La isla de la Luz
Ammón se enamoró de Amaltea en los montes Keraunios. Esta Amaltea era reina de una región del extremo de la Tierra, fertilísima y con forma de cuerno. Los dos amantes escondieron a su hijo Dioniso en una isla rodeada por el río Tritón, inaccesible salvo por una zona llamada las Puertas de Nysa. La isla era fertilísima y estaba cubierta de praderas y arroyos.
Por Jorge Mª Ribero Meneses
El secreto de las Tamáricas
Diodoro de Sicilia y Iulius Solino nos han legado estas dos auténticas joyas:
Dioniso fue criado secretamente en la ciudad de Nysa, en HESPERIA, por los Titanes súbditos de su padre Ammón. Esta Nysa estaba situada en una isla formada por el río Tritón. Llamábasela Hesperon Keras.
Ammón se enamoró de Amaltea en los montes Keraunios. Esta Amaltea era reina de una región del extremo de la Tierra, fertilísima y con forma de cuerno. Los dos amantes escondieron a su hijo Dioniso en una isla rodeada por el río Tritón, inaccesible salvo por una zona llamada las Puertas de Nysa. La isla era fertilísima y estaba cubierta de praderas y arroyos. Sus habitantes eran longevos y existía en ella una enorme cueva redonda en la que vivían las Ninfas. En memoria de su primer rey, Celum los más nobles de los pobladores de Nysa eran conocidos con el nombre de Cilenos.
(¡Ay, San Celedonio, San Celedonio…!)
Estos dos párrafos de Solino y Diodoro son dos auténticos monumentos históricos, preñados de enseñanzas de las que ahora sólo podemos aprovechar aquellas que tienen que ver con el asunto que acapara nuestra atención. Sin embargo y aunque no podamos extendernos en el análisis completo de esas líneas, quiero dejar claramente expresado que aunque la Antigüedad nos hubiera legado tan sólo esas escuetas noticias documentadas por esos dos inapreciables historiadores, bastaría con ellas para poder identificar el lugar exacto en el que la Humanidad, desde tiempos inmemoriales, ha localizado el nacimiento de nuestra especie.
¿Cómo es posible que a partir de referencias tan extraordinariamente precisas no se haya logrado descifrar lo que en estas páginas está quedando, por primera vez, amplia e incontrovertiblemente esclarecido? Muchas veces me he formulado esta pregunta y confieso que la única respuesta que soy capaz de darme es la de que nadie, jamás, se ha tomado la molestia de analizar hasta sus últimas consecuencias estas y otras informaciones preciosas que nos han transmitido los historiadores antiguos. No cabe otra explicación posible. ¿Pereza intelectual? ¿Desidia? ¿Seguimiento mansueto de la miope lectura convencional de la Historia?
La isla de la Luz
La primera lección que extraemos de esos dos extraordinarios documentos, es la de que la isla de Lyzia o Nysa en la que se localizaba la cuna de nuestra especie -como hijos que supuestamente somos de aquel al que unos denominaron Adán…, otros Adonai…, otros Adonis… y otros, en fin, Adino, Denis o Dioniso-, no era tal isla sino una península. Pues bien claro se dice que la isla era accesible por un punto determinado. Lo que quiere decir que estaba unida a un monte cuyas laderas, obviamente, eran bañadas a su vez por las aguas del río Tritón. Corriente acuática a la que, como vemos, unas veces se identifica como río y otras como lago o laguna. Lo que viene a confirmar que era una extensa laguna próxima al mar y que, por lo tanto, ejercía al propio tiempo las funciones de ría.
¿Cómo no iba a ser la Tritonia una ría y, a la vez, una laguna marítima, cuando como hemos visto hace un instante lindaba en uno de sus flancos con el Océano?
