CANTO SÉPTIMO
CORO DE ISLAS GRIEGAS
Episodio:
Ensánchase el estrecho de Gibraltar y el mar Interior deja fluir
aceleradamente sus aguas, descubriendo nuevas islas y continentes.
Grecia al despertar. Delos. Las Cícladas. Las Equínades. Sicilia. Lesbos.
El valle de Tempe. Renacimiento. Apoteosis de Hércules.
A las crecientes olas, su inmensa portalada,
de par en par les
abre e! roto Gibraltar.
Sus dos moles de piedra dan paso a la riada
y el destrozado Calpe
sirve de valladar.
Con gritos de pavura lanza e! mar sus caudales,
como si todavía
tronase Adonaí;
y rueda envuelto en lodo, peñascos y zarzales,
montado en e! salvaje
caree! de! frenesí,
y crece e! mar hambriento; la hambrienta catarata
de Etruria y Chipre,
atrae las aguas en tropel;
disminuyen los lagos
y los ríos de plata
ye! mar Mediterráneo rebasa su dintel.
Cual cocodrilo inmenso, abre el Nilo su boca;
Éfeso, Esmirna y
Troya, se alejan de la mar;
Tiro se coge al Asia
con sus brazos de roca
y al Sahara las
Sirtes sus pies dan a besar.
Abren los Apeninos sus entrañas de mármol;
Provenza crece para
sus islas ver surgir,
y lo mismo que brotes de un gigantesco árbol,
las tierras se
aureolan con islas de zafir.
Así, cuando el sol muere, van en veloz carrera
sus rayos a Occidente
cual ríos de metal;
con él muere la vida,
la obscuridad prospera
mas luego brilla
hermosa la aurora boreal.
y se ven en los pliegues de aquel mundo que expira,
desengarzadas perlas
de vivo tornasol;
chispas que se escaparon de aquella enorme pira,
huellas de oro
fundido del gigantesco sol.
Madre del mundo, ¡oh Grecia!, tú dormías
cual Venus, por las
olas recortada,
aquella horrible
noche y nada oías
del trueno y pavorosas armonías
en que se hundió la Atlántida adorada.
Mas cual manto de
seda, desgarrada,
la mar, que en dos repliegues aún te abriga,
al cielo te mostró;
tú despertaste,
ya la opalina luz de las estrellas
y de la luna amiga,
tus tiernos ojos, de pupilas bellas,
hacia el jardín de Hespérides giraste.
Y allí, por tus arenas,
rodaron siete
cántigas sonoras
cual de bellas
sirenas
que amoríos y penas
en tus playas cantaran seductoras.
DELOS
Por el tridente de Neptuno, arpada
de los tres bordes
que Sicilia huella,
me vi, cual nueva estrella,
del mar inmenso en el
azul lanzada.
Las gaviotas albinas
al verme por la espuma coronada,
creyeron ver en mí su
hermana bella,
las águilas marinas
pensaron que yo era
la doncella
que entre randas de
mar y coralinas
el virginal capullo
descabella.
Al contemplarme cerca de la Etolia,
Aqueloo, al beso de
la aurora,
me tomaba por cáliz de magnolia
que ambrosía brindara
seductora.
Las islas se pensaban
que era una nave de rumbosa vela,
que, llena de donaires,
los apacibles aires
de Epidauro a Dóride empujaban,
y con rumor de dulce
cantinela,
los tritones detrás
me cortejaban
persiguiendo la cinta
de mi estela.
En mi seno encontró grata acogida
Latona perseguida
por Juno soberana
de Júpiter seguida,
cuando el bosque huía de sus lazos, l
e negaban los ríos
sus ribazos,
sus guaridas las fieras;
y a la sombra que daban mis palmeras
parió, y cuna de Febo
y de Diana,
yo la mecí amorosa entre mis brazos.
Dejando entonces las pactóleas ribas
cantando siete veces
me enlazaron
los cisnes de Meonia
y fugitivas,
a mi torno danzaron
las Horas, ¡ay!, echándome sus faldas
de murta, terebintos,
siemprevivas,
ámbar, coral,
topacios y esmeraldas.
