TARTESSOS

 
                                                     

YACIMIENTO DE POZO MORO

 

  MARTÍN ALMAGRO-GORBEA - UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

 

 

 

POZO MORO Y SU IMPORTANCIA PARA CONOCER LA CULTURA IBÉRICA

 

Pozo Moro se reveló desde la primera campaña como algo excepcional para lo hasta entonces conocido en la Arqueología Ibérica. Aunque en fechas posteriores la excavación cada vez más sistemática de las necrópolis ibéricas ha permitido constatar que el yacimiento era una necrópolis habitual en esa zona del mundo ibérico (Blánquez 1991; Blánquez - Antona (eds.) 1991), la posibilidad de anastilosis del monumento orientalizante y las características de éste siguen siendo un hecho excepcional.

 

Por ello es interesante señalar las más importantes aportaciones al conocimiento del mundo ibérico que ha proporcionado este yacimiento, sin olvidar los avances que, en su día supusieron la adecuada metodología empleada en su excavación, cuya trascendencia puede verse en los resultados obtenidos. Los estudios realizados a medida que se avanzaba en la excavación y se restauraban los materiales y elementos arquitectónicos para su mejor comprensión y valoración fueron abriendo diversas vías de análisis, algunas complejas y entonces novedosas, dando inicio a un largo proceso, que, en cierto sentido, aún sigue abierto a nuevas líneas de trabajos y futuros estudios e interpretaciones.

 

Técnicas de excavación.- La excavación de Pozo Moro se planificó y ejecutó aplicándose en ella técnicas pioneras en aquel momento del desarrollo de España. En primer lugar, se abordó desde el principio un análisis total del yacimiento, que no tenía que suponer su total excavación, pero que exigía una adecuada prospección previa para conocer a fondo sus características y posibilidades y así planificar una estrategia de conjunto. En la excavación se utilizó microtopografía para el levantamiento previo del terreno y para precisar la situación e inclinación de los suelos y estructuras "in situ", gracias al uso de nivel óptico para toma de cotas. También se emplearon retículas móviles para dibujar las plantas superpuestas a escala 1:10, el humificador para "leer" mejor las estructuras de adobe, hasta entonces prácticamente desapercibidas, y, en la última campaña, se empleó de forma sistemática el detector de metales. Igualmente se contó con una caseta de obras para guardar el material de excavación y con un andamio metálico para mejorar la documentación fotográfica en altura, realizándose, igualmente, vuelos aéreos para lograr fotos aéreas de conjunto, etc.

 

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Manipulación informática de la escena del banquete. Relieve de Pozo Moro. ©Proyecto Escultura Ibérica (U.A.M.).

Cronología.- El hecho que más llamó la atención sobre Pozo Moro inicialmente fue su precisa fecha hacia el 500 a.C., basada en la buena cronología de los materiales griegos de su ajuar. Pozo Moro pasó a ofrecer la primera referencia cronológica segura para el inicio de una necrópolis ibérica y para un importante conjunto escultórico, siendo, además, muy anterior a lo hasta entonces conocido (Ripoll et alii (ed.)1978). Por ello, su importancia es indudable al haber confirmado la alta cronología de la Cultura Ibérica tras casi 100 años de estudios dedicados a esta cultura desde su descubrimiento, superando el interés hasta entonces centrado en descubrir y analizar su origen y establecer la fecha de su cultura material. Sólo gracias al preciso marco cronológico que ofrecía Pozo Moro se logró comprender definitivamente el largo proceso evolutivo de la Cultura Ibérica, que permitió ofrecer una nueva base interpretativa para adentrarse con objetividad en el análisis de la estructura social e ideológica del mundo ibérico en su contexto histórico, ya que la falta de dicho marco cronológico había hecho imposible llegar a comprender la personalidad y el proceso evolutivo de la Cultura Ibérica.