Como sucede en el caso que nos ocupa, en la inmensa mayoría de los casos en los que las viejas fuentes históricas o las tradiciones populares nos hablan de islas, están refiriéndose, en realidad, a penínsulas. Porque más que por aquellas, que resultaban de difícil acceso para sus moradores, la primera Humanidad mostró una decantada querencia por éstas. Léase, por los brazos de tierra que ora se introducen en el mar ora son casi enteramente silueteados por los ríos. Y esto es fácilmente constatable, porque como me cabe la satisfacción de haber sido el primero en descubrir, las ciudades más importantes de la Antigüedad fueron erigidas sobre penínsulas. Es decir, sobre montes de una naturaleza casi insular. Y recuérdese, como ejemplo paradigmático, el caso de Toledo, réplica fidelísima de la primera ciudad de la Tierra que, debido a ello, ha sido elegida como punto de arranque de la Ruta de Occidente [lám. K].
Precisamente porque era una península, Diodoro denomina HESPERIA a aquel primer asentamiento del ser humano. Porque Hespérida ha sido siempre el nombre por antonomasia de la península del extremo occidental del mundo conocido. En primera instancia, de una península determinada del litoral septentrional ibérico…; después, de todo el conjunto de la Península Ibérica…; más tarde de la Península Italiana…; y por último y a la postre, de la Península Balcánica. Todas ellas son penínsulas y todas ellas se han arrogado el nombre de Hesperia que originariamente designara, sólo, a la península del Final de la Tierra en la que se localizaba el primer poblamiento de nuestra especie. Aquel al que algunos denominaron Lyzia, otros Nysa, otros Lyzeo, otros Lykaio, otros Likorea, otros Lykosure… Epítetos indistintos, en suma, de la LUZ, de la ESTRELLA Solar que había aportado la vida a nuestro planeta (recordemos al Toro Solar…) y a la que, con plena coherencia, se reconocía como fundadora de aquella primera urbe surgida sobre la Tierra. Urbe a la que fidelísimamente recuerda uno de los hitos claves del Camino de peregrinación que hoy conduce al Final de la Tierra: la ciudad nabarra de ESTELLA (su nombre castellano) o LIZARRA (su nombre basko):
Estrella = Lucero >>> Estella = Lizarra
Ahora comprenderán los habitantes de la península de Santoña, por qué es LUZERO uno de los antiguos nombres de su isla… Y por qué está documentado que fue TRETÓN el antiguo nombre de la Ría de TRETO que configura la vieja laguna marítima de Santoña-Eskalante… Lo que quiere decir que cuando sabemos que la letra e es el precedente de la i, ello viene a suponer que TRETONIA es la forma anterior a Tritonia y que por ende y como vengo insistiendo, el genuino emplazamiento de ésta estuvo a orillas del Cantábrico, en la antigua Libia del Norte de España, recordada por Plinio como el final occidental del mundo conocido.
En seguida vamos a conocer una nueva prueba de que fue Lyzia el verdadero nombre de la península de Nysa, recordada por cierto en la capital celtibérica de Lyzia o Lyza, matriz de los Celtíberos Lusones y de sus descendientes los Lusos o Lusitanos. Y será bueno decir que esa etnia de los Cilenos a la que se refiere Iulius Solino, conservó su nombre, intacto, en la antigua Celtiberia.
Bien, pues aquí tenemos la prueba de que fue Lyzia el nombre de Nysa, así como la confirmación de que en aquella península existía una gruta, convertida en templo, en la que se suponía que se había producido el nacimiento del primer ser humano, llámese éste Adán, Adonis, Dioniso, Mercurio, Hermes… o Júpiter. Conozcamos, pues, lo que escribe al respecto el abate Pezron, en su libro Antiquité des Celtes o Gaulois publicado en París en 1703:
Júpiter o Jou fue criado por los Kuretes. Había nacido en el monte Liceo, en la región poblada por los Apidanes (Haspidanes). El punto exacto de su nacimiento era un lugar sagrado al que tenían prohibido el acceso las mujeres y que era conocido como «los Muslos de Rhea». Cerca de allí se extendía la ciudad de Lykosure, en opinión de Pausanias la más antigua de la Tierra.
