Evidencia de la Extrema Antigüedad del Ser Humano – Parte II
Maurice Chatelain
Extraído del libro «En Busca de Nuestros Antepasados Cósmicos»
En el mes de marzo de 1971, un joven estudiante norteamericano llamado Jeffrey Goodman tuvo un extraño sueño. Soñó que estaba trabajando en un emplazamiento arqueológico, picando el suelo en un sector particular que se le había asignado, y pensando en pedir ayuda a su primo para poder llevar a cabo su tarea en el plazo previsto. Vio también en su sueño el mapa de una zona determinada del territorio norteamericano, denominada Four Corners, sin duda porque es el único lugar de Estados Unidos donde se unen cuatro estados diferentes: Arizona, Nuevo México, Colorado y Utah.
Algunas semanas más tarde, el 30 de abril de 1971, Jeffrey tuvo un segundo y parecido sueño. Se encontraba entonces con su perro sobre un terreno rocoso, sembrado de enormes y redondeados bloques de piedra, al parecer de origen glaciar, entre dos filas de acantilados de color rojo, con la superficie salpicada de magníficos picos de un color verde deslumbrante. En su sueño, sabía que andaba en busca de los vestigios dejados por sus antepasados lejanos, cazadores prehistóricos cuyas cabezas presentaban una forma extraña. De pronto, divisó el lecho desecado de un torrente, al fondo del valle, y comprendió de inmediato que se trataba del lugar deseado.
Supo de antemano que allí iba a encontrar esqueletos enteros, ennegrecidos por el tiempo y adornados con diamantes y otras piedras preciosas. Se dio cuenta entonces de que le rodeaba un grupo de arqueólogos, en apariencia incrédulos. En su deseo de demostrarles que tenía razón, Jeffrey cavó horizontalmente bajo la orilla del torrente, levantó una gran losa de barro petrificada y, como si alzase una trampilla, apareció toda una serie de esqueletos, bien ordenados sobre una tierra de un raro color negro, que recordaba el carbón o la turba. Y en ese instante despertó.
Estos dos extraños sueños fueron relatados en un libro apasionante, publicado en inglés hace algunos años (Psychic Archeology – Goodman – Berkeley NY 1977). Hasta aquí, el asunto carece de importancia en comparación con la continuación de la historia, ya que los sueños se cumplieron posteriormente, desembocando en descubrimientos arqueológicos sorprendentes, que dieron nacimiento a una nueva rama de la ciencia, a la que denominamos ahora arqueología psíquica.
Jeffrey acababa de matricularse para un curso de arqueología en la Universidad de Tucson, Arizona, después de dedicarse a la investigación de yacimientos petrolíferos durante cinco años. Habló de sus sueños a algunos amigos, que no le tomaron muy en serio. No obstante, le aconsejaron que consultase a Aron Abrahamsen, un ingeniero astronáutico que vivía en Oregón y que tenía la reputación de poseer dones psíquicos fuera de lo corriente, pensando que quizás este hombre le proporcionaría una explicación para sus sueños.
Aunque bastante escéptico, Jeffrey escribió a Abrahamsen, contándole con todo detalle sus dos sueños, y esperó tranquilamente la respuesta, la que llegó unos días más tarde, el 25 de mayo de 1971. Fue el comienzo de una sorprendente aventura que duró varios años y que trastornó por entero la existencia de Jeffrey Goodman.
Se hizo evidente que el psíquico sabía de qué hablaba. Lo que contaba sobre los primeros habitantes del Continente Americano, con gran precisión científica, parecía absolutamente verosímil, aunque estuviese en completa contradicción con las teorías de la ciencia oficial. De acuerdo con éstas, los primeros indios norteamericanos eran de origen asiático, habiendo pasado al Nuevo Continente por el estrecho de Bering, en aquel tiempo cerrado por los hielos, hace alrededor de quince mil años. Según Aron, los primeros indios fueron de origen insular y llegaron hace más de cien mil años, lo cual se corresponde punto por punto con todas las leyendas indias, en particular con las de los hopies.
Según los hopies, hubo tres mundos diferentes antes del actual. El primer mundo fue destruido por el fuego, dato corroborado por el período de actividad volcánica que asoló Arizona alrededor de 250,000 años atrás y que dejó huellas indudables. El segundo mundo fue destruido por el hielo, lo que coincide con la terrible glaciación que descendió hasta Arizona hace alrededor de cien mil años. En cuanto al tercer mundo, fue destruido por el agua, lo que corresponde al diluvio universal que recubrió Arizona hace alrededor de 12,000 años, con motivo de la fusión del hielo al finalizar el período glacial precedente.
