Una prostituta compasiva soy

Varios miles de años antes de nuestra Era, en la antigua tierra de Sumer, las sacerdotisas de la Diosa, se denominaban a sí mismas las pro stares, las seguidoras de la Estrella, las representantes de la Estrella. En aquella lejana época no existían aún las que posteriormente serían religiones patriarcales, pues la malsana semilla del machismo aún no había arraigado en la mente humana. ¿Y quien era esa Estrella? ¿A qué Estrella las sacerdotisas de Sumer veneraban? Ellas eran hijas de la Estrella. Y esa Estrella que las guiaba era la misma Diosa. Y en el firmamento la diosa que las iluminaba era la Estrella más hermosa de cuantas el ojo humano era capaz de ver. Esa sagrada Estrella sólo fulguraba en el mágico momento del Amanecer y tras el negro azulado del Ocaso. Se la denominó el Lucero del Alba y el Lucero del Anochecer. Esa Estrella maravillosa era el símbolo precioso de la Diosa Suprema, la dadora de vida y quien la arrebataba en la muerte.

Cuando la misma estrella refulgía en la aurora como Lucero del Alba era el símbolo de la vida naciente. Y cuando su luz acompaña los finales instantes del ocaso entonces representaba a la diosa que nos conduce a la tierra de la muerte. Una misma estrella, una sóla Diosa.

Sus sacerdotisas eran así las pro stares, las que siguen a la diosa, las que reciben su iluminación. Pues ella es la luz mágica que brilla en la negrura del cosmos y en el celeste firmamento. No es necesario añadir que cuando miles de años después invadieron la historia las religiones del dios patriarcal sufrieron esas sacerdotisas de la Estrella, del Lucero matutino y vespertino, de la Diosa Eterna, la más cruel y continuada persecución. Así el sagrado nombre de sus sacerdotisas, las pro stares, se convirtió en un nombre vilipendiado, calumniado, símbolo de la abominación que según ellos la diosa y sus santas sacerdotisas representaban.

La Diosa era alegría y gozo, luz y vida, libertad e individualidad. Mas todo esto sería perseguido. Los sacerdotes patriarcales mataron a las sacerdotisas, persiguieron la libertad del género femenino y convirtieron al Lucero del Alba y el Ocaso, a la Santa y Eterna Diosa, en el peor de los demonios (caída de la divinidad femenina). La transformaron en una jerarquía celeste que se había rebelado contra su omnipoderoso dios patriarcal. Nació así el malintencionado mito de Lucifer, un supuesto arcángel que no había aceptado los mandatos del ahora nuevo dios creador.

Cuando en aquellos lejanos días, donde la Diosa era simbolizada por el hermoso y sagrado Lucero que hoy conocemos por el nombre romano-latino de Venus, la deidad hablaba figuradamente a través de sus sacerdotisas decía de sí misma: Soy una prostituta compasiva. Para aquella sociedad no patriarcalizada el sexo llegó a ser algo sagrado, un acto del más alto nivel. Sabían que en las fuerzas de la sexualidad se hallan escondidas las claves secretas no sólo de la vida sino también del universo todo. Pero se trataba de una sexualidad sagrada, elevada hacia la esencia de los dioses, y no una sexualidad profana y degradada como la que hoy ordinariamente conocemos. Sacerdotisa y prostituta sagrada eran entonces lo mismo. La unión sexual podía convertirse en un acto de comunión con la divinidad.

La diosa era conocida como la Luminosa, la que trae o porta la luz, una deidad luciferina. Y así fue también no sólo en Sumeria sino en casi todo el mundo antiguo en torno a las riberas del Mediterráneo. Las diosas verdaderas llevaban siempre el adjetivo de luminosas. Así la Brigit celta era conocida como Brigit la Brillante. La diosa romana Diana era llamada Diana Luciferina. Y Luciferina era el título de la Deidad Femenina. Posteriormente para los patriarcales (judíos, cristianos y musulmanes) fue el apodo del arcángel rebelde llamado Lucifer.

En Babilonia la Diosa era conocida con el nombre de Isthar. Y de ella recibieron la denominación todos los luceros de la noche, las estrellas. La Diosa era llamada estrella y posteriormente se generó su sentido universal. Y el lucero estelar por antonomasia era el bellísimo astro que siempre mantuvo el nombre de la Diosa y hoy conocemos aún por Venus (el equivalente romano de la diosa del amor Isthar, Innana, Astarté, Astaroth, Asherá, etc)

La Diosa era la portadora y generadora de luz y ahí su denominación Lucifer. En cambio los patriarcalistas eligieron al sol como símbolo de su deidad machista. Ambos astros simbolizan arquetipos. Venus-Isthar representa a la luz que transita de la noche al día, antes de que el sol cruce el orto. E igualmente tras la puesta del sol el lucero del atardecer nos conduce hacia la noche. Sólo brilla en ausencia del sol, en los dos crepúsculos, en los momentos claves donde se unen la luz y las tinieblas, la muerte y la vida. Es en ese momento mágico, cuando la noche o el día nacen, donde la diosa surge uniendo las dos realidades. Ella es la luz y la clave entre la vida y la muerte. Ella trasciende la dualidad y nos conecta con lo eterno. La diosa luciferina, la divinidad luminosa, lucifera, nos saca del tiempo y nos lleva hacia la esencia del universo y de nuestra alma. Ella nos revela el lugar donde el tiempo se detiene, donde probamos el vértigo del éxtasis y alcanzamos la liturgia en la que tiene lugar el misterio metafísico. La Diosa es la puerta al conocimiento extático. Ella es la clave de la verdadera Puerta Estelar. Ella es la Estrella. Ella es Lucifera.

Pro stares: Las sacerdotisas de la Diosa la sustituían en la tierra, eran por ello sus sustitutas y de ahí el nombre de pro stares (sustitutas o representantes de la estrella) que posteriormente se convirtió en el término degradado de prostitutas, con el que en siglos venideros se conocía a todas las mujeres que no seguían los mandatos morales y doctrinales de los sacerdotes patriarcales así como a cualquier mujer que comercie con su cuerpo.