En una de las hermosas ilustraciones que refrendan el contenido de estas páginas, podemos ver cómo se denomina Apida a la primera Tierra rodeada por las aguas del primer Océano [lám. J]. Lo que coincide con uno de los gentilicios, Appates, a los que respondieran los antiguos Gallazes o Galaicos del Norte de España y cuyo verdadero nombre, relacionado con Hespérida y España, fue Aspates. Lo documenta el Chronicón Alexandrino en un párrafo capital que acompaña a estas líneas [fig. 25].
¡Ay el monte Lizia = Lyzeo = Lucero = Lysa… y el origen del símbolo por antonomasia de los antiguos Kántabros, la Hélice…! [lám. J]
Éstas y otras muchas versiones distintas que han llegado hasta nosotros, relacionadas con el primer lugar poblado por nuestra especie, tienen como común denominador el hecho de describir al antiguo Final occidental del mundo conocido. Una región a la que las tradiciones antiguas recuerdan con los nombres de Hesperia, País del Ocaso, Lybia, Eskitia, Región de Occidente, Región de los Infiernos o, simplemente, Tártaro. Por eso Diodoro de Sicilia y Iulius Solino acaban de decirnos que el padre de Dioniso y rey del país en el que tuvo su cuna, se denominaba Ammón. Escrito así, con dos m. ¿Por qué?
La atípica y lingüísticamente absurda repetición de la consonante m en el nombre de Ammón, no hace sino testimoniar la pérdida de la vocal o vocales que otrora aparecían intercaladas entre ambas letras, configurando un nombre que no podía ser demasiado distinto a éste: Amamón. Pues bien, cuando tratamos de documentar este nombre, nos encontramos con la sorpresa de descubrir que Amaimón es el principal de los epítetos con los que se veneraba al Rey de los Infiernos o del Final de la Tierra, epónimo más que obvio de las mamoas o menhires galaicos, del gigante Mimante, de Maimónides y de aquella Momo recordada por la Mitología y a la que, probando cuanto acabo de decir, se reconoce hermana de las ninfas Hespérides. Lo que confirma que Amaimón era una deidad de HESPERIA, vinculada al antiguo País del Ocaso y a la que los antiguos Egipcios denominaron Osiris e invocaron como «el Señor de Occidente«.
El primer nombre del Mar
Cuando sabemos que en los más remotos orígenes del lenguaje humano ninguna palabra tenía a una vocal como inicial, podemos deducir con facilidad que el nombre del Dios de Occidente, Amaimón, ha sufrido la pérdida de la consonante que le precedía y que, obviamente, sólo podía ser una de las más primitivas: B-…, Z-…, G-… La pesquisa resulta harto sencilla en esta ocasión, porque otro de los epítetos que se le atribuían al Rey de los Infiernos era un nombre que va a resultarnos enormemente familiar: ZAMYAR. ¡Nada más y nada menos! Sí, ha leído bien el lector: la forma primitiva del nombre de las Fuentes ZAMÁRIKAS, incontrovertiblemente localizadas, merced a ese epíteto de Amaimón, en la antigua Región de los Infiernos o del Final de la Tierra. Allí donde la Humanidad ha situado siempre su cuna.
O sea que Amaimón es una aféresis del genuino nombre del Rey del Ocaso: Zamaimón o, lo que es lo mismo, Tamaimón. ¡QUE ES EL MÁS ANTIGUO NOMBRE DEL OCÉANO DEL QUE TENEMOS NOTICIA! Lo que supone la prueba indiscutible de que las Fuentes TAMÁRICAS tenían necesariamente que manar, no sólo a orillas del Océano sino, mucho más específicamente aún, del PRIMER Océano. Porque de no ser así, no calcarían ese nombre sino cualquiera de los que éste ha tenido con posterioridad. Es del más elemental sentido común.