 

El Arte Ibérico. El conjunto escultórico y arquitectónico de Pozo Moro, perfectamente fechado y encuadrado estilísticamente, permitió replantear los estudios sobre el Arte Ibérico dentro de un cuadro coherente, ya que, por primera vez, su arte permitía una interpretación estilística, histórica y funcional (Almagro1975; Almagro-Gorbea 1978). El principal resultado de estos trabajos fue la evidencia de una arquitectura funeraria ibérica de carácter monumental, que hasta entonces había pasado desapercibida por incapacidad para interpretar los numerosos restos hallados, habitualmente considerados pertenecientes a "templos" o "santuarios", como ocurría también con las esculturas, sobre cuya función funeraria existían serias dudas a pesar de lo contexto arqueológico que ofrecían las necrópolis en que se habían hallado. El estudio de los restos de Pozo Moro permitió identificar la existencia de numerosos de monumentos ibéricos que constituyen un ciclo de gran interés y personalidad en la arquitectura prerromana del Mediterráneo. Aunque este es un conjunto único, por su tamaño y complejidad se clasificaron en monumentos turriformes y "pilares-estela", éstos rematados por animales, lo que permitía reconstruir la hasta entonces desconocida función originaria de la escultura ibérica (Almagro-Gorbea 1983).

 

Por otro lado, la nueva cronología permitió profundizar en su estudio estilístico, abriendo una nueva vía para comprender mejor las interrelaciones del Arte Ibérico con el fenicio y el griego (Chapa 1980; id. 1985). Igualmente, el estudio del monumento de Pozo Moro permitió descubrir la existencia de un sistema metrológico en el mundo ibérico, de origen oriental, abriendo un nuevo campo de estudios (Almagro-Gorbea 1983, 225;  Acquaro 1991, 557-558;  Almagro-Gorbea - Gran Aymerich 199,: 189 s.) que aun espera una investigación adecuada.

 

No menos importante fue que los leones de esquina y el resto de los relieves, junto a la nueva cronología, permitían abordar la clasificación estilística del numeroso conjunto de escultura zoomorfa ibérica e, indirectamente, también de la humana. Esta tarea, hasta entonces nunca abordada, se pudo llevar a cabo gracias al esfuerzo de T. Chapa (1984), cuyo corpus sigue siendo esencial y modélico para trabajos posteriores.

 

Análisis del territorio.- El estudio de Pozo Moro también evidenció el interés del análisis del territorio para la debida comprensión del monumento. Pozo Moro se hallaba situado en un cruce de vías prerromanas: la que penetraba desde Carthago Nova en la Meseta hasta Complutum, y la vía Heraklea, que desde Cádiz remontaba el Guadalquivir y llegaba a la costa del Levante Peninsular. Este hecho abrió nuevas perspectivas para este tipo de análisis que tanto interés ha suscitado posteriormente al permitir comprender la importancia de los yacimientos prerromanos para reconocer su trazado (Almagro-Gorbea 1977; Id. 1978; Blánquez 199, 37 s.; Maluquer 1983; Galán 1993). Además, Pozo Moro, como indica su nombre, era un antiguo pozo en una zona endorreica (Almagro-Gorbea 1983, 181), por lo que el monumento turriforme pudo interpretarse como una marca de dominio y propiedad territorial en un punto estratégico de control de vías de comunicación, lo que recordaba la ubicación de alguno de los grandes monumentos funerarios de los reyes númidas (Rakkob 1979), que también a veces aparecen ubicados a modo de marcas fronterizas. Este hecho ayuda a comprender la ausencia de una población en las proximidades del yacimiento, reforzando la idea de que el rex enterrado en Pozo Moro habría habitado habitualmente en alguna población próxima del territorio, que cabe suponer fuera Saltigi, la actual Chinchilla, situada unos 10 km. más al Norte.

 

El "paisaje social" de las necrópolis ibéricas.- El estudio del monumento en su contexto funerario abrió una de las más fecundas vías de análisis de la Arqueología Ibérica: el estudio e interpretación de las necrópolis, seguida por numerosos estudios posteriores. Un aspecto novedoso fue constatar que la forma habitual de las sepulturas ibéricas, al menos en todo el Sureste, eran los túmulos escalonados, de piedra o adobe, revocados de barro, levantados sobre un bustum en el que se enterraba la urna (Almagro-Gorbea 1983: 193, fig. 5 y 7), pues se extienden desde Corral de Saus hasta Cástulo, en Jaén (id. 277; Blánquez - Antona (eds.) 1991). Estos túmulos se amontonaban y superponían en el reducido espacio de la necrópolis, lo que suponía un área de carácter sagrado relacionado con el lugar de enterramiento del antepasado gentilicio. Además, se comprobó que las tumbas estaban organizados guardando cierta disposición alineada y una orientación, verosímilmente al orto solar del día de su construcción. Igualmente, fue de interés constatar que el monumento orientalizante de Pozo Moro había dado lugar a la formación de la necrópolis ibérica, ya que, al aparecer el monumento regio bajo ésta, por primera vez se pudo explicar el origen de uno de estos característicos yacimientos. Un monumento de carácter sacro, como evidenciaba sus relieves y su orientación, en ese contexto arqueológico debía interpretarse como la tumba o heroon de un monarca sacro cuyo poder político simbolizaba, y que se habría convertido en un antepasado heroico mitificado, por lo que pasó a ser, hasta época romana, el lugar de enterramiento de quienes se consideraron sus descendientes. 

