiciones que le gustaría imponer al país. En este ejercicio debe identificar a sus enemigos, sus ejércitos, los sistemas defensivo y ofensivo, las armas secretas, etcétera. Después de este autoexamen, le pido comprometerse públicamente al menos a un solo acto de desarme personal para iniciar el cambio a un mundo pacífico. Creo que nuestro militarismo y nuestra actitud defensiva son signos de nuestra agresividad y de nuestros miedos internos. Creo en última instancia que sería más fácil desarmarnos como nación, si nos desarmamos previamente como individuos.
Hay que hacer el mismo examen con el problema que tenemos entre manos. Sería absurdo construir burdeles adjuntos a nuestros templos y enviar a ellos a nuestras jóvenes a los dieciocho años, y además no cambiaría nada; nada puede cambiar mientras continuemos desvalorizando lo Femenino, denigrando el cuerpo y sin creer en el universo como algo sagrado. Es claro que la revolución sexual lo ha demostrado, ya que no ha cambiado nada. Así pues no es el sexo, a fin y al cabo, lo que andamos buscando, sino algo mucho más profundo.

La tarea consiste en aceptar el cuerpo como espiritual, y la sexualidad y el amor erótico como disciplinas espirituales; creer que eros es pragmático; honrar lo Femenino incluso cuando es deshonrado o desfavorecido. He aquí algunas de las cuestiones que creo que es adecuado preguntarnos a nosotras mismas:
¿Contra quién me cierro?
¿Cuándo dejo de tener tiempo para el amor o para el eros?
¿Cuándo considero que eros es inconveniente, una carga, o inoportuno?
¿Cuándo considero que eros es peligroso para mí?
¿Cuándo me complazco en la carga erótica de la culpabilidad?
¿Cuándo respondo a la idea de pecado, la acepto o la provoco?
¿Cuándo utilizo la sexualidad más para distraer que para comunicar? 
¿Cuándo rechazo a eros porque soy rechazada?
¿Cuándo engaño a mi cuerpo?
¿Cuándo refuerzo la división mente/cuerpo?
¿Cuándo y cómo denigro lo Femenino?
¿Cuándo rechazo a los dioses? ¿Cuándo finjo creer en ellos?
Con qué frecuencia estoy de acuerdo con el “mundo real”?

Durante una meditación guiada, fui puesta a prueba por una gran mujer luminosa, de aproximadamente dos metros de altura, que era claramente la imagen de una diosa, aunque nunca se me habían aparecido imágenes de diosas en ninguna de mis propias meditaciones. Sus cabellos estaban hechos de luz. Cuando se me acercó, quedé invadida al mismo tiempo por el sobrecogimiento, a causa de su belleza, y por una especie de terror ante su presencia. Si la integraba dentro de mí, sabía que mi vida cambiaría, que tendría que abandonar muchas formas masculinas que había adoptado para manejarme con éxito en el mundo. La mujer era poderosa, pero su poder era un poder de receptividad, resonancia, magnetismo e irradiación. Tenía el poder de eros; ella me trajo hacia sí.

Cuando apareció, me acordé de la afirmación de una amiga: “Cuando llega al vientre”, me había dicho Diana Linden, “todas queremos el badajo; no queremos ser el cuerpo (de la campana), pero es el cuerpo el que toca”. A pesar de la advertencia, cuando ella apareció, viví conscientemente el terror de lo Femenino sobre el que había oído hablar y había leído con tanta frecuencia. Estaba asustada de mi propia naturaleza. En aquel momento, me prometí a mí misma arriesgarme a la herejía, convertirme a cualquier coste a lo Femenino.

Así pues, aunque he escrito y pensado sobre ello, aunque he intentado actuar en consecuencia, debo admitir que no he sido capaz de encarnar totalmente la función de la Prostituta Sagrada. Esto me llena de tristeza, y también de respeto ante la dificultad de la tarea. Pero me comprometo conmigo misma: es ella la mujer que aspiro a ser.