Resulta, pues, que el Rey de los Infiernos –Zamaimón = Zamyar = Tamaimón– es aquel antiquísimo dios marino al que los antiguos Eskitas veneraron con el nombre de Tamimasadas, atribuyéndole una idiosincrasia muy similar a la que Griegos y Romanos reconocían en sus respectivos dioses marinos: Poseidón y Neptuno. Dos lecturas distintas del mismo dios del Tridente cuya imagen presidía el punto de alumbramiento de las Fuentes TAMÁRICAS en la Quinta de Campo Giro y al que se atribuía el prodigio de que dichas fuentes, identificadas como las más antiguas de la Tierra, tuvieran un carácter ternario, triple.
Claro, cuando sabemos que los primeros Eskalantes = Eskalatas = Eskeletas o Eskitas fueron los pobladores del Norte de España, recordados aún, hasta el hartazgo, en su toponimia, comprendemos a la perfección que las Fuentes TAMÁRICAS estaban consagradas a ese dios marino y que el supuesto Neptuno que los eruditos de turno quisieron ver en el paramento o frontispicio que señalaba su punto de alumbramiento, no era otro que ese ZAMYAR o TAMIMASADAS que acabamos de rescatar de un olvido milenario.
¿De qué época databa esa representación del Dios del Mar que presidía el punto de nacimiento de las Tamáricas? No lo sabemos, pero puedo afirmar que en ningún caso tenía más de dos mil años. Y lo afirmo con tal rotundidad, porque el supuesto Rey de los Infiernos nunca fue tal Rey sino Reina, siendo todos esos epítetos que acabo de rehabilitar, nombres indistintos de la antigua DIOSA DEL MAR a la que desde que el mundo es mundo y hasta hoy mismo han rendido culto los pobladores del litoral septentrional de la Península Ibérica. Y, antes que todos ellos, aquellos que moraban en torno a la Bahía de Santander y que dieron su nombre a las Fuentes Tamáricas. Y si mi certeza vuelve a ser tan rotunda, tan absoluta, es porque poseo millares de pruebas de ello. Pruebas entre las que, por cierto, se incluye la siguiente: TIAMAT era el nombre de la Diosa del Mar en la mitología babilónica.
¿Se entiende ahora mejor la colosal trascendencia del nombre de las Fuentes Tamáricas? ¿Se entiende por qué los mismos Eskitas que veneraban a Tamimasadas reconocían a un tal TÁMARIS como suprimer antepasado? Y aquí tenemos una nueva deidad que calca literalmente el nombre de las Tamáricas y que demuestra ser aquel Mercurio TAMAREO que fuera lavado o bautizado al nacer en una fuente triple que sólo podían ser las TAMÁRICAS cuando, como vemos, se conoció a ese dios con el mismo nombre que a éstas.
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Poco a poco vamos cerrando el círculo, porque cuando la Mitología constata las acusadas semejanzas que existen entre los dioses Tritón y Mercurio, lo que está haciendo es documentar algo que resulta rabiosamente obvio: uno y otro son exactamente la misma divinidad. Y la misma, a su vez, que respondiera a los nombres de Neptuno, Poseidón, Tamimasodas, Tamaimón, Támyris… o Tiamat. La diosa que diera nombre al temor… O al Talmud de los Hebreos… O a las míticas Timandra y TEMIS, madre ésta nada menos que de las ninfas HESPÉRIDES.
El verdadero Adán
Acabamos de descubrir con estupor que los nombres de las divinidades más antiguas de la Humanidad acaban viéndose reducidos a un único epíteto que los reúne y engloba a todos y que, ¡enorme casualidad !, resulta ser el mismo del que han recibido su nombre las fuentes Tamáricas. Y en este sentido, no deja de resultar enormemente significativo el hecho de que habiéndose reconocido siempre a la nación Escita como la más antigua de la Tierra, se postule a un tal THAMIRIS o TÁMARIS como el primer antepasado y Patriarca común de todos los Escitas. Lo que viene a ser lo mismo que decir que este pueblo veneraba al Astro Solar, su supuesto progenitor, con ese nombre. Un caso semejante al que venimos conociendo en el supuesto primer Rey de los Españoles, Gerión. Jamás existió el tal monarca, siendo este nombre uno de los numerosísimos apelativos con los que el Sol fue conocido y adorado en la Antigüedad.