 

Esta interpretación posteriormente parece confirmarse en el heroon del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén) (González Navarrete - Arteaga 1980), construido sobre una necrópolis orientalizante y, a su vez, inicio de otra necrópolis ibérica, costumbre que parece querer exhibir la descendencia de un antepasado local para justificar el poder y la posesión del territorio, proceso bien documentado en la Grecia Arcaica y en Etruria (Almagro-Gorbea 1996, 87 s.).

 

También es importante la aportación de Pozo Moro a la comprensión de la estructura de la sociedad ibérica, superando intentos previos meramente teóricos (Tarradell 1968, 160 s.). La aparición del monumento, la diversidad de tamaño de las sepulturas, que variaban de 1 a 10 m. de lado, y la diversa riqueza de sus ajuares, permitió considerar el monumento como de tipo regio y las sepulturas mayores como "principescas". Por ello, entre los resultados de mayor trascendencia del estudio de Pozo Moro está el haber evidenciado la importancia de necrópolis y ritos funerarios para interpretar el "paisaje social" de la Cultura Ibérica, lo que permitía adentrarse en la estructura socio-política e ideológica de su sistema cultural, campo hasta entonces prácticamente desconocido (Chapa 1990).

Por ello, Pozo Moro representó en el estudio sobre las necrópolis ibéricas el inicio de la superación de las preocupaciones meramente tipológicas y cronológicas, prioritarios en los trabajos del segundo tercio del siglo, basados en algunas estratigrafías y necrópolis, éstas algo mejor conocidas. Las excepcionales condiciones del yacimiento y su adecuada excavación permitieron, por primera vez en España, reconstruir el monumento, proceder al análisis de la evolución e interpretación de toda una necrópolis, adentrarse en su "paisaje social" y plantearse la necesaria interpretación de su estructura socio-económica y de todo el sistema cultural subyacente de forma evolutiva. Igualmente, fue Pozo Moro la primera necrópolis analizada desde un punto de vista demográfico (Almagro-Gorbea 1986; Reverte 1992), con importantes resultados posteriormente seguidos en otros yacimientos. En concreto, se pudo conocer datos como la longevidad y fortaleza del rex enterrado en el monumento, la escasa esperanza de vida al nacer de la población, próxima a los 30 años, y la alta mortalidad infantil y peripuerperal de la mujer, lo que suponían datos absolutamente desconocidos en el mundo ibérico.

Este conjunto de estudios pusieron en evidencia la importancia de las necrópolis para conocer aspectos esenciales de la cultura ibérica (Chapa 1990), como su estructura social y su sistema ideológico, campo más difícil de conocer con los restos materiales, pero que suscita en la actualidad cada vez mayor interés (Current Anthropology 37-1, 1996, pp. 15 s.), pues refleja mejor que ningún otro la personalidad cultural y la evolución histórica de dicha cultura dentro del mundo mediterráneo de la Antigüedad, que constituyen el marco de referencia obligado para su análisis histórico (Almagro-Gorbea 1996).