Aron Abrahamsen afirmaba que existían todavía huellas de estos primeros antepasados en la región volcánica de Flagstaf, Arizona, bajo las riberas de un torrente seco, que descendía en otro tiempo de la montaña, en medio de un bosque de pinos y al lado de una fisura granítica de origen volcánico. Jeffrey partió sin tardanza en busca de aquel lugar preciso, cuya descripción se ajustaba perfectamente al que había visto en su sueño, pero con muchos más detalles de los que había captado. Fijó primero el punto en un mapa geológico, donde figuraban a la vez las rocas volcánicas y las tierras de aluvión, las cuales se habían transformado poco a poco en arenisca en el transcurso de los milenios.
Después lo localizó sobre el terreno, a 2,400 metros de altitud y exactamente con la misma apariencia que en su sueño. Pero entonces comenzaron las dificultades, ya que el terreno pertenecía al estado de Arizona y era necesario obtener un permiso de investigaciones geológicas, lo que precisó un cierto tiempo. Para aprovecharlo, envió a Aron el mapa geológico, pidiéndole que tratara de indicarle con mayor precisión el lugar exacto en donde debería empezar la excavación. Aron le respondió en seguida, marcándole en el mapa el emplazamiento preciso de sus sueños, coincidente con su localización sobre el terreno. No había la menor duda. Aron conocía el lugar sin haberlo visitado jamás, lo que parecía en verdad increíble.
El psíquico proporcionó luego detalles más precisos sobre los primeros habitantes de la región, que parecen explicar por qué los indios norteamericanos tienen una sangre diferente a la de cualquier otra raza, por qué su cráneo y la implantación de sus dientes son asimismo distintos, por qué hablan doscientos lenguajes diferentes, ninguno de ellos emparentado con una lengua asiática, y por qué se encontró en México polen de maíz con más de 80,000 años de existencia, siendo así que, según la ciencia oficial, el maíz apareció en Asia hace alrededor de 9,000 años.
La autorización para las investigaciones geológicas terminó por llegar en 1973, con dos años de retraso, al tiempo que Jeffrey se enteraba que su profesor de arqueología la hubiese obtenido casi en el acto mediante una simple llamada telefónica. Sólo que había sido el profesor quien se encargó de retrasarla todo lo posible, temiendo sin duda que la arqueología psíquica resultase efectiva y que Jeffrey demostrara su realidad descubriendo un emplazamiento prehistórico desconocido visto en sueños.
Las excavaciones se iniciaron en seguida, ciñéndose a un cuadrado de seis metros de lado, establecido por Aron, quien predijo que se encontrarían útiles primitivos de sílex a menos de dos metros de profundidad, con cambios de capas geológicas a 2.4 y a 4.5 metros de profundidad, remontándose a 25,000 años la edad de la última. Según Aron, Jeffrey debería hallar en ese lugar los huesos de un caballo y de tres seres humanos, una mujer y sus dos hijos, que perecieron sepultados bajo una avalancha de tierra y hielo. Tales predicciones estaban en contradicción formal con las teorías de la ciencia oficial, según las cuales los indios norteamericanos poblaron el territorio hace 15,000 años, y los caballos sólo 7,000.
Y, sin embargo, Jeffrey encontró primero, a 1.5 metros de profundidad, útiles primitivos tallados en sílex, algunos de los cuales habían sido tallados de nuevo para afilarlos. A continuación, a 2.4 y 4.5 metros encontró otras capas geológicas. Muestras de las tres capas fueron analizadas por medio del carbono 14, a fin de valorar su radiactividad remanente, siendo estimada su edad en unos 25,470 años, lo que confirmaba las predicciones de Aron.
En este punto, los trabajos tuvieron que ser interrumpidos, a causa del frío y la nieve que reinan durante varios meses al año a esta altura de 2,400 metros, incluso en Arizona. De todos modos, treinta y dos de las treinta y cuatro predicciones geológicas, y dieciocho de las veintitrés predicciones arqueológicas, emitidas por Aron Abrahamsen se habían revelado exactas, lo que probaba ya, y sin discusión posible, la exactitud de la arqueología psíquica.