Igual que entre las flores es la rosa,
de las islas yo soy la más hermosa.
Pero anoche aterrada
a un presagio de tempestad airada,
del mar de Mirtos me abrigué en las calas
do entono mis cantares,
y plegando las alas
para siempre me quedo en estos mares.
LAS CÍCLADAS
Ninfas de pies de rosa
en estelada airosa,
de las playas de Argólida salimos
por ver a Delos bella
y amorosas corrimos
a flor de agua raudas como ella;
mas nuestros pies se hielan
y en raíces de piedra se cincelan;
en promontorio fácil
dilátase nuestra silueta grácil.
En el pecho sentimos
del aire entrar la
frialdad marina;
con guirnaldas de nardo y clavellina
nuestra frente
ceñimos y en célica escampada
rodeando la cuna de Latona,
para hacerla corona,
en oasis del mar nos convertimos.
LAS EQÚÍNADES
Ninfas también, del Aqueloo amadas,
de los dioses las
aras enramamos,
y tantas flores en su honor gastamos
y hierbas aromadas,
que al adornar el ara del dios padre,
tan sólo troncos y
hojarasca hallamos.
El río que bramaba en
la ribera
veloz salió de madre,
como un león saltando en su carrera;
nosotras hacia el
mar, por la pradera
huyendo, sus embates
sorteamos
y entre espumas, cual densa tolvanera,
heladas nos quedamos
al franquear sus bocas,
pues su aliento de fiera
nos convierte en seis rocas
donde Proteo acampa con sus focas.
MOREA
Cual hoja de morera
al absorber la savia en primavera,
siento con nuevas alas espaciarse
mi espléndida ribera.
De Élida hermosa veo con Zacinto
los perfumes y flores cambiarse,
y con puente de oro a
mi Corinto
con Beocia enlazarse
y de Cíteres bella enamorados
Maleo el bifurcado y
el Tenaro,
con mirtos enramados,
tender sus brazos en
gracioso aro.
SICILIA
Mis cíclopes potentes trabajaron
aquella noche hasta
el postrer aliento
y en las fraguas del
Etna resonaron
los yunques con
redoble violento
hasta nacer el día.
Por valles y montañas
la tierra en agonía,
vaciaba sus ígneas entrañas.
Horrísona se oía
del Ocaso la voz expiatoria,
cual un mundo que herido se cuartea
con sus pueblos, sus
tronos y su gloria.
Lejos aún, el rayo
centellea;
a su fulgor ya estoy acostumbrada;
mas no me liga Italia
a sus ribazos,
pues sólo por ser griega,
al verla de tinieblas rodeada,
la separé por siempre de mis brazos.
LESBOS
Entre Lemnos y Chío,
mientras dormía anoche candorosa
(si no es que aún me dura el desvarío),
mis mitades floridas
se encontraron unidas
cual dos anillos de cadena hermosa.
Ya mis viñedos de Isa
alargan sus sedosos cañamazos
por los jardines fértiles de Antisa;
el cordero que trisca en los ribazos
do aletea la brisa,
pasta la verde hierba que se alisa
en mis bellas mitades paralelas;
y la mar que recorta mis pedazos,
al flojar sus lazos
ha hecho que mis dos hijas gemelas,
se unieran para siempre con sus brazos.
Cuando urañas matronas,
su lira destrozando y sus coronas,
a Orfeo la cabeza le cortaron,
más humanas que ellas se apiadaron
las olas juguetonas
y en su falda de perlas la ampararon;
meciéronla vencidas
restañando con besos
sus heridas,
y de Flora en la
célica enramada
de mi orilla dorada,
cual ofrenda de
ninfas la dejaron.
Su boca abriendo por
la muerte helada
cual una rosa ajada
que vivifica el llanto de la aurora,
allí el nombre
suspira
de Eurídice la bella;
y yo al oído suspiré con ella.