Támaris = Thamyris, padre común de los Eskitas, era pues el mismísimo Sol. Lo que algo parece querer decirnos en relación con el nombre de las fuentes Tamáricas, como lugar identificado con la tumba o túmulo de la Estrella Solar. Y hago notar a mis lectores lo insólito que resulta el hecho de que en el punto de alumbramiento de éstas se abra un soberbio estanque de contorno rigurosamente CIRCULAR…
¿Manaban las Tamáricas en el punto identificado por la primera Humanidad como el lugar en el que se había producido la caída de la Estrella Solar sobre la Tierra y en el que, por consiguiente, se había producido el nacimiento de la vida sobre ella?
¿Acaso no es el agua dulce el más obvio y primario desencadenante de la vida?
¿Debían las Tamáricas su extraordinaria nombradía, por una parte y en un sentido negativo, al hecho de haber sido perforadas por el Sol en su caída, y por otra, y en su aspecto positivo, a la circunstancia de que como consecuencia de esa caída la vida se hubiese originado en ellas?
No es necesario decir que conozco sobradamente la respuesta para estas preguntas. Y tampoco considero necesario insistir en la impotencia a la que debo enfrentarme en el momento de redactar estas líneas, obligado a callar el 99% de lo que sé, para no desbordar a mis lectores con una avalancha de datos y de nombres que, sobre requerir de varios tomos para poder acogerlos, desbordarían por completo a sus destinatarios. Debo, pues, dosificar severamente cuanto ya conozco respecto a la verdadera identidad de las Tamáricas, callando lo que he dejado recogido en cinco libros más que tengo ya casi escritos sobre esta materia y posponiendo a la publicación de éstos y de cuantos puedan seguirles, la satisfacción de poder transmitir a los demás cuanto de momento y por la razón señalada debo reservarme para mi exclusivo disfrute. Pues disfrute es, e inconmensurable, el hecho de enriquecerse con toda la multitud de conocimientos, de primera magnitud, que de la localización e identificación de las primeras fuentes sagradas de la Humanidad se derivan.
Támaris es, pues, la remotísima divinidad escita a la que se hallaban consagradas las fuentes Tamáricas. Las mismas que, idealizadas como bella y benéfica mujer, darían origen a la leyenda de la buena Samaritana que ofrece a Cristo EL AGUA DE UN POZO… E introduzco este dato, tan preñado de significado, antes de desvelar que también los antiguos Fenicios, que eran Escitas químicamente puros, rindieron culto a ese Támaris escita al que acabo de referirme, denominándole Tamaruz o Tamuz. Con una particularidad, la de que ellos no le rendían culto como su primer antepasado, sino como su PADRE SOLAR. Y aquí tenemos la prueba que nos faltaba para probar que detrás del nombre de las Tamáricas se esconde el de la divinidad astral a la que se atribuía la generación de la vida sobre la Tierra. Una deidad que, inevitablemente humanizada por nuestros antepasados, acabaría siendo venerada como nuestro primer antepasado. Como el primer hombre del que nos habríamos derivado todos cuantos, desde él, hemos poblado este planeta.