Jeffrey pasó parte del invierno tratando de obtener una ayuda financiera para continuar sus investigaciones. Se dirigió a las principales fundaciones de investigación científica, las cuales disponen todos los años de millones de dólares, destinados precisamente a investigaciones arqueológicas…, a condición de no descubrir nada que ponga en peligro las teorías bien establecidas. Jeffrey fue muy bien recibido en todas partes, pero, cada vez que creía haber conseguido alguna ayuda, se rechazaba de pronto su demanda, sin la menor explicación. La mafia de la ciencia oficial, que había tratado en vano de obstaculizar su permiso de investigaciones geológicas y que nunca le perdonó que lo obtuviese, hacía ahora todo lo posible para que, por falta de dinero, no pudiese proseguir sus investigaciones. Por lo demás, se salió con la suya, puesto que Jeffrey tuvo que dejar pasar el verano de 1974 sin avanzar en la excavación.
Cuando, por fin, logró alguna ayuda financiera, a principios del verano de 1975, Aron Abrahamsen le informó de que se dedicaba ahora a otras actividades psíquicas en el Stanford Research Institute y que no le restaba tiempo para ocuparse de la arqueología. Al mismo tiempo, le hicieron saber a Jeffrey que su autorización se limitaba a las investigaciones geológicas y que los objetos por él descubiertos eran el resultado de investigaciones arqueológicas. El funcionario le autorizó, sin embargo, a proseguir de manera provisional, en tanto no le concediesen un nuevo permiso.
Al reiniciar las excavaciones, Jeffrey tuvo la satisfacción de comprobar que las paredes habían resistido el invierno y que el fondo se mantenía seco. Se le presentó entonces una delegación amistosa de indios hopis, quienes le informaron de que aquel punto era conocido desde siempre como el lugar de residencia favorito de los kachinas, los dioses benévolos de los hopis desde la creación del mundo, y que sus investigaciones no estaban en contradicción con su religión, ya que ello les permitiría quizá saber un poco más sobre sus antepasados.
Dado lo reducido de sus fondos, y teniendo en cuenta que sólo le quedaban seis semanas antes de que llegase el invierno para cavar los dos últimos metros, Jeffrey decidió disminuir la superficie haciéndola dieciocho veces menor que en proyecto inicial. Se iniciaron los trabajos, pero fueron detenidos a 6.3 metros de profundidad por una roca de origen glaciar, la cual hubo que hacerla saltar con dinamita. Y entonces Jeffrey recibió la recompensa de todos sus esfuerzos.
A siete metros de profundidad, en el punto exacto en que Aron había predicho, apareció por fin el paleosuelo; es decir, el suelo original, que se remonta a varias centenas de miles de años. Un descubrimiento muy raro en arqueología. Un paleosuelo representa un período de estabilidad geológica, cosa fascinante para un arqueólogo, ya que sólo ahí puede esperar encontrar la huella de los primeros hombres y los animales que vivieron sobre la superficie terrestre hace millones de años. Era evidente que las tres capas de fina arcilla, superpuestas a 2.4, 4.5 y 7 metros, correspondían a períodos geológicos apacibles y cálidos, datando el primero de 12,000 años, el segundo de 20,000 y el tercero de más de 100,000.
El hecho más extraordinario consistía en el que los útiles de sílex tallado encontrados a siete metros de profundidad eran más abundantes y de mucha mejor calidad que los incluidos en los niveles superiores, lo que parecía contradecir la teoría de la evolución de las civilizaciones humanas, ¡a menos que en aquella época dicha evolución marchara en sentido contrario! Como cosa digna de mención, digamos que a ocho metros de profundidad había una punta de flecha cuya longitud y débil espesor la hacía comparable a las mejores muestras de Europa, atribuidas por regla general a una época mucho más reciente.
Fran Farley, una mujer de Florida, con poderes psíquicos a quien Jeffrey envió sin dar explicaciones un utensilio de sílex extraído del fondo del pozo, reveló que el objeto se remontaba a más de 60,000 años y que, si continuaba profundizando hasta unos doce metros, pondría al descubierto los huesos se un caballo y de tres seres humanos, lo cual, dejando aparte la profundidad, coincidía con la predicción de Aron.
Desgraciadamente, ningún vestigio humano pudo ser descubierto en el pozo, cuya superficie se redujo a dos metros cuadrados por razones financieras, mientras que Aron había indicado un cuadrado de seis metros de lado. Por lo tanto, es muy posible que los vestigios humanos anunciados por Aron se hallen a algunos metros a derecha o a izquierda, o tal vez un poco más abajo. En cualquier caso, las investigaciones de Jeffrey Goodman revisten un gran valor desde el punto de vista arqueológico.
Desconocemos en estos momentos la suerte de Jeffrey Goodman, si ha podido conseguir fondos o si ha podido reemprender sus excavaciones.