El Estrecho de Hérkules

Hace 2500 años Tartessos era ya una leyenda como ahora.

 

 

 

Por Jorge Mª Ribero Meneses 

Y seguro que era buscada por doquier, con el mis­mo éxito que hoy. Porque está en las antípodas de donde se piensa. Y esas antípodas coinci­den con la cuna del arte prehis­tórico. O. lo que es lo mismo, con la cuna de la civilización. Cuna de la que eran hijos los pueblos que poblaron Andalucía y que no sólo calcaron en esta región toda la toponimia cantá­brica, sino que trasladaron a ella lodos los ingredientes de su cul­tura y muy en particular su pa­sión por la minería. Se copió la toponimia del Norte y se calca­ron también aquellas Columnas de Hérkules que este héroe había erigido en torno al primitivo Estrecho de Hérkules. Que se ha­llaba en las fuentes del río Tartessos e Ebro, allí donde Avieno documenta al río Hiberus… Los autores clásicos nos han transmitido algunos testimonios históricos que resultan esclarecedores a la hora de delimitar el te­rritorio en el que floreciera la genuina civilización tartéssica, desprendiéndose de ellos que la verdadera Tartessos no tiene ab­solutamente nada que ver con la España meridional. Y de ahí el que fuera «una región brumosa y muy rica en pastos». O el que la acrópolis de Tartessos se alzase sobre una montarla cubierta por un espeso y inmenso boscaje.

La prueba definitiva de que Gibraltar no es el genuino Estrecho de Hércules, la proporciona el hecho de que se le atribuya a es­te héroe la apertura del estrecho de su nombre. Si el dios supre­mo de los antiguos españoles ha­bía abierto el estrecho, es porque a nuestros antepasados les cons­taba que antes había estado ce­rrado. Y aquí acude la geología en nuestro auxilio para enseñarnos que el Estrecho de Gibraltar existe como tal desde muchos millones de años antes de que la especie humana evolucionase so­bre la Tierra. No ha existido, pues, tal apertura del Estrecho que separa Europa de África y, por consiguiente, no ha sido ne­cesario que los pueblos de Iberia crearan un mito en este sentido, atribuyendo ese prodigio al om­nipotente Hércules re decir que hay que buscar el Estrecho de Hérkules en otra parte.

El primer aldabonazo sobre la verdadera ubicación del Estrecho lo da Aristóteles cuando en su Metereológica nos dice que «los ríos Istrio y Tartessos tienen sus fuentes en una montaña de la Céltica denominada Pirene, yen­do a desembocar el segundo más allá de las Columnas de Hérku­les». Testimonio que se completa con este otro de Heródoto: «El río Istrio nacía cerca de una ciu­dad de los Celias llamada Pyrrhene, junto a las Columnas de Hérkules, en los Pirineos de Ibe­ria».

Pirene fue un monte concreto de las fuentes del Ebro, habiéndose proyectado más larde su nombre a toda la Cordillera Can­tábrica y a la prolongación oriental de ésta: los modernos Pirineos. Todavía en un docu­mento de época visigoda se de­nomina Pirineos a las montañas en las que nace el río Ebro = Tartessos. Y aprovecho también para refutar la especie de que el río Istros era el Danubio.

 

 

 

Los textos históricos prueban que es­te río estaba situado en el primi­tivo País de Occidente. Léase en España.

Debemos a Píndaro, otro vetusto autor griego, una información inapreciable sobre lodo este asunto: «Los Hiperbóreos, que vivían junto a las Columnas de Hérkules, eran descendientes de los viejos Titanes» ¿Alguien se imagina a los Hiperbóreos -los llamados Pueblos del Norte-  en Andalucía? Estos pueblos eran los mismos a los que todavía hoy seguimos conociendo en Es­paña con este nombre: funda­mentalmente los cántabros, bas­cos y asturianos. Éstos fueron los Hiberbóreos, así denominados porque tenían su feudo en las tierras de las fuentes del río Hibero.

Allí donde había nacido la Hu­manidad. Y de ahí el que otro autor griego, Orfeo, escribiera: «Los Titanes habitaban unos sombríos retiros vecinos del Tár­taro, habiendo nacido de ellos todos los pueblos del Universo». Y por si alguien osara contradecir la diáfana relación entre Tartessos, el Tártaro y los Titanes, aquí está la ultima carga de pro­fundidad, lanzada en este caso por Justino: «los bosques de los Tartesios, en los cuales se escri­be que los Titanes movieron la guerra contra los Dioses, fueron habitación de los Kuretes», Lue­go todos -Tartesios = Titanes = Tártaros-  fueron los mismos. Y su reino estaba en la primera Iberia del Alto Ebro.

 

De iodo cuanto antecede se de­duce que el extraviado y ahora reencontrado Estrecho no era otra cosa qué un desfiladero en­tre montañas, un tajo que iba a permitir dar salida hacia el mar a las aguas de la cabecera del Ebro.

Y en efecto, la Mitología re­frenda estas conclusiones al presentarnos a Hérkules como un coloso que habría sido capaz de desplazar dos montañas sin otro auxilio que el de la prodigiosa fuerzo de sus brazos. Al mover esas dos moles, el viejo Lago del Ebro desaguó. No busquen us­tedes en Gibraltar esas dos enormes montañas desplazadas por Hérkules, porque no existen. Sí están, sin embargo, en el genui­no Estrecho de Hérkules del cur­so superior del río Besaya: las dos imponentes acrópolis de Bergida y de Aracilium siguen ofreciendo testimonio del extra­ordinario rigor de todas las tradi­ciones históricas y mitológicas que se han conservado sobre este asunto. Y por cierto que al hilo de Aracilium apostillo que de es­te nombre se han derivado dos palabras latinas que hacen ocio­so cualquier comentario; ottís significa acrópolis o ciudadela; y altas… estrecho.

Hermiteo fue el verdadero nombre del Estrecho de Hérkules. El monte Hermida situado entre Aracilium y Bergida, lo re­cuerda. De aquí el desfiladero de la Hermida, hermano geme­lo en su denominación de la ciu­dad consagrada al dios Hermantario o San Emeterio, es decir, Santander. Y el tajo abierto por Hermes = Hérkules en este caso resulta evidente:   la  lengua de mar que antes penetraba hasta Peña Cabarga y que aunque re­ducida por la necedad humana a la  mínima  expresión,  todavía configura nuestra bellísima bahía.