suspira aquí el anciano con
placer;
y al veda verdear risueña y bella
pasea su mirada encima de ella,
su juventud sintiendo renacer.
Colón mira al Atlántico azulado
cual si una voz llamárale a su lado
entre genios y endriagos al pasar;
como si entre fantasmas vaporosos,
viera unos ojos bellos y verdosos, verdosos
y amargantes como el mar.
Mas el sabio le llama y le distrae
mientras a España su atención atrae;
deja volar, ¡oh patria!, su ideal.
Enséñales tus tierras siempre bellas
donde se ven del Hacedor las huellas
como las de la abeja en el panal.
Aligerado el orbe de carga tan pesada,
a despertar a Hesperis, tranquilo Alcides va
que junto al promontorio de Cádiz extasiada,
sueña abrazar las hijas que perecieron ya.
Y sueña que hacia el cielo las ve ascender dichosas
cual palomas torcaces de mágico vaivén,
y escucha que la llaman con voces melodiosas
para que arriba suba con ellas al Edén.
«Ya voy», dice, y despierta de otro esposo en los brazos;
reconoce el retoño do la lira colgó
y viendo aquel testigo de filiales abrazos
que recibió soñando, un suspiro lanzó.
« ¡Oh!, cimeral del árbol, ya que viste mi infancia
-le dice-, dulce sombra dame tú hasta morir.
Te regará mi llanto; tú me darás fragancia
y mi postrer suspiro vendrás a recibir.
y mientras me cobijan tus verdes cabelleras,
mi corazón desnudo tus hojas cubrirán,
que, arbusto yo plantado en tierras extranjeras,
tan sólo mustias flores mis ramas poblarán.»
Creció el árbol y en breve sus ramitas de franjas
curvaron los racimos de pomos de azahar;
y entre el verde follaje, cual joyas, las naranjas,
en cielos de esmeralda se vieron cimbrear.
Muy pronto sus retoños tejieron verde manto
para España, bordado con flores mil y mil,
y con los ruiseñores de melodioso canto,
sin Hespérides nace otra vez su pensil.
Desde el Olimpo excelso bien lo pregonan ellas;
cuando un mayo florido cada naranjo es,
como celestes ojos, se asoman entre estrellas
y lloran a raudales y se ocultan después.
Con las hijas que tuvo de su Alcides, se alegra,
pues fueron como ella, de tierno corazón;
de grandes ojos bellos, de cabellera negra,
y de color trigueño que incita la pasión.
Mas llena de añoranza siempre a Occidente mira,
como si nueva Eva su Edén tuviera allí,
y triste, sollozando al descolgar la lira,
cual cisne de otras aguas, su canto entona así:
«Tierra feliz de Betis, eres bella y ardiente,
mas, ¡ay!, la de mis padres nunca podré olvidar;
quiero pedir al aura que llega de occidente
si, oculta entre sus alas, me quiere allí tornar.
¡Qué bellas sois, mis hijas! Mas las otras añoro;
Hespérides hermosas de tierno sonreír,
y en esta tierra virgen, mis tristezas devoro
junto a vacía cuna teniendo que vivir.
Soy hierba de otra tierra de su tiesto arrancada;
tengo sol, tengo flores y un cielo de zafir;
mas, sin el beso tibio de mi brisa añorada,
¿qué podré hacer, decidme, sino sólo morir?»
Murió; y de la cárcel del cuerpo el alma salva;
a donde están sus hijas, las Pléyades, se va,
tras los dorados pórticos que poetiza el alba,
de donde, enternecidas, su mano tienden ya.
Llorando las restantes, contemplan la paloma
que arriba, arriba sube, con rápido volar,
y en el azul nocturno por do la luna asoma,
a una aurífera estrella vieron parpadear.
Es Hésperl que los ojos abre del nuevo día,
antes que deslumbrado, se esfume su arrebol,
y luego, de la tarde en la tibia agonía,
siembra en el cielo estrellas tras el carro del sol.
Porque señala la hora de ensueños y de amores
en el azul del cielo, reloj del Creador;
los poetas, cegados al ver sus resplandores,
la apellidaron Venus, la diosa del amor.
Por pupila de un ángel la toman las pastoras,
mas el fresco rocío del aura matinal,
dicen que son, Hesperis, las lágrimas que lloras,
al recordar de España la huerta sin igual.
Sus hijos y sus nietos heredaron su lira;
vibrantes cuerdas de oro debió el griego añadir,
pues cuando canta guerras y cuando amor suspira,
despierta tempestades o ensueño hace sentir.