 

En efecto, otra consecuencia de gran importancia de esta interpretación de Pozo Moro fue descubrir la existencia de una sociedad fuertemente jerarquizada, de tipo regio o principesco como indicaban las fuentes escritas (Caro Baroja 1971, 81 s.; M. Almagro-Gorbea 1983, 220 s.; id. 1996), aunque con evidentes variaciones geográficas y diacrónicas (id. 1983; Id. 1983b; Id. 1991; id. 1996). Dicha "monarquía sacra" era de origen oriental, pero fue su evolución ulterior lo que resultaba ser imprescindible para comprender la singularidad de Pozo Moro y para explicar la estructura y la evolución ulterior de las sociedad ibérica. En efecto, las necrópolis ibéricas y sus monumentos funerarios evolucionaron hasta la romanización, reflejando la estructura socio-política de una sociedad fuertemente jerarquizada de tipo gentilicio, cuya cúspide la constituían los reyes locales procedentes de una tradición sacra orientalizante, que se transformó en monarquías de carácter heroico a partir del siglo V a.C., proceso documentado en los monumentos funerarios. Su variabilidad formal permite una interpretación social, ya que el esfuerzo puesto en su construcción refleja el prestigio, importancia y creencias del difunto, así como sus relaciones comerciales y culturales, a lo que se añade que alguno de estos monumentos dieron lugar al inicio de una necrópolis, como ocurre en Pozo Moro (Almagro-Gorbea 1983: 220 y 280), lo que indica su pertenencia a los reyes y príncipes que constituían la élite rectora de la sociedad ibérica, seguramente mitificados post mortem y convertidos en heros ktístes del grupo gentilicio.

 

El origen orientalizante de la cultura ibérica.- En el aspecto artístico, la técnica orientalizante de la estereotomía y el sorprendente estilo neohitita de leones y relieves, constituye el mejor exponente de arquitectura ibérica orientalizante, cuando las tradiciones culturales y artísticas de Tartessos pasaron a la Cultura Ibérica antes de que ésta asimilase influjos greco-orientales, que caracterizan la siguiente fase del Arte Ibérico (Almagro 1975; Almagro-Gorbea 1978). Gracias e este hecho indudable se pudo comprender la estrecha relación entre cultura material-organización social-estructura ideológica, así como el importante papel de la aculturación para comprender la evolución del mundo ibérico (Almagro-Gorbea 1983c).

 

Esta profunda relación con el mundo orientalizante del arte ibérico inicial permitió también comprender el origen de esta cultura y la primacía cronológica y cultural del mundo ibérico meridional heredero de tartessos, confirmada por otros elementos, como el alfabeto o el uso del hierro, lo que acrecentaba el interés por los estudios dedicados al mundo tartéssico e ibérico en estos últimos. Además, también permitió comprender la extensión real del mundo orientalizante, que rebasa con mucho el marco limitado de la Andalucía Occidental, pues, de acuerdo con la referencia de la Ora Maritima (Schulten 1955; Mangas - Plácido 1994), se extiende desde el Atlántico hasta el Cabo de la Nao, pues centros como Salacia (Alcácer do Sal) en el Atlántico, Medellín en el Guadiana, Castulo en la Alta Andalucía, La Quéjola o Pozo Moro en Albacete y Peña Negra (Crevillente) o Ilici en Alicante, ponen de manifiesto su gran amplitud geográfica, que incluía estados periféricos como consecuencia del desarrollo socio-económico que supuso el proceso orientalizante (Gamito 1988; Berrocal 1992), de los que, a partir del siglo VI a.C. surgió progresivamente lo que hoy entendemos como Cultura Ibérica.

 

En efecto, Pozo Moro seguía fórmulas orientalizantes, lo que planteaba una nueva visión sobre el orígen del Arte y de la Cultura ibéricas, que debía buscarse en el efecto aculturador del mundo fenicio. El descubrimiento de la colonización fenicia y su influjo sobre Tartessos permitió comprender el interés del monumento de Pozo Moro para valorar la cultura orientalizante y su papel en el origen de la cultura ibérica, ya que ésta representaba su continuación histórica. El estudio de Pozo Moro jugó un papel esencial en esta interpretación, entonces del todo novedosa, al proporcionar cronología y contexto histórico y cultural al mejor conjunto arquitectónico y escultórico hasta entonces descubierto, explicable como obra de artistas formados en ámbito fenicio, seguramente de Gádir, aunque siguinedo estímulos originarios de la costa siria, lo que cambió el panorama existente desde hacía 50 años sobre el origen del Arte y la Cultura Ibéricos.