Ya sabemos, pues, a qué divinidad se hallaban consagradas las Tamáricas. Ahora sólo nos falta poder situarla en un contexto que, por resultarnos más familiar y conocido, nos permita poder calibrar, en su justa medida, la trascendencia de todo este asunto. Empeño que la figura del Tamaruz = Tamuz fenicio nos pone cómodamente a nuestro alcance. Porque resulta que este personaje mítico es el mismo al que los propios Fenicios adoraban con el nombre de ADÓN. Léase, ADÁN, en una lectura más antigua de ese mismo nombre. Lo que quiere decir que Támiris, el primer antepasado de los Escitas, era el mismo al que las tradiciones hebreas recuerdan con el nombre de Adam o Adán. Ergo el supuesto primer ser humano de cuyo cuerpo se había formado a la primera mujer, era el mismísimo Sol, autor supuesto del Universo.
Todo cuanto antecede tiene una trascendencia colosal y abre ante nosotros un amplísimo abanico de vías de investigación que, lamentablemente, debemos renunciar a recorrer al menos por el momento. Y ahora caemos en la cuenta de la enorme trascendencia que tiene el hecho de que los antiguos Españoles denominasen ADAMAZ a la Tierra Primitiva, siendo ése, precisamente, el nombre con el que los Judíos Sefardíes denominaban a CASTILLA. Región que, considero casi ocioso decirlo, debía su nombre a la inaugural y primogénita Peña CASTILLO, reproduciendo en su escudo la imponente acrópolis que coronase esta peña y que debemos contentarnos con conocer a través de la heráldica, al haberse conservado innumerables imágenes, todas ellas coincidentes en lo fundamental, de aquella fortaleza que coronase la peña en la que estuviese el primer emplazamiento de la ciudad de Sant´Anders [lám. H y LL].
Por eso, y recordando a aquella ADAMAZ que viera nacer y evolucionar a nuestra especie, las viejas fuentes históricas conocen a la cuna de la Humanidad con los nombres de CAMPO DE HEBRÓN y CAMPO ADAMASZENO… Un nombre que reproduce literalmente el de aquella nodriza de Dioniso a la que en el arranque de este capítulo hemos visto denominar Amaltea, pero cuyo verdadero nombre, recordado por la Mitología, fue ADAMANTEA. La diosa epónima de la castellano-riojana Sierra de Adamanda, castellanizada hoy como La Demanda…
Precisamente porque los nombres de Adamantea y del Campo Adamaszeno designaron en otro tiempo al final de la Tierra, al ocre país del Ocaso cuyas aguas se teñían de rojo a la hora del crepúsculo, se dio a las rojísimos diamantes el nombre al que responden, siendo adamantino sinónimo de rojo. Y de ahí el que las viejas tradiciones históricas traduzcan como El Rojo el nombre de nuestro primer padre Adán, atribuyendo esa misma tonalidad a la piel y los cabellos de sus primeros descendientes, ancestros nuestros. De ahí que sea igualmente Rojo el significado de los nombres del Ocaso, del Océano y de Occidente.
La índole occidental del nombre de Adán se halla fuera de toda diatriba. Lo que viene a corroborar la localización occidental de aquella península en la que naciera el primer ser humano. Y ahora empezamos a entender por qué se denomina ADARZO la aldea que se extiende a los pies de Peña Castillo por su vertiente occidental.
