Milenarias ciudades bajos las aguas. Las otras atlántidas y lemurias
En más de una ocasión, un relato legendario ha constituido la pista fundamental para el descubrimiento de antiquísimos restos arqueológicos. No es de extrañar por tanto, que infinidad de investigadores se hayan aventurado a la búsqueda de míticas ciudades perdidas, siguiendo los indicios aportados por leyendas cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos…
En más de una ocasión, un relato legendario ha constituido la pista fundamental para el descubrimiento de antiquísimos restos arqueológicos. No es de extrañar por tanto, que infinidad de investigadores se hayan aventurado a la búsqueda de mí ticas ciudades perdidas, siguiendo los indicios aportados por leyendas cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos…
Jesús Callejo. Año Cero.
A lo largo y ancho de nuestro planeta azul existen infinidad de leyendas que aluden a la desaparición de antiquísimas civilizaciones engullidas por las aguas o a causa de otras catástrofes naturales. De hecho, la tradición del Gran Diluvio está presente en cuatro de los cinco continentes: Asia, Australia, las islas del Pacífico, América y, por supuesto, Europa. Curiosamente, en África no hay referencias sobre el Diluvio Universal, al menos que conozcamos. Esta clase de leyendas dieron pie a la creación de diversos y poderosos símbolos que expresan el dolor por un reino legendario que floreció en un pasado muy remoto. No es de extrañar que estas fantasías fueran el caldo de cultivo de algunas utopías que se referían a tierras de ensueño que tan pronto se situaban en el mar como en el interior de un continente. Es el caso de las Siete Ciudades de Cíbola, El Dorado o la Ciudad de los Césares. Por esta razón, es necesario abordar la cuestión con cierta cautela, pues no está exenta de errores, incongruencias, contradicciones y mistificaciones de lo más variadas.
MURALLAS EN EL MAR DEL NORTE
La Vieja Europa está preñada de leyendas sobre ciudades inundadas a causa de las lluvias y la crecida de las aguas. Por ejemplo, en los años 50 un sacerdote alemán, Jürgen Spanuth, encontró unas ruinas en las proximidades de la isla de Heligoland, concretamente en aguas del Mar del Norte, cerca de la península de Jutlandia y a poco más de siete metros de profundidad. Se trataba de murallas concéntricas y calles pavimentadas pertenecientes a una antigua ciudad anegada por el mar. Spanuth, cómo no, dedujo que eran vestigios de la Atlántida. Estamos ante una constante en otros descubrimientos arqueológicos marinos. Todo resto sumergido que «huela» a antiguo y misterioso enseguida se identifica con el mítico continente, exista o no base para mantener tal hipótesis. Los ejemplos al respecto son numerosos. En los últimos meses, la oceanógrafa Paulina Zelinski está llevando a cabo unas exhaustivas investigaciones sobre unas ruinas submarinas localizadas en la costa cubana, a unos 650 metros de profundidad. Más de uno se ha aventurado a decir que podrían corresponder a restos de la Atlántida, cuando lo más probable -y no menos interesante- es que esos enormes bloques de piedra con formas geométricas pertenezcan a una cultura precolombina desconocida.
EL REINO PERDIDO DE LYONESSE
Uno de los reinos perdidos más célebres es el de Lyonesse, al que hace alusión la famosa leyenda del rey Arturo. Esta tierra desapareció frente a las costas de Cornuailes, arrasada por el agua, y parte de sus restos serían las actuales Islas Scilly (también llamadas Sorlingas). La mención escrita más antigua se encuentra en Itinerarios, de William de Worcester (siglo XV), obra en la que se refiere a «bosques, campos y ciento cuarenta iglesias parroquiales, todo sumergido en la actualidad, entre el monte y las Islas Scilly». Worcester no mencionaba ningún nombre, pero tiempo después el investigador Richard Carew identificó este reino sumergido con la Lyonesse del mito artúrico. En su volumen Estudio de Cornualles (1602) afirma: «Y el mar invasor arrasó toda la tierra de Lioness, junto con otras zonas de no poca extensión; y de la existencia de la tal Lioness existen aún estas pruebas. El espacio entre Land’s End y las Islas Scilly, de unas 30 millas, aún conserva ese nombre en el idioma de Cornualles -Lethosow-, y su profundidad es en todos sus puntos de cuarenta a sesenta brazas, algo nada habitual en los auténticos dominios del mar». En tiempos de Carew se decía que cuando el mar cubrió Lethosow, un hombre llamado Trevilian logró escapar a lomos de un caballo blanco delante de las olas. Tal es el escudo de armas de la familia Treveiyan: un corcel saliendo del mar. ¿Por qué Carew asocia la «tierra perdida» de Cornualles con Lyonesse? Pregunta de fácil respuesta: porque en la leyenda de Arturo, Lyonesse es la tierra natal del héroe Tristan, sobrino del rey Mark (que era de Cornualles) y amante de la esposa de éste, Isolda. Algunos historiadores medievalistas consideran que Carew está en un error, puesto que Lyonesse sería la corrupción de una denominación anterior del país de Tristán: Loenois, la actual Lothian situada en Escocia. Pero ya no importaba. El poeta inglés Alfred Tennyson ubicó en Lyonesse el castillo de Camelot, sede de la corte del rey Arturo, así que místicos y románticos comenzaron a escribir sobre el día que Lyonesse surgiese de las aguas, mostrándose en todo su esplendor.