 

Por ello, dentro del creciente interés que suscitan actualmente los estudios sobre el mundo tartéssico e ibérico y que explica el continuo avance en su conocimiento, Pozo Moro aun constituye uno de los mejores documentos para comprender cómo Tartessos y el mundo ibérico representan un único ciclo cultural, al constituir Tartessos la raíz de éste, que, a su vez, no es sino la continuación de la cultura orientalizante tartéssica siguiendo su propia evolución y los consiguientes influjos coloniales. Este ciclo cultural tartesio-ibérico representan el más significativo proceso histórico de la Hispania prerromana, y, dado su superior capacidad de desarrollo, afectó más o menos directamente a toda la Península Ibérica, aunque su área geográfica se extendiera por las regiones mediterráneas.

 

La helenización del mundo ibérico.- Si Pozo Moro ha sido la clave para explicar el sistema monárquico de tipo sacro de la fase orientalizante del inicio de esta cultura por influjo fenicio y de la semi-legendaria Tartessos, también lo es para comprender cómo, a partir del siglo V a.C., y debido a nuevos estímulos ideológicos, indoeuropeos y griegos, el mundo ibérico se fue transformando en monarquías heroicas, sustituidas progresivamente a lo largo del siglo IV a.C. por un sistema de aristocracias guerreras cada vez más isónomas que prosiguieron su evolución hasta un parcial renacimiento del sistema monárquico durante la dominación bárquida, justo antes de desaparecer con la romanización (Almagro-Gorbea 1996), cuya eficacia en gran medida se debió a la asimilación de las viejas aristocracias guerreras transformadas progresivamente en aristocracias urbanas asimilables a una clase ecuestre comparable a las existentes en otros pueblos de la Antigüedad.

El monumento de Pozo Moro debe considerarse obra de artesanos formados en el ámbito colonial fenicio, tal vez de Cádiz como indican su estilo y su complejo simbolismo orientalizante. Pero su ajuar, fechado hacia el 500 a.C., aunque mantiene la tradición ritual orientalizante del "jarro y el brasero" para libaciones, está ya constituido por un oinochoe de bronce, seguramente griego, y un kylix propbablemente del Pintor del Pithos y un lekythos de la Clase Atenas 482, éste ya decorado con escenas dionisíacas (Almagro-Gorbea 1983, lám. 15 c y d). La procedencia griega de todas estas selectas piezas y su coetaneidad, que hacen suponer su adquisición ex-profeso para los ritos funerarios, evidencian un cambio significativo en las corrientes comerciales y en los gustos helenizantes de la clase dirigente. Este hecho pudiera denotar el inicio de una actitud filohelena del personaje regio allí enterrado, relacionable con la progresiva intensificación de los influjos escultóricos greco-orientales documentados desde mediados del siglo VI a.C. en la costa del Sureste, cambio que se acentua hacia el cambio de siglo, cuando llegan muy al interior, como testimonian las esculturas de Obulco, fechables antes del 480 a.C. (Almagro-Gorbea 1988: 64 s.; Negueruela 1990, 302-303). 

 

La correlación entre ambos hechos resulta sugestiva, pues demostraría la creciente penetración de relaciones filohelenas hacia occidente siguiendo la vía Herakleia hacia el valle del Guadalquivir, en sentido contrario a como anteriormente se habían difundido los influjos económicos, culturales, políticos e ideológicos orientalizantes. Este cambio de tendencia coincide con el momento de máximo predominio griego en todo el Mediterráneo, desde las Guerras Médicas a la batalla de Himera en Sicilia.

 

Esta tendencia filohelena supuso una helenización de los gustos estilísticos, precisamente de orígen griego arcaico, pero, dada la profunda relación de estas esculturas con las estructuras sociales y políticas, también se vislumbran nuevas formas sociales subyacentes que reflejan un profundo cambio ideológico, quizás originario del mundo ibérico septentrional, cambio que dió lugar a monarquías guerreras de tipo heroico, lo que explica la frecuente aparición de caballos y jinetes en la escultura ibérica a partir del siglo V a.C., representados en sus heroa y monumentos funerarios (Chapa 1984, 852 s.;  Blánquez 1997,211 s.). Así se comprende que, apenas una generación después de Pozo Moro, antes del 480 a.C., el heroon monumental de Porcuna ofrece escenas de lucha en las que un jinete vencedor combate a pié, como era habitual en el mundo heroico arcaico. 

