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El sorprendente origen de la humanidad

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El castellano no desciende del latín sino del euskera. La civilización no nació en Oriente sino en Occidente. El hombre moderno no apareció en África sino en el norte de España. No son argumentos para una novela fantástica sino las tesis políticamente incorrectas del filólogo y prehistoriador español Jorge María Ribero Meneses, que obligan a replantearse nuestra imagen oficial de la Antigüedad.

Pedro Pablo May. Agencia EFE

“La clave está en las palabras: ellas son el verdadero archivo histórico de la Humanidad”, asegura este estudioso que desde hace veinte años trabaja en un terreno resbaladizo pero donde ha cosechado sorprendentes resultados. Promotor del primer Ministerio de Cultura en 1976, creador de la Joven Orquesta Nacional de España, impulsor del primer movimiento español de defensa del Patrimonio Histórico-Artístico y del movimiento Solidaridad Internacional, entre otras iniciativas, Ribero Meneses ha publicado más de setenta libros sobre el estudio del lenguaje.

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“Me ha costado dos decenios descubrir la preeminencia de unas letras sobre otras, documentando las más antiguas, así como su evolución”, advierte, “y todas las investigaciones que he realizado, tanto del habla puramente coloquial como del estudio de topónimos, conducen siempre hacia España y en concreto hacia la zona de Cantabria como el lugar donde todo comenzó”.

Y es que precisamente en Cantabria –entendiendo como tal el territorio que hoy ocupan las regiones españolas de Asturias, Cantabria, País Vasco, Navarra y todas las comarcas septentrionales de Castilla y León- aparecen algunos de los más importantes yacimientos paleolíticos del planeta incluyendo las espectaculares pinturas de Altamira, mientras que no hay nada similar en zonas del Mediterráneo oriental como Egipto, Mesopotamia y Grecia donde tradicionalmente se localizan los orígenes de la civilización. Remontándonos más atrás en el tiempo, hace treinta millones de años buena parte de Europa permanecía sumergida bajo las aguas mientras el norte de España emergía seco y disfrutaba, incluso durante los períodos glaciares, de un clima adecuado para la existencia humana.

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En cuanto a los primeros hombres, Ribero Meneses recuerda que los datos de los que hoy disponemos son “vagos y contradictorios” aunque existe un detalle inapelable: todos los restos africanos con los que pretende vincularse a nuestra especie, como las famosas “Eva” y “Lucy”, pertenecen a prehomínidos mientras que el homo sapiens más antiguo que conocemos, homínido de pleno derecho, es europeo. Existen además estudios de ADN como el publicado en 2003 por expertos alemanes y británicos que apoyan sus teorías pues reconocen que tres cuartas partes de los genes europeos proceden de los primitivos habitantes del entorno geográfico vasco-cántabro.


Pero el dato definitivo para la duda lo aporta la Filología. “Por poner uno de muchos ejemplos: no puede ser casualidad que el topónimo `Iberia’ sea el único, entre los nombres de los países más antiguos del planeta, capaz de generar derivados como `Siberia´ en Asia, `Teberia’ o `Tiberíades’ en Oriente Medio, `Tíberis’ o `Tíber’ en Italia…”, señala, “o por poner otro: casi seguro que el pueblo hebreo tomó su nombre de Iberia y de su río Ebro, igual que sucedió con el Evros de la Tracia griega”. Siguiendo esta tesis, el nombre mismo de Europa derivaría de Ebroba o Evroba, en recuerdo del nacimiento de la civilización a orillas del más caudaloso de los ríos españoles. En gaélico, una de las más antiguas lenguas vivas de Europa, ésta se llama “Ewrob”.

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De acuerdo con Ribero Meneses, cuando la Antigua Roma se impuso como única potencia del mundo conocido, destruyó en la península ibérica todas las pruebas que encontró de la antigüedad real de las culturas precedentes, para imponer su propia y exclusiva gloria. Las sucesivas generaciones creyeron su versión de los hechos. Por ello el euskera es “un fósil viviente”: los restos del primer idioma que se habló en la península y del que derivarían las lenguas romances y posteriormente el latín, que habría sido una lengua culta de uso limitado y destinada a ocultar información para las clases altas romanas primero y para las eclesiales después. 

El estudioso vasco Imanol Aguirre, añade, “demostró que el euskera es la primera lengua española, algo hoy aceptado a nivel internacional pues está comprobado que no pertenece a ninguna familia conocida de idiomas. Y si no ha llegado de ninguna parte es que estaba aquí antes que las demás.” Según sus investigaciones, Aguirre copió sus trabajos de un jesuita aragonés llamado Julio Cejador, que vivió entre los siglos XIX y XX, pero cuya importante investigación fue silenciada.

En cuanto al castellano, un análisis comparativo “demuestra que no es tan diferente del euskera como parece” y que nació, como su nombre indica, en Castilla, no en La Rioja. “En octubre de 2002 impugné con éxito ante la UNESCO esa barbaridad del Camino de la Lengua Castellana que se quiso imponer a partir de las famosas Glosas Emilianenses por un compromiso personal con las autoridades riojanas del ahora expresidente del gobierno José María Aznar”, asevera Ribero Meneses, quien propone una ruta alternativa a partir de la localidad cántabra de Santoña y que concluye en Toledo.

Las Glosas se consideran el primer documento que se conserva íntegramente redactado en castellano pero “existen muchos otros muy anteriores en los que se mezcla el latín con el castellano; yo he encontrado algunos hasta del siglo VI”, afirma. Y recuerda que pese a la fama de las Glosas, en la Exposición Universal de Sevilla-92 ya se expuso un manuscrito al menos 200 años más antiguo llamado “Notizia de Kesos” que recoge las anotaciones de un monje del monasterio de los Santos Justo y Pastor del Despoblado de Rozuela, y que se conserva en el municipio leonés de Ardón.

“Pruebas como éstas son vitales pero, como no cuadran con las explicaciones oficiales, son escondidas a la opinión pública”, comenta el estudioso mientras relee “El secreto del agua”, una novela de Tomás Val inspirada en su trabajo y recientemente publicada por la Editorial Alfaguara.

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