¿Por qué se conoció como Dioniso al hijo de Amaimón y de Amaltea = Adamantea nacido en la Península de Hesperia? El secreto del nombre de ese dios, enésima versión del primer poblador de la Tierra, se oculta tras la pérdida de su vocal inicial, A-, siendo Dioniso una lectura moderna del verdadero nombre de este dios, conocido originariamente como ADONISO. De donde la figura de ADONIS, que es otra de las lecturas del nombre del primer habitante de la Tierra… O el epíteto de ADONAI referido a Cristo y que tanto se asemeja al del Dios Solar de los Fenicios: ADÓN… O todos estos alcuños con los que se ha rendido culto al supuesto padre de la Humanidad:
Adoniso: forma antigua del deformado nombre de Dioniso
Adonis: amante de Afrodita y, por ende, primer poblador masculino de la Tierra
Adonea: diosa del final de la Tierra que era venerada como protectora de los peregrinos; se trata de una remota versión de la figura de Afrodita, nacida en el país del Ocaso
Ad-Porina: epíteto de la diosa Minerva y, por ende, variante de la anterior
Adán: versión hebrea del primer ser humano
Adar: dios solar assirio, muy afín a la figura de Hérkules
Adargatis: versión matriarcal del anterior, propuesta como esposa suya; con el nombre de Atergatis, se la atribuye forma de sirena
Adirdagar: variante de la anterior; versión assiria de Venus Afrodita
Adras: versión persa de Osiris, denominado el Señor de Occidente
Adres: epíteto de Hermes = Mercurio
Adino: epíteto de Abraham entre los Judíos Sefardíes
Adino: nombre del primer ser humano, de Adán en el Ezur Vedam. De él nacieron los tres dioses de la Trimurti o Trinidad hindú: Brahma, Vishnú y Siva
Adi-Sakti: precedente matriarcal del anterior; tras crear la Trimurti se enamoró de su obra y se casó con ella
Adéfago: epíteto de Hérkules
Adamantea: nodriza supuesta de Zeus; en realidad, su precedente matriarcal y autora supuesta del Universo. Por eso dio nombre a Damia, diosa de la fertilidad en Egina y, en su calidad de madre, de todas las damas. En su nombre se origina la palabra dominio, así como el nombre del día consagrado a la divinidad: el Domingo
Adimanto: rey de los Feliasios -léase, Helíseos– del país del Ocaso
Admeto: rey de Tesalia; una variante del anterior
Adi: epíteto de Vishnú en su calidad de dios del Ocaso
Aditi: personificación de la inteligencia atribuida a Brahma; a sus ocho hijos se les conoce como Aditias
Adibudha: ser supremo de la Mitología hindú
Adikara: epíteto de Brahma en la Mitología hindú
Adisecha: gigantesca serpiente que sostenía la Tierra, según los Hindúes
Adizena: serpiente de cinco cabezas de la mitología indostánica
Adi-Panduga: fiestas que los indígenas celebraban en el mes de Julio, protagonizando en ellas toda suerte de mortificaciones y castigos corporales expiatorios; estas fiestas recuerdan a las que en honor de Atis se celebraban en Frigia en el comienzo de la Primavera y en fechas similares a las que hoy se desarrolla la Semana Santa
Detrás de todos estos nombres se esconde la recurrente figura mítica de la primera pobladora de la Tierra, Adamantea, y de su versión patriarcal posterior, Adam = Adán = Adonis = Adón… [fig. 26]
Volvemos, pues, a Adón… A aquel cuyo verdadero nombre fuera Tamaruz o Tamuz. Del mismo modo que Adán resultaba ser un calco del escita Thámyris… ¿Quiere ello decir que detrás de todas estas versiones de la primera divinidad de la Tierra se esconde la omnipresente memoria de las primeras fuentes sagradas de la Humanidad, reconocidas como creadoras de la vida?
La respuesta para esta pregunta la tiene la madre supuesta de Adonis, versión fenicia de Adán. Porque la madre de Adonis o, lo que es lo mismo, su precedente matriarcal, respondía al nombre de TÁMARIS. Léase, literalmente, la diosa epónima de las Fuentes TAMÁRICAS.
Tal vez comprendamos ahora mucho mejor por qué fue ZAMARGARD el país en el que, según las más viejas fuentes hebreas, Dios creó al primer ser humano.
Adán, en suma, no es otra cosa que uno de los nombres de la primera fuente de la Tierra. La misma que diera nombre a Eva… y Ebro, identificando a ambos, como probaré, con una SERPIENTE. Sí, con una sierpe como ésa que diera nombre a Adisecha y a Adizena… O como esa otra que nos muestra un extraordinario grabado del año 1620, en el que nos encontramos con una versión remotísima de Adán y Eva, junto al Árbol del Edén y con la primera ciudad marítima de la Tierra dibujada al fondo de tan impresionante escena [fig. 27].
Sin comentarios.