 

Esta estructura aristocrática ecuestre explica, a partir del siglo V a.C., la paralela difusión de relieves alusivos al carácter heroico del jinete ibérico como "domador de caballos" o despòtes hippôn, documentados desde Sagunto a Mengíbar (Jaén), seguramente siguiendo ideas e iconografías originarias del mundo aristocrático equestre griego cuyo eco llegó hasta Castulo y Cancho Roano (Blázquez 1979, 290 s., figs. 95-100; Maluquer et al. 1981, f. 10). Todos estos cambios socio-ideológicos debieron influir de forma decisiva en la evolución de la sociedad tartésica y ayudan a comprender la profunda crisis socio-ideológica que supuso el ocaso de Tartessos al desaparecer, en el lapso de una o dos generaciones su fastuosa sociedad orientalizante regida por reyes sacros sustituida por aristocracias gentilicias de tipo ecuestre.

 

La expansión de éstas se vería favorecida por su mayor afinidad ideológica con el mundo colonial griego arcaico, dado su común fondo indoeuropeo y la vigencia de las mismas en la épica griega y en las arcaizantes colonias focenses de Occidente, frente a las monarquías sacras de tipo oriental, más extrañas a la cultura griega y a su ideología y con intereses vinculados por tradición política a la colonización feno-púnica. Por ello, estas nuevas ideas, gustos estéticos e iconografía sustituyen hacia el 500 a.C. a las del mundo orientalizante, aún vigentes en un monumento tan significativo y tardío como el de Pozo Moro, que ya pudo estar rematado por un jinete, explicando dicho cambio ideológico relacionado con la expansión de la nueva concepción "heroica" del poder político y de la estructura social que evidencian las citadas innovaciones iconográficas y la introducción del rito de deposición de armas rotas en la sepultura originario del mundo ibérico septentrional. 

 

Además, alguno de estos cambios políticos e ideológicos, potenciados por nuevas élites dirigentes, pudo ir asociado a fenómenos étnicos, ya que con esta penetración de influjos ibéricos filohelenos se podrían relacionar ciertos elementos lingüísticos cuya dispersión coincide con la escultura monumental, como los topónimos ibéricos en ili- o ilu-, que se documentan por la parte oriental y meridional del área correspondiente a los topónimos en -ippo- y en -uba del anterior substrato tartésico. Sin embargo, Pozo Moro puede considerarse el precedente de los heroa ibéricos por su carácter de propaganda dinástica y como ejemplo del uso de relieves para narraciones míticas al servicio de la ideología regia sacra de origen tartésico orientalizante, idea seguida en los heroa ibéricos de Porcuna (Negueruela 1990), Elche (Ramos Folqués 1950; id. 1955) o Huelma (inédito, en el Museo de Jaén 1996), cuyas esculturas ya ofrecen formas y esquemas iconográficos helenos, como evidencia su estilo y el carácter predominantemente guerrero relacionado con un mundo mítico heroico.

 

Pero estos hechos también explican la competencia y las variaciones en las áreas de influencia de los dos grandes círculos coloniales de la Península Ibérica: el feno-púnico al Sur y el greco-focense en el Levante y Sureste, que influyeron en las creencias y ritos ibéricos como reflejo de la diversidad ideológica. Esta rivalidad colonial favorecería y explicaría las habituales luchas entre los numerosos monarquías ibéricas de tipo guerrero, dado el control indirecto o "protectorado" característico del sistema colonial (De Jesún 1978). Tal situación permite explicar muchas de las numerosas destrucciones, a veces intencionales pero no contemporáneas, de estos monumentos, lo que fue otra de las importantes aportaciones de Pozo Moro (Almagro-Gorbea 1983: 286-287), después seguida por diversos autores (Roullard 1986; Chapa 1993). Dichas destrucciones serían consecuencia, como se ha señalado, de su significado socio-político para la sociedad ibérica. También se explicaría de este modo la penetración de élites ibéricas filohelenas por las zonas occidentales del antiguo mundo tartéssico, como evidencia el heroon de Obulco, monumento que, desde esta perspectiva, correspondería a una dinastía filohelena, por tanto favorable a intereses comerciales griegos. 