LA CIUDAD DE KER-IS EN BRETAÑA
En su libro Las civilizaciones desconocidas (1976), el investigador Serge Hutin asegura: «Conocemos al menos dos ejemplos del sumergimiento importante (y observemos que incluso repentino) de una región extensa. En tiempos de Carlomagno, el brusco hundimiento de los inmensos bosques que rodeaban la primera abadía del Monte Saint-Michel. Y, sobre todo, la invasión en un solo día de las aguas del lago Flevo por el mar del Norte, convirtiéndose en el Zuiderzee».
El primer ejemplo que cita Hutin está presente en varias leyendas bretonas, según las cuales cuando la marea está baja, en la bahía de Douarnenez se observan unas rocas que, en realidad, serían los cimientos de la mítica ciudad hundida de Ker-ls o de Ys. Si hemos de hacer caso a la tradición, la urbe se erigió en una amplia llanura situada bajo el nivel del mar y protegida de las aguas por un fuerte muro dotado de compuertas. Allí moraba el buen rey Grallon (o Gradlon) y su hija, la princesa Dahut, que se entretenía con sus numerosos amantes y, una vez que se cansaba de ellos, los mandaba arrojar desde su torre. Un día no se la ocurrió mejor cosa que robar la llave de plata que su padre llevaba colgada al cuello y abrir las compuertas del muro, dejando entrar las aguas. Las consecuencias ya se las pueden imaginar: la ciudad de Ys se hundió en el Atlántico, pero, al igual que la leyenda de Comualles, sólo un hombre -el rey Grallon- pudo escapar de la catástrofe galopando en un caballo blanco. En el norte de España nos hallamos con infinidad de relatos sobre ciudades sumergidas. Todos poseen un denominador común: las villas acaban hundidas a consecuencia de un castigo divino por el comportamiento inmoral de sus pobladores -clara alusión al bíblico Diluvio Universal-. En la Crónica de Turpin, incorporada al Codex Calistinum (siglo XII), se menciona una ciudad inundada con el nombre de Lucerna. Muchas son las referencias sobre una urbe sumergida en un profundo lago o laguna.Tal vez la más conocida sea la que se encuentra en el interior del lago de Sanabria (Zamora). Dicen que las campanas de la mítica Lucerna se pueden escuchar desde las proximidades del lago, siempre que la persona se halle «en gracia de Dios».
DUYO Y BERBIDO EN FINISTERRE
En cambio, existe una leyenda sustancialmente diferente al resto. Hemos aludido al reino perdido de Lyonesse, que se situaría enfrente de Land’s End (el Fin del Mundo), en el extremo suroeste de Inglaterra. Y curiosamente en España tenemos la ciudad de Duguím (Duyo), sumergida en las costas del Finisterre (el Fin de la Tierra), en el extremo noroeste de la península Ibérica. Hoy sólo destaca un mar bravio, cuando antaño, según las leyendas, hubo palacios. Duyo sería la capital de los artabros (uno de los pueblos indígenas asentados en la Gallaeci del siglo III a. C.) y lugar de paso de las naves que cubrían la ruta del ámbar y del estaño entre Galicia y las Islas Británicas. Por supuesto, el Atlántico acabó ganando la batalla. Jorge Borrow, más conocido como «Jorguito el inglés» y autor de La Biblia en España, recorrió los caminos pedregosos de la península Ibérica en el primer tercio del siglo XIX. Durante su paso por Finisterre, anotó en su diario: «Por una playa de blancura deslumbradora avanzamos hacia el cabo, meta de nuestro viaje. En aquella playa se alzaba en otro tiempo una ciudad comercial inmensa, la más orgullosa de España. En la bahía, hoy desierta, resonaban entonces millares y millares de voces, cuando las naves y el comercio de toda la tierra se concentraban en Duyo».
LA MORADA SECRETA DE LOS DIOSES
A veces nos encontramos con legendarias ciudades, tan lejanas en el tiempo y tan perdidas en la historia, que los habitantes del lugar suponen que fueron construidas por los propios dioses cuando bajaron a la Tierra, y sepultadas por las aguas cuando los «instructores celestes» abandonaron nuestro planeta, con la intención de ocultar todo rastro de su presencia. Uno de los casos más interesantes en este sentido es el de Pohnpei, isla del Pacífico perteneciente al archipiélago de las Carolinas, en la Micronesia. Durante un viaje al lugar, el añorado investigador Andreas Faber-Kaiser descubrió que Pohnpei significa «sobre el secreto», pues su misterio no se encuentra en las extrañas ruinas ciclópeas que se alzan sobre los 91 islotes artificiales que componen el conjunto de Nan Madol, sino bajo los mismos. Recordemos que Pohnpei se considera uno de los santuarios sagrados de la desaparecida civilización de Mu (ver artículo Tras la pista de Mu y Lemuria). El guardián de Nan Madol, Masao Hadley, le comentó al escritor David H. Childress que «debajo de Madelenihmw Harbor está la secreta ciudad de los dioses, construida antes de que llegaran las gentes de Pohnpei». Varias expediciones australianas, estadounidenses y japonesas descubrieron, a nueve metros de profundidad, los vértices superiores de diez columnas o pilares verticales de veinte metros de altura cada una, que formarían parte de una ciudad hundida hace milenios, cuyos pobladores nada tendrían que ver con los constructores de Nan Madol. De hecho, corrió el rumor de que unas misteriosas expediciones habían sacado de las aguas, de modo clandestino, unos enigmáticos sarcófagos de platino.