Fontana que derramas tu música en la tierra,
¡oh lira!, entona ahora tu canto matinal;
esparce tus sonidos cual ave por la sierra
y canta de mi patria, el mágico historial.
Así como el retoño sale al árbol fecundo,
sus hijos se parecen a aquel bravo titán,
y es fama que sus nietos harán temblar al mundo
cual bote donde pone sus pies, el capitán.
Una vez, aún mancebos, les contaba que un día
al saltar de la falda de Montjuic a la mar,
había allí jurado que una ciudad haría
y «Vamos -dicen ellos-, querémoste ayudar».
y todos presurosos a Alcides van siguiendo
que entre arbustos y rocas paso se logra abrir,
y una hermosa doncella encuentra que, gimiendo:
«Escuchadme -les ruega- lo que os voy a decir:
Nacida en la ribera del Miño que me adora,
tuve por cuna un trono que acabo de heredar,
y allí habría reinado si, en maldecida hora,
no fueran los caldeos mi reino a conquistar.
Guiados por sus dioses en su triunfal carrera,
la tierra hacia Occidente quisiéronla ceñir,
y al ver a Finisterre, del mar en la ribera
al sol alzando un ara, de allí me hicieron ir.»
Cierra sus labios bellos y al llanto se abandona,
pero Galacte y Luso se le acercan los dos.
«Juro -dice Galacte- rescatar tu corona
o de mi padre hijo, jamás he sido. Adiós.»
De Alcides se despide con abrazo apretado
y a su llorosa estrella sigue con ilusión;
arriba a Finisterre, cual dardo disparado,
y al rey de los caldeos traspasa el corazón.
Lo aniquiló cual árbol que se atierra en la umbría
y de Hércules la torre encima de él alzó,
donde un faro releva la luz del sol del día,
dos mares alumbrando como un ojo de Dios.
Allí los dos labraron en prístinas edades
su nido, que vinieron las olas a arrullar;
Galicia y la más fuerte de sus bellas ciudades
su nombre y sus ovejas pudieron heredar.
La mar donde se mira Coruña azul y bella,
verá nacer a Elcano que tras el sol irá
y escrutará la ruta de su fugaz carrera,
siendo el primer marino que el orbe ceñirá.
y Luso, ¿dónde marcha? Guadiana lo vio y Duero
con bravos marineros una alianza hacer;
nadie sabe si trono encontró o tumba, pero
de Lusitania se habla que acaba de nacer.
Faldea luego Alcides con su grey impaciente,
las sierras de Granada, cual ellos secular,
y por derrumbaderos dirígese al Oriente
los mares costeando, que juntó en Gibraltar.
A orillas del Palancia bajo el dosel de un árbol
parece que, cansado, uno se echó a dormir
y al tocado medrosos, tan frío como el mármol,
vieron de sus axilas una sierpe salir.
El valle que el Zacinto con roja sangre moja,
de mártires gloriosos un palmar nos dará;
el palmar de Sagunto, de inmarcesible hoja,
a cuya sombra España amante llorará.
Lloró también el padre como la vid umbría
a quien la podadera el brote va a cortar,
mas vino a distraerlo en el segundo día,
un cántico sonoro allende de la mar.
¿Un canto de sirena? Mallorca, tú lo sabes
si lo entonó una ninfa o lo cantabas tú;
mas vino de las playas que te cercan suaves
y que las olas besan sus labios de tul.
BALADA DE MALLORCA
Donde Montgó vela, del mar a la orilla,
los pies en el agua, al cielo la frente,
llenaba una virgen su ánfora de arcilla
en límpida fuente.
Su pie nacarado, resbala en un canto;
la ánfora a pedazos se quiebra al instante;
la mar que era dulce, con su amargo llanto
se torna amargante.
Que el agua cogida, cristal era y perlas,
cual pocas recogen los lirios fragantes;
¡qué mucho que llore y quieran cogerlas,
sus manos amantes!
La mar condolida, las toma en su falda
y a mayo le pide su cándido velo;
Valencia, a tus huertas, verdor de esmeralda,
dosel a tu cielo.
Por cuna la concha de Venus le dona,
que tarde y mañana los céfiros mecen;
los tiestos que el alba de rosas corona,
en cármenes crecen.
De Arabia con flores los viste y perfuma;
de Libia con palmas, de Europa con aves,
alegra sus playas que ciñe y perfuma
en olas suaves.