 

Esta expansión de élites filohelenas desde el Sureste hasta el Valle del Guadalquivir puede explicar la iberización helenizante del área precedentemente tartéssica del centro de Andalucía, que también se manifiesta en la producción cerámica y en la utilización de cráteras como urnas cinerarias (Pereira - Sánchez 1985), pues todos estos hechos pudieran reflejar otros cambios ideológicos, ya que los griegos favorecerían estas monarquías de tipo heroico frente a las monarquías sacras de tipo oriental. Por lo tanto, dicha evolución ideológica supone la expansión de una nueva concepción "heroica" del poder político como evidencian las citadas innovaciones iconograficas y el nuevo rito de deposición de armas en la sepultura, éste último originario del mundo ibérico septentrional (Almagro-Gorbea 1996).

 

Estos fenómenos, en su conjunto, explican la creciente tendencia de toda la cultura ibérica hacia formas cada vez más helenizadas en el campo artístico, social e ideológico, siguiendo el proceso evolutivo de otras sociedades aristocráticas gentilicias mediterráneas, que, finalmente, acabó dando lugar a una organización urbana de tipo oligárquico, como evidencian sus necrópolis y santuarios. Pero, a pesar de estos cambios que afectaron básicamente a las élites y a los aspectos más externos del arte ibérico, como el estilo y la iconografía, las estructuras sociales y las creencias ideológicas no se transformaron lo suficiente como hasta hacer desaparecer totalmente las fuertes raices orientalizantes de la cultura ibérica, pues, ni siquiera a partir del siglo IV a.C., cuando tendieron a desaparecer los más ricos ajuares funerarios y los monumentos de tipo heroico en un proceso hacia una sociedad aristocrática más isónoma, se llegó a desarrollar una organización política ciudadana, lo que explica la ausencia de estructuras militares de tipo hoplítico con ellas relacionadas.

 

La ideología del mundo ibérico: necrópolis, palacios y santuarios.- Otra línea de investigación, todavía más innovadora, que se abrió con el estudio de Pozo Moro fue la posibilidad de análizar el mundo ideológico ibérico, dentro de los que actualmente se conoce como "Arqueología simbólica" (cf. Current Anthropology 37-1, 1966; Almagro-Gorbea 1996). El análisis de los relieves y animales enriqueció los estudios iconográficos al ofrecer un gran conjunto iconográfico en un contexto que permitía una interpretación coherente, de lo que se obtuvieron las primeras interpretaciones ideológicas basadas en la cultura material al confirmar la existencia de una forma política de tipo monárquico y de carácter sacro, más concretamente, de tipo oriental (Almagro-Gorbea 1996, 41 s.). 

Esta vía de análisis, al documentar la élites de la sociedad ibérica, ha permitido en fechas más recientes identificar y analizar las evidencias de arquitectura monumental no funeraria. Dichos documentos han descubierto un nuevo campo de investigación al permitir conocer los principales tipos de la arquitectura monumental tartesio-ibérica, cuyas construcciones de tipo “palacial” o regiae de dicha élite sacra, como el de Cancho Roano o Campello (Almagro-Gorbea et al., 1990; Almagro-Gorbea-Domínguez, 1990; Almagro-Gorbea, 1996) y, más recientemente, los santuarios ibéricos (Moneo, 1995; Almagro-Gorbea y Moneo, e.p.), representan una clave más adecuada para poder precisar la evolución social, política e ideológica de dicha cultura. Estos avances, en buena parte aun inéditos, han enriquecido la visión de conjunto sobre la cultura tartesio-ibérica al abrir nuevas perspectivas para estudiar su sociedad y comprender mejor el desarrollo interaccionado de todo su complejo sistema cultural (Clarke, 1978, 84 s.). Este contexto ideológico ha dado contenido ideológico y cultural a los análisis territoriales (Ruiz, 1977; id., 1987; Ruiz-Molinos, 1981; id., 1984) permitiendo precisar un novedoso campo de investigación. Además, su estudio de conjunto como reflejo de la organización y evolución de la ideología ibérica es la única vía para comprender su evolución social y su significado histórico dentro del contexto de las culturas mediterráneas dela Antigüedad.

 

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Yacimiento de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz). ©Sebastián Celestino.