Su melodiosa lira,
fontana de dulzura,
junto al Cisne en el cielo fue colgada
y de tanto mirada
allá en la altura,
con terrenal figura
la suya celestial llevo grabada.
TEMPE
Al inundar mi selva indefinida
el Peneos corriendo con orgullo
como corcel sin brida,
disminuyó su galopar salvaje,
y de mi ruiseñor al dulce arrullo
y al tierno suspirar de mi follaje,
sus aguas cristalinas,
besando las acacias peregrinas,
sus bríos y su ardor disminuyeron;
y al rozar por la piedra
en lecho de verdura y clavellinas,
bajo arcadas de yedra,
cual doncellas divinas
vencidas por el goce, se durmieron.
Las rosas, alelíes y grosellas,
los vaivenes del agua deshojaron
y sólo las estrellas
de azul vestidas como joyas bellas,
en las noches de estío se besaron.
y hoy que quería reflejarse en ellas
su reina dolorida,
cuando desde el Olimpo entre enramadas
abríanse salida
las olas azuladas,
tornan al lecho de su edad primera
y yo, otra vez florida,
volví a albergar la dulce primavera.
Venid, venid,
doncellas de Tesalia,
como al panal las
místicas abejas;
dejad por mis
purísimas corrientes,
¡oh Piérides!, las
aguas de Castalia;
y al evocar dolientes
de vuestro amor las quejas
que duermen en la lira,
decidme... ¿quién retira
cortina de mi Edén, colcha azulada,
que en mi lecho
teníame abrigada?
Al gigante Peneos, ¿quién desvía
de mis amantes brazos?
Las aguas del Egeo, ¿quién envía
cual ciervas temerosas
que vuelven a regar otros ribazos?
¿Quién esparce en las
playas ondulosas
estas islas rientes y
verdosas?
Grecia responde: «Es
mi hijo Alcides;
le vi desde la sierra,
mirador de los dioses en Tesalia,
de donde ve la jadeante tierra
redondearse en su
tenaz revuelta,
como un áureo escudo esmeraldino
al que le da la vuelta
el Océano río peregrino.
Es mi hijo que suelta, ¡oh Peneos!,
las aguas que ahora
expides,
porque de Tempe y de
su amor te olvides.
Sus manos amorosas
vuestros tiernos capullos han abierto
¡oh Cícladas
verdosas!
Es él, que a ti, Citeres,
y a ti que bella eres
y que heredas el nombre de las rosas
del Egeo os ha hecho el antepuerto.
Es Hércules que acierta
a romper, mar latino, tu misterio;
de Gibraltar le he visto abrir la puerta
y hacia el jardín de Hesperis
de su tea a la luz débil e incierta,
mostrarle al dios
Neptuno otro hemisferio.»
Dijo; y como de
cisnes la pollada,
al escuchar junto a su blando nido
el suave ruido
del que les lleva la comida ansiada,
arden las rocas en
filial deseo;
y las hijas de Grecia y del Egeo
un himno entonan que la bruma inciensa,
cántico dulce y grave
que en sus conchas, meciéndolas suave,
recuerda al suspirar,
la mar inmensa.
Cabe de la montaña,
la Oréada se enjoya y se perfuma;
la Náyade se baña
en la fontana de lechosa espuma;
en cada hueco del nudoso árbol,
el corazón palpita de una diosa;
y toma vida el mármol
y en cada flor los céfiros mimosos
ven los ojos verdosos
de Napea amorosa.
Al compás de las Gracias
armonizan su danza en las riberas
los pastores tañendo dulces sones
a la sombra de pálidas acacias,
y en el cielo, las rítmicas esferas.
y entretanto, de Ceres con los dones,
la perfumada Flora
extiende sus festones
de flores, de verdor y de ramaje,
la desnudez cubriendo de follaje
de las islas que adora.
Iris que el sol añora,
con los siete colores, la guirnalda
que adornarán los cielos de esmeralda,
le teje seductora,
y arriba, en el Olimpo refulgente,
abren los dioses paso
al más valiente.