Tres eran los tiestos, tres las islas fijas;
y al ver que con oro el sol las adorna,
la tierra las quiere ahora por hijas
y el mar no las torna.
Por el canto atraído Baleo desde el Turia,
dirígese a Mallorca de honderos el confín.
Si después de este canto lo apedrean con furia,
Alcides, de otro hijo podrá llorar el fin.
Mas en la barca pulsa su lira a maravilla
y las hondas y piedras cesan de ventear;
con sus gigantes brazos le ofrendan una silla
y a un cláper lo conducen, sepulcro secular.
Como soberbias sombras que esperan desveladas,
descuellan doce piedras dispuestas a la lid,
en torno de aquel ara del sacrificio alzadas,
cual soldados de roca, velando su adalid.
Allí de hojas y flores de encina lo coronan,
místicas danzas trenzan al sol del tamboril,
mientras que los guerreros su bienvenida entonan
y de hinojos le ofrecen un cetro de marfil.
Sardo,1 que le seguía desde la opuesta riba,
hacia el Oriente enfila su proa con afán;
Cerdeña, tus montañas de plata, fuente viva,
su nombre escrito en letras de nurhags, guardarán.
Sigue su ruta Alcides y dando a Barcelona
del mar el cetro excelso, la asienta en Montjulc,
gigante siempre alerta que sirve de corona,
con cien bocas de fuego dispuestas a la lid.
Las rocas de su seno sus puertas amurallan
que en grandes moles sacan las picas al hender;
si alguna movediza en su trabajo hallan,
deslízase tronchando los tilos al caer.
Para darle corona a la ciudad potente,
planta un vergel al centro que aún los siglos
ven sobre fuertes pilares del Táber en la frente,
donde llevan escrito el nombre del Edén.
Se cuenta que una tarde que el temporal rugía
oyó la voz que en Calpe de miedo lo llenó,
mas no ya pavorosa como la oyó aquel día,
sino suave y queda, como un suspiro habló:
«Yo soy -le dice dulce- la que, cual niño tierno,
la nueva Babilonia te llevé a aniquilar;
yo soy la que incendióla con fuego del Averno,
cuando, altanera, quiso los cielos escalar.
Yo soy quien con marismas sus cumbres enrasaba,
quien titanes y monstruos te di por escabel;
quien crea y borra pueblos; lo que es en ti la clava,
tal fuiste tú: la clava con que vencí a Luzbel.»
Oye el griego y la clava deja caer a un lado;
siente frío y sus fuerzas nota desfallecer;
como el añoso árbol que se ve deshojado
del mismo aire al beso que lo hizo florecer.
De las gigantes gestas rota ya la cadena,
aquel a quien la tierra reconoció por rey,
sin conocer siquiera su majestad serena
juró que el Dios de Túbal, sería el de su grey.
Y lo fue; pues en Cádiz alzáronle un gran templo
entre cuyas ruinas duerme tranquilo el mar.
Con su clava y cenizas guardan allí su ejemplo
de aquel Dios ignorado bajo el sagrado altar.
Su retablo, que espera, ninguna imagen tiene,
mas a la luz del ara de perenne fulgor,
se leen las hazañas que en sus ramas sostiene
cargadas de esmeraldas, una olivera en flor.
Cuando el Olivo Sacro dio flor en el Calvario,
ante su Dios el templo cayó con emoción,
que por altar quería la tierra, y por sagrario,
dichosa patria mía, tu noble corazón.
Antes que a Dios, España, te arrancarán tus sierras,
pues
hondas sus raíces como las tuyas son.
Se secarán tus ríos, irán al mar tus tierras,
mas no podrá apagarse tu fe, que es tu blasón.
Regresó luego Alcides de Betis a las playas
y dio a la antigua Hispalis cimiento secular;
por cortinajes, tilos, laureles, rosas, hayas,
y mares do sus torres se pueden reflejar.
y allí a sus hijos, prendas de un porvenir radiante,
les enseñó las armas con valor a esgrimir,
como a los aguiluchos el águila gigante
hacia el sol les enseña sus alas a batir.
Con el arte de Ceres nace la astronomía,
retoños de aquel árbol que en Occidente hundió;
fue entonces cuando el Atlas relevó por un día
y con su fuerte dorso el orbe sustentó.
y al sentir que la tierra le tendía sus brazos,
dos columnas de rocas alzó encima del mar
y en ellas con su clava, que destruyó a pedazos