En este sentido, Pozo Moro es el documento que mejor evidencia el carácter sacro de las monarquías orientalizantes, pero, además, constituye el nexo entre culto dinástico y funerario, idea que ha quedado recientemente confirmada en el santuario del palacio de Cancho Roano (Celestino, 1994). En esta regia, su altar situado en la habitación central y reconstruido dos veces, ofrece forma de keftiu y está situado bajo un pilar, lo que recuerda la organización del temenos en forma de keftiu y con la torre en el centro del monumento funerario de Pozo Moro (Almagro-Gorbea, 1983, 189, fig. 6), que se identificaría con el nephesh o alma del difunto a semejanza de otros monumentos fenicios similares (Ferron, 1975, 287 s). Esta interpretaciónes aplicable al pilar del santuario de Cancho Roano (fig. 6) a los monumentos turriformes de tipoPozo Moro, a los pilares-estela rematados en animales sacros como toros y leones y, quizás, a la columna aislada que aparece en algunos santuarios ibéricos, como Torreparedones (Cunliffe et alii, 1993). Pero este elemento representa la misma idea que el famoso smiting god de Enkomi alzado sobre un lingote keftiu (Schaeffer, 1965; Karageorgis, 1973) símbolo relacionado con cultos dinásticos vinculados a la transmisión del poder. Además, dicha forma de lingote también aparece en los pectorales del tesoro regio de El Carambolo (Nicolini, 1990, 507 s., láms. 184-186) y en tumbas ibéricas de Los Villares (Blánquez, 1991) y en el santuario gentilicio del poblado ibérico de El Oral en Alicante (Abad-Sala, 1993, fig. 12.) lo que evidencia su perduración en el culto funerario dinástico y gentilicio. Estos cultos funerarios de carácter heroico también se documentan en santuarios “dinásticos” ibéricos del Sureste y Andalucía, como el santuario de Campello, asociado a una tumba; o el de Ilici, relacionado con el heroon del dinasta local (Moneo, 1995).

 

Este contexto igualmente ha permitido comprender mejor otros aspectos más concretos como la disposición y el significado de los frisos de relieves que ornaban los monumentos funerarios ibéricos. Frente a las representaciones mitológicas orientalizantes de Pozo Moro con escenas míticas que asocian el difunto a la divinidad, a partir del siglo V a.C. se hace patente una helenización formal del estilo e iconografía, más realista y heroica, lo que refleja la desacralización de las élites y la aparición de nueva ideología guerrera heroica. El mejor ejemplo de esta transformación es la generalización de los relieves del despòtes hippôn, versión heroica de la potnía o del despòtes therôn orientalizante que se documenta a fines del siglo VI a.C. en el asa de oinochoe de Pozo Moro con un joven desnudo que agarra por la cola sendos leones (Almagro-Gorbea, 1983, lam. 15) y poco después en el heroon de Porcuna, donde parece sostener dos cápridos (González Navarrete, 1985).

 

 Estas representaciones, sin duda alguna, recogen la tradición orientalizante de relieves funerarios asociada a la idea del despotes therôn como divinidad de la fecundidad y la naturaleza, tal vez más concretamente de la ganadería, pues, con la helenización de formas e ideas, dicho despotes therôn orientalizante se transformó en un despòtes hippôn a partir del siglo V a.C., sin duda como representación heroizada del difunto de estatus equestre, lo que permite interpretar mejor el conocido motivo heráldico que adornaría las tumbas monumentales heroicas de todo el Sureste, donde han aparecido la mayoría de las piezas conocidas, desde Mogón, en Jaén y Villaricos, en Almería, hasta Sagunto (Chapa, 1980, 878; Eiroa, 1988).Por ello esta figura masculina, tal vez, la más representada en la Cultura Ibérica, aparece asociada al caballo y transformado en un despòtes hippôn, pasando a significar el personaje difunto heroizado, como confirma su relación con sepulturas, dentro de cultos funerarios gentilicios (Benoit, 1954). Por ello pasó a relacionarse con el significado psicopompo del caballo y como símbolo de estatus ecuestre, ideas plasmadas en la heroización ecuestre y confirmada en los numerosos exvotos de caballo hallados en santuarios como el de El Cigarralejo, en Mula, Murcia (Cuadrado, 1950) o el de Pinos Puente, en Granada (Rodríguez Oliva, 1983) el primero de éstos posiblemente asociado por su topografía a la necrópolis situada a sus pies y, en todo caso, vinculados a la élite guerrera ecuestre